actividadES HaliéuticaS En Hispania.
dE la PESca al garvm
darío BErnal-caSaSola
1.
roMa, HErEdEra dE una larGa tradición
Las sociedades costeras en la Antigüedad han vivido siempre de los recursos marinos, en mayor o menor medida. Desde el Paleolítico tenemos evidencias claras de esta
relación del hombre con el mar, plasmadas en los motivos pisciformes del arte rupestre
y en la presencia de restos de peces y moluscos en los yacimientos arqueológicos. Los
fenómenos de aceleración cultural vividos en Extremo Occidente como resultado de
las primeras presencias fenicias desde el Bronce Final también afectaron a las pesquerías, como a muchos otros aspectos de la vida cotidiana. A partir del siglo viii a.C.
aproximadamente tenemos evidencias arqueológicas en nuestros yacimientos de dos
indicadores que nos acompañarán hasta al menos la Antigüedad Tardía: las ánforas,
vasijas concebidas para el transporte marítimo a larga distancia, que también se destinaron al envasado del pescado en salazón, y que a partir de ahora permiten un campo
de estudio de sumo interés para la economía antigua; y el instrumental de pesca, que
desde época fenicia al menos es en parte metálico y muy especializado, contando con
los primeros anzuelos de bronce que permiten reflexionar sobre las especies explotadas
y sobre la economía marítima. Roma, sabedora del bien hacer de sus predecesores supo
aprovechar, reciclar, innovar y difundir estos saberes fenicio-púnicos sobre los menesteres pesquero-conserveros, que tradicionalmente llamamos haliéuticos en recuerdo del
conocido tratado De la Pesca o Haliéutica, de finales del s. ii d.C., escrito por el poeta
griego nacido en Cilicia, Opiano, una de nuestras principales fuentes documentales.
Mucho se ha escrito sobre las pesquerías, las almadrabas y las factorías de salazones
romanas, desde la época de García y Bellido, sabedores de la importancia del atún para
las ciudades litorales, especialmente del sur de Hispania, como nos transmiten múltiples
fuentes grecorromanas y como ilustran magistralmente los reversos de muchas series
de los talleres monetales, desde Salacia (Alcácer do Sal) hasta Abdera (Adra), con uno
o dos atunes en reverso, siguiendo los patrones impuestos por Gadir/Gades desde el
s. iii a.C. Pero sin duda fue un investigador, Michel Ponsich, quien sentó las bases
sobre los estudios haliéuticos en el Mediterráneo Occidental, entre los años sesenta
y ochenta del siglo pasado (PONSICH y TARRADELL, 1965; PONSICH, 1988),
marcando una tendencia metodológica interdisciplinar que se ha transmitido hasta
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DARÍO BERNAL-CASASOLA
nuestros días. Y que consiste en una sabia —pero compleja al mismo tiempo— mezcla
entre la información que aportan las fuentes literarias, normalmente de carácter generalista, con la retrospectiva histórica (información sobre las pesquerías tradicionales en
la zona de estudio), que a veces puede contar incluso con datos de la tradición oral e
incluso etnográficos, como para el instrumental de pesca; permitiendo extrapolaciones
y paralelismos, aunque con no poco riesgo (pues a veces la tradición en una región lo
es para nosotros, pero no para las sociedades romanas que estamos estudiando, ajenas
a la misma); y necesitado todo ello de la colaboración de los biólogos pesqueros, para
el conocimiento de la etología de las especies y de sus hábitos, para poder interpretar
bien el registro arqueológico. Además de ello, Ponsich supo demostrar que las pesquerías forman parte de lo que hoy llamamos macro-economía, pues los capitales que
requerían las almadrabas dependían de las ciudades o de los sectores más pudientes de
la sociedad hispanorromana; el comercio del garum, a pesar de no estar fiscalizado por
el Estado, seguía los mismos caminos y rutas que el aceite del Valle del Guadalquivir; y
los caladeros superaban los límites jurídico-administrativos, de ahí que él se encargase
de estudiar de manera conjunta el denominado «Círculo del Estrecho», esa región
geo-histórica que aúna el sur de la península ibérica con el norte de África occidental,
y que se plasma en el rosario de factorías de salazones diseminadas a ambas orillas, europea y africana, del estrecho de Gibraltar. Y además, evidenció cómo la comprensión
de estos procesos requería una afinada metodología, que aunaba el conocimiento de
las especies pescadas, la sal, los establecimientos de procesado o cetariae, las ánforas
de transporte, los hallazgos subacuáticos y todos los elementos de una interminable
lista, que provocaba el estudio de los alfares productores de ánforas salazoneras con los
pecios donde las mismas se encontraban en tránsito; los mosaicos con representaciones
de peces con las ictiofaunas arqueológicas (huesos) recuperadas en las excavaciones; y
donde el conocimiento de las por él en su momento definidas como «industrias anejas»
era clave para entender el alcance del garum en la sociedad hispanorromana. Trabajos
de síntesis posteriores han seguido similares presupuestos metodológicos (ÉTIENNE
y MAYET, 2002), con las consecuentes actualizaciones resultado del mayor grado
de desarrollo de las técnicas disponibles y de la hiper-especialización del arqueólogo
del siglo xxi. Actualmente España es uno de los ámbitos geográficos más relevantes a
escala internacional en estas temáticas de Arqueología de la Producción, tanto por el
destacado nivel de los estudios arqueo-zoológicos como por los estudios de detalle de
yacimientos pesqueros, como es el caso de la ciudad hispanorromana de Baelo Claudia.
