Iconografía de lo invisible. Connotaciones del tiburón como argumento
abolicionista. Los tiburones y el comercio de esclavos según una
interesante aportación en un apunte de Toño Maño.
La Corriente del Golfo es una pintura al óleo de 1899 de Winslow Homer
Cambiamos de rumbo y nos sumergimos en las aguas de la historia del arte como
testimonio de las expectativas culturales atribuídas a determinadas especies animales.
En concreto volvemos a vérnoslas con la persistente presencia de los tiburones en las
noticias y narraciones que contemplan la relación entre el mundo natural y la conquista
o explotación de este por parte de la especie humana.
El tiburón sigue siendo un símbolo poderoso de la animalidad alternativa, de la alteridad
extrema y del arquetipo depredador ancestral. Ya observamos, por ejemplo al respecto
de la expectativas depositadas en estos animales para atraer la atención pública sobre
determinado tipo de noticias, que constituyen un foco de atención, de curiosidad
atávica, motivada por su parcial ocultamiento en su medio. De hecho, la persistente
presencia temática del tiburón en las producciones de temática naturalista para
televisión, particularmente creciente, se basa en el morbo de su potencial agresividad,
de la indefensión de cualquier víctima humana en su medio acuático, pero también en la
liberación que supone el moderno acceso a las imágenes subacuáticas. Efectivamente,
las tomas submarinas ya no constituyen una rareza como a principios del siglo pasado.
Visualizar al completo y en natural movimiento a los "monstruos" submarinos ya es
habitual y rompe con una tradicional especulación sobre su tamaño y su aspecto físico,
antaño semioculto bajo el agua, señalado tan sólo por el indicio de sus aletas dorsales
rasgando la superficie, meros triángulos cuya base podía crecer al emerger más y más su
altura sobre dicha superficie, dejando a la imaginación del observador la especulación
sobre su tamaño, su forma, las dimensiones de su boca o las características de su
dentadura o de su mirada. Si observamos la imagen de la izquierda, traída casi al azar,
observamos una portada de un libro escolar de ciencias naturales de los años 70 del
pasado siglo que pretende atraer la atención y el interés de sus potenciales usuarios a
través de una ilustración muy poco científica. Las criaturas del fondo marino encarnan
un misterio a desentrañar como motivo de atracción escópica, y el protagonista de la
imagen es un tiburón bastante impreciso que se limita a mostrar rasgos físicos más
dramatizantes que exactos, desde el momento en que, por ejemplo, intuímos un
fruncimiento en su boca para mostrar agresivamente los dientes tal y como haría un
cánido o un felino a modo de advertencia. Forma parte de un código visual
subjetivaente antropocéntrico y distorsionante y precisamente muy poco pedagógico.
Dábamos cuenta de este hecho y otros relacionados en referencia al dibujo como
transmisión de información naturalista.
La avalancha de proyectos científicos sufragados por la venta de las producciones
audiovisuales basadas en su propio registro es especialmente significativa en el caso de
los tiburones, porque bajo el pretexto de la observación y el registro de datos convierten
en espectáculo circense la arriesgada captura y devolución al mar de grandes escualos, o
su cercano seguimiento subacuático, el registro de imágenes diáfanas que llegan a
mostrar incluso el interior de sus fauces, colmando las mencionadas espectativas y
alimentando un morbo antes creciente por su escasez y ocultamiento.
Podríamos establecer una cierta comparación o analogía entre el éxito comercial de los
documentales sobre tiburones y la pornografía, entre el auténtico interés científico o
erótico y el indiscriminado consumo de imágenes obvias y al completo de la anatomía
del monstruo antes semioculto y sólo sugerido o imaginado. Ya no es un misterio la
imagen al completo de un tiburón moviéndose bajo el agua, pero de algún modo sigue
habiendo un deseo compulsivo de colmar dicha expectativa ya carente de misterio,
como ver pornografía en la que la desnudez y la obviedad genital no colma nada más
que el vicioso consumo de sus imágenes y de su evocadora presencia sin tapujos.
Catalogar de monstruosa o demonizar a toda una clase zoológica es tan frecuente como
desafortunado, y los tiburones, pese a la reciente reivindicación en pro de su
conservación, siguen gravemente estigmatizados por el temor ancestral que provocan y
el paradójico atractivo que constituyen como ingrediente de relatos atemorizadores y
distorsionantes.
Habíamos observado otros aspectos de la problemática imagen del tiburón al referirnos
a bellas y bestias (más sobre monstruos marinos y tiburones), o lo que supone contrastar
el poder atemorizante de cualquier bestia con la fuerza seductora de los miembros de
nuestra especie convertidos en objeto de deseo y atracción. En cuanto al ocultamiento
de los grandes animales marinos bajo las aguas, hemos observado ciertas cuestiones al
respecto de tiburones y ballenas al repasar la iconografía rescatada de libros naturalistas
ilustrados que usan el recurso del varamiento como tema icónico (Ballenas varadas
como foco de atracción reivindicativo y monstruos surgidos de las profundidades).
También recomendamos repasar nuestras anotaciones sobre las narraciones de
carácter naturalista, impregnadas de morbo. Un morbo basado en el riesgo como
ingrediente del relato de aventuras, como comentábamos al referirnos a los episodios
con tiburones, en fragmentos ejemplares de la saga Aubrey-Maturin de Patrick O'Brien
(Naturalistas de ficción. Charles Darwin y Stephen Maturin como estereotipos del
naturalista (III) La historia natural del Dr Stephen Maturin)
Vemos en todos estos casos que se produce una cierta ambivalencia entre ballenas y
tiburones por el mero hecho de ser animales subacuáticos potencialmente
atemorizadores, pese a su distanciamiento filogenético. El gran animal dueño de un
medio que nos es ajeno, poseedor de una gran boca dentada e insensible a nuestras
expectativas vitales, nos convierte en mera mercancía alimentaria y venga de alguna
manera a la naturaleza y a las demás especies animales que son usadas por nosotros de
forma análoga, algo que suele estar presente como ingrediente argumental en este tipo
de relatos. A los tiburones, incluso cuando no les toca ejercer de malos o villanos, se les
utiliza narrativamente como foco de atención precisamente por dejar de serlo
momentánea o sorpresivamente, pero ello es consecuencia de una tradicón cultural que
les ha asignado dicho papel agresivo e impío.
