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Amarga Noche de Reyes para Gatica

Para el año 1950, José María Gatica era una de las figuras más atractivas ya no del boxeo solamente (su sola presencia significaba un Luna Park lleno) sino del deporte en general. De extracción muy humilde, había nacido en San Luis y de niño llegó a Buenos Aires: lustró zapatos, vendió diarios y se hizo niño-hombre en las calles bravas del barrio de Constitución.

De hecho, llegó a ganar monedas en peleas barriales realizadas en la “Mission to Seamen”, de la avenida San Juan y Paseo Colón. Lugar para marineros ingleses, que se divertían viendo a los niños peleando en un ring: a veces, con los ojos vendados, tres o cuatro de ellos hacían el “Gallito Ciego”, tirando golpes al aire, entre carcajadas y lluvias de monedas que, luego, cada uno embolsaba como podía.

Gatica era arrollador, temperamental, atrevido. Su escuela pugilística fue la calle. Despreciaba a los rivales, se reía de ellos y a veces, llegaba a pegarles sin piedad, como ocurrió con el uruguayo Romero Rodríguez a quien dejó casi ciego, retirándolo del boxeo.

De las calles de Constitución pasó a la Federación Argentina de la mano de Lázaro Koci, un peluquero albanés que descubrió también a Karadagian, héroe-villano del catch que, por esas cosas de la vida, llegó con los años a luchar con Gatica cuando éste ya era un ex boxeador en sombras.

Lázaro llegó a ser hombre fuerte del Luna Park. Y ser atracción, como lo era Gatica, estaba reservado para pocos. Gatica, llamado “El Mono”, “El Mazorquero” o “El Tigre” tuvo su contracara en Alfredo Prada. Protagonizaron una rivalidad histórica, que tuvo también su correlato social y político. De hecho no se puede mencionar a Gatica sin asociarlo a la época peronista.

“Mi general, dos potencias se saludan”

Durante el año 50, con Perón de presidente sentado en la primera fila del Luna con su esposa Eva, un Gatica ganador y altanero le mandaba besitos a la tribuna. Era, para muchos, el “Cabecita negra”, llegado del interior, que no podía ser otra cosa que peronista. Por contrapartida, mientras la popular alentaba al “Mono”, el ring side, opuesto al peronismo, aplaudía a rabiar a Alfredo Prada. “Aunque en realidad, el verdadero peronista era yo”, nos contó Prada una vez. “Perón era seguidor mío y Eva lo era de Gatica”.

Fue antes de una de sus peleas que Gatica, estrechando la mano de Perón, pronunció aquella frase de “dos potencias se saludan”.

Algún día nos ocuparemos de aquella rivalidad entre Prada y Gatica que dividió ya no a los aficionados al boxeo, sino también al país.

El tema en este momento es otro. Perón, enamorado del deporte en general y en especial del boxeo, buscó la manera de que Gatica, un auténtico imán para el público argentino, triunfara en los Estados Unidos.

De ahí que se cuenta que fue él quien consiguió que el “Tigre” hiciera una excursión a Nueva York: el primero de diciembre de 1950, en el Madison Square Garden, enfrentó al veterano Terry Young. Lo de “veterano” era totalmente correcto pues Young, que tenía 29 años, subió al ring con una marca de 69 victorias, 24 derrotas y 5 empates. Gatica, a los 25 tenía 43 victorias, 2 derrotas (una ante Prada y con rotura de mandíbula incluida y la otra por descalificación en Chile) más un empate.

El debut fue auspicioso puesto que Gatica logró una victoria por nocaut técnico en el cuarto, luego de darle una paliza a su rival.

Comenzaron a crecer las expectativas, ya que el propio Gatica, arrogante y seguro de sí mismo, derrochaba optimismo siempre. Tanto que llegaba a burlarse de sus futuros rivales. Era capaz, después de un pesaje, de decirle a su contrincante: “Papito, esta noche te voy a noquear rápido. Perdoname, ¿sabés? Pero tengo que ir a un cabaret a bailarme unos buenos tangos”.