El estudio de la pesca y de la industria conservera —aspectos íntimamente relacionados pero con autonomía propia—, que pueden ser analizados por separado si
conviene, requiere, como en muchas otras temáticas del artesanado hispanorromano,
recurrir a la comprensión y análisis de la cadena operativa del proceso, empezando
por la obtención de los recursos marinos y terminando en el análisis de los contextos
de consumo. Es lo que ha sido denominado en los últimos años el «ciclo haliéutico»
(BERNAL, 2016), que aconseja la organización de la información en dos esferas (ámbito productivo y comercialización), y cinco pasos-llave interconectados (fig. 1). A lo
largo de estas páginas sintetizaremos los principales elementos de cada una de estas
ACTIVIDADES HALIÉUTICAS EN HISPANIA. DE LA PESCA AL GARVM
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Fig. 1. Fases del ciclo haliéutico, para el estudio integrado productivo y comercial de los derivados piscícolas,
con los principales indicadores arqueológicos (retocado sobre BERNAL, 2016, 190, fig. 6,1), además de
las fuentes documentales.
fases, que como podrá advertir el lector afectan a prácticamente todos los aspectos de
la arqueología hispanorromana, desde la arqueozoología y a los pecios hundidos; o
desde la ceramología a las arqueometría.
2.
¿qué SE PEScaBa En laS coStaS dE Hispania? (faSE i)
La determinación de los recursos marinos objeto de explotación es el aspecto crucial
en la primera fase de la investigación. Para aproximarnos a ellos hay diversas fuentes.
Tradicionalmente, se han utilizado las fuentes clásicas, pensando sobre todo en el
prestigiado atún gaditano o sexitano y en las caballas, reyes y reinas respectivamente
de la producción piscícola; aunque existieron otros recursos muy diversos como por
ejemplo ilustra Estrabón en su Geografía al referirse a Carteia: «…se encuentran buccinas y púrpuras de diez cótilas, y que en puntos más allá de las Columnas la murena
y el congrio pesan hasta más de ochenta minas, el pulpo un talento y que los calamares
y especies afines miden dos codos» (III, 2, 7, 76-78). Hoy sabemos que esta información es de mucha ayuda, pero que no puede ser extrapolada a cualquier yacimiento
hispanorromano, y tampoco exportar el modelo a otras regiones (evidentemente las
pesquerías no son las mismas en Baetica que en Gallaecia).
Ya hemos recordado cómo la moneda ayuda, representando el atún la principal
actividad económica de la zona, además de encontrarse protegido por la divinidad
(Melkart en los anversos). Con otras fuentes iconográficas hay que tener precauciones,
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DARÍO BERNAL-CASASOLA
como por ejemplo la pintura mural o el mosaico, pues en ocasiones las especies representadas aluden más a la moda decorativa o a los gustos del dominus de la propiedad
en la que se han recuperado que a la existencia real de dichas especies en los litorales
cercanos (un buen ejemplo de estas tendencias son las figuraciones de fauna nilótica
en Occidente, claramente ajenas a la local).
Pero sin duda la fuente fundamental por su carácter directo es la arqueozoología,
es decir el estudio de los restos del esqueleto de los organismos marinos que encontramos en los yacimientos. Con dos sub-disciplinas específicas: la arqueo-ictiología —o
caracterización de los peces— y la malacología —estudio de los bivalvos y gasterópodos
marinos—. En la última generación se han multiplicado exponencialmente los datos,
gracias a unas adecuadas técnicas de muestreo: el empleo de mallas muy finas para el
cribado del sedimento es clave para la recuperación de las especies pequeñas (como
sardinas o boquerones), que de lo contrario desaparecen del registro; o al menos la
recuperación y almacenaje de sedimento en las excavaciones, que permitan futuros
estudios si en el momento no es posible realizar un exhaustivo análisis arque-zoológico
(MORALES, 2015). Todo ello ha cambiado por completo nuestra percepción actual,
ya que los taxones ícticos en los yacimientos bien estudiados son múltiples y muy diversificados, siendo los mejores ejemplos estudiados en Hispania el Castillo de Doña
Blanca para época prerromana y Baelo Claudia para la Antigüedad Clásica. Atunes a lo
largo de toda la secuencia, desde época republicana al s. v o vi d.C., sin duda el recurso
más valorado, por sus propiedades y por su tamaño (se llegaron a capturar túnidos de
más de 300 k de peso). Si tuviésemos que destacar algunas especies serían precisamente
el atún rojo (Thunnus thynnus), los estorninos o caballas (Scomber colias), las sardinas
