ISSN 0329-8256 (impresa) / ISSN 2362-2482 (en línea)
DOSSIER
Estudios sociales del noa /17 (2016)
Artes bajo la influencia:
pautas sobre los nexos entre
las prácticas textiles de los
Andes surcentrales y las artes
gráficas de las tierras bajas
"
Denise Y. Arnold
Instituto de Lengua y Cultura Aymara y Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia
[email protected]
Fecha de recepción: 29/09/2015. Fecha de aceptación: 06/07/2016
Resumen
La presencia de diseños en tela parecidos y originarios de las tierras bajas y de los
Andes surcentrales sugiere que estos podrían derivar de visiones inspiradas por el
consumo de sustancias psicoactivas. Nuevas tendencias en los estudios regionales
proponen que los diseños de cada región son expresiones sinestésicas de tales experiencias. En las tierras bajas, los diseños geométricos se asocian comúnmente al
complejo chamánico, aunque están presentes también en el dominio paralelo de
actividades femeninas. En los Andes, los dos ciclos comparables son el complejo bélico
masculino –posiblemente asociado anteriormente con el consumo de alucinógenos– y
el tejido y otras actividades productivas que se encuentran en manos de las mujeres. Se
examina el impacto visual de estos dos ciclos en la iconografía regional, la clasificación
de los motivos y las maneras creativas de transformar motivos en nuevos diseños.
Como en las tierras bajas, el conjunto de prácticas aplicadas en la elaboración textil
se repiensa como técnicas perspectivistas (sensu Lagrou), derivadas del mundo vivido
de ontologías transformadoras (sensu Viveiros). En lugar de diseños con significados
fijos, ahora enfrentamos los patrones alternantes de gestalt, diseños inestables, juegos
entre simetría y asimetría, el interior y el exterior de espacios tridimensionales y el
uso diferencial de formas geométricas y figurativas.
Palabras clave
Nexo tejer-canto
Sinestesia
Perspectivismo
Andes
Amazonía
Art under the influence: Clues to possible links between
South-central Andean textile practices and lowland graphic art
Abstract
The presence of common designs in highland and lowland fabric arts suggests that
these might derive from the visions inspired by consuming psychoactive substances,
and emerging trends in regional studies propose that the designs of each region are
synesthetic expressions of such experiences. In the lowlands, geometric designs are
commonly associated with the shamanic complex, although these are also present in
Key Words
Weaving-song connections
Synesthetics
Perspectivism
Andes
Amazonia
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the parallel domain of female-centred creative activities. In the Andes, two comparable cycles are male warfare, possibly associated previously with the consumption
of hallucinogens, followed by weaving and other productive activities in women’s
hands. The visual impact of these two interrelated cycles is examined in regional iconographies, the classification of motives, and creative ways of transforming motives
into new designs. As in the lowlands, the creative practices used to produce Andean
textiles are now viewed as ‘perspectival’ techniques (sensu Lagrou), derived from
this lived worlds of transformative ontologies (sensu Viveiros). Instead of designs
with fixed meanings, we now confront alternating gestalt patterns, unstable designs,
plays between symmetry and asymmetry, the inside and outside of three-dimensional
spaces, and the differential uses of geometric and figurative forms.
Art sous influence: Quelques indices sur les liens possibles entre
les pratiques textiles andines sud-centrales et l’art graphique des
Basses terres
Résumé
Mots clés
Liens tissage-chansons
Synesthésiques
Perspectivisme
Andes
l’Amazonie
La présence de dessins identiques dans les Basses terres et les Andes sud-centrales
suggère qu’ils pourraient dériver de visions inspirées par la consommation de substances psychoactives, et les nouvelles tendances dans les études régionales suggèrent que
les dessins de chaque région sont des expressions synesthésiques de telles expériences. Dans les Basses terres, les dessins géométriques sont généralement associés au
complexe chamanique, bien que aussi présents dans le domaine parallèle des activités
féminines. Dans les Andes, deux cycles comparables sont le complexe masculin de la
guerre, peut-être associé à la consommation d’hallucinogènes dans le passé, suivie par
le tissage et d’’autres activités productives aux mains des femmes. Nous examinons
l’impact visuel de ces deux cycles dans l’iconographie régionale, la classification des
dessins et les façons créatives de transformer les motifs en nouveaux dessins. Comme
dans les Basses terres, l’ensemble des pratiques utilisées pour produire des textiles
sont maintenant considérés comme des “techniques perspectivistes” (sensu Lagrou),
dérivées de ce monde vécu d’ontologies transformatrices (sensu Viveiros). Au lieu
des dessins avec des significations fixes, nous sommes maintenant confrontés à des
modes alternants de gestalt, dessins instables, jouant entre la symétrie et l’asymétrie,
l’intérieur et l’extérieur des espaces en trois dimensions, et l’usage différentiels de
formes géométriques et figuratives.
Introducción
Desde hace décadas se han trabajado los nexos entre el arte gráfico (en cerámica, bordado, tricotado y textil) de las tierras altas y el de la región costera de los Andes, hasta
tal punto que muchos estudios sobre textiles asumen estos vínculos como una norma
(D’Harcourt, 1962; Rowe, 1977; Desrosiers, 1988, 2013), en parte para aprovechar las
mejores condiciones de preservación de tales artefactos en el entorno desértico. Pero
poco se han estudiado estos nexos en la otra dirección: entre los Andes y las tierras
bajas, más allá del piedemonte. Si bien algunos trabajos han iniciado este análisis
(González C., 2013, 2016; Arnold, con Espejo y Maidana, 2013; Arnold, 2014, 2015,
2016; Arnold y Espejo, 2009, 2014), en varias áreas todavía estamos en una etapa de
debate, tanto en la teoría como en la práctica, de cara a poder expandir esta comparación. Este ensayo asume la tarea mencionada de forma exploratoria, centrándose en
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comparaciones entre los diseños textiles que forman parte de las prácticas artísticas
de ambas regiones, enfocándose principalmente en los Andes surcentrales y en las
zonas de las tierras bajas más cercanas a aquella región.
Se trata de sociedades que han estado en contacto durante milenios, en las cuales
las personas y los objetos son actores en una historia entrelazada, y donde existe la
posibilidad de que muchas influencias en estas prácticas hayan transitado en ambos
sentidos (Saignes, 1985; Renard-Casevitz et al., 1985, 1988; Kummels y Loack, 2014). En
este contexto relacional, llamo la atención sobre una serie de prácticas socioculturales
con alcance ideológico, ligadas con lo material y lo sensorial, cuya diseminación en
una matriz de eventos compartidos pudiera haber incidido en prácticas artísticas e
iconográficas comunes. Recurriendo a evidencias etnográficas y arqueológicas generales, indirectas y directas, me centro en la producción textil de ambas regiones y en
su naturaleza iconográfica.
Hacia una antropología de los sentidos
La posibilidad de profundizar esta comparación entre las prácticas artísticas de las
tierras bajas y las de los Andes responde a algunas tendencias emergentes en las disciplinas de la antropología y la arqueología, y su aplicación a los estudios regionales.
Nuevos abordajes al objeto o “la cosa” en sí forman parte de esta nueva mirada analítica en las ciencias sociales aplicada a la materialidad e historicidad de los objetos, y
la noción de que los objetos, tal como las personas cuentan con “vidas sociales”. Estos
abordajes ya esbozan el flujo de los objetos en circuitos entrelazados con aquellos
de las personas (Thomas, 1991). Otros enfoques se centran en la contribución de sus
creadores desde una perspectiva más sensorial y corporal (Hetherington, 2003: 105),
y el reconocimiento del papel de la acción técnica en la constitución de los seres
humanos y la realización de lo social en su interacción con otros.
En su conjunto, estas tendencias emergentes concuerdan con los argumentos de Bruno
Latour (1996) acerca de que las representaciones simbólicas ya no eran suficientemente
sólidas como para conformar las interacciones sociales, de modo que su interés se
redirigió a las interrelaciones entre los objetos materiales (en su rol de actantes) y
las personas (en su rol de actores sociales) en redes mayores de acciones y procesos
en contextos concretos. Más radicalmente aún, Tim Ingold rechaza la idea de que
los objetos tienen agency (“iniciativa”) y materialidad (2011: cap. 2), y reemplaza la
noción de redes (demasiado ligada a la informática), por la de matrices o telarañas del
mundo natural (ibíd.: cap. 7).
Estas ideas han sido complementadas desde Sudamérica por la “vuelta ontológica”
iniciada en los años noventa por Eduardo Viveiros de Castro. La noción de perspectivismo, según Viveiros (2004), propone que los cuerpos de todo tipo son ontológicamente
equivalentes. Por tanto, un principio en el pensamiento amerindio es la circulación
de las personas (y los cuerpos) y su reproducción en un mundo inestable y movedizo,
en vez de la circulación de los objetos en un mundo estable. En los estudios sobre las
tierras bajas, una mayor conciencia de esta mudanza constante entre cuerpos, formas
y energías ha exigido el entendimiento de transformaciones en los diseños (pintados,
teñidos o bordados) sobre distintas superficies: en la piel (con la pintura corporal), la
cerámica, la tela o la madera. Esta ontología vitalista inspira los intentos de repensar
la iconografía en Sudamérica, al abandonar el representacionalismo para reinstalar la
relación entre imagen y práctica, que enfoca al mismo tiempo ideas sobre el cuerpo.
