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Iconografía de lo invisible

Iconografía de lo invisible. Connotaciones del tiburón como argumento abolicionista. Los tiburones y el comercio de esclavos según una interesante aportación en un apunte de Toño Maño. La Corriente del Golfo es una pintura al óleo de 1899 de Winslow Homer Cambiamos de rumbo y nos sumergimos en las aguas de la historia del arte como testimonio de las expectativas culturales atribuídas a determinadas especies animales. En concreto volvemos a vérnoslas con la persistente presencia de los tiburones en las noticias y narraciones que contemplan la relación entre el mundo natural y la conquista o explotación de este por parte de la especie humana. El tiburón sigue siendo un símbolo poderoso de la animalidad alternativa, de la alteridad extrema y del arquetipo depredador ancestral. Ya observamos, por ejemplo al respecto de la expectativas depositadas en estos animales para atraer la atención pública sobre determinado tipo de noticias, que constituyen un foco de atención, de curiosidad atávica, motivada por su parcial ocultamiento en su medio. De hecho, la persistente presencia temática del tiburón en las producciones de temática naturalista para televisión, particularmente creciente, se basa en el morbo de su potencial agresividad, de la indefensión de cualquier víctima humana en su medio acuático, pero también en la liberación que supone el moderno acceso a las imágenes subacuáticas. Efectivamente, las tomas submarinas ya no constituyen una rareza como a principios del siglo pasado. Visualizar al completo y en natural movimiento a los "monstruos" submarinos ya es habitual y rompe con una tradicional especulación sobre su tamaño y su aspecto físico, antaño semioculto bajo el agua, señalado tan sólo por el indicio de sus aletas dorsales rasgando la superficie, meros triángulos cuya base podía crecer al emerger más y más su altura sobre dicha superficie, dejando a la imaginación del observador la especulación sobre su tamaño, su forma, las dimensiones de su boca o las características de su dentadura o de su mirada. Si observamos la imagen de la izquierda, traída casi al azar, observamos una portada de un libro escolar de ciencias naturales de los años 70 del pasado siglo que pretende atraer la atención y el interés de sus potenciales usuarios a través de una ilustración muy poco científica. Las criaturas del fondo marino encarnan un misterio a desentrañar como motivo de atracción escópica, y el protagonista de la imagen es un tiburón bastante impreciso que se limita a mostrar rasgos físicos más dramatizantes que exactos, desde el momento en que, por ejemplo, intuímos un fruncimiento en su boca para mostrar agresivamente los dientes tal y como haría un cánido o un felino a modo de advertencia. Forma parte de un código visual subjetivaente antropocéntrico y distorsionante y precisamente muy poco pedagógico. Dábamos cuenta de este hecho y otros relacionados en referencia al dibujo como transmisión de información naturalista. La avalancha de proyectos científicos sufragados por la venta de las producciones audiovisuales basadas en su propio registro es especialmente significativa en el caso de los tiburones, porque bajo el pretexto de la observación y el registro de datos convierten en espectáculo circense la arriesgada captura y devolución al mar de grandes escualos, o su cercano seguimiento subacuático, el registro de imágenes diáfanas que llegan a mostrar incluso el interior de sus fauces, colmando las mencionadas espectativas y alimentando un morbo antes creciente por su escasez y ocultamiento. Podríamos establecer una cierta comparación o analogía entre el éxito comercial de los documentales sobre tiburones y la pornografía, entre el auténtico interés científico o erótico y el indiscriminado consumo de imágenes obvias y al completo de la anatomía del monstruo antes semioculto y sólo sugerido o imaginado. Ya no es un misterio la imagen al completo de un tiburón moviéndose bajo el agua, pero de algún modo sigue habiendo un deseo compulsivo de colmar dicha expectativa ya carente de misterio, como ver pornografía en la que la desnudez y la obviedad genital no colma nada más que el vicioso consumo de sus imágenes y de su evocadora presencia sin tapujos. Catalogar de monstruosa o demonizar a toda una clase zoológica es tan frecuente como desafortunado, y los tiburones, pese a la reciente reivindicación en pro de su conservación, siguen gravemente estigmatizados por el temor ancestral que provocan y el paradójico atractivo que constituyen como ingrediente de relatos atemorizadores y distorsionantes. Habíamos observado otros aspectos de la problemática imagen del tiburón al referirnos a bellas y bestias (más sobre monstruos marinos y tiburones), o lo que supone contrastar el poder atemorizante de cualquier bestia con la fuerza seductora de los miembros de nuestra especie convertidos en objeto de deseo y atracción. En cuanto al ocultamiento de los grandes animales marinos bajo las aguas, hemos observado ciertas cuestiones al respecto de tiburones y ballenas al repasar la iconografía rescatada de libros naturalistas ilustrados que usan el recurso del varamiento como tema icónico (Ballenas varadas como foco de atracción reivindicativo y monstruos surgidos de las profundidades). También recomendamos repasar nuestras anotaciones sobre las narraciones de carácter naturalista, impregnadas de morbo. Un morbo basado en el riesgo como ingrediente del relato de aventuras, como comentábamos al referirnos a los episodios con tiburones, en fragmentos ejemplares de la saga Aubrey-Maturin de Patrick O'Brien (Naturalistas de ficción. Charles Darwin y Stephen Maturin como estereotipos del naturalista (III) La historia natural del Dr Stephen Maturin) Vemos en todos estos casos que se produce una cierta ambivalencia entre ballenas y tiburones por el mero hecho de ser animales subacuáticos potencialmente atemorizadores, pese a su distanciamiento filogenético. El gran animal dueño de un medio que nos es ajeno, poseedor de una gran boca dentada e insensible