(Sardina pilchardus) y los boquerones (Engraulis encrasicolus). Aunque si atendemos en
detalle a las especies de peces documentadas en un yacimiento bien estudiado, como la
citada Baelo Claudia, la cifra se multiplica exponencialmente: además de los anteriores
está constatada la presencia de aligotes, borriquetes, brecas, lisas, llampugas, meros,
mojarras, pargos, petos, salemas, sargos o urtas, además de varios tipos de tiburones
—marrajos, musolas, cazones o el tiburón gris— o incluso cetáceos, que posiblemente
eran objeto también de pesca intencional. Una dinámica similar la encontramos en el
caso de la malacofauna, mejor estudiada por cuestiones de conservación —se preservan
las conchas con más facilidad-: en la tarifeña Bolonia se han identificado hasta la fecha
12 especies de bivalvos y 15 de gasterópodos, entre las cuales destacamos sobre todo las
ostras (Ostrea edulis), por sus propiedades organolépticas y por su destino a los paladares
más refinados de la sociedad romana, no pudiendo faltar en ningún banquete de postín;
las almejas en sentido amplio (berberechos, corrucos…), las cañaíllas —sobre las que
luego volveremos— y las caracolas; o las lapas (patélidos) y los burgaíllos (Phorcus lineatus y otras especies), estos últimos recolectados a mano en el intermareal y separados de
las rocas con lancetas metálicas, lo que remite a unas habituales prácticas de marisqueo
complementarias a la pesca en aguas abiertas (BERNAL, EXPÓSITO y DÍAZ, 2018).
Una mezcla entre la pesca recreativa —muy ilustrada en la pintura parietal o en
monedas como la de la ceca de Carteia—, la pesca artesanal y la industrial, pues no
parece existir un modelo predefinido, que por sobre-explotación haya provocado la
ACTIVIDADES HALIÉUTICAS EN HISPANIA. DE LA PESCA AL GARVM
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necesidad de recurrir a especies cada vez más pequeñas por agotamiento de las más
lucrativas —túnidos—. Es evidente que esta última, como veremos en el siguiente
apartado, es la que marcó la tendencia fundamental en la Hispania costera, centrada
sobre todo en la explotación de los grandes migradores: el atún o «cerdo del mar»,
pues de él se aprovechaba todo; y en la pesca con red de peces medianos y pequeños
(caballas y sardinas/boquerones sobre todo). Las activas interconexiones marítimas y el
prolífico comercio atlántico-mediterráneo provocaron la presencia de las hoy llamadas
«especies invasivas», pues algunas se llevaban incluso a kilómetros de distancia para
satisfacer a los paladares más exigentes o a las personalidades más excéntricas, como
nos informan las fuentes documentales y a veces el registro arqueológico; y quizás
fenómenos de sobrepesca, aún no demostrados empíricamente por la fragilidad del
registro, pero cuya tendencia se advierte en el mayor tamaño (biometría) de los huesos
o conchas procedentes de los yacimientos romanos o tardoantiguos si los comparamos
con los actuales.
Para el futuro, habrá que desarrollar algunas temáticas aún embrionarias, como la
pesca en lagos, estuarios o ríos, necesitadas de investigación monográfica. O el aprovechamiento de especies como los cefalópodos, los crustáceos, los equinodermos, las
tortugas marinas, las focas y otros recursos, no solo aquellos destinados al consumo sino
a la elaboración de bienes utilitarios o suntuarios como las esponjas, las perlas, el coral o
la seda marina (una síntesis de todo ello en las páginas de BERNAL-CASASOLA, 2011).
3.
artES dE PESca, ¿cóMo SE PEScaBa y MariScaBa? (faSE ii)
Anzuelos y pesas de red han sido compañeros habituales de los yacimientos arqueológicos costeros desde el Paleolítico a época moderno-contemporánea. Su localización
e identificación permitía ilustrar la existencia de pesquerías entre las actividades productivas de las comunidades que los habían generado, sin mayores inferencias. Desde
hace aproximadamente una década se han realizado estudios de detalle del instrumental
pesquero, los cuales permiten hoy en día disponer de algunas tipo-cronologías y de una
metodología de caracterización que está aportando buenos resultados e interesantes
perspectivas (BEKKER-NIELSEN y BERNAL, 2010). Podemos decir actualmente que
el instrumental de pesca se clasifica en tres grandes grupos: anzuelos, pesas o lastres, y
otro instrumental, además de las agujas de red y las lanzaderas —elementos apuntados
con sendos remates ahorquillados en los extremos— utilizados para coser o para reparar
redes, que recientes estudios demuestran ser la ordenación más coherente y operativa
del registro arqueológico (VARGAS GIRÓN, 2017).