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Como parte del mismo rechazo del papel de sendos diseños de un arte de representaciones, Ingold (2010), Viveiros también rastrea este nexo entre imagen y práctica.
Este autor caracteriza el paradigma que subyace a las ideas previas como un modelo
hilomórfico (aristotélico y kantiano), en que se asume la planificación de cualquier obra
en la mente antes de elaborarla en el mundo. Ingold prefiere conceder primacía a los
flujos y transformaciones de los materiales en el mundo, en las interacciones entre
objeto, productor y usuario (u observador), inmersos en un campo de fuerzas (sensu
Deleuze y Guattari, 1980), y con referencia a las técnicas aplicadas en la realización
de estos objetos (o cosas) y su entendimiento técnico-estético por otros (Gell, 1998;
Ingold, 2010).
Como resultado de estos cambios paradigmáticos, los anteriores abordajes mentalistas
hacia los objetos de estudio han cedido ante un interés emergente en los sentidos,
vinculado con los materiales de base y las técnicas aplicadas en sus transformaciones.
Asimismo, los abordajes hermenéuticos anteriores, centrados en los textiles como
“textos”, en una lectura intelectual e interpretativa del contenido y significado de
cada motivo, han dado lugar al interés en su naturaleza sensorial-técnica, y al diálogo
emergente entre el practicante y el objeto tejido, centrado en los aspectos técnicos de
la práctica (Arnold y Espejo, 2013; Arnold, 2014; Torrico, 2014).
Además, la tendencia dominante con anterioridad a separar el examen del textil de
otros soportes materiales y de diferenciar los motivos tejidos de los motivos correspondientes en otros medios ha provocado en los últimos años una mayor conciencia
de que en los Andes se viven ontologías transformadoras parecidas. Ya contamos con
evidencia etnográfica en la región de los ayllus (en el sur de Oruro y en el norte de
Potosí en Bolivia) de que estas experiencias transformadoras ocurren en el contexto de
las relaciones de depredación ontológica (con un énfasis andino) para adquirir fuerzas
de los enemigos en momentos de confrontación bélica (Arnold, Yapita et al., 2000).
En los valles de Chuquisaca (Bolivia), se presta atención a la circulación constante de
energía (en quechua qallpa y en aymara ch’ama) entre las especies de la naturaleza
(Cavalcanti-Scheil, 2007). Y en comunidades del noroeste de la Argentina se advierte
la interdependencia caracterizada por lazos animistas entre las cosas (Haber, 2011).
Estas evidencias nos permiten establecer comparaciones regionales en un lenguaje
iconográfico que resalta los muchos aspectos en común.
Varios estudios arqueológicos también demuestran la conciencia de estos patrones
transformacionales que están en juego. En la costa sur del Perú, Ann Paul (1997,
2004) exploró los patrones transformacionales que caracterizan las mantas de Paracas
del Horizonte Temprano, y las combinaciones de formas, colores y simetrías, en la
disposición de las figuras, en procesos de transformación (entre humano, animal,
ave, ancestro, chamán en trance), tanto en la parte central como en los bordes de los
textiles. Con referencia a la región de Ica, Washburn y Crowe (1988, 2004) examinaron
sendas transformaciones de objetos andinos en tejido y cerámica, según el análisis
de las simetrías de los patrones en el plano. Aplicando este mismo tipo de observación, Paola González (2013) examina sendas transformaciones combinatorias de la
cerámica (no se han hallado restos textiles) de la cultura diaguita del Norte Chico,
Chile, entre los siglos X y XVI. La tejedora canadiense Mary Frame (1999) aplicó un
análisis similar a las composiciones combinatorias de las mantas (y otras prendas) de
Chuquibamba (en la sierra sur del Perú) del Intermedio Tardío al Horizonte Tardío y
luego a las etapas transformacionales de los seres tejidos en las mantas de Paracas, que
ella asocia con transformaciones de forma y escala experimentadas por los difuntos
envueltos en estas mantas durante su largo viaje hacia un estado verdaderamente
ancestral (Frame, 2001). De esta manera, se cuenta ya con evidencias que sugieren que
poblaciones distribuidas a lo largo de los Andes surcentrales contaban con vivencias
orientadas a ontologías transformadoras durante un amplio período temporal. En
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la siguiente exposición me centraré en esta región surcentral que conozco mejor,
aunque algunas comparaciones aluden a áreas que trascienden este espacio, dada la
disponibilidad bibliográfica.
Artes bajo la influencia: mente y visión en las artes gráficas
Más allá de las prácticas socioculturales en juego, la tendencia emergente más pertinente al presente examen de los nexos entre las prácticas artísticas de ambas regiones
consiste en que se las considere artes bajo la influencia del consumo de alucinógenos
(o sustancias psicotrópicas), en que se llegan a expresar los elementos de una iconografía en común. Este nexo ha sido establecido desde décadas atrás, incluso en el caso
textil (Cordy-Collins, 1982), pero sin teorizar mucho sobre los aspectos iconográficos
en juego, más allá de identificar imágenes de algunas fuentes de estos alucinógenos
(Dobkins, 1975-1976, 1977; Iwasaki Cauti, 1987; entre otros). Planteando un arte chamánico en común, Paola González (2013, 2016) propone este nexo en su estudio sobre
los diseños de la cerámica diaguita, al compararlos con los textiles shipibo-konibo,
consciente de sus antecedentes arqueológicos en la cultura de Cumancaya (Lathrap,
1970), y la posible existencia de un ancestro común entre las culturas cumancaya y
diaguita a través de Mojocoya, en los valles orientales de Bolivia. Propuse algo parecido en estudios comparados de los diseños textiles entre las culturas “con diseños” de
la vertiente oriental del Perú y Bolivia (shipibo-konibo y otros) abarcando los Llanos
de Mojos (los yuracaré) y la región boliviana de los ayllus, posiblemente articulados
entre sí vía Mojocoya en el Horizonte Medio Temprano (Arnold, 2014; Arnold y
Espejo, 2014). Pero es necesario situar estas propuestas en términos del debate sobre
mentalidad y visión de las últimas décadas, y de las diferencias en el comportamiento
según el género en las prácticas artísticas y sus razones de ser.
El nudo de este debate se centra en la posibilidad de que ciertas imágenes y motivos
gráficos de nivel universal fueran producidos, no tanto por el efecto de elementos
locales, sino por fenómenos neurológicos y químicos comunes en los seres humanos.
Biológicamente, se trata de fenómenos producidos por fosfenos, imágenes luminosas
de origen neural que se producen sin que el ojo humano sea estimulado por ninguna
fuente de luz externa (Cárdenas-Arroyo, 1998: 8).
David Lewis-Williams y colegas en los años ochenta aplicaron estas ideas al estudio
del arte rupestre del Paleolítico Superior europeo y a la elaboración de sus “imágenes” o “signos”, sobre todo los geométricos. El debate sobre la interpretación de
estos signos geométricos surgió debido a la carencia de etnografías asociadas con
este arte, y a la imposibilidad de inducir significados desde los datos numéricos en
torno a estos signos. A la luz de estos problemas, Lewis-Williams, Dowson et al. (1988)
propusieron un abordaje a través de la construcción de un modelo neurofisiológico,
basado en la aprehensión de fenómenos entópicos (dentro del ojo) en tres etapas de
estados alterados de conciencia. Su propuesta era que muchos signos hallados en el
arte rupestre de aquel período constituyen fenómenos entópicos, entre ellos los que
podían relacionarse con los fosfenos (como efectos producidos dentro del ojo) y las
formas constantes (efectos producidos en el sistema óptico), ambos posiblemente
inducidos por prácticas chamánicas.
En parte, estos estudios descansan en la propuesta de Ioan Lewis (1971: 39) sobre la
existencia de una uniformidad transcultural en las experiencias del chamanismo, en
especial la de caer en trance a partir de una variedad de estímulos: el uso de alcohol,
de drogas y la respiración rápida, o más lentamente por actividades de mortificación,
por ejemplo el ayuno. En esta uniformidad transcultural, se identifica un conjunto
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de efectos visuales caracterizados por motivos geométricos: sea una malla básica
que suele desarrollarse según una red que se expande en esquemas de hexágonos,
conjuntos de líneas en paralelo, puntos y manchas cortas, líneas en zigzag que cruzan
el campo de visión de forma angular u ondulatoria, curvas catenarias (en cadenas suspendidas por los extremos) de forma anidada y líneas angostas en forma de meandros
o afiligranadas (Lewis-Williams et al., ibíd.: 203). Asimismo se identifican patrones de
desarrollo de estos efectos según replicación, fragmentación, integración, superposición, yuxtaposición y reduplicación (ibíd.). Muchos de estos efectos visuales y sus
formas de replicación se hallan en la cerámica de las tierras altas y las tierras bajas
(Washburn y Crowe, 1988), como también en textiles, arte gráfico en tela (bordados,
telas pintadas) y otras prácticas culturales de ambas regiones, entre estas el baile y
el canto (Mannheim, 1987; Arnold, 2014).
Después de un período de efervescencia en que se solía interpretar la mayor parte de
las imágenes del Paleolítico Superior como expresiones del chamanismo, una década
después, en los debates en torno a una publicación de Clottes y Lewis-Williams (1996),
y los comentarios al respecto de Robert Layton (2000), se empezó a diferenciar entre
los signos asociados con actividades chamánicas y aquellos que tratan sobre aspectos
cotidianos del mundo local, por ejemplo asuntos productivos, pero sin percibir los
posibles nexos entre estas dos esferas.
