Julio Cabrera
Cine: 100 años de filosofía
Una introducción a la filosofía a
través del análisis de películas
RICHARD PORTÓN
Cine y anarquismo
La utopía anarquista en imágenes
Colección Cine S. ...
MARIANO CEBRIÁN
La radio en la convergencia
multimedia Serie Multimedia
SIMÓN FELOMAN
La fascinación del movimiento
Serie Multimedia
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El documental
Serie Multimedia
EUGENE VALE
Técnicas de guión para¿cine y
televisión" Serie Multimedia
BERNARD WILKIE
Manual de efectos especiales
para televisión y vídeo Serie
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LORENZO VILCHES (comp.)
Taller de escritura
para televisión
Serie Multimedia
KEN DANCYGER
Técnicas de edición
en cine y video Serie
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ROBERT SIMPSON
Manual práctico para
producción audiovisual
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DES LYVER
Principios básicos del sonido
para vídeo Serie Multimedia
Cine: 100 años de filosofía
Una introducción a la filosofía a
través del análisis de películas
Julio Cabrera
gedisa
editorial
Diseño de cubierta: Sylvia Sans
Primera edición: marzo de 1999, Barcelona Primera
reimpresión: febrero de 2002, Barcelona Segunda
reimpresión: enero de 2006, Barcelona Tercera
reimpresión: mayo de 2008, Barcelona
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Editorial Gedisa, S.A.
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08022 Barcelona, España
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ISBN: 978-84-7432-710-6
Depósito legal: B. 25.455-2008
Impreso por Sagrafic
Impreso en España
Printed in Spain
Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de
impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, de esta versión
en castellano o en cualquier otro idioma.
índice
PREFACIO................................................................................
9
Cine y Filosofía
Para una crítica de la razón logopática ..........................
13
Ejercicio 1
Platón se va a la guerra (La teoría de las ideas) .................
44
Ejercicio 2
Aristóteles y los ladrones de bicicletas
(La cuestión de lo verosímil) .............................................
62
Ejercicio 3
Santo Tomás y el bebé de Rosemary (La filosofía
y lo sobrenatural) ...............................................................
85
Ejercicio 4
Bacon, Steven Spielberg y los filmes-catástrofe
(La relación del hombre con la naturaleza).......................... 102
Ejercicio 5
Descartes y los fotógrafos indiscretos (La duda
y el problema del conocimiento) ........................................... 127
Ejercicio 6
Los empiristas británicos: John Locke y David Hume.
La identidad de Batman y Quentin Tarantino
(Las críticas empiristas de la substancia
y la causalidad) .................................................................. 145
Ejercicio 7
Kant, Thomas More y la sociedad de los poetas
muertos (Teoría y práctica) ................................................. 174
Ejercicio 8
Hegel, París, Texas y el turista accidental (El tiempo
y el pensamiento) .................................................................. 198
Ejercicio 9
Schopenhauer, Buñuel, Frank Capra (El valor de la vida).... 216
Ejercicio 10
Karl Marx, Costa-Gavras, Oliver Stone y el cine politizado
(Política y pensamiento)...................................................... 240
Ejercicio 11
Nietzsche, el imperdonable Clint Eastwood y los asesinos
por naturaleza (Heroísmo y violencia) ................................... 264
Ejercicio 12
Martin Heidegger, Michelangelo Antonioni, el aburrimiento
y las ballenas de agosto (El ser y la condición humana).......... 287
Ejercicio 13
Jean-Paul Sartre, Thelma, Louise, y el infierno de un
matrimonio sueco (La existencia y la libertad) ....................... 314
Ejercicio 14
Wittgenstein, el cine mudo y la diligencia:
lo que se dice y lo que sólo se muestra (La cuestión de los
límites del lenguaje).............................................................. 335
BIBLIOGRAFÍA .......................................................................... 362
Cine y Filosofía
Para una crítica de la razón logopática
Pensadores páticos y pensadores apáticos,
frente a la emergencia del Cine
La Filosofía no debería presuponerse como algo perfectamente definido antes del surgimiento del Cine, sino como algo que
podría modificarse a través de ese mismo surgimiento. En este
sentido, la Filosofía, cuando manifiesta su interés por la búsqueda de la verdad, no debería apoyar la indagación acerca de sí
misma tan sólo en su propia tradición, como marco único de
autoelucidación, sino insertarse en la totalidad de la Cultura.
Esto que se dice a propósito del Cine, se podría decir, propiamente hablando, de cualquier otra emergencia o desarrollo cultural, ya que la Filosofía, por su misma naturaleza abarcante y
reflexiva, se deja golpear por todo lo que el hombre hace. La Filosofía vuelve a definirse delante de la emergencia del Mito, la
Religión, la Ciencia, la Política y la Tecnología.
Así como la narrativa literaria se ha dejado influenciar por
las técnicas cinematográficas (se puede consultar, por ejemplo, Carmen Pena-Ardid, Literatura y cine), se podría pensar
que también la Filosofía ha sufrido, aunque inconscientemente, esta influencia, antes del reconocimiento oficial de la existencia del Cine en el siglo xx. Ya en siglos anteriores han surgido algunas direcciones del pensamiento que intentan una
modificación —que yo me atrevería a llamar "cinematográfica"— de la racionalidad humana: la tradición hermenéutica,
13
sobre todo después del "giro ontológico" dado a esa tradición
en el siglo xx por Heidegger, el surgimiento y rápido apagarse
del Existencialismo de inspiración kierkegaardiana, de los años
cuarenta a sesenta de este siglo, y la manera de hacer filosofía
de Friedrich Nietzsche, vastamente inspirada en Schopenhauer,
al final del siglo pasado. ¿Qué es lo que estas corrientes del
pensamiento tienen en común? Respuesta posible: haber
problematizado la racionalidad puramente lógica (logos) con la
que el filósofo se ha enfrentado habitualmente al mundo, para hacer
intervenir también, en el proceso de comprensión de la realidad,
un elemento afectivo (o "pático").
Pensadores eminentemente lógicos (sin el elemento pático,
o pensadores apáticos, como podríamos llamarlos) han sido,
casi con certeza, Aristóteles, Santo Tomás, Bacon, Descartes,
Locke, Hume, Kant y Wittgenstein, dejando de lado casos más
controvertidos (como Platón y San Agustín). Los que conocen
bien a aquellos filósofos tal vez estén aquí a punto de protestar. Lo que quiero decir no es que estos pensadores no se hayan planteado el problema del impacto de la sensibilidad y la
emoción en la razón filosófica, o que no hayan tematizado el
componente pático del pensamiento, o que no se hayan referido a él. De hecho, Aristóteles se ha referido a las pasiones,
Santo Tomás ha hablado de sentimientos místicos, Descartes
escribió un tratado sobre las pasiones del alma, Hume formuló una moral del sentimiento, y Wittgenstein se ha referido al
valor relacionado con la voluntad humana. Pero Schopenhauer,
Nietzsche, Kierkegaard, Heidegger, etc., o sea, los filósofos que
he llamado "páticos" (o "cinematográficos") han ido mucho más
lejos: no se han limitado a tematizar el componente afectivo,
sino que lo han incluido en la racionalidad como un elemento
esencial de acceso al mundo. El pathos ha dejado de ser un
"objeto" de estudio, al que se puede aludir exteriormente, para
transformarse en una forma de encaminamiento.
En general, solemos decirles a nuestros alumnos que para
apropiarse de un problema filosófico, no es suficiente con entenderlo: también hace falta vivirlo, sentirlo en la piel,
dramatizarlo, sufrirlo, padecerlo, sentirse amenazado por él,
sentir que nuestras bases habituales de sustentación son afectadas radicalmente. Si no es así, aun cuando "entendamos"
plenamente el enunciado objetivo del problema, no nos habremos apropiado de él, y no lo habremos realmente entendido.
14
Hay un elemento experiencial (no "empírico") en la apropiación de un problema filosófico, que nos torna sensibles a muchos de esos problemas e insensibles a otros (es decir, cada
uno de nosotros no se siente igualmente predispuesto,
"expe-riencialmente", hacia todos los problemas filosóficos.
Algunos filósofos se han sentido más afectados por la
cuestión de la duda, otros por la cuestión de la
responsabilidad moral, otros por la cuestión de la belleza,
etcétera).
Es un hecho que la Filosofía se ha desarrollado, a lo largo
de su historia, en forma literaria y no, por ejemplo, a través de
imágenes. Se podría considerar a la Filosofía, entre otras cosas, como un género literario, como una forma de la escritura.
Así, las ideas filosóficas han sido naturalmente, y sin mayor
autorreflexión, expresadas literariamente. Pero, ¿quién dice
que esto deba ser así? ¿Existe algún vínculo interno y necesario entre la escritura y la problematización filosófica del mundo? ¿Por qué las imágenes no introducirían problematizaciones
filosóficas, tan contundentes, o más aún, que las vehiculizadas
por la escritura? No parece haber nada en la naturaleza del
indagar filosófico que lo condene inexorablemente al médium
de la escritura articulada. Podríamos imaginar, en un mundo
posible, una cultura filosófica íntegramente desarrollada a través de fotografías o de danzas, por ejemplo. En esa cultura
posible, tal vez las formas escritas de expresión fuesen consideradas como meramente estéticas o como medios de diversión.
Puede asustar, a primera vista, hablar del Cine como de
una forma de pensamiento, así como asustó a los lectores
de Heidegger enterarse de que "la Poesía piensa". Pero lo que
es esencial a la Filosofía es el cuestionamiento radical y el
carácter hiperabarcante de sus consideraciones. Esto no es incompatible, ab initio, con una presentación "imaginante" (a
través de imágenes) de cuestiones, y sería un prejuicio pensar
que hay una incompatibilidad. Si la hay, habrá que presentar
argumentos, pues no se trata de una cuestión obvia.
Tal vez el Cine nos presente un lenguaje más apropiado que
el lenguaje escrito para mejor expresar las intuiciones que los
mencionados filósofos (Schopenhauer, Nietzsche, Kierkegaard,
Heidegger) han tenido acerca de los límites de una racionalidad solamente lógica, y acerca de la aprehensión de ciertos
aspectos del mundo que no parecen captarse a través de una
total exclusión del elemento afectivo. ¿No será que mucho de
15
lo que Heidegger, por ejemplo, intenta decir, casi infructuosamente, y destruyendo despiadadamente la lengua alemana,
al generar frases difícilmente inteligibles y lanzando augurios
misteriosos, llevando a sus empeñados lectores a la desesperación (algo que también podría decirse de Hegel y sus desaforados intentos de pensar el concepto "temporalmente", poniéndolo "en movimiento"), sería mucho mejor expuesto a través
de las imágenes de un film? Pero no como Carnap lo decía de
Nietzsche (en su aún expresivo artículo "La superación de la
metafísica a través del análisis lógico del lenguaje"), que lo
que "carece de sentido cognitivo" es mejor "expresarlo" en el
lenguaje de la poesía, asumiendo el mensaje como "meramente emocional", sino, por el contrario, en el sentido de que el
Cine conseguiría dar sentido cognitivo a lo que Heidegger (y
otros filósofos "cinematográficos") han intentado decir mediante el recurso literario, al utilizar el Cine una racionalidad
logopática, y no tan sólo lógica. El Cine ofrecería un lenguaje
que, entre otras cosas, eximiría de realizar tales experimentos
cronenbergianos con la escritura, dejando de insistir en "golpearse
la cabeza embistiendo contra las paredes del lenguaje", como diría Wittgenstein. El Cine no sería, pues, una especie de claudicación ante algo que no tiene ninguna articulación racional y a lo
que, por consiguiente, se proporcionaría un vehículo "puramente emocional" (equivalente a un grito), sino otro tipo de articulación racional, que incluye un componente emocional. Lo emocional no desaloja lo racional: lo redefine.
Menciono a Heidegger porque es quien, de todos los filósofos más recientes, ha expresado de la manera más clara este
compromiso de la Filosofía con un pathos de carácter fundamental, cuando habla, por ejemplo, de la angustia y del tedio
como sentimientos que nos ponen en contacto con el ser mismo
del mundo, como sentimientos con valor cognitivo (en el sentido amplio de un "acesso" al mundo, no en un sentido "epistemológico"). Al referirse a la Poesía como "pensante" —y no,
simplemente, como un fenómeno "estético" o un desahogo emocional— Heidegger la considera como esencialmente apta para
expresar la verdad del ser, al instaurar el poeta un ámbito de
"dejar que las cosas sean", sin intentar dominarlas o controlarlas técnicamente, a través de la actitud que denomina
Gelassenheit ("Serenidad" sería una traducción aproximada).
No parecería demasiado rebuscado considerar al Cine, con su
particular tipo de lenguaje, como una forma posible de la Se16
renidad, como una forma de captación del mundo que promueve
—como la Poesía— esta actitud fundamental delante del mundo (y aun cuando el propio Heidegger haya sido escéptico con
respecto a la significación del Cine, al que vincula con las modernas técnicas del entretenimiento y no con la actitud pensante que atribuye, en cambio, a la Poesía).
Haber llamado "cinematográficos" a filósofos como
Kierke-gaard, Nietzsche y Heidegger haría pensar que se sabe
perfectamente lo que es el Cine. Pero, en verdad, no sabemos
lo que el Cine es. Jean-Claude Carriére (en su maravilloso
libro The Secret Language of Film) lo ha expresado muy bien,
al decir que el Cine es una experiencia abierta, siempre
redescubriéndose a sí misma, huyendo permanentemente de
las reglas que tratan de aprisionarla en alguna canónica bien
establecida. Pero no sabemos qué es el Cine por una razón
profunda, en realidad por el mismo orden de razones por el
que tampoco sabemos qué es la Filosofía. No porque seamos
ignorantes, o porque no hayamos ido bastantes veces a la
biblioteca o a las filmotecas, sino por la naturaleza misma
del asunto. Por eso, lo que voy a decir aquí acerca del Cine
es completamente estratégico: se trata de una caracterización
conveniente del Cine para propósitos filosóficos, o sea, para la
intención de considerar a los filmes como formas de
pensamiento. No se trata, pues, de definiciones permanentes e
intocables.
II
Conceptos-imagen
Algunas de las razones de haber llamado "cinematográficos" a aquellos filósofos "páticos", como quedó sugerido en lo
anterior, serían las siguientes:
Los "filósofos cinematográficos" sostienen que, al menos ciertas dimensiones fundamentales de la realidad (o tal vez toda
ella) no pueden simplemente ser dichas y articuladas lógicamente para ser plenamente entendidas, sino que tienen que
ser presentadas sensiblemente, a través de una comprensión
"logopática", racional y afectiva al mismo tiempo. Sostienen
también que esa presentación sensible debe producir algún
tipo de impacto en quien establece un contacto con ella. Y ter17
cero —muy importante— los "filósofos cinematográficos" sostienen que, a través de esa presentación sensible impactante,
se alcanzan ciertas realidades que pueden ser defendidas con
pretensiones de verdad universal, no tratándose, por tanto, de
meras "impresiones" psicológicas, sino de experiencias fundamentales vinculadas con la condición humana, o sea, con toda
la humanidad, y que poseen, por tanto, un sentido cognitivo.
Pues bien, estas tres características de las filosofías presentadas por los pensadores páticos me parecen definitorias del
lenguaje del Cine, s¿ lo vemos desde un punto de vista filosófico. Como lo dije al principio, no quiero presuponer aquí un
concepto de Filosofía, sino, si se quiere, ir consolidando uno, al
mismo tiempo que consideramos filosóficamente al Cine. Diré
que el Cine, visto filosóficamente, es la construcción de lo que
llamaré conceptos-imagen, un tipo de "concepto visual"
estructuralmente diferente de los conceptos tradicionales utilizados por la Filosofía escrita, a los que llamaré aquí conceptos-idea.
¿Qué es un concepto-imagen? Wittgenstein nos ha advertido
acerca del peligro de plantear este tipo de pregunta esencialista
(que comienza con las palabras "Qué es..."), por su tendencia a
arrastrarnos a tratar de ofrecer una respuesta definitiva y
cerrada a la cuestión, del tipo "Los conceptos-imagen son...".
Pero esta noción no tiene contornos absolutamente nítidos, ni
una definición precisa. Y creo que no debe tenerla, si pretende
conservar su valor heurístico y crítico. De manera que lo que
voy a decir aquí sobre conceptos-imagen es simplemente una
especie de "encaminamiento" —en un sentido heideggeriano—
o sea, un "ponerse en camino" en una cierta dirección comprensiva, hacia la cual esta caracterización indica, pero sin
querer cerrarla o trazarla completamente.
1. Un concepto-imagen se instaura y funciona dentro del
contexto de una experiencia que hace falta tener, para poder
entender y utilizar ese concepto. Por consiguiente, no se trata
de un concepto externo, de referencia exterior a algo, sino de
un lenguaje instaurador que exige pasar por una experiencia
para ser plenamente consolidado. Parafraseando a Austin, se
podría decir que el Cine es como un "hacer cosas con imágenes".
La racionalidad logopática del Cine cambia la estructura
habitualmente aceptada del saber, en cuanto definido sólo ló18
gica o intelectualmente. Saber algo, desde el punto de vista
logopático, no consiste solamente en tener "informaciones", sino
también en haberse abierto a cierto tipo de experiencia, y en
haber aceptado dejarse afectar por alguna cosa desde dentro
de ella misma, en una experiencia vivida. De manera que hay
que aceptar que parte de este saber no es decible, no puede ser
transmitido a aquel que, por un motivo u otro, no está en condiciones de tener las experiencias correspondientes.
Claro que un film puede siempre ser puesto en palabras, en
lo que se refiere a su componente puramente lógico. Puedo
decir, por ejemplo: "El tratamiento que la película Blow Up,
de Michelangelo Antonioni, hace de la cuestión de la duda consiste en poner a su personaje en una situación de
incertidum-bre intolerable". Sólo que esto será plenamente
comprendido sólo viendo el film, instaurando la experiencia
correspondiente, con toda su fuerza emocional. Lo que uno
agrega a la lectura del comentario o a la sinopsis en el
momento de ver el film y de tener la experiencia que el film
propone (la experiencia que el film es), no es tan sólo un solaz,
o una "experiencia estética", sino una dimensión comprensiva
del mundo.
Claro que, simplemente, ver el film, como lo recomendaba
Fellini a sus críticos más intelectuales, no es, per se, hacer
Filosofía, ni configura ningún tipo de saber: se trata tan sólo
de una experiencia estética o social. Para hacer Filosofía con
el film, precisamos interactuar con sus elementos lógicos, entender que hay una idea o un concepto a ser transmitido por la
imagen en movimiento. Pero simplemente entender esta idea
— a través, digamos, de la lectura de un comentario (así como
Kant sabía enormidades de geografía sin haber salido nunca
de su Kónigsberg natal)— tampoco es suficiente. Podremos
leer incontables veces lo que allí se dice y haber entendido
plenamente la objetividad del problema, y continuaremos estando "afuera" del mismo, desapropiados de él.
Para todos los efectos lógicos, el comentario proporciona un
relato completo del film. Tendríamos alguna esperanza de ser
entendidos por el filósofo intelectualista si pudiéramos mostrarle que "falta algo" en el comentario, que está "incompleto".
Pero, en verdad, en el comentario está todo, no "falta" absolutamente nada en él. La experiencia vivida no forma parte del
relato, es un componente cognitivo que no se agrega a la información lógica disponible, tal vez por la misma razón que el
énfasis o la fuerza ilocucionaria de una expresión no forma
parte de su significado.
19
2. Los conceptos-imagen del Cine, a través de esta expe
riencia instauradora y plenaria, buscan producir en alguien
(un alguien siempre muy indefinido) un impacto emocional
que, al mismo tiempo, le diga algo acerca del mundo, del ser
humano, de la naturaleza, etc., que tenga un valor cognitivo,
persuasivo y argumentativo a través de su compo-nente emo
cional. No están interesados, pues, tan sólo en una informa
ción objetiva ni tampoco en una pura explosión afectiva por
ella misma, sino en un abordaje que llamo aquí logopático,
lógico y pático al mismo tiempo.
No se debe confundir "impacto emocional" con "efecto dramático". Una película puede no ser "dramática" ni buscar particulares
"efectos", y, no obstante eso, tener un impacto emocional, un componente "pático". Piénsese en filmes como Verano en la ciudad de
Wim Wenders, o en El desierto rojo, de Antonioni, o en Detective de
Jean-Luc Godard. Incluso los así llamados "filmes cerebrales" conmueven al espectador precisamente a través de su frialdad, de su
aparente carácter "gélido" o taciturno. Su aparente frialdad es
precisamente su particular recurso persuasivo, su peculiar tipo de
emocionalidad. Su grado de racionalización de las emociones nunca
es de tan alto nivel como el alcanzado por la racionalización de los
tratados filosóficos, que consiguen postergar las emociones de una
manera mucho más exitosa. (Tal vez la obra maestra de la
racionalización de las emociones sea el film de Alexander Kluge,
El poder de los sentimientos, película absolutamente gélida y distanciada, pero que, paradójicamente, afirma algo acerca de sentimientos humanos, y "afecta" logopáticamente al espectador.)
3. A través de esa experiencia instauradora y emocionalmente impactante, los conceptos-imagen afirman algo so
bre el mundo con pretensiones de verdad y de universalidad.
Este elemento es fundamental, porque si no conservamos las
pretensiones de verdad y de universalidad, difícilmente po
dremos hablar, de manera interesante y no meramente figu
rativa, de Filosofía en el Cine, o de Filosofía a través del Cine.
Esta es la única característica que conservaremos de la carac
terización tradicional de la Filosofía, pero se trata de un rasgo
absolutamente fundamental. El Cine no elimina la verdad o
la universalidad, sino que las redefine dentro de la razón
logopática.
La universalidad del Cine es de un tipo peculiar, pertenece
al orden de la Posibilidad, y no al de la Necesidad. El Cine es
20
universal no en el sentido del "Ocurre necesariamente a todos", sino en el de "Podría ocurrirle a cualquiera". Esto será
explicado en detalle en la próxima sección, dada la particular
importancia del tópico.
4. ¿Dónde están los conceptos-imagen? ¿En qué lugar del
film pueden ser localizados?
Un film entero puede considerarse como el concepto-imagen
de alguna noción o de varias. Podemos llamar al film entero un
macro-concepto-imagen, que estará compuesto por otros conceptos-imágenes menores. Un autor clásico que facilita la comprensión del "concepto-imagen" es Griffith, con su film Intolerancia,
ya que él mismo, a través del título y de la reflexión filosófica que
hace sobre la intolerancia mediante imágenes, mostró de qué
manera un film entero puede ser visto como un concepto-imagen
de ese fenómeno humano llamado "intolerancia". La principal
tesis filosófica de este film es que la intolerancia es ahistórica,
que existió siempre, que es independiente de épocas y situaciones. Francois Truffaut dijo una vez que toda buena película debería poder resumirse en una sola palabra, y como ejemplo de
eso afirmó que Hace un año en Marienbad, de Alain Resnais era,
simplemente, "la persuasión". Si esto es así, debemos considerar
Intolerancia como una buena película.
Se podría decir que algunas unidades menores del film
vehiculizan también conceptos-imagen. Un episodio de Intolerancia puede ser visto también como un concepto-imagen de
ese fenómeno. Pero los conceptos-imagen necesitan tiempo cinematográfico para desarrollarse. Por su característica de ser
experienciales, ellos son, fundamentalmente, un desarrollo
temporal. No son ni pueden ser puntuales. Difícilmente un
fotograma o un único cuadro puedan constituir un
concepto-imagen. Por ejemplo, el cuadro que muestra al
joven a punto de ser ahorcado (en Intolerancia) no puede
constituir por sí solo un concepto-imagen de la intolerancia, se
necesita de una mayor expansión, se precisa saber de qué
manera ha ido a parar a esa situación, por qué se están
haciendo tantas tentativas para salvarlo, etc. El
concepto-imagen precisa de un cierto tiempo para
desarrollarse por completo. El instante cinematográfico tiene
su propia expansividad. En rigor, sólo el film entero es un
concepto-imagen, aun cuando unidades menores puedan ser
ya —y son, sin duda— conceptuales. (Ciertamente, una
escena de este film podría constituir por sí misma un
21
concepto-imagen de otro fenómeno, diferente de la intolerancia, por ejemplo, de la valentía. Pero hay que tratar de captar
cuál es la reflexión global o plenaria que el film está tratando
de hacer.)
Parecen ser las situaciones de un film las que pueden
constituir conceptos-imagen, el lugar privilegiado en donde ellos se concentran. Pero un personaje puede ser también un concepto-imagen. Evidentemente, un personaje es
inseparable de las situaciones que protagoniza. De cierta
manera, él es esas situaciones. Con todo, un personaje puede tipificarse de una manera bastante fija y constante, de
modo tal que acaba uniformando extraordinariamente las
situaciones que lo caracterizan. Por ejemplo, hay un tipo
de personaje que suele morir de manera trágica y ridicula
al mismo tiempo, en los filmes dirigidos o producidos por
Spielberg: el abogado ambicioso de Jurassic Park, devorado por un dinosaurio, el valentón Quint de Tiburón, devorado por el escualo, el comercializado Joñas Miller de
Twister, absorbido por el tornado, etc. Todos ellos mueren
en virtud del mismo concepto-imagen de "La relación del
hombre con la naturaleza". Ellos pueden considerarse, entonces, como conceptos-imagen de esa relación. Pero, en definitiva, los conceptos-imagen tienen que ser desarrollados
en situaciones, y, en última instancia, en la totalidad de las
situaciones presentadas por un film entero.
Hay, ciertamente, casos particulares muy interesantes. Por
ejemplo, la primera parte de 2001. Odisea del espacio, de
Stanley Kubrick, protagonizada exclusivamente por monos,
puede considerarse como un concepto-imagen de la noción de
"Relación con la inteligibilidad del mundo". Pero la tesis completa sólo será presentada al final, en la imagen del enorme
feto que flota en medio del infinito. Casi no hay personajes en
este film, en el sentido usual. Las imágenes son de un alto
nivel especulativo, uno de los filmes más metafísicos jamás
producidos.
5. Los conceptos-imagen pueden desarrollarse en el nivel
literal de lo que está siendo mostrado en las imágenes (por
ejemplo, la intolerancia en el film homónimo de Griffith, donde se presentan, literalmente, escenas de intolerancia), pero
también pueden desarrollarse en un nivel ultraabstracto. Por
ejemplo, Los pájaros de Hitchcock fue analizada filosóficamente
22
como un film que dice algo importante acerca de la fragilidad
de la existencia humana. Si este film desarrolla
conceptos-imagen de esa noción, lo hace en un plano
ultraabstracto, porque ni una palabra se dice en el film sobre
esta cuestión, ni una sola imagen alude a esto de una manera
inequívoca y directa. Asimismo, El último de los hombres, de
Murnau, y El ángel azul, de Von Sternberg, pueden
considerarse conceptos-imagen del Despojo, o de la Caída.
Que el concepto-imagen pueda desarrollarse en un nivel
abstracto, es precisamente lo que permite que su
conceptua-lidad filosófica pueda ser plenamente eficaz, aun
cuando se trate de un film absolutamente fantástico o irreal
(o surreal). Aun cuando un film presente monstruos o
situaciones absolutamente imposibles, seres descuartizados
que
se
recomponen,
personas
que
vuelan,
o
inverosimilitudes meno-res (como encuentros improbables
o casualidades implausibles) el Cine presenta, a través de
todo eso, problemas relacionados con el hombre, el mundo,
los valores, etc. Esto es absolutamente inevitable. Aun King
Kong o la saga de La guerra de las galaxias afirman alguna
cosa —verdadera o falsa— acerca de la humanidad o acerca
del mundo en general. En este sentido, en el nivel de los
conceptos-imagen, esos filmes representan situaciones
posibles, personas posibles, algo que podría ocurrirle a
cualquiera en el plano conceptual del sentido, aunque no pudiera ocurrirle nunca en el plano empírico (por ejemplo, transformarse en una mosca gigante, o viajar a la velocidad de la
luz).
El gran filósofo David Cronenberg declaró una vez que buena parte del dramatismo de su film La mosca se basó en su
experiencia de asistir a una larga enfermedad de su padre. La
transformación de un hombre en insecto (como en Kafka) es
una metáfora del envejecimiento y la enfermedad, o sea, de la
condición humana. Ciertamente, ninguno de nosotros se transformará nunca en una mosca, pero todos nosotros enfermaremos y moriremos. El film de Cronenberg, hablando de un hombre-mosca, habla acerca de la condición humana, aunque no
lo haga en el nivel de lo literal. El lenguaje del Cine es inevitablemente metafórico, inclusive cuando parece ser totalmente
literal, como en los "filmes realistas". De manera que el hecho
de que un cierto texto (literario o fílmico) sea ficticio, imaginario o fantástico, no obstruye en absoluto el camino hacia la
verdad. Al contrario, a través de un experimento que nos aleja
23
extraordinariamente de lo real cotidiano y familiar, el film
puede hacernos ver algo que habitualmente no veríamos. Tal
vez nos haga falta ver un buen film de horror para
concien-tizarnos de algunos de los horrores de este mundo.
6. Los conceptos-imagen no son categorías estéticas, no de
terminan si un film es "bueno" o "malo", de buena o mala cali
dad, de clase A o de clase C. Cómo el film crea y desarrolla
conceptos (que es lo que interesa filosóficamente) y cómo pue
de considerarse "un buen film", son dos cuestiones diferentes.
El contenido filosófico-crítico y problematizador de un film se
procesa a través de imágenes que tienen un efecto emocional
esclarecedor, y eso puede ocurrimos delante de filmes que,
intelectualmente vistos, no son "obras maestras" del Cine. Al
contrario, si no conseguimos una relación logopática con una
de las consideradas "obras maestras" (si no conseguimos afi
nidad afectiva, por ejemplo, con El ciudadano, de Orson
Welles), difícilmente conseguiremos entender plenamente lo
que ese film pretende transmitir, en el plano de los conceptos
filosóficos desarrollados por medio de imágenes. Podemos
tener buenas experiencias filosóficas, por otro lado, viendo
la serie Cementerio maldito, o películas de luchas japonesas
o pornográficas de clase B, por más que esto pueda escan
dalizar al profesor universitario o al crítico de Cine "especia
lizado".
(En cierta manera, como ocurre con el psicoanálisis, no puede haber "especialistas en Cine". Por sus características, se
trata de actividades que no pueden transformarse en una profesión como otra cualquiera. En rigor, también la Filosofía
pertenece a esa clase de actividades. Si ella, en nuestro siglo
xx, consiguió "profesionalizarse", eso debe decir algo importante acerca del tipo de filosofía que actualmente se hace —y
se estimula— en nuestras Academias.)
