Aproximaciones de nuestro tiempo - Goethe-Institut Bolivien
BOLIVIEN
7/4/18 6(07 p. m.
Sprache. Kultur. Deutschland.
MARX PRESENTE
APROXIMACIONES DE NUESTRO TIEMPO
La muerte de una persona hace que todo lo concerniente a ella adquiera
un carácter de certeza. Habrá secretos que mueran con ella, claro está. Y
puede que cien años después, al examinar unos documentos, alguien
descubra un hecho que ignoraban todos los que asistieron a su funeral y
que viene a proyectar una luz distinta sobre su vida. La muerte cambia los
hechos cualitativamente, pero no cuantitativamente. Uno no conoce más
hechos porque la persona haya muerto. Pero lo que sabe se fija y se hace
definitivo. No podemos esperar que se aclaren las ambigüedades, no
podemos esperar cambios, no podemos esperar más. Ahora somos
nosotros los protagonistas y tenemos que decidirnos.
John Berger
De Oscar Vega Camacho
Estas palabras de John Berger son de un pequeño libro memorable que trata
sobre la vida de un médico rural inglés, en un momento de su narración
reflexiona acerca de las diferencias en las aproximaciones al contar la historia
de una persona que está con vida y de una que ha muerto. En esa diferencia
establece un cambio radical acerca del protagonismo en la historia que se está
narrando porque de una persona con vida aún podemos esperar novedades,
sorpresas y secretos, como si fuera un libro abierto y todavía con las páginas
en blanco. O, podríamos estar aguardando un próximo libro de noticias y
aventuras. En cambio, en la historia de una persona muerta, ante la certeza de
su situación solamente nos queda rememorar y reconstruir lo que se sabe. Una
vida que llega a su final, de alguna manera, encierra una historia de vida;
quizás, no sea propiamente una vida acabada o concluida, como un libro
cerrado, pero llega a su fin, removiendo y despertando el sentido de un final.
Por ello, el protagonismo es de los que están con vida: el que recuerda, el que
escribe, el que lee, en este caso. Generalizando, se puede afirmar, que será la
responsabilidad de la memoria de los están con vida y tendrán que decidir,
perpetuamente, qué recuerdos, situaciones, palabras, personas pueden ser
memorables, que pueden dar sentido a su vida.
1.
He titulado: Marx presente, pensando justamente en cómo al cumplirse el
bicentenario de su nacimiento y los 135 años de su muerte, es una vida que
aún vibra, que se hace vibrante cuando se lo nombra, ya sea, de modo
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polémico, de autoridad, de desafío o condena. Por ello, también se lo utiliza
como un adjetivo, con lo que se puede calificar de modos muy distintos y
contradictorios lo que hace a algo o alguien un marxista. Efectivamente, es un
nombre propio que persiste alterando los modos de pensar, aquellos marcos
cognitivos y determinado uso de vocabularios que pueden afectar y cambiar los
comportamientos y acciones en la vida social y en sus prácticas cotidianas.
Junto al nombre de Marx está siempre presente la iconografía tan difundida de
un hombre serio de mirada fija, con cejas rectas y de amplia frente, de pelo y
barba larga canosa. Una figura de saber y autoridad, como aquellas imágenes
de los grandes patriarcas y profetas, por ejemplo, Moisés o Aristóteles. Lo cual,
nos puede intimidar o también seducir por su poder y grandiosidad. La mayoría
son daguerrotipos tomados en el estudio de un fotógrafo profesional, para lo
cual, se requería vestir un traje especialmente para la ocasión y construir una
coreografía de la pose y el gesto del retratado. Por ello, son retratos para
constatar una imagen personificada de autoridad, estatus y carácter personal.
En algunas imágenes posará junto a sus hijas: Jenny, Laura y Eleanor, su
esposa Jenny von Westphalen, su amigo y camarada Frederich Engels, y, en
algunas, la fiel Helena que dedicó toda su vida a realizar el trabajo doméstico
de esta familia. Este era el retrato íntimo familiar de los Marx, sobre todo a partir
de su largo exilio en Londres en 1849, donde tendrán continuamente que
acomodar mudanzas según los cambios repentinos en el presupuesto familiar.