En Sudamérica, durante las mismas décadas, el antropólogo Reichel-Dolmatoff llegó
a conclusiones parecidas en su trabajo con los grupos tucanos (los desana del río
Vaupés) de la selva tropical de Colombia (1971, 1997 [1978]). Para este investigador,
en dicho grupo, los motivos en textiles, cerámicas, muros de casas ceremoniales,
pinturas sobre corteza de árbol, cestería, objetos de madera y otros materiales guardaban relación con las visiones inspiradas –en este caso– por la ayahuasca. Este
autor propuso además que se deben entender estas imágenes como epifenómenos
de las prácticas del consumo de los psicotrópicos en contextos rituales y, al mismo
tiempo, como consecuencia del contacto e intercambio constante de estas imágenes
entre culturas. Le seguía en este rumbo una gama de estudios sobre el chamanismo
sudamericano y la naturaleza de las visiones suscitadas por el consumo de estas
sustancias (Harner, 1973, 1994).
Ante este enfoque en el chamanismo ligado al dominio masculino, otra gama de estudios resaltó diferencias en la percepción de estas imágenes, según el género. Se llamó
la atención sobre diferencias en las superficies externas e internas de ciertos diseños,
y la apreciación relativa de la tridimensionalidad de estos diseños. Peter Gow (1999)
desarrolló esta idea en relación con los piro en torno a los ríos Urubamba, Madre de
Dios y Ucayali del Perú. Según Gow, los varones piros, en sus expresiones culturales en un estado de conciencia excitado por el consumo de alucinógenos, buscan la
coincidencia de estas superficies en una “red continua”. En cambio, con referencia
a su propia experiencia reproductiva, las mujeres buscan más bien externalizar las
superficies internas (que ellas asocian con el feto intrauterino) en sus manifestaciones
artísticas en la cerámica y el textil.
Llegamos a conclusiones similares en relación a los textiles andinos, en los cuales
las operaciones técnicas, incluyendo el manejo numérico al aplicar las técnicas de
selección y conteo del textil, se vinculan no tanto con la manipulación de números
de forma abstracta, sino con la esfera de la reproducción en manos de las mujeres
(Arnold, Yapita et al., 2000: 193-196; Arnold, 2012: 113). Consideramos la lógica de estas
operaciones aritméticas, e incluso el simbolismo del valor del textil que se elabora
mediante estas operaciones, con referencia al “consumo productivo” del que nos habla
Carlos Fausto (1999) con respecto a la región amazónica del Brasil.
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No es menos importante señalar que otra gama de estudios sobre las tierras bajas
vincula las actividades chamánicas, incluyendo el consumo de sustancias psicotrópicas,
con actividades bélicas y el sacrificio (Fausto, 1999; Viveiros, 2010: 155). En la región
altiplánica de los ayllus, los ciclos de guerra estrechamente ligados a actividades
chamánicas tratan en la práctica de dos ciclos interrelacionados (Arnold y Hastorf,
2008: 63, 158). El primero se centra en las actividades bélicas de los varones, con la
búsqueda de cabezas trofeo de los enemigos y su ofrenda al hogar del cazador de cabezas. La contraparte femenina posterior se centra en las actividades textiles dirigidas
a convertir el espíritu del enemigo presente en la cabeza tomada, en una guagua (o
criatura) del mismo grupo, encarnada en el tejido en elaboración en el telar (Arnold,
2000). Como en el caso de las cabezas tsantsa de los shuar de las tierras bajas entre
Ecuador y Perú, son las mujeres las encargadas de domesticar las fuerzas foráneas
que moran allí y transformarlas en algo propio. Es en este contexto posbélico que
ocurren las prácticas técnico-artísticas y cognitivas centradas en los nacimientos de
guaguas en el hogar (Arnold, 2012: 112-113).
Es posible que se hallen los orígenes arqueológicos de estos dos ciclos complementarios en complejos bélicos parecidos. Con referencia a la iconografía de Nasca, Donald
Proulx (1999: 8, 2009) identifica un complejo centrado en la muerte/decapitación/
sangre y otro centrado en la regeneración/renacimiento/fertilidad agrícola. Con referencia a la iconografía de Pukara del Intermedio Temprano, en la sierra sur del Perú,
Sergio Chávez (1992: 680-687) contrapone la figura de la Mujer de los camélidos con
su báculo, ligada por él a la crianza de los animales y las plantas, a la del guerrero
expresado en la figura del Hombre felino.
De todos modos, como resultado de la captura de una cabeza trofeo y luego de la
transformación de las fuerzas que moran allí en algo propio, a través de las actividades
textiles, se llegan a canalizar estas fuerzas para generar un ambiente productivo y
reproductivo en varios niveles. Es así como el conjunto de “nacimientos” posteriores
en la casa del cazador de cabezas y su pareja, generado por la presencia de la cabeza
trofeo, abarca a guaguas humanas, animales y vegetales bajo el dominio doméstico,
las que se expresan en los diseños textiles. En los Andes, como en la región del Chaco,
los llanos de Mojos y la Amazonía, la iconografía textil ligada a estos ciclos manifiesta,
aparte de los diseños geométricos, varias expresiones figurativas en tejido, tricotado
y trenzado de los recursos regionales así generados. Esta tendencia documental ha
sido examinada ampliamente en estudios sobre los tejidos de las tierras altas (Arnold,
2012: 25-41 hace un resumen sobre ella) en que se suele documentar en ciertos diseños
no solo los recursos del hogar sino también su destino, sea para el consumo doméstico inmediato o para el intercambio (Arnold y Espejo, 2013: 263). Pero, de la misma
manera, en las tierras bajas se documentan en el textil y el trenzado las plantas con
sus flores y semillas, las personas con sus herramientas de trabajo y los animales de
cada región, incluyendo las pieles de víboras, huellas de aves y otros animales, las
trillas del oso bandera, gusanos y panzas de iguanas (Combés, 1992; Fischermann y
Quiroga, 2000; Elías y Mencia, 2012).
Evidencias en los textiles andinos del consumo
de sustancias psicoactivas
Dada esta alternancia entre las actividades destructivas y bélicas de los varones, con
sus nexos cercanos al chamanismo, y las actividades creativas posbélicas en manos
de las mujeres, es probable que la inspiración de ciertas composiciones textiles de
los Andes se derive de experiencias inmediatas bajo la influencia de sustancias psicoactivas en la esfera del complejo chamánico, en tanto que la inspiración de otras
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composiciones se centra en la esfera reproductiva femenina, en este caso como consecuencia directa de las actividades bélicas y chamánicas previas. La mayor parte
de las evidencias disponibles sobre el nexo chamánico y el consumo de sustancias
psicotrópicas en los Andes remite a períodos arqueológicos. En 1987, Berenguer hizo
un resumen de las evidencias del consumo de alucinógenos en el Período Medio de los
Andes surcentrales, abarcando la cuenca de Atacama (con casi quinientos ejemplares
de tabletas de rapé), aunque reconoce que la introducción de estas prácticas sería muy
anterior. Una década después, y desde una perspectiva más septentrional, CárdenasArroyo (1998) examinó el mismo nexo, aplicando un método de aproximación según
evidencias generales, indirectas y directas.
Como evidencia general, una amplia gama de estudios arqueológicos e históricos
rastrea el intercambio a larga distancia de sustancias narcóticas desde el período
Arcaico y el Horizonte Temprano entre las tierras bajas y las sociedades andinas en
sitios como Caral-Supe y Chavín (González, 1963, 1979; Lathrap, 1973a, 1973b, 1977;
Lumbreras, 1981; Browman, 1984; Santos, 1985; Saignes, 1985; Renard-Casevitz et al.,
1985, 1988; Núñez Regueiro y Tartusi, 1988; Pérez Gollán y Gordillo, 1993; Torres,
1998; Ángelo y Capriles, 2004; entre otros). Como evidencias indirectas, CárdenasArroyo cita las efigies de barro de masticadores de coca o escenas pintadas en vasos
de cerámica referidas al consumo de coca en la costa norte del Perú, en tanto que la
evidencia directa deriva de exámenes forenses de restos de sustancias psicotrópicas
en esqueletos y en los cabellos de restos humanos antiguos.
En estos estudios, se identifican dos sustancias clave en estos circuitos de intercambios:
el tabaco que se obtiene de la planta Nicotiana tabacum (una especie híbrida entre
N. Sylvestris y N. Otophora, cuyo alcaloide es la nicotina) y los polvos psicotrópicos o
psicoactivos, entre ellos yopo, vilca o cebil, que se obtienen del género leguminoso
Anadenantera, cuyo alcaloide presente en su estructura es la bufotenina. Evidencia
adicional sobre el acullico de coca, en la cerámica de Pukara que data del Horizonte
Medio, indica la importación de hojas de los valles interandinos del norte (Chávez,
1992: 191).
Muchos autores señalan que, desde la Antigüedad, se han recolectado e intercambiado plantas psicoactivas vía las abras o los ríos que conectan las diferentes regiones.
Aun así, se esmeran en enfatizar que en los Andes surcentrales las relaciones entre
los pueblos andinos y los grupos de las llanuras eran esporádicas, siendo alternativamente de intercambio de bienes o de guerra hasta la instalación de los mitimaes y
yanas inkas, y que las prácticas de consumo a lo largo de estas rutas variaron según
la región y la época. Los datos sobre estas rutas de intercambio se respaldan en las
narrativas de los cronistas del siglo XVI e indirectamente en relatos sobre la pugna
por extirpar las costumbres de consumo de estas sustancias por su supuesta relación
con visiones del diablo (Iwasaki Cauti, 1987: 5).