7. Los conceptos-imagen no son privativos del Cine, o sea,
no solamente el Cine los construye y utiliza. Como vimos an
tes, también la Filosofía (por ejemplo, en los textos de
Heidegger) utiliza conceptos-imagen para exponer algunas
intuiciones (como la Gelassenheit, la Serenidad), y, ciertamen
te, la Literatura los ha utilizado exhaustivamente a lo largo
de toda su historia. La Literatura instaura una experiencia
en quien lee, ejerce un impacto emocional, pretende verdad y
24
universalidad y desarrolla conceptos en niveles abstractos y
metafóricos. ¿Cuál es, pues, la novedad del Cine?
Lo que diferencia los conceptos-imagen del Cine de conceptos-imagen utilizados por la Literatura o la Filosofía, es una
diferencia técnica, y no estrictamente de naturaleza. En los
cuentos de Kafka, por ejemplo, a través de lo Monstruoso y
Animalesco, se dice algo filosóficamente importante acerca del
mundo y del ser humano. La metamorfosis es impactante,
logopática, universal, igual que la literatura filosófica de
Dostoievski, Thomas Mann, Max Frisch y tantos otros. La literatura es hipercrítica y problematizadora, en el sentido filosófico. Todo esto ya ha sido hecho por la Literatura y, por
consiguiente, pensadores como Heidegger, etc., podrían ser llamados también, igualmente, "filósofos literarios" o "filósofos
poéticos". Filósofos asumidamente literarios son, por ejemplo,
Sartre y Henri Bergson, entre otros. La presentación logopática
de problemas filosóficos también puede adjudicarse, ciertamente, a la Literatura.
Lo que el Cine proporciona es una especie de
"super-potenciación" de las posibilidades conceptuales de la
Literatura, al conseguir aumentar colosalmente la "impresión
de realidad" y, por lo tanto, la instauración de la experiencia
indispensable al desarrollo del concepto-imagen, con el
consiguiente aumento del impacto emocional que lo
caracteriza. Nada de esto descarta ab initio, ciertamente, la
posibilidad de que un lector de Literatura tenga la
sensibilidad
adecuada
como
para
impresionarse
extraordinariamente con lo que lee, con la misma eficacia
emocional del Cine. Lo que se dice tiene un carácter genérico
que no descarta estos casos particulares. El Cine es la
plenitud de la experiencia vivida, incluyendo la temporalidad
y el movimiento típicos de lo real, que presenta lo real con
todas sus dificultades, en lugar de dar los ingredientes para
que el espectador (o el lector) los use para crear la imagen
que el Cine proporciona.
El poder reproductivo y productivo de la imagen en movimiento marca el carácter emergente del Cine, y lo distintivo
del mismo, algo sólo posible gracias a la fotografía en movimiento. La particular temporalidad y espacialidad del Cine,
su capacidad casi infinita de montaje y remontaje, de inversión y de recolocación de elementos, la estructura de sus recortes, etc., es lo que marca la diferencia. La Literatura proporciona elementos para un film, para una especie de función
25
de cine privada, que ocurrirá en la sensibilidad de quien lee.
El Cine presenta, de manera peculiarmente "impositiva" todo
(¿o casi todo?) aquello a lo que la Literatura sólo invita. La
instauración de la experiencia tiene, en el caso del Cine, un
carácter irresistiblemente plenario. Todo está allí. El mundo
está puesto con toda su dificultad, o está repuesto. Cine y Literatura, desde el punto de vista ultraabstracto adoptado por
la Filosofía, son la misma cosa. Cambian las técnicas, los lenguajes, las respectivas temporalidades, etc. La pretensión a la
verdad universal es la misma.
Se ha dicho que mientras la Literatura utiliza el lenguaje
articulado, el Cine crea su propio lenguaje, que no cumple,
inclusive, las condiciones de los lenguajes articulados. Por ejemplo, no hay doble articulación en el Cine, ni códigos, ni sintaxis, en el sentido estricto. (Christian Metz ha estudiado todo
esto muy bien.) Pero estas características del Cine no hacen
que la Literatura no pueda ser filosófica. El hecho de basarse
aún en el lenguaje la mantiene en el mismo terreno de la Filosofía escrita tradicional, puede disminuir los niveles de
su impacto, etc., pero se trata siempre de una cuestión expresiva.
Inclusive, hay algo en la Literatura que no parece
sustitui-ble por el Cine: la descripción de procesos psicológicos
interiores. Lo que piensa un personaje (todo lo que Proust
escribe acerca de la nostalgia, por ejemplo) no es expresable
ni susti-tuible por los conceptos-imagen del Cine, ni siquiera
cuando se transforma en sonoro. La dificultad no tiene que
ver con la presencia o ausencia de la palabra. Podemos
aproximar la cámara al rostro del personaje tanto cuanto
queramos, y no sabremos por eso en qué está pensando, aun
cuando el actor sea extraordinariamente expresivo (como
Emil Jannings, el gran actor del cine mudo). El Cine es
exterioridad, aspecto, evidencia. Mucho de lo interior puede
transparentarse, salir hacia afuera, pero nunca con el
increíble detallismo descriptivo de la Literatura. Se dirá: la
angustia de un rostro dice más que mil palabras. Pero no si
son palabras de un Proust, o de un Joyce. Las tentativas de
llevar el Ulises y Un amor de Swann al Cine fueron fallidas.
(Eisenstein quería llevar El capital al Cine). Si hay algo
filosóficamente importante en un monólogo interior literario,
en una descripción proustiana, esto marcará, a mi entender,
un límite importante de la capacidad del Cine de hacer
Filosofía.
26
Las técnicas cinematográficas (el peculiar tipo de temporalidad y espacialidad del Cine, así como su peculiar sistema de
conexiones, el montaje, la particularidad de su "lenguaje", o
de su falta de lenguaje, según Christian Metz) especifican las
particulares maneras en que el Cine construye sus
conceptos-imagen, las formas en que consigue ser
impactantemente cognitivo, las maneras en que la verdad del
Cine es constituida. Las técnicas del Cine posibilitan la
efectivización de las características "filosóficas" (l)-(3).
Se debe tratar de entender, pues, cómo el Cine construye
sus conceptos-imagen, una manera sensiblemente diferente
de cómo Heidegger, Nietzsche o Dostoievski construyen sus
propios conceptos-imagen.
Por ejemplo, el film Era una vez en el oeste, de Sergio Leone,
puede ser visualizado (entre otras muchas maneras) como un
concepto-imagen de la Venganza. El film es una venganza, es
un desarrollo logopático de la noción de venganza. Este concepto-imagen queda completo una vez que todo el film está
construido. Pero, por ejemplo, la secuencia en que Frank
(Henry Fonda) es acorralado por los hombres de Norton
(Gabrielle Ferzetti) en las calles del poblado, y en donde acaba
matando a todos ellos con la ayuda del misterioso desconocido
(Charles Bronson), todo eso constituye un concepto-imagen,
una parte de lo que Sergio Leone ha querido decirnos acerca
del concepto de Venganza. Esa secuencia muestra que, en la
venganza, el vengador no sólo quiere que su víctima muera, o
sea castigada, sino que muera de una determinada manera, y
por la específica e intencionalísima obra del propio Vengador
(lo que lleva al desconocido, en la mencionada secuencia, a
salvar la vida de aquel a quien se propone matar, algo absurdo
desde el punto de vista estrictamente racional). Este aspecto
de la venganza debe ser agregado a todos los otros
conceptos-imagen que el film presenta, para montar el
concepto-imagen final, global, del tema analizado, o sea, la
venganza.
El Cine consigue obtener ese impacto emocional, fundamental para la eficacia cognitiva del concepto-imagen, a través de ciertas particularidades de la técnica cinematográfica,
de las que destaco las tres siguientes:
1) La pluriperspectiva, o sea, la capacidad que tiene el Cine
de saltar permanentemente de la primera persona (lo que ve o
siente el personaje) a la tercera (lo que ve la cámara), e inclusive a otras personas o semipersonas que el Cine es capaz de
27
construir, y de llegar hasta el propio fondo de una subjetividad. En el mencionado film de Leone, es fundamental para
explicar conceptual-imaginantemente la noción de Venganza,
que se sepa que Frank, en el momento de morir, está pensando
en la maldad que hizo en el pasado y en virtud de la cual está
actualmente siendo ajusticiado. La venganza es presentada,
en el film, como una forma de la justicia. Muriendo, el bandido
recuerda el terrible mal que hizo al hermano del vengador,
años atrás, y muere recordando, para que la venganza sea perfecta y plenamente consumada. La cámara se mete literalmente dentro de la cabeza de Frank, y simultáneamente asistimos al duelo final, a su muerte y a sus pensamientos, porque
todo eso es relevante para la estructuración fílmica de la noción de venganza. Ningún concepto-idea podría penetrar tan
hondamente en el interior de una noción como este tipo de
lenguaje lo hace. La pluriperspectiva puede considerarse como
una especie de cualidad "divina" (¡o demoníaca!) del Cine, en
el sentido de la Omnisciencia y la Omnipotencia. Evidentemente, el montaje, la estrategia de los cortes, los movimientos de
cámara, etc., pueden intensificar esta característica fundamental del Cine, que contribuye grandemente para la eficacia del
choque emocional.
2) En segundo lugar, la casi infinita capacidad del Cine para
manipular tiempos y espacios, para avanzar y retroceder, para
imponer nuevos tipos de espacialidad y temporalidad como
solamente el sueño consigue hacerlo.
3) En tercer lugar, el corte cinematográfico, la puntuación,
la particular manera de conectar cada imagen con la anterior,
la secuencia cinematográfica, el montaje de cada elemento, el
fraseo cinematográfico.
Diría que en cuanto 1) muestra una especie de manejo ilimitado de los puntos de vista, 2) muestra un manejo indefinido de las coordenadas espacio-temporales de la acción y 3) un
manejo de las conexiones. Subjetividad y Objetividad son enriquecidas y potenciadas al extremo y, al mismo tiempo (en
esto siguiendo la tendencia de una gran parte de la Filosofía
del siglo xx) problematizadas y disueltas en su pretensión de
constituir una distinción nítida El Cine está más allá de Subjetividad y Objetividad, o es las dos cosas al mismo tiempo.
La técnica cinematográfica posibilita, de esta forma, la instauración de la experiencia logopática, y su peculiar tipo de
verdad y universalidad, así como su articulación —también
28
peculiar—, entre literal y metafórico. A través de esa técnica
son generados los conceptos-imagen, y ellos son inseparables
de la misma. La técnica no es meramente una manera accidental de acceder a conceptos a los que se podría acceder de
alguna otra manera. Así, el concepto-imagen no puede ser generado por medios puramente literarios o fotográficos, por
ejemplo. El hecho de que la cámara de Sergio Leone pueda
multiplicar las perspectivas y los espacios-tiempo, y cortar
(puntuar) su film como lo hace, es fundamental para la generación del concepto-imagen de venganza. Sin esos elementos,
no existe concepto-imagen cinematográfico.
8. Los conceptos-imagen propician soluciones lógica,
epistémica y moralmente abiertas y problematizantes (a veces, marcadamente amoralistas y negativas, pero, de todas
maneras, nunca cerradamente afirmativas o conciliadoras)
para los problemas filosóficos que aborda. Aun cuando un
director se propusiera "cerrar" alguna solución de manera definitiva, el lenguaje de la imagen se opondría a ello, y él acabaría haciendo el film que no quería hacer. (Un caso extraordinario de esto es, por ejemplo, El bebé de Rosemary, de Polanski,
que, en las intenciones del director —según pueden leerse en
reportajes— tendría que haber sido un texto fílmico mucho
más "definido" de lo que realmente es. Fellini, por su parte,
tendría muchas reflexiones que hacer acerca de la esencial
"apertura" del tratamiento cinematográfico de cuestiones.)
La imagen cinematográfica no puede mostrar sin
proble-matizar, desestructurar, recolocar, torcer, distorsionar.
Contra lo que pensaban los neorrealistas italianos, el Cine es
todo menos un "puro registro de lo real".
Las soluciones de la Filosofía escrita, presentadas por conceptos-idea (sólo lógicos, no logopáticos), tienden al estatismo,
y a menudo presentan una clara pretensión de soluciones definitivas, conciliadoras, fundamentalmente antiescépticas y
constructivas. La intervención del particular, del azar, de la
emoción, del desencuentro, de lo inesperado, de la contingencia, etc., permiten, por el contrario, que el Cine ofrezca soluciones abiertas y siempre perplejas a las cuestiones planteadas.
El asombro delante de la realidad es múltiplemente expuesto,
y nunca plenamente "solucionado". Algunos cineastas, está claro, muestran esto de manera paradigmática, como Kieslowski
y los hermanos Coen (Fargo, por ejemplo, es una melancólica
29
reflexión sobre las relaciones decepcionadas entre los hombres,
cuya existencia se muestra como literalmente hundida en la
más tenebrosa y bufonesca contingencia). El Cine elige ciertos
objetos privilegiados: lo inverosímil, lo fantástico, lo calamitoso, lo demoníaco, la naturaleza descontrolada, la
incertidum-bre, el heroísmo sin gloria, la injusticia, la
violencia, la agonía, la incomunicación, la falta de
referencias absolutas. Con independencia de sus temáticas
más específicas, éstos son los constantes agonistas del Cine.
Se podría pensar que esto depende de los filmes que sean
elegidos para ejemplificar. Parece haber filmes constructivos,
mansos, optimistas, afirmativos, conciliadores. Pero el Cine
vive del asombro, es como un ojo selectivo que va siendo sorprendido a cada instante. Nuestros ojos no se posan nunca en
lo que no interesa. El mal, la catástrofe, la agonía, el descontrol,
llaman la atención del ojo, lo seducen, lo arrastran, lo anegan
hasta el enceguecimiento. Lo plenamente positivo no es interesante de ser mirado; es lo sorprendente, lo extraordinario lo
que interesa al Cine, incluso cuando lo extraordinario es
lo absolutamente cotidiano (como en los filmes de Wenders y
Antonioni). Independientemente de sus temas y tratamientos, no existen películas totalmente lógicas, concluyentes, cerradas, sin experiencialidad abierta, sin problematización
imaginante, con una propuesta de solución definitiva. El Cine
más conciliador es también desconstructivo. Aun los filmes
optimistas de Frank Capra. El bien no constituye un espectáculo, no se impone por sí mismo, precisa de un contrapunto
desestabilizador (el señor Potter de ¡Qué bello es vivir! (It's a
wonderful Ufe)) y de un bien concebido de manera extraordinaria (el ángel Clarence). Lo logopático favorece la ruptura, la
problematización de lo particular, lo tremendo, lo devastador.
La logopatía problematiza la exclusividad lógica, el control, la
armonía, lo estético, lo tranquilo, lo reglado, lo dominable, lo
divino. El Cine es más pagano que la Filosofía (no en balde la
primera función de Cine ocurrió, según parece, en la caverna
de Platón). El Cine nunca confirma nada. Vuelve a abrir lo
que parecía aceptado y estabilizador.
El Cine, si lo retiramos de su encuadre limitante como vehículo de "escape" o de pura "diversión de masas", puede hacer ver, en contrapartida, el terrible escapismo de la Filosofía —un escapismo ilustrado, digamos, y no un escapismo de
masas— al constituirse la Filosofía, gracias, entre otras cosas,
30
a su expresión literaria (lineal, articulada, simbólicamente bien
educada), en un "arreglo" racional, conceptual-ideístico de los
males del mundo, tanto morales como lógico-epistemológicos.
En efecto, la Filosofía ha tenido desde su nacimiento —desde su desvinculación de la "Sofística" fea, sucia y malvada—
esa pretensión afirmativa, conciliadora ("¿religiosa?"), a pesar
de su declamada "secularización", consistente en tratar de someter la multiplicidad de la vida a unos pocos universales
or-ganiza-dores, reparadores, justificadores y embellecedores.
El Cine, con sus terribles impactos visuales, sus esperpentos
y sus maquinarias infernales, ha sido mucho más un
instrumento de captación de todo lo que hay de demoníaco, de
incontrolable, incomprensible, múltiple y descorazonador en
el mundo, y, en ese sentido, ha desarrollado una Filosofía con
un componente negativo-crítico muy superior al de la
Filosofía escrita habitual. (Por otro lado, en un sentido
histórico, los orígenes del Cine son simplemente viles, ligados
con el vodevil, los prostíbulos y la marginalidad. Cfr. Machado
Arlindo, Pré-cinemas e pós-cinemas, pág. 76 ss.)
Ciertamente, el moralismo afirmativo en el Cine se ha dado
en la exigencia del happy end o en la necesidad de que "los
malos sean castigados", aun a costa de la narración (un ejemplo célebre es la versión cinematográfica de Testigo de cargo
de Agatha Christie, hecha por Billy Wilder, o el escandaloso y
vergonzoso agregado de Murnau a su obra maestra El último
de los hombres). Pero en el happy end cinematográfico hay
algo de descaradamente artificial (como ocurre en los filmes
de Frank Capra). Los happy ends de la Filosofía, en cambio,
son rigurosamente serios (tal vez los más célebres de ellos sean
los de la Teodicea de Leibniz y la Fenomenología del espíritu
de Hegel) y pretenden haber arreglado el mundo definitivamente, algo mucho más serio y positivo que lo que Clark Gable y
Claudette Colbert podrían conseguir casándose y siendo felices para siempre. El happy end filosófico es aquello que Marx
ya denunciaba (en los hegelianos) como la tentativa de "arreglar el mundo dentro de la cabeza", algo que el Cine no consigue hacer, aunque lo intente. En sus imágenes, los comportamientos no quedan consolidados, ni los eventos plenamente establecidos. La imagen cinematográfica es esencialmente
desestructuradora, desestabilizadora, subversiva.
Ya el Cine mudo se ha alimentado fundamentalmente del
carácter aterrorizador y esperpéntico de la realidad, y las gro31
tescas caídas de sus héroes, los terribles errores que cometen
y la violenta (y, por eso, ridicula) agresividad de la realidad
social y natural, que frustra sistemáticamente sus planes más
minuciosos, han puesto ya desde su nacimiento al Cine en contacto con una realidad no susceptible de reconciliación última.
La Filosofía contemporánea, a pesar de su renuncia a
fundamentaciones de tipo teológico o metafísico-natural, no
ha renunciado a la tentativa (¿de fondo religioso?) de una conciliación social, comunicativa o solidaria, como puede verse en
las obras de Habermas, Apel, Tugendhat, Rawls y Rorty, los
Grandes Filósofos de finales de nuestro siglo.
III
¿Cómo puede una Ficción particular tener algún
compromiso con la verdad universal?
¿La verdad del Cine? ¿Qué es eso?
Fellini se ha autodenominado varias veces "un gran mentiroso" y el Cine es (y cada vez más) una auténtica fábrica de
ilusiones, de malabarismos, de artilugios, de efectos visuales,
de inverosimilitudes de todo calibre, y de recortes absolutamente
artificiales. ¿Cómo este lenguaje malabar podría tener algo que
ver con la verdad y la universalidad?
Esta es una cuestión absolutamente fundamental, puesto
que si el Cine es "meramente ficticio", sin ninguna vinculación interna con la verdad, y si el Cine es "mera mostración de
casos particulares", sin ninguna vinculación con la pretensión
de universalidad, el Cine no puede ser considerado filosófico
más que en un sentido demasiado amplio y metafórico como
para ser interesante. Sin esos elementos, el Cine sería "filosófico" tan sólo en el sentido de una problematización, o de una
reflexión sobre el mundo, algo que abarcaría también un gran
número de otras actividades humanas y sociales.
El Cine parece caracterizarse por la constitución de una "impresión de realidad" y por la perturbadora capacidad de presentar cualquier cosa (aun lo más fantástico e inverosímil) con
visos de realidad, de manera retórica e impositiva, embrujadora, fetichizante, asumida y descaradamente mentirosa. La
Filosofía, en cambio, ha pretendido tener una sobria actitud
32
de reverencia delante de la verdad y la concordancia con la
realidad, evitando sistemáticamente ilusiones y equívocos
perceptivos e intelectuales, evitando asociaciones inmediatas
en beneficio de la argumentatividad. Al menos antes del advenimiento de los "filósofos páticos" mencionados antes, el Cine
y la Filosofía parecían llanamente incompatibles.
En realidad, este escándalo delante de las pretensiones de
verdad y de universalidad del Cine es algo bastante primario,
que no resiste un análisis más profundo. Aun las filosofías más
analíticas y racionalistas admiten abiertamente la legitimidad del echar mano a la fantasía y a ejemplos fantasiosos y
estrafalarios (como el Demonio Maligno de Descartes, o el famoso gato de Waismann, o la no menos famosa Twin-Earth de
Hilary Putnam) para el sobrio esclarecimiento de cuestiones
filosóficas. Tanto en Filosofía Analítica como en Hermenéutica como en Psicoanálisis, se acepta tranquilamente que el camino hacia la verdad y la universalidad sea diversificado y, a
menudo, paradójico, y que tanto se puede saber acerca del
mundo y del ser humano a través de la verdad como a través
de la suposición estrafalaria o la ilusión. Que el Cine se constituya en un enorme artificio, no dice nada contra su pretensión de verdad. Habrá que ver cómo ese artificio se sitúa con
respecto a la realidad. La misma Ciencia está llena de artificios. La presencia del artificio no dice nada por sí misma. Hay
que ver si puede existir un uso filosófico de los artificios del
Cine.
La problemática universal/particular no se plantea como
contenido dentro de una película, no hay ninguna película cuyo
argumento trate acerca de este problema. Pero, sin embargo,
en todas las películas que vemos, ese problema se plantea
implícitamente, de manera formal e inevitable, como
cuestionamiento radical de la propia tentativa de instauración de una experiencia, que todo film presenta, que todo film
es. El problema de lo universal está implícito en la propia pretensión "declarativo-mostrativa" del Cine, es una especie de
problematicidad intrínseca de la imagen: la experiencia
instaurada, ¿tiene valor universal, o se trata tan sólo de lo que
les ocurre a unas cuantas personas particulares?
La pretensión de verdad y universalidad se procesa, en el
caso del Cine, a través de un impacto emocional. Se trata de
una verdad "propinada", por así decir. Un film es un golpe (a
veces, un golpe bajo), no un aviso sobrio o un mensaje civiliza33
do. Sus imágenes entran por las entrañas, y de ahí van al cerebro, y precisamente por eso tienen más chances de llegar
rápidamente al punto principal, más de lo que podría hacerlo
una sobria escritura filosófica o sociológica. Tal vez la mayoría
de (o todas) las verdades expuestas cinematográficamente ya
hayan sido dichas o escritas por otros medios, pero ciertamente quien las capta por medio del Cine es interpelado por ellas
de una manera completamente diferente. No es lo mismo que
le digan a uno que la guerra es absurda, que ver Johnny fue a
la guerra, de Dalton Trumbo, o Nacido el 4 de julio, de Oliver
Stone. No es lo mismo que le digan a uno que la drogadicción
es terrible, que mostrarle Pink Floyd, The Wall, de Alan Parker.
No es lo mismo decir que la injusticia es intolerable, que mostrar Saccoy Vanzetti, de Giuliano Montaldo. Muchas personas
son escépticas o incrédulas con respecto al creciente aumento
de la vigilancia y la militarización en las sociedades modernas, con su alarmante disminución de las libertades individuales. Pero un film como Brazil, de Terry Gillian, instaura la
experiencia de vivir en una sociedad completamente militarizada, haciendo sentir, pática(patética)mente, de manera casi
insoportable para nuestros sentidos, el horror de la total privación de la libertad y la individualidad. Ejerciendo ese efecto
de choque, de violencia sensible, de franca agresividad
mostrativa, es posible que el espectador cobre una aguda conciencia del problema (o, como dice sabiamente el lenguaje, "se
sensibilice"), como tal vez no le acontezca leyendo un frío tratado sobre el tema. Esta sensibilización de conceptos puede,
inclusive, problematizar algunas de las soluciones tradicionales de cuestiones filosóficas, ofrecidas por el concepto escrito,
a lo largo de la historia de la Filosofía.
Esta instauración impactante de una experiencia es fundamental para tratar de entender el tipo de universalidad que el
Cine se propone, según la lectura filosófica del film que se está
proponiendo aquí. Al trabajar con emociones tanto como con
elementos lógicos, el Cine se refiere, evidentemente, a particulares (ya que son los particulares los que sienten emociones,
y situaciones particulares las que las suscitan; difícilmente
un universal nos haría llorar). Pero con este acento en la situación particular, el Cine no depone sus pretensiones de universalidad, sino que las plantea de otra manera. Lo que Oliver
Stone dice acerca de la guerra lo dice de la guerra en cuanto
tal, de la idea de guerra, de la guerra en general, y la historia
34
de Ron Kovic no es tan sólo la historia de un muchacho americano que queda paralítico, sino que representa un argumento
universal acerca de la estupidez de la guerra en general. La
emoción que sentimos delante del drama de Kovic no es simplemente la piedad delante de lo ocurrido a una persona particular, sino que se alimenta de una reflexión logopática de alcances universales, que nos permite pensar el mundo
abarcativamente, mucho más allá de lo simplemente mostrado por el film. El impacto emocional habrá servido no para
demorarse en lo particular, sino, precisamente, para hacer que
las personas lleguen a la idea universal de una manera más
contundente.
El Cine hace sentir que, tal vez, esta mediación emocional
es indispensable para entender problemas como los de la guerra, y no tan sólo para "emocionarse" con ellos. Tal vez existan
siempre argumentos perfectamente bien pensados desde el
punto de vista lógico, que no sean capaces de captar el sinsentido
de la guerra, como sólo una imagen es capaz de hacerlo. Tal
vez, inclusive, el Cine muestre cómo es criminal, inescrupuloso
y estúpido argumentar indefinidamente, con conceptos-idea
solamente lógicos, en favor o en contra de ciertos asuntos (como
guerra o racismo), en vez de, a través de una adecuada
con-ceptualización sensible, hacer sentir (de manera más
acuciante y perturbadora que la literatura, por ejemplo, que
también usa una razón logopática) el absurdo de la guerra o
del racismo, y utilizar ese sentimiento como una vía
privilegiada hacia la comprensión intelectual de ese absurdo.
¿Quién asegura (si no es a través de una presupuesta tesis
metafísica) que los argumentos puramente lógicos son
capaces de penetrar en el núcleo mismo de la realidad, sin
ninguna ayuda de la sensibilidad?
Pero, se podría replicar, hacer intervenir elementos emocionales puede ser peligroso, porque a través de la emoción
cualquier idea —aun una idea falsa o dañina o monstruosa—
puede ser aceptada por la fuerza retórica y persuasiva de la
emoción. Podemos emocionarnos delante de algo falso, tanto
como delante de algo verdadero (como se verificó durante la
época de Hitler, cuando discursos falaces ganaron la adhesión
del pueblo por la vía emocional). La imagen y su impacto emocional no son, pues, autosuficientes; precisan de algún elemento
exterior, de alguna información que no provenga de la propia
imagen. Esta objeción parece problematizar la misma exis35
tencia de "conceptos-imagen", en la medida en que ellos tengan pretensiones de verdad y de universalidad. ¿Cómo responder a ella?
Admitir que existe una componente emocional en la captación de algún aspecto de la realidad, no implica decir que lo
que la imagen cinematográfica nos dice (nos muestra) deberá
ser aceptado acríticamente como verdadero. El Cine presenta,
en esta lectura filosófica, aserciones imaginantes acerca de
la realidad, que pueden ser —igual que una proposición de la
Filosofía escrita— verdaderas o falsas. Los argumentos en
favor de su verdad serán mejor enfatizados a través de la emoción, pero la aserción cinematográfica no tiene por qué convencernos, de una manera definitiva o inmediata, de la verdad de lo afirmado. Podemos negar la verdad que la imagen
cinematográfica pretende imponernos. La mediación emocional tiene que ver con la presentación de la idea filosófica, no
con su aceptación impositiva. Debemos emocionarnos para
entender, no necesariamente para aceptar.
Así, no es que la emoción de la imagen nos muestre inmediatamente una verdad. La imagen nos presenta, impositivamente, un sentido, una posibilidad. Pero el sentido de una
imagen, como el sentido de una proposición, es previo a su ser
verdadero o falso. El componente pático de la imagen "abre"
una esfera de sentido, nos obliga a considerar lo que no habíamos considerado, nos obliga, por ejemplo, a sentir lo que es
estar en una guerra (como en Platoon), o lo que es ser ayudado por los otros (como en ¡Qué bello es vivir!). Eso no quiere
decir que debamos aceptar el alegato antibélico de Oliver Stone
o el optimismo de Frank Capra. Significa tan sólo que, al negarlos (ya en la interacción con el elemento lógico de la imagen), estaremos no solamente negando una proposición, sino
también problematizando una experiencia, aquella que el director nos obligó, en el registro del sentido, a vivir. La emoción sentida deberá agregarse a los argumentos objetivos para
decidir sobre la verdad o falsedad de las tesis sostenidas, obligándonos a preguntarnos cosas como: "Algo que me impactó
de manera tan viva, ¿no estará apuntando hacia algo verdadero?" Pero la respuesta a estas preguntas puede ser, ciertamente, negativa. La logopatía es del orden del sentido, no de
la verdad.
Si se dice que la imagen trata de imponerse como la verdad,
lo mismo diremos de las proposiciones. A veces nos quedamos
36
firmemente convencidos de la verdad de algo que leímos en un
libro de Filosofía, y que, inclusive, nos emociona vivamente,
pero luego podemos criticarlo. Lo mismo ocurre con una imagen. Los discursos de Hitler no eran imaginantes, eran
vehiculizados por palabras, y tenían la misma impositividad
emocional (y el mismo "peligro") que puede tener un film. El
aspecto emocional interactúa permanentemente, en la percepción del film, con el aspecto lógico, o "proposicional". Parte de
la emoción que sentimos también está determinada por lo que
sabemos acerca de los personajes y situaciones del film.
Por otro lado, al mismo tiempo que el Cine presenta sus
pretensiones "imaginantes" de universalidad, también tiene
la tendencia de presentar situaciones y casos particulares que
tengan el efecto de hacer estallar su respectiva Idea Universal, en la medida en que la misma sea pensada tan sólo en el
plano lógico, apáticamente. Este desafío es explícito, por ejemplo, en el cine de Kieslowski, que hizo la famosa Trilogía para
mostrar cómo los ideales de Igualdad, Libertad, y otros valores modernos, son hoy difícilmente aplicables en situaciones
concretas. Ciertamente, la universalidad que interesa al Cine
no es esa universalidad, casi sistemáticamente problematizada
por el concepto-imagen cinematográfico. La problematización
introducida por el Cine en las indagaciones filosóficas tradicionales, viene por la subversión del particular, de lo sensible,
de la multiplicidad de perspectivas, de su increíble capacidad
de aproximación a lo vivido, de transformación de una idea en
una vivencia comprensible y dolorosa, en su capacidad de dificultar, de poner obstáculos al universal-idea, de plantear la
posibilidad de un mundo haciéndolo convivir con otros.