a nuestras expectativas vitales, nos convierte en mera mercancía alimentaria y venga de alguna manera a la naturaleza y a las demás especies animales que son usadas por nosotros de forma análoga, algo que suele estar presente como ingrediente argumental en este tipo de relatos. A los tiburones, incluso cuando no les toca ejercer de malos o villanos, se les utiliza narrativamente como foco de atención precisamente por dejar de serlo momentánea o sorpresivamente, pero ello es consecuencia de una tradicón cultural que les ha asignado dicho papel agresivo e impío. El motivo de que hoy volvamos sobre la iconografía del tiburón es un artículo de Toño Maño en Tiburones en Galicia sobre la asociación entre el tráfico de esclavos y dichos animales. Como suele ocurrir con todas las aportaciones de Maño en su valioso blog, nos encontramos con una interesante observación sobre la asociación entre dos focos de atención cultural que coinciden en un espacio común. En este caso se trata del terror a la explotación o agresión por parte de otros seres de nuestra misma especie, un temor ancestral, atávico y arquetípico, en el mismo contexto en el que la navegación surca el medio natural de animales potencialmente observables como monstruos devoradores de hombres, el material de temores arquetípicos por excelencia. El conflicto realmente interesante que surge del análisis de dichas circunstancias es que históricamente ha suscitado la curiosidad morbosa de lectores ávidos de constatar su propia privilegiada condición de observadores. Eso sí, observadores cómodamente alejados del peligro, que pueden imaginar mediante una discutible empatía el horror del ataque depredador en las carnes de otros seres humanos anónimos. Y, en su anonimato y distanciamiento geográfico y antropológico, devaluados a una categoría inferior, subhumana, para justificar un negocio infame (el recurso se ha explotado hasta la saciedad en el cine de aventuras, en que los accidentes naturales que advertían de los peligros o los evidenciaban de forma ejemplar se ceban en nativos subalternos de los aventureros blancos, negros africanos o asiáticos, que caían victimas de arenas movedizas, abismos montañosos, ataques de fieras, etc. sólo para señalar un cierta reacción empática reservando la muerte de los personajes blancos para momentos argumentalmente más decisivos). Al mismo tiempo, si consideramos la opción de que ocurra lo contrario y se encienda el humanismo igualitario del lector, es evidente que la referencia a las penosas travesías de los barcos llenos de esclavos de razas interesada e injustamente desprestigiadas, víctimas del hacinamiento, la enfermedad y el posible final como pasto de tiburones, constituye un acicate y un poderoso argumento en contra de los horrores del tráfico de esclavos. Así, como en su día la reivindicación ante el maltrato animal fue la antesala de la reivindicación de los derechos de la infancia y de las mujeres, veremos que de algún modo los peligros encarnados por los monstruos marinos, y concretamente por los tiburones -convertidos en tópico de peligro mortal en el mar- sirvieron de pretexto argumental abolicionista en contra del tráfico de seres humanos. Tal vez lo más sorprendente, salvando la frontera de la perspectiva histórica, es que aparentemente hablamos de recursos narrativos con independencia de que la narrativa sea verídica o ficticia, y lo cierto es que los hechos tras estas narraciones eran trágicamente ciertos. M. W. Turner ("Negreros arrojando por la borda a los muertos y los moribundos—Se aproxima un tifón") 1840 (fragmento) Volviendo a los testimonios del arte sobre la vigencia cultural de estas temáticas, encontramos interesantes ejemplos que nos sitúan en el contexto de la cuestión abordada por el comentario de Toño Maño en su artículo ilustrado por el cuadro de M. W. Turner ("Negreros arrojando por la borda a los muertos y los moribundos—Se aproxima un tifón") que el artista realizó en 1840 inspirándose en un hecho real. Desde luego constituye un magnífico ejemplo de la avidez del público por visualizar hechos conocidos a través de las noticias de la prensa escrita, y nos recuerda que las galerías de arte tuvieron en su día un cierto impacto social al ilustrar visualmente los acontecimientos históricos e influir en la percepción de las gentes de su tiempo. No obstante, su supuesta crudeza, su realismo, no es naturalista, y, aunque apenas intuímos los animales atacando a algunas víctimas del abandono en las aguas, se asemjan a cualquier pez que podamos encontrar en un mercado, y no estrictamente a selacio ni tiburón alguno. Son sólo peces sobredimensionados, com en las viejas estampas aludiendo a ballenas. Encontramos otros ejemplos destacables, aunque tal vez no tan conocidos o ilustres, entre los que extraeríamos La Corriente del Golfo de Homer, la imagen con la que abrimos esta entrada. The Gulf Stream/La Corriente del Golfo es una pintura al óleo de 1899 de Winslow Homer. Muestra a un hombre en un pequeño bote de pesca sin timón desmantelado luchando contra las olas del mar, y fue la declaración del artista sobre un tema que le había interesado durante más de una década. Homer vacacionó a menudo en Florida, Cuba y el Caribe. La pintura no está exenta de ciertos enigmas, como veremos a continuación, pero desde nuestro particular punto de vista queremos destacar que al menos evidencia un cierto conocimiento específico de la anatomía de los tiburones de la zona y tal vez encierre un cierto fatalismo en el hecho de que el personaje protagonista de la escena sea de raza negra. Evidentemente pertenece al grupo racial y social que habita ciertos emplazamiento de la zona y se dedica a la ardua tarea de la pesca, pero su soledad y las características de su barco, aunque esté deteriorado por los elementos, resultan un tanto chocantes y parecen apuntar a la metáfora de una venganza o cruel retorno del destino, en el que un negro de humilde condición pero libre se ve de nuevo en una de las situaciones que estigmatizaron el comercio de esclavos: el abandono a los peligros del mar, ser víctima de los