Para Ángelo y Capriles (2004), una parte vital de estas redes en los Andes surcentrales
ha consistido en la legitimación y consolidación de los nexos de intercambio mediante
ceremonias y ritos en que el uso de las sustancias psicotrópicas afianzó las alianzas
entre grupos corporativos. Más pertinente para mi argumento es la sugerencia de
Hermosilla (2001) y de Horta (2012) de que, en estas redes, la iconografía de la
parafernalia alucinógena ilustra no tanto celebraciones de alianzas, sino ideologías
compartidas, cimentadas en ciclos rituales ligados a sacrificios humanos (entre ellos
las decapitaciones). Es probable que estos ritos hubieran ocurrido en ciclos periódicos, en que las fases destructivas y bélicas de la estación seca, con la captura de las
cabezas trofeo, cedían el paso a otras fases pacíficas, ligadas a la esfera reproductiva
femenina, la productividad en general y los intercambios mayores.
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De ahí la variación en los motivos de la iconografía bajo la influencia del cebil y otros
alucinógenos. Si bien una parte de estos motivos consiste en imágenes geométricas,
otra abarca la gama figurativa antropomorfa, aves, serpientes, batracios, saurios (o
lagartijas, en el caso del cebil), y sobre todo los felinos: jaguares (Felix onca), yaguaretés
o uturuncos (Wassen, 1965; Harner, 1973; Pérez Gallán y Gordillo, 2004: 316). Horta
(2012: 9-10) demuestra que en el estilo regional circumpuneño se incluyen entre las
figuras antropomorfas personajes humanos identificables por sus poses y atributos:
entre ellos el Sacrificador (o antropomorfo felinizado), las Víctimas y el Custodio de
las Víctimas, en una iconografía centrada en el corte de cabezas. Esta iconografía
aparece en toda la parafernalia alucinógena: tabletas de rapé, pipas y espátulas asociadas con la ingesta de estas sustancias, qeros que se usaban para beber preparados
de plantas psicoactivas y, en algunos casos, los textiles. En el noroeste argentino, en
el período de Desarrollos Regionales, las tabletas de rapé presentan imágenes de la
“mujer grávida” o “mujer heráldica” (Torres, 1998: 53-54, Figura 4; Llangostera, 2006),
que, según un porcentaje importante de evidencia, es la contraparte femenina del
hombre cazador de cabezas (Fraser, 1966).
Las sustancias visionarias y los diseños textiles
Retomando los nexos entre sustancias visionarias y textiles, para no caer en la misma
trampa de creer que todos los motivos textiles tengan orígenes en las prácticas del consumo de narcóticos, me concentraré primero en los textiles dirigidos específicamente
al uso de estas sustancias. Entre los textiles arqueológicos, se cuenta con pequeñas
bolsas que se usaron en el complejo de rapé y la coca como contenedores para los
instrumentos del consumo (espátulas, tubos, tabletas de madera y otros materiales).
Suelen ser de colores teñidos y de forma rectangular o casi cuadrada, y a menudo con
una cuerda para colgarlas al hombro (Berenguer, 1987: 33) (Figuras 1a y 1b). Otras
bolsas que, por su tamaño, podrían haber sido precursoras de las chuspas actuales,
remiten al período temprano de Tiwanaku (contemporáneo de la fase de Cabuza,
400-700 d. C.), aunque continúan en uso durante el Horizonte Medio e Intermedio
Tardío hasta el Horizonte Tardío, y parece que servían para el consumo de rapé de
uso personal (o en pequeños grupos) (Figura 1c).
1a
Figura 1. Bolsa-chuspas
arqueológicas: a) Maytas-Chiribaya, del Intermedio Tardío;
b) en el estilo Tiwanaku
provincial, del período Medio;
c) con flecos de la Costa de
Arica, del Intermedio Tardío,
en el estilo San Miguel Tardío.
Fuentes: a) y c) Musef, La Paz,
Bolivia (20089 y 19358); b) Museo Arqueológico San Miguel
de Azapa, Arica, Chile (43032).
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1b
1c
Para el consumo de coca (y otros sustitutos) entre grupos mayores, se cuenta con
las fajas-bolsas, también conocidas desde Cabuza (ca. 300 d. C.), que se hallan en los
valles Occidentales y más al sur, en la región de Tarapaca (Chile) (Figuras 2a y 2b).
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2a
2b
Figura 2. Fajas-bolsas arqueológicas: a) de la Costa de
Arica, del Intermedio Tardío,
en el estilo San Miguel TardíoPocoma;
b) del Valle de Azapa, del
Período Medio. Fuente:
Museo Arqueológico San
Miguel de Azapa, Arica, Chile:
a) PLM-9 T-3 Nº 7 15.027 y
b) AZ-6 T-4 Nº 12.026.
Evidencia generalizada sobre el uso de la coca (Erythoroxylum coca) y sus sustitutos, se registra en motivos tejidos de las flores de coca, que se refieren al período histórico de la República temprana; su procedencia coincide con las rutas de
intercambio de la coca entre los yungas de La Paz y Cusco, y más allá con Lima
(Arnold, Espejo y Maidana, 2013: 251). Entre las comunidades que realizan una
práctica textil hasta la actualidad, se tejen accesorios como las incuñas, destinadas
al consumo de coca, en tanto que las bolsas sonco (sunqu) y ullti (que usan los uruchipayas) sirven desde siglos atrás como contenedores de las sustancias alcalinas
que acompañan el acullico.
Existe evidencia de que el uso de la coca, como el del cebil, estaba muy ligado en el
pasado arqueológico a las prácticas de tomar cabezas trofeo y su tratamiento posterior (descarnar, encoger, etc.). Según Sergio Chávez (1992: 301-312), algunos cuencos
grandes del sitio de Pukara, con bocas más angostas que la base, que presentan una
iconografía de cabezas cortadas, posiblemente eran usados para las prácticas de
descarnar dichas cabezas. Cantidades importantes de restos de carbonato de calcio
encontrados en las superficies internas proporcionan evidencia de la relación entre
el acullico de la coca y las prácticas relacionadas con las cabezas trofeo.
Otras bolsas de tipo chuspa, de Recuay del período de los Desarrollos Regionales,
se asocian con guerreros en pugna con sus contrincantes (Benson, 1984; Lau, 2004)
(Figura 3a). Aquí se notan los inicios del desarrollo de las borlas colgantes desde la
parte inferior de estas bolsas, como refuerzo a la idea de que el usuario esté llevando cabezas, lo que se halla también en ejemplares de las tierras bajas, en bolsas y
cinturones (Figuras 3b y 3c).
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3a
3b
Figura 3. a) Bolsa-chuspa de
Recuay; b) Bolsa cuadrangular
contemporánea del Chaco
de Paraguay, del pueblo
Nivaclé; c) Cinturón con borlas
colgantes a modo de cabezas
trofeo, del pueblo Lengua, en
el Chaco de Paraguay. Fuentes:
a) Lau (2004: 173, figura 10-7,
de Kutscher 1950: figura 24);
b) 225 y c) 319, ambos del
Museo Etnográfico “Dr. Andrés
Barbero”, Asunción, Paraguay.
3c
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Ejemplos de fajas-bolsas del Horizonte Medio, asociadas con la expansión de
Tiwanaku, presentan motivos que identificamos como “cabezas trofeos” (se los llama
actualmente t’uxlu: “calavera”) (Arnold y Espejo, 2013: 242, 280-286, Figuras 8-9, 8-10,
8-11), como también presentan muchas bolsas-chuspas andinas arqueológicas y contemporáneas (ibíd.: 244, Figura 7-12). Esto sugiere que el consumo de coca de las fajasbolsas formó parte del mismo complejo de cabezas trofeo. Inclusive en la actualidad,
en la región de los ayllus de Bolivia, se asocia la chuspa con la toma de una cabeza
trofeo, y la costumbre de usarla colgada detrás del cuello señala que el usuario cuenta
con una cabeza trofeo en su vida (Arnold, Yapita et al., 2000: 269-270).
La mayor parte de las bolsas personales y las fajas-bolsas presentan diseños geométricos de serpientes en zigzag con semillas en sus intersticios o volutas en patrones
de zigzag, ramificado o en diagonal, motivos que se ven hasta la actualidad en las
winchas tejidas para la cabeza de los valles orientales de La Paz. Es notable que las
bolsas anilladas tubulares del Período Medio, que se usaban específicamente para
llevar cabezas (Figura 4), conjuntamente con algunos textiles usados como parte de
los modeladores de cabezas, cuentan con diseños geométricos: de zigzags, líneas en
diagonal, franjas horizontales y escalonadas, y combinaciones de estos (Horta, 2004:
58-59), lo que indica su posible asociación con el complejo chamánico.
4a
4b
Figura 4. Bolsas tubulares
arqueológicas en técnicas
anilladas, para llevar cabezas,
con diseños geométricos, posiblemente del Interior de Arica.
Fuentes: a) Museo Arqueológico San Miguel de Azapa, Arica,
Chile (ILCA_MMA040_SR);
b) Museo Nacional de
Etnografía y Folklore, Musef,
La Paz, Bolivia (20993).