Por ejemplo, en el nivel de los conceptos-idea éticos, se habla acerca de la prostitución, sobre todo de adolescentes y de
niños. Se dice, por ejemplo, que la prostitución es degradante,
que utiliza la propia persona como medio (Kant), que representa una oprobiosa explotación del hombre por el hombre,
que la sociedad debe crear medios para tratar de acabar con la
prostitución, ofreciendo a esas personas oportunidades de vida
más dignas, etc. Una película puede presentar imaginantemente,
por medio de imágenes una problematización de todas estas
tesis, ya sea a través del drama, ya sea a través del humor.
Ejemplos de lo primero son Vivir su vida, de Godard, Belle de
jour, de Buñuel, y Una mujer en llamas, de Van Ackeren. Un
ejemplo de lo segundo es Irma la Dulce, de Billy Wilder. En
37
todos estos filmes, la prostitución aparece como una posible
forma de vida como otra cualquiera, o como una curiosa forma de autorrealización personal, o como forma de erotismo
fuertemente autoesclarecedor, o como elección libre (o, al menos, tan engañosamente "libre" como la de estudiar computación, o dar la vuelta al mundo en 80 días), o como rebelión
contra la opresión. Ninguna de las mujeres que se prostituyen en esos filmes enfrentan los dilemas morales planteados
por el filósofo en sus conceptos-idea, en sus conceptos no dramatizados. El Cine dramatiza la prostitución, la coloca en escena, en la plenitud de una experiencia, hace ver-sentir al
espectador lo que es ser una prostituta, con todos sus detalles,
sus matices, sus complicaciones, evitando todo simplismo apresurado, todo moralismo pseudoesclarecedor, toda condena
a priori. La más cómica problematización de la prostitución
es la que aparece en una frase de Irma la Dulce (Shirley
McLaine), cuando le cuenta a alguien las difíciles circunstancias de su vida. Después de referir cómo fue a parar, después
de muchas vicisitudes, a aquella casa de prostitución, comenta candorosamente: "Estoy eternamente agradecida por eso.
Si no estuviera aquí, ¡sólo Dios sabe en qué podría haberme
convertido!"
En los conceptos-imagen de estos filmes, hay una
problematización imaginante del concepto-idea de la prostitución. En realidad, presentan un aspecto del fenómeno, el
aspecto sádico, por así decir, olvidando completamente la componente masoquista. Acentúan lo activo, olvidando lo pasivo.
Ven a la prostitución como una fatalidad, nunca como una forma de vida. Muestran las cosas como si la prostituta fuese un
mero juguete de las circunstancias, sin que ella tenga ninguna sensibilidad hacia lo que hace, ninguna componente de
autonomía, y ninguna actitud positiva hacia ello (orgullo,
profesionalismo). El moralismo afirmativo, peculiar de los conceptos-idea, sólo consigue presentar la prostitución como problema social, como mácula, como maldición moral, en tanto
que el paganismo del Cine, el amoralismo visceral de su lenguaje, consiguen mostrar eso y también el otro lado, la
positividad erótica y vital de una experiencia humana, tan
grandiosa y tan miserable como otra cualquiera. La
filosofía-idea parece más titubeante cuando se trata de
desarrollar en palabras la complicada dinámica del placer,
con sus componentes sadomasoquistas, y, por consiguiente,
parece dejar la
38
mitad de la vida fuera de consideración. (Lo que se dice aquí
sobre los filmes de prostitución se puede decir de todo tipo de
temas: en Portero de noche, por ejemplo, Liliana Cavani ha
problematizado la relación verdugo/víctima de una manera
estructuralmente semejante.)
El concepto-imagen se desarrolla, explícitamente, en
enfren-tamiento directo con los conceptos-idea. Escenifica
aquello de lo que el concepto-idea tan sólo habla, o a lo que
se refiere exteriormente. El concepto-imagen entra en la cosa
misma, y consigue entrar porque deja de lado el moralismo
afirmativo de la Filosofía escrita tradicional, con su
compromiso con la razón pura, la objetividad pura, la
universalidad pura, la moralidad pura, etc. La Filosofía nace
moralista, en contraposición a la Sofística, que fue la corriente
más "cinematográfica" de la Grecia antigua, la más
escéptica, la más problemati-zadora. Entrando en la cosa vía
la experiencia (lo que Hegel intentó en la Fenomenología del
espíritu, la más imaginante de sus producciones literarias)
consigue reconstruir la totalidad de la cosa, y no tan sólo su
aspecto de idea, lo que se puede saber del mundo
apáticamente. En cuanto la Filosofía escrita pretende
desarrollar un universal sin excepciones, el Cine presenta una
excepción con características universales. La universalidad
de lo posible frente a la pretendida universalidad de lo
necesario.
Por eso es que no sería correcta la objeción de que todas
estas tesis sobre Cine dependen, en última instancia, de los filmes que se elijan. Por ejemplo, se podría decir, no todos los
filmes salvan el lado placentero y masoquista de la prostitución; algunos presentan la prostitución en todo su horror (por
ejemplo, Nana). Claro que eso puede ocurrir, y ocurre, pero
nada tiene que ver con la universalidad del Cine. Esta universalidad no quiere decir que todos los filmes problematicen todas las cosas de la misma manera. Quiere decir que al menos
un film puede problematizar de manera universal una cierta
cuestión. No se trata del mismo tipo de universalidad de la
Filosofía escrita. La Filosofía escrita no se propone
problema-tizar umversalmente, sino encontrar un universal
que no sea más problematizable.
Para que una cuestión presentada en conceptos-idea quede
problematizada umversalmente, es suficiente con que un único film lo haga. Si otro film habla de la prostitución como de
39
algo degradante, el conflicto entre estos dos filmes será equivalente al conflicto entre dos proposiciones contradictorias o contrarias de la filosofía escrita tradicional, acerca de alguna cuestión. En Filosofía no hay "paz perpetua", no se llega nunca a
acuerdos definitivos. Lo que hay es, siempre, argumentación, literaria o imaginante, o ambas. La Filosofía es esencialmente
perspectivística, lo que no quiere decir que sea relativista o
subjetivista o meramente personal. Al mundo se puede acceder
objetivamente, pero siempre desde una cierta perspectiva.
IV
Cine y Filosofía, una vez más
Claro que el presupuesto básico para que el Cine tenga las
características mencionadas en la formulación del
concepto-imagen, es que nos dispongamos a leer el film
filosóficamente, o sea, a tratarlo como un objeto conceptual,
como un concepto visual y en movimiento. O sea, la
pretensión de verdad y universalidad deberemos imponerla
nosotros en nuestra lectura del film, más allá o más acá de
que el director se lo haya propuesto así o no. No se quiere decir
que el film sea filosófico "en sí mismo"; es evidente que se
trata de una cierta lectura, entre otras posibles. El Cine puede
ser considerado filosófico si nos es posible analizar filmes
desde el punto de vista conceptual, considerándolos como
sucesiones de conceptos mostrados, o conceptos vistos.
Esto no implicará proyectar en los filmes una coherencia
intelectual que no tienen. Precisamente, la imagen fílmica funda, sostengo, otro tipo de concepto comprensivo de la realidad,
del que no se exige el mismo tipo de coherencia exigida al concepto tradicional. El film no ostenta la concatenación
argumentativa o deductiva de conceptos propios de la exposición filosófica tradicional, pero sí conceptualiza
imaginante-mente aquello a lo que se refiere, articulándolo y
proporcionándole inteligibilidad.
Existen muchas otras lecturas posibles de un film. Las más
comunes son las lecturas sociológica, psicoanalítica y
semiológica. Los abordajes psicoanalíticos, por ejemplo, tratan al film como si fuera un sueño a ser interpretado. Se parte
40
allí de la idea del carácter alucinatorio del Cine, abordaje ciertamente promisorio y fascinante. El abordaje semiológico está
más próximo del aquí adoptado, en la medida en que afirmar
que el Cine puede ser filosófico, acuñando conceptos de cierto
tipo, está vinculado con el hecho de que el Cine utiliza determinado tipo de signos. Si el Cine es filosófico, deberá probar
que tiene alguna relación con la verdad, y esto puede tener
que ver con la caracterización de un cierto tipo de denotatividad
del signo. Aquí considero a los filmes como conceptos que se
refieren a la realidad.
Aquí, como en otros temas, habrá que librarse del
intelec-tualismo profesoral, capaz de hacer diferencias
perversas y bien formuladas entre una "mera diversión",
como el Cine, y la "empeñosa y desinteresada búsqueda de la
verdad" de la Filosofía. Marx, Wittgenstein y Heidegger, entre
otros, trataron de huir del intelectualismo y de zambullirse
en una cotidianidad iluminadora de conceptos. En una
concepción filosófica del Cine no se debe excluir en absoluto el
elemento "diversión", en cuanto vinculado con el impacto
sensible (que, aun cuando espanta o asusta, también divierte).
Habitualmente se lo excluye como "desvío" de lo que
filosóficamente el film pretendería demostrar. De todas
maneras, si se lo mira bien, es totalmente imposible encontrar un
film que tan sólo "divierta", que no diga absolutamente nada
acerca del mundo y del ser humano. La cuestión es cultivar la
capacidad de leerlo filosófico-conceptualmente. Filmes como los
de Spielberg son, al mismo tiempo, divertidos y filosóficos, y
filosóficos en la estricta medida en que son divertidos. No hará
falta buscar la Filosofía tan sólo en las películas de Tarkowski o
de Bergman. Ella está presente también —¿por qué no?— en los
101 dálmatas.
En este punto, podríamos preguntarnos si es posible, incluso en la propia presentación escrita tradicional de ideas filosóficas, antes de los experimentos "visuales" de Hegel y Heidegger, prescindir de la mediación de algún tipo de imagen. ¿No
utiliza imágenes también la Filosofía tradicional, a través de
la escritura? ¿No puede la proposición ser vista como un tipo
especial de encuadre? El lenguaje escrito, no menos que el
cuadro cinematográfico, ¿no constituye un cierto tipo de imagen, no pretende ser también una especie de cuadro o pintura
de la realidad? ¿No hay en todo análisis alguna componente
"imaginante"?
41
El Cine plantea a la Filosofía un desafío que la propia Filosofía se ha presentado recientemente a sí misma. Pero sugiere
que para poder realmente tornar inteligible ese desafío, es
preciso cambiar el lenguaje de la exposición, y no simplemente
continuar hablando acerca de la necesidad de cambiarlo. Esto
ha sido vivamente sentido por Heidegger dentro de su propia
obra: Ser y tiempo es una obra escrita aún en lenguaje filosófico tradicional, en la cual se habla acerca de los pathos
existenciarios, y de la insuficiencia de una racionalidad exclusivamente lógica para captar el ser; en tanto que en obras posteriores, como De camino al habla, el propio lenguaje de la
exposición se modifica, tornándose casi poético. ¿Por qué el
Cine no formaría parte de la "abertura al ser", en vez de ser
considerado como una intrascendente diversión óntica?
El impacto emocional y la mostratividad no distraen, sino
que concientizan, no desvían la atención sino que, por el contrario, nos hunden en una realidad penosa o problemática,
como las palabras escritas tal vez no consigan hacerlo. Hay
que tratar de ver al Cine fuera de los cuadros del escapismo,
para colocarlo en los de la reflexión. El esfuerzo por la verdad
y la universalidad no claudica con la llegada del Cine, sino
que, por el contrario, continúa ese esfuerzo a través de otros
lenguajes y otras direcciones de la expresión. Trata de llegar
más lejos en el mismo sendero que la Filosofía escrita tradicional.
Después de esta reflexión sobre logopatía, es conveniente
hacer notar que la razón filosófica tradicional (la racionalidad
de las ideas) no es tan "fría" como pretende ser, no está totalmente despojada de emociones, ni entregada a lo puramente
objetivo. En un libro de Filosofía también se desarrolla un drama, con sus personajes, sus situaciones tensas y sus desenlaces. El Cine explícita de manera más clara la habitual
drama-tización de las ideas. En realidad, no se trata de que
el Cine aparezca para proporcionarnos un acceso más
equilibrado y más completo hacia el mundo, sino para mostrar
cómo la Filosofía escrita tradicional nunca ha constituido
realmente tal acceso equilibrado y completo. La Filosofía
contemporánea concuerda con el Cine en que la verdad y la
universalidad existen, pero son más frágiles, parciales y
provisorias que lo que les pareció a nuestros antepasados
absolutistas y fundamen-talistas.
42
Ejercicio 1
Platón se va a la guerra
La teoría de las ideas
Introducción
En el libro hoy conocido como Metafísica, Aristóteles declara
que cabe al filósofo procurar la ciencia "de las primeras causas
(pues decimos que conocemos una cosa cuando consideramos
conocer su causa primera)" (Libro I, 983a). Más adelante, dice:
"La mayor parte de los primeros filósofos creyeron que los
principios de todas las cosas se encontraban exclusivamente
en el dominio de la materia''(983b). "Después de recorrer las
opiniones de estos pensadores, podría pensarse que la única
causa es la que pertenece a la clase que se llama material. Pero,
avanzando de esta manera, la realidad misma les señaló el
camino a seguir y los forzó a una indagación ulterior"(984a).
"La existencia o la producción del bien y de la belleza en los
seres no tiene verosímilmente por causa ni el fuego, ni la tierra,
ni ningún otro de los elementos(...) Por lo demás sería injusto
confiar al azar y a la fortuna asunto tan importante"(984:h).
"Sócrates, al ocuparse de la moral y desentendiéndose de la
naturaleza en su conjunto, buscó en ese campo lo universal,
siendo el primero en prestar atención a las definiciones. Platón
adoptó su modo de pensar, pero entendiendo que la definición
no debe referirse a lo sensible, sino a otro tipo de realidad; en
efecto, es imposible que haya definición común de una cosa
sensible, pues ésta siempre está en continuo cambio. Llamó
44
Ideas a tales entidades, sosteniendo que las cosas sensibles están fuera de éstas, pero reciben su nombre de éstas, pues la
pluralidad de las cosas que llevan el mismo nombre que las
Formas existen por participación de ellas (...) En cuanto a averiguar cuál es la naturaleza de la participación o de la imitación, es un problema que dejaron [tanto Platón como los
pitagóricos] sin solución".
Así, según Platón (al menos, en la presentación que de él
nos hace Aristóteles) las cosas no poseen sus cualidades de
una manera casual o eventual, sino en virtud de su participación en una Idea universal, incorpórea, inmutable, única y
eterna. Las cosas azules lo son por su participación en la Idea
Pura de Azul, las cosas redondas lo son por su participación
en la Idea Pura de Redondo, y lo mismo con objetos abstractos
como la belleza: las cosas bellas lo son por su participación en
la Idea Pura de lo Bello, etc. El carácter totalmente particular
del mundo, que nos viene de los sentidos, es tan sólo una apariencia, siendo la esencia última del mundo de naturaleza inmaterial o lógica, compuesta por las Ideas puras. Esa realidad verdadera no está en el nivel de lo sensible, y debe ser
descubierta a través del esfuerzo de la contemplación de las
Ideas, de las que los objetos particulares son tan sólo una participación, una realización siempre imperfecta.
Según observa Aristóteles —y como el propio Platón lo expuso
en sus últimos Diálogos— esta doctrina trae aparejada una especie de multiplicación de las cosas: a cada particular correspondería una Idea Pura. Esta teoría platónica de las Ideas presenta,
por lo menos, las tres siguientes dificultades:
¿Existe una idea universal de absolutamente todas las cosas, aun de las cosas más insignificantes y esdrújulas? Por
ejemplo, ¿existe una Idea Pura de cada uno de nuestros cabellos, o de cada una de las gotas del mar, o de acciones como
peinarse o vestirse para salir? ¿O hay Ideas tan sólo de algunas cosas privilegiadas, especialmente nobles?
En segundo lugar, ¿se manifiesta la Idea toda entera en los
particulares correspondientes, o tan sólo se realiza una parte
de ella? ¿Cómo se produce esta "participación" de los particulares en la idea universal? ¿De qué naturaleza ha de ser la
Idea para que pueda ser una y, al mismo tiempo, muchas?
En tercer lugar: para unir la Idea universal con el particular, hace falta un puente, una conexión. Esta conexión, ¿es
45
una nueva Idea? ¿Es particular o universal? Para unir las cosas con sus Ideas, ¿no haría falta otra Idea? Y esto, ¿no se
reiteraría hasta el infinito?
En fin, podemos concordar con Platón en que, para comprender el mundo, necesitamos salir del plano sensible de los
meros particulares diversos y mudables, e investigar sus ideas
correspondientes, sus naturalezas lógicas. Pero bien se ve que
esta relación entre universal y particular es enormemente complicada, y que la teoría platónica de las Ideas no es la única
que puede explicar tal relación.
II
El francotirador (The deer hunter, EE.UU., 1978), de Michael
Cimino y Regreso sin gloria (Coming home, EE.UU., 1978), de
Hal Ashby, dos películas sobre la guerra del Vietnam.
Las películas bélicas, ¿consiguen captar la Idea Universal
de la Guerra?
Si nos preguntásemos platónicamente "¿Qué es la guerra?",
deberíamos indagar no sobre las propiedades empíricas de las
guerras realmente acontecidas, sino cerca de la Idea misma
de guerra, de su esencia pura, que podría, inclusive, no haberse realizado nunca de manera plena. Los filmes de guerra,
que constituyen un género cinematográfico, ¿dicen lo que la
guerra es, o sólo apuntan hacia algunas características contingentes de la misma?
Aquellas cosas acerca de cuyas Ideas se ha preguntado
Platón, parecen tener alguno de los siguientes cinco tipos fundamentales: (a) Ideas valorativas (el Bien, lo Bello, lo Justo,
etc.), (b) Ideas lógicas (la Identidad, la Diferencia, el Ser, el No
ser, lo Uno, lo Múltiple, la Semejanza y Desemejanza, etc.), (c)
Ideas matemáticas (Círculo, Diámetro, Número), (d) Ideas
de objetos materiales (Piedra, Hierro, Hombre), (e) Ideas de
objetos artificiales (Mesa, Martillo, etc.) Se puede notar que la
Guerra no es de ninguno de esos cinco tipos: no es valorativa,
ni lógica, ni matemática, ni material ni artificial. Se trata, en
verdad, de un tipo de evento, o de práctica humana. ¿Es legítimo preguntarse por su Idea platónica? Precisamente, ésa es
una de las cuestiones planteadas: ¿existe una Idea de absolutamente todo? ¿Existe una Idea de la Guerra?
46
Durante un cierto tiempo, los norteamericanos trabajaron
imaginativamente con la cuestión ético-política de la guerra
del Vietnam, dando origen a algunas obras maestras del Cine,
como Platoon, de Oliver Stone y Apocalipsis now, de Francis
Coppola. En el film de Michael Cimino, The deer hunter, un
grupo de amigos pertenecientes a una comunidad ortodoxa
rusa, en Pensilvania —Michael (Robert De Niro), Nick
(Christopher Walken) y Steven (John Savage)— son convocados para luchar en la guerra del Vietnam. El comienzo del
film los muestra trabajando en una usina de acero, divirtiéndose juntos en los bares de la ciudad, con otros amigos del
lugar, y saliendo a cazar venados. Son simples, extrovertidos,
sanos y despreocupados. La terrible precariedad de la situación de los tres amigos es contrapunteada por Cimino a través
de los preparativos del casamiento de uno de ellos, Steven. Un
casamiento es, por definición, un voto de confianza en la existencia de un futuro, algo así como el comienzo de una vida.
Ante la elevada probabilidad de morir en una guerra, aquel
casamiento aparece —aun en medio de la alegría algo exagerada de la fiesta— como una especie de castillo construido
encima de un pantano.
Las escenas de guerra, curiosamente, ocupan la menor parte
del film, en verdad mucho más una reflexión acerca del valor de
la vida humana que una película de guerra stricto sensu. Al comienzo del film, los jóvenes literalmente juegan con sus vidas,
sin conocer su genuino valor (por ejemplo, hacen apuestas sobre
las chances de conseguir pasar un camión en alta velocidad), y
salen a cazar impulsados por la necesidad de saber que son capaces de volver con sus mochilas llenas de cadáveres, fruto de
sus tiros certeros. Sus armas son una diversión, sus vidas una
especie de objeto de apuesta y de posibilidad siempre abierta de
riesgos solazantes. Michael mata un venado y observa su agonía
con indiferencia, completamente inconsciente del valor de la vida
y de la terrible realidad del dolor.
La guerra será, para todos ellos, una experiencia mediadora, a la vuelta de la cual nada será ya como antes. Durante
una acción, los tres caen prisioneros de los vietcongs y son
obligados a jugar a la ruleta rusa, bajo la amenaza de golpes y
castigos físicos. Quien se rehusa a participar es arrojado a un
pozo lleno de agua y ratones. El joven recién casado, Steven,
es el más débil y no soporta la experiencia. Volverá de ella
traumatizado y paralítico. Nick, por su parte, asimila la expe47
riencia de otra manera, no menos patológica, transformándose en un jugador profesional de ruleta rusa; en cuanto a Michael
es el único que consigue regresar aparentemente sin mayores
heridas, físicas o morales. Después del regreso, Michael sale
nuevamente de caza y, delante de un nuevo venado a su merced, como los que antes mataba a sangre fría, dispara ahora
hacia lo alto, de manera liberadora, permitiendo que el animal huya y continúe gozando de las maravillas de la existencia, que ahora el joven ha aprendido dolorosamente a respetar. Nick muere en una sesión de ruleta rusa, y después de su
entierro el grupo de amigos, inclusive el paralítico Steven, se
reúne triste y pensativamente alrededor de una mesa para
tomar café, y, muy lentamente, uno de ellos comienza a cantar, casi musitando, God bless América, que de inmediato, es
coreado por el resto, todos ellos como llevados por un fuerte
sentimiento común de consolidación, "a pesar de todo".
La película de Hal Ashby Coming home, por el contrario,
tiene un tono bastante diferente, y no tiene ninguna escena de
guerra. Luke (Jon Voight) es un sargento que ha vuelto del
Vietnam paralítico, después de que un objeto metálico le afectó la columna. Está en un hospital, andando atropellada y
malhumoradamente en una camilla, ayudándose con un bastón, destrozado y escéptico, convencido de haber sido engañado y de haber participado en algo que no tiene absolutamente
ningún sentido. Por otro lado, Sally (Jane Fonda) está casada
con Bob (Bruce Dern), un oficial que está partiendo al Vietnam lleno de ideales de patriotismo. Durante su ausencia, Sally
trabaja como voluntaria en el hospital y conoce al amargo Luke,
y ambos se enamoran. Bob regresa de la guerra con la pierna
herida y se apresta a recibir una condecoración, pero le confiesa a Sally que, en verdad, él mismo se ha herido la pierna con
su propia pistola, al ir a tomar un baño. El final alterna escenas de un discurso elementalmente antibélico de Luke, delante de un auditorio de jóvenes, con las del suicidio de Bob en el
mar.
Tal vez se pueda pensar que dos películas que muestran tan
poco de la guerra no sean apropiadas para pensar la esencia
platónica de la guerra. Pero, al contrario, aquellos filmes que
muestran escenas de guerra casi ininterrumpidamente (como
muchos filmes de guerra clase C tal vez no propicien de manera tan adecuada una reflexión filosófica acerca del fenómeno
como estos dos filmes. Ambos muestran, de alguna manera,
48
cómo acaba realmente una guerra, lo que una guerra es, o,
parafraseando el título de una antigua película de Jerzy
Kawalerowicz, muestran "el verdadero fin de la guerra". En
un determinado momento, Sally le pregunta a Bob cómo es la
guerra, y él le responde: "No sé cómo es. La TV muestra cómo
es. Pero no muestra lo que es". Lo que es la guerra puede estudiarse de manera completamente abstracta, sin que las propiedades empíricas de la guerra sean presentadas. En ambos
filmes, la guerra es exactamente aquello que hizo que Michael,
Nick, Steven y Luke se transformasen en psicóticos, inválidos, amnésicos y amargos. En ellos debe reflejarse, pues, la
esencia de la guerra.
Pero, ¿pueden esas resonancias psicológicas de la guerra,
completamente personales, considerarse como elementos pertenecientes a su Idea platónica? Se podría decir: "La guerra es
un conflicto armado, que se asume cuando las negociaciones
pacíficas han sido agotadas, y en el cual dos o más países, o
dos o más facciones de un mismo país, se atacan mutuamente,
hasta que uno de ellos es vencido, o hasta que ambas partes
deciden entrar en algún tipo de acuerdo". En esta definición,
se ha dicho lo que es la guerra, sin hacer ninguna alusión a las
reacciones psicológicas de los involucrados. Pero, ¿ha sido la
guerra captada en su esencia por esta definición? Precisamente, el médium expresivo del Cine permite agregar la
emo-cionalidad de la guerra a su comprensión puramente
lógica, sugiriendo que una caracterización logopática es la
que nos dará, efectivamente, la Idea de la guerra. La guerra es
inseparable de su resonancia afectiva; no se puede entender
lo que sea la guerra simplemente a través de una
caracterización objetiva. Si el universal platónico, la
Idea-en-sí de la guerra, es entendida de manera puramente
lógica, el Cine desconstruye, ciertamente, ese tipo de
universal, alejándose de la caracterización platónica de la
Idea.
Platón pertenecía a una época en la que se pensaba que las
cosas tenían una esencia, una naturaleza, algo que las definía
de manera permanente y estable. En cierta manera, esta idea
fue perdiéndose a lo largo de la historia de la Filosofía. Pero,
en particular, el lenguaje del Cine es especialmente
descons-tructivo de esencias fijas o de Ideas Puras, por la
propia textura de su lenguaje, por su peculiar manera de
plantear las cuestiones de las que se ocupa. Y esto trae un
problema para el aparato categorial platónico: el Cine tiende
a mostrar algo
49
que Aristóteles ya había visto en sus críticas a Platón, que
una misma cosa puede tener más de una Idea, más de una
esencia. La imagen muestra que las cosas están atravesadas
por visiones diferentes, por abordajes y accesos diversos. Las
dos películas "de guerra" aquí mencionadas operan una
desconstrucción logopática de la Idea puramente intelectual
de la Guerra, de maneras completamente diferentes, y tal vez
opuestas: The deer hunter proporciona una solución "sublimada" de la cuestión. Por más que la guerra haya desgarrado o
destruido las vidas de los tres amigos, aún son ellos capaces
de entonar sentidamente una canción en homenaje de América, la Patria, entendiendo que ella está más allá de todo aquel
absurdo sufrimiento. Coming home, en cambio, parece afirmar,
con tono airado, que América coincide con las decisiones que
efectivamente ha tomado, específicamente las decisiones acerca
de la intervención norteamericana en la guerra del Vietnam,
y que no hay lugar para canciones patrióticas en medio de
tanto horror. Los soldados fueron engañados, y no es posible
imaginar una América mítica más allá de la degradación en la
que los norteamericanos fueron sumergidos por los propios
norteamericanos. (Esta es la ideología desarrollada más tarde
por los filmes de Oliver Stone.)
La diferencia en la resolución conceptual de la cuestión de
la guerra, en ambos filmes, se deja analizar a través de las
relaciones afectivas entre personajes y, particularmente, a través de sus personajes femeninos. Es notable que en ambos
filmes haya una mujer en medio de dos hombres. En The deer
hunter, Linda (Meryl Streep) ama a Nick y es cortejada por
Michael. Nick se va a la guerra y no regresa más; Michael
regresa pero no es correspondido, o lo es a partir de la angustia y la desolación, no por amor. En Coming home, Sally ama a
Bob y es cortejada por Luke. Bob va a la guerra y regresa, pero
no es más correspondido. Bob es un concepto-imagen de la actitud patriótica y orgullosa ante la guerra. Esta actitud es denigrada en el film de Ashby, hasta extremos de ridiculización.
Luke es un concepto-imagen de la actitud crítica y escéptica
ante la guerra. Sally es la caja de resonancias de un proceso
de concientización: Sally amaba a Bob, pero deja de amarlo
para amar a Luke. Se aleja del patriotismo orgulloso para arrimarse a la actitud crítica y devastadora del sobreviviente
es-céptico y decepcionado. Sally sufre el proceso que el
director quiere que el espectador sufra al ver su film.
50
La función de Linda en el otro film es muy diferente. Nick
es un concepto-imagen de la actitud inocente e ingenua ante
la guerra, que sufre una decepción traumatizante (algo semejante al Ron Kovic de Nacido el 4 de julio, de Stone). Linda lo
ama, pero Nick nunca le corresponde, y durante la guerra
nunca le escribe una carta ni la llama por teléfono. Ante esas
actitudes, Linda acaba cediendo al amor de Michael, que es el
concepto-imagen de la actitud serena, sobria, que ni se enorgullece por haber ido a la guerra (como Bob) ni desarrolla una
psicosis de guerra (como Nick, como Steven), ni siquiera una
neurosis (como Luke), sino que regresa con serenidad, entendiendo que todo lo que sufrió no lo mancilla, ni mancilla
la imagen de América. Linda es la portavoz de la ideología
del film de Cimino: ella elegirá a Michael, sobre el cadáver del
fracasado Nick, canturreando God bless América a pesar de
todo. En cuanto Sally abandona el nacionalismo belicoso en
favor de la crítica escéptica, Linda abandona la psicosis negativa para entregarse al ex combatiente austero, ni resentido
ni orgulloso, que mantiene, a pesar de todo, una esperanza en
la grandeza de América.
El problema platónico es: ¿Cuál de los dos filmes consigue
mostrar la Idea de la guerra? En verdad, Platón diría —si alguna vez hubiera ido al Cine— que los dos filmes muestran
una cierta manera de participar de la Idea de la Guerra, pero
que ninguno de ellos puede mostrar la propia Idea. Esta es
una especie de Forma Pura a la que los ejemplos concretos tan
sólo se aproximan, sin coincidir nunca con ella. Es como si los
dos filmes aprovechasen la Idea de la Guerra, sin agotarla o
representarla acabadamente nunca. Lo interesante es que los
dos filmes dicen cosas contrarias acerca de la guerra, en sus
respectivas caracterizaciones logopáticas. Pero, ¿puede una
cosa tener dos esencias, dos Ideas platónicas, inclusive mutuamente contrarias? Alguien podría replicar: "Precisamente,
los filmes muestran tan sólo particulares. Nada tienen de universal. Cada uno de ellos muestra simplemente las reacciones
de personas particulares, de manera que nada tiene de extraño que se opongan, no hay ninguna dificultad estrictamente
lógica en ello". La cuestión es: las características de la guerra
mostradas en estos filmes, ¿son la realización de ciertos universales, o son tan sólo productos de experiencias particulares? ¿Las reacciones y actitudes de los personajes que muestra el film son simplemente experiencias de esas personas en
51
particular, o pretenden representar valores y posturas universales*?