tiburones. No obstante, los tiburones, pese a ser grandes peces, no han sido contemplados por la cultura occidental como fuente de alimento o como recurso de pesca, y en cambio las imágenes sugestivas de viajes a otras culturas sí mostraban ocasionalmente la pesca del tiburón como rasgo de la arriesgada y osada supervivencia de estos pueblos más cercanos a la vida salvaje, a la aventura de los retos de supervivencia, otorgándoles una especie de superioridad moral e indudablemente física. Por otra parte, la presencia de tiburones entre las anécdotas extraídas de relatos de marinos y literatura de aventuras oceánicas suele ser un ingrediente de reconexión con las curiosidades y misterios del mundo natural y desde luego de los peligros de la vida marinera. Su pesca suele ser descrita como accidental y su peligrosa boca dentada parece encarnar una obstinada agresividad perniciosa, y nunca un signo de agonía del animal, porque lo único que prima en dichas narraciones, lógicamente, es el punto de vista humano, y el padecimiento del pez ni siquiera es contemplado. A decir verdad sería oportuno referirse no sólo al cuadro de Turner como posible antecedente de Homer, sino también, como antecedente de ambos en acometer como tema una situación crítica con un tiburón, al cuadro de John Singleton Copley, Watson y el tiburón, de 1778. John Singleton Copley, Watson y el tiburón Fragmento Pero en este caso, aunque la criatura representada guarda razonable parecido con diversas especies concretas de tiburón, acentúa ciertos rasgos, como la prominencia de la mandíbula, que apuntan más al recuerdo de una observación directa o a la recomposición de varias (tal vez avistar un tiburón vivo desde un barco, o ver un ejemplar capturado en la cubierta o en un mercado portuario). La acentuación de sus tonos pardos en contraste con los verdiazules marinos (y una cierta pugna por potenciar la transparencia del agua para desvelar el misterio de la apariencia del animal) hacen pensar en una recreación genérica de un tiburón confiando en la inexperiencia visual del espectador. El tiburón más visible del cuadro de Homer, en cambio, se antoja como una especie de actualización realista, estrictamente más naturalista, de la imagen ofrecida por John Singleton Copley, a pesar de cierta ambigüedad en la forma de presentar las branquias, o en hacernos dudar sobre el origen de las manzas rojizas y aceitosas que parecen flotar entre aguas, entre formaciones de algas y restos de sangre o frenesí alimenticio de los escualos. Homer añade a su cuadro, además de la dramática indefensión de la embarcación, aparentemente ingobernable (remarcado por la indolente y resignada actitud del vencido marino), la presencia de varios ejemplares en un muestrario de posibilidades de visualización en vivo lo más evidentes posible, intentando paliar en pintura la fugacidad del avistamiento en directo y en tiempo real. Imcluso podemos dudar del número de tiburones si consideramos la posibilidad de que uno de ellos no se muestre de cuerpo entero como dudosa actitud motriz y lo que parece ser su cola sobresaliendo del ahua pertenezca a otro ejemplar sumergido, tal y como sugieren las otras aletas que circundan la escena. Hogo Pratt: La Balada del mar salado Sea como sea, el cuadro de Homer no representa un simple remedo del de John Singleton Copley. Al fin y al cabo este representa una lucha por un salvamento, mientras que Homer plantea una imagen en el fondo mucho más poética y trascendente de choque con la realida e indefensión, de incógnita ante los indicios, de preguntas acerca del antes y el después de una situación aparentemente tan desesperada como tranquila. Parece un excelente plano inicial de una película que nos intrigue, y asimismo un posible cierre, un final abierto (abiertamente inquietante, abiertamente esperanzador). De hecho, su modernidad ofrecía un encuadre tan pictórico como accidentalmente fotográfico, de forma anticipada para un público desacostumbrado que lo criticó incluso ridiculizándolo: Exposición y reacción. En 1900, Homer envió The Gulf Stream a Filadelfia para exhibirlo en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, y después de que fue devuelto más tarde ese año escribió "He pintado en la imagen desde que estaba en Filadelfia y la mejoré mucho (más del agua de las profundidades del mar que antes) ". De hecho, la comparación con una fotografía temprana de la pintura muestra que Homero no solo reelaboró el océano, sino que cambió la trampilla de estribor rompiéndola, agregó la vela y la rociada roja de color cerca de la línea de flotación, hizo que el nombre del barco (Anna - Key West) fuera claramente legible, y pintado en el barco en el horizonte superior izquierdo, posiblemente para mitigar la sensación de desolación en el trabajo. Luego mostró la pintura en el Carnegie Institute en Pittsburgh y pidió $ 4,000 por ella. En 1906, The Gulf Stream se exhibió en la Academia Nacional de Diseño, y todos los miembros del jurado de la academia solicitaron al Museo Metropolitano de Arte que comprara la pintura. Las revisiones periodísticas del trabajo fueron mixtas; fue visto como más melodramático que el trabajo habitual de Homer. Un crítico en Filadelfia señaló que los espectadores se habían reído de la pintura, a la que se refirió como "Tiburones sonrientes", y describió la escena como "un negro desnudo acostado en un bote mientras una escuela de tiburones [va] bailando a su alrededor en el más ridícula conducta". Otro crítico contemporáneo escribió que The Gulf Stream "muestra una cierta difusión de interés que rara vez se ve en los lienzos de la mejor manera [de Homer]". El museo compró la pintura el mismo año. Sobre sus antecedentes: Homer cruzó la corriente del golfo numerosas veces; Su primer viaje al Caribe en 1885 parece haber inspirado varias obras relacionadas que datan del mismo año, incluido un dibujo a lápiz de un bote desmantelado, una gran acuarela The Derelict (Tiburones) y una acuarela más grande de la parte delantera del bote. Estudio para "The Gulfstream". Un estudio de acuarela posterior fue The Gulfstream de 