Tanto en los ejemplos textiles actuales como en los arqueológicos, existe una amplia
evidencia sobre el consumo de sustancias psicoactivas en el complejo chamánico y
en el complejo bélico, como extensión de ello (Fausto, 1999). Dados estos nexos, es
probable que el conjunto de objetos textiles que se haya usado en contextos bélicos,
acompañado por el consumo de narcóticos, y en que las visiones compartidas de
diseños de tipo entópico se aplicaron en su iconografía, ilustrara solo un episodio de
una ideología más amplia. Por tanto, en el patrón iconográfico mayor, por ejemplo
de las tabletas de rapé, se espera hallar imágenes de la captura de la cabeza trofeo
como el imaginario de base para la fase destructiva inicial, acompañada por una
alusión a los episodios creativos posteriores, en que se verán imágenes fértiles,
como la mujer grávida o los recursos de la región, ya en plena fase de producción
(Figuras 5a y 5b).
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5a
5b
Figura 5. Tabletas de rapé en
madera del Período Medio, con
a) un antropomorfo llevando
una cabeza trofeo y b) la Mujer
heráldica. Fuentes:
a) Llangostera (2006: 92,
Figura 5), en el Museo Gustavo
Le Paige, San Pedro de Atacama; b) Torres (1998: 54,
Figura 4), tableta posiblemente
de Calilegua, Jujuy, Argentina,
en el Museum of the American
lndian, Heye Foundation, Nueva York, collection Nº 13/3657.
Por otra parte, los motivos textiles andinos del pasado presentan evidencia indirecta
del consumo de psicoactivos en las imágenes de plantas alucinógenas, a veces vinculadas con el complejo chamánico (Cordy-Collins, 1982). Esta tendencia continúa
hasta hoy en los textiles de la zona lacustre y en la escultura arquitectónica de iglesias
coloniales de la misma región (véase el artículo de García y Maranguello en este
volumen). En un territorio aún más extenso, en los ajuares de ciertos entierros se
hallan restos arqueobotánicos de cápsulas y semillas de plantas narcóticas (Castillo,
1984) y en ajuares de textiles y de instrumentos para insuflar narcóticos. En cuanto
a la evidencia específica en la iconografía textil de visualizaciones generadas por el
consumo de narcóticos, los íconos de la cabeza radiada examinada por Horta (2004:
48-50, Figura 2a, 57 Figuras 10 y 11), en un trayecto desde la costa central del Perú
hasta la costa norte de Chile, posiblemente condensan visualmente el poder inherente
a la cabeza trofeo capturada de iniciar un período de prosperidad para el cazadorguerrero, para su hogar y para su grupo en general.
Las metamorfosis cosmológicas como impulsoras de los motivos
textiles
Otro punto de comparación entre las prácticas artísticas de las tierras bajas y los Andes
concierne a las experiencias sensoriales en juego en la interacción entre la persona que
teje y el proceso de elaboración de su obra tejida, lo que se está reconceptualizando
en la actualidad como parte de las experiencias visuosensoriales de objetos culturales.
En este mundo de los sentidos, los nexos entre el tejido como objeto y la experiencia
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de interactuar con ello en la práctica se relaciona con una “sinestesia” o estética ligada
a lo corporal. Este concepto de sinestesia deriva en su significado, en parte, de una
expresión visuosensorial ligada a la dinámica de las ontologías transformativas (a
veces llamadas “metamorfosis cosmológicas”) de los seres y los cuerpos que ocupan
un lugar central en las sociedades amerindias (Viveiros, 1996; Vilaça, 2005), tras el
fondo de prácticas chamánicas y bélicas en común.
En las tierras bajas, se tiende a experimentar estas ontologías transformadoras en
contextos en que los mismos diseños suelen mudar de un soporte a otro: sean tejidos,
cerámicos, corporales o cantados. Aunque se puede experimentar la sinestesia naturalmente, es frecuente asociar estas experiencias con la ingesta de alucinógenos (Gearin,
2013), cuando son comunes las experiencias de poder cantar “cantos fragrantes” o
“cantos con diseños” en relación al complejo de la ayahuasca (Reichel-Dolmatoff,
1997 [1978]; Gebhart-Sayer, 1985; Classen, 1990; Townsley, 1993; Brabec de Mori,
2012). Además, bajo los efectos de alucinógenos, las experiencias sinestésicas no solo
tratan de los sentidos, sino de aspectos semánticos de los procesos de encontrar el
sentido de estas experiencias, en una ideastesia (Nikolic, 2009, citado en Gearin, 2013:
11), que resalta los nexos entre la experiencia sensual, las asociaciones semánticas y
la transcorporalidad de las prácticas chamánicas amerindias.
En relación al arte de los shipibo-konibo, la antropóloga Bárbara Keifenheim (1999:
43) propone que cuando se trata de una experiencia sinestésica lograda a través
de la ingestión de alucinógenos o en danzas rituales, según la percepción de los
participantes, las formas geométricas de los diseños fungen como ilusiones ópticas.
Estas cambian su apariencia entre uno y otro significado dentro de las posibilidades culturales en juego, acompañando en forma visual las transformaciones de su
filosofía de vida (Layton, 1992: 191f., citado en Keifenheim, 1999: 41). Incluso, en
el caso de una disposición suficiente por parte del participante, la composición
formal de los patrones geométricos de los diseños textiles, a través de un diálogo
progresivo (sensu Bajtín) entre participante y artefacto, es capaz de generar un
proceso visual transformador.
Las ontologías transformadoras y las capas textiles que se mudan
Según relatos de las poblaciones de las tierras bajas sobre estas experiencias transformadoras entre los distintos seres del universo (comúnmente entre lo humano y
lo felino, la anaconda y el Sol), se tiende a percibir los cuerpos cosmológicos como
“capas” que se encarnan temporalmente bajo la apariencia de ropa, piel o corteza,
dentro de la serie de relaciones sociales, ecológicas y morales que se viven (ReichelDolmatoff, 1971; Viveiros de Castro, 1996, 2004). Y dada la “inestabilidad crónica” del
cuerpo (Vilaça, 2005), el disfraz con atuendos y máscaras en contextos rituales lleva
a los participantes a experimentar más eficazmente estos procesos transformadores.
Estas transformaciones tienden a ocurrir durante sesiones chamánicas de curación,
cuando la ingesta de alucinógenos, combinada con la ejecución de cantos especiales
(los ícaros), permiten al chamán “cambiar su cuerpo” para adoptar y así entender
mejor la morfología del espíritu que estaría causando el mal y, de este modo, restaurar el ánimo del enfermo (Townsley, 1993; Brabec de Mori, 2012). También suceden
durante los ritos de paso entre una etapa y otra de la vida.
En los Andes, la evidencia etnográfica sobre el nexo textil-metamorfosis confirma la
percepción de los tejidos como capas cambiantes sobre el cuerpo, esta vez ligadas
a ritos de paso en la esfera reproductiva manejada por las mujeres. En las canciones dedicadas a los animales cantadas en el pasado reciente por las tejedoras de
Qaqachaka (un ayllu mayor en la provincia Abaroa del departamento de Oruro,
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Bolivia), que también son las pastoras principales, las cantantes más experimentadas y que a menudo son parteras, perciben sus mismos cantos como envolturas de
vellón, la materia prima del textil. Las cantantes-tejedoras consideran que con el
canto se envuelve a los animales de sus rebaños, sobre todo a los recién nacidos, con
mantas rojas, hondas y coloridas que fungen como placentas y cordones umbilicales, respectivamente, para lograr su mudanza del mundo silvestre de los cerros al
dominio humano (Arnold y Yapita, 1998: cap. 1). Este canto es quizás comparable a
la percepción del cushma por parte de poblaciones de la cuenca del río Ucayali en
Perú, como placentas que se aplican para humanizar a la persona y a cuyos diseños
se recurre en ciertos ritos de curación (Gow, 1999).
En estas prácticas socioculturales en torno a las metamorfosis cosmológicas de
ambas regiones, parece que estamos nuevamente ante una división del trabajo por
sexos. Propongo que ciertas formas de metamorfosis cosmológicas, manejadas por
los varones, se centran en las prácticas chamánicas (y bélicas) y se expresan en la
iconografía textil dirigida a las interrelaciones con otros seres del universo (animales –incluyendo los enemigos humanos– y plantas) y hacia su obtención como
elementos de consumo (sea como comida o enemigos) a través de las actividades de
la guerra y la caza. Otras formas de metamorfosis cosmológicas, en especial aquellas que aluden al poder transformador de los textiles como medio, van dirigidas
en los Andes a la búsqueda de elementos de consumo a través del pastoreo como
dominio femenino, y en las tierras bajas a la recolección y el cultivo en las huertas
a cargo de las mujeres. Reitero que detrás de esta diferenciación por género, quizás
tengamos memorias sociales de la búsqueda de cabezas trofeo por los varones,
como elementos vitales que luego se pasaron a las mujeres para transformarlos
en fuerzas más benignas que iniciaron los ciclos fructíferos posteriores en manos
de las mujeres (Arnold y Hastorf, 2008: 113-114). Y quizá sea en los procesos de
coordinación de las actividades de estos ciclos productivos entre grupos donde se
hallen los orígenes del lenguaje simbólico de las alianzas de intercambio, en los que
han sido eventos organizativos clave los ciclos ceremoniales de sacrificio centrados
en la adquisición de cabezas trofeo.