Último tango en Manhattan

Claro que su próximo rival en el Madison no era para menospreciar. Se trataba de Ike Williams, el campeón mundial de los ligeros. Sus relaciones con la mafia eran notorias, puesto que había comenzado a pelear para Frank “Blinky” Palermo, un mafioso asociado a Frankie Carbo. Muchas veces se manejaron resultados de acuerdo con las apuestas. El propio Jake La Motta tuvo que entregar una pelea para acceder a una chance por la corona mundial.

La pelea Williams-Gatica se anunció en Argentina -o, al menos, así se la interpretó, tal vez para darle más importancia-, como válida por el campeonato mundial, cosa que en realidad nunca fue así.

De hecho, Williams registró 63,500 kilogramos, por encima del límite de 60,800 marcados por el reglamento. Gatica pesó 62,600. Los campeones mundiales, cuando peleaban a diez rounds, jamás daban el límite de la categoría porque, si llegaban a perder, se quedaban sin la corona, ya que se interpretaba que había puesto en juego su corona mundial.

Fioravanti, histórico relator de la radiofonía argentina, transmitió esa pelea. Muchos años después, en una entrevista, contó que había ido a ver a Gatica unos días antes y que su estado físico era deplorable. “Era casi imposible que pudiera ganar”, afirmó.

Ya sea por el inefable optimismo del público argentino, o porque Gatica inspiraba confianza ciega, la pelea fue aguardada con un tremendo interés.

Todo fue muy breve

Gatica terminó perdiendo por nocaut en el primer round. De hecho, quedó una leyenda diciendo que el relato de Fioravanti fue algo así como “Ataca Gatica, cae Gatica”.

La costumbre del “Mono” de “poner la cara” burlonamente había quedado casi como su marca registrada. Obviamente no había televisión. Y la leyenda fue que Gatica “le había puesto la cara” a Williams y que este, de un solo golpe, lo puso nocaut.

No fue así.

Gatica buscó la pelea demasiado abierto ante un gran boxeador como Williams (sumaba nada más ni nada menos que 115 triunfos, 15 derrotas y 4 empates) que era muy hábil en el contragolpe. En el primer cruce, Gatica fue al suelo, tocado en el mentón. Sin embargo, se levantó como pudo y avanzó, buscando quizás poder meter una mano afortunada, pero tenía enfrente a un boxeador entero y poderoso, que volvió a derribarlo. Se levantó, pero para volver a caer en forma definitiva, cuando el referí Ray Miller, detuvo la pelea. Habían sido apenas 2 minutos y 9 segundos.

Gatica fue víctima de su fama: nadie le perdonó esa derrota y se hablaron y tejieron muchas historias, contando que su conducta había sido un desastre.

No le perdonaron aquella tremenda derrota como tampoco sus desplantes. Se decía que encendía sus habanos con billetes de mil pesos. O que cuando

alguien se le acercaba, lo detenía con un “Aire… aire…” o con su famoso “Para hablar con Gatica hay que pedir audiencia”.

En la película “Gatica, El Mono”, dirigida por Leonardo Favio, se abona esa situación, presentándolo como un irresponsable, borracho y rodeado de mujeres, antes de su pelea con Ike Williams, destruido por un solo golpe.

La realidad indica que fueron tres caídas, y que nunca estuvo en juego el campeonato mundial.

Alguna vez nos cruzamos con Ike Williams en Los Ángeles y hablamos del tema para la revista El Gráfico.

El ex campeón no pareció estar muy impresionado por el recuerdo aunque aceptó que el argentino había ido directamente al ataque, cayendo en su trampa. Por entonces, Williams había dejado los cuadriláteros con una tremenda marca de 125 victorias, con 60 KO, 24 derrotas y 5 empates. Murió en septiembre de 1994 a los 71. Muchos años y rivales como para recordar en detalle a uno que solamente había durado dos minutos y 9 segundos.

Una frase clásica de un western de John Ford dice “Si la leyenda es más fuerte que la realidad, se imprime la leyenda”

Es que, aunque hayan pasado años y la realidad se pueda encontrar en YouTube, en la leyenda quedará aquella amarga noche de Reyes como “La vez que Gatica peleó por el título mundial y le puso la cara a Ike Williams”