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¿Qué queda del espíritu del 68?

56 años después de las movilizaciones de 1968, viajamos a través de los restos del estallido social parisino para averiguar qué ha sobrevivido, y qué no, de sus ansias de libertad

¿Qué queda del espíritu del 68? (Cristian Campos)

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Dicen sus defensores que la victoria de Mayo del 68 fue el simple hecho de que haya existido. Que su éxito no debe ser juzgado por las heridas infligidas al capitalismo, al patriarcado o al Estado, sino por su habilidad a la hora de poner en práctica nuevas formas de lucha y organización social. Por la creación, en definitiva, de una nueva conciencia colectiva que unió a estudiantes, a obreros, a mujeres y a grupos marginales en contra del poder establecido. Aunque fuera sólo durante un breve período de tiempo.

Grafiti de Banksy en Londres

El máximo representante del street art, Banksy (en la foto, uno de sus grafitis en Londres), encarna con su aire contestario los ideales sesentayochistas. Foto: Getty.

Esta visión contemporánea de los hechos de aquellos días de 1968 choca, sin embargo, con la realidad de lo que ocurrió meses después de la revuelta, cuando se hizo evidente que sólo unos pocos de sus objetivos a corto plazo habían sido alcanzados. Según Christophe Schimmel, un joven maoísta por aquel entonces, al menos la mitad de las treinta personas que captó su organización durante aquellas semanas se suicidaron o cayeron en las drogas y la marginalidad. No fue un hecho aislado.

¡Muerte al capitalismo!

Pero el éxito o el fracaso del 68 no debe juzgarse por el destino final de sus protagonistas. En este sentido, ni los más fervientes defensores del movimiento pueden negar que el capitalismo logró reciclar en pocos años sus rupturistas proclamas y transformarlas en inofensivos eslóganes publicitarios. Hoy no resulta difícil encontrar en cualquier tienda de souvenirs de París una camiseta, una taza o un imán de nevera con el lema “Debajo de los adoquines está la playa” o “Seamos realistas: pidamos lo imposible”.

Aunque las protestas de aquella primavera nunca fueron parte de un movimiento comunista, la caída del Muro de Berlín en 1989 supuso un duro golpe para las ideologías colectivistas. El politólogo Francis Fukuyama llegó a decretar en su libro El fin de la Historia y el último hombre el ocaso de la Guerra Fría y la victoria inapelable de la democracia liberal, que es lo mismo que decir del libre mercado

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Berlineses reunidos en el Muro de Berlín para celebrar el Año Nuevo y el fin efectivo de la división de la ciudad, 31 de diciembre de 1989 Foto: Getty.

Su veredicto, sin embargo, se demostró apresurado. No por lo que respecta a la democracia, que sigue siendo considerada a día de hoy, y en palabras de Winston Churchill, como “el menos malo de los sistemas de gobierno”, sino porque la resistencia al capitalismo está muy lejos de haber amainado.

Esa resistencia ha adoptado nuevas formas que no son ya las de Mayo del 68, aunque comparten con él ciertas características. Las huellas del sesentayochismo pueden rastrearse hoy en los colectivos feministas y LGTB, pero también en los movimientos antiglobalización y ecologistas y, sobre todo, en los nuevos populismos a uno y otro lado del Atlántico: Syriza en Grecia, Bernie Sanders en Estados Unidos, Jeremy Corbyn en Gran Bretaña y Podemos, junto con el 15-M, en España. Son movimientos que comparten con Mayo del 68 su crítica radical al poder establecido, ya sea ese poder el capitalismo, el patriarcado, la casta, las élites, la monarquía, la Unión Europea o el sistema bancario internacional.

Marcha española del colectivo LGTB

Marcha española del colectivo LGTB en el Día Internacional contra la Homofobia de 2017. Foto: Getty.

Adhesión a lo colectivo y repudio del individualismo

Cientos de artistas participaron en las movilizaciones de 1968, la mayoría de ellos ilustrando carteles en imprentas clandestinas, gratuitamente y sin firmar. Miles de parisinos alimentaron y aprovisionaron a los estudiantes, los huelguistas y los obreros encerrados en las facultades y las fábricas, sin pedir nada a cambio. Los estudiantes presumieron de su rechazo del individualismo y de la carencia de líderes, aunque con el tiempo algunos nombres (Daniel Cohn-Bendit, Jacques Sauvageot, Alain Geismar y Alain Krivine) brillaron más que otros en los libros de Historia.