Ciertamente, Platón diría que los particulares remiten, inevitable y necesariamente, a universales. Pero también diría
que no se deben trasladar las características contingentes de
los ejemplos particulares, con sus contrariedades e incongruencias, al plano de las Ideas Puras. Los dos filmes pueden decir
cosas contrarias, pero eso no quiere decir que la Idea que transmiten sea incongruente, sino que esas obras están ejemplificando diferentes aspectos de la Idea Pura, que nunca se manifiesta entera en ningún film. Según Platón, toda cosa o evento
particular participa de alguna Idea universal, tiene su Idea
en otra parte, no en sí mismo (aun cuando esta tesis puede
interpretarse sólo lógica, no metafísicamente, en el sentido
de que no necesitamos pensar que el mundo mismo se divida
ahora en dos mundos). Las dos películas mencionadas tratan
acerca de la guerra, pero muestran visiones contrarias acerca de ella.
El lenguaje del Cine parece sugerir que la determinación de
la Idea de una cosa debe incorporar también elementos
"páticos", emocionales, y no tan sólo elementos intelectuales.
Pero esta componente pática del concepto-imagen, ¿está siendo usada en estos filmes con intención estrictamente cognitiva,
en interacción con la componente lógica, o la emoción del pathos
aparece tan sólo con un sentido persuasivo y opinional? De la
respuesta a estas cuestiones depende la inserción del Cine
—como método de tratamiento de Ideas— dentro del universo
platónico, puesto que si la segunda alternativa fuera la correcta, ciertamente Platón expulsaría destempladamente a los
cineastas de la República, como parece que lo hizo con los poetas. El Cine debe mostrarle a Platón que las imágenes son
cognitivas y tienen valor universal. Si no, no será admitido.
Cada film de guerra ejemplifica la Idea de la guerra, remite
a un universal que está en otro lugar. Pero, por eso mismo, el
particular nunca es totalmente un particular, sino que siempre está apuntado hacia un universal. Sólo que el carácter
logopático del Cine modifica, en cierta manera, la naturaleza
de ese universal. Ante la conducta del ex combatiente Michael,
de The Deer Hunter, por ejemplo, se podría afirmar: "Hay casos así", sin pretender universalidad en un sentido lógico, o
sea, en el sentido de "Todos son así". Si "hay casos así", significa que no es imposible que los haya, significa que es posible
52
asumir esa actitud. El Cine construye un tipo peculiar de universalidad, y su inserción en el mundo parece hacerse a través
de un juicio de existencia (de no vaciedad, en el sentido del "Hay
al menos un caso así", o de "Puede haberlos"), y no a través de
una pretensión de universalidad abarcante ("Todos son así"). Tal
vez la peculiar universalidad de la imagen cinematográfica permita, en todos los casos, que conceptos-imagen contrarios sean
presentados respecto de la misma cosa particular.
Pero aquí aparece otro carácter típico del Cine: su carácter
ficcional e imaginativo. Se podría decir: "En la realidad, no
hay ex combatientes como Michael. Sólo existen en el Cine, o
sea, en la ficción". Pero el Cine tiene un fuerte carácter impositivo, o instaurador. Al presentar los objetos de manera dramática, a través de un fuerte impacto emocional, de alguna
manera impone fuertemente la posibilidad (o la no imposibilidad) de aquel caso particular, aun cuando sea parcial o totalmente fantasioso. En el caso de The DeerHunter, por ejemplo,
no se tienen noticias de que haya existido el juego de ruleta
rusa que constituye el centro dramático de ese film y, sin embargo, el Cine se permite inventarlo para transmitir, a través
de ese índice, todo el horror de la guerra real. El
concepto-imagen presenta, a través de lo ficticio, una
pretensión de verdad. ¿Es éste un método válido de
presentación de problemas filosóficos?
Si no existiese ninguna universalidad en las imágenes de
un film, ¿por qué las personas que ven una película (de guerra o no) deberían sentirse agredidas por sus imágenes, por
ejemplo por el escepticismo crítico y pacifista de Coming Home,
o por el americanismo testarudo de The Deer Hunterl Si se
trata tan sólo de las historias particulares de ese grupo particular de personas, que viven en ese pueblo determinado, y que
tienen esas y no otras reacciones, ¿por qué deberíamos sentirnos agredidos por algo que ocurre de manera totalmente particular a personas totalmente particulares que ni siquiera
conocemos, y que no se parecen a nadie con quien estemos
familiarizados? Parece que si nos sentimos agredidos por lo
que vemos en un film, debemos estar presuponiendo en sus
imágenes alguna cosa de universal que nos afecta, a pesar de
la aparente "particularidad" de la historia.
A través de la fuerza de un personaje particular, podemos
ser impulsados a aceptar una Idea universal, por ejemplo, la
idea del pacifismo. Podríamos, como nos ocurre en la vida real,
53
volvernos pacifistas simplemente porque nos conmovemos con
la tragedia particular de un personaje, o de una persona. Pero,
¿es legítimo volverse pacifista por esos motivos particulares?
¿No deberíamos volvernos pacifistas en virtud de alguna Idea
universal acerca de la guerra? Un auténtico motivo filosófico
para ser pacifista, ¿no debería ser un motivo universal en el
sentido lógico habitual? ¿Debemos ser pacifistas porque Luke,
el protagonista de Coming Home, es pacifista? ¿Cuáles son sus
argumentos?¿Haberse quedado paralítico (como también ocurre a Steven y a Ron Kovic en Nacido el 4 de julio)? ¿Haber
sido obligado a cometer atrocidades? Pero ¿son éstos argumentos universales, en el sentido de utilizar la Idea de la guerra
para desarrollarlos, o se trata tan sólo de resonancias particulares de la misma, características eventuales de los objetos
del mundo que, según sostiene Platón, son tan sólo reflejos de
la verdadera Realidad (que son las Ideas)? Imágenes no son
argumentos, imágenes simplemente muestran personas haciendo esto o haciendo aquello. Tal vez podamos enternecernos o emocionarnos vivamente viendo esta película y, no obstante eso, continuar estando fuertemente a favor de la guerra.
¿Pertenecería el Cine a lo meramente sensible, y nada tendría
que ver con las Ideas?
Parecería que un concepto-imagen, por su misma naturaleza logopática, debería necesariamente incluir valores, acentuaciones, incorporar en el concepto también un choque emocional, que es precisamente lo que lo diferenciaría de un concepto-idea, como los presentados por los filósofos en la historia de
la Filosofía. A través del padecimiento es como la esencia será
captada. Así, ni Luke ni Michael ni Nick sabían lo que era la
guerra antes de ir a ella, a pesar de que podían entender perfectamente la definición de la palabra "guerra". Faltaba la vivencia.
Se podría decir: hay algo que todos los filmes de guerra
muestran: que la guerra no es algo agradable ni plenificante
(que no es "bella", bellum); que, a lo sumo, se podría decir, a
pesar de sus horrores, que la guerra habrá "valido la pena", o
podrá ser justificada para salvaguardar algún otro valor que
la trasciende. Pero ninguno de esos filmes muestra "el lado
agradable de la guerra", ni su lado virtualmente plenificante.
(Ni siquiera las comedias bélicas, como The Best ofhis Enemies
(Su mejor enemigo, 1962, de Guy Hamilton), y ni siquiera aquella que, por su título, parecería hacerlo: Oh! What a Lovely
54
War! (¡Oh, qué guerra adorable!, 1969, de Richard Attenborough),
muestran eso, porque el carácter adorable de la guerra es lo
absolutamente ¿nmostrable). En este sentido, el Cine es más
escéptico y más crítico que muchos filósofos, como Heráclito,
Hegel y Nietzsche, que pensaron que la guerra tenía algo de
plenificador, de noble, de realizador de las capacidades humanas más humanizantes y profundas. El impacto emocional de
los filmes de guerra muestra tan sólo el lado deshumanizante,
atroz e irreparable de la guerra; eso no es nunca negado o
planteado de otra manera. Tal vez los filmes analizados
disientan tan sólo en una característica de la Idea-en-sí de la
guerra, la que podemos denominar "Recuperabilidad del sentido de la guerra", la posibilidad de aprovechar algún aspecto
positivo de ella, a pesar de su desagrado y de su horror, que
nunca son negados. En cuanto Michael Vronsky corporiza esa
característica en el concepto-imagen de la guerra presentado
por Cimino, Luke la expulsa en el concepto-imagen de la misma presentado por Ashby. El Cine muestra, así, aspectos de
una misma universalidad.
La guerra es un hecho humano, de manera que preguntarse por la guerra no es la misma cosa que preguntarse
por las dicotiledóneas, o por los proboscídeos, o por los papeles de tornasol. Si de un hecho humano se dejan afuera
las resonancias afectivas, las actitudes, las intencionalidades, no será entendido como hecho humano, sino tan sólo
descrito externamente. En ese sentido, la componente
logo-pática del Cine parece llegar más lejos que los
abordajes puramente lógicos, en la caracterización
conceptual de fenómenos como la guerra. En ambos filmes
se muestra todo su horror, e incluso en aquel que mantiene
una actitud esperanzada, The Deer Hunter, es donde se
muestran las escenas más crueles de la guerra; en tanto que
Coming Home, que sugiere una recuperación psicológica
del protagonista (Luke), aprendiendo a amar otra vez aun
sin abandonar su actitud crítica, es el film que mantiene
una actitud totalmente contraria al hecho de la guerra.
Parece que el horror formara parte de la esencia de la
guerra y que no podría estar ausente de ninguno de sus
ejemplos. El horror, la pérdida de los valores, la súbita
gratuidad de la vida, el autoconocimiento atroz parecen
datos logopáticos inevitables, que cualquier film sobre la
guerra debe proporcionar.
55
Claro que hay una Idea Universal de la guerra. En esto, el
Cine puede ser platónico. Pero los poetas deben volver a la
República, junto con los cineastas, y mostrar al Rey-filósofo
que, a través de la emoción poética, se puede enriquecer la
caracterización de las Ideas universales, y no tan sólo proporcionar con ella un entretemiento inconducente.
III
¿Quién fue Platón?
Filósofo griego, nacido en Atenas, en el año 427 a.C. En verdad, "Platón" es un sobrenombre, ya que su verdadero nombre
era Aristocles, nombre del abuelo de Platón. "Platón" deriva
de "Platos", que significa ampliación, extensión, y con esa palabra se quería aludir a alguna cosa de ancho o amplio que
Platón tenía: sus espaldas, su frente, o, incluso, su estilo
expositivo. De todas maneras —y contra la imagen que actualmente tenemos de los filósofos— era un hombre robusto y
de anchas espaldas, ya que Platón, como todos los griegos, daba
una gran importancia a la gimnasia y a las actividades físicas.
Era de origen noble, ya que su madre tenía algún parentesco
con Solón, y había reyes en su genealogía. Tal vez eso estimuló
desde el principio su gran interés —que era también un interés griego en general— por las cuestiones políticas.
Fue primero discípulo de Cratilo, un filósofo presocrátipo
que se entusiasmó con las doctrinas de Heráclito acerca del
movimiento incesante de las cosas, y llegó a sostener, según
nos cuenta Aristóteles, que todo fluye tan velozmente que no
es posible ningún conocimiento de las cosas, y ni siquiera hablar acerca de ellas, por lo que se debía tan sólo mover los
dedos. Cratilo habría considerado a Heráclito demasiado optimista al declarar que "no es posible bañarse dos veces en el
mismo río", pues, en verdad, dada la velocidad de las cosas, no
era ni siquiera posible hacerlo una única vez. Pero el encuentro decisivo en la formación filosófica de Platón fue, sin duda,
el que tuvo con Sócrates, cuando Platón tenía aproximadamente veinte años. Posiblemente Platón no estaba interesado, en esa época, en dedicarse a la filosofía, sino en aprovechar las enseñanzas de Sócrates para prepararse para la vida
56
política. Pero las circunstancias modificaron esa actitud inicial.
Toda la vida de Platón está atravesada por el conflicto entre
sus ideales políticos elevados —con su idealización del
Rey-filósofo, que debía gobernar con desprendimiento y
suma sabiduría— y los excesos y atrocidades políticas
cometidos por los políticos efectivamente existentes en el
mundo que el llamaba sublunar, o sea, nuestro mundo
imperfecto. Algunos de esos gobernantes eran parientes
suyos (como Cármides y Critias). La gran decepción política
llegó, no obstante, cuando su bienamado maestro Sócrates
fue condenado a muerte (en 399) por los demócratas que
habían retomado el poder de mano de los oligarcas. El
contacto con Sócrates tuvo profunda influencia en toda la
vida de Platón, como se deja ver en muchos de sus Diálogos
de la primera época, en los que Sócrates es el personaje
principal.
En parte por temor a las persecuciones —por haber pertenecido al círculo socrático— , en parte por las decepciones vividas y
también por un interés teórico intrínseco, Platón se alejó en ese
momento de las actividades políticas para dedicarse más plenamente a las reflexiones filosóficas. Visitó a Diógenes en Megara
y viajó a Italia con algunos pitagóricos. Su vuelta a la vida política se produjo a partir de una invitación de Dionisio I para ir a
Siracusa. Algo ingenuamente, Platón vio en ese tirano una posibilidad de realizar la figura del Rey-filósofo y aceptó la invitación. Sin embargo, el conflicto entre Platón y Dionisio no demoró
mucho, y el tirano se enfureció tanto con el filósofo que, según se
cuenta, lo habría vendido como esclavo a un embajador espartano
en Egina. Según Diógenes Laercio, habría sido rescatado
providencialmente por Anicérides de Cirene, que se encontraba
por casualidad en Egina.
De vuelta a Atenas, Platón fundó su famosa Academia, cuyo
nombre se debe al héroe llamado Academos, ya que la escuela
platónica fue construida en un parque de homenaje a ese héroe. (A partir de ese momento, los filósofos se transformaron
en "académicos".) La Academia tuvo en seguida un éxito enorme, y atrajo a personas de todos los lugares del mundo. Platón
no aprendió de su primera experiencia y regresó a Sicilia cuando Dionisio murió y fue sucedido por Dionisio II, en quien el
filósofo volvió a depositar sus esperanzas político-filosóficas.
Pero el hijo no fue mejor que el padre y Platón tuvo que salir
nuevamente de Sicilia sin conseguir nada, después de pasar
57
un período en el que se lo trató casi como un prisionero. Aunque resulta increíble, Platón volvió una tercera vez a Italia,
llamado por un aparentemente arrepentido Dionisio, y nuevamente tuvo que salir en forma apresurada, con riesgo de vida
(fue Arquitas de Tarento quien lo ayudó esta vez).
En 360 Platón volvió a Atenas y allí permaneció en la dirección de la Academia hasta su muerte, en 347 a.C Entre los
asiduos de la Academia platónica estaba un estudiante llamado Aristóteles.
Principales obras: Apología de Sócrates, Gorgias, Menón,
Cratilo, Protágoras, Banquete, Fedón, República, Fedro,
Teeteto, Parménides, Sofista, Político, Filebo, Leyes.
TV
Textos platónicos
Texto 1 — Las cosas particulares son pequeñas, grandes o
bellas porque participan de la Pequenez o de la Grandeza o de
la Belleza universal, etc.
"Así es que voy a intentar exponerte el tipo de causa con el
que me he ocupado, y de nuevo iré a aquellas cosas que repetimos siempre, y en ellas pondré el comienzo de mi exposición,
aceptando como principio que hay algo que es bello en sí y de
por sí, bueno, grande, y que igualmente existen las demás realidades de esta índole.C) A mí me parece que si existe otra
cosa bella aparte de lo bello en sí, no es bella por ninguna otra
causa, sino por el hecho de que participa de eso que hemos
dicho que es bello en sí. Y lo mismo digo de todo. ¿Estás de
acuerdo con dicha causa?
—Estoy de acuerdo, respondió. (...)
Así, pues, si alguien me dice que una cosa cualquiera es
bella, bien por su brillante color, o por su forma, o cualquier
otro motivo de esta índole...tengo en mí mismo esta simple,
sencilla y quizás ingenua convicción de que no la hace bella
otra cosa que la presencia o participación de aquella belleza
en sí, la tenga por donde sea y del modo que sea. Esto ya no
insisto en afirmarlo; sí, en cambio, que es por la belleza por lo
que todas las cosas bellas son bellas(...) ¿No te lo parece también a ti?
58
-Sí.
-¿Y también que por la grandeza son grandes las cosas grandes y mayores las mayores, y por la pequenez, pequeñas las
pequeñas?
—Sí."
(Platón, Fedón. 98c/100a).
Texto 2 — Primer problema con las Ideas Universales: ¿aun
las cosas particulares insignificantes participan también de
las ideas universales?
"—¡Cómo es laudable, Sócrates, este amor tuyo por la argumentación! Sin embargo, díme si haces la distinción formulada por ti mismo, poniendo de un lado las propias ideas y del
otro a las cosas que participan de ellas. ¿Eres por ventura de
la opinión de que existe aparte la semejanza en sí misma, distinta de la semejanza nuestra, así como lo Uno y lo múltiple y
todo el resto que acabaste de oír de Zenón?
—Sin duda, dijo Sócrates.
—¿Y también, continuó Parménides, en los siguientes casos
crees que haya la idea de lo justo en sí mismo, y de lo bello y
del bien y de todo lo demás del mismo género?
—Así lo creo, fue la respuesta.
—¡Cómo! ¿La idea del hombre, distinta de nosotros y de todos los que son como nosotros, la idea del hombre en sí misma,
la del fuego, la del agua?(...)¿Y los siguientes objetos, Sócrates,
que tal vez parezcan ridículos, tal como cabellos, barro, suciedad y tantas cosas más, insignificantes y desprovistas de
valor?¿Vacilas en admitir que para cada una de esas cosas hay
una idea aparte y diferente de los propios objetos que tocamos
con las manos, o no la hay?"(Platón, Parménides, 130a/d).
Texto 3 — Segundo problema con las Ideas Universales: al
participar de la idea universal, ¿las cosas particulares utilizan la totalidad de la idea, o sólo una parte de ella?
"Díme una cosa: por lo que declaraste, ¿admites la existencia de ideas, de las cuales las cosas sacan sus nombres, en la
medida en que participan de ellas, a saber: la participación de
la semejanza las hace semejantes; la participación de la grandeza las hace grandes, de la belleza y la justicia, bellas y justas?
—Perfectamente, habría respondido Sócrates.
—Mas aquello que participa de la idea, ¿participa de toda la
59
idea y tan sólo de una parte de ella? ¿O puede haber, aparte de
ésas, otras modalidades de participación?
—¿De qué manera? —preguntó.
—¿Cómo te parece: se encuentra la idea entera, suponiendo
que sea una, en cada uno de esos múltiples objetos, o cómo
será?
—¿Qué es lo que impide, Parménides, continuar siendo una?,
habría preguntado Sócrates.
—Siendo, por consiguiente, una e idéntica, tendría que estar, al mismo tiempo, entera en todas las cosas separadas, de
lo que se sigue que tendría que estar separada de sí misma.
—De ninguna manera, respondió Sócrates. Es como el día
que, siendo uno e idéntico, se encuentra al mismo tiempo en
todas partes, sin por eso separarse de sí mismo. Eso es lo que
admitimos para cada idea, si debe ser idéntica a sí propia y
estar presente en todas las cosas. (...) En ese caso, Sócrates,
habría continuado él [Parménides], las ideas en sí mismas son
divisibles, y las cosas que participan de ellas sólo son parcialmente divisibles, no adquiriendo ninguna de ellas toda la idea,
sino tan sólo una parte de cada idea.
—Parece así, de hecho.
—¿No querrás entonces, Sócrates, admitir que la idea es
realmente divisible, sin dejar al mismo tiempo de ser una?
—En absoluto, dijó"(Idem, 131 a/c).
Texto 4 — Tercer problema con las Ideas Universales: si las
cosas son semejantes a sus Ideas Universales, ¿no se precisa
suponer una tercera Idea, una cuarta, y así hasta el infinito?
"—Pues qué —prosiguió Parménides— cuando afirmas como
necesaria la participación de las cosas en las formas, ¿no te
parece que has de afirmar también una de estas dos cosas, o
que todo está hecho de pensamientos y por consiguiente, piensa; o que todos los seres son pensamientos, pero privados de la
facultad de pensar?
—Pero eso, Parménides —dijo Sócrates— no parece lógico.
Más razonable me parece lo que ahora voy a decir: que estas
mismas formas permanezcan en la Naturaleza a modo de
paradigmas, que las cosas se les parezcan y sean como imágenes de ellas, y que dicha participación de las cosas en las formas resulte no ser más que una representación de éstas.
—Si, pues —argüyó Parménides— una cosa se parece a su
forma, ¿es posible que esta forma no sea semejante a su ima60
gen, teniendo en cuenta que ésta ha sido hecha como representación de ella? (...) ¿No resulta forzosamente necesario que
lo semejante y su imagen participen a su vez de algo uno e
idéntico para ambos?(...) No resulta posible, por tanto, que una
cosa sea semejante a la forma ni que la forma sea semejante a
una cosa. De otro modo, más allá de la forma surgirá siempre
otra forma, la cual, si mantiene semejanza con algo, exigirá
otra forma y no se detendrá nunca esta renovada producción
de formas si la forma se hace semejante a lo que participa de
ella. —Eso es la pura verdad"(/c¿em, 132e).
61
Ejercicio 2
Aristóteles y
los ladrones de bicicletas
La cuestión de lo verosímil
Introducción
Todas las actividades humanas tienen, según Aristóteles,
una naturaleza y están sometidas a ciertos tipos determinados de realización o consumación, tanto la Lógica y la Ciencia
como la Retórica y la Poética, y dentro de esta última, los géneros de la Tragedia y la Comedia. La Lógica está guiada por
las reglas del Silogismo deductivo, que permiten obtener formalmente una conclusión a partir de los datos proporcionados
por las premisas, sin ninguna consideración de contenidos. La
Retórica, por su parte, responde a las reglas del Entimema, o
sea, de raciocinios con premisas no explicitadas, y no es enteramente formal, aun cuando se aplique a todo tipo de asunto,
como la Lógica. El raciocinio práctico —por ejemplo, ético—
responde a otras reglas diferentes de las del raciocinio deductivo, porque la materia de la que trata es de diferente naturaleza, y los fines que se buscan en cada caso son distintos. En
un caso, se busca demostrar; en otro, convencer o persuadir.
En el caso de la Poética, no se trata ni de conocer ni de actuar, sino de producir algo, una obra. Esta producción es, se62
gún Aristóteles, "mimética", en el sentido de una copia de la
realidad. Pero esta "mimesis" debe ser adecuadamente entendida, ya que Aristóteles distingue al poeta del historiador, diciendo, precisamente, que mientras éste describe simplemente
los hechos efectivamente ocurridos, el poeta los describe como
podrían ocurrir, lo que proporciona a la mimesis la mediación
de lo posible, impidiendo ver a la Poesía como un mero registro histórico de hechos. Aristóteles impone a la Poesía una
exigencia de verosimilitud dentro de esa mediación: no la verosimilitud de lo factual, sino la verosimilitud de lo posible.
De esta manera, la obra poética puede admitir inverosimilitudes factuales, y respetar, no obstante, la verosimilitud de lo
posible. En tal sentido, la Poesía tiene una relación con lo universal, a través de lo posible, en tanto que la Historia es irremediablemente particular.
Esta concepción de la Poética constituye, indirectamente,
una crítica a la filosofía de Platón, y especialmente a su teoría
de las Ideas Puras. Pues Platón había expulsado a los poetas
de la República alegando que ellos tan sólo representaban lo
sensible, presentando copias de una realidad ontológicamente
inferior, y descuidando, por tanto, lo esencial, que eran las
Ideas. La célebre crítica de Aristóteles a Platón (en el Libro I
de la Metafísica) apunta a mostrar que las Ideas no están tan
alejadas de las prácticas humanas —tanto lógicas como poéticas— cuando éstas son realizadas siguiendo sus reglas específicas, y señala, al mismo tiempo, la inutilidad de postular la
existencia de Ideas: "Pues, ¿qué es lo que se pone en actividad
dirigiendo la mirada a las Ideas1? Es posible que una cosa sea
o llegue a ser semejante a algo sin que sea formada como copia
de él, de modo que exista o no Sócrates, sería posible ser semejante a Sócrates, inclusive si existiera un Sócrates eterno.
Además, habrá muchos paradigmas, por tanto Ideas, de una
misma cosa; por ejemplo, con respecto de hombre, Animal y
Bípedo; y, además, por cierto, la Idea de hombre" (Aristóteles,
Metafísica, Libro I, 991a). La crítica tiene dos direcciones, finalmente coincidentes: en la actividad lógica y cognitiva, no
son necesarias Ideas eternas y únicas para conocer las cosas,
ya que podemos, por ejemplo, identificar dos cosas o diferenciarlas de una manera universal sin necesitar de un modelo
eterno (de una Identidad en sí y de una Diferencia en sí). Por
otro lado, en la actividad poética, tampoco son necesarias Ideas
eternas (ni, por consiguiente, se podría condenar a los poetas
63
por no representarlas), ya que podemos presentar acciones
conmovedoras de una manera universal, en la medida en que
la obra poética se mantiene en el nivel de lo posible, y no de los
meros hechos sensibles. En ninguno de ambos casos, la busca
de la universalidad —que interesa tanto a la Ciencia como a
la Poética— supone la existencia de Ideas Puras en sentido
platónico.
II
Ladrones de bicicletas (Ladri di biciclette, Italia, 1949), de
Vittorio De Sica.
¿Es posible retratar la realidad "tal como ella es"?
Este film de Vittorio De Sica es una clase de Filosofía visual
acerca de la noción de "realidad", y de la relación del Arte con
ella. ¿Puede el Arte reproducir la realidad del mundo tal como
ella es?
Ladri di biciclette trata de ser, según los presupuestos del
neorrealismo italiano de las décadas de 1940 y 1950, una
aproximación inmediata a la realidad, sin los artificios habituales de la Filosofía, la Literatura o del propio Cine. Se tratará de ver, en este Ejercicio, hasta qué punto la pretendida
aproximación neorrealista a la realidad, y su exigencia de verosimilitud, es de cuño aristotélico.
Como veremos, y contra las intenciones explícitas de su realizador, el film Ladri di biciclette puede ser visto como un conjunto de conceptos-imagen que problematizan la propia noción de "realidad", que está tratando de ser captada "de manera inmediata" y fidelísima. Los conceptos-imagen de este film
pretendidamente "realista", acaban problematizando fuertemente la hipótesis "realista" punto de partida.
El ideario "neorrealista" está formulado en conceptos-idea,
en forma escrita, en numerosos manifiestos y declaraciones
públicas de la época. Pero en la medida en que esos
conceptos-idea se transforman después en imágenes, los
conceptos generados dentro del lenguaje del Cine (los
conceptos-imagen) comienzan a problematizar aquel ideario
que pretendía aplicarse a los filmes de manera externa e
impositiva. Leamos, por ejemplo: "Por neorrealismo italiano
se entiende un movimien64
to que florece en Italia en torno de la Segunda Guerra Mundial, el cual, basándose en la realidad y viéndola con simplicidad, crítica y colectivamente, interpreta la vida como es y a
los hombres como son" (Verdone, citado en Maria-rosaria
Fabris, O neorealismo cinematográfico italiano, Fapusp.
Edusp, 1996, pág. 117, subrayado mío). O la caracterización
de Verdone, como reproducida por Fabris, en el libro citado. El
movimiento neorrealista se caracterizaría, según él, por los
siguientes elementos: "l.el elemento histórico y temporal, dado
que el neorrealismo nació y se desarrolló en Italia en torno de
la Segunda Guerra Mundial, 2. el elemento real y documental,
pues los filmes neorrealistas se basaron en la realidad, sin ser
documentales(...), 3. el elemento técnico, o sea, la simplicidad
que caracterizó susproducciones(...), 4. el elemento coral, visto
que el neorrealismo no se interesó por la historia individual,
sino por la historia colectiva: los partisanos, los ex combatientes, la gente humilde que aspiraba a 'vivir en paz', 5. el elemento crítico(...)"(Idem, 117/18). O la caracterización de Guy
Hennebelle, que apunta a un uso de la cámara que "no sugiere, no diseca, tan sólo registra", un rehusarse a la utilización
de efectos visuales, imagen ceniza tipo documental, filmación
en escenarios reales, uso de actores no profesionales, simplicidad de los diálogos, uso de los dialectos, filmación de escenas
sin grabación y presupuestos módicos de realización, como
características comunes del movimiento.
Todas estas formulaciones son, como se ve, totalmente empíricas, en ningún momento se intenta una caracterización
conceptual del movimiento y una mejor definición de la difícil
noción de "realidad", que los ideólogos neorrealistas utilizan
como si fuera completamente clara para cualquiera. (Hubiera
sido bueno si, como casi ocurre, el movimiento hubiera sido
llamado "neopopulismo", o de alguna otra manera que no hiciera ninguna alusión al difícil concepto de "realidad".)
En la utilización de actores no profesionales, típica del
neorrealismo, también se deja ver esta actitud de "inmediatismo"
presuntamente mimético: "Rossellini también prefirió muchas
veces trabajar con actores no profesionales porque, en su opinión, no tenían ideas preconcebidas y, una vez desinhibidos
del miedo que los paralizaba delante de la cámara y llevados a
representar, conseguían ser ellos mismos"(ídem, 82, subrayado mío). Parece que el actor no profesional conseguiría una
especie de "inmediatez consigo mismo", de "espontaneidad to65
tal", vedada al actor profesional, cargado de tecnicismos y artificios deformadores de "la realidad tal como es".