Los anzuelos en época romana eran mayoritariamente de bronce, derivados de la
tipología fenicio-púnica, y en casi todas las ocasiones simples (con una sola punta) y
con el extremo de la pata martilleado, para facilitar la retención del sedal, frente a los
modelos de astil ranurado en horizontal más habituales de épocas precedentes. Los
escasos ejemplares dobles o múltiples quizás se traten de poteras, destinados a la pesca
de cefalópodos —calamares o pulpos—. Su tamaño oscila notablemente (entre 1 y
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DARÍO BERNAL-CASASOLA
10 cm aprox.), el cual es directamente proporcional al tipo de captura al cual están
orientados, pero no debemos olvidar los problemas de equi-finalidad: no es posible
saber a través de su estudio —sin recurrir a técnicas de ADN aún no generalizadas en
la investigación cotidiana— la/s especie/s para cuya pesca fueron preconcebidos, ya que
aunque así fuese luego con el mismo aparejo se pueden capturar peces muy diversos.
Las pesas permiten aproximarnos, por su morfología y por el tipo de material, a
las artes para las que se usaron. Normalmente en época romana el material más habitualmente utilizado es el metal, y sobre todo el plomo por su mayor peso específico
y por su resistividad a la corrosión, binomio del cual eran perfectos conocedores los
romanos. Aunque existen pesas realizadas en cerámica y en piedra, las primeras son
poco frecuentes, y las segundas mucho menos abundantes y limitadas a algunos tipos
de artes concretos. La tipología de las mismas es amplia y diversificada (con más de
veinte categorías), y permite realizar inferencias, como por ejemplo en el caso de las de
sección tronco-piramidal (con o sin orificio/argolla superior), destinadas a la pesca con
caña o sedal; las láminas plúmbeas de pequeño tamaño y peso, que martilleadas sobre
el cabo del perímetro exterior permitían lastrar las redes de mano conocidas como el
amphiblestron, comúnmente denominadas atarrayas o esparaveles; o las grandes pesas
cilíndricas de plomo y de cierto peso, también martilleadas sobre la relinga inferior de
los paños de red, a través de cuyo diámetro podemos inferir indirectamente el tamaño
de las artes que lastraban, discerniendo entre las jábegas jaladas a mano desde la costa
por pocos piscatores a las almadrabas. El restante instrumental es poco habitual, siendo
excepcionales en Hispania, frente a otras zonas geográficas como por ejemplo Egipto,
los arpones o tridentes; mientras que sí existen otros elementos aparentemente de origen
local como los ganchos o «bicheros», utilizados para el izado de las grandes piezas a las
embarcaciones, y conocidos desde época púnica en adelante. Algunas artes tradicionalmente usadas en las costas españolas no es seguro que hundan sus raíces en la Antigüedad, como los corrales semicirculares de piedra construidos en el intermareal, o los
cadufos/alcatruces (vasijas cerámicas perforadas) apalangrados para la pesca de pulpos.
La iconografía es la fuente fundamental en este aspecto, especialmente la musivaria,
ya que el pescador constituye un motivo habitual en los paños decorados con teselas
que ornaban domus, thermae y otros edificios públicos y privados hispanorromanos.
Aunque conocemos algunos ejemplos hispanos —como los de Italica o la Vega Baja
de Toledo entre algunos otros— son sin duda los espectaculares mosaicos tunecinos
los más útiles a estos efectos, como el conocido del s. ii d.C. que ilustramos (fig. 2). En
él se advierte la pesca desde pequeñas embarcaciones usando sistemas diversos: caña,
esparavel o red arrojadiza de mano, pequeñas redes de cerco y múltiples nasas —de
cestería— unidas por un cabo. Es ésta la gran complejidad: poder demostrar con claridad y rigor la existencia de determinadas técnicas de pesca en la Hispania romana.
Algunas son evidentes, como la pesca con caña, ya que la misma aparece evidenciada
en la conocida ceca de Carteia, con el motivo del pescador, emisión fechada en época
augustea aproximadamente. Pero para otras solo podemos plantear conjeturas, como
es el caso de los palangres —múltiples anzuelos unidos a un único cabo, a veces centenares— propios de muchas zonas del litoral hispánico y constatadas en yacimientos
Fig. 2. Mosaico tunecino con escenas de pesca, procedente de Hadrumetum (Museo de Susa, Túnez).
romanos del ámbito vesubiano, como Herculano o Villa San Marco en Stabiae: aunque
más que probable, no tenemos evidencias arqueológicas, ante el carácter perecedero de
la materia orgánica, para demostrar su uso en nuestras tierras, al menos por el momento.