¿Qué queda ahora de esa filosofía del anonimato, de adhesión a lo colectivo y repudio del individualismo? Bastante. El movimiento Anonymous o las licencias copyleft, por ejemplo, serían hoy muy diferentes de no haber existido un Mayo del 68.

Anonymous –en realidad, un seudónimo utilizado desde 2008 por cientos de grupos e individuos de todo el mundo para llevar a cabo acciones de sabotaje contra organismos y entes de todo tipo (desde ISIS a la Iglesia de la Cienciología)– carece de líderes y de sede central, lo que imposibilita determinar qué es, qué quiere o quiénes forman el colectivo. Aunque algunos le atribuyen una vaporosa ideología anarquista, las víctimas de sus ataques han sido organizaciones y entidades a uno y otro lado del espectro político. Lo único que une a sus miembros, en resumen, es el canal a través del cual llevan a cabo sus acciones: Internet.

Anonymous

El elemento identificativo de Anonymous es la máscara inspirada en el cómic y la película V de Vendetta, cuyo origen está en la figura de Guy Fawkes. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

Internet es también el principal terreno de juego de las licencias copyleft, que permiten el libre uso y distribución de una obra siempre y cuando esa libertad se extienda también a la obra copiada o derivada. Las licencias copyleft son a día de hoy la alternativa más popular a las restricciones impuestas habitualmente por los propietarios de las obras de la industria cultural y del entretenimiento (libros, películas, canciones, videojuegos...). Aunque popularizadas durante el siglo XXI, las licencias copyleft tienen su origen en los años setenta, durante la prehistoria del desarrollo de los primeros programas informáticos y en plena resaca sesentayochista.

Pero la utopía antiindividualista de Mayo del 68 tiene también herederos fuera de Internet. Sobre todo, en las filosofías que preconizan la vuelta a la naturaleza y que tanto le deben al filósofo suizo Jean Jacques-Rousseau, al movimiento hippie y al sesentayochismo

En sus vertientes más puras, esas filosofías se concretan en la defensa de la agricultura biológica, el vegetarianismo o la lucha contra el cambio climático. También, en el llamado “movimiento lento”. En sus vertientes más comerciales, en la moda de la vuelta al mundo rural o en la de la recuperación de oficios artesanales perdidos (zapateros, panaderos, madereros, sastres, etc.) por parte de jóvenes bohemios de clase media y media-alta que intentan recobrar el encanto perdido de los productos hechos a mano, con mimo exquisito y en pequeñas cantidades.

Dicen los coleccionistas que Mayo del 68 produjo aproximadamente doscientos cincuenta carteles en total, la mayoría de ellos serigrafías a dos colores impresas en el famoso Atelier Populaire y muy influenciadas estéticamente por las vanguardias de principios del siglo XX. Pero en este terreno, el movimiento tuvo un hijo pródigo, quizá la manifestación más pura de sesentayochismo de los últimos cincuenta años: el punk.

Carteles políticos en la fachada de la Facultad de Medicina parisina en 1968

Algunos de los carteles que se diseñaron durante el Mayo francés pegados en la fachada de la Facultad de Medicina parisina en 1968. Foto: Getty.

Movimientos contestatarios

Nacido en Gran Bretaña a mediados de la década de los setenta, el movimiento punk fue el destilado perfecto de esa amalgama de rebeldía, anarquía, protesta, situacionismo y desencanto generacional producida por Mayo del 68. Pero, como todos los hijos, el punk también luchó por desprenderse de la influencia paterna añadiendo a la mezcla un ingrediente de cosecha propia: el nihilismo. De ahí su lema No future (“No hay futuro”).

El punk tuvo una vida breve aunque intensa y dejó apenas media docena de discos míticos, cuyos verdaderos méritos musicales siguen siendo todavía hoy tema de debate entre los seguidores del género. Pero, como movimiento estético y artístico, su impacto fue mucho más allá del de cualquier otro género musical de los últimos cien años, incluido el rock. Su influencia se dejó notar no sólo en la música, sino también en la moda, la literatura, el cine e incluso la política. Pero sobre todo en el arte.