El filósofo deberá estremecerse delante de estas formulaciones
apresuradas y sumarias, en las que aparecen términos
super-complicados presentados como si fueran simples y
obvios. Algo que la Filosofía no ha sabido nunca con certeza
es entender lo que significa "la vida como ella es", y "los
hombres como realmente son". ¿Cómo son los hombres? ¿Y
cómo es la vida? ¿Y qué significa "ser uno mismo"? ¡Estas son
cuestiones muy complicadas! Las afirmaciones taxativas
transmitidas por los teóricos neorrealistas parecen, en el nivel
de los conceptos-idea, extremadamente vagas e
insuficientes, al menos a la luz de los conceptos-idea de los
filósofos profesionales. ¿Será que la cosa se aclara en el ámbito
de los conceptos-imagen del Cine, o sea, cuando vemos filmes
neorrealistas? ¿Será que sólo viéndolos podemos entender los
manifiestos teóricos?
De todas maneras, y para arriesgar una hipótesis que facilite nuestro trabajo, entiendo que la noción de "realidad" presente en los filmes neorrealistas parece ser formulable, de
manera conceptual, y aproximadamente, como: conjunto de
hechos cotidianos y colectivos, de contenido social, que pueden
ser empíricamente vistos y vividos por cualquiera. No se acepta, pues, en esta noción, ningún tipo de "realidad" oculta o
trascendente a los hechos que son mostrados de manera inmediata, o de realidad individual o excepcional o fantástica.
Más grave aún parece el hecho de que muchos de estos teóricos del neorrealismo, e incluso un filósofo (uno de los primeros en interesarse en el fenómeno del Cine), pensaron que el
lenguaje del Cine favorecía especialmente esta "captación inmediata de la realidad tal como ella es". En 1949, Cesare
Zavattini declaró, en un Congreso Internacional, en Perusia,
que "el Cine había fracasado completamente en su misión, al
elegir el camino de Méliés y no el de Lumiére", a lo que el filósofo italiano Galvano Della Volpe respondió de la siguiente
manera: "La invitación que nos hace Zavattini para tener presente la instancia de Lumiére (instancia del 'carácter científico' o de 'objetividad documental' del film) en lugar de aquella
sostenida por Méliés (o instancia del 'carácter fabuloso' de la
representación fílmica), esta invitación me parece sugestiva si
es acogida con la debida cautela". En seguida, refiriéndose a
la "técnica artística peculiar al Cine", dice: "técnica realística,en
el sentido del registro inmediato de lo real, propio de la
66
cámara, esto es, un instrumento de captación analítica de las
cosas, un instrumento cuya fuerza de análisis está constituida
exactamente por sus precisas e insuperables maneras de filmación espacio-temporal, y por eso mismo objetiva, del mundo
real(...) no metafórico ni metafísico", aludiendo más adelante
a la "constitucional imposibilidad de traducir en valores
fílmicos específicos todo aquello que es concepción
fantástico-literaria, o sea, concepción verbal-conceptual,
abstracta e ideal y libre, sobre el (...) mundo real (...)"{Idem,
27/28, subrayado mío). El Cine es visualizado, así, como el
propio instrumento del realismo, por su presunta capacidad
de "captar el mundo de manera inmediata", a diferencia de
la captación literaria, constituyéndose en "un puro registro"
de lo que ocurre en el mundo. El mito de la inmediatez, ya
discutido en el siglo xix por Hegel en el plano de la escritura,
antes del nacimiento del Cine, parece renacer de las cenizas a
través de la cuestión del lenguaje de imágenes.
La historia del neorrealismo podría verse como la historia
de un fracaso, altamente revelador de las verdaderas potencialidades expresivas del Cine, más allá de lo que los realizadores neorrealistas pretendieron hacer con ellas. En esta perspectiva, el fracaso del neorrealismo no se explicaría solamente por motivos sociológicos o políticos (por ejemplo, la frustración de los proyectos políticos italianos de posguerra, una vez
diluido el fuerte motivo del enemigo común, el fascismo), sino
también por motivos internos al lenguaje del Cine, por haberse
apoyado el neorrealismo en una falsa visión del mismo como
un instrumento visceralmente "realista". [Al respecto, no deja
de ser revelador que tres directores inicialmente vinculados
al neorrealismo —Fellini, Visconti y Antonioni— se hayan
transformado, con el andar del tiempo, en las antípodas del
neorrealismo, retirando del Cine todo lo que su lenguaje podía
ofrecer en términos de captación fantástica de la realidad
(Fellini), de ambigüedad de la imagen (en contra de su presunta "inmediatez" reveladora) (Antonioni) o de un realismo
suntuoso y transfigurado por la memoria, la anticipación y la
decadencia (Visconti). Antonioni, particularmente, se ha referido a su propia obra posterior como un "neorrealismo sin bicicleta".]
Los neorrealistas italianos tenían demasiadas ideas y demasiadas motivaciones políticas externas al Cine y pensaron
que éste sería un médium más o menos inerte y dócil para
67
vehiculizar sus ideologías críticas, libertarias y populistas. Pero
lo que los realizadores neorrealistas crearon fueron imágenes,
en movimiento y en secuencia, imágenes que pedían una organización, y que sugerían más posibilidades expresivas que
las previstas por sus usuarios. Los filmes neorrealistas ya eran,
a pesar de su vocación de "registro inmediato" de la realidad,
sucesiones de conceptos-imagen, con todos sus elementos intrínsecos de perspectivismo, indefinición, abertura,
hiper-aproximación, ficción, superación del dualismo sujeto I
objeto, alternancia de personas, temporalización, corte,
redistribución de espacios y tiempos, etc. (La tesis de
Antonioni en Blow Up, específicamente, era que la cámara ve
más lejos y capta más cosas que el fotógrafo que opera con
ella. Se puede ver Blow Up como un manifiesto "pararrealista"
que explicita claramente el "neorrealismo sin bicicleta" de
Antonioni.)
En el caso de este film en particular, un joven obrero desempleado, Ricci (Lamberto Maggiorani) consigue un trabajo
de fijador de carteles, pero el requisito para que pueda trabajar es que tenga una bicicleta. El joven y su mujer consiguen
sacar la bicicleta que estaba empeñada, pero debiendo para
eso hacer grandes sacrificios (deben empeñar las sábanas de
la cama). En el primer día de trabajo, mientras está fijando
un letrero, un joven ladronzuelo roba la bicicleta de Ricci, y
huye con ella hacia los suburbios de la ciudad. En compañía
de su pequeño hijo Bruno (Enzo Staiola), Ricci inicia un literal
descenso a los infiernos en busca de la bicicleta perdida, pasando primero por una zona de activo comercio de compra y
venta de bicicletas de origen dudoso, no muy bien fiscalizado,
y acabando en un barrio —el del ladrón— en donde los pobladores muestran una fuerte unión contra los extraños. Ricci y
Bruno pasan por todo tipo de angustias, sinsabores, falta de
solidaridad y humilla-ciones: primero, algunos colegas trabajadores los ayudan a buscar la bicicleta perdida, pero en seguida desisten y abandonan al amigo desesperado, volviendo
a sus propios trabajos y preocupaciones (el camionero que los
lleva hasta el lugar de la búsqueda se queja constantemente
de la lluvia y dice que habría sido mejor no salir de casa, haciendo que Ricci y Bruno se sientan como una carga). La Policía presta una ayuda puramente burocrática, registrando la
queja, acudiendo profesionalmente cuando es llamada, pero
sin mostrar mejor disposición o interés por el asunto. Las personas del suburbio muestran abierta agresividad ante el inva68
sor de su feudo, y, finalmente, para empeorar más las cosas,
Ricci es públicamente humillado con una amenaza de prisión,
ya que, hundido en la desesperación, trata de robar, él mismo,
una bicicleta, para poder continuar trabajando. Finalmente,
nada se consigue, la bicicleta no es encontrada, y los protagonistas son abandonados por la cámara en cuanto se hunden
en un mundo gris, frío y sin solidaridad.
La pretensión de "registro inmediato de lo real" por parte
de De Sica es evidente. No intenta, por ejemplo, mejorar a las
personas, mostrando (como Frank Capra, el escandaloso optimista del Cine) una solidaridad sobrehumana. Muestra a las
personas ocupadas consigo mismas, viviendo una situación
global de alienación, desempleo y desesperanza, que no permite el lujo de la ayuda mutua. La Policía no es presentada
como particularmente cruel, mas sí como entrampada en una
situación cuya dificultad parece insuperable: una bicicleta robada en una ciudad inmensa es casi imposible de encontrar, y
no parece muy racional movilizar una enorme fuerza policial
para encontrar una bicicleta, por más importante que ésta sea
para la vida de Ricci.
De nuevo, De Sica muestra una estructura social que no
permite dualismos fáciles, que señale culpables e inocentes,
villanos y perseguidos. La misma fuerza avasalladora domina
a Ricci, a sus amigos, a la Policía y a otros subproductos sociales, como la vidente que gana su dinero a costa de la desesperación de las personas, que pagan por consultas vacías e
inconducentes. (La que ofrece a Ricci es ejemplarmente sibilina:
"O encuentras la bicicleta en seguida, o no la encuentras nunca más".) La injusticia existe: un hombre honesto es llevado a
los extremos de indignidad, y finalmente transformado en un
delincuente. Lo hace todo por su hijo, pero es delante de él que
se consuma su indignidad, cuando alguien comenta: "Vea el
ejemplo que le da a su hijo". Pero esta injusticia no tiene dueño
visible y concreto. No son sus amigos, ni el ladrón de bicicletas, ni las autoridades, ni la vidente, ni, ciertamente, Ricci o
Bruno o nadie. Esto puede ser esgrimido por De Sica como
argumento en favor del "realismo" de su film: el hecho de no
contener valoraciones.
Ciertamente, el film de De Sica puede ser visto como un
gran concepto-imagen de la noción de "imitación de lo real", o
sea, un film que intenta decir algo, en su propia textura, sin
distanciamiento ideológico, acerca de esa cuestión. Esto el film
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lo consigue mucho más allá del tema específico de su plot, o
sea, el robo de la bicicleta del obrero Ricci. El film puede ser
leído sintácticamente, antes de serlo sociopolíticamente. Se trata
de verlo como film que pretende reflejar "la realidad tal cual
es", y de ver cómo el propio film puede mostrar la frustración
de tal tentativa. Pero, por otro lado, la posible problematización
de las ideas neorrealistas que el lenguaje del Cine es capaz de
introducir, ¿afectaría también a la Poética de Aristóteles? ¿Es
aristotélico el ideario neorrealista?
Cuatro ideas aristotélicas fundamentales sobre Poética parecen ser las siguientes:
(a) La Poesía imita a la realidad y con eso produce una com
placencia, aun cuando lo que imite sea, en la realidad, des
agradable. Imitar complace. Las obras poéticas deben tratar
de ser verosímiles, sin introducir elementos ad hoc. Pero esta
verosimilitud debe entenderse como verosimilitud de lo posi
ble, no de lo factual. Por tanto, vinculada con lo universal, no
con lo particular.
(b) Hay una distinción nítida entre Tragedia y Comedia,
desde el punto de vista de la mimesis. La Tragedia imita ac
ciones de hombres nobles y superiores, o, al menos, acciones
de hombres concebidos como mejores de lo que son, en tanto
que la Comedia imita acciones de hombres pequeños, insigni
ficantes y ridículos, o de hombres concebidos como peores de
lo que son.
(c) En el caso de la Tragedia, se trata de una imitación
enaltecedora y purificadora de las pasiones, la "catarsis", lo
grada a través del temor y la piedad.
(d) Las obras poéticas, y en particular la Tragedia, deben
tener una estructura Principio/Medio/Fin, o sea, responder a
ciertas "unidades". (Véanse Textos aristotélicos, al final de este
Ejercicio.)
Ladrones de bicicletas, y gran parte de las películas
neorrealistas, discuten frontalmente el ítem (b) de Aristóteles.
En efecto, uno de los propósitos explícitos del neorrealismo
italiano consiste, precisamente, en enfocar la tragedia cotidiana, o sea, la tragedia de hombres pequeños e insignificantes. Parece que Aristóteles no conseguía ver ninguna tragedia
en lo cotidiano (sin duda, la cotidianidad griega era profundamente diferente de la cotidianidad italiana de posguerra), que
veía la tragedia unida a lo elevadísimo, y que en el hombre
común y simple sólo podía ver lo ridículo e insignificante.
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¿Cómo podría el esclavo transmitir algo de trágico para el ciudadano griego? Cada film neorrealista, en cambio, es un experimento de vinculación de la Tragedia con la cotidianidad,
como mostrando que lo trágico no está exclusivamente concentrado en lo sublime, lo noble y lo elevado. La noción
neorrealista de una tragedia cotidiana desestabiliza uno de
los criterios aristotélicos de la distinción entre Tragedia y
Comedia.
Pero es importante notar que esta problematización es presentada en conceptos-imagen: el film muestra, en una vida
posible, que los conceptos de Tragedia y de Cotidianidad no
son incompatibles, y muestra esa compatibilidad de manera
escenificada, a través de una experiencia de fuerte
dramati-cidad, y haciendo sentir al espectador la posibilidad
y realidad de esa vinculación entre lo trágico y lo cotidiano.
En este sentido, el film propone una revisión de la noción
aristotélica, y se trata de una tesis conceptual (o sea,
universal), en el sentido de afirmar-imaginantemente que "en
general, es falaz la vinculación pseudonecesaria entre
trágico y carácter elevado o noble". Esto no es meramente
dicho, sino presentado en imágenes con un cierto impacto,
característica que forma parte de la naturaleza de la aserción
fílmica. El Cine neorrealista, en este punto, es
antiaristotélico. Y se podría decir, en general, que el Cine
desconstruye, cada vez más expresivamente, esta distinción
tradicional.
Por otro lado, la Poética aristotélica y el neorrealismo italiano parecen encontrarse sin mayores conflictos en la cuestión (d), o sea, la exigencia de linealidad y unidad de la obra
poética, con Principio/Medio/Fin, sobre todo debido al sistemático rehusarse neorrealista a utilizar efectos o artificios (por
ejemplo, inversiones temporales, mezcla de realidad y ficción,
etc.) que pudiesen distraer al espectador, apartándole del contenido crítico de lo presentado. Es interesante notar, sin embargo, que mientras la intención de Aristóteles al formular
esta estructura era sobre todo estética, una exigencia de construcción, en el caso del neorrealismo se trata de una exigencia
crítica. Esta noción moderna de "crítica" de las estructuras
sociales y políticas es absolutamente ajena a Aristóteles y al
mundo griego en general, de manera que la coincidencia en el
ítem (d) parece marcadamente exterior.
De todas maneras, en este punto el concepto-imagen cinematográfico parece problematizar tanto a la Poética aristotélica
71
cuanto al ideario neorrealista. En verdad, la linealidad es imposible en el Cine. No es posible realizar una película lineal, a
no ser en un sentido extremadamente superficial. Por tanto, el
propio concepto de "inversión de tiempos", como aparece en
Resnais y Tarantino, por ejemplo, parece mal planteado desde
el comienzo. "Inversión" supone un punto de referencia absoluto, precisamente una "realidad" externa que proporcionaría
coordenadas inamovibles, ignorando la capacidad portentosa
del Cine de crear sus propios puntos de referencia. Entre Ladrones... y Hace un año en Marienbad o Pulp fiction, no hay la
diferencia consistente en decir que los dos últimos "invierten"
el tiempo normal expuesto en el primero y en las obras del
neorrealismo en general. En verdad, esas obras crean diferentes temporalidades, distintas maneras de presentar sus cuadros y secuencias, y ninguna de ellas proporciona una referencia estable para otras. Las imágenes (aun dentro de la más
"realista" de las obras) aluden siempre a algo que no está en
ellas, que no consigue ser captado por ninguna linealidad exhaustiva, y que no podría caber en las dos horas de duración
de una película. La imagen fílmica expulsa sus propios objetos hacia afuera de sí misma, de manera inevitable. Lo que no
se muestra es tan significativo e indispensable como lo que se
consigue mostrar. La más realista de las películas hunde sus
extremos en lo que sólo puede ser conjeturado.
Por ejemplo, cuando el film comienza, la bicicleta está empeñada, y su rescate es dramáticamente importante para lo
que De Sica se propone mostrar. El film se ve obligado a aludir
a algo anterior, que no fue mostrado, a algo ocurrido en el pasado, y que es insertado en el presente. Igualmente, en el momento del rescate de la bicicleta, Ricci y su mujer parecen solidarios y unidos. Pero cuando le roban la bicicleta y Ricci no
vuelve a casa, luego, al encontrarse más tarde con la mujer
comenta entre dientes: "No volví para evitar un sermón", frase que alude a algo que ocurrió en tiempos pasados, otras veces, y que el personaje inserta en la situación actual. La relación de Ricci con el pequeño Bruno continuamente lleva al espectador hacia el pasado, presupone algo que fue de una manera y que el percance de la bicicleta está modificando. La
relación de Ricci con Bruno debe ser reconstruida por el espectador a partir de las pistas de que dispone; esa relación es
ininteligible a partir, simplemente, de lo que se muestra. Lo
que ocurre es que De Sica no reactualiza estas cuestiones, no
72
las filma, se limita a aludirlas desde el presente, pero en todo
caso su film, y cualquier film, nunca cabe dentro del tiempo ni
el espacio normales de la obra. La imagen posee una intrínseca
imposibilidad de permanecer quietamente en sí misma.
En lo que se refiere al ítem (c), tanto Aristóteles como el
neorrealismo contaban con provocar una especie de impacto
emocional en el espectador, en el primer caso con propósitos
"purificadores" o sublimantes, en el segundo, con propósitos
"críticos" (aun cuando, como se sabe, no existe ningún lugar
en que Aristóteles explique detalladamente la noción de "catarsis", de purificación o purgación de las pasiones). En el caso
de Aristóteles, el Teatro era el único medio dramático del que
se disponía en la época, y en él el impacto emocional era, al
menos en principio, más bajo, comparado con el poderoso "efecto
de realidad" logrado hoy en día por el Cine (aun llevando en
consideración la componente imaginaria del impacto emocional, relativamente independiente de condiciones externas). El Cine ha potenciado el nivel de imposición de la realidad, en forma abrumadora, lo que podría poner en peligro
el proceso catártico, de una manera que, tal vez, el sobrio y
elevado teatro griego no conseguía. La capacidad del Cine
de hacer vivir lo que se exhibe en la pantalla consigue hoy,
más que en las épocas del neorrealismo, superar las barreras de lo soportable, los límites de lo catartizable. Esto podría interpretarse como una señal de que el neorrealismo,
no aristotélicamente, consiguió captar la realidad tal cual
es, al tornarla insoportable y no catártica. (Piensen en las
escenas de interrogatorio y tortura en Roma, ciudad abierta, de Rossellini, que escapan más evidentemente a los propósitos catárticos de la Poética aristotélica que Ladrones
de bicicletas.) El dolor y el sufrimiento intolerables parecen mejores índices de captación de "la realidad" que la "purificación" aristotélica.
En cierta manera, el éxito de la teoría aristotélica sería el
fracaso de la intención crítica neorrealista, en la medida en
que parecería haber como una tensión entre la exigencia de
realidad del neorrealismo y la exigencia de catarsis de la Poética aristotélica. Esto introduciría, precisamente, una
pro-blematización de la noción de "real", en la medida en
que se pueda mostrar que aquello terrible e impactante no nos
afecta —o nos "purifica"— porque, a pesar de su "realismo" no
coincide con "lo real".
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Si, por el contrario, el Cine neorrealista acepta incluir un
elemento catártico en los efectos por él buscados, habrá concedido un distanciamiento con respecto de aquella realidad que,
según sus propios manifiestos, pretendía "registrar de manera directa". Pero tal vez un registro inmediato de lo real, a
través de los poderosos recursos del Cine, produzca un efecto
demoledor que impida cualquier tentativa de catarsis
purificadora. Si, a pesar del fuerte impacto de las escenas de
Ladri, nos sentimos finalmente purificados y enaltecidos,
Aristóteles habrá mostrado a los neorrealistas que un "puro
registro de lo real" no se ha consumado, que aun la más "realista" de las obras vive de una mediación enaltecedora, de aquella "verosimilitud posible" que distingue a la Poesía de la
Historia.
Aquí podemos iniciar una segunda línea de reflexión
aristotélica, vinculada con el último ítem que falta discutir, el
(a), tal vez el fundamental. Todos los recursos antes mencionados por los teóricos neorrealistas son utilizados, de hecho,
por Vittorio De Sica, para conseguir la tan anhelada "aproximación a la realidad": utilización de actores no profesionales
(Maggiorani era, realmente, un obrero italiano; su papel iba a
ser desempeñado, primitivamente, por Cary Grant o Henry
Fonda o Marcello Mastroianni, todos ellos actores profesionales), tomas completamente documentales, sin ningún tipo de
efecto visual, linealidad del desarrollo de la acción, etc. Pero el
lenguaje cinematográfico está hecho de cortes y selecciones
estratégicas, de presentaciones elaboradas de aquello que se
muestra. Todo film podría haber sido hecho de otra manera, el
director eligió los puntos de vista, los diálogos, el orden en que
son presentados los acontecimientos y, con eso, la particular
emocionalidad del film. El montaje de un film desrealiza, per
se, cualquier tentativa de linealidad, inclusive cuando el resultado final sea lineal, porque esa linealidad habrá sido construida de una determinada manera. El montaje es la instancia sintética del film, su temporalidad, su carácter expansivo
e histórico. Aun un filme neorrealista es sometido a un artificio instaurador, que determina el particular modo de presentación de las imágenes y la particular manera como nos
impactarán. Toda la emoción del film, a pesar de su inmenso
grado de convencimiento, jamás es "inmediata". El espectador
neorrealista, simplemente, se afana por dejarse engañar de
una manera particular.
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De Sica y los neorrealistas estaban ciertamente interesados en impactar, en conmover, para criticar. Pero, ¿quién dice
que lo harían mejor tratando de aproximarse máximamente a
la realidad, a través de un montaje sobrio y secuencial? Se
podría, por ejemplo, hacer una alteración artificial de secuencia (y, con eso, "alejarse de la realidad") para conseguir un
efecto dramático que aumentase el efecto crítico del film (por
ejemplo, que el film comenzase mostrando a Ricci preso, y más
tarde lleno de esperanzas, sin saber lo que el espectador ya
sabe, que será preso y que sus esperanzas se frustrarán). En
general, el truco de hacer que el espectador tenga más información que el personaje (típico de Hitchcock, por ejemplo),
también aleja de la realidad (lleva a un punto de vista omnisciente, antinatural), pero puede aumentar la dramaticidad del
film, el impacto emocional y, por tanto, el poder crítico del film,
que es lo que interesaba a los neorrealistas. Si Ricci tuviera
una hija en lugar de un hijo, el film sería diferente. Si primero
no fuera ayudado y luego lo fuera, el film sería otro. Si la escena de la pelea callejera transcurriera en espacio abierto, y no
en medio de callejuelas estrechas, el efecto sería otro. Contra
lo que decía Della Volpe, la cámara no registra objetivamente,
perspectiviza con sólo ponerse allí, no puede apuntar hacia lo
real sin alterar, subvertir, cambiar, proponer. Esto parece obvio y trivial —tanto como recordarle al filósofo que, cuando
filosofa, está siempre utilizando un lenguaje— pero puede ser
profundo apuntarlo cuando la "realidad" es concebida
acríticamente en términos de un inmediatismo optimista. (Hacerle notar a alguien que tiene anteojos encima de la nariz
puede parecer trivial, pero no lo es si su dueño pretende que el
mundo que ve es totalmente independiente del aumento de
sus anteojos.)
El lenguaje del Cine es omnisciente, omniabarcante,
multi-perspectivístico. Inevitablemente, De Sica sabe más que
Ricci y Bruno, y sabe más que el ladronzuelo de bicicletas. El
director, aun cuando no lo quiera ni pretenda, es Dios, y lo
es en cuanto toma una cámara, más allá de su propio ideario
estético o de su postura política. Esto es más fuerte que las
intenciones realistas. Así, el título del film ya le dice al
espectador que va a asistir al robo de una bicicleta. Al
comienzo del film, Ricci acompaña a su mujer a la casa de la
vidente, pocos minutos después de haber rescatado la
bicicleta de la casa de empeños. Ricci se queda esperando en
la puerta de la casa, que tiene al
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frente una larga escalera ascendente. Como la mujer se demora, pide a unos muchachos que cuiden la bicicleta mientras él
sube a buscar a la mujer. El espectador no sabe lo que va a
suceder, y Ricci tampoco. Ricci sabe aún menos que el espectador, ya que él no sabe que una bicicleta va a ser robada.
(Maggiorani lo sabe, pero no Ricci). El espectador, que sabe
que una bicicleta va a ser robada, piensa que ésta es la escena
del robo. Pero, a pesar de que Ricci se demora bastante en
bajar, y a pesar de que la bicicleta ha quedado sensiblemente
desprotegida en la calle, está allí, esperando por su dueño, y
nada acontece. Este es un elemento dramático, altamente artificial, que supone una visión omnisciente de lo que va a ocurrir, y que se permite la broma providente de amagar y no
hacer, de postergar el momento del robo, centro dramático del
film.
El drama no es visto tan sólo en la perspectiva de Ricci, sino
también en la de Bruno y en la de otros personajes secundarios: el propio ladronzuelo tiene su versión, y también la vidente, y los amigos que al principio ayudan a Ricci en su búsqueda y después lo abandonan. Pero la cámara de De Sica
agrega nuevas perspectivas a la de los personajes: su visión
del suburbio no es la de sus habitantes, su visión del robo es
selectiva y altamente particular.
La escena del fallido intento de robo de una bicicleta por
parte de Ricci, al final del film, es fuertemente dramática. Pero
es una secuencia bien diferente de las anteriores. Por el particular tipo de toma, por la disposición de los personajes, el estallido de su famoso tema musical, etc., resulta una escena
fuertemente "fabricada" (y muy bien fabricada). Algo más
aproximado al mero registro, sin coincidir ciertamente con él,
es, por ejemplo, lo que ven nuestros ojos cuando caminamos
por la calle en un día cualquiera, sin ninguna previsión de lo
que va a ocurrir. Si De Sica pretende mostrar la injusticia, va
a tener que fabricarla (por ejemplo, el robo final es descubierto, y Ricci humillado, pero podría no haber sido descubierto,
podría haber robado la bicicleta y continuado su trabajo con
ella). Tal vez De Sica se haya propuesto, sí, fabricar la injusticia, pero imitando a las que realmente se cometen. Aquello no
es verdadero, pero podría serlo. De todas formas, lo verosímil
ya no tiene la misma libertad que lo verdadero; lo verosímil
supone una construcción fuertemente artificial, una selección
de lo que "parece verdadero", una mediación para que lo que
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se muestra "se parezca a lo que ocurre o podría ocurrir". En
realidad, el carácter mediado y artificial está en la cuestión de
la posibilidad. Se registra no algo que ocurre, sino algo que
podría ocurrir, y en esta posibilidad reside la paradójica "mediación de lo inmediato" que el cine neorrealista italiano acaba mostrando tan bien.
Cuando vemos Ladrones de bicicletas, nos damos cuenta de
que la emoción que sentimos no proviene de que se esté retratando la realidad "tal cual es", sino del hecho de que la mediación estética es eficiente, la dramatización está bien hecha,
tal vez porque una sutil pizca de inverosimilitud está reforzando el sentimiento de realidad en la recepción del film y su
impacto visual sobre nuestros sentidos. La "realidad", en el
film, tiene que ser instaurada junto con todo el resto, no es un
punto de referencia externo. Nada puede ser dicho, o tratado
filosóficamente, dentro del film, sin que antes las cosas y los
hechos brutos se desrealicen, pierdan su aparente impositividad y adquieran la impositividad de la imagen. Aquello
que conmueve en Ladrones de bicicletas (y en todo film
neorrealista, y tal vez en cualquier film) es algo que podría
ser, y no ningún "registro directo de lo real", una estructura
altamente mediada por la posibilidad.
Desde el punto de vista aristotélico, se podría decir que el
neorrealismo quería más bien hacer Historia, y no Arte, en la
estricta medida en que se proponía registrar la realidad efectiva. Pero los neorrealistas estaban profundamente interesados en la universalidad de sus tesis. La universalidad, según
Aristóteles, es del orden de lo posible, y lo posible nunca puede
ser directamente registrado, ésta es la impasse aristotélica fundamental del neorrealismo italiano. En este sentido, la imagen cinematográfica problematizaría, en general, toda tentativa de plantear una verosimilitud realista en el registro de
los hechos efectivos. No problematizaría la tesis aristotélica
de una verosimilitud de lo posible y, por tanto, universal. Al
contrario, el Cine se encuadra perfectamente en este aspecto
de la Poética aristotélica.
Ciertamente, el Cine "imita", en el sentido aristotélico: presenta, como el drama, caracteres que viven allí, delante de
nuestros ojos. La imagen cinematográfica repite, escenifica,
repone, vuelve a presentar, representa. Pero lo hace en el plano de la posibilidad, la universalidad y el impacto emocional
esclarecedor. "Purgar" las emociones no significa —ni en el
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drama ni en el Cine— un mero escapismo, o un puro entretenimiento, y ni siquiera precisa ser interpretado en términos
educativos, morales o terapéuticos. El Cine puede verse como
un particular tipo de saber a través del padecimiento. Aristóteles explica, precisamente, el curioso hecho de que los hombres sientan placer en ver la imitación de cosas desagradables
(como cadáveres), precisamente basándose en el anhelo natural de saber, que los hombres, según Aristóteles, poseen. A
Aristóteles, ciertamente, le hubiera gustado mucho el Cine,
tanto como le interesó el drama de su época. Ir al Cine habría
tenido, por otro lado, una gran ventaja para él: jamás se habría encontrado allí con Platón.
Cuando surgió el interés en filmar algunos textos de Sartre,
éste, que tenía una fuerte simpatía por el neorrealismo italiano, sólo concedió los derechos en dos ocasiones: en una de ellas,
para filmar algunos cuentos de su libro El muro (la película se
llamó de la misma manera). Director y actores eran aficionados, y el director trató de retratar la realidad "tal como es". En
un momento del film, tres prisioneros esperan el amanecer,
cuando serán ejecutados. Se trata, pues, de la última noche de
tres condenados a muerte. El director trata de captar todos
los rasgos y matices de la "realidad" de esos hombres, los ruidos de la noche, etc., pero sin ninguna dramatización, tratando de que "la realidad misma" entrase dentro de la historia. El
resultado no fue bueno, en el sentido de la conmoción, o la
sensibilización, típicas del concepto-imagen. La realidad, a
fuerza de tanta "realidad", no fue captada.