1889, en el que el bote para discapacitados ahora incluye un marinero y un tiburón que se agita. Además, hay otras acuarelas relacionadas. El tiburón en La pesca de tiburones de 1885 se apropió más tarde para The Gulfstream de 1889, y una acuarela de 1899 titulada After the Hurricane, en la que una figura yace inconsciente junto a su barco varado, representa el final de la narrativa en acuarela del hombre contra naturaleza. Después del huracán, pintado por Homer en 1899, representa a un hombre arrastrado a la playa después de una tormenta. Otra posible inspiración para la serie de acuarelas y The Gulf Stream en sí fue McCabe's Curse, una historia de las Bahamas sobre un capitán británico, McCabe, que en 1814 fue robado por ladrones, contrató un pequeño bote con la esperanza de llegar a una isla cercana, pero fue atrapado en un tormenta y luego murió en Nassau de fiebre amarilla; Homer guardó un relato de la historia y la pegó en una guía de viaje. Una visita a Nassau y Florida entre diciembre de 1898 y febrero de 1899 precedió inmediatamente a la pintura final. Homer comenzó a trabajar en la pintura en septiembre de 1899, momento en el que escribió: "Pinté con acuarelas tres meses el invierno pasado en Nassau, y ahora acabo de comenzar a organizar una imagen de algunos de los estudios". Cronológicamente el primero de una serie de grandes obras pintadas por Homer en la última década de su vida, The Gulf Stream fue pintada en el penúltimo año del siglo, el año posterior a la muerte de su padre, y se ha visto que revela su sensación de abandono o abandono. vulnerabilidad. Interpretación e influencias. John Singleton Copley, Watson y el tiburón, 1778 Las intenciones de Homer para The Gulf Stream son opacas. La pintura ha sido descrita como "un episodio particularmente enigmático y tentador, un rompecabezas marino que flota para siempre en una región de misterios sin resolver". Bryson Burroughs, un curador del Museo Metropolitano, señaló que "asume la proporción de una gran alegoría si uno elige ". Su drama es de una vena romántica y heroica, el hombre renunció estoicamente al destino, rodeado de detalles anecdóticos que recuerdan las primeras obras ilustrativas de Homer. Cuando un espectador solicitó una explicación para la narración, Homer se erizó bastante en respuesta: Lamento mucho haber pintado un cuadro que requiera cualquier descripción ... He cruzado la Corriente del Golfo diez veces y debería saber algo al respecto. El bote y los tiburones están fuera de los asuntos de escasa trascendencia. Han sido arrastrados al mar por un huracán. Puede decirles a estas damas que el desafortunado negro que ahora está tan aturdido y sancochado, será rescatado y devuelto a sus amigos y a su hogar, y vivirá feliz para siempre. Pasemos ahora a observar de cerca el antecedente más ilustre del cuadro de Homer y observémoslo más de cerca gracias al detallado artículo, Watson y el tiburón: "una lección muy útil para la juventud" de Megan O’Hearn disponible en ARTSTOR. John Singleton Copley, Watson y el tiburón, 1778. Imagen: cortesía de la National Gallery of Art, Washington En un día cálido en 1749, Brook Watson, de 14 años, se zambulló en el puerto de La Habana para nadar. Mientras flotaba rodeado de barcos mercantes, un tiburón hundió los dientes en su pierna y tiró de él bajo las olas en un ataque cruel y sostenido que le cortó el pie derecho. Sangrando e impotente, luchó por mantenerse sobre el agua mientras un grupo de marineros maniobraba un pequeño bote en su posición y lo sacaba de la boca de Behemoth. Le tendrían que amputar la pierna en la rodilla, pero sobrevivió a su terrible experiencia. Casi treinta años después del incidente, John Singleton Copley historizó el ataque de Watson en la monumental pintura Watson and the Shark. Copley fue un pintor exitoso que dejó América para ir a Europa después del estallido de la Guerra Revolucionaria, buscando hasta cierto punto escapar de la agitación política: la familia de su esposa eran leales incondicionales mientras él apoyaba con cautela la independencia, lo que pensó que los artistas deberían evitar. Sus cartas muestran a un hombre preocupado por unirse a las filas de los pintores más respetados de Europa y ganar mecenas adinerados. Escribe sobre el deseo de crear pinturas de historia, consideradas el género de pintura más desafiante e importante técnicamente en ese momento, para elevar su carrera. No se sabe cómo Copley se enteró del pasado de Watson, pero se cree que Watson se acercó a Copley para obtener una comisión en la que vio una gran oportunidad. En Watson y el tiburón, Copley cambió las tradiciones de la pintura de género heroificando a las figuras contemporáneas que participan en eventos reales en lugar de representar temas religiosos, míticos y alegóricos tradicionales, obteniendo con éxito la aclamación que buscaba al abandonar América. La pintura causó sensación en la Royal Academy, donde se exhibió en 1778 bajo el título excepcionalmente explicativo Un niño atacado por un tiburón y rescatado por unos marineros en un bote; fundada en un hecho que sucedió en el puerto de La Habana. Las audiencias conmocionadas por el contenido dramático y espeluznante de la pintura quedaron aún más sorprendidos por el tratamiento novedoso de un evento real, un enfoque que solo se vio anteriormente en la obra de Benjamin West de 1770 La muerte del general Wolfe. Los críticos felicitaron la magistral narración de Copley de una historia centrada en el heroísmo de los hombres comunes. Citando una reseña periodística de 1778 en la que el autor da un relato detallado de la historia y concluye que los rescatistas "se ejercitaron noblemente", escribe el historiador Louis P. Masur: “Para este escritor, la historia es de acción heroica frente al terror, de compasión por el que sufre frente a la avaricia insaciable y la indiferencia cósmica. Es la historia de unos pocos ... hombres comunes que trabajaron juntos y "se esforzaron noblemente". Literalmente, desde la historia, la pintura recrea una batalla campal entre demonios desde las profundidades y hombres que trabajan