Conviene recordar que, como en el caso de las tabletas de rapé, Chávez asocia estos
dos ciclos con una iconografía distinta, en este caso la del Hombre felino y la Mujer
de los camélidos, respectivamente (1992: 677-687, 705-718).
Composiciones en el arte gráfico con patrones en común
Apunto ahora a las evidencias de que las dos etapas en las transformaciones ontológicas mayores subyacen en el lenguaje iconográfico de las prácticas artísticas de ciertos
grupos en ambas regiones, en la clasificación y significados de los diseños e incluso en
las formas de manejar las etapas de su transformación. En la composición principal
de su arte gráfico, los shipibo-konibo y otros grupos que viven en torno a la cuenca
del río Ucayali, llaman kené a los diseños geométricos en distintos medios y kenebo
(con sus variantes) a su forma plural. Según la antropóloga Luisa Elvira Belaunde,
en el nivel básico, se refieren al contenido del diseño, sea una cola de pescado o una
araña (Belaunde, 2009: 15). Pero, en términos corporales, los diseños se asocian con
la joven, con el flujo de su sangre menstrual, que se relaciona con la anaconda primordial: la “madre de las aguas”, de la ayahuasca y el origen cósmico de los diseños
kené. Es pertinente tomar en cuenta que la mitología shipibo-konibo reconoce que
los grupos étnicos de las tierras bajas aprendieron a hacer diseños copiándolos de
las bellas ropas de una mujer inka, cada grupo con un diseño distinto (ibíd.: 37). Hace
dos generaciones, se festejaba el nexo mujer-sangre-diseño en el rito de paso para
celebrar la menarquia de una joven (ibíd.: 28). Por tanto, se considera el kené como
un arte predominantemente femenino.
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Entre los shipibo-konibo, los diseños hechos sobre un soporte material determinado
ponen de manifiesto los diseños inmateriales de visiones logradas por las mujeres
(como por los hombres) mediante la ingesta ritualizada de plantas (especialmente
la ayahuasca o piripiri) que poseen poderes curativos. Estos diseños geométricos
se perciben como una manifestación de la energía o fuerza de estas plantas. Entre
los shipibo-konibo, en el pasado, los hombres no solían materializar sus visiones
para que fueran vistas por los demás; en cambio las mujeres aprenden desde niñas
a visualizar estos diseños, aplicándose gotas de la planta piripiri en los ojos y el
ombligo para facilitar el proceso de ver esta energía en diseños lineares luminosos
y coloridos (Gebhart-Sayer, 1985: 145). Ambos sexos usan prendas y utensilios
cubiertos con estos diseños realizados por las manos de las mujeres, y la cuenca
del río Ucayali ha sido un centro de difusión de los mismos durante dos mil años,
entre grupos de las tierras bajas y quechua hablantes de los Andes aunque, con
las influencias escolares y religiosas actuales, se han comenzado a introducir en la
región otros diseños de tipo figurativo que caracterizan el arte pictográfico occidental (Belaunde, 2009: 23).
Al describir la composición de sus bordados, las diseñadoras shipibo-konibo llaman
pampanilla a la tela de fondo, sobre la cual se elaboran los diseños. Los “diseños” en
sí se diferencian de las “líneas”, si bien ambos se presentan en forma curvilínea, recta
o en zigzag. Los diseños finos, curvilíneos, rectilíneos y perpendiculares cuentan con
una terminología propia, frente a los diseños anchos y rectilíneos que forman una
especie de enrejado o andamio que rodea al contenido en su interior. Los campos
menores de los intersticios o la parte final de una línea principal, sean redondos,
cuadrados o triangulares, se suelen llamar “ojo” o “semilla”.
En los Andes, las partes de la composición textil tienen denominaciones parecidas.
Las pampas de monocolor y en técnicas llanas (o lisas) se diferencian de las listas
de color, igualmente en técnicas llanas, y de las áreas de diseños (salta), sean en
los bordes (t’irja) o en la parte central del textil (Arnold, 1994). Aquí, los distintos
motivos (rombos, cuadrados y otras formas) cuentan con una terminología propia,
como lo hacen también sus agrupaciones en bandas, en series o en organizaciones
modulares.
Es importante destacar que estas partes mayores del textil expresan los distintos
momentos del ciclo animal-vegetal en la esfera productiva posguerra (Arnold, 2012:
116-121). En el caso de las pampas, se refieren a la tierra en descanso. En el caso de las
bandas de diseños, se trata del ciclo de crecimiento en sí, esta vez percibido desde la
perspectiva de las mujeres, en que los motivos de “semilla” u “ojo” (layra) son clave.
Y en el caso de las listas, de los productos ya cosechados y amontonados al lado de
la chacra, los distintos colores indican el cultivo en juego (cfr. Silverman, 1988).
El patrón de “caminos” como el flujo de las transformaciones
Belaunde nota que, entre los shipibo-konibo, un aspecto clave de la polisemia del kené
es la asociación de los grafismos con “caminos” (cano), de tal manera que los trazos de
diseños plasman una armazón (canóa) de caminos a través de los cuales los seres se
movilizan, viajando, comunicándose entre sí y transportando conocimientos, objetos
y poderes. Existen caminos de toda escala, desde los caminos de estrellas de la Vía
Láctea (Heath, 1980, citado en Belaunde, 2009: 28) hasta los caminos de los ríos del
paisaje, los caminos de la savia y el poder de las plantas, y de los adornos menores
que completan el cuerpo humano (Figura 6).
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Figura 6. Trazado de los caminos de los diseños en el kené.
Fuente: Belaunde (2009: 19).
Asimismo, en los Andes surcentrales, se suelen tejer diseños de todo tipo de caminos,
vías o sendas (thakhi en aymara), y su flujo constante los hace comparables con ríos
(jawira) (Arnold, Yapita et al., 2000: 40). Se tejen los caminos locales desde la casa
hacia la chacra o los utilizados para llevar los animales del rebaño hacia los cerros,
los caminos de intercambio entre las tierras altas y los valles e inclusive los caminos
celestiales de la Vía Láctea, con su camino blanco de estrellas y su otro camino de
constelaciones negras, lo que se percibe en ocasiones como el “camino rojo” (wila
jawira) de la guerra.
Según el pensamiento shipibo-konibo, estos caminos constituyen el cuerpo a través
del cual el flujo del poder va desde adentro hacia afuera, por ejemplo desde los tallos
de las plantas hacia las nervaduras de las hojas o puntos de brote para concentrarse
en sus extremidades, y de forma parecida acontece en las personas, tal como la sangre femenina se externaliza en los diseños kené (Belaunde, ibíd.: 29-30). Algo similar
sucede en los Andes surcentrales, donde los textiles se perciben en los mismos términos que las envolturas de las plantas, en las cuales la energía fluye desde adentro
hacia afuera, transformándose en el punto de crecimiento (Jiménez, Yapita y Arnold,
1996: 141-143). De forma similar, se asocian las áreas figurativas y coloridas de los
textiles con la externalización de los momentos fértiles de la mujer, y se dice que son
“su sangre” (wilpa en aymara) (Arnold, 1994: 100). Las mujeres adolescentes suelen
expresar en los colores de las pampas y la exuberancia de los motivos esta estética
fértil de su nuevo camino rojo, lo que anuncia la etapa de la vida apropiada para
buscar pareja (ibíd.).
Estos patrones de “caminos” (aywira) se suelen organizar en diagonales, zigzags o
estructuras ramificadas, que generan el patrón de los diseños menores en su interior,
normalmente volutas, a lo largo de su despliegue (Figuras 7a, 7b y 7c). En la práctica, al
seleccionar los hilos de urdimbre, se aplica una técnica adicional de reescogido (ajlliña en aymara; aqlliy en quechua) para desarrollar un delineado en un color distinto
en torno a los motivos ya seleccionados, o alternativamente para producir bloques
del diseño rellenos con colores distintos (Arnold y Espejo, 2012: 229-31 (Figura 8).
Estos efectos de delineados o bloqueos de color generan un sentido de movimiento
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y direccionalidad en la composición textil, lo que conduce la mirada del espectador
en cierta orientación, ya sea hacia arriba o hacia abajo.
7a
7b
7c
Figura 7. Diseños de caminos
(aywira) en una faja-bolsa del
Intermedio Tardío (900-1420
d. C.) de la Costa de Arica, en
el estilo San Miguel TardíoPocoma. a) en diagonal;
b) en zigzag; c) en ramificado.
Fuente: Museo Arqueológico
San Miguel de Azapa, Arica,
Chile (PLM-4 T-21 Nº 6820).
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Figura 8. Detalle de doble faja
inka de la costa peruana, del
Horizonte tardío (1400-1535
d. C.), con técnicas de reselección mostrando el perfil en
un color distinto del motivo
del ave y el color organizado
en bloques. Fuente: Musef,
La Paz, Bolivia (27617).
Entre los shipibo-konibo, se piensan estas líneas como un armazón apotropaico para
envolver y proteger. Comparativamente, entre los canelos-quichua (o quichua de
Pastaza) de las tierras bajas de Ecuador y Perú, se relacionan formas parecidas de
delineado con el género, de tal manera que líneas masculinas envuelven contenidos
femeninos y líneas femeninas envuelven contenidos masculinos, como en la relación
entre esposos (Whitten y Whitten, 1978, citado en De Boer, 2012: 359).