La película de Joseph Losey King and country (Por la patria,
1964), en cambio, que cuenta también los últimos minutos de
vida de un soldado que va a ser muerto al amanecer, es de un
gran impacto emocional y obliga al espectador a pensar seriamente —a través de sus conceptos-imagen— acerca de cuestiones como la justicia, la condición humana, la ley civil y militar,
y el patriotismo. Sólo que Losey utiliza todos los efectismos disponibles en el Cine, y a dos grandes actores profesionales, altamente artificiales y eficaces, de la escuela inglesa (Dirk Bogarde
y Tom Courtenay). Para que la realidad entre en un film, tiene
que operarse, paradójicamente, una especie de "des-realización"
previa de lo que es mostrado y de lo que no lo es. El film debe
adquirir un tono de imaginación conceptual que consiga alcanzar la realidad sin precisar "copiarla".
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La segunda experiencia sartreana con el Cine no fue mucho
mejor. Cuando se trataba de hacer una versión fílmica de la
pieza teatral de Sartre Los secuestrados de Altona, Sartre tuvo
el derecho de elegir al director. Eligió a Vittorio De Sica. Parece, incluso, que declaró que no permitiría que ningún otro director hiciera el film. Posiblemente Sartre estaba pensando
en Ladrones de bicicletas. De Sica dirigió el film, pero con un
estilo muy poco neorrealista, y con actores hiperprofesionales
y teatrales (sobre todo, Fredrich March y Maximilian Schell).
Lo que es impresionante en el film no es, ciertamente, "realista", y lo que es realista no impresiona.
Es interesante recordar lo que el propio profesor Alfred
Hitchcock declaró respecto de una de sus más inverosímiles
obras maestras de suspenso, The 39 steps (39 escalones, 1935):
"Lo mejor del film es la rapidez de las transiciones. Tuvimos
que trabajar mucho para conseguirla, pero valió la pena. Se
trataba de utilizar una idea después de otra, privilegiando la
rapidez delante de la verosimilitud. Mientras escribía el guión
de 39 escalones perdí el interés por la plausibilidad de la trama. Descubrí que ninguna ficción puede ser analizada de esa
manera. Pedir a un escritor que tome en cuenta la verosimilitud parecería tan absurdo como pedirle a un pintor que represente las cosas con exactitud. Para eso existe la fotografía. O,
en el caso del Cine, los documentales". Pero es interesante recordar que, dentro del propio film, encontramos una
proble-matización humorística de la verosimilitud. Cuando el
protagonista, Richard Hannay (Robert Donat) pretende huir
de su departamento por la puerta principal disfrazado de
lechero, para impedir que los bandidos lo atrapen, trata de
convencer al lechero verdadero a través de una historia
verdadera, o sea, a través de la narración exacta de lo que
realmente le está ocurriendo. Le dice entonces que una mujer
ha sido asesinada en su departamento, y que esa mujer era
una espía perseguida por bandidos internacionales, y que por
eso debe huir. Esta es, efectivamente, la pura verdad. Pero,
por eso mismo, el lechero no la cree y se resiste a ayudarlo.
Ante esta situación, Hannay cambia de estrategia: le dice,
entonces, que le ha mentido, que, en realidad, ha tenido una
aventura amorosa con una mujer la noche anterior y que
ahora está tratando de huir del marido, que está esperándolo
afuera. El lechero lanza una carcajada y exclama: "Hombre,
¿por qué no lo dijo antes? ¡Ahora entiendo todo!", e
inmediatamente se quita la ropa de trabajo y se la entrega a
Hannay sin más demoras. El lechero es
79
el espectador de Cine, que no quiere la verdad, sino lo posible,
lo verosímil, lo que él pueda ser capaz de creer. Como Hannay,
Hitchcock prefiere dar al espectador no la verdad, sino un posible verosímil. La verdad es demasiado inverosímil para ser
presentada en un film. Queremos ser engañados, pero con algo
que se parezca a la verdad. Y, muchas veces, la verdad no cumple ese requisito.
III
¿Quién fue Aristóteles?
Filósofo griego, nacido en Estagira, cerca de Macedonia, en
384 o 383 a.C. Su padre —médico— se llamaba Nicómaco, y a
él dedicó Aristóteles uno de sus libros de Ética, la Ética a
Nicómaco. Estudió en la Academia de Platón, a la que ingresó
en 366 o 365, y en la que permaneció cerca de 20 años. (Como
puede verse, los estudios filosóficos en esos tiempos eran más
demorados y cuidadosos que nuestras carreras actúales, cada
vez más cortas y "dinámicas'^) El joven Aristóteles aparece
como personaje del diálogo platónico llamado Parménides.
Aristóteles al principio adoptó la teoría platónica de las
Ideas, pero luego la criticó duramente, haciendo ver sus insuficiencias y limitaciones. Esas críticas están contenidas en el
libro conocido como Metafísica. Cuando murió Platón y
Espeusipo asumió la dirección de la Academia, Aristóteles la
abandonó para siempre y partió a Asia Menor.
Junto con Xenócrates y Teofrasto —que después sería el
sucesor de Aristóteles— permaneció por largos períodos en
Assos y Mitilene, enseñando filosofía y estudiando ciencias
naturales, que siempre le interesaron vivamente. Alrededor
de 343/342, Filipo de Macedonia lo llamó para ser preceptor
de su hijo de 13 años, Alejandro, que más tarde revolucionaría
la historia de Grecia. Las ideas sociales y políticas de Aristóteles
eran un tanto conservadoras en algunos puntos (por ejemplo,
creía que los hombres eran diferentes por naturaleza, algunos
destinados a mandar, otros a obedecer), y en ese sentido la
visión política de Alejandro fue más lejos de lo que la teoría
del filósofo hubiera permitido ir. En todo caso, Aristóteles permaneció con él hasta 336 aproximadamente, cuando Alejandro subió al trono.
80
En 335, Aristóteles abrió su propia escuela de filosofía,
llamada Liceo, porque la misma estaba ubicada en unos
edificios próximos al templo de Apolo Licio.- En él las
clases se daban paseando, de dónde viene el nombre de
"peripatéticos" —paseantes— dado a los miembros de la
escuela. El Liceo compitió con la Academia, a la que superó
expresivamente en un cierto período. En esta época
Aristóteles maduró sus obras principales. Por haber sido
maestro de Alejandro, Aristóteles fue perseguido —al final
de su vida— por enemigos políticos antimacedónicos, por lo
que tuvo que huir a Calcidia, junto con su madre, dejando a
Teofrasto al mando del Liceo. Murió poco después, en 322.
¿
Las obras de Aristóteles pertenecían a dos grandes grupos:
las obras exotéricas, compuestas en forma dialogada y destinadas al gran público, y las esotéricas, que no estaban destinadas al público, sino tan sólo a los discípulos, y que pertenecían al Liceo. Las obras aristotélicas fueron legadas por
Teofrasto a Neleo, hijo de Coriseo, amigo de Aristóteles. Los
descendientes de Neleo conservaron las obras hasta que
Apelicon las compró. Más tarde, Sila las llevó a Roma. Finalmente, Andrónico de Rodas, que era el décimo sucesor de
Aristóteles en el Liceo (siglo I a.C.) preparó una edición de las
obras de Aristóteles. Las obras fueron transmitidas posteriormente por los comentadores griegos, los filósofos árabes, los
filósofos medievales y los renacentistas, hasta llegar, después
de tantas vicisitudes, hasta nuestras manos. A todas esas personas, a menudo anónimas, les debemos esos inapreciables
tesoros intelectuales.
Principales obras: Categorías, Sobre la interpretación, Primeros analíticos, Segundos analíticos, Tópicos, Refutaciones
sofísticas, Física, Sobre el alma, Metafísica, Etica a Nicómano,
Política, Poética, Retórica.
IV
Textos aristotélicos
Texto 1 — La poesía como imitación.
"La poesía parece deber su origen, en general, a dos causas,
y dos causas naturales. El imitar es connatural al hombre y se
81
manifiesta ello desde su misma infancia —el hombre difiere
precisamente de los demás animales en que es muy apto para
la imitación, y es por medio de ella como adquiere sus primeros conocimientos— y así mismo lo es el regocijarse o complacerse en las imitaciones.
Prueba de ello es lo que pasa en la realidad: nos gusta poder
contemplar la imagen de aquellos seres cuyo original resulta
doloroso o triste, reproducida con la mayor exactitud posible;
por ejemplo, las formas de los animales más repugnantes o las
formas de los cadáveres.
Hay otra causa todavía en el hecho de que aprender es muy
agradable no sólo a los filósofos, sino de una manera semejante a los demás hombres; sólo que éstos no participan de ello
más que en una mínima parte. Por eso sienten placer los que
contemplan las imágenes, porque se aprende en ellas al mirarlas y se deduce de ellas qué es lo que representa cada cosa,
por ejemplo, que esta figura es tal cosa. Pues si no se ha tenido oportunidad de haber visto con antelación el objeto representado, la obra no agradará ya como imitación, sino en
razón de su ejecución, de su color o de otro motivo de este
mismo tipo"(Aristóteles, Poética, 1448 b).
Texto 2 — Tragedia y comedia.
"La poesía se diferenció ya al comienzo, de acuerdo con el
carácter propio de cada autor; los autores de espíritu superior
imitaban las acciones bellas y. las obras de los hombres dignos
de estima; los autores vulgares imitaban las acciones de los
hombres bajos, componiendo desde el comienzo burlas o sarcasmos, igual que los otros componían himnos y encomios"
(1448 b).
"La comedia es, como hemos dicho, la imitación de personas
de calidad moral o psíquica inferior, no, con todo, según toda
clase de vicio, sino respecto de la parte risible de lo que es
éticamente bajo o vergonzoso. En efecto, lo risible es un defecto y una fealdad sin dolor ni daño; así, por ejemplo, la máscara
cómica es fea y deforme, pero sin expresión de dolor"(1449 a).
"La tragedia es(...) la imitación de una acción de carácter
elevado y completa, dotada de cierta extensión, en un lenguaje agradable, llena de ornamentos de una especie particular
según sus diversas partes, imitación que ha sido hecha o lo es
por personajes en acción y no por medio de una narración, la
82
cual, moviendo a compasión y temor, obra en el espectador la
purificación propia de estas emociones"(1449 b).
Texto 3 — Estructura de la tragedia.
"Hemos sentado que la tragedia es la imitación de una acción completa y entera, dotada de cierta extensión, ya que una
cosa puede estar entera y no tener apenas extensión. Es completo lo que tiene comienzo, medio y fin. El comienzo es aquello que, de por sí, no viene a ser necesariamente luego de otra
cosa, mientras que luego de ello hay otra cosa que naturalmente es o se produce; es fin, por el contrario, aquello que de
por sí y naturalmente viene a ser luego de otra cosa, o necesariamente o de ordinario, mientras que luego de sí no tiene nada
más; medio es aquello que de por sí ocurre luego de otra cosa y
a quien sigue otra cosa. Los mitos bien construidos no deben,
pues, comenzar ni acabar en un punto tomado al azar, sino
que es necesario atenerse a las ideas expuestas"(1450 b).
Texto 4 — Vinculación de la Poesía con lo universal.
"Ahora bien: también resulta evidente, por lo que hemos
dicho, que la obra propia del poeta no es tanto narrar las cosas que realmente han sucedido cuanto contar aquellas cosas
que podrían haber sucedido y las cosas que son posibles según una verosimilitud o una necesidad. En efecto, el historiador y el poeta no difieren por el hecho de escribir sus narraciones uno en verso y el otro en prosa; antes se distinguen en que
uno cuenta los sucesos que realmente han acaecido y el otro
los que podían suceder. Por eso la poesía es más filosófica que
la historia y tiene un carácter más elevado que ella, ya que la
poesía cuenta sobre todo lo general, la historia, lo particular.
Lo genérico es decir que un hombre de tal clase hará o dirá,
verosímil o necesariamente, tales o cuales cosas, y es a este
tipo de representación que tiende la poesía, aunque atribuya
nombres a sus personajes; lo particular es lo que ha hecho
Alcibíades o lo que le ha sucedido"(1451 b).
Texto 5 — Exigencia de verosimilitud.
"...aunque el personaje que es objeto de imitación no sea
coherente en sus acciones, y aunque sea éste el carácter de
que se le revista, es necesario sin embargo que sea él coherentemente incoherente. Como ejemplo de una inútil bajeza de
carácter se puede citar el personaje de Menelao en el Orestes;
83
como ejemplo de falta de conveniencia y conformidad, las lamentaciones de Ulises en el Escila y el monólogo de Melanipa;
como ejemplo de inconstancia, Ifigenia en Aulide, pues la
Ingenia suplicante no se parece en nada a la Ifigenia que aparece en la continuación de la obra.
Es necesario, tanto en los caracteres como en el entramado
de los hechos, buscar siempre lo necesario y lo verosímil, de
manera que sea necesario y verosímil que un determinado
personaje hable u obre de tal manera y que luego de tal cosa
se pueda producir tal otra o necesaria o verosímilmente. Resulta pues evidente que, por lo mismo, los desenlaces del mito
deben ser una consecuencia del mito mismo y no de una intervención divina, como ocurre en la Medea, y en la Iliada cuando es hora de regresar a las naves(...) En los hechos mismos
no puede haber ninguna cosa irracional; si la hay, debe permanecer fuera de la tragedia, como ocurre en el Edipo de
Sófocles"(1454 a, 1454 b).
84
Ejercicio 3
Santo Tomás y el
bebé de Rosemary
La filosofía y lo sobrenatural
Introducción
La Filosofía ha consistido tradicionalmente en la búsqueda
de algo permanente, inmutable y eterno. Como todo lo que es
material se muestra perecedero, transitorio y cambiante, los
filósofos clásicos (antiguos y medievales), y muchos filósofos
modernos, han pensado que la realidad última debía ser de
naturaleza "espiritual", e incluso sobrenatural. Esta actitud
ya se deja ver en la Filosofía griega tardía (Platón y Aristóteles)
cuando critican la creencia antigua en el carácter material o
físico del fundamento último del mundo, pero tal actitud se
constituye claramente sobre todo en la época medieval. En la
Filosofía antigua, ese fundamento "espiritual" no era de carácter trascendente, sino que estaba ínsito en la naturaleza
misma de las cosas. La Filosofía cristiana trascendentaliza la
espiritualidad del fundamento y da un paso más al sostener
que el último fundamento del mundo no pertenece al mundo.
Así, la realidad espiritual se torna supranatural.
Pero, por otro lado, los filósofos cristianos respetaron enormemente el pensamiento racional griego y tendieron a aceptar dos fuentes diferentes, pero no contradictorias (aunque, a
85
veces, difíciles de conciliar) de conocimiento: la reflexión racional natural y la revelación divina sobrenatural, conocimiento
y fe. La creencia en algo sobrenatural se constituye, dentro
del pensamiento medieval, como una creencia afirmativa, en
el sentido de que lo sobrenatural es bueno y providente, es un
sobrenatural santo. El mal no tiene consistencia propia, es
tan sólo una privación de bien y tiene una naturaleza puramente negativa.
La incapacidad humana de ver lo sobrenatural divino, de
dejarse afectar por la revelación, proviene de una imperfección del receptáculo y no del objeto. En verdad, según afirma
Santo Tomás, existen argumentos racionales dentro del ámbito de lo sobrenatural, sólo que ellos parten de ciertos axiomas
que, como en cualquier otra ciencia, deben ser aceptados para
poder aceptarse lo que se deriva de ellos. Quien niegue
escépti-camente los axiomas no podrá aceptar el resto. Santo
Tomás destaca que Dios ha puesto en el hombre
"representaciones sensibles que expresan las cosas divinas
mejor que las recibidas por vía natural de los sentidos, como
lo comprueban las visiones pr oféticas.. T. Hay en esto una
especie de superioridad de las imágenes sobre los conceptos,
en el sentido de que estos últimos necesitarían de algún apoyo
sensible último para ser plenamente convincentes.
II
Rosemary's baby (El bebé de Rosemary, EE.UU., 1968), de
Román Polanski.
¿Existe una Providencia Diabólica?
Polanski ha declarado, en varias entrevistas, que tiene una
visión científica del mundo, y que no cree en fantasmas ni en
Dios, que es un ateo, o, por lo menos, un agnóstico, y que eso
fue un obstáculo para filmar esta película, ya que él, su propio
realizador, no creía en lo que estaba mostrando. Comentando
el libro original de Ira Levin, dice Polanski: "...el principio de
ese libro me era extraño. No creo en demonologías. Me apasiono mucho más por microbiología que por brujería" y "...jo soy
ateo, o, en todo caso, agnóstico. De esta forma, aceptar lo que
sucede en El bebé de Rosemary sería ir contra lo que yo soy y
86
contra lo que creo. (...) Infelizmente, como he hecho el film y no
creo ni en Dios ni en el diablo —lo que torna mi caso aun más
grave— soy doblemente incapaz de sentir miedo de mi propio
film, lo cual me incomoda sobremanera". "Soy puramente materia-lista... Siempre encuentro una explicación científica a todo
lo que me ocurre".
Sin embargo, fascinado por la historia, Polanski quería
filmarla, se sentía profundamente atraído por ella, pero le
desagradaba la asumida demonología del texto original, sobre
todo en lo que se refería al final del libro. "El principal cambio
que he introducido con respecto al libro, es el final. Me inclinaba a no mostrar nunca al bebé...para sembrar la duda. Lo que
sucede en el film puede ser tan sólo fruto de la imaginación
inquieta de una mujer encinta...lo que me disgustaba era ese
final que se sumergía completamente en lo irracional, con este
hijo del diablo a quien Rosemary da a luz. Yo no puedo aceptar
al hijo del diablo. ...El público se siente tal vez frustrado por
no ver al bebé...pero sería sin duda más decepcionante si lo
viese."
Así, pues, el hiperracionalista Polanski (después de todo,
oriundo del mismo país que dio al mundo tantos lógicos matemáticos brillantes, como Tarski y Lukasiewicz) decidió dar al
texto original de Ira Levin un tratamiento fílmico esencialmente ambiguo, permitiendo dos lecturas: en una de ellas, la
que podemos llamar la "versión científica", la joven Rosemary
(Mia Farrow) sufre una grave crisis emocional durante el período de su embarazo, motivada por las relaciones de conflicto
con su marido, un actor de teatro llamado Guy (John
Cassavetes) y genera un delirio psicótico según el cual un grupo de brujos [capitaneados por sus vecinos, Minnie (Ruth
Gordon) y Román Castevets (Sidney Blackmer)] ha sobornado
a su marido para que, a cambio del éxito profesional en su
carrera teatral, entregue a ellos el bebé, con el propósito de
iniciar con él una nueva era gobernada por el Demonio, el verdadero padre del niño (esta posesión satánica es vivida por
Rosemary en un sueño de increíble sensación de realidad).
Como resultado de este estado de ansiedad extrema, Rosemary
pierde el bebé, pero su delirio psicótico le permite "recuperarlo" y aceptarlo, aun cuando sea el hijo del Demonio. En la otra
lectura, no se trata de una psicosis; realmente los vecinos de
Rosemary y Guy son brujos, Guy es sobornado y Rosemary no
pierde el bebé, sino que el mismo le es sustraído para ser cria87
do como el nuevo Mesías (o anti Mesías) de una nueva era. El
film es extremadamente cuidadoso en mantener esta ambigüedad desde el inicio hasta el fin. Cada una de las escenas
permite esta doble lectura.
De esta manera, el racionalismo polanskiano se mantiene
firme: aunque lo que sucede en el film sea perturbador, sobre
todo para espíritus muy supersticiosos, cada cosa podría siempre admitir una explicación perfectamente natural. Polanski
asume, en este punto, exactamente la postura racionalista
antimística y naturalizante, tan criticada por el místico Ingmar
Bergman, en filmes como El rostro (1958), Fanny y Alexander
(1982) y El séptimo sello (1956), entre muchos otros. En estos
filmes de Bergman, son precisamente los espíritus místicos,
visionarios y simples los que se salvan, y los racionalistas (como
el Caballero Block y Polanski) los que se hunden en el infierno
de sus propias dudas, en la perversidad de sus ansias de conocimiento.
Ahora bien, lo que el filósofo Román Polanski tiene para
decirnos acerca de la problemática tomista de Razón y Fe, lo
sabemos, hasta ahora, a través de sus declaraciones para la
prensa. Lo interesante es preguntarse qué es lo que nos dice
su film acerca de esa problemática. Y, sobre todo, si lo que el
film dice es lo que Polanski quiere que diga, si el film mismo
llamado El bebé de Rosemary transmite la idea que Polanski
tiene sobre las relaciones entre Razón y Fe, o, dicho de otra
manera, si el film es una obra agnóstica, como lo es su autor.
El propio director declara que lo que ha pretendido es dejar
todo en la duda irresoluble. Pero si esto es así, ¿no podrá el
elemento demoníaco, despreciado por el agnosticismo de
Polanski, aprovecharse del estado de duda y replantear sus
plenos derechos a la existencia o, al menos, a la plausibilidad?
Se podría preguntar: ¿no es el agnosticismo una postura que
deja abierta la puerta tanto a la Teología cuanto a la
Demonología? El ateísmo sería más cortante y definido. Pero
quien es agnóstico admite que no tiene argumentos en contra
del demonio. Cuando Polanski declara: "Yo no puedo aceptar
al hijo del diablo" dice más que lo que dice su film, en la estricta medida en que la ambigüedad de este último no permitiría
el rechazo abierto y frontal del hijo del diablo, sino tan sólo su
suspensión....hasta que alguna cosa sea probada en favor o en
contra. La frase de Polanski no tiene la ambigüedad de su
film. En su versión demoníaca, no científica, el film podría
88
visualizarse como una prueba imaginante, "logopática", de la
existencia del Diablo. In dubio pro reo, sobre todo cuando se
trata del Reo por antonomasia.
Santo Tomás no estaría, ciertamente, de acuerdo con
Polanski; él cree abiertamente en algo sobrenatural y en la
insuficiencia de las explicaciones racionales, sobre todo en lo
que se refiere al tema del hombre en el mundo, la salvación,
etc. Santo Tomás afirma que la razón no es suficiente para
explicar el mundo, que hay cosas que exceden la capacidad de
comprensión de nuestro entendimiento y que para eso existen
revelaciones no racionales de ciertas verdades básicas, de las
que no podemos tener una comprensión racional. Por eso, Santo
Tomás cree que al lado de la Filosofía racional debe existir
otra ciencia, que trata de las cosas extraordinarias. Pero Tomás está pensando en Dios, no en el Diablo, o sea, en un "buen
sobrenatural", y no en un sobrenatural demoníaco. No obstante
eso, en la reflexión filosófico-teológica medieval también
hubo —como parece inevitable— abundantes reflexiones acerca
del mal, la tentación, el poder del Demonio y, al final de cuentas, una detallada "Demonología", paralela a la Teología y a la
ciencia de los^ángeles y las fuerzas positivas.
Si la fe va a ser examinada o juzgada desde el punto de
vista de la razón, parece indiferente o neutral que se trate
de una fe en un "buen sobrenatural" o en un sobrenatural demoníaco. Los mismos problemas racionales para creer en una
cosa parecen plantearse en el caso de la otra. Continúa desafiando a la razón aquel que dice creer tan sólo en Dios, pero,
ciertamente, no en el Diablo (o viceversa). Quien cree sólo en
uno de ellos (cualquiera que sea), ya plantea un problema para
la racionalidad científica: no necesita creer en los dos. Los brujos del film de Polanski concuerdan, ciertamente, con Santo
Tomás en que existen fenómenos que escapan a nuestro entendimiento racional, y que deben existir otras ciencias capaces
de explicar aquello que la Filosofía racional no explica. Este
paralelismo de creencias es muy bien explotado por el texto de
Ira Levin, en donde el nacimiento del hijo de Satanás es estrictamente semejante al nacimiento del hijo de Dios, con la
ventaja de suprimir uno de los elementos irracionales de este
último: Damián, el hijo del Diablo, no nace de mujer virgen,
sino de un acto sexual consumado, aunque el mismo se parezca
más a una violación que a un acto de amor.
89
La versión "demoníaca" (no científica) de los hechos (la versión tomista negativa o perversa, podríamos decir) es asumida paulatinamente por Rosemary, y proviene de una exuberante multitud de factores concurrentes: Guy consigue el
papel en la pieza por causa de una repentina ceguera del actor
principal, Donald. Este le había entregado a Guy, días antes
de la enfermedad, en forma de broma, una corbata suya. Por
otro lado, su amigo Hutch (Maurice Evans) entra en coma un
día después de haber perdido inexplicablemente un guante.
Por un lado, se sabe que los brujos dicen precisar alguna prenda de la persona para realizar sus brujerías. Por el otro, hay el
hecho de que ni la ceguera del actor ni el coma de Hutch tienen ninguna explicación racional. Ocurren súbitamente, en
personas que estaban perfectamente bien de salud física y
psicológica [en efecto, se muestra a Hutch como un viejo
bienhumorado y optimista, y es de pensar —aunque nunca
aparece— que Donald se sintiese muy feliz por haber ganado
el papel principal de la pieza]. Cuando Hutch llama por teléfono a Rosemary, para combinar un encuentro al día siguiente
(y contarle acerca de los brujos), Guy se queda escuchando
la conversación, luego pregunta dónde es el encuentro y en
seguida inventa un pretexto ("¿No es gracioso? Tú estás embarazada y soy yo quien tiene antojos") para salir del departamento apresuradamente. Al día siguiente, Hutch entra
en coma.
Continuemos: es un hecho que los viejecitos vecinos, Minnie
y Román, se preocupan de manera inusitadamente insistente
y protectora por la salud y el bienestar de Rosemary, de una
manera nada normal (después de todo, son tan sólo vecinos),
lo que parecería pedir alguna explicación adicional. Casi no la
dejan un minuto sola, la hacen cambiar de obstetra y se ocupan ansiosamente de su alimentación preparto, alimentación
que comienza a producirle a Rosemary problemas orgánicos
(dolores agudos) que el nuevo médico minimiza. Cuando
Rosemary se queda sola con un grupo de amigas que ya tuvieron hijos, todas ellas (que pertenecen al mundo "real" y científico de Polanski, y no al mundo brujeril de Minni y Román) se
horrorizan ante la palidez y debilidad de Rosemary, le dicen
que esas reacciones son totalmente anormales, que ninguna
de ellas sintió nada parecido en sus propios embarazos y que
ese médico de ella es un sádico perverso. Cuando Rosemary
deja de beber los brebajes de Minnie, el dolor desaparece. To90
dos esos son hechos, un aplastante número de "coincidencias",
¡si vamos a insistir aún en una lectura puramente científica
de la cuestión!
Respecto de Guy, aunque la versión científica acentúa que
todo el conflicto de Rosemary provendría de un desajuste con
su marido, él es presentado como una persona afable, de buen
humor y atenta, muy cariñoso con su mujer, que no deja que el
naciente éxito profesional lo aleje de ella. Claro que siempre
se podrá decir, desde el punto de vista psicoanalítico, que, en
el fondo, inconscientemente, ella lo odiaba y envidiaba, pero,
en todo caso, aun concediendo eso, sus problemas de relación
con Guy no parecen ser tan graves como para crear un cuadro
de delirio psicótico de tan extrema negación de la realidad. A
lo máximo, podría crearle una fuerte neurosis. La alteración
emocional, en realidad, proviene de la aguda preocupación de
estar siendo afectada por la dieta de dos fanáticos religiosos
(en una cena en la casa de los Castevets, Román ha hablado
ostensiblemente mal del Papa), y de estar, por consiguiente,
en riesgo de perder al hijo que tanto anhela, preocupaciones
que parecen totalmente plausibles. Por otro lado, se podría
decir que Rosemary inventa en su imaginación enfermiza el
distanciamiento afectivo de Guy, pero es un hecho que el marido tiene un comportamiento profundamente anti-ético con
ella, al poseerla durante la noche en que ella está enferma,
prácticamente desmayada. Ella musita, al día siguiente: "Podrías haber esperado a esta noche, o a otro día más adecuado".
El dice que no pudo resistir, que él también estaba un poco
embriagado.
En esa noche, ella se sintió mareada y enferma antes de ir a
la cama. ¿Por qué la explicación "natural" del malestar habría
de ser, necesariamente, "mezcla de bebidas alcohólicas", que
es el diagnóstico de Guy a la mañana siguiente? Después de
todo, también es un hecho que ella ha comido en la cena una
mousse de chocolate preparada por Minnie. [Hay un atenuante, en favor de la versión científica: ella no come ni la mitad de
la mousse, porque siente "un gusto de tiza" en ella, y acaba
tirándola sin acabarla. Y Guy, por su parte, come toda la suya
sin sentir ninguna reacción. Sin embargo, se puede pensar que
sólo una de las mousses tenía el veneno, o que, por otro lado,
también Guy se sintió afectado por el postre, ya que admite, al
día siguiente, que él también estaba "un poco embriagado" (¿por
qué lo sería por la mezcla de bebidas, y no por la mousse?).]
91
Por otro lado, ninguna de estas actitudes lleva a pensar que
Rosemary crea aún fervientemente en la existencia del Demonio. Percibe, sí, que está rodeada de personas que creen en él,
y que podrían llegar a hacer atrocidades en nombre de tales
creencias, y siente un miedo perfectamente justificado hacia
eso. Sin duda, la versión científica insistiría en apuntar en los
hechos mencionados la presencia de "meras coincidencias", que
siempre pueden recibir "una explicación natural". Es claro:
¡todo puede recibir "una explicación natural"! Pero es realmente
llamativo que, por ejemplo, Hutch entre en coma pocas horas
antes de encontrarse con Rosemary para contarle algo importante acerca de los brujos, que Donald se quede ciego precisamente cuando Guy había perdido ya las esperanzas de ganar
el papel principal, etc.,etc. Todo puede ser coincidencia, pero
¿hasta cuándo? Es decir: ante el cúmulo de hechos ¿no se transforma en irracional la explicación basada en "meras coincidencias"? ¿Cuál es el límite racional de estas explicaciones
"racionales"? Por otro lado, Rosemary nunca se pierde completamente en su delirio. En todo momento conserva la lucidez, y en un momento le dice al doctor Hill que ella se da
perfecta cuenta de que su versión de los hechos "parece una
locura".
Polanski presenta las cosas como si él hubiera "elegido" hacer
el film de manera ambigua. Pero el Cine, en su propio lenguaje, posee una ambigüedad inevitable, y esa ambigüedad persistiría aun cuando algún director se propusiera, digamos,
hacer "Cine científico", depurando la imagen de toda ambigüedad. La ambigüedad está vinculada con lo que se puede
llamar la impositividad de la imagen: lo que está allí, lo que se
muestra, es, de alguna manera, absoluto, no se puede dudar
de ello. Así, si se muestran dos cosas contrarias, ambas tendrán que ser admitidas, lo que provocará la ambigüedad. No
hay ningún recurso interno a la imagen que sirva para "desempatar" lo que ocurre en la pantalla, en favor de la versión
científica. Habrá que introducir siempre ese criterio "desde
afuera". ¿Cómo podemos saber, por ejemplo, que lo que
Rosemary ve al final del film "es una alucinación"? Lo que ella
ve en ese momento —una reunión de brujos alrededor del hijo
del Demonio— no se diferencia de lo que ella ha visto antes,
en otros momentos del film, en el consultorio del doctor Hill o
en su propia casa. ¿Cómo saber que lo anterior pertenecía a
"la realidad" y lo que ahora ve es "alucinación"?