justo por encima de la superficie. En este horrible instante, la historia se democratiza y se demuestra que el marino anónimo es tan merecedor como cualquier general de las recompensas temporales y espirituales de la acción virtuosa y desinteresada ". La investigación sobre Watson y el tiburón sugiere varias interpretaciones del significado de la pintura, incluidas las opiniones de que representa la lucha entre las fuerzas del bien y del mal, sirve como comentario racial, o que es una alegoría política sobre la Revolución Americana. Ninguno de estos argumentos es concluyente, ya que Copley (tal vez de manera reveladora) proporcionó muy poca información sobre su inspiración para el trabajo, aparte de describirlo como una historia "fundada en un hecho". En un artículo de 2012 en American Art, Jonathan Clancy argumenta que el la pintura se centra exclusivamente en "el poder de la agencia humana". De hecho, los marineros anónimos que rescataron a Watson tomaron la decisión de luchar contra la naturaleza y tuvieron éxito. En una historia inspiradora del levantamiento de botas del siglo XVIII, Watson se recuperó y triunfó sobre sus primeras desgracias, se convirtió en un exitoso comerciante, soldado y político, y ocupó cargos como Lord Mayor de Londres, presidente de Lloyd's y comisario general de las fuerzas. de Gran Bretaña La historia de Watson es una que vemos repetida en las narraciones de los sobrevivientes contemporáneos de ataques de tiburones. En las entrevistas, los sobrevivientes a menudo se describen a sí mismos como si hubieran estado en el lugar equivocado en el momento equivocado; desafortunadas víctimas del azar que fueron liberadas de una muerte segura por su propia fuerza o por la valentía de otros, que sin embargo perseveran y viven vidas felices y plenas. Los detalles sangrientos de estas narraciones nos sorprenden y emocionan, de la misma manera que lo hicieron las audiencias en 1778. También nos consuelan al proporcionar un sentido de agencia en un mundo caótico e impredecible. Cuando vemos que las personas conquistan terrores insondables, consideramos que nosotros también podríamos perseverar si nos enfrentamos a un desafío similar. A su muerte, Watson legó la pintura de Copley al Christ's Hospital, un internado para niños desfavorecidos, con la esperanza de que brinde "una Lección más útil para la juventud". Watson no describe qué lección útil podría impartir la pintura, pero dada su historia personal , podemos deducir sus intenciones. Sea como fuere, es llamativo que la aparición de la cabeza del tiburón protagonista de ambas escenas aparezca en contra de la lectura occidental de arriba abajo y de izquierda a derecha, es decir; se presenta desde el ángulo inferior derecho, mostrando su perfil izquierdo, imponiendo agresivamente su presencia, irrumpiendo en el campo visual del espectador, y condicionando tal vez la persistencia posterior de una convención visual tal vez inconsciente pero repetida. La observamos en algunas muestras del mundo del cómic y la ilustración, en los que el orden direccional de la lectura condiciona sustancialmente la posición de las figuras que intervienen en la acción, y tal vez no sea casual que observemos el mismo esquema repetido incluso en una obra escultórica como la peculiar alegoría del tráfico de esclavos colonial por parte de la corona británica a cargo de la artista americana Kara Walker. En su artículo sobre esta obra de Walker (disponible en EasternEye), Amit Tory, recalca su carácter de recordatorio, y que por tanto trabaja con la aliteración de imágenes que remiten a un acervo visual histórico asociad La artista estadounidense ha tomado la idea del alegre Victoria Memorial frente al Palacio de Buckingham y lo ha subvertido para crear Fons Americanus, a través de una crítica mordaz del comercio de esclavos en el que estaban implicados Estados Unidos y Gran Bretaña. La escultura, una fuente de 42 pies de altura en el Salón de Turbinas de Tate Modern, incorpora una soga que cuelga de una rama, tiburones en el agua y un niño angustiado que llena un caparazón con sus lágrimas para denotar la experiencia africana del comercio de esclavos. No ésta es una exposición que se avendrá con los historiadores ingleses de derecha, que insisten en que la Gran Bretaña colonial podría haber tenido algunos defectos, pero trajo una influencia civilizadora en conjunto inferior a sus mortales efectos. Posiblemente, después del Brexit, dicen algunos, volverán los días de gloria. Por la disposición de los elementos escultóricos. la figura del tiburón vuelve a presentarse emergiendo de derecha a izquierda y se repite la figura del hombre negro a su suerte en una precaria embarcación, sustituyendo las alegóricas y mitológicas figuras de centauros acuáticas de la fuentes victorianas por una cruda realida del pasado que se repite en el presente con las pateras norteafricanas que afrontan una dramática singladura del Mediterráneo Kara Walker por Chuck Close Kara Elizabeth Walker (nacida el 26 de noviembre de 1969) es una pintora, silhouetist, grabadora, artista de instalaciones y cineasta estadounidense que explora la raza, el género, la sexualidad, la violencia y la identidad en su trabajo. Es más conocida por sus cuadros del tamaño de una habitación de siluetas negras de papel cortado. Walker vive en la ciudad de Nueva York y ha enseñado mucho en la Universidad de Columbia. Cumple un período de cinco años como Cátedra Tepper en Artes Visuales en la Escuela de Artes Mason Gross, de la Universidad de Rutgers. Fue elegida para la Sociedad Filosófica Americana en 2018. Tras esta contextualización histórica, es interesante deternos a recordar la trascendencia de la escena descrita por Turner en su célebre cuadro del barco de esclavos acosado por ciclón y deshaciéndose de carga como si de lastre se tratase, abandonando a los desdichados a su suerte en el mar, a una muerte segura, angustiosa y dolorosamente acelerada por la presencia de los tiburones. El pintor ni siquiera precisa mayor acercamiento o detalles, ya que si ni siquiera mostrase los cruentos ataques más que