Un caso especial lo representan las almadrabas, artes tradicionales de pesca tenidas
por milenarias para la pesca del atún. Las almadrabas son redes de cerco, de las cuales
la más antigua es la denominada «de tiro y vista», consistente en varios paños de red
concéntricos, armados desde la playa con botes, que rodeaban al cardumen de túnidos
y que luego eran traídos a la playa jalando de las redes por medios manuales. Mosaicos
tunecinos como el de El Alia reproducen con precisión esta técnica ancestral. Opiano, en
su citada Haliéutica, describe con detalle la pesca del atún: «un hábil vigía de atunes, el
cual hace conjeturas acerca de los variados cardúmenes que se aproximan, y de su clase
y número, e informa a sus compañeros. Inmediatamente se despliegan todas las redes
a modo de ciudad entre las olas, pues la red tiene sus porteos y en su interior puertas y
más recónditos recintos. Rápidamente los atunes avanzan en filas… y rica y excelente
es la pesca» (III, 637-644). Existe un debate actual, ya que algunos autores consideran
que estas almadrabas móviles fueron las únicas existentes en la Antigüedad, y que las
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DARÍO BERNAL-CASASOLA
fijas, caladas a fondo y permanentes (denominadas «de buche» y «de monteleva») responden a desarrollos tecnológicos llegados en época medieval avanzada desde Oriente
y desde Sicilia (GARCÍA VARGAS y FLORIDO, 2011). Frente a otros, que valoran
la posibilidad de que algunas artes fijas existiesen ya en época preislámica, basándose
para sustentar esta hipótesis en las alineaciones de anclas o de cepos localizadas en varias
zonas del Mediterráneo y del Atlántico.
Respecto a los oficios de las almadrabas, las famosas inscripciones de Pario en el
Mar Negro, de época tardorrepublicana, detallan con claridad los trabajos almadraberos
y la existencia de corporaciones de pescadores para gobernarlas (CIG II add. 3654b).
En Hispania carecemos de testimonios similares, pero es muy probable que el esquema
fuese muy similar (un arrendatario, jefes de redes, avistadores y patrones de botes),
pues además es muy parecido al que encontramos desde época bajomedieval en las
almadrabas del Ducado de Medina Sidonia, en el Estrecho de Gibraltar. Es importante
recordar que la pesca con almadraba, muy lucrativa, requería de la inversión de grandes
capitales, y de ahí la necesidad de contar con corporaciones (gremios) de pescadores y
vendedores (piscatores et propolae), a veces citados en las inscripciones, como en la de
época altoimperial de Carthago Nova (CIL II, 5929). Y concesiones municipales o al
menos de la implicación de los municipia en uno u otro sentido. Estas artes posiblemente hunden sus raíces en época fenicio-púnica, aunque sea difícil demostrarlo, y en
época romana debieron hacerse más grandes y operativas, sentando las bases de estos
milenarios aparejos que han llegado hasta nuestros días.
4.
cetariae y laS ciudadES conSErvEraS HiSPanorroManaS (faSE iii)
Una vez obtenidas las capturas, el siguiente paso era su procesado. En el caso de
los grandes atunes, su desangrado y eviscerado era posiblemente realizado a pie de
costa, lo que justifica que en algunas ocasiones encontremos «pudrideros piscícolas»
en la playa, como en la gaditana ensenada de Bolonia (Punta Camarinal). Desde época
prerromana sabemos de la existencia de edificios centrados monográficamente en el
procesado de recursos marinos, bien conocidos desde al menos el s. v a.C., especialmente
en la bahía de Cádiz (Pinar Hondo P-10 o Las Redes) o en Málaga (Cerro del Villar),
pero cuya visibilidad arqueológica es reducida, ya que debieron ser muy abundantes
por todo el litoral, y a veces resulta difícil identificarlos. Es precisamente el hallazgo de
cubetas destinadas a la salazón (hipogeicas, de forma angular, revestidas de hormigón
hidráulico con molduras de cuarto de bocel en las uniones de los paramentos, y con
poceta circular central para la limpieza) el indicador arqueológico más claro al respecto.
Las cetariae o fábricas de salazón romanas (también denominadas chancas o saladeros) se conocen muy bien, pues responden a un modelo funcional bien establecido,
ajustado a las necesidades del lugar. Se conocen unas trescientas instalaciones de estas
características en el Mediterráneo Occidental (accesibles a través del Laboratorio Virtual
de la RAMPPA, http://ramppa.ddns.net), y de ellas las mejor conservadas son las de
Cotta en Marruecos y Baelo Claudia en Cádiz, que es la que utilizamos como modelo
ACTIVIDADES HALIÉUTICAS EN HISPANIA. DE LA PESCA AL GARVM
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explicativo (fig. 3). Recordamos que la producción de salazones podía ser tanto urbana (barrios conserveros instalados en el interior de las ciudades, como ejemplifican
la propia Baelo y muchas otras ciudades hasta Olisipo —Lisboa—), periurbana (Sexi,
Lixus o vicus productivos como Villa Victoria en Carteia) o rural, en este último caso
a través de las instalaciones productivas vinculadas a las partes fructuariae de las villae
romanas (como en la Finca del Secretario de Fuengirola); o bien en saladeros aislados,
de los cuales tenemos múltiples ejemplos en las costas de Hispania.
La cadena operativa requería, en primer lugar, la existencia de un thynnoskopeion
o torre para avistar atunes, que a veces se situaba en la propia fábrica (como en Cotta)
o en algún altozano costero, no siendo por ello siempre de obra. Se requería en primer
lugar una sala para el procesado de las capturas, pavimentada con opus signinum debido
al empleo de agua, y a veces con cubetas para los residuos. Precisamente la necesidad de
agua para la limpieza del pescado y para la elaboración de conservas requería la construcción de cisternas bajo las propias fábricas o bien de pozos; e incluso ramales de los
acueductos o canalizaciones del sistema de abastecimiento público eran desviados para
Fig. 3. Vista aérea del barrio pesquero-conservero de la ciudad hispanorromana de Baelo Claudia, con las fábricas de salazones
y las piletas en su interior.
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DARÍO BERNAL-CASASOLA
nutrir del líquido elemento a las instalaciones fabriles. En ocasiones se disponían largas
mesas de madera, de las cuales nos quedan los muros de sustentación, como en Cotta;
o se reutilizaban grandes vértebras de cetáceos como mesas de corte, como en Iulia
Traducta o en Baelo . Estos pavimentos solían constituir la parte central de las fábricas
conserveras, y en torno a ellos se colocaban superestructuras de madera usadas como
secaderos de pescado y de otros productos. De las tareas de despiece quedan evidencias
en los huesos, cuyo análisis tafonómico permite reconstruir los procesos selectivos de
corte ya usados por los romanos (el llamado «ronqueo»), que ha podido ser modelizado
en Baelo Claudia, y que evidencia la delicadeza y profesionalidad de estos menesteres
(amplia información en ARÉVALO y BERNAL, 2007; BERNAL et alii, 2017).
A continuación se pasaba al área de saladeros, donde en las piletas se maceraba
el pescado. En época romana se realizaban sobre todo dos tipos de conservas: atún en
salazón, llamado salsamentum, muy similar al bacalao salado y seco que aún se puede
comprar en nuestros mercados: se elaboraba en varias semanas, resultado de apilar
en las cubas capas alternantes de sal y de tacos de carne, lacerados en superficie para
facilitar la penetración del «oro blanco», como nos explican Columela y otros autores.
Y en ocasiones condimentados con especias aromáticas. La identificación de salsamenta
en las excavaciones es muy compleja, ya que al tratarse de materia orgánica la misma
desaparece del registro, y solamente se puede verificar su presencia si los tacos de carne
se salaron con piel, como sucede en las últimas excavaciones realizadas en Bolonia. El
otro gran tipo de productos eran las salsas de pescado, muy afamadas y consumidas
en la Antigüedad, desde la mesa del emperador a la dieta cotidiana de militares y de
la población hispanorromana. Es el conocido genéricamente como garum, descrito
en las fuentes grecorromanas y en los recetarios (desde el de Apicio a los Geopónica),
y citados asiduamente en las inscripciones pintadas de las ánforas (tituli picti; fig. 4).
Se elaboraba en las piletas de salazón, en las cuales se maceraban las partes no cárnicas
del atún (cabeza, piel, huesos, vísceras o hipogastrios) en sal, para evitar la putrefacción;
un producto al cual se le añadían al antojo del cocinero toda una amplia variedad de
ingredientes: desde vino a sangre, lo que provocaba la variedad del producto final
(desde el reputado y carísimo garum haimation o de sangre al oenogarum). A veces
se elaboraba con peces pequeños completos, los cuales se fermentaban en sal, lo cual
facilita su identificación en las piletas, al aparecer con miles de huesos en su interior.
El producto resultado de la fermentación del pescado en sus propios «jugos» era al
final sometido a un proceso de filtrado. El cual provocaba la aparición de una fracción
líquida, el verdadero garum (que a veces también se denominaba liquamen); y de un
residuo sólido, mayoritario en términos cuantitativos, denominado allec o hallex,
similar a un paté. De este proceso existen múltiples variedades, y por ello diversos
productos y derivados, que van de la muria al laccatum o al lymphatum, entre otros,
algunos no bien caracterizados arqueológicamente aún. Estos productos han desaparecido de la dieta actual desde época tardorromana, si bien en otros ámbitos del globo
se conservan y consumen cotidianamente, como es el caso de Extremo Oriente, donde
salsas piscícolas se degustan desde Tailandia a Japón, pasando por Laos, Camboya o
Vietnam.
ACTIVIDADES HALIÉUTICAS EN HISPANIA. DE LA PESCA AL GARVM
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Fig. 4. Inscripción pintada en un ánfora bética (Dressel 12) procedente de Arlés, en la cual se hace
referencia al contenido envasado: Flor de garum de caballa con dos años de solera -G(ari) Scombr(i)
Flos AA(nnorum duorum)- .
Pero no solo se procesaban atunes y caballas en estas instalaciones. Investigaciones
de los últimos años evidencian la importancia de los moluscos (bivalvos y gasterópodos marinos), también usados en las cetariae para elaborar salsas y otras conservas:
no olvidemos la importancia de las ostras y su relación con las clases dirigentes y los
banquetes de lujo. Quizás el producto «estrella» resultado del procesado de la malacofauna fue el machacado de los murícidos para la obtención del tinte púrpura, fabricado
en estas mismas instalaciones conserveras, como verifica el hallazgo de concheros con
cañaíllas (normalmente Hexaplex trunculus) junto a las fábricas, como en Metrouna o
en la propia Gades. Para la obtención de un gramo del preciado tinte era necesario el
procesado de más de cinco mil cañaíllas, machacadas para la obtención de la glándula
cnidamentaria que se procesaba in situ, lo que provocaba la producción de cientos de
kilos de carne de estos gasterópodos marinos que era utilizada para preparados alimenticios diversos. Así debía producirse desde el Islote de Lobos en Canarias a las Insulae
Baleares —donde por cierto se encontraban los baphia o lugares de producción oficial
de púrpura en época tardorromana—, pasando por el Fretum Gaditanum, ámbito este
último que ha deparado múltiples novedades sobre estos talleres artesanales (Carteia,
Gades o Septem en Tingitana).
Investigaciones de la última década han demostrado el empleo en estas instalaciones conserveras romanas de todo tipo de productos. Erizos, crustáceos y cefalópodos
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para la elaboración de garum. Carne de tiburones y otros condrictios. Y mamíferos
marinos —delfines, focas y hasta ballenas— en salazón, productos recomendados por
algunos médicos como el propio Galeno; y posiblemente subproductos derivados de
ellos, casi invisibles en el registro, de los cuales únicamente nos resta la industria ósea
de sus grandes carcasas, reutilizada. Pero además también se salaba la carne de mamíferos terrestres en estas chancas gaditanas, de vaca, cerdo, oveja y cabra, como han
demostrado los hallazgos de las cetariae de Algeciras en época tardorromana. Y eran muy
abundantes los molinos rotatorios manuales, usados para triturar la piel y los huesos
del pescado previamente secado, con el objetivo de elaborar harina y aceite de pescado,
e incluso pegamentos, como nos informan las fuentes clásicas tales como Eliano en su
Historia de los Animales, y como ha sido posible demostrar científicamente analizando
los residuos presentes en la parte activa de algunos de estos instrumentos de molienda.
Además de las salas destinadas a la preparación, maceración y fermentado de los
alimentos marinos, en las cetariae eran imprescindibles los almacenes para el acopio
de la sal, el «oro blanco» sin el cual era imposible preservar los alimentos de origen
marino; pues aunque el secado y el ahumado existían como técnicas de conservación,
la salazón era el procedimiento más habitual. Las grandes plataformas en el intermareal
para facilitar la obtención de sal por evaporación eran solo posibles donde la geomorfología era propicia para ello, lo que dio lugar en la Antigüedad a un activo comercio de
sal, transportada en las bodegas de las naves onerarias, en los conocidos fletes de ida y
vuelta, cuyas bodegas debían siempre ir cargadas para asegurar una conveniente travesía.
Horrea también para el almacenaje de los recipientes destinados a la comercialización del producto, las ánforas, presentes a millares en estas instalaciones; y para la
reparación, custodia y almacenaje de los aparejos pesqueros, que en ocasiones —como
en el caso de las redes— requerían cierta superficie. Por último, en algunas fábricas
conserveras se han localizado calas calefactadas a través de hipocaustos, utilizadas quizás para acelerar los procesos de maceración de las salsas por termo-alteración, aunque
existen otros posibles usos (como el calentamiento de agua de mar para obtener sal por
ignición; o para procesar los subproductos de la caza de cetáceos, entre otros).
Tampoco debemos olvidar la importancia de la acuicultura, práctica que los romanos se atribuyeron, considerando a Sergius Orata el inventor de la piscicultura en
los lagos y costas de la Campania en época republicana, si hacemos caso a Cicerón,
a Varrón y a otros autores. Y que pronto exportaron a las provincias, pues en Hispania encontramos estanques de acuicultura en algunas villae maritimae del s. i a.C.
en adelante instaladas en las costas de la Tarraconense meridional (Jávea, Calpe y El
Campello), y que llegan hasta el litoral de Baetica, como refleja la piscina del Cabo
Trafalgar en Barbate. En ellas se cultivaban doradas, lenguados, salmonetes o lubinas,
además de las morenas, uno de los productos más apreciados; y mejillones y ostras,
que tanta fama dieron a las costas de Ilici, y que sabemos se cultivaban en la bahía de
Algeciras en pleno siglo v d.C., por lo que debió de tratarse de prácticas generalizadas
en Hispania, también difíciles de demostrar arqueológicamente.
Por último, recordar que algunas de nuestras ciudades hispanorromanas contaron,
además de los barrios pesquero-conserveros intra moenia, con tiendas para la venta
ACTIVIDADES HALIÉUTICAS EN HISPANIA. DE LA PESCA AL GARVM
657
de garum y salsamenta: de las cuales conocemos con seguridad tres: una en Emporiae,
otra en Barcino y una tercera en Baelo Claudia, todas ellas dotadas de menos piletas y
más pequeñas que las grandes fábricas conserveras, que debieron actuar a la vez como
talleres haliéuticos para la redistribución de sus productos, y posiblemente para la
confección de garum a pequeña escala; similares a la conocida Tienda del Garum de
Pompeya (I, 12, 8).