92
Esta esencial inestabilidad del registro cinematográfico
muestra precisamente el tipo de tesis sobre la realidad que el
Cine es capaz de sostener. El Cine es de naturaleza
aluci-natoria, y es eso lo que dificulta la diferenciación, en un
film, entre un plano "real" y un plano "alucinatorio". Dentro
de un film, todo existe en la medida en que aparece, y de una
manera más radical que en las "fenomenologías" filosóficas
surgidas en la historia de la Filosofía. No hay en la textura
de un film, en sus imágenes desnudas, ningún ámbito
"neutral", ningún lugar en el que se pueda poner el dedo y
decir: "Aquí está la verdad". El Cine no muestra, simplemente,
sino que consiste en su mostrar. Y todo lo que es mostrado en
la pantalla se impone, está ahí. El Cine no ofrece recursos
para diferenciar lo real de lo alucinatorio, que no puedan ser
nuevamente re-capitalizados por lo alucinatorio: no se sabe si
lo que Rosemary vive al final del film es "real" o...una nueva
alucinación: sabemos que es una imagen, del mismo valor que
todas las imágenes anteriores. En el momento de la
posesión satánica, Rosemary esclama: "Esto no es un sueño.
¡Está ocurriendo real-mentel" Pero ésta es una frase usual en
nuestros sueños. El propio sueño se autoafianza, se
defiende en su textura alucinatoria, atrae a la realidad para
que ésta lo sostenga. El Cine es del mismo orden que el sueño:
así como podemos decir en sueños "Esto es un sueño" sin dejar
de soñar, así los personajes de un film pueden decir
quinientas veces "Esto es un film" s¿n que todo lo que digan
deje de formar parte del film. (Quien se ha aprovechado
exhaustivamente de este carácter "pleno" y sin hiatos de la
imagen, es David Cronenberg, en Naked lunch, por ejemplo).
Pero, precisamente, lo que parece filosóficamente interesante
es que el Cine mantenga esto en la ambigüedad, o sea, en el
vaivén entre lo natural y lo sobrenatural, sin una solución
racionalista o irracionalista, "natural" o "sobrenatural".
Rosemary "supone" que Guy entregó a su bebé a los brujos,
"supone" que el Doctor Hill termina traicionándola, "supone"
que sus vecinos son brujos, etc., pero ella no "supone" —al final del film— que su hijo es el hijo del Demonio; ella "ve" eso
(lo nota por los extraños ojos del niño, porque la pequeña cuna
está allí, en medio de una reunión de brujos en la que está
presente el propio Guy, etc.). Claro que todo "parece un sueño"
(por ejemplo, las paredes y divisorias parecen tenues, y
Rosemary casi pasa a través de ellas; cuando entra en la sala,
se dirige al señor Castavets, que le ha dicho que saldría de
93
viaje por mucho tiempo: "Cállate, tú estás en Dubrovnik. No te
escucho", como si tuviera ella la capacidad de manejar esas
figuras como marionetas, tal como acontece en los sueños).
El Cine sustenta lo demoníaco por el puro poder de la imagen, sin dar ninguna referencia externa a ella —una referencia "racional" asumida de antemano—, convenciendo al espectador de que realmente, en algún sentido, debe creer en todo lo
que está viendo, como si su haber-sido-filmado le proporcionase una especie de legitimidad insoslayable. Esta es, al menos,
su pretensión impositiva, como fue explicado en el estudio preliminar. Santo Tomás resalta que, como refuerzo de la impotente razón humana, se necesita de imágenes para apuntalar
la fe en algo suprarracional, y da el ejemplo de la paloma, forma que el Espíritu Santo adopta para manifestarse y decirles
a los hombres que Cristo es el hijo bienamado de Dios. El Cine
proporciona imágenes de este tipo, pero, contra lo que Santo
Tomás pretendía, a través de ellas se hace presente tanto el
Espíritu Santo como el Espíritu Maldito; no hay ningún selector
de canal que impida que los objetos de fe, tanto los benditos
como los malditos, entren todos juntos una vez que la puerta
ha sido entreabierta. El film de Polanski se opone, por el poder
de sus imágenes, tanto a Santo Tomás como al propio Polanski,
sosteniendo la posibilidad de lo demoníaco, contra el prejuicio
del primero acerca de lo sobrenatural (consistente en pensar que
lo sobrenatural sólo puede ser bueno), y contra el cientificismo
del segundo, que negaría todo sobrenatural (santo o demoníaco)
al mantenerlo en la duda y la ambigüedad.
En esta línea de raciocinio, hay un tremendo error conceptual en la intención de Polanski de no querer mostrar al hijo del
diablo, al final del film, para no tener que "ceder a lo sobrenatural", como si mostrarlo tuviese necesariamente que manifestar
una condescendencia hacia el indeseado demonismo de Ira
Levin. Polanski no percibe que, aun mostrando claramente al
monstruo, la ambigüedad de la imagen persistiría, y, lo que es
más importante, que aun no mostrándolo, la realidad del demonio no es con eso descartada. La imagen fílmica domina también sobre aquello que no muestra.
Para la versión demoníaca (no científica) del film, no deja
de ser importante que el film termine con las imágenes de la
reunión de brujos en torno del hijo del Diablo. De alguna manera, el final opta por lo fantástico, como mostrando (contra
Polanski) que, "al final" aquello no era tan sólo imaginación
94
de Rosemary, sino que realmente ha ocurrido. Existen recursos cinematográficos —fáciles, tradicionales— para distinguir
realidad de alucinación. Se podría hacer, por ejemplo, que
Rosemary observara a los brujos, mientras otra persona allí
presente no consiguiera verlos (como ocurre, por ejemplo, en
El séptimo sello, donde sólo el juglar y el Caballero Block ven
a la Muerte frente al tablero de ajedrez, pero las otras personas no la ven). Polanski no utiliza estas técnicas. ¿Por qué?
Evidentemente, porque sabe que el Diablo no puede ser descartado. Y es con El con quien, finalmente, concluye la historia, y donde los personajes son abandonados. Todo el film ha
sido una convivencia entre cotidianidad vulgar y revelaciones
extraordinarias, pero es lo extraordinario lo que finalmente
prevalece.
Los filmes religiosos de Bergman tratan de demostrar la
tesis de la insuficiencia de la Razón en la lucha del hombre
por sostenerse en el mundo. El film de Polanski muestra, al
final, en el momento en que Rosemary acepta, al fin de cuentas, ser madre del Demonio, que aun un apoyo demoníaco es
mejor que absolutamente ningún apoyo. En cierta manera,
Rosemary tiene más éxito que el Caballero Block de El séptimo sello: en cuanto éste encuentra tan sólo la nada (la Muerte), Rosemary encuentra, a su manera, la vida ("el comienzo
de una nueva era", la vida redefinida sobre nuevas bases, aunque sean demoníacas). Rosemary debe respirar aliviada al
saber que, después de todo, su hijo no ha muerto en el parto, y
que goza de buena salud.
Es notable que exista un género cinematográfico (los llamados "filmes de terror") en el que está incluida una vasta
Demonología, filmes que tratan acerca de posesiones satánicas,
de la intervención del Diablo en el mundo, de su terrible poder
desagregador y su infinita posibilidad de mandar soberanamente en los asuntos humanos, un Cine que muestra generosamente las fuerzas sobrenaturales guiadas por el Mal, lo
que puede llamarse, no sin blasfemia, una "Providencia
Satánica", sombría providencia que parece funcionar regularmente y a satisfacción en nuestro pobre mundo. No existe, en
cambio, una filmografía sobre Providencia Divina. Filmes sobre la Gracia (por ejemplo, los de Robert Bresson como Au
hazard Balthazar, (1962) ), o sobre la providencia divina, o
sobre la redención (como The devil at four o'clock (1961), de
Mervyn LeRoy, o Three godfathers (1948), de John Ford) son
95
realizados específicamente por directores católicos, filántropos
y optimistas, pero siempre como filmes personales y
marcadamente atípicos. ¿Por qué esa asimetría? ¿Por qué un
género cinematográfico se ha consagrado a una temática
demoníaca y no lo ha hecho igualmente con la divina? ¿Es lo
demoníaco más atractivo cinematográficamente que lo divino? ¿Es más creíble la providencia demoníaca que la divina?
(¿Es el propio Cine obra del Demonio?)
Parecería que todas las dudas vinculadas con una presencia divina en el mundo (las dudas del caballero Antonius Block
en El séptimo sello, o del padre Donissan de Sous le soleil de
Satán (1987), de Maurice Pialat, o de la monja del filmNun's
story (1959), de Fred Zinemann) cesan cuando se trata de constatar la perturbadora pero indubitable presencia de Satanás
en él, como si ésta fuese mucho más lamentablemente cierta
que aquélla, tan esperada y tan esquiva. ¿Tienen las personas, a pesar de todo, más fe en las obras del Demonio que en
las de Dios? ¿Están los hombres impacientes con el persistente y porfiado silencio de Dios, y el Cine refleja fielmente esa
impaciencia? ¿O será, según una interpretación más prosaica,
que el Cine se ha dejado vencer aquí por la exigencia comercial de constituirse en un "espectáculo" y , como tal, el diablo
resulta más atrayente y pintoresco que Dios, al crear más suspenso, más situaciones inesperadas e interesantes? ¿El mal
nos seduce de manera más avasalladora? ¿O será que el así
llamado "mal" revela más profundamente la estructura del
mundo (según la intuición del filósofo Emmanuel Lévinas)?
¿O será que nuestra manera de pensar el bien y la providencia
divina, la gracia y la salvación, es precisamente ésa, a través de
la terrible presencia del Mal, como a través de un exorcismo (como
si nos acordáramos de Dios tan sólo cuando ya estamos poseídos
por su mayor enemigo, y necesitamos urgentemente de Su ayuda)? ¿Se manifiesta Dios más claramente en su lucha contra las
sombras, como si el mal fuera claramente descriptible, y el bien
sólo fuese visualizable cuando nos estamos alejando de él? ¿El
bien sólo puede ser visto siempre sólo entre brumas?
Este parece ser el caso, ya que en las películas llamadas "de
terror" (por ejemplo, filmes como El exorcista (1973), de William
Friedkin), el bien (y Dios) se mantiene en todo momento como
una referencia necesaria, a la que los personajes tienden desesperadamente, como queriendo regresar a un estado de bienestar que, cuando simplemente lo poseían, no conseguían dis96
frutar de manera positiva (tal como afirma Schopenhauer acerca de la felicidad, que la percibimos sólo cuando la hemos perdido). Así, paradójicamente, el Cine parece mostrar expresivamente a Dios a través de los filmes de terror, como un
Padre protector al que acudimos corriendo aterrorizados, cuando el diablo nos pisa los talones. La Providencia Satánica parece, en general, funcionar mejor, pero la intervención divina
acaba casi siempre siendo decisiva.
III
¿Quién fue Tomás de Aquino?
Nació en el castillo de Rocaseca, en Aquino, entre Ñapóles y
Roma, aproximadamente en 1225. Era de familia noble. Tuvo
once hermanos, siete varones y cinco mujeres, siendo él el benjamín de los varones. Casi todos sus hermanos fueron guerreros. En la Edad Media, las familias nobles solían enviar a sus
hijos menores al estado eclesiástico. Así, el pequeño Tomás, de
sólo cinco años, fue enviado al Monasterio de Monte Casino,
en 1230. El padre de Tomás hizo una donación de 30 libras de
oro y de un molino, para costear la educación de su hijo en el
Monasterio. Allí permaneció Tomás durante 9 años, estudiando gramática latina e italiana, música, y adquiriendo su formación religiosa. A causa de ciertos conflictos de uno de los
hermanos de Tomás con el Monasterio, su padre decidió enviarlo a la Universidad de Ñapóles, fundada en 1224, para
que continuase allí sus estudios. En Ñapóles estudió
ardorosamente Filosofía (Lógica y Cosmología), durante cuatro años, entre 1239 y 1243. Pero paralelamente a sus estudios filosóficos, Tomás comenzó a interesarse por la vida religiosa. En la propia Universidad, tuvo oportunidad de tener
contacto con religiosos de una nueva Orden de Predicadores,
fundada por Domingo de Guzmán, que había sido canonizado
en 1234. Los padres de Tomás, que querían que él siguiera
una carrera religiosa, no aprobaban, sin embargo, el ingreso
de su hijo en una orden monástica, para transformarse en un
fraile mendicante. Eso repugnaba a la nobleza de su familia,
que prefería verlo desempeñando funciones eclesiásticas más
vinculadas con el mundo. Sin embargo, Tomás se presentó, al
97
comienzo del año 1244, en la Orden, pidiendo su admisión.
No había avisado a su familia de su decisión. El padre de
Tomás había fallecido meses antes. Tomás tenía 20 años.
Parece que su madre envió a algunos de sus hermanos a
Roma, para que lo llevaran de vuelta a Rocaseca.
Finalmente, Tomás fue enviado a Colonia por la Orden dominicana. Allí estudió con el maestro Alberto de Bollstádt, que
sería después San Alberto Magno. En 1251, Tomás terminó su
carrera y se ordenó de sacerdote, habiendo ganado a través de
los años la admiración de Alberto por su talento y devoción al
estudio. Comenzó inmediatamente a enseñar en Colonia, bajo
la dirección de Alberto. En 1252, fue Bachiller en la cátedra de
extranjeros que la Orden tenía en París. El éxito de Tomás y
de los otros profesores dominicos y franciscanos en sus funciones incitó la animosidad de los maestros seculares, y hubo en
esa época terribles conflictos entre ellos, y varias tentativas
de expulsar a los religiosos de los claustros. En 1256, Tomás
de Aquino fue nombrado profesor de teología en París. Entre
1259 y 1269, vivió en Italia, donde enseñó en varias ciudades.
Fueron los años más fecundos de su vida, tanto en lo que se
refiere a sus comentarios de libros sagrados como a su producción estrictamente filosófica. Sus comentarios a Aristóteles (De
anima, Física, Metafísica, Etica a Nicómaco, entre otras) fueron concluidos en este período, así como la redacción de una
gran parte de la Summa Theologica, que Tomás dictó a tres o
cuatro amanuenses. Parece que tuvo una especie de crisis, en
cierto momento, que lo llevó súbitamente a dejar de escribir,
esta obra, que quedó inconclusa. Algunas fuentes dicen que
Tomás tuvo una especie de visión —en el día de San Nicolás—
de la fatuidad de todo lo que había escrito, a la luz de la Revelación. Se tornó a partir de entonces taciturno y poco productivo, como si hubiera tenido acceso a otra dimensión de su comprensión del mundo.
Durante toda su corta vida, viajó intensamente y desempeñó
muchas misiones intelectuales, tal como organizar el seminario
teológico de los dominicanos (1272). Fue convocado por Gregorio X
para ir al Concilio de Lyon. Tomás inició el largo viaje, ya con su
salud algo quebrantada, y empeoró en los días subsiguientes. Fa
lleció el 7 de marzo de l274, con tan sólo 49 años.
Principales obras: De ente et essentia (1254/56), Summa contragentiles (Libro 1,1259, Libros II-IV, 1261/64), Summa Theo98
lógica (Primera Parte, 1266/68, Segunda Parte, 1268/72),
Ques-tionae disputatae (Entre 1256 y 1272), Questiones
Quodlibeta-les (Entre 1269 y 1272).
IV
Textos tomistas
Texto 1 — Es legítimo que, al lado de la Filosofía racional,
exista otra ciencia, vinculada con la revelación divina, o sea,
con la fe.
"Fue necesario para la salvación del género humano que,
aparte de las disciplinas filosóficas, campo de investigación de
la razón humana, hubiese alguna doctrina fundada en la
revelación divina. En primer lugar, porque el hombre está ordenado a Dios como a un fin que excede la capacidad de comprensión de nuestro entendimiento, como se dice en Isaías:
Fuera de ti, ¡oh,Dios!, no vio el ojo lo que preparaste para los
que te aman. Ahora bien, los hombres que han de ordenar sus
actos e intenciones a un fin deben reconocerlo. Por tanto, para
salvarse necesitó el hombre que se le diesen a conocer por revelación divina algunas verdades que exceden la capacidad de
la razón humana. (...) Por consiguiente, fue necesario que,
aparte de las disciplinas filosóficas, en cuya investigación se
ejercita el entendimiento, hubiese una doctrina sagrada conocida por revelación.(...)"(Tomás de Aquino, Summa Theologica,
Parte I, Cuestión I, Artículo I).
Texto 2 — Las dudas acerca de objetos de fe no provienen de
éstos, sino de las limitaciones de nuestro entendimiento.
"No hay inconveniente en que lo que es más cierto por su
naturaleza, lo sea menos respecto a nosotros, debido a la flaqueza de nuestro entendimiento, que, como dice el Filósofo, se
comporta, a la vista de las cosas más claras de la naturaleza,
como el ojo de la lechuza frente a los rayos del sol; y de aquí
que las dudas que ocurren acerca de algunos artículos de fe no
son debidas a la incertidumbre del objeto, sino a la debilidad
del entendimiento humano. Y esto no obstante, el escaso conocimiento que podemos alcanzar de cosas tan altas es más
de desear que el conocimiento indudable que tenemos de las
99
cosas ínfimas, como asimismo dice Aristóteles"(/dem,
Artículo V).
Texto 3 — En qué medida se usan argumentos en las cuestiones de fe.
"Así como las otras ciencias no argumentan para demostrar
sus principios, sino que, basadas en ellos, discurren para demostrar otras verdades que hay en ellas, así tampoco ésta
emplea argumentos para demostrar los suyos, que son los artículos de fe, sino que, partiendo de ellos, procede a demostrar
otras cosas, como lo hace el Apóstol, el cual, apoyado en la
resurrección de Cristo, discurre para probar la resurrección
de todos nosotros. (...) Así, pues, como la ciencia sagrada no
tiene una superior a ella, discute también con quienes niegan
sus principios; y si el adversario admite algo de la divina revelación, lo hace argumentando; y por eso empleamos la autoridad de la sagrada doctrina para argüir contra los herejes y
utilizamos un artículo de la fe contra los que niegan otro. Claro está que, si el adversario no cree cosa alguna de lo revelado
por Dios, no quedan medios para hacerle ver con razones los
artículos de fe; pero sí los hay para resolver sus objeciones en
caso de que las ponga, porque, asentada como está la fe en la
verdad infalible y siendo imposible demostrar lo que es opuesto a la verdad, es evidente que las pruebas aducidas contra lo
que es de fe no son demostraciones, sino argumentos que tienen solución"(/c/em, Artículo VIII).
Texto 4 — La fe es una forma de conocimiento.
"Por la gracia adquirimos un conocimiento de Dios más perfecto que por la razón natural, y he aquí la prueba. El conocimiento que conseguimos por razón natural requiere dos cosas:
la imagen recibida de los sentidos y la luz natural de la inteligencia, por cuya virtud abstraemos de la imagen el concepto
inteligible. Pues en ambos aspectos mejora el conocimiento
humano por la revelación de la gracia. Cuanto a lo primero,
porque la luz natural del entendimiento se vigoriza con la infusión de la luz gratuita. Cuanto a las imágenes, porque unas
veces forma Dios en la imaginación del hombre representaciones sensibles que expresan las cosas divinas mejor que las
recibidas por vía natural de los sentidos, como se comprueba
en las visiones proféticas, y otras llega a formar cosas sensibles o también palabras para expresar algo divino, como acon100
teció en el bautismo, donde se vio al Espíritu Santo en forma
de paloma y se oyó la voz del Padre: Este es mi hijo amado".
(...) "La fe es un modo de conocimiento, ya que por ella queda la inteligencia determinada a un objeto cognoscible" (ídem,
Parte I, Cuestión XII, ArtículoXIII).
Texto 5 — Todo está ordenado por la providencia divina.
"... es necesario decir que todos los seres están sujetos a la
providencia divina, y no sólo en conjunto, sino también en particular. La razón es porque, como todo agente obra por un fin,
la ordenación de los efectos al fin se extiende hasta donde se
extienda la causalidad del primer agente.(...) la causalidad de
Dios, que es el primer agente, se extiende en absoluto a todos
los seres, y no sólo en cuanto a sus elementos específicos, sino
también en cuanto a sus principios individuales, lo mismo si
son corruptibles como si son incorruptibles, por lo cual todo lo
que de algún modo participa del ser, necesariamente ha de
estar ordenado por Dios a su fin, como dice el Apóstol: Lo que
viene de Dios está ordenado. Si, pues, como hemos dicho, la
providencia es la razón del orden de las cosas al fin, es necesario que, en la misma medida en que las cosas participan del
ser, estén sujetas a la providencia divina"(/dem, Parte I, Cuestión XXII, Artículo II).
101
Ejercicio 4
Bacon, Steven Spielberg
y los filmes-catástrofe
La relación del hombre con la naturaleza
Introducción
En la historia de la Filosofía, la noción de naturaleza ha
sufrido un vuelco fundamental, desde una visión sacralizada
y mitificada, en la cual aparece llena de dioses y de fuerzas
vinculadas mágicamente con el mundo humano, o como el Principio fundamental de donde todo surge, hasta la moderna visión de la naturaleza, guiada por la observación sistemática y
controlada del Método Experimental. De alguna manera, ambas visiones de la naturaleza han introducido en ella un elemento controlador: en el primer caso, porque se la vinculaba
con algún tipo de realidad "moral" humana. La naturaleza
proporcionaba una esencia a ser realizada, un criterio de logro
y de malogro, un punto de referencia a partir del cual se podía
juzgar el éxito de un objeto, incluido el objeto humano. En el
segundo, porque la naturaleza se plegaba, en última instancia, a las leyes de la materia, a pesar de su apariencia múltiple y cambiante.
Las modernas técnicas de manipulación de la naturaleza,
incluyendo plantas y animales, inauguran un nuevo punto
de vista acerca de ella, en el que la naturaleza se regula por
las leyes que los hombres le imponen, a través del control de
102
las regularidades empíricas. Los grandes éxitos del Método
Experimental nos convencen de que la naturaleza responde a
nuestros interrogantes, se acomoda a nuestras legalidades, y
satisface en gran medida las expectativas planteadas por nuestras hipótesis. Aquí se rompe todo vínculo con un plano moral
o antropomórfico. Pero, de todas formas, el elemento
controla-dor de la naturaleza se renueva, se replantea ahora
sobre bases científicas. Lo que antes los dioses conseguían,
ahora lo consigue la ciencia: reglar nuestras relaciones con la
naturaleza, disminuyendo su potencial amenazador.
II
Tiburón (Jaws, EE.UU., 1975) y Parque de los dinosaurios,
(Jurassic Park, EE.UU., 1993), de Steven Spielberg. Los
terribles derechos de los animales ofendidos. Informe sobre
catástrofes.
El Cine ha mostrado a la naturaleza de las maneras más
variadas y osadas, más complicadoras y tremendas. Pero ella
ha sido vista también, y sobre todo, bajo su aspecto controlado, manso y estético, como en los filmes sublimados de James
Ivory, o en la insoportablemente bella Barry Lyndon (1975),
de Stanley Kubrick, o en la más reciente And the river runs
through it (1994), de Robert Redford. Esta naturaleza
este-tizada, siempre presente en los filmes "bonitos" (sería
imposible imaginar, por ejemplo, a la princesita Sissy fuera
del ámbito de un parque intensamente verde, lleno de
pajarillos y ardillitas) contrasta con la naturaleza violenta,
reivindicativa, ofendida y ofensiva, aquella que descarga su
fuerza colosal en los que la ignoran o malinterpretan, tal como
es mostrada por el Cine-catástrofe, obras que muestran el
descontrol de la naturaleza, el fracaso de las leyes
científicas y la vuelta compulsiva e inesperada a algún tipo
de terror religioso: la naturaleza como problema. No ya como
principio cobijante o como vinculada con nuestros deseos o
nuestras hipótesis científicas. La naturaleza, que parece
definirnos de una manera tan íntima y tranquilizadora,
acaba paradójicamente transformándose en una fuerza
extraña y hostil.
Los intelectuales han visto sistemáticamente al Cine de
Steven Spielberg como "superficial", "sensiblero" y "comercial".
103
Pero aun cuando esas apreciaciones fueran ciertas, no se le
despojaría con eso de su carácter filosófico, que es lo único que
aquí interesa. (Recordemos que el concepto-imagen no es una
categoría estética.) Sí, las películas de Spielberg son leves. Pero
son también supremas desde el punto de vista visual, por su
extraordinaria concepción de la imagen y por la portentosa capacidad de afectar al ojo humano con lo que parecía infumable,
incaptable, imposible de concebir. Esa visión de lo Extraordinario está plasmada en la famosa saga de Indiana Jones y
sobre todo en aquella memorable escena de Los cazadores del
arca perdida (1981), en la cual Indiana cae por un lado del
carruaje que corre a toda velocidad, se aferra al eje inferior y
regresa al carruaje por el lado opuesto. Esto me parece el símbolo apretado de todo lo que este filósofo "superficial" ha dicho
acerca del mundo a través de sus conceptos visuales: la irrupción de lo imposible en medio de la cotidianidad, y de un imposible que, a pesar de todo, es realizado por un ser humano que
se eleva por encima de su naturaleza.
En lo que dicen-muestran las películas de Spielberg —y especialmente las dos que nos ocupan— se puede ver a este director como uno de los que mejor ha planteado el conflicto entre la naturaleza-principio y la naturaleza controlada por el
método científico, con una clara preferencia por la primera y
una crítica abierta a la segunda. En este sentido, el filósofo
Spielberg podría ser visto, si no como un auténtico jónico, al
menos como alguien preocupado por mostrar las insospechadas y trágicas consecuencias del olvido de la naturaleza como
principio de todas las cosas, contra la naturaleza entendida,
en la línea de Bacon, única y exclusivamente como objeto de
tecnología avanzada y de explotación tecnoeconómica.
Como lo veremos en el próximo Ejercicio (sobre Descartes y
la Duda radical), el conocimiento puede entenderse como una
forma de devorar. Cuando aplicamos nuestras categorías al
mundo, en cierto sentido queremos comerlo, incorporarlo a
nuestro soma, digerirlo. (Se usan frecuentemente metáforas
digestivas en la teoría del conocimiento, como cuando se habla
de "digerir un texto" o de un texto "indigesto", etc.) El cine de
Spielberg muestra cómo podemos ser digeridos por la naturaleza sin que seamos conocidos por ella; al contrario, siendo
tratados como absolutamente "cualesquiera". La naturaleza
puede devorarnos sin conocernos, de manera anónima e impersonal (como el niño devorado por el "tiburón asesino", así
104
llamado tan sólo por injustificada licencia expresiva, totalmente
antropomórfica). En vez de mostrar al hombre como sujeto (de
conocimiento, de control) se lo muestra como objeto menesteroso, como algo sometido a un proceso que le supera y
desenvuelve, que le transforma en otra cosa (en alimento, en
residuo) sin la menor aceptación de su parte. El tiburón tiene
la irritante cualidad de ser una fuerza que no nos pregunta
nada, que aparece para simplemente devorar y desaparecer
hasta la próxima víctima (es definido por el pequeño Hooper
(Richard Dreyfuss) como "una máquina de devorar y de hacer
nuevos tiburones"), una fuerza que ignora olímpicamente todos nuestros valores, la importancia de nuestros sentimientos
más caros, y la solemne impostura de nuestra Cultura Superior. Somos de nuevo nivelados por la naturaleza, a pesar de
siglos de civilización, elegidos por ella para la destrucción sin
que podamos hacer nada, a pesar de todos nuestros aparentes
progresos espirituales.
La llamada "lucha contra la naturaleza" no sigue la lógica sujeto-objeto, como si la naturaleza fuese una fuerza totalmente exterior y objetiva, contra la que luchamos de
manera frontal y nítida. En todas las obras de Spielberg (al
menos en las obras del que llamo su Cine Animal) el conflicto con la naturaleza está mediatizado estrictamente por
los dramas humanos, y viceversa, naturaleza y humanidad
son proyectados uno en otro de maneras complejas. El conflicto con la naturaleza es, inevitablemente, conflicto de los
hombres consigo mismos, el "tiburón asesino", en verdad,
puede verse como una prolongación monstruosa de todo lo
que no funciona bien en las relaciones humanas de la pequeña población en donde se desarrolla la acción. El tiburón pone en funcionamiento los conflictos que ya estaban
presentes sin él: la protección de la naturaleza, el interés
turístico, el conflicto de valores, la solidaridad, el falso coraje. Tal vez el tiburón muestra cómo, a través de la naturaleza (concebida como objeto de explotación sin restricciones), los hombres pueden llegar a devorarse a sí mismos, o
a ser devorados por su propia ignorancia, o por sus propios
conocimientos, cuando son desmedidos e imprudentes. La
simbólica spielbergiana ha mostrado esto claramente en las
dos películas que nos ocupan, y en las cuales la naturaleza
(el tiburón, los dinosaurios) siempre devora al escéptico, al
autosuficiente, al hombre seguro de sí mismo, al deportista
frivolo, al baconiano explotador de la naturaleza.
105
El interés filosófico del cine de Spielberg es lo que él dice
acerca de la naturaleza en esa doble dimensión de "principio"
(como en los "físicos" griegos) y de "objeto manipulable" (como
en Bacon), naturaleza simbolizada principalmente por animales que se vuelven salvaje e inconteniblemente contra el animal humano. Algunos de los principales filmes de Spielberg
son filmes de animales, pero no de "monstruos", como podría
parecer. (Cuando la niña de Jurassic Park grita: "¡Cuidado!
¡Van a atraer al monstruol", el doctor Alan Grant (Sam Neill),
especialista en excavaciones arqueológicas replica: "No es un
monstruo, es un animal".) EnJaws, el oceanógrafo Hooper dice,
maravillado, que el llamado "tiburón asesino" es, en verdad,
una máquina maravillosa, un milagro biológico, una especie
de portento. Son científicos que aún no se han dejado
"baconizar" totalmente, que todavía consiguen maravillarse
delante de aquello que a otros causa horror o simple curiosidad de coleccionista. El jefe de Policía Brody (Roy Scheider),
aunque no posee los conocimientos técnicos de Hooper, mantiene siempre una actitud humilde y temerosa, de respeto hacia el tiburón-naturaleza.