borrosa y lejanamente su público temería su inminencia. Dejemos paso a la explicación recopilada y elaborada por Toño Maño en su publicación original, disfrutando además de las valiosas especificaciones que se nos ofrece acerca de las diferentes especies de tiburones en determinadas circunstancias y localizaciones: Los tiburones y el comercio de esclavos Slavers Throwing Overboard the Dead and Dying—Typhoon Coming ("Negreros arrojando por la borda a los muertos y los moribundos—Se aproxima un tifón"). J. M. W. Turner (1840). Cuadro inspirado en un suceso real. El comercio atlántico de esclavos constituye, desde cualquier punto de vista, excepto tal vez el capitalista, uno de los episodios más atroces y sanguinarios de la historia de la humanidad... y de la inhumanidad que le es consustancial. A lo largo de 300 años de horror, millones de personas fueron brutalmente arrancadas de sus tierras, almacenadas en buques en peores condiciones que el ganado y transportadas al otro lado del océano convertidas en esclavos. El feroz salvajismo con el que unos supuestos seres humanos se ensañaron con sus semejantes es solo comparable con el exhibido (diferencias cuantitativas aparte) durante otros episodios de nuestro glorioso pasado como el exterminio de los indígenas de Tierra del Fuego, la conquista del Congo, o los campos de exterminio de los nazis¹. Centenares de miles de almas se dejaron la vida durante la interminable travesía del Atlántico, bien víctimas de la enfermedad, bien del castigo, bien para huir de su prisión. Todos acabaron en el mar. Los tiburones tuvieron su papel en esta tragedia, un papel importante, aunque por supuesto involuntario. El llamado "barco negrero" y el tiburón se encuentran íntimamente vinculados en la memoria y las historias de los protagonistas. Significativamente, según la explicación más ampliamente aceptada, la propia palabra shark ("tiburón") se incorporó al inglés hacia la segunda mitad del XVI procedente de la voz maya xoc que los marineros ingleses que habían participado en las primeras expediciones de comercio de esclavos incorporaron a su habla. Antes del advenimiento de la pesca industrial, el océano estaba rebosante de vida, y de depredadores. Los tiburones, criaturas sumamente oportunistas, no debieron de tardar en descubrir en los llamados "barcos negreros" una valiosa (por lo segura) fuente de alimento. Estos buques dejaban tras de si estelas interminables de poderosos estímulos químicos: basura, despojos, residuos humanos de todo tipo... y el hedor de miles de cadáveres lanzados al agua. Diversos testimonios de oficiales, marineros y pasajeros describen como los grandes tiburones seguían a los barcos y se abalanzaban como centellas sobre todo aquello que era arrojado por la borda. No siempre eran visibles desde la cubierta, excepto cuando el mar estaba en calma y el barco navegaba a poca velocidad. Entonces los pasajeros observaban con terror las enormes formas oscuras que lentamente se deslizaban alrededor y por debajo del barco, "con su negra aleta dos pies por encima del agua, su morro ancho y sus pequeños ojos, y ese aspecto maligno que le hacía a uno estremecerse incluso estando a una distancia segura"². Muertos, enfermos graves y moribundos se despachaban sin miramientos, directamente a las fauces de los tiburones. Los buques "negreros" ingleses que viajaban hacia las costas occidentales de África para cargar su mercancía se topaban con los primeros tiburones hacia la altura de Madeira y las islas Canarias, que se iban haciendo cada vez más abundantes a medida que se acercaban al continente: Cabo Verde, Congo, Gambia, Senegal... hasta Angola. El festín de los tiburones comenzaba dentro de los ríos por los que bajaban canoas y otras embarcaciones de poco calado cargadas de esclavos capturados tierra adentro. Los ríos eran el territorio exclusivo de los temibles y voraces jaquetones toro (Carcharhinus leucas), que abundaban a millares. En la costas se sumaban los enormes tiburones tigre (Galeocerdo cuvier), algún que otro tiburón blanco (Carcharodon carcharias) y los tiburones martillo (Sphyrna sp.), entre otras especies. La mortandad entre los nativos era ya muy elevada antes incluso de comenzar la travesía oceánica: "Cuando se lanzan los muertos al mar, lo cual sucede casi todos los días (...), los tiburones están tan atentos que tan pronto el cadáver toca el agua, es inmediatamente despedazado y devorado delante de nuestros ojos". Los muertos negros iban, pues, al mar; y los muertos blancos (ajusticiados o muertos por enfermedades tropicales)... pronto aprendieron las autoridades a enterrarlos bien tierra adentro, porque las mareas se llevaban la arena y los cuerpos en descomposición no tardaban en ser descubiertos por los depredadores. Los leucas y los tigres podían seguir a los barcos que emprendían la travesía del Atlántico durante semanas, es posible que algunos hasta alcanzar el otro lado del mar. Pero en el océano abierto, el relevo lo tomaban los grandes oportunistas pelágicos como las tintoreras (Prionace glauca) y, sobre todo, el tiburón posiblemente más abundante y temido, el jaquetón oceánico de puntas blancas (Carcharhinus longimanus), además de otras especies como el marrajo (Isurus oxyrinchus) o el jaquetón sedoso (Carcharhinus falciformis). En el espacio vacío de la altamar, el casco de los navíos deslizándose a velocidad moderada sobre la superficie constituían una suerte de refugio para infinidad de peces y de tiburones que se congregaban bajo la quilla y que servían como una valiosa fuente de comida que permitía ahorrar provisiones. Los tiburones eran un alimento apreciado por los esclavos, aunque no tanto por los marineros, algunos de los cuales tenían ciertos escrúpulos a la hora de hincar el diente a criaturas que se habían estado alimentando de carne humana. Los tiburones también fueron de extraordinaria utilidad para los capitanes: eran la mejor disuasión posible para cualquier marinero que estuviese pensando en desertar, o para cualquier esclavo que estuviese tentado de huir lanzándose por la borda. Aunque esto último no siempre