Marx nunca tuvo un trabajo fijo y estable, sus pocas opciones fueron trabajos
de editor y encargo de artículos y ensayos para publicaciones periodísticas, o
alguna enciclopedia, y en la espera que sus libros tuvieran alguna acogida
significativa en las ventas y que nunca pudo tener en vida. En su juventud, una
primera oferta académica universitaria se desvaneció prontamente por sus
posiciones teóricas, círculos activistas y bohemia política en Bonn y Berlín. Lo
que posteriormente se conocerá como la radicalización de los años salvajes de
los jóvenes hegelianos, de ese tiempo queda la impresión de Edgar Bauer:
¿Quién va detrás, con ímpetu salvaje?
Un sujeto negro de Tréveris, un monstruo robusto
Camina brincando, salta sobre sus pies,
corre enfurecido, y después, como para agarrar
el ancho cielo, y arrastrarlo al suelo, alza con ímpetu sus brazos a los aires,
cerrado el puño furioso, alborota sin cesar,
como si a diez mil demonios llevase en el cuerpo.
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Fue en 1844, donde conversarán e iniciarán una intima y profunda amistad con
Frederich Engels, en el Café de la Regencia de la ciudad de Paris, un local
tradicional de juegos de ajedrez y que fue muy frecuentado por Voltaire,
Rousseau y también descrito por Diderot en su novela: El sobrino de Rameau.
El era apenas unos años más joven y provenía de una acomodada familia
prusiana que le estaba reservando que pudiera continuar con las iniciativas
empresariales textiles, aunque sus convicciones vitales siempre giraron en
torno al socialismo y la revolución social. Pronto comenzaron conjuntamente a
intercambiar y colaborar con diversos escritos, y posteriormente a firmar los
libros como co-autores, haciendo, hasta ahora, muy complejo discernir qué
corresponde a cada quien o queriendo convertir a uno de ellos en el posible
responsable del legado, no solamente escrito, sino de su posterior
vulgarización y dogmatismo. Un rasgo decisivo en esta íntima amistad y
complicidad será que durante toda la incierta vida económica de la familia
Marx, esta siempre estaría socorrida y beneficiada por el apoyo incondicional
de Engels. El reciente libro de Tristam Hunt, El gentleman comunista, publicado
en 2009, de manera documentada y amena nos narra la apasionante, conflictiva
y ambigua vida del amigo y camarada de Marx.
Karl Marx, era también conocido con el apodo, que le pusieron en su época de
estudiante: El Moro, dicen que debido al color oscuro de su piel y pelo. Este
apodo le sobrevivirá toda su vida, lo utilizarán sus amistades más íntimas y,
sobretodo, porque era el modo de dirigirse hacia él de sus hijas. Lo cual ya nos
dice algo de la especial atmósfera familiar en que se desenvuelven sus afectos,
complicidades y penurias. En la biografía de Eleanor Marx escrita por Raquel
Holmes, publicada en 2014, se realza la historia de la hija menor de Marx que
desde muy joven lo acompañó cercanamente, transcribiendo, ordenando y
difundiendo la obra de su padre, y que también tendrá un protagonismo central
en los movimientos y organizaciones de los derechos de las mujeres. Y que
para poder ganarse su sustento tradujo la novela Madame Bovary de Flaubert y
participó de las distintas iniciativas teatrales, en especial de Ibsen. Los primeros
capítulos de la biografía de Raquel Holmes serán un intento de bosquejar la
peculiar y excéntrica vida familiar de los Marx, por los roles y afanes
domésticos, los traslados de domicilio y las muertes prematuras de sus otros y
otras hermanas, las lecturas tempranas de las niñas y el concentrado apoyo de
toda la familia en las tareas de investigación y redacción de escritos de su
padre. No es el cuadro familiar, típico ni acostumbrado de la era inglesa
victoriana, ni de los exiliados alemanes en Londres, y mucho menos del mundo
trabajador industrial suburbano. Pero algo nos indica de los inmensos cambios
culturales que se están atravesando a finales de este siglo en distintas esferas
de la vida social con respecto al orden de las instituciones, autoridades y
valores existentes.