Punks en el parque londinense de Brockwell

El punk nació como un fenómeno estético-musical y, más tarde, fue convirtiéndose en un movimiento de filosofía nihilista. Arriba, varios punks en el parque londinense de Brockwell. Foto: Getty.

Resulta tentador atribuirle un papel al movimiento francés en la popularización del grafiti y del fenómeno del arte urbano. Pero el grafiti como emblema de las culturas marginales afroamericanas y latinas, inicialmente, y de la cultura hip hop posteriormente, nació en Estados Unidos a principios de la década de 1970 y sólo tangencialmente como expresión de inquietudes políticas. Fue más tarde, ya en los años noventa y la primera década del siglo XXI, cuando, llegado a su fase de madurez artística, giró la vista hacia el punk y Mayo del 68 hasta dar a luz a una figura capital del arte urbano: Banksy.

Este misterioso artista británico es una figura puramente sesentayochista. Anónimo, irónico e imprevisible, y por lo tanto incontrolable por el sistema, Banksy es la figura capital del arte urbano de la última década. Aunque se le supone una fortuna multimillonaria, nadie sería capaz de afirmar que sea una figura integrada, en el sentido contemporáneo del término. Banksy es puro Mayo del 68.

Paloma de la paz de Banksy en la ciudad de Belén

Paloma de la paz de Banksy en la ciudad de Belén. Foto: Wikimedia Commons.Wikimedia Commons

Más allá de él, la influencia de Mayo del 68 puede rastrearse en técnicas de arte urbano como la de las plantillas, fáciles, baratas de producir y que permiten replicar cientos de veces un mismo diseño en unos pocos segundos, y en portadas de discos como la del Push The Button de The Chemical Brothers. Musicalmente, el Mayo francés es conocido por sus cantautores (Moustaki, Dutronc, Ferré, Nougaro, etc.), pero si se puede entrever algún heredero claro del espíritu de la revuelta parisina ese es, sin duda alguna, el hip hop en sus vertientes más contestatarias y menos comerciales.

El movimiento social de 1968 produjo una ironía difícil de esquivar. Todos sus objetivos feministas (libertad sexual, aborto libre y seguro, acceso a la píldora y a otros métodos anticonceptivos) fueron logrados en una amplia mayoría de los países occidentales y en distintos grados, pero no como consecuencia directa de la revuelta, sino como fruto de la evolución de las costumbres y de la moral social mayoritaria

En definitiva, el movimiento del 68 intuyó la inminencia del cambio y se puso a la cabeza de la reivindicación de los derechos sexuales de la mujer. No obstante, hoy parece legítimo sospechar que esos derechos se habrían logrado igualmente aunque el Mayo parisino no hubiera tenido lugar jamás.

Empoderamiento de la mujer

El feminismo actual (el de la tercera ola) no es el de la década de los sesenta (segunda ola) ni sus objetivos son los mismos. Pero una parte de él ha heredado de aquel Mayo su recelo frente al poder y adoptado una posición peculiar con respecto a los arquetipos de lo masculino y lo femenino. 

Es ese feminismo que se basa en el trabajo de psicólogas como la canadiense Susan Pinker, que critica la búsqueda a toda costa de la igualdad profesional de mujeres y hombres, por considerarla una rendición a un sistema patriarcal que sacraliza las profesiones arquetípicamente masculinas, las que se pueden interpretar como juegos de suma cero y en las que los participantes suelen asumir cotas muy altas de riesgo económico o personal, en detrimento de las arquetípicamente femeninas, más identificadas con los juegos cooperativos. 

Es ese feminismo que rechaza a Simone de Beauvoir cuando ésta se queja de que “las mujeres en Francia son secretarias y no jefas de empresas, y enfermeras más que médicos, porque las carreras más interesantes nos están prácticamente prohibidas”. Según la historiadora Ariane Gransac, esa visión de la realidad confunde lo interesante con lo importante y asume una lógica masculina de la sociedad basada en las relaciones de poder.

Pero todos esos debates académicos sobre el concepto de lo femenino y lo masculino palidecen frente a evidencias como la de que millones de mujeres y niñas de todo el mundo no tienen aún acceso a la educación o la sanidad. O frente a la de que millones de mujeres de todo el mundo no disfrutan de los derechos civiles más básicos de los que sí disfrutan las mujeres occidentales. O la de que incluso en Occidente queda mucho camino que recorrer frente a lacras como los abusos sexuales o la violencia de género.