funcionaba: hubo muchos que prefirieron morir antes que ser esclavos lo mucho o poco que les quedase por vivir. No eran infrecuentes las escenas en las que se ordenaba bajar al agua a un esclavo amarrado con una cuerda para izarlo poco después medio devorado. Una imagen expeditiva. Grabado que muestra la terrible escena en la que probablemente se basó Turner para pintar el cuadro que encabeza este artículo. Un capitán se deshace de unos 130 esclavos lanzándolos vivos por la borda hacia una muerte segura con la única finalidad de cobrar un seguro: Las escenas de horror, reales o imaginadas, de hordas de tiburones sedientos de sangre abalanzándose sobre los esclavos para despedazarlos vivos fueron constantemente utilizadas por los abolicionistas de Europa y América en sus campañas de concienciación. El tiburón se erigió de este modo en símbolo de la violencia y el terror asociados al esclavismo. Y es en este contexto donde encontramos una curiosa joyita con la que cerramos este artículo: una solicitud dirigida nada menos que "A los muy honorables miembros de la Cámara de los Lores reunidos en el Parlamento, y firmada por ¡"los tiburones de África"! En efecto, los tiburones de África, que atraviesan un momento de gran prosperidad, de vacas gordas, dirigen al Parlamento británico una carta en la que ruegan a sus señorías que no hagan caso de las voces, fanáticas y chirriantes, de los abolicionistas, peligrosos extremistas que piden nada menos que la eliminación de una lucrativa actividad económica altamente beneficiosa, tanto para el país... como para ellos. La exposición de motivos ya da una idea de por dónde van los tiros: Los tiburones de África Exponen: Que los solicitantes constituyen un cuerpo numeroso, y en estos momentos en una situación muy próspera, debido principalmente a la constante visita de transportes procedentes de vuestra isla. Que rondando alrededor de estas mazmorras flotantes los solicitantes reciben grandes cantidades de su más preciado alimento: la carne humana. Que los solicitantes reciben sustento no solo de los cadáveres de aquellos que han caído por culpa de las fiebres, sino que con frecuencia se les agasaja con ricos banquetes de cuerpos de negros vivos que voluntariamente se arrojan a la morada de los solicitantes, prefiriendo el exterminio inmediato entre sus fauces a los horrores imaginados de una prolongada esclavitud. Que entre la espuma y las grandes olas que recorren el territorio de los solicitantes naufragan cantidad de navíos ingleses, cuyas tripulaciones suelen quedar abandonadas a su suerte, proporcionándoles muchas deliciosas comidas; pero, sobre todo, esos grandes navíos repletos de negros se estrellan contra las rocas y los bajíos que abundan en las regiones de los solicitantes, con lo que cientos de seres humanos, tanto negros como blancos, se precipitan todos a la vez en su elemento, donde el masticado de carne humana y el crujido de los huesos, proporcionan a los solicitantes el mayor disfrute que sus naturalezas son capaces de disfrutar... La carta, cuyo original completo podéis leer pinchando aquí, fue escrita y publicada a finales del XVIII por el médico, poeta y compositor escocés James Tytler siguiendo la mejor tradición de los grandes escritores satíricos del país, que no dudaron en utilizar el humor negro (casi sangriento) en sus escritos (pienso, por ejemplo, en mi admirado Jonathan Swift, en aquella inolvidable "Modesta proposición"³). Tytler fue arrestado por su radicalismo y acusado de sedición. En 1793 logró huir y exiliarse, primero en Irlanda, luego en Salem. Poco a poco, a lo largo del siglo XIX las diversas naciones occidentales fueron aboliendo el comercio de esclavos. El último "barco negrero" que llegó a los EEUU fue el Clotilde, que en 1859 desembarcó ilegalmente su cargamento en el puerto de Mobile, Alabama. Hoy, seguimos vaciando el océano, que no es ni una sombra de lo que fue. __________________________________ ¹ No en vano el comercio atlántico de esclavos forma parte sustancial del llamado Holocausto Africano o Maafa (término swahilli que significa "gran desastre" o "gran tragedia"). ² Tomo estos pasajes, así como la gran mayoría de datos de este artículo, del interesante trabajo de Markus Rediker (2008). History from below the water line: Sharks and the Atlantic slave trade. Atlantic Studies, Vol. 5, nº 2. doi: 10.1080/14788810802149758. Véase también un artículo del mismo autor publicado en el Boston Globe el 23 de septiembre de 2007: Slavery: A shark's perspective. A strange text sheds new light on the true roots of abolition. ³El título completo es: A Modest Proposal For preventing the Children of Poor People From being a Burthen to Their Parents or Country and For making them Beneficial to the Publick ("Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres o su país y para hacerlos útiles para la población"), publicada en 1729. Recordemos que el bueno del clérigo irlandes, llevado de la más negra amargura por la ineptitud y desidia de las autoridades irlandesas a la hora de paliar la horrible hambruna que asolaba su país, proponía nada menos que la creación de un mercado local de carne de niño, que era sumamente abundante, nutritiva, barata y fácil de conseguir. Obviamente, se trataba de un ejercicio de humor negro. Concluimos esta reflexión sobre las implicaciones históricas, culturales y antrozoológicas de la iconografía del tiburón ofreciendo una breve revisión de imágenes tal vez olvidadas pero reivindicadas desde la curiosidad hurgadora disponible en la red. Podemos repasar algunas de las ilustraciones que en su día ni siquiera pretendían herir la sensibilidad más filantrópica sino sencillamente testimoniar los avances de la industria náutica y de los nuevos transportes marítimos que fomentaban el nuevo comercio naval al servicio de sus respectivos imperios. Inglaterra, España, Francia, Holanda, Portugal...todos ellos pugnando por la conquista y el acopio de tesoros de ultramar desposeídos de identidad moral sólo por ser remotos y ajenos a la normalidad cultural y religiosa de sus dominios europeos. Como otras