2.
Entre los documentos acerca de la vida de Marx, hay un curioso informe de un
espía prusiano que se hizo pasar por un perseguido militante político en
Londres, por lo cual, pudo frecuentar a la casa de la familia Marx, y así pudo
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realizar un minucioso reportaje a sus superiores:
Marx es de talla media, tiene treinta y cuatro años, pero ya peina canas, y su
complexión recia y los rasgos faciales evocan los de Sgemere, el revolucionario
húngaro, aunque de tez más oscura y cabellos más negros, tiene una luenga
barba y los grandes ojos, brillantes y perspicaces, tienen algo de demoniaco,
siniestro. Toda su figura transmite la impresión de un hombre dotado de genio y
potencia y su superioridad intelectual ejerce un poder irresistible en quienes le
rodean.
En su vida privada es una persona cínica y extremadamente desorganizada,
mal anfitrión y empedernido bohemio, su limpieza, peinado y muda de ropa son
acontecimientos excepcionales. Como esposo y padre de familia parece ser
afable y tierno, no obstante su carácter de un natural irritable y salvaje. Vive en
uno de los barrios más pobres y económicos de Londres. Su domicilio se
compone de dos piezas, una, el salón que da a la calle, y otra, detrás, que sirve
de dormitorio. En esta vivienda, no se encuentra un solo mueble limpio y en
buen estado, todo está en jirones, roto y dislocado, una espesa capa de polvo
cubre cosas y objetos y el conjunto se halla patas arriba. En medio del salón
hay una gran mesa de apariencia antigua cubierta con un mantel de hule y casi
oculta bajo una montaña de manuscritos, diarios, libros, juguetes de los niños,
trapos y labores de costura de la señora Marx.
Al entrar en la casa, la visita se enfrenta a tal nube de carbón y tabaco que hay
que caminar a tientas como en una caverna hasta que la mirada se habitúe y
permita vislumbrar algunos chismes como a través de la niebla. La suciedad y
descuido reinantes, convierten al mero hecho de sentarse en un ejercicio lleno
de peligro. Una silla tiene solamente tres patas y los niños juegan a hacer la
cocina sobre otra que por puro azar se conserva entera. Y será precisamente
ésta la que brindará al visitante sin limpiarla de los guisos de los críos y, como
te sientes en ella, adiós pantalón. Pero nada de eso perturba en absoluto a
Marx ni a su esposa. Nos reciben cortésmente y traen con amabilidad una pipa,
tabaco y el primer refrigerio que hallan a mano! Una conversación inteligente y
amena acaba por contrapesar los defectos domésticos y hacer soportable la
falta de comodidad. A la postre uno se habitúa a su compañía y halla curioso y
original. Tal es el retrato fiel de la vida domestica del jefe comunista Karl Marx.
Este reporte policial es una de las descripciones más detalladas de la vida
doméstica de los Marx en Londres, que ciertamente nos evoca al mundo
novelesco de Charles Dickens y a los dificultosos tiempos de los inicios del
salvaje despegue industrial del capitalismo en el dominante imperio ingles.
Uno de los mayores secretos de esta vida familiar, que muy significativamente
durante décadas se resguardó, y que termina evidenciando el moralismo de sus
distintos custodios, es el hijo que Marx tuvo ilegítimamente y que nunca llevó
su apellido, ni participó de la vida familiar, fue el secreto de la familia y,
posteriormente, del padre del partido comunista. Hay distintas versiones del
cómo se encaró el embarazo de la fiel Helena, la empleada doméstica de la
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casa, entre ellas que finalmente el propio Engels es el que se responsabilizó, y
al nacer fue dado en adopción. Por supuesto, que al conocerse las cartas de
Marx y Engels que daban a entender esta situación, que estaban confiscadas
en los archivos de Marx en la Unión Soviética hasta mediados del siglo XX,
despertaron lecturas despiadadas e intencionadas sobre la vida de Marx y su
familia.