Protesta contra la violencia machista en Madrid

Una protesta en contra de la violencia machista en febrero de 2017, en Madrid. Foto: Getty.

En este sentido, si una estudiante universitaria del París de 1968 viajara con una máquina del tiempo hasta el siglo XXI, vería cómo muchas de sus reivindicaciones han sido asumidas con total normalidad por una amplia mayoría de la sociedad occidental. Pero, al mismo tiempo, no tardaría demasiado en encontrar motivos para continuar una lucha que en buena parte del mundo está lejos de haber sido ganada.

Los Comités de Acción y la antipedagogía

Los llamados Comités de Acción de estudiantes y trabajadores de Mayo del 68 se propusieron demoler las estructuras educativas tradicionales para establecer una nueva relación entre profesores y estudiantes, sin atributos de jerarquía ni catedráticos revestidos con “el manto divino de la sabiduría”. Consiguieron su objetivo parcialmente.

Aunque las teorías pedagógicas libertarias no nacieron en la década de los sesenta, sino cincuenta años atrás en el seno de los diferentes movimientos anarquistas europeos, Mayo del 68 tuvo un impacto claro en la pedagogía posterior. A partir de aquel momento, conceptos como memoria, contenidos o autoridad fueron sustituidos progresivamente por otros alternativos como motivación, igualdad y participación

Después del 68, la pedagogía tradicional cayó en el desprestigio hasta el punto de que en algunos manuales pedagógicos es descrita como “asociada a prácticas negativas y opuesta a cualquier intento innovador”, mientras se pone el acento en teorías alternativas, como la llamada Escuela Nueva del suizo Adolphe Ferriere, o contemporáneas, como la pedagogía constructivista y la pedagogía crítica. Pero el debate está lejos de cerrarse y no son pocas las voces que abogan ahora por un retorno a la pedagogía tradicional y el fin de los experimentos libertarios en la educación.

Los profesores universitarios y líderes estudiantiles de Mayo del 68 corrieron suertes dispares tras el fin del estallido social. Los filósofos Jacques Lacan, Julia Kristeva y Gilles Deleuze, emblemas intelectuales de la revuelta parisina, fueron ridiculizados en 1997 por los físicos Alan Sokal y Jean Bricmont en uno de los libros más polémicos del siglo XX, Imposturas intelectuales

Su prestigio, más allá de los pequeños círculos académicos en los que todavía a día de hoy se les rinde admiración, nunca se recuperó del golpe. El relativismo posmoderno, del que ellos eran santo y seña, sigue hoy en día vigente entre algunos sectores de la izquierda académica y política, aunque su influencia es cada vez menor, en parte por la deliberada oscuridad de sus planteamientos.

Adalides de “la imaginación al poder”

Los líderes políticos más destacados del movimiento corrieron, sin embargo, suertes más dispares. Daniel Cohn-Bendit abjuró del anarquismo, fue eurodiputado verde y apoyó durante las últimas elecciones presidenciales francesas al candidato centrista Emmanuel Macron, aunque nunca ha dejado de abogar por una “reinvención” de la democracia.

Daniel Cohn-Bendit con Macron en 2017

Macron contó con el apoyo de una figura esencial del Mayo francés: Daniel Cohn-Bendit, parlamentario europeo ecologista (arriba, en un acto de abril de 2017). Foto: Getty.

Alain Geismar, el segundo de los tres principales activistas en aquel Mayo francés, fue condenado dos veces tras la ilegalización de Izquierda Proletaria, su partido, aunque pasó pronto a integrarse en el sistema contra el que antes había luchado formando parte del gabinete de consejeros del socialista Lionel Jospin. Desde 1990 es inspector general honorario de Educación Nacional y nunca ha dejado de reivindicar la herencia sesentayochista, especialmente frente a un Nicolas Sarkozy cuya obsesión fue siempre enterrarla.

El tercero de los cabecillas del sesentayochismo, Jacques Sauvageot, murió en 2017 a consecuencia de un accidente de moto. Era el más discreto de los líderes del movimiento. Abandonó la lucha política, decepcionado, en 1976, y se convirtió en profesor de Historia del Arte y, posteriormente, en director de la Escuela de Bellas Artes de Rennes hasta 2009.

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