El motivo de que hoy volvamos sobre la iconografía del tiburón es un artículo de Toño
Maño en Tiburones en Galicia sobre la asociación entre el tráfico de esclavos y dichos
animales. Como suele ocurrir con todas las aportaciones de Maño en su valioso blog,
nos encontramos con una interesante observación sobre la asociación entre dos focos de
atención cultural que coinciden en un espacio común. En este caso se trata del terror a la
explotación o agresión por parte de otros seres de nuestra misma especie, un temor
ancestral, atávico y arquetípico, en el mismo contexto en el que la navegación surca el
medio natural de animales potencialmente observables como monstruos devoradores de
hombres, el material de temores arquetípicos por excelencia.
El conflicto realmente interesante que surge del análisis de dichas circunstancias es que
históricamente ha suscitado la curiosidad morbosa de lectores ávidos de constatar su
propia privilegiada condición de observadores. Eso sí, observadores cómodamente
alejados del peligro, que pueden imaginar mediante una discutible empatía el horror del
ataque depredador en las carnes de otros seres humanos anónimos. Y, en su anonimato
y distanciamiento geográfico y antropológico, devaluados a una categoría inferior,
subhumana, para justificar un negocio infame (el recurso se ha explotado hasta la
saciedad en el cine de aventuras, en que los accidentes naturales que advertían de los
peligros o los evidenciaban de forma ejemplar se ceban en nativos subalternos de los
aventureros blancos, negros africanos o asiáticos, que caían victimas de arenas
movedizas, abismos montañosos, ataques de fieras, etc. sólo para señalar un cierta
reacción empática reservando la muerte de los personajes blancos para momentos
argumentalmente más decisivos).
Al mismo tiempo, si consideramos la opción de que ocurra lo contrario y se encienda el
humanismo igualitario del lector, es evidente que la referencia a las penosas travesías de
los barcos llenos de esclavos de razas interesada e injustamente desprestigiadas,
víctimas del hacinamiento, la enfermedad y el posible final como pasto de tiburones,
constituye un acicate y un poderoso argumento en contra de los horrores del tráfico de
esclavos. Así, como en su día la reivindicación ante el maltrato animal fue la antesala de
la reivindicación de los derechos de la infancia y de las mujeres, veremos que de algún
modo los peligros encarnados por los monstruos marinos, y concretamente por los
tiburones -convertidos en tópico de peligro mortal en el mar- sirvieron de pretexto
argumental abolicionista en contra del tráfico de seres humanos. Tal vez lo más
sorprendente, salvando la frontera de la perspectiva histórica, es que aparentemente
hablamos de recursos narrativos con independencia de que la narrativa sea verídica o
ficticia, y lo cierto es que los hechos tras estas narraciones eran trágicamente ciertos.
M. W. Turner ("Negreros arrojando por la borda a los muertos y los moribundos—Se
aproxima un tifón") 1840 (fragmento)
Volviendo a los testimonios del arte sobre la vigencia cultural de estas temáticas,
encontramos interesantes ejemplos que nos sitúan en el contexto de la cuestión abordada
por el comentario de Toño Maño en su artículo ilustrado por el cuadro de M. W. Turner
("Negreros arrojando por la borda a los muertos y los moribundos—Se aproxima un
tifón") que el artista realizó en 1840 inspirándose en un hecho real. Desde luego
constituye un magnífico ejemplo de la avidez del público por visualizar hechos
conocidos a través de las noticias de la prensa escrita, y nos recuerda que las galerías de
arte tuvieron en su día un cierto impacto social al ilustrar visualmente los
acontecimientos históricos e influir en la percepción de las gentes de su tiempo. No
obstante, su supuesta crudeza, su realismo, no es naturalista, y, aunque apenas intuímos
los animales atacando a algunas víctimas del abandono en las aguas, se asemjan a
cualquier pez que podamos encontrar en un mercado, y no estrictamente a selacio ni
tiburón alguno. Son sólo peces sobredimensionados, com en las viejas estampas
aludiendo a ballenas.
Encontramos otros ejemplos destacables, aunque tal vez no tan conocidos o ilustres,
entre los que extraeríamos La Corriente del Golfo de Homer, la imagen con la que
abrimos esta entrada.
The Gulf Stream/La Corriente del Golfo es una pintura al óleo de 1899 de Winslow
Homer. Muestra a un hombre en un pequeño bote de pesca sin timón desmantelado
luchando contra las olas del mar, y fue la declaración del artista sobre un tema que le
había interesado durante más de una década. Homer vacacionó a menudo en Florida,
Cuba y el Caribe.
La pintura no está exenta de ciertos
enigmas, como veremos a continuación, pero desde nuestro particular punto de vista
queremos destacar que al menos evidencia un cierto conocimiento específico de la
anatomía de los tiburones de la zona y tal vez encierre un cierto fatalismo en el hecho de
que el personaje protagonista de la escena sea de raza negra.
Evidentemente pertenece al grupo racial y social que habita ciertos emplazamiento de la
zona y se dedica a la ardua tarea de la pesca, pero su soledad y las características de su
barco, aunque esté deteriorado por los elementos, resultan un tanto chocantes y parecen
apuntar a la metáfora de una venganza o cruel retorno del destino, en el que un negro de
humilde condición pero libre se ve de nuevo en una de las situaciones que
estigmatizaron el comercio de esclavos: el abandono a los peligros del mar, ser víctima
de los tiburones.
No obstante, los
tiburones, pese a ser grandes peces, no han sido contemplados por la cultura occidental
como fuente de alimento o como recurso de pesca, y en cambio las imágenes sugestivas
de viajes a otras culturas sí mostraban ocasionalmente la pesca del tiburón como rasgo
de la arriesgada y osada supervivencia de estos pueblos más cercanos a la vida salvaje, a
la aventura de los retos de supervivencia, otorgándoles una especie de superioridad
moral e indudablemente física.