5.
dE la vEnta al conSuMo (faSES iv y v)
Los menesteres haliéuticos, junto a casos como el vino itálico o al aceite del Baetis,
constituyeron posiblemente los primeros negocios de carácter internacional. El carácter
«ecuménico» de la salazón de pescado hunde sus raíces en época fenicio-púnica, ya
que sabemos por los comediógrafos áticos y por yacimientos como Corinto, Atenas
u Olimpia que el garum Gaditanum llegó desde al menos el s. v a.C. a los principales
mercados del Egeo. No hay yacimiento alguno del Imperio romano donde no se consumiesen los atunes salados, las caballas y las sardinas y boquerones fermentados de
las costas hispanas. Desde los campamentos de Britannia a la Mauretania Tingitana,
o desde el limes renano-danubiano al desierto del Neguev o a Egipto. E incluso fuera
de los límites del Imperio, desde Lobos en Canarias a Berenike en el Mar Rojo, o
incluso a Arikamedu en la bahía de Bengala, donde los mercatores romanos supieron
garantizar el suministro de salazones hispanas, especialmente béticas. No eran como en
nuestros días solamente productos de lujo («gourmet», como decimos habitualmente),
aunque no faltaban las salsas caras, cuyos precios eran solamente comparables a los
de los perfumes más refinados, como los recuerdan las tarifas del Edictum de Pretiis
de Diocleciano; sino que eran consumidos por toda la sociedad, existiendo calidades
diversas, asequibles a todos los bolsillos. Era la manera de introducir en la dieta de los
humanos la necesaria cantidad de sal sin la cual no es posible vivir, además de constituir
productos no perecederos, que podían durar meses y hasta años.
Los mercados de consumo de la salazón hispanorromana fueron variando a lo largo
del tiempo, pero encontraron siempre en las ciudades y en los lugares de acantonamiento de las tropas, abastecidas por la annona, sus principales receptores. Los mapas
de distribución de las ánforas salsarias constituyen la mejor manera de aproximarnos
a estas cuestiones macroeconómicas, diríamos hoy.
Fueron precisamente las ánforas las principales encargadas del comercio a larga
distancia de estos productos, y los pecios hundidos dan buena cuenta de su importancia
y de las rutas comerciales: un buen ejemplo es el del Bou Ferrer en aguas alicantinas,
de época neroniana y en fase de excavación actualmente, con varios millares de ánforas salsarias gaditanas estibadas en su bodega, un cargamento monográfico de más de
un centenar de toneladas de garum. También conocemos a los agentes comerciales,
navicularii —armadores— y especialmente a los comerciantes o mercatores, gracias
sobre todo a las inscripciones pintadas de las ánforas, que nos proporcionan sus tria
nomina, y que han sido estudiadas por epigrafistas y prosopógrafos, danto buena cuenta
658
DARÍO BERNAL-CASASOLA
de las interrelaciones de estos personajes con algunas de las familias hispanorromanas
de más alta alcurnia. De algunos de ellos conocemos datos en la epigrafía lapidaria,
como es el caso del malagueño P . Clodius Athenio, un conocido negotians salsarius
quinquennalis corporis negotiantium Malacitanorum, citado en una inscripción de Roma
del s. ii (CIL VI, 9677), buen ejemplo de la internacionalización de estos negocios
haliéuticos.
Desde un punto de vista cronológico, conviene recordar para terminar que las
pesquerías continuaron su andadura en época romano-republicana, intensificadas
respecto a época precedente, como demuestra el progresivo aumento de cubicaje
de las piletas de salazón entre época tardopúnica y romana, multiplicándose exponencialmente; si bien las mismas alcanzaron su momento de mayor productividad
entre la época de Augusto y momentos tardo-antoninos, como confirman todos los
indicadores disponibles: más figlinae —talleres productores de ánforas— activas en
estos momentos y más pecios cargados con ánforas béticas entre los siglos i y ii d.C.,
entre otros. Interesante es también recordar que superado el momento de debilidad
de la economía hispanorromana de mediados del s. ii y del siglo iii d.C., las pesquerías
romanas continuaron en activo hasta muy avanzada la Antigüedad Tardía: en la mayor
parte de instalaciones hispanorromanas hasta momentos más o menos avanzados del s.
v según las zonas, y en algunos lugares hasta mediados del s. vi d.C., coincidiendo con
la ocupación bizantina de las tierras meridionales. El fin del Testaccio ya no es utilizado
como indicador del final de la economía marítima hispanorromana, sino únicamente
como resultado de las políticas de abastecimiento estatal de aceite a la Urbs. Lo que
sí sabemos es que las ánforas a partir del mediados del siglo iii son más pequeñas,
reflejando la reducción de la intensidad de los intercambios transmediterráneos en la
Antigüedad Tardía.
A pesar de todos los progresos conseguidos en las últimas décadas, no hay que
olvidar que el mundo de los piscatores y murileguli —mariscadores— era el de artesanos
de baja extracción y consideración social, y a pesar de tratarse de trabajos refinados y
muy especializados fueron poco tratados por la literatura grecorromana. De ahí que
a pesar de los avances queden muchos temas de investigación por desarrollar para las
generaciones venideras.
ACTIVIDADES HALIÉUTICAS EN HISPANIA. DE LA PESCA AL GARVM
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