Las técnicas perspectivistas en general
El interés de parte de las tejedoras en los caminos organizadores, juegos de género y
capacidades reproductivas, nos aleja de los significados fijos e inmutables atribuidos a
los diseños textiles en el pasado, a favor de experiencias artísticas dinámicas, desplegadas en iconografías transformadoras de la productora y observadora mutuamente,
con el poder de “abrir el corazón como una flor” (Arnold y Yapita, 1998: 113).
Centrándose esta vez en el “grafismo” de los cashinahua de Brasil, la antropóloga Els
Lagrou (1998, 2012) explora sendas técnicas formales de organizar los diseños textiles
como maneras de visualizar esta potencialidad transformadora de los fenómenos
percibidos, y de este modo cambiar el punto de vista. Haciendo referencia al carácter
perspectivista de las ontologías amerindias explorado por Viveiros (1996), centrado
en las posibilidades de percibir el mundo desde distintas perspectivas, ya sea la de los
seres espirituales, animales o humanos, Lagrou (2012) percibe tales patrones formales
en los textiles como “técnicas perspectivistas”.
Lagrou nota el mismo fenómeno entre los shipibo-konibo y marubo y entre los grupos
pano de la Amazonía occidental, en la frontera entre Perú y Brasil. Concluye que, el
grafismo amerindio se trata de un intento de mirar con la imagen, de tal manera que
las diferentes características formales de la composición de los dibujos constituyen
técnicas para enfocar la mirada. Lagrou señala varios niveles entre estas técnicas
formales de la composición textil (y del arte corporal) cuyos efectos producen cambios desde el punto de vista del espectador. Uno de ellos es el espacio gráfico en sí,
cuyo efecto kinestésico consiste en absorber al observador hacia adentro del espacio
gráfico, haciendo desaparecer la opacidad de la superficie y produciendo movimiento
y profundidad en el espacio perceptivo. Lagrou sostiene que este efecto kinestésico
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se produce, en parte, a través del juego en las superficies, en que ninguna de ellas
domina a la otra, sino que se articulan entre sí como un efecto gestalt.
Otro nivel transformador concierne a las técnicas para producir diseños sin bordes
y sin límites, que permiten al observador imaginar la continuación de estos infinitamente, más allá de los límites físicos del textil (en algunos casos hasta alcanzar el
fondo del cielo nocturno). Este fenómeno se halla también en los textiles en la región
de Macusani en Perú, cerca de un abra que asciende a los Andes desde el río Madre
de Dios y sus tributarios, y en un territorio que se extiende hacia Lampa y Paratía.
Como parte de esta inestabilidad podemos citar las composiciones sin bordes y sin
límites, en cuyos caminos laberínticos se pierde la mirada (Figuras 9a y 9b). En este
caso, las técnicas de selección y conteo de estos diseños que suelen ser de 2/1, probablemente tengan sus orígenes en las tierras bajas (Arnold y Espejo, 2013: 196-197). En
estos ejemplares, el juego de elementos entrelazados resuena con los patrones de la
cestería de las tierras bajas, que según Harner (1973, 1994) encuentran su inspiración
en el consumo de narcóticos.
9a
9b
Figura 9. Un diseño infinito y laberíntico: a) de los
cashinahua, y b) de Lampa,
Perú. Fuente: a) Lagrou (2012:
109, foto 10); b) Colección
ILCA (ILCA_ILCA013).
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Aun se produce otro nivel transformativo cuando las líneas de diseños geométricos
se desarrollan en formas laberínticas, con un efecto parecido a una piel transparente,
cuyas extensiones tienden a generar “caminos” que se abren para percibir las figuras
dentro del dibujo. Lagrou (2012: 108), como Alfred Gell (1998: 66-95), propone que en
estos grafismos laberínticos e inestables, llenos de detalles asimétricos, la mirada se
pierde dentro del dinamismo gráfico, como en una trama. Algo parecido ocurre en
dos diseños contrapuestos o cuando los colores se contraponen.
Con todas estas técnicas perspectivistas, en vez de revelar el contenido de las imágenes abiertamente, se busca más bien ocultar sistemáticamente la mayor parte de lo
que podría ser visto. En este sentido, con las técnicas perspectivistas, muchas formas
latentes solo las percibirá aquel que está ya preparado para verlas. En vez de presentar
o representar el mundo visible, se busca el desequilibrio entre exterior e interior, entre
simetría y asimetría, y hacia la simultaneidad de mundos visibles e invisibles. Esta
familiaridad con lo inestable y el desequilibrio es cultural, y se aprende a identificarlo
en la niñez, en sueños y al aplicar gotas de ciertas plantas en los ojos. Luego las personas se familiarizan con estas experiencias en los ritos clave de transición de cada
sociedad, cuando se aplica la pintura corporal y se visten prendas de determinados
colores, especialmente en los ritos de ingestión de ayahuasca (Lagrou, 2012: 98-104).
La recomendación que les da a los aprendices ayahuasqueros es de “quedarse dentro
del diseño”, para que no se pierdan en sus visiones.
Diseños textiles, sustancias visionarias y el corte de cabezas
Pero ¿qué sucede con los nexos entre los diseños textiles, las sustancias visionarias
que los inspiren y el fenómeno de la captura de cabezas trofeo en su condición de un
elemento radiante de poder por excelencia? ¿Es posible que, con la vuelta ontológica,
se hayan pasado por alto las lógicas culturales que subyacen a las transformaciones
de los diseños, para centrarse en las técnicas perspectivistas en sí?
Este nexo entre los diseños textiles y la captura de cabezas trofeo era evidente en
las feroces pugnas por lindes en la llamada “guerra de los ayllus” de 2000 en el sur
de Bolivia. En aquella ocasión, se desencadenó un impulso por transformar estos
diseños con un esfuerzo creativo impresionante, caracterizado por la incorporación
de las fuerzas del enemigo, en un ejemplo de la depredación ontológica andina. Estos
períodos de guerra se caracterizan por el reto de llevar el desarrollo de las estructuras
y técnicas textiles a sus límites, creando tejidos de hasta ocho capas de urdimbre en
telas sumamente densas y gruesas. Las tejedoras mencionaron que, al trabajar estos
tejidos, sus dedos sentían los enredados de hilos en su interior como si fueran “cabezas
trofeo” en vías de transformación (Arnold y Espejo, 2009: 285).
Un caso aún más explícito se halla entre los mapuches del sur de Chile y la Argentina,
cuyos orígenes lejanos se remontan hasta el Chaco. Centrándose en la manta masculina (llamada makuñ), Pedro Mege (1989) resalta ciertas similitudes en las transformaciones de diseños con lo que Franz Boas llamaba hace tiempo un “método por
corte”, para decir que se “cortan” los referentes o diseños para así “cortar” también
sus significados, en busca de nuevos sentidos inéditos. En esta transformación de
la figuración, un lenguaje de unos pocos ingredientes estructurales se reorganiza
contínuamente por pasos sucesivos de desdoblamiento, desarticulación, dislocación
y desmembración, para generar los nuevos significantes de una multitud de sentidos
flotantes y dispersos. Un ejemplo es el motivo “árbol” (temu), que se transforma
“internamente” para crear una cruz con doble escalonado (ibíd.: 90, Figuras 3 y 4)
(Figura 10a). Alternativamente, se lo puede efectivizar en otro motivo de árbol (llamado kolümame), aunque en este caso se debe modificar además, lo femenino del primer
árbol en lo masculino del segundo, vía un proceso de desmembración (Figura 10b).
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10c
Figura 10a) Transformaciones
en textiles mapuches del
motivo del árbol femenino
(temu) por desarticulación
y dislocación hacia b) el
árbol masculino (kolümamell); c) Transformaciones
del motivo del personaje
ritual (lukutuel) a cabezas
enfrentadas (rewe-lonko) por
decapitación y desmembración. Fuente: Mege (1989:
91, Figuras 3 y 93, Figura 5).
En un tercer caso, para transformar el motivo de un personaje ritual asexuado
(lukutuel) en cabezas enfrentadas (rewe-lonko), la desmembración es aún más profunda (Mege ibíd.: 92-93, Figura 5). Primero se “decapita” la figura del personaje
ritual, y luego la “cabeza decapitada” sufre un proceso drástico de transformación interna, conjuntamente con un proceso de dislocación en la cara, y queda
deformada de tal manera que asume la forma de una media cruz, sobre la cual
descansa el contorno escalonado de la cabeza. Por último, es desdoblada en su
eje horizontal, obteniéndose al cabo de estas operaciones “cercenadoras” el nuevo
motivo de las cabezas enfrentadas (Figura 10c). En otras transformaciones del
motivo del personaje ritual, inclusive se le practica un desollamiento, trabajando
solo con el “cuero cabelludo” antes de realizar el desdoblamiento y reensamblaje
del nuevo diseño. En estos ejemplos, el lenguaje técnico de los mismos procesos
transformadores de los diseños textiles deriva de las ontologías transformadoras
centradas en las cabezas trofeo.
Técnicas perspectivistas en los diseños textiles de faz de urdimbre
En los Andes, es en los textiles de faz de urdimbre con patrones de diseños donde más
se ha podido desarrollar el lenguaje transformacional de los diseños textiles, debido
a sendos desarrollos en la complejidad tridimensional de las estructuras y de las técnicas textiles. Aquí se halla evidencia de una sinestesia de patrones semánticos que
estructuran las ideas, y de la aplicación de técnicas perspectivistas en la elaboración
del textil para expresar las transformaciones del mundo.