Por otra parte, la
presencia de tiburones entre las anécdotas extraídas de relatos de marinos y literatura de
aventuras oceánicas suele ser un ingrediente de reconexión con las curiosidades y
misterios del mundo natural y desde luego de los peligros de la vida marinera. Su pesca
suele ser descrita como accidental y su peligrosa boca dentada parece encarnar una
obstinada agresividad perniciosa, y nunca un signo de agonía del animal, porque lo
único que prima en dichas narraciones, lógicamente, es el punto de vista humano, y el
padecimiento del pez ni siquiera es contemplado.
A decir verdad sería oportuno referirse no sólo al cuadro de Turner como posible
antecedente de Homer, sino también, como antecedente de ambos en acometer como
tema una situación crítica con un tiburón, al cuadro de John Singleton Copley, Watson
y el tiburón, de 1778.
John Singleton Copley, Watson y el tiburón Fragmento
Pero en este caso, aunque la criatura representada guarda razonable parecido con
diversas especies concretas de tiburón, acentúa ciertos rasgos, como la prominencia de
la mandíbula, que apuntan más al recuerdo de una observación directa o a la
recomposición de varias (tal vez avistar un tiburón vivo desde un barco, o ver un
ejemplar capturado en la cubierta o en un mercado portuario).
La acentuación de sus tonos pardos en contraste con los verdiazules marinos (y una
cierta pugna por potenciar la transparencia del agua para desvelar el misterio de la
apariencia del animal) hacen pensar en una recreación genérica de un tiburón confiando
en la inexperiencia visual del espectador.
El tiburón más visible del cuadro de Homer, en cambio, se antoja como una especie de
actualización realista, estrictamente más naturalista, de la imagen ofrecida por John
Singleton Copley, a pesar de cierta ambigüedad en la forma de presentar las branquias,
o en hacernos dudar sobre el origen de las manzas rojizas y aceitosas que parecen flotar
entre aguas, entre formaciones de algas y restos de sangre o frenesí alimenticio de los
escualos.
Homer añade a su cuadro, además de la dramática indefensión de la embarcación,
aparentemente ingobernable (remarcado por la indolente y resignada actitud del vencido
marino), la presencia de varios ejemplares en un muestrario de posibilidades de
visualización en vivo lo más evidentes posible, intentando paliar en pintura la fugacidad
del avistamiento en directo y en tiempo real. Imcluso podemos dudar del número de
tiburones si consideramos la posibilidad de que uno de ellos no se muestre de cuerpo
entero como dudosa actitud motriz y lo que parece ser su cola sobresaliendo del ahua
pertenezca a otro ejemplar sumergido, tal y como sugieren las otras aletas que circundan
la escena.
Hogo Pratt: La Balada del mar salado
Sea como sea, el cuadro de Homer no representa un simple remedo del de John
Singleton Copley. Al fin y al cabo este representa una lucha por un salvamento,
mientras que Homer plantea una imagen en el fondo mucho más poética y trascendente
de choque con la realida e indefensión, de incógnita ante los indicios, de preguntas
acerca del antes y el después de una situación aparentemente tan desesperada como
tranquila. Parece un excelente plano inicial de una película que nos intrigue, y asimismo
un posible cierre, un final abierto (abiertamente inquietante, abiertamente
esperanzador).
De hecho, su modernidad ofrecía un encuadre tan pictórico como accidentalmente
fotográfico, de forma anticipada para un público desacostumbrado que lo criticó incluso
ridiculizándolo:
Exposición y reacción.
En 1900, Homer envió The Gulf Stream a Filadelfia para exhibirlo en la Academia de
Bellas Artes de Pensilvania, y después de que fue devuelto más tarde ese año escribió
"He pintado en la imagen desde que estaba en Filadelfia y la mejoré mucho (más del
agua de las profundidades del mar que antes) ". De hecho, la comparación con una
fotografía temprana de la pintura muestra que Homero no solo reelaboró el
océano, sino que cambió la trampilla de estribor rompiéndola, agregó la vela y la
rociada roja de color cerca de la línea de flotación, hizo que el nombre del barco
(Anna - Key West) fuera claramente legible, y pintado en el barco en el horizonte
superior izquierdo, posiblemente para mitigar la sensación de desolación en el
trabajo. Luego mostró la pintura en el Carnegie Institute en Pittsburgh y pidió $ 4,000
por ella.
En 1906, The Gulf Stream se exhibió en la Academia Nacional de Diseño, y todos
los miembros del jurado de la academia solicitaron al Museo Metropolitano de
Arte que comprara la pintura. Las revisiones periodísticas del trabajo fueron mixtas;
fue visto como más melodramático que el trabajo habitual de Homer. Un crítico en
Filadelfia señaló que los espectadores se habían reído de la pintura, a la que se
refirió como "Tiburones sonrientes", y describió la escena como "un negro
desnudo acostado en un bote mientras una escuela de tiburones [va] bailando a su
alrededor en el más ridícula conducta". Otro crítico contemporáneo escribió que The
Gulf Stream "muestra una cierta difusión de interés que rara vez se ve en los lienzos de
la mejor manera [de Homer]". El museo compró la pintura el mismo año.
Sobre sus antecedentes:
Homer cruzó la corriente del golfo numerosas veces; Su primer viaje al Caribe en 1885
parece haber inspirado varias obras relacionadas que datan del mismo año, incluido un
dibujo a lápiz de un bote desmantelado, una gran acuarela The Derelict (Tiburones) y
una acuarela más grande de la parte delantera del bote. Estudio para "The Gulfstream".
Un estudio de acuarela posterior fue The Gulfstream de 1889, en el que el bote para
discapacitados ahora incluye un marinero y un tiburón que se agita. Además, hay otras
acuarelas relacionadas. El tiburón en La pesca de tiburones de 1885 se apropió más
tarde para The Gulfstream de 1889, y una acuarela de 1899 titulada After the Hurricane,
en la que una figura yace inconsciente junto a su barco varado, representa el final de la
narrativa en acuarela del hombre contra naturaleza.
Después del huracán, pintado por Homer en 1899, representa a un hombre arrastrado a
la playa después de una tormenta.
Otra posible inspiración para la serie de acuarelas y The Gulf Stream en sí fue McCabe's
Curse, una historia de las Bahamas sobre un capitán británico, McCabe, que en 1814 fue
robado por ladrones, contrató un pequeño bote con la esperanza de llegar a una isla
cercana, pero fue atrapado en un tormenta y luego murió en Nassau de fiebre amarilla;
Homer guardó un relato de la historia y la pegó en una guía de viaje.
Una visita a Nassau y Florida entre diciembre de 1898 y febrero de 1899 precedió
inmediatamente a la pintura final. Homer comenzó a trabajar en la pintura en septiembre
de 1899, momento en el que escribió: "Pinté con acuarelas tres meses el invierno pasado
en Nassau, y ahora acabo de comenzar a organizar una imagen de algunos de los
estudios". Cronológicamente el primero de una serie de grandes obras pintadas por
Homer en la última década de su vida, The Gulf Stream fue pintada en el penúltimo año
del siglo, el año posterior a la muerte de su padre, y se ha visto que revela su sensación
de abandono o abandono. vulnerabilidad.
Interpretación e influencias.
John Singleton Copley, Watson y el tiburón, 1778
Las intenciones de Homer para The Gulf Stream son opacas. La pintura ha sido descrita
como "un episodio particularmente enigmático y tentador, un rompecabezas marino que
flota para siempre en una región de misterios sin resolver". Bryson Burroughs, un
curador del Museo Metropolitano, señaló que "asume la proporción de una gran alegoría
si uno elige ". Su drama es de una vena romántica y heroica, el hombre renunció
estoicamente al destino, rodeado de detalles anecdóticos que recuerdan las primeras
obras ilustrativas de Homer.
Cuando un espectador solicitó una explicación para la narración, Homer se erizó
bastante en respuesta:
Lamento mucho haber pintado un cuadro que requiera cualquier descripción ... He
cruzado la Corriente del Golfo diez veces y debería saber algo al respecto. El bote y
los tiburones están fuera de los asuntos de escasa trascendencia. Han sido
arrastrados al mar por un huracán. Puede decirles a estas damas que el
desafortunado negro que ahora está tan aturdido y sancochado, será rescatado y
devuelto a sus amigos y a su hogar, y vivirá feliz para siempre.
Pasemos ahora a observar de cerca el antecedente más ilustre del cuadro de Homer y
observémoslo más de cerca gracias al detallado artículo, Watson y el tiburón: "una
lección muy útil para la juventud" de Megan O’Hearn disponible en ARTSTOR.
John Singleton Copley, Watson y el tiburón, 1778. Imagen: cortesía de la National
Gallery of Art, Washington
En un día cálido en 1749, Brook Watson, de 14 años, se zambulló en el puerto de
La Habana para nadar. Mientras flotaba rodeado de barcos mercantes, un tiburón
hundió los dientes en su pierna y tiró de él bajo las olas en un ataque cruel y
sostenido que le cortó el pie derecho. Sangrando e impotente, luchó por
mantenerse sobre el agua mientras un grupo de marineros maniobraba un
pequeño bote en su posición y lo sacaba de la boca de Behemoth. Le tendrían que
amputar la pierna en la rodilla, pero sobrevivió a su terrible experiencia. Casi
treinta años después del incidente, John Singleton Copley historizó el ataque de
Watson en la monumental pintura Watson and the Shark.
Copley fue un pintor exitoso que dejó América para ir a Europa después del estallido de
la Guerra Revolucionaria, buscando hasta cierto punto escapar de la agitación política:
la familia de su esposa eran leales incondicionales mientras él apoyaba con cautela la
independencia, lo que pensó que los artistas deberían evitar. Sus cartas muestran a un
hombre preocupado por unirse a las filas de los pintores más respetados de Europa y
ganar mecenas adinerados. Escribe sobre el deseo de crear pinturas de historia,
consideradas el género de pintura más desafiante e importante técnicamente en ese
momento, para elevar su carrera.
No se sabe cómo Copley se enteró del pasado de Watson, pero se cree que Watson se
acercó a Copley para obtener una comisión en la que vio una gran oportunidad. En
Watson y el tiburón, Copley cambió las tradiciones de la pintura de género heroificando
a las figuras contemporáneas que participan en eventos reales en lugar de representar
temas religiosos, míticos y alegóricos tradicionales, obteniendo con éxito la aclamación
que buscaba al abandonar América.
La pintura causó sensación en la Royal Academy, donde se exhibió en 1778 bajo el
título excepcionalmente explicativo Un niño atacado por un tiburón y rescatado por
unos marineros en un bote; fundada en un hecho que sucedió en el puerto de La
Habana. Las audiencias conmocionadas por el contenido dramático y espeluznante de
la pintura quedaron aún más sorprendidos por el tratamiento novedoso de un evento
real, un enfoque que solo se vio anteriormente en la obra de Benjamin West de 1770 La
muerte del general Wolfe. Los críticos felicitaron la magistral narración de Copley
de una historia centrada en el heroísmo de los hombres comunes. Citando una
reseña periodística de 1778 en la que el autor da un relato detallado de la historia y
concluye que los rescatistas "se ejercitaron noblemente", escribe el historiador Louis P.
Masur:
“Para este escritor, la historia es de acción heroica frente al terror, de compasión por
el que sufre frente a la avaricia insaciable y la indiferencia cósmica. Es la historia de
unos pocos ... hombres comunes que trabajaron juntos y "se esforzaron noblemente".
Literalmente, desde la historia, la pintura recrea una batalla campal entre demonios
desde las profundidades y hombres que trabajan justo por encima de la superficie. En
este horrible instante, la historia se democratiza y se demuestra que el marino
anónimo es tan merecedor como cualquier general de las recompensas temporales y
espirituales de la acción virtuosa y desinteresada ".
La investigación sobre Watson y el tiburón sugiere varias interpretaciones del
significado de la pintura, incluidas las opiniones de que representa la lucha entre las
fuerzas del bien y del mal, sirve como comentario racial, o que es una alegoría política
sobre la Revolución Americana. Ninguno de estos argumentos es concluyente, ya que
Copley (tal vez de manera reveladora) proporcionó muy poca información sobre su
inspiración para el trabajo, aparte de describirlo como una historia "fundada en un
hecho". En un artículo de 2012 en American Art, Jonathan Clancy argumenta que el la
pintura se centra exclusivamente en "el poder de la agencia humana". De hecho, los
marineros anónimos que rescataron a Watson tomaron la decisión de luchar contra la
naturaleza y tuvieron éxito. En una historia inspiradora del levantamiento de botas del
siglo XVIII, Watson se recuperó y triunfó sobre sus primeras desgracias, se convirtió en
un exitoso comerciante, soldado y político, y ocupó cargos como Lord Mayor de
Londres, presidente de Lloyd's y comisario general de las fuerzas. de Gran Bretaña
La historia de Watson es una que vemos repetida en las narraciones de los
sobrevivientes contemporáneos de ataques de tiburones. En las entrevistas, los
sobrevivientes a menudo se describen a sí mismos como si hubieran estado en el lugar
equivocado en el momento equivocado; desafortunadas víctimas del azar que fueron
liberadas de una muerte segura por su propia fuerza o por la valentía de otros, que sin
embargo perseveran y viven vidas felices y plenas. Los detalles sangrientos de estas
narraciones nos sorprenden y emocionan, de la misma manera que lo hicieron las
audiencias en 1778. También nos consuelan al proporcionar un sentido de agencia en un
mundo caótico e impredecible. Cuando vemos que las personas conquistan terrores
insondables, consideramos que nosotros también podríamos perseverar si nos
enfrentamos a un desafío similar.
A su muerte, Watson legó la pintura de Copley al Christ's Hospital, un internado para
niños desfavorecidos, con la esperanza de que brinde "una Lección más útil para la
juventud". Watson no describe qué lección útil podría impartir la pintura, pero dada su
historia personal , podemos deducir sus intenciones.
Sea como fuere, es llamativo que la aparición de la cabeza del tiburón protagonista de
ambas escenas aparezca en contra de la lectura occidental de arriba abajo y de izquierda
a derecha, es decir; se presenta desde el ángulo inferior derecho, mostrando su perfil
izquierdo, imponiendo agresivamente su presencia, irrumpiendo en el campo visual del
espectador, y condicionando tal vez la persistencia posterior de una convención visual
tal vez inconsciente pero repetida.
La observamos en algunas muestras del mundo del cómic y la ilustración, en los que el
orden direccional de la lectura condiciona sustancialmente la posición de las figuras que
intervienen en la acción, y tal vez no sea casual que observemos el mismo esquema
repetido incluso en una obra escultórica como la peculiar alegoría del tráfico de
esclavos colonial por parte de la corona británica a cargo de la artista americana Kara
Walker.
En su artículo sobre esta obra de Walker (disponible
en EasternEye), Amit Tory, recalca su carácter de recordatorio, y que por tanto trabaja
con la aliteración de imágenes que remiten a un acervo visual histórico asociad
La artista estadounidense ha tomado la idea del alegre Victoria Memorial frente al
Palacio de Buckingham y lo ha subvertido para crear Fons Americanus, a través de una
crítica mordaz del comercio de esclavos en el que estaban implicados Estados Unidos y
Gran Bretaña.
La escultura, una fuente de 42 pies de altura en el Salón de Turbinas de Tate Modern,
incorpora una soga que cuelga de una rama, tiburones en el agua y un niño angustiado
que llena un caparazón con sus lágrimas para denotar la experiencia africana del
comercio de esclavos.
No ésta es una exposición que se avendrá con los historiadores ingleses de derecha, que
insisten en que la Gran Bretaña colonial podría haber tenido algunos defectos, pero trajo
una influencia civilizadora en conjunto inferior a sus mortales efectos. Posiblemente,
después del Brexit, dicen algunos, volverán los días de gloria.
Por la disposición de los
elementos escultóricos. la figura del tiburón vuelve a presentarse emergiendo de derecha
a izquierda y se repite la figura del hombre negro a su suerte en una precaria
embarcación, sustituyendo las alegóricas y mitológicas figuras de centauros acuáticas de
la fuentes victorianas por una cruda realida del pasado que se repite en el presente con
las pateras norteafricanas que afrontan una dramática singladura del Mediterráneo
Kara Walker por Chuck Close
Kara Elizabeth Walker
(nacida el 26 de noviembre de 1969) es una pintora, silhouetist, grabadora, artista de
instalaciones y cineasta estadounidense que explora la raza, el género, la sexualidad, la
violencia y la identidad en su trabajo.
Es más conocida por sus cuadros del tamaño de una habitación de siluetas negras de
papel cortado.
Walker vive en la ciudad de Nueva York y ha enseñado mucho en la Universidad de
Columbia. Cumple un período de cinco años como Cátedra Tepper en Artes Visuales en
la Escuela de Artes Mason Gross, de la Universidad de Rutgers. Fue elegida para la
Sociedad Filosófica Americana en 2018.
Tras esta contextualización histórica, es interesante deternos a recordar la trascendencia
de la escena descrita por Turner en su célebre cuadro del barco de esclavos acosado por
ciclón y deshaciéndose de carga como si de lastre se tratase, abandonando a los
desdichados a su suerte en el mar, a una muerte segura, angustiosa y dolorosamente
acelerada por la presencia de los tiburones.
El pintor ni siquiera precisa mayor acercamiento o detalles, ya que si ni siquiera
mostrase los cruentos ataques más que borrosa y lejanamente su público temería su
inminencia.
Dejemos paso a la explicación recopilada y elaborada por Toño Maño en su publicación
original, disfrutando además de las valiosas especificaciones que se nos ofrece acerca de
las diferentes especies de tiburones en determinadas circunstancias y localizaciones:
Los tiburones y el comercio de esclavos
Slavers Throwing Overboard the Dead and Dying—Typhoon Coming ("Negreros
arrojando por la borda a los muertos y los moribundos—Se aproxima un tifón"). J. M.
W. Turner (1840). Cuadro inspirado en un suceso real.
El comercio atlántico de esclavos constituye, desde cualquier punto de vista, excepto tal
vez el capitalista, uno de los episodios más atroces y sanguinarios de la historia de la
humanidad... y de la inhumanidad que le es consustancial. A lo largo de 300 años de
horror, millones de personas fueron brutalmente arrancadas de sus tierras, almacenadas
en buques en peores condiciones que el ganado y transportadas al otro lado del océano
convertidas en esclavos. El feroz salvajismo con el que unos supuestos seres humanos
se ensañaron con sus semejantes es solo comparable con el exhibido (diferencias
cuantitativas aparte) durante otros episodios de nuestro glorioso pasado como el
exterminio de los indígenas de Tierra del Fuego, la conquista del Congo, o los campos
de exterminio de los nazis¹. Centenares de miles de almas se dejaron la vida durante la
interminable travesía del Atlántico, bien víctimas de la enfermedad, bien del castigo,
bien para huir de su prisión. Todos acabaron en el mar.
Los tiburones tuvieron su papel en esta tragedia, un papel importante, aunque
por supuesto involuntario. El llamado "barco negrero" y el tiburón se encuentran
íntimamente vinculados en la memoria y las historias de los protagonistas.
Significativamente, según la explicación más ampliamente aceptada, la propia
palabra shark ("tiburón") se incorporó al inglés hacia la segunda mitad del XVI
procedente de la voz maya xoc que los marineros ingleses que habían participado
en las primeras expediciones de comercio de esclavos incorporaron a su habla.
Antes del advenimiento de la pesca industrial, el océano estaba rebosante de
vida, y de depredadores. Los tiburones, criaturas sumamente oportunistas, no
debieron de tardar en descubrir en los llamados "barcos negreros" una valiosa
(por lo segura) fuente de alimento. Estos buques dejaban tras de si estelas
interminables de poderosos estímulos químicos: basura, despojos, residuos
humanos de todo tipo... y el hedor de miles de cadáveres lanzados al agua. Diversos
testimonios de oficiales, marineros y pasajeros describen como los grandes
tiburones seguían a los barcos y se abalanzaban como centellas sobre todo aquello
que era arrojado por la borda. No siempre eran visibles desde la cubierta, excepto
cuando el mar estaba en calma y el barco navegaba a poca velocidad. Entonces los
pasajeros observaban con terror las enormes formas oscuras que lentamente se
deslizaban alrededor y por debajo del barco, "con su negra aleta dos pies por encima del
agua, su morro ancho y sus pequeños ojos, y ese aspecto maligno que le hacía a uno
estremecerse incluso estando a una distancia segura"².
Muertos, enfermos graves y moribundos se despachaban sin miramientos, directamente
a las fauces de los tiburones.
Los buques "negreros" ingleses que
viajaban hacia las costas occidentales de África para cargar su mercancía se topaban con
los primeros tiburones hacia la altura de Madeira y las islas Canarias, que se iban
haciendo cada vez más abundantes a medida que se acercaban al continente: Cabo
Verde, Congo, Gambia, Senegal... hasta Angola.
El festín de los tiburones comenzaba dentro de los ríos por los que bajaban
canoas y otras embarcaciones de poco calado cargadas de esclavos capturados
tierra adentro. Los ríos eran el territorio exclusivo de los temibles y voraces
jaquetones toro (Carcharhinus leucas), que abundaban a millares. En la costas se
sumaban los enormes tiburones tigre (Galeocerdo cuvier), algún que otro tiburón
blanco (Carcharodon carcharias) y los tiburones martillo (Sphyrna sp.), entre otras
especies. La mortandad entre los nativos era ya muy elevada antes incluso de comenzar
la travesía oceánica: "Cuando se lanzan los muertos al mar, lo cual sucede casi todos
los días (...), los tiburones están tan atentos que tan pronto el cadáver toca el agua, es
inmediatamente despedazado y devorado delante de nuestros ojos". Los muertos
negros iban, pues, al mar; y los muertos blancos (ajusticiados o muertos por
enfermedades tropicales)... pronto aprendieron las autoridades a enterrarlos bien tierra
adentro, porque las mareas se llevaban la arena y los cuerpos en descomposición no
tardaban en ser descubiertos por los depredadores.
Los leucas y los tigres podían seguir a los barcos que emprendían la travesía del
Atlántico durante semanas, es posible que algunos hasta alcanzar el otro lado del mar.
Pero en el océano abierto, el relevo lo tomaban los grandes oportunistas pelágicos
como las tintoreras (Prionace glauca) y, sobre todo, el tiburón posiblemente más
abundante y temido, el jaquetón oceánico de puntas blancas (Carcharhinus
longimanus), además de otras especies como el marrajo (Isurus oxyrinchus) o el
jaquetón sedoso (Carcharhinus falciformis).
En el espacio vacío de la altamar, el casco de los navíos deslizándose a velocidad
moderada sobre la superficie constituían una suerte de refugio para infinidad de
peces y de tiburones que se congregaban bajo la quilla y que servían como una
valiosa fuente de comida que permitía ahorrar provisiones. Los tiburones eran un
alimento apreciado por los esclavos, aunque no tanto por los marineros, algunos de
los cuales tenían ciertos escrúpulos a la hora de hincar el diente a criaturas que se
habían estado alimentando de carne humana.
Los tiburones también fueron de extraordinaria utilidad para los capitanes: eran la
mejor disuasión posible para cualquier marinero que estuviese pensando en desertar, o
para cualquier esclavo que estuviese tentado de huir lanzándose por la borda. Aunque
esto último no siempre funcionaba: hubo muchos que prefirieron morir antes que ser
esclavos lo mucho o poco que les quedase por vivir. No eran infrecuentes las escenas en
las que se ordenaba bajar al agua a un esclavo amarrado con una cuerda para izarlo poco
después medio devorado. Una imagen expeditiva.