En realidad, el tema fundamental de toda la obra filosófica
de Spielberg es el problema del Otro, y las dificultades para
reconocerlo como Otro (la lección que los niños de E. T. enseñan a los adultos). En el caso de los filmes que estamos comentando, el Otro es, al menos explícitamente, una fuerza de
la naturaleza, pero que propicia una reflexión acerca de la
"otredad" (el hecho de ser otro) del otro. La "monstruosidad"
del tiburón (así como la del extraterrestre de E.T.) no es real
ni dada objetivamente, sino construida como un efecto
distorsionante de una particular visión del mundo, que transforma a lo Otro (a lo que no se entiende, a lo que no puede ser
asimilado) en "monstruoso". El tema del Otro está también
tematizado por Spielberg en Encuentros cercanos del tercer
tipo, y también en sus filmes más específicamente dedicados a
animales humanos —como El color púrpura, El Imperio del
sol y La lista de Schindler—, sólo que, en estos casos, la "otredad
del Otro" no está representada por animales grandes y feroces, sino por negros, enemigos bélicos o judíos. Se podría generalizar la frase del doctor Grant en Jurassic Park y decir: "No
es un monstruo, es un negro", "No es un monstruo, es un judío"
(¿Pero también: "No es un monstruo, es un nazi"? ¿Hay límites
para la tolerancia hacia la "otredad del Otro"? En última instancia: "¿No es un monstruo, es un ser humano"?)
106
En este sentido, el cine de Spielberg no tiene nada de estrictamente "humanista", precisamente porque en él los humanos se muestran como un tipo particular de animal, con una
determinada relación con la naturaleza, como un bicho entre
bichos. Nada de demasiado excepcional, y lo que es excepcional no es bueno. El tiburón acaba siendo muerto, pero los
dinosaurios no, ellos consiguen expulsar a los humanos del
parque, como los pájaros de Hitchcock expulsan a los habitantes de Bodega Bay. Se trata de eventualidades, de luchas entre grandes animales: unos ganan, otros pierden. El animal
humano gana algunas luchas, pierde otras. En el Cine de
Spielberg no hay ningún humanismo triunfante, y tal vez eso
haya sido la explicación subliminar de su condición de rechazado y de maldito en su propio país, al menos hasta su exitosa
La lista de Schindler, que esboza, por primera vez, un humanismo rengo que no convence a quien conoce su obra profundamente.
Hace falta tener la perversidad imaginativa de un niño (sobre todo, la de un niño pequeño) para darse cuenta de que el
tiburón de Jaws no es,verdaderamente, un tiburón (así como
los pájaros de Hitchcock no son realmente pájaros). Creo que
los niños perciben intuitivamente, de inmediato, que el tiburón de la película no es un tiburón, en tanto que los adultos
piensan que sí, que es un tiburón, y la prueba es que los adultos se asustan del tiburón, mientras los niños se ríen y gozan
y se asustan como parte de un juego. Sobre todo, se interesan
por la sangre de las víctimas y adoran ponerse nerviosos y ver
cuerpos descuartizados. La fuerza descomunal de una naturaleza herida y no respetada podría haber sido representada
por cualquier otro bicho, y sería igual. El tiburón es, simplemente esa naturaleza con la que el hombre se complace en
jugar peligrosamente, naturaleza que acaba vengándose
sangrientamente, pero con una sangre al fin de cuentas inocente, mucho más inocente que la del agresor.
El tiburón es, finalmente, destruido, pero no de cualquier
manera. Por ejemplo, la manera del arrogante Quint no es la
adecuada. Quint es devorado. Spielberg parece decir: ésa no
es la actitud acertada. Quint es la representación del concepto-imagen de "la soberbia autosuficiente delante de la naturaleza". Esto es condenado en el texto de Spielberg. La naturaleza se burla de ese tipo de actitud. Alguien podría decir: Quint
podría haber matado al tiburón, así como mató a muchos otros
107
antes. Pero Quint admite, en cierto momento, que nunca antes vio un tiburón tan grande. Es como si la naturaleza esperase su momento, enviase un emisario mayor y mejor para
acabar con algunas amenazas especialmente peligrosas. Quint
es, ciertamente, una especie de monstruo, con su casa literalmente adornada por quijadas de tiburones. Es un peligro que
debe ser eliminado, y que la naturaleza elimina utilizando un
tiburón más grande que los habituales, que los que Quint ya
mató. Claro que Quint podría haber matado al tiburón, pero
un filósofo elige sus tesis, sus personajes dramáticos, sus vehículos ideológicos, y este Quint derrotado dice algo de filosóficamente universal, representa una actitud posible ante la
naturaleza, y es esa actitud —y no, estrictamente, Quint— lo
que está siendo rechazado a través de los argumentos visuales de Spielberg.
Hay que abandonar, pues, la idea de que lo que sucede en
un film es contingente, como si fuera un "pedazo de la realidad". Lo que sucede en la realidad es contingente, pero no su
imagen cinematográfica. La imagen es tan selectiva y tendenciosa como la idea, como cualquier otra presentación de conceptos. Este Quint de Spielberg no podría haber matado al
tiburón; su actitud estaba condenada de antemano, porque él
no es una persona real, sino un particular que apunta hacia
un concepto, hacia un universal.
Otro concepto-imagen presente en el film es "Actitud de respeto y temor delante de la naturaleza, sin exclusión de las
metodologías científicas". Esto está representado por Hooper
y Brody en Jaws. Es significativo que no exista en los filmes
de Spielberg ningún personaje que represente el pleno rechazo de la Ciencia o la Tecnología (sin las cuales, sea dicho de
paso, el propio Cine de Spielberg sería inimaginable). La Ciencia es siempre aceptada como un procedimiento racional plausible. Pero la perspicacia elemental, el sentido común, y las
pequeñas cualidades humanas continúan siendo indispensables. Finalmente, Brody destruye al tiburón metiendo un explosivo en su boca y dándole un tiro después, un tiro certero,
esperanzado, un tiro de rifle, una arma común, anticuada, no
electrónica, no automática, pero inteligentemente usada. La
universalidad de las tesis de Spielberg sobre la naturaleza debe
buscarse en estos conceptos-imagen. El filósofo parece decir:
nada en contra de la Ciencia. Pero ella debe aún aprender a
convivir con lo Extraordinario, con el rayo que desactiva brus108
camente nuestros ordenadores. Recordar que somos animales
y que otros animales nos amenazan aún en formas totalmente
primitivas. Que la Ciencia del control total de la naturaleza
deponga un poco de su arrogancia desmedida, sin que la racionalidad deba ser por eso disminuida.
Así, en las películas de Spielberg hay dos clases de científicos; unos son científicos de la naturaleza-principio, filósofos
que representan el ideario del propio Spielberg: el doctor Ian
Malcolm (Jeff Goldblun), y los paleontólogos Grant y la doctora Sattler (Laura Dern) de Jurassic Park, el oceanógrafo
Hooper de Jaws, el doctor Lacombe (Francois Truffaut) de
Encuentros cercanos del tercer tipo, y hasta el propio Indiana
Jones (Harrison Ford), de la serie iniciada con Los cazadores
del arca perdida, que también es un profesor (¡aunque muy
poco académico!). Ellos respetan a la naturaleza y sienten una
curiosidad no manipulativa (una actitud "presocrática") hacia
ella. Los otros son, en cambio, los científicos de la
naturaleza-objeto, los baconianos rigurosos, los dispuestos a
"torturar a la naturaleza para arrancarle sus secretos", según
una expresión del propio Bacon. Esos científicos son, por
ejemplo,
el
millonario
John
Hammond
(Richard
Attenborough) de Jurassic Park, los que capturan al
extraterrestre para someterlo a tests científicos en E. T.,
preocupados por el máximo avance de las posibilidades
científicas, hasta el límite de su creatividad, o bien con la
explotación económica de la cuestión. También los
empresarios de la naturaleza, los que se interesan por animales o playas o extraterrestres tan sólo desde el punto de vista
comercial (Donald, el abogado de Jurassic Park, el gobernador de Jaws, Mr. Vaughn (Murray Hamilton)). Y también están los "deportistas", que desprecian a la naturaleza a su manera (el autosuficiente y vanidoso cazador de tiburones de
Jaws, Quint (Robert Shaw)). A todos éstos, Spielberg, en general, los hace morir devorados por los animales del film, en
una actitud típicamente infantil: imaginar que nuestros enemigos mueren de maneras horrorosas. Casi siempre quien desprecia a la naturaleza acaba siendo devorado por ella, completamente superado por su fuerza, mientras "los buenos científicos"
se salvan, aquellos que aún son capaces de adoptar alguna actitud de sacralidad y de respeto frente a la naturaleza.
Vale la pena recordar el encuentro de estos dos tipos de actitudes ante la naturaleza, en Jurassic Park. Cuando es informado de que los dinosaurios criados en la isla de Hammond
109
son solamente hembras, para impedir la reproducción
descontrolada, el doctor Malcolm comenta: "John, ese tipo de
control es imposible. La teoría de la evolución nos enseñó que
la vida no puede ser contenida. La vida se libera, cruza fronteras, rompe barreras. Dolorosa o peligrosamente, mas es así.
La vida siempre encuentra un medio". Y más tarde, durante el
almuerzo en el que el abogado y Hammond planean alegre y
despreocupadamente la explotación comercial del Parque,
Malcolm insiste: "La falta de humildad delante de la naturaleza que percibo aquí, me deja chocado. ¿No ve el peligro intrínseco de lo que está haciendo? Usa el poder de la Genética
como un hijo usaría el revólver del padre. No precisó de disciplina para obtener ese poder científico. Simplemente leyó lo
que otros escribieron y dio el paso inicial. No adquirió el conocimiento, por tanto, no se considera responsable. Se apoyó en
los hombros de genios para hacer alguna cosa rápida. Antes
de saber de qué se trataba, le puso una patente, lo envolvió en
una merendera de plástico, y ahora lo está vendiendo. Sólo les
preocupó si podían hacerlo, no si debían hacerlo. Los
dinosaurios tuvieron su chance, la naturaleza los eligió para
extinción". Y el doctor Hammond responde: "No entiendo esa
actitud, especialmente por parte de un científico. ¿ Cómo podemos dejar de actuar delante de un descubrimiento?" A lo que
Malcolm responde: "Son actos violentos, que hieren lo que explotan. Los descubrimientos violan el mundo natural". El doctor Grant refuerza: "Dinosaurios y hombres, dos especies separadas por 65 millones de años de evolución, de repente viviendo juntos. ¿ Cómo tener la menor idea de lo que podemos esperar?"
Tanto Jaws como, especialmente, Jurassic Park hacen
sentir fuertemente que, a pesar de los ordenadores y de la
alta tecnología, los humanos estamos siempre prontos para
caer, de un segundo para otro, en una situación absolutamente primaria de pura sobrevivencia, en donde no nos
valen de nada nuestras artimañas tecnológicas ni nuestras
sutilezas intelectuales, sino nuestra astucia más primitiva, la velocidad de nuestras piernas y la argucia de nuestra
inteligencia práctica.
Es curioso que Hollywood haya sido siempre indiferente al
cine naturalista de Spielberg, como si ese naturalismo, ese
extraordinario Cine Animal, fuese visto como altamente subversivo, mientras que ahora se le glorifica por uno de sus fil110
mes aparentemente "sociales" (La lista de Schindler), una película que sustituye a los animales no humanos por animales
humanos no menos enardecidos, por especímenes no menos
impetuosos y dañinos. ¿Se lo premia ahora simplemente por
fingir que nuestros males son sociales y no naturales? ¿Será
que Schindler no muestra animales, sino la animalidad del
hombre, en la peor de sus expresiones? Pero esto podría constituir una desvirtuación profunda de la filosofía spielbergiana
del animal, pues éste aparecía —en sus filmes sobre animales— siempre como una fuerza natural pura e inocente, aun
en su pavorosa destructividad. Llamar "animalesca" a una
conducta humana como la nazi es ofender a la animalidad, tal
como fue mostrada en toda la obra anterior de este
director-filósofo tan singular.
Informe sobre catástrofes
En los llamados "filmes-catástrofe", se pueden estudiar las
relaciones trágicas de los seres humanos con todos los elementos
primordiales de los "físicos" griegos, el Agua, el Fuego, el Aire, la
Tierra, cuando ellos escapan inesperadamente del control humano. Se trata de filmes que enfocan "situaciones-límite" (en la expresión del filósofo alemán Karl Jaspers), o de calamidades de
dimensiones tales, que permiten que las relaciones del hombre
con la naturaleza puedan estudiarse en toda su pureza, mientras quedan habitualmente disimuladas u ocultas en las relaciones normales cotidianas. Cada elemento muestra, de alguna
manera, la fragilidad humana, señala una posible manera de
morir, o de ser mortalmente afectado por la naturaleza.
Veamos, por ejemplo, nuestra relación cotidiana con el agua:
la usamos para beber, para asearnos, para cocinar nuestros
alimentos, para divertirnos (nos zambullimos, nadamos en ella,
practicamos deportes), o para ornamentar (construcción de
lagos artificiales, cascadas en jardines). En todos estos usos
del agua, ella aparece en su cauce, estrictamente funcionalizada
y sometida a nuestros designios baconianos. Los filmes-catástrofe "acuáticos" (como, por ejemplo, La aventura del Poseidón
(1972), de Ronald Neame), muestran lo que ocurre cuando el
Agua escapa de los límites a los que el hombre habitualmente
la somete. En esos casos, se ve inmediatamente que el agua,
representando en ese momento a la naturaleza, reivindica los
111
espacios que le fueron robados, lo invade todo, ahoga, ofende,
hiere y mata. El agua-objeto desaparece, el Agua-principio de
todas las cosas vuelve por sus fueros, tratando de reivindicar
lo que siempre fue suyo, de evidenciar su naturaleza de principio, algo que el dominio humano sobre la naturaleza asfixia
e impide en la regularidad de lo cotidiano.
En el film Waterworld (1996), de Kevin Reynolds, se presenta un mundo en donde el Agua invadió el resto del mundo
(siendo ya mayoritaria en nuestro mundo actual), en donde no
existe más tierra firme y las personas viven en barcazas, condenadas a un curioso y forzado nomadismo. Los mercados y
demás comercios de abastecimiento también se mantienen forzosamente sobre el agua. Nunca se explica el fenómeno natural que permitió que se llegase a esa situación. Lo curioso y
perturbador es que, como consecuencia del fenómeno —la desaparición de la tierra y el total dominio territorial del Agua—
los seres humanos regresaron rápidamente a un casi total estadio de barbarie, consistente en luchas, tiranías, saqueos,
comercio desleal y dominio del más fuerte. La representación
del nuevo estado de cosas es Deacon (Dennis Hopper), que controla todo el combustible del planeta y se traslada de un lado a
otro, sin un rumbo demasiado preciso (pero hablando a las
masas como líder carismático), en un enorme barco de apariencia fantasmal.
Por otro lado, Mariner (Kevin Costner) representa la urgente necesidad de readaptación a las nuevas circunstancias:
es un mutante, en quien las características humanas comienzan a mezclarse con las de animal acuático, lo que le permite
nadar como un pez, respirar libremente bajo el agua y sobrevivir de manera eficiente en ese mundo húmedo y sin bordes.
El rotundo fracaso del film (hasta donde sea posible rastrear
los motivos de un fracaso cinematográfico) parece provenir de
las dificultades de ver a Mariner como un héroe, que enfrente —como todos esperan que lo haga— al siniestro (y al mismo
tiempo ridículo) tiranuelo Deacon, que, él sí, parece representar todas las miserias y asperezas del nuevo mundo. Pero
Mariner es neurótico, callado, egoísta, sin ideales, duro, adusto, algo cruel y orgullosamente autosuficiente. A pesar de su
indudable valor y destreza física, no conseguimos identificarlo como un héroe, sino, como máximo, tan sólo como un exitoso
y admirable sobreviviente. El Bien no tiene, pues, representante.
112
Parece como si la invasión del Agua hubiera producido un
generalizado adormecimiento moral. Los dos lados luchan, pero
no saben bien por qué, ni en nombre de qué. Tal vez para mostrar las irrefrenables tendencias religiosas del ser humano,
ahora todos sueñan y colocan como ideal una mítica "Tierra
Seca" (Dry Land), que nunca nadie vio pero en la que es preciso, a pesar de todo, creer. En particular, Deacon piensa que la
mancha redonda en la espalda de la pequeña Enola (Tina
Majorino) es, en realidad, un mapa hacia la mítica Tierra Seca,
y el secuestro de la pequeña y su rescate por parte de Mariner,
componen el frágil nudo de la historia. Pero en este mundo
mojado, en donde los valores éticos zozobraron en el naufragio
universal, la niña es sucesivamente secuestrada y rescatada
en nombre de valores que resulta difícil definir de manera
nítida.
El anhelo por Tierra Seca muestra, de alguna forma, el
mecanismo mediante el cual los seres humanos construyen
sus mitos y creencias religiosas a partir de sus carencias más
insoportables. En nuestro mundo, el rostro de Dios está escrito, fundamentalmente, en términos de Inmortalidad, en la
medida en que la muerte representa la carencia fundamental,
la falta que nos constituye. En el mundo imaginado por este
film, parece que los seres humanos disminuyeron, por la fuerza de las circunstancias, el nivel de exigencias de sus fantasías salvadoras: anhelan, simplemente, poder poner los pies
en tierra firme y seca, sin sentir el fatigante y angustioso vaivén de las barcazas. "No hemos nacido para andar sobre el
agua; hemos nacido para andar", manifiesta en cierto momento
la madre de la niña del mapa, Helen (Jeanne Tripplehorn). El
Paraíso parece ser, en todo caso, la estricta saturación de nuestras carencias primordiales: en un mundo húmedo, la Tierra
Firme se convierte en Dios, y la propia tesis de Tales de Mileto
pierde vigencia.
En efecto, la tesis de que el Agua es lo primordial era interesante en un mundo en donde eso no era tan estruendosamente
evidente, en donde el principio acuático ofrecía formas diversas de manifestación, incluso formas terrestres aparentemente sólidas que, no obstante, consistirían, en última instancia,
en Agua. Cuando el Agua lo cubre todo, como en Waterworld,
el Principio parece realizarse de manera total, y en esa estricta
medida deja de servir como principio-guía, como esencia
primordial de todas las cosas. Lo ideal ahora, es —precisa113
mente— todo lo contrario del agua: la Tierra. Si este film sugiere, a través de su espantosa y perturbadora metáfora, que
todo lo anterior será borrado y que el mundo tendrá una nueva chance de comenzarlo todo desde cero, los primeros filósofos (los nuevos "presocráticos") tal vez postulen la Tierra Seca
como principio físico primordial. En determinado momento del
film, alguien recuerda a los otros que, después de todo, el mundo comenzó con un diluvio universal. ¿Habrá sido el mundo,
hasta ahora, un calamitoso error que es preciso borrar (por
ejemplo, con agua) para tratar de construirlo nuevamente, de
manera más equilibrada y exitosa?
Aquella familiaridad antes mencionada con el agua se reproduce totalmente en el caso del Fuego: lo utilizamos para
cocinar los alimentos, para calentarnos, para hacer señales
providenciales que puedan ayudarnos, para adornar, para eliminar residuos que nos harían daño, etc. Así, el fuego se nos
aparece, en la cotidianidad, como "bueno". Pero la naturaleza
no tiene moralidad, el fuego parece "bueno" en cuanto es mantenido, como el agua de Tales, dentro de sus justos límites.
Fuera de ellos (como muestra el terrible film de John
Guiller-min, The towering inferno (1974)), el fuego es
devorador; dejado libre, lo reduciría todo a cenizas,
incluyendo al soberbio animal humano, tan combustible
como cualquier otro objeto. "Este mundo, el mismo para
todos, no lo hizo ningún dios, ni ningún hombre. Era y es y
será un fuego siempre vivo, encendiéndose en medidas y
apagándose en medidas" (Heráclito).
Un film reciente sobre el Fuego —que no es, estrictamente,
un "film-catástrofe"— es Cortina de fuego (Backdraft, 1990),
de Ron Howard. Pero aquí los motivos naturales y los motivos
humanos se entremezclan de maneras interesantes y matizadas. Brian (William Baldwin) y Stephen McCaffrey (Kurt
Russell) son hijos de un competente bombero que muere durante un incendio. Esa muerte traumática es presenciada por
el hijo más pequeño, Brian. Pasado un tiempo, ambos hijos se
han hecho bomberos. Pero, tal como ocurría en la infancia,
Stephen es competente y valeroso, en tanto que el joven Brian
es vacilante y aturdido. Brian asume la profesión de bombero
como una especie de "desafío", pero no se entiende bien, en el
registro real de las cosas, ante quien tendría él que probar que
puede ser "un buen bombero", y para qué (o para quién) podría servir tal prueba. Astutamente, el director Howard hace
que el mismo actor, Kurt Russell, desempeñe tanto el (breve)
114
papel del padre muerto, al comienzo del film, y el papel del
hermano mayor. En realidad, para Brian, el hermano ha ocupado el lugar del padre (se pone furioso en el momento en que
Stephen, tratando de consolar a Brian por un mal desempeño
en un incendio, comenta: "Las personas son como son; yo soy
como era nuestro padre, pero no todos pueden ser iguales", afirmación que, lejos de ser consoladora, se manifiesta, para Brian,
como una distribución terriblemente agresiva de identidades).
El Fuego es, entonces, el marco de referencia de un conflicto
primordial entre hermanos, que viven a la sombra de la imagen opresiva del padre muerto.
Pero los dos protagonistas del film no están, por eso mismo,
en condiciones de representar la autoconciencia filosófica del
film —más específicamente, la filosofía del Fuego—, ya que
están demasiado envueltos en su terrible simbología, de una
manera vital y carente de distanciamiento. Esa autoconciencia
queda a cargo del Inspector Dom Ringale (Robert De Niro),
que se ocupa de investigar la posible premeditación culposa
de los incendios, sobre todo de los que resultan en muertes
trágicas, y de un curioso piromaníaco, Ronald Bartel (Donald
Sutherland, en la mejor interpretación del film), que en su
demencialidad parece saberlo todo sobre el Fuego, al que llama, sintomáticamente, "el Animal". Ringale ha dicho a Brian,
en un momento del film: "El fuego es una cosa viva: respira,
come y odia. Para poder ganarle, hay que pensar como él. El
fuego no se mueve según las leyes de los fluidos combustibles,
sino porque quiere. Hay que amarlo un poco, como Ronald".
El fuego parece, así, establecer una relación personal con los
seres humanos, en el ámbito de lo viviente, y parece funcionar
como un test de personalidad. El fuego, además de respirar,
comer y odiar, también define.
Cuando se descubre que, en verdad, los incendios han sido
provocados, se podría pensar que la naturaleza pasa a un segundo plano. El fuego puede funcionar como una metáfora de
las relaciones infernales [y en el infierno hay fuego, según dicen] entre los hombres. A través del fuego, el corrupto político
Marty Swayzak (J.T. Walsh) trata de alcanzar sus objetivos,
como poniendo a la naturaleza (al fuego) de su lado. Pero para
poder hacerlo, debe, baconianamente, conocer sus invariables
leyes. Así se lo dice Ronald a Brian, en la prisión en donde
permanece por haber quemado a decenas de personas: "¿Cómo
consigue él (el asesino) hablar con el fuego? Debe tratarse de
115
alguien a quien el fuego no le gusta, porque le impide jugar
libremente" (alusión a la naturaleza de los incendios provocados, controlados por substancias químicas, que los convierte
en simples armas para eliminar personas, pero sin que el fuego pueda extenderse por doquier, como al fuego le gusta hacer,
"por su propia naturaleza").
El más terrible de los elementos, sin embargo, parece ser el
principio de Anaxímenes, el Aire, por ser éste el principio vital
por excelencia, aquel que utilizamos absolutamente en todo
momento de nuestras vidas (y no sólo eventualmente, como el
agua o el fuego) aquel que parecería más absolutamente
confiable. La cotidianidad del aire parece mucho más tranquilizadora que la del agua y la del fuego. ¿Cómo podría venir
una amenaza de aquello que respiramos? Pero cuando el viento mueve el aire de determinadas maneras, cuando el aire se
envenena y enrarece, cuando la atmósfera es afectada por la
contaminación, cuando el aire se transforma en huracán o en
tornado, la naturaleza se pone frontalmente en contra de nosotros a través del principio "vital" por excelencia. En todos
estos casos, un elemento "amigo" se transforma en una fuerza
mortífera: lo que era principio de vida, se transforma en principio de muerte.
Filmes que tratan del descontrol del Aire son Hurricane
(Huracán, 1979), de Jan Troell, y el más reciente Twister {Tornado, 1996) de Jan de Bont. En este film, también las pasiones y conflictos humanos se entretejen con el fenómeno natural, como si las atormentadas relaciones humanas y las relaciones con el principio natural estuvieran enlazadas por un
vínculo atenaceante y devastador. Dos meteorólogos profesionales, especializados en tornados, Bill (Bill Paxton) y Jo
Harding (Helen Hunt), están en proceso de separación, después de haber vivido y trabajado juntos durante varios años.
El, incluso, ya está con otra mujer, Melissa Reeves (Jami Gertz),
una psiquiatra siempre asediada por los llamados telefónicos
de sus pacientes angustiados, y con la que Bill llega al campamento de meteorología tan sólo para arreglar con su ex mujer
los detalles de la separación.
El lado humano de la cuestión está planteado: hay una separación y la señal manifiesta de una nueva vida, que depende de la cancelación de la anterior. Pero Jo parece estar más
ocupada con sus máquinas y sus radares. En verdad, ella
—como Bill y el resto del equipo— es una fanática por el asunto,
116
una investigadora de primer nivel que vive completamente abocada a la tarea, casi suicida, de tratar de colocar dentro de un
tornado un aparato electrónico, compuesto de pequeños sensores,
que permitirá estudiar la lógica interna del fenómeno mediante
un ordenador, para prevenirlos con más tiempo de anticipación y
salvar más vidas. Todos ellos son profesionales completamente
absortos en la cuestión, y cuando un tornado aparece, en vez de
aterrorizarse o tratar de protegerse, corren en su dirección gritando de entusiasmo y curiosidad científica, sintiendo un placer
especial en ir al encuentro del peligro, como si el tornado fuera
una especie de hermoso animal con el que se puede, al mismo
tiempo, jugar, asustarse y probar las propias fuerzas.
En este film —no casualmente producido por Spielberg— aparecen algunos conceptos-imagen que ya habían aparecido en los
filmes anteriores: Joñas Miller representa la misma mentalidad
de algunos personajes de Spielberg ya citados, el interés económico y promocional de la cuestión, y no la pura curiosidad científica. Como corresponde a las exigencias del moralismo
spielbergiano, Joñas será succionado por el tornado y enviado al
mismísimo infierno, junto con el abogado Donald de Jurassic
Park y con el pobre Quint de Jaws, todos muriendo en virtud de
la misma estructura conceptual. Las actitudes individuales de
Bill, Jo y el resto del equipo son las mismas que las de los "científicos buenos" de Spielberg: tecnología y respeto, ciencia y
sacralidad, ausencia de soberbia, sabiduría temerosa y
admirativa. Pero hay un concepto-imagen novedoso en este film,
lo que se podría enunciar como "unión humana a través de la
naturaleza", concepto desarrollado dramáticamente en la relación
Bill/Jo. Desde el punto de vista social, ellos están separados, quieren separarse. Pero en contacto con la inmensidad del fenómeno
natural, y de su algo sádica avidez por tornados cada vez más
grandes y devastadores, ambos están unidos por una fuerza descomunal de la que no eran plenamente conscientes. Cuando Bill
aparece queriendo hablar de papeles de divorcio, Jo no reconoce
la seriedad de la cuestión, ríe, responde con evasivas, saluda con
ironía a la nueva novia de Bill, a la que jamás consigue ver como
auténtica rival, en cuanto recibe las últimas noticias de lo que
realmente le interesa, el tornado que se aproxima
devastado-ramente.
Cuando el fenómeno natural estalla, todos los planes y proyectos humanos pasan a un segundo plano; la naturaleza se
117
sobreimpone con una violencia incontenible, con la fuerza de los
mejores argumentos. Melissa es excluida sistemáticamente de la
unión que pretendía consumar con Bill. Los llamados telefónicos
de sus pacientes, contando sus pequeños problemas afectivos,
resultan grotescos al lado de la sublime imponencia de la naturaleza, de la presencia majestuosa del tornado. Esta terrible capacidad de la naturaleza de relegar a un segundo plano lo que
parecía tan importante o aterrador, está mostrada en el momento en que el tornado destruye la pantalla de un Drive-in en donde están proyectando la famosa escena de Shining en la cual
Jack Nicholson destruye la puerta con un hacha, queriendo matar a su mujer e hijo, acto cuyo supuesto "terror" pasa a un segundo plano en medio del nuevo ataque del tornado. Melissa es
la única que se aterroriza delante del fenómeno y está convencida de estar rodeada de locos y suicidas; jamás consigue entrar en
contacto con todo aquello, siendo tan sólo su víctima lateral y
previsible. Viendo la relación estrecha e indestructible de Bill
con Jo, Melissa sabe que está para siempre excluida de todo eso,
de una relación hombre/naturaleza a la que jamás conseguirá
acceder ("Nopuedo competir con eso. Nunca lo conseguiré."). Ella
representa, en verdad, otro concepto diferente de la relación del
hombre con las fuerzas naturales: ni la soberbia, ni la actitud
científica, ni la actitud sagrada: pura y simplemente la
autoex-clusión, alguien totalmente definido por categorías
sociales, que nunca intentará, por ejemplo, remar en un río
bravo para dominarlo, o matar un tiburón en alta mar a cambio
de dinero o prestigio; alguien que conoce su fragilidad, que sabe
que la naturaleza es peligrosa y que no muestra el menor interés
en desafiarla. La unión de Jo y Bill es tan bárbara e inocente
como el propio tornado que, a pesar de su insondable
violencia, siempre les perdona la vida, después de una
terrible caricia. El Aire continúa, así, siendo principio de
vida, al menos para aquellos que no se aterrorizan ante sus
movimientos majestuosos. El momento en que ambos están
literalmente "dentro" del tornado es como una especie de
ceremonia de casamiento, como una terrible imposición que
rompe drásticamente con cualquier intención humana o
social. Enfrentando tornados cada vez más grandes y
amenazadores, y asumiendo juntos la peligrosa y casi
imposible misión de hacerlos entrar dentro del sistema
electrónico, