Algunas líneas rojas parece que van a ser repintadas. Nos aproximamos a posibles cambios de hegemonía en la política europea, mientras Estados Unidos se prepara para unas inciertas elecciones presidenciales, y en la ciudad de Járkiv, antiguo gran enclave industrial de la Unión Soviética, se decide la guerra de Ucrania.
Se va a una ampliación de la zona gris en la que pueden agregarse los partidos de extrema derecha dispuestos a participar en la gobernación europea, papel hasta ahora reservado a populares, socialdemócratas y liberales. El Partido Popular Europeo dibujó esa zona gris hace más de dos años, al empezar a fomentar alianzas nacionales con formaciones que hace unos años querían romper la Unión Europea. Algunas de esas posiciones extremas se fueron matizando, y el PPE, liderado por el bávaro Manfred Weber, comenzó a imaginar un ejército de reserva para mover toda la política europea a la derecha.
El acto de Vox en Madrid quería situar a Marine Le Pen en la zona de pactos con el PPE
El resultado óptimo para los conservadores sería repetir el pacto actual con liberales y socialdemócratas, y a la vez disponer de una segunda mayoría con los ultras. Weber ideó a tal efecto un certificado de buena conducta: solo podrían pactar con el PPE aquellos partidos de extrema derecha que acreditasen fidelidad a la OTAN y un indiscutible apoyo a Ucrania. La exigencia de ese certificado tranquilizaría a la Administración Biden, evitaría la indignación del presidente de la República Francesa y el enfado del canciller federal alemán. Formaciones como el antiguo Frente Nacional francés y Alternativa por Alemania quedarían excluidas de la zona gris, puesto que han sido abiertamente prorrusas y muy ambiguas respecto a la OTAN. Nadie podría acusar a Weber, frustrado candidato a la presidencia de la Comisión Europea en el 2019, de estar conspirando contra la estabilidad de Francia y Alemania. El modelo a seguir sería el de la primera ministra italiana Giorgia Meloni. Ayer mismo vimos a Ursula von der Leyen lanzando guiños a la primera ministra italiana en el segundo debate entre candidatos a la presidencia de la Comisión, y por la noche Alberto Núñez Feijóo se sumó al coro. El líder del PP español, que mantiene diversos pactos con Vox en el ámbito autonómico y local, cree que Meloni es perfectamente homologable. La proceso de asimilación se está acelerando. Hace siete años, los Hermanos de Italia aún propugnaban el abandono del euro, y ahora dan clases de pragmatismo atlantista. Por la mañana aceptan las directrices de Bruselas, y por la tarde censuran en la televisión pública al escritor Antonio Scurati, autor de una monumental biografía crítica de Benito Mussolini.
Los exabruptos del presidente argentino Javier Milei en el reciente mitin de Vox han impedido ver con claridad el más interesante significado de ese acto: en Madrid se celebró el domingo una ceremonia ecuménica de toda la extrema derecha europea, sin solicitud de certificados y sin pedir permiso a Weber. Santiago Abascal invitó a Marine Le Pen, jefa del antiguo Frente Nacional francés, y a Viktor Orbán, primer ministro húngaro. También quería contar con Meloni en el escenario, pero esta declinó viajar a España, por prudencia. No le convenía. No iba a tirar por la borda dos años de hábil transformismo, puesto que espera tener un papel central en las negociaciones para la futura Comisión Europea. Meloni habló por streaming. Se divirtieron con Milei y hubo una verdadera comunión espiritual.
Al cabo de dos días, Le Pen y el infeliz Matteo Salvini, en deriva marginal, rompían con Alternativa para Alemania, después de que su candidato a las europeas, Maximilian Krah, declarase que no se podían considerar criminales a todos los que vistieron el uniforme de las SS, la guardia personal de Adolf Hitler. Ante el impacto de sus palabras, Alternativa para Alemania le ha obligado a renunciar.
Ha empezado la ampliación de la zona gris, y pronto sabremos si bastará con mantenerse a distancia de las SS para acceder a la Comisión Europea y a sus escalones inferiores.