Grabado que muestra la terrible escena en la que probablemente se basó Turner para
pintar el cuadro que encabeza este artículo. Un capitán se deshace de unos 130 esclavos
lanzándolos vivos por la borda hacia una muerte segura con la única finalidad de cobrar
un seguro:
Las escenas de horror, reales o imaginadas, de hordas de tiburones sedientos de
sangre abalanzándose sobre los esclavos para despedazarlos vivos fueron
constantemente utilizadas por los abolicionistas de Europa y América en sus
campañas de concienciación.
El tiburón se erigió de este modo en símbolo de la violencia y el terror asociados al
esclavismo.
Y es en este contexto donde encontramos una curiosa joyita con la que cerramos
este artículo:
una solicitud dirigida nada menos que "A los muy honorables miembros de la
Cámara de los Lores reunidos en el Parlamento, y firmada por ¡"los tiburones de
África"!
En efecto, los tiburones de África, que atraviesan un momento de gran prosperidad, de
vacas gordas, dirigen al Parlamento británico una carta en la que ruegan a sus señorías
que no hagan caso de las voces, fanáticas y chirriantes, de los abolicionistas, peligrosos
extremistas que piden nada menos que la eliminación de una lucrativa actividad
económica altamente beneficiosa, tanto para el país... como para ellos. La exposición de
motivos ya da una idea de por dónde van los tiros:
Los tiburones de África
Exponen:
Que los solicitantes constituyen un cuerpo numeroso, y en estos momentos en una
situación muy próspera, debido principalmente a la constante visita de transportes
procedentes de vuestra isla.
Que rondando alrededor de estas mazmorras flotantes los solicitantes reciben
grandes cantidades de su más preciado alimento: la carne humana.
Que los solicitantes reciben sustento no solo de los cadáveres de aquellos que han
caído por culpa de las fiebres, sino que con frecuencia se les agasaja con ricos
banquetes de cuerpos de negros vivos que voluntariamente se arrojan a la morada de
los solicitantes, prefiriendo el exterminio inmediato entre sus fauces a los horrores
imaginados de una prolongada esclavitud.
Que entre la espuma y las grandes olas que recorren el territorio de los solicitantes
naufragan cantidad de navíos ingleses, cuyas tripulaciones suelen quedar
abandonadas a su suerte, proporcionándoles muchas deliciosas comidas; pero, sobre
todo, esos grandes navíos repletos de negros se estrellan contra las rocas y los bajíos
que abundan en las regiones de los solicitantes, con lo que cientos de seres humanos,
tanto negros como blancos, se precipitan todos a la vez en su elemento, donde el
masticado de carne humana y el crujido de los huesos, proporcionan a los solicitantes
el mayor disfrute que sus naturalezas son capaces de disfrutar...
La carta, cuyo original completo podéis leer pinchando aquí, fue escrita y
publicada a finales del XVIII por el médico, poeta y compositor escocés James
Tytler siguiendo la mejor tradición de los grandes escritores satíricos del país, que no
dudaron en utilizar el humor negro (casi sangriento) en sus escritos (pienso, por
ejemplo, en mi admirado Jonathan Swift, en aquella inolvidable "Modesta
proposición"³).
Tytler fue arrestado por su radicalismo y acusado de sedición. En 1793 logró huir y
exiliarse, primero en Irlanda, luego en Salem.
Poco a poco, a lo largo del siglo XIX las diversas naciones occidentales fueron
aboliendo el comercio de esclavos. El último "barco negrero" que llegó a los EEUU fue
el Clotilde, que en 1859 desembarcó ilegalmente su cargamento en el puerto de Mobile,
Alabama.
Hoy, seguimos vaciando el océano, que no es ni una sombra de lo que fue.
__________________________________
¹
No en vano el comercio atlántico de
esclavos forma parte sustancial del llamado Holocausto Africano o Maafa (término swahilli que significa "gran desastre" o "gran tragedia").
²
Tomo estos pasajes, así como la gran mayoría de datos de este artículo, del interesante trabajo de Markus Rediker (2008). History from
below the water line: Sharks and the Atlantic slave trade. Atlantic Studies, Vol. 5, nº 2. doi: 10.1080/14788810802149758. Véase también un
artículo del mismo autor publicado en el Boston Globe el 23 de septiembre de 2007: Slavery: A shark's perspective. A strange text sheds new
light on the true roots of abolition.
³El título completo es: A Modest Proposal For preventing the Children of Poor People From being a Burthen to Their Parents or Country and
For making them Beneficial to the Publick ("Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres
o su país y para hacerlos útiles para la población"), publicada en 1729. Recordemos que el bueno del clérigo irlandes, llevado de la más negra
amargura por la ineptitud y desidia de las autoridades irlandesas a la hora de paliar la horrible hambruna que asolaba su país, proponía nada
menos que la creación de un mercado local de carne de niño, que era sumamente abundante, nutritiva, barata y fácil de conseguir.
Obviamente, se trataba de un ejercicio de humor negro.
Concluimos esta
reflexión sobre las implicaciones históricas, culturales y antrozoológicas de la
iconografía del tiburón ofreciendo una breve revisión de imágenes tal vez olvidadas
pero reivindicadas desde la curiosidad hurgadora disponible en la red.
Podemos repasar algunas de las ilustraciones que en su día ni siquiera pretendían herir
la sensibilidad más filantrópica sino sencillamente testimoniar los avances de la
industria náutica y de los nuevos transportes marítimos que fomentaban el nuevo
comercio naval al servicio de sus respectivos imperios. Inglaterra, España, Francia,
Holanda, Portugal...todos ellos pugnando por la conquista y el acopio de tesoros de
ultramar desposeídos de identidad moral sólo por ser remotos y ajenos a la normalidad
cultural y religiosa de sus dominios europeos.