mercancías, los esclavos raptados de sus tierras natales eran transportados optimizando la rentabilidad sencillamente aumentando el número de capturas en unos transportes que optimizaban el espacio a costa del mínimo bienestar del ganado humano, enlazando en un curioso bucle la reivindicación de los movimientos animalistas actuales análogamente a como se produjo en su día con semejantes de la misma especie segregados de categoría por meros argumentos raciales, culturales, sociales y, en definitiva, económicos. Hugo Pratt: La balada del Mar Salado Y para refrenar esta tragedia imperdonable, la empatía suscitada por la evocación en el imaginario colectivo de una muchedumbre de humanos devorados por tiburones. Por animales de otra especie, depredadores oportunistas de un medio ya ajeno al nuestro, de sangre fría y filogenética y taxonómicamente lejanos, venidos del abismo, de lo profundo, desde abajo, ala especie que se autocinsidera superior y por encima, elevada y siempre con la vista puesta en las alturas. La imagen del barco seguido por tiburones es clásica y recurrente en los libros de aventuras y no tardó en traspasarse al cine en cuanto hubo ocasión, y alimentó con el tiempo reiteradas apariciones del tópico acerca de los peligros ocultos por el mar, un privilegio apenas compartido por pulpos y calamares gigantes y ballenas. El tiburón que acecha y que ha de ser eliminado como amenaza, contra el que algunos héroes luchan incluso a muerte. El cómic y la novela gráfica también siguen recurriendo al tiburón como elemento arquetípico que sigue apareciendo con gran frecuencia de derecha a izquierda desde el ángulo inferior de la viñeta, opuestamente a la dirección del texto, y de abajo arriba, en posición a la lectura, resaltando subliminalmente su irresistible ataque. No obstante, antes de que el héroe humano blanco y colonizador se enfrente a la bestia subacuática, ésta demostrará su poder en episodios que suavizan su impacto entre los espectadores caucásicos sacrificando algunos indígenas nativos, de color, sean asiáticos, sudamericanos, australianos o africanos, que serán "accidentalmente" (en ocasiones incluso torpe o estúpidamente) para despertar una moderada empatía entre dicho público, preocupado principalmente por la supervivencia y éxito del héroe o de la mujer a la que éste ha de proteger. Hugo Pratt: La balada del Mar Salado Sin embargo, también es cierto que a veces la presencia del tiburón está revestida de cierta poética simbólica asociada al destino o a las fuerzas de éste que condicionan o dirgen nuestra conducta y nuestras decisiones, un recordatorio de que no todo está en nuestras manos y que tomamos el control de las cosas sólo cuando estas lo permiten y el entorno no presenta obstáculos ni peligros, y mientras no abandonemos la seguridad de nuestras embarcaciones no hemos de temer es preferible que disfrutemos de la singladura. Corto Maltés, el emblemático personaje creado por Hugo Pratt, hace su primera aparición evocando cierto episodio de Su majestad de los mares del Sur , inspirado por el capitán interpretado por Burt Lancaster. Corto, atado a una baliza flotante en medio del mar, empieza a ser acosado por los tiburones antes de ser rescatado, pero inicialmente la mera imagen del hombre atado en la superficie del mar es de por sí llamativa, enigmática y simbólica. Aunque Corto Maltés no es estrictamente un héroe de acción sí encarna un hombre de acción, de constante movimiento, en viaje perpetuo y el mar es un paisaje poético y poco trabajoso de dibujar en el espontáneamente minimalista estilo de Pratt, perezoso confeso. Incluso con este estilo gráfico impaciente y económico, el artista conseguía evocar momentos extraídos de clásicos de la literatura y el cine de aventuras, y no faltaba el acecho y ataque ocasional de los tiburones ni siquiera del anterior terror de los mares como era el pulpo gigante gracias a Victor Hugo y posteriormente al calamar gigante de Julio Verne. Hugo Pratt: La Balada del Mar Salado Enlaces: https://tiburonesengalicia.blogspot.com/2019/09/los-tiburones-y-el-comercio-de-esclavos.html - Megan O’Hearn La imagen de Copley’s Watson and the Shark nos llega por cortesía de la Galería Nacional de Arte; La Biblioteca Digital Artstor también ofrece versiones posteriores del Instituto de Artes de Detroit y el Museo de Bellas Artes de Boston, así como una copia del Museo de Arte Metropolitano. Bibliografía Masur, Louis P. "Leyendo a Watson y el tiburón". The New England Quarterly 67, no. 3 (1994): 427-54. doi: 10.2307 / 366146. www.jstor.org/stable/366146 Clancy, Jonathan. "Agencia humana y el mito de la salvación divina en Watson y el tiburón de Copley". American Art 26, no. 1 (2012): 102- 11. doi: 10.1086 / 665631. www.jstor.org/stable/10.1086/665631 Jaffe, Irma B. "Watson y el tiburón" de John Singleton Copley ". American Art Journal 9, no. 1 (1977): 15-25. doi: 10.2307 / 1594052. www.jstor.org/stable/1594052 – Megan O’Hearn The image of Copley’s Watson and the Shark comes to us courtesy of the National Gallery of Art; the Artstor Digital Library also offers later versions from the Detroit Institute of Arts and the Museum of Fine Arts, Boston, as well as a copy from The Metropolitan Museum of Art. Bibliography Masur, Louis P. “Reading Watson and the Shark.” The New England Quarterly 67, no. 3 (1994): 427-54. doi:10.2307/366146. www.jstor.org/stable/366146 Clancy, Jonathan. “Human Agency and the Myth of Divine Salvation in Copley’s Watson and the Shark.” American Art 26, no. 1 (2012): 102-11. doi:10.1086/665631. www.jstor.org/stable/10.1086/665631 Jaffe, Irma B. “John Singleton Copley’s “Watson and the Shark”.” American Art Journal 9, no. 1 (1977): 15-25. doi:10.2307/1594052. www.jstor.org/stable/1594052 Posted in Features | Tagged American art Entradas Relacionadas: El tiburón bajo la superficie de la iconografía azteca, según Clifford C. Richey. Iconografía animal. Expectativas, tiburones y Photoshop. Arte, mercado y tiburones. Mandíbulas con garras y reinterpretaciones monstruosas. El jefe Brody manda. 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