Pero también será el núcleo narrativo de una de las divagaciones literarias más
audaces en forma de novela: La saga de los Marx de Juan Goytisolo, que
publicó en 1993 a contracorriente de las tendencias políticas en ese momento
con respecto a la figura de Marx y el comunismo. Comenzará su novela con un
Marx ante la llegada de los refugiados albaneses a las costas europeas y
terminará con un retrato homenaje a Helena por su silencioso compromiso y
dedicación cotidiana, aquellos no reconocidos trabajos que posibilitan la
reproducción en todas las esferas de la vida.
¿Cómo escribir sobre Marx, por más que sea una breve introducción a su vida y
obra? Porque si algo ha cambiado este transcurso de tiempo son las nociones
de vida y de obra. Es decir, durante el siglo XX asistimos a enormes
transformaciones culturales que hacen que los modos para tratar una historia
de vida tengan muy distintas aristas, ya sea, históricas, sociológicas,
psicológicas, psicoanalíticas. Pero, ante todo, la idea de que habría una historia
y una vida para contar, pueden ser múltiples episodios y variaciones o distintas
perspectivas de una persona o una situación, desde ese punto de vista la
novela y el cine continuamente ensayan y experimentan como laboratorios
narrativos de sentido acerca de las formas de vida y los modos de narrar.
En ese sentido, Marx puede ser ejemplar, porque desde muy temprano, y aún
en vida, se escribieron semblanzas biográficas, Engels en 1877 para un
almanaque, y a los pocos años de su muerte se publicaron sus primeras
biografías, su hija Eleanor en 1883, Liebknecht en 1896, Mehring en 1918, y
Lenin en 1915. Y entre las más difundidas en distintas lenguas: Korsch en 1938,
Rubel en 1957, Berlin en 1959, Blumenberg en 1962. Las recientes biografías,
más voluminosas y menos hagiográficas, por ejemplo, con la reconstrucción
meticulosa y cuidadosa desde la historia de las ideas de Rolf Hosfeld del 2009,
desde el recorrido de la militancia política y narrado con la ironía inglesa de
Francis Wheen, del 2012; o desde la perspectiva del historiador europeo del
siglo XIX de Jonathan Sperber, del 2013 que brinda sugerentes lecturas acerca
de la situación de los judíos asimilados, de los conflictos nacionales en torno a
los regímenes monárquicos e imperios existentes y al uso de los recientemente
abiertos archivos de correspondencia de Marx y Engels.
Por otra parte, como decía, lo que denominamos como la obra de Marx y
Engels, aquellos difundidos volúmenes publicados son apenas una parte de los
legados escritos que dejó, el proyecto de edición en alemán de la obra
completa prevé que serán 130 volúmenes, de los cuales apenas se han
publicado 50. La propia dificultad de delimitar lo que corresponde como „obra“,
porque, por supuesto, no todo el material son propiamente libros, artículos,
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ensayos y correspondencia, muchísimas son las notas de lectura y
comentarios, bocetos y anotaciones. Eran tiempos en que para investigar,
documentar, transmitir y contactar solamente tenían el soporte del papel y la
escritura a mano, la introducción de la máquina de escribir es recién de
alrededor de 1870, y será la hija de Marx, Eleanor, quien la utilizará. Es decir,
aquellos papeles y escritos que podrían tener alguna función para algún
determinado trabajo y momento de redacción, y quizás con el tiempo se van
traspapelando y acumulando, como aquellos cajones que por distintas razones
no desechamos y posponemos continuamente su sobrevivencia olvidada. Está
minuciosidad de documentar los materiales de un autor o un artista pueden ser
fascinantes por su marcada obsesión pero también, de algún modo, pueden
bordear la ingenuidad y la gratuidad.
Para aquellos deseos de zambullirse en la búsqueda documental en nuestro
mundo digital global, desde hace varios años opera en la web un archivo Marx
Engels https://www.marxists.org/archive/marx que se construye con los aportes
de muy distintas procedencias, lenguas y materiales en torno al marxismo, hay
todo tipo de documentos, ediciones y traducciones, imágenes, fotografías y
enlaces. Es un recorrido de aventura por el laberinto marxista, como una
asombrosa biblioteca de Babel o un sueño borgeano.
3.
En una reciente participación sobre los 150 años de la publicación de El
Capital, el argentino Horacio Tarcus, comenzaba su intervención con la
anécdota relatada en una biografía sobre Marx, de que pocos días antes de
enviar a la imprenta la versión final de su manuscrito le pidió a Engels que le lea
La obra maestra desconocida de Balzac, donde se relata la historia de un gran
pintor que dedicará mucho años a realizar la obra pictórica que revolucionará el
arte, finalmente después de diez años desiste destruyendo la obra y termina
suicidándose. Parodiando esta curiosa petición literaria de Marx, apunta Tarcus:
Según el testimonio de su yerno Paul Lafargue, «nunca estaba Marx contento
de lo que hacía». Y el testimonio de Lafargue reviste especial interés para
nosotros porque nos muestra dos caras opuestas de El capital: por una parte,
es la obra que consagra mundialmente a Marx, que conoce reediciones y
traducciones ya en vida de su autor. Pero la consagración de Marx y la
temprana sacralización de El capital contrastan con la otra imagen que nos
ofrece Lafargue y que refrenda su correspondencia: la de un autor artesano,
siempre inconforme con los resultados de más de dos décadas de labor, que
hace y rehace sucesivos borradores que luego desecha para volver a comenzar
una nueva redacción, que pospone una y otra vez la entrega de los originales
prometidos a sus editores. No obstante este sentimiento, afortunadamente
Marx no los quemó, y luego de diversas vicisitudes, sus manuscritos pasaron al
Partido Socialdemócrata Alemán y, finalmente, con el advenimiento del
nazismo, fueron albergados en el Instituto de Historia Social de Ámsterdam.
Y continuará señalando:
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Nuestra comprensión de la obra cumbre de Marx está mediada por la sucesiva
publicación de varios manuscritos: el tomo 2 de El capital fue publicado por
Engels en 1885 y el 3, en 1894; Teorías de la plusvalía fue editado por Karl
Kautsky entre 1905-1910; los Manuscritos de 1844 y La ideología alemana se
dieron a conocer en 1932; el capítulo VI inédito de El capital, en 1933, y los
llamados Grundrisse, entre 1939 y 1941. No cabe la menor duda de que sin la
publicación póstuma de estos manuscritos, nuestro conocimiento de Marx
sería pobre y parcial. Sin embargo, es necesario resaltar que el trabajo de sus
editores –por calificadas que estuviesen figuras de la talla de Engels, Kautsky o
David Riazánov– nunca se limitó a una cuestión de competencias técnicas o
intelectuales, sino que respondió sobre todo a una cuestión de autoridad. A la
hora de poner en circulación una nueva obra, la pregunta de fondo giraba en
torno de qué persona (Engels, Kautsky, etc.) o qué institución (el SPD, el
Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú, etc.) poseía la suficiente autoridad para
dar a luz aquello que Marx tanto se resistió a mostrar, para hilvanar los
fragmentos que el propio autor no había logrado integrar en un todo, para
completar sus puntos suspensivos o sus frases inacabadas.
Estas son algunas de las dificultades acerca de la noción misma de la obra y
las aventuras que recorren aún las ediciones de sus libros, pero también son
toda una historia novelesca los vericuetos y las hazañas de sus traducciones.
En el caso del castellano es „una saga transatlántica, atravesada por
revoluciones, guerras, dictaduras y exilios“, como apunta nuevamente Tarcus:
Solo en el año 1887 apareció en lengua española una edición, aunque parcial,
del primer tomo. Desde entonces y hasta el presente, registramos 12
traductores de El capital al castellano: seis españoles (Pablo Correa y Zafrilla,
Juan Manuel Figueroa y colegas, Vicente Romano y Manuel Sacristán, más
otros dos exiliados en México: Manuel Pedroso y Wenceslao Roces), cuatro
argentinos (Juan B. Justo, Juan E. Hausner, Floreal Mazía y Raúl Sciarreta), un
uruguayo (Pedro Scaron) y un chileno (Cristián Fazio). Es imposible separar la
difusión española de la latinoamericana. La primera traducción directa del
alemán del primer tomo de El capital fue realizada por un argentino (Justo), pero
editada en Madrid por un socialista español (García Quejido). Las traducciones
españolas de Manuel Pedroso y Wenceslao Roces solo alcanzaron difusión
masiva en el mundo de habla hispana con el exilio de los republicanos en
México. Y la traducción de Pedro Scaron comenzó a editarse en Buenos Aires
en 1975, pero a causa del golpe militar de marzo de 1976 se terminó de
publicar en Madrid. Como se podrá apreciar, antes que una historia española o
latinoamericana, estamos ante un caso de historia transatlántica.
4.
Al querer retomar el hilo de Marx en el tiempo nos encontramos con un enorme
laberinto poblado de historias de su vida, familia, allegados y enemigos; de
libros, manuscritos y notas que disputan la traducción o el sentido de su obra;
partidos, grupos y tendencias que asumen en su nombre la autoridad de su
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causa. Durante el siglo XX su nombre era un verdadero campo de batalla, con
el derrumbe del socialismo existente y la finalización de la denominada guerra
fría, parecía que finalmente se podía enterrar a Marx y toda su compañía.
Efectivamente, fue un tiempo que se discutía en torno a la crisis de la
modernidad como cultura y política, del final de los grandes relatos en filosofía,
política e historia que se centraban en la revolución, razón, libertad, como los
principios universales del acontecer humano. Serán tiempos de la
posmodernidad y del neoliberalismo, de las nuevas sociedades complejas en
red, del éxodo masivo que conforman las inmensas metrópolis urbanas en el
mundo, el surgimiento de los imperios de la telecomunicación y las empresas
transnacionales, del poder de la economía financiera con sus cálculos
tecnocráticos y las incertidumbres que genera socialmente. No es un paisaje
del mundo de Marx o, al menos, parece completamente ajeno a las
experiencias de su tiempo, pero hay como un regreso, casi una emergencia de
leer, estudiar, conocer a Marx nuevamente. Quizás, es un reinventar o crear un
Marx intempestivo para los tiempos que nos toca vivir.
Este tránsito a las distintas transformaciones que vivimos hace prácticamente
irreconocible al siglo pasado y ni que decir del siglo anterior. De esta manera,
tratar sobre el 1800 es como querer asomarse a la antigüedad de la
modernidad, de la que sólo quedarían algunos vestigios, ruinas y fragmentos
desolados. Y el 1900 es el tiempo que estamos persistentemente empeñados
en querer olvidar, borrar, porque estaría marcado por las guerras, genocidios,
desapariciones, migraciones masivas, el odio de las ideologías y el racismo.
Probablemente, es una sensación de no solamente distancia sino sobretodo de
extrañeza, de „un algo“ que no encontramos, ni afinidades ni continuidades ni
compatibilidades en el tiempo pasado, o queremos tan solo inmunizarnos de
alguna manera de su memoria y los vestigios de su presencia. Aún
pretendiendo saber que es un pasado reciente o, de alguna manera, es un
pasado que ha forjado y ha hecho posible este tiempo que vivimos.
Curiosamente, hemos iniciado el nuevo siglo queriendo apartar el siglo pasado,
el siglo XX terminó en muchos aspectos antes de su fecha, quizás por ello
algunos lo denominan „el corto siglo“, aunque para otros ha sido „el largo siglo
XX“. Y en muchos sentidos fue durante este siglo que se pretendió acabar y
superar todo el tiempo pasado, al decir de Marx en el Manifiesto Comunista:
„Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y
de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas; las nuevas se hacen añejas
antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo
sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar
serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.“
A esta fuerza e ímpetu se ha denominado modernidad: progreso, crecimiento,
desarrollo. Que ha sido inscrito e interpretado con muy distintos signos
ideológicos, como también se lo ha desplegado e implementado con muy
diversos mecanismos, tecnologías y disciplinas. Hoy en día tenemos la
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sensación de su fin, se derrumbaron muros, se han desplazado las fronteras, se
ha achicado el mundo, nos desplazamos aceleradamente y comunicamos
instantáneamente. De alguna manera, estamos más allá de aquella
modernidad, o quizás solamente suspendiendo la creencia de lo moderno y la
modernidad, como „si nunca realmente hubiera sucedido como dice haber
sido“, es decir, los sucesos no corresponden a aquella narrativa y estarían
demandando otras narraciones, otras versiones, como escribe Bruno Latour.
Entonces, estamos atravesados y suspendidos por la posmodernidad. Como
se la quiera entender, no importa, porque la modernidad como certeza,
creencia, idea o postulación no tiene lugar ni sentido. Es una brújula rota y un
tiempo roto, „un tiempo fuera de quicio“, como exclama Hamlet.
Por ello, la mayor dificultad no es necesariamente el siglo XIX ni el siglo XX con
Marx y sus derivaciones, sino nuestro tiempo actual, sobretodo la dificultad de
poder pensar nuestro tiempo, de hacernos figuras del tiempo, de imaginar el
tiempo, de crear un nuevo tiempo. No estoy seguro ni creo que Marx, o al leerlo
nuevamente, pueda sacarnos de este turbulento y extraño tiempo que vivimos,
pero sí podría afirmar que sin Marx y su lectura estaremos sin armas de la
crítica para forjar las acciones y los sentidos necesarios para situar y enfrentar
los desafíos actuales.
Como señala Sandro Mezzadra en su libro La cocina de Marx: „Decía Sartre a
fines de los años cincuenta del siglo pasado que el marxismo era ‘el horizonte
insuperable de nuestro tiempo’. Pero ya no es así. Ahora es necesario releer a
Marx por fuera del marxismo, sumergirlo en la materialidad de una historia que
fue más allá de este último, hacerlo dialogar con desarrollos teóricos que el
marxismo no pudo, literalmente, ‘contener’ en su interior, interrogar sus textos a
través de las problemáticas y de las luchas contemporáneas.“
Y también escribe Isabella Stengers en una reflexión en torno a los movimientos
sociales: „Estamos dirigiéndonos a nosotros mismos como herederos de Marx.
Y lo estamos haciendo no solamente ‘entre nosotros’ sino en la presencia de
aquellos con quienes es ahora una cuestión de coexistencia: aquellos grupos
en lucha quienes, como las feministas, que rehúsan el orden de las prioridades
propuesto en nombre de las luchas de clases; como los ecologistas radicales
que deben luchar contra la asimilación de la naturaleza como un conjunto de
recursos que son valorizados; como los campesinos que han tenido suficiente
del sabor del productivismo; como los pueblos indigenas que deben tratar con
el juicio unánime que identifica sus prácticas con la simple superstición,
etcétera.“
Hay un retorno a Marx, pero es un retorno que funciona como contra-memoria,
a contra pelo, como Walter Benjamin sugería para activar las perspectivas de
los oprimidos, desplazados y olvidados. Si se puede hablar de un retorno a
Marx, es indudablemente un retorno como invención, creación y potencia. En el
sentido mismo de la política como proceso y actos colectivos que se renuevan,
disputan y negocian para constantemente actualizar el sentido de la igualdad y
la justicia. Un Marx político, que buscaba pensar políticamente, más que
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aquella autoridad, ya sea, del filósofo o el científico del materialismo dialéctico
que tanto dogmatizaron y predicaron que, al final, solo lograron la
desertificación del campo político y cultural de los movimientos sociales.
Es un Marx que piensa con paradojas y escribe con ironía, por ejemplo, en El
Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte:
„La revolución del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino
solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de
despojarse de toda veneración supersticiosa del pasado. Las anteriores
revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal
para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe
dejar que los muertos entierren a sus muertos, para cobrar conciencia de su
propio contenido. Allí, la frase desbordada el contenido; aquí, el contenido
desborda la frase.“
Aquel Marx político, aquel “autor artesano, siempre inconforme con los
resultados de su labor, que hace y rehace sucesivos borradores que luego
desecha para volver a comenzar una nueva redacción”. Es el retorno de un
Marx presente.
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