Como otras mercancías, los esclavos raptados de sus tierras natales eran transportados
optimizando la rentabilidad sencillamente aumentando el número de capturas en unos
transportes que optimizaban el espacio a costa del mínimo bienestar del ganado
humano, enlazando en un curioso bucle la reivindicación de los movimientos
animalistas actuales análogamente a como se produjo en su día con semejantes de la
misma especie segregados de categoría por meros argumentos raciales, culturales,
sociales y, en definitiva, económicos.
Hugo Pratt: La balada del Mar Salado
Y para refrenar esta tragedia imperdonable, la empatía suscitada por la evocación en el
imaginario colectivo de una muchedumbre de humanos devorados por tiburones.
Por animales de otra especie, depredadores oportunistas de un medio ya ajeno al
nuestro, de sangre fría y filogenética y taxonómicamente lejanos, venidos del abismo,
de lo profundo, desde abajo, ala especie que se autocinsidera superior y por encima,
elevada y siempre con la vista puesta en las alturas.
La imagen del barco seguido por tiburones es clásica y recurrente en los libros de
aventuras y no tardó en traspasarse al cine en cuanto hubo ocasión, y alimentó con el
tiempo reiteradas apariciones del tópico acerca de los peligros ocultos por el mar, un
privilegio apenas compartido por pulpos y calamares gigantes y ballenas.
El tiburón que acecha y que ha de ser eliminado como amenaza, contra el que algunos
héroes luchan incluso a muerte.
El cómic y la
novela gráfica también siguen recurriendo al tiburón como elemento arquetípico que
sigue apareciendo con gran frecuencia de derecha a izquierda desde el ángulo inferior
de la viñeta, opuestamente a la dirección del texto, y de abajo arriba, en posición a la
lectura, resaltando subliminalmente su irresistible ataque.
No obstante, antes de que el héroe humano blanco y colonizador se enfrente a la bestia
subacuática, ésta demostrará su poder en episodios que suavizan su impacto entre los
espectadores caucásicos sacrificando algunos indígenas nativos, de color, sean asiáticos,
sudamericanos, australianos o africanos, que serán "accidentalmente" (en ocasiones
incluso torpe o estúpidamente) para despertar una moderada empatía entre dicho
público, preocupado principalmente por la supervivencia y éxito del héroe o de la mujer
a la que éste ha de proteger.
Hugo Pratt: La balada del Mar Salado
Sin embargo, también es cierto que a veces la presencia del tiburón está revestida de
cierta poética simbólica asociada al destino o a las fuerzas de éste que condicionan o
dirgen nuestra conducta y nuestras decisiones, un recordatorio de que no todo está en
nuestras manos y que tomamos el control de las cosas sólo cuando estas lo permiten y el
entorno no presenta obstáculos ni peligros, y mientras no abandonemos la seguridad de
nuestras embarcaciones no hemos de temer es preferible que disfrutemos de la
singladura.
Corto Maltés, el emblemático personaje creado por Hugo Pratt, hace su primera
aparición evocando cierto episodio de Su majestad de los mares del Sur , inspirado por
el capitán interpretado por Burt Lancaster.
Corto, atado a una baliza flotante en medio del
mar, empieza a ser acosado por los tiburones antes de ser rescatado, pero inicialmente la
mera imagen del hombre atado en la superficie del mar es de por sí llamativa,
enigmática y simbólica.
Aunque Corto Maltés no es estrictamente un héroe de acción sí encarna un hombre de
acción, de constante movimiento, en viaje perpetuo y el mar es un paisaje poético y
poco trabajoso de dibujar en el espontáneamente minimalista estilo de Pratt, perezoso
confeso.
Incluso con este estilo gráfico impaciente y económico, el artista conseguía evocar
momentos extraídos de clásicos de la literatura y el cine de aventuras, y no faltaba el
acecho y ataque ocasional de los tiburones ni siquiera del anterior terror de los mares
como era el pulpo gigante gracias a Victor Hugo y posteriormente al calamar gigante de
Julio Verne.
Hugo Pratt: La Balada del Mar Salado
Enlaces:
https://tiburonesengalicia.blogspot.com/2019/09/los-tiburones-y-el-comercio-de-esclavos.html
- Megan
O’Hearn
La imagen de Copley’s Watson and the Shark nos llega por cortesía de la Galería Nacional de Arte; La Biblioteca Digital Artstor también
ofrece versiones posteriores del Instituto de Artes de Detroit y el Museo de Bellas Artes de Boston, así como una copia del Museo de Arte
Metropolitano.
Bibliografía
Masur, Louis P. "Leyendo a Watson y el tiburón". The New England Quarterly 67, no. 3 (1994): 427-54. doi: 10.2307 / 366146.
www.jstor.org/stable/366146
Clancy, Jonathan. "Agencia humana y el mito de la salvación divina en Watson y el tiburón de Copley". American Art 26, no. 1 (2012): 102-
11. doi: 10.1086 / 665631. www.jstor.org/stable/10.1086/665631
Jaffe, Irma B. "Watson y el tiburón" de John Singleton Copley ". American Art Journal 9, no. 1 (1977): 15-25. doi: 10.2307 / 1594052.
www.jstor.org/stable/1594052
– Megan O’Hearn
The image of Copley’s Watson and the Shark comes to us courtesy of the National
Gallery of Art; the Artstor Digital Library also offers later versions from the Detroit
Institute of Arts and the Museum of Fine Arts, Boston, as well as a copy from The
Metropolitan Museum of Art.
Bibliography
Masur, Louis P. “Reading Watson and the Shark.” The New England Quarterly 67, no.
3 (1994): 427-54. doi:10.2307/366146. www.jstor.org/stable/366146
Clancy, Jonathan. “Human Agency and the Myth of Divine Salvation in Copley’s
Watson and the Shark.” American Art 26, no. 1 (2012): 102-11. doi:10.1086/665631.
www.jstor.org/stable/10.1086/665631
Jaffe, Irma B. “John Singleton Copley’s “Watson and the Shark”.” American Art
Journal 9, no. 1 (1977): 15-25. doi:10.2307/1594052. www.jstor.org/stable/1594052
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