El juego de colores en las capas de urdido produce un efecto gestalt entre diseños y
colores, que no permite al observador decidir cuál de los elementos es dominante y
cuál es secundario, como en una relación más convencional de figura y fondo (Arnold
y Espejo, 2013: 196, Figura 6-4), lo que se halla en sendas transformaciones en otros
soportes de la región (escultura y cerámica) (Lau, 2010; González, C., 2013; De Diego
y Arnold, 2015). Ambos elementos de la composición se articulan entre sí en una
relación desequilibrada sin el predominio del uno ni del otro.
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Vinculadas con este fenómeno transformador del espacio compositivo, aparecen la
inestabilidad y el desequilibrio entre el interior y el exterior del textil. En este juego
de planos, las propias tejedoras se esmeran en expresar en el textil los aspectos tridimensionales del mundo, y se considera que el poder de la tejedora está dirigido al
manejo de sus pensamientos en varias dimensiones al mismo tiempo (Arnold y Espejo,
2013: 56-60). Se trata de aspectos vitales de su poder y estatus como mujer, y de las
transformaciones de su personalidad dentro de los espacios tridimensionales de los
tejidos. Según estas experiencias, no se piensan los diseños textiles como fenómenos
de la superficie, sino como si fueran generados desde las estructuras profundas del
tejido y por las técnicas textiles que igualmente se manejan tridimensionalmente.
La relación inestable entre los diseños y los colores presentes en las dos caras del
textil es otro fenómeno comentado por las tejedoras, y esto es manejado por ellas a
través de un conjunto de “técnicas perspectivistas” en una consecuencia lógica de la
aplicación numérica de los conteos de selección en la técnica textil.
Las estructuras y técnicas textiles en sí son “técnicas perspectivistas” que la tejedora
aprovecha para expresar la tridimensionalidad del mundo. Una mayor cantidad de
capas del urdido (más de dos) en la estructura textil contribuye a la complejidad en
general del tejido, en términos de la cantidad de colores que se pueden usar, la gama
de contrastes entre colores (poco, mediano o mucho) que se puede manipular, la
complejidad de las texturas que se producen en las superficies y los motivos textiles
que se pueden elaborar a partir de ella (Arnold y Espejo, 2012, 2013). Asimismo, la
aplicación de las técnicas más complejas de selección y conteo (las reescogidas) permite una mayor manipulación de los perfiles en torno a los motivos, o a la organización
de estos últimos en bloques de color.
En la práctica, las tejedoras clasifican estas técnicas textiles de referencia en dos grupos: las contadas por “par” (con conteos tipo 2/2 o 4/4), y las contadas por “impar”
(con conteos 1/1, 2/1 o 3/3) y la aplicación de cada uno de estos grupos imprime cierto
ritmo a los diseños, que ellas aprenden a reconocer y a visualizar desde temprana
edad (Arnold y Espejo, 2012: 91).
Las técnicas contadas por par suelen generar motivos figurativos, asociados con los
elementos de este mundo (uraqpacha): de la vida productiva del lugar, ya sean personas, animales, plantas o instrumentos de trabajo, implementos de viaje, de guerra,
etc. En cambio, las técnicas contadas por impar suelen generar motivos geométricos o
abstractos, que expresan los elementos estructuradores del mundo, donde las personas
suelen trabajar (canchones, terrazas o andenes y chacras) y los animales y plantas
suelen crecer y vivir (Arnold y Espejo, 2013: cap. 6). Con cierta resonancia de las dos
fases del ciclo de las cabezas trofeo que ya identificamos, los motivos geométricos
suelen expresar los elementos estructuradores permanentes del mundo, dentro de
los cuales ocurren los ciclos anuales de crecimiento que generan las guaguas, sean
humanas, animales o vegetales (Arnold y Espejo, 2013: 312). En este contexto, lo impar
significa algo incompleto, que todavía debe terminar su camino de procesamiento
(como semillas en un nuevo ciclo), en tanto que lo par se asocia con la esfera doméstica
y el consumo o intercambio de los productos (ibíd.: 262-264).
En los textiles más complejos del pasado, con tres y más capas de estructura, se suele
recurrir a las técnicas de conteo de 2/1 y 2/2 para generar diseños “entrelazados”
(interlocking en inglés), en los que las figuras (comúnmente de aves o serpientes)
se entrelazan, haciendo difícil separar visualmente un motivo del otro (Figura 11).
Entrelazados también con sus contornos aserrados, que parecen expresar lugares
con una vegetación abundante, estos diseños inestables y desequilibrados generan un
espacio textil gestalt, sin figura ni fondo, en que los seres se transforman uno en otro.
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Figura 11. Textil con diseños
interlocking o entrelazados.
Fuente: Museo Británico de
Londres (AM1923,1107.1).
Comparativamente, en la clasificación de los kené de las tierras bajas, Lagrou (2012)
observa que los cashinahuas relacionan los diseños “geométricos” o “abstractos”
(que ella prefiere llamar “anicónicos”) con la escritura y la tesitura, ya que ayudan
al espectador a imaginar una serie de figuras virtuales en su interior (ibíd.: 104). En
cambio, los diseños figurativos se suelen asociar al dominio de los “dobles” y los
“espíritus”. Quizá en los Andes se trate de algo similar, donde los diseños geométricos fungen, como una especie de “receptor”, con el poder de generar los diseños
figurativos productivos “desde adentro” (cfr. Arnold, 2012: 126).
Conclusiones
Muchos ejemplos examinados aquí refuerzan la idea de que, en ciertas coyunturas, la
dinámica transformacional de las metamorfosis cosmológicas mayores de los Andes,
como en las tierras bajas, se ha plasmado a través del tiempo en un lenguaje iconográfico centrado en dos ciclos: primero, el ciclo bélico asociado al complejo chamánico
y, segundo, el ciclo productivo, con sus momentos distintos en la generación del
mundo: el brote de la semilla, el crecimiento y el florecimiento, seguido finalmente
por la documentación en los diseños textiles de estos recursos regionales y su destino, según las necesidades del hogar. Este hecho nos lleva a cuestionar el significado
“abstracto” que han adquirido los diseños “geométricos” en el arte de estas regiones
(e incluso en el arte moderno de Occidente), como si fueran elementos pasivos que
no tuvieran sus contrapartes en el mundo. Tanto en las tierras altas como en las
bajas, los motivos denominados “abstractos”, como parte del ciclo bélico-chamánico,
juegan su propio papel en la generación de los ciclos productivos del mundo, y de
ninguna manera son “abstraídos” de ello. En cambio, ambos ciclos forman parte de
las técnicas perspectivistas que inducen a los espectadores a contemplar activamente
las dinámicas kinestésicas de su entorno.
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He reiterado a lo largo del artículo la posibilidad de que en el fondo de estos ciclos
distintos subyazca la memoria social de las ontologías transformadoras del complejo
de las cabezas trofeo, y las formas de manipulación del Otro para convertirlo en lo
propio, en una versión andina de la depredación ontológica (sensu Viveiros), que ha
sido parte de una ideología compartida entre grupos hace siglos. En el textil, parece
que este nexo con lo bélico ha incidido durante siglos en desarrollos prácticos en la
complejidad y tridimensionalidad de los tejidos, así como en los telares e instrumentos
de respaldo. La demanda práctica por los tipos de motivos que se pueden generar,
las formas de clasificación de sus contenidos en términos de elementos “abstractogeométricos” o “figurativos”, la cantidad de colores (en lugar de cabellos) por usar,
sus combinaciones y grados de contraste, las texturas y los ritmos de la composición
textil en su totalidad, y el mismo lenguaje de las transformaciones de los diseños, uno
en otro, todo ello sea quizá una consecuencia de las esferas de actividad subyacentes.
Estos procesos ocurren en un espacio corporal y espiritual, a la vez que estructuran
el espacio cognitivo en que los actores sociales contemplan los diseños textiles de
una manera tanto sinestésica como ideastésica.
Sospecho que los orígenes de este espacio contemplativo pueden ubicarse en parte en
las consecuencias de consumir sustancias psicoactivas individualmente o en grupo, de
tal manera que algunas visiones producidas fueran dirigidas a ideologías en común,
ligadas a las prácticas de tomar cabezas, en tanto que otras visiones estarían más vinculadas con la esfera reproductiva de las mujeres y la generación de las cosas (o crías)
del mundo. Según la evidencia, esto ocurría entre las tejedoras y los usuarios de los
textiles tanto en los Andes surcentrales como en las zonas cercanas de las tierras bajas.
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Denise Y. Arnold
Realizó estudios de posgrado en Arquitectura y Medio Ambiente antes de su
Doctorado en Antropología (University College London, 1988). Ha sido Research
Fellow del Social Science Research Council, el Economic and Social Research Council
y el Leverhulme Trust, Scholar Radcliffe Brown y Research Professor en Birkbeck,
University of London. Ejerce la docencia en Bolivia, Perú, Chile y la Argentina.
Actualmente es Directora del Instituto de Lengua y Cultura Aymara e Investigadora
en el Instituto de Investigaciones Antropológicas y Arqueológicas de la UMSA, ambos
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en La Paz. Sus publicaciones y copublicaciones recientes incluyen El textil y la documentación del tributo en los Andes (2012), El textil tridimensional (2013), Textiles, technical
practice and power in the Andes (ed. 2014) y An Andean science of weaving: Structures and
techniques of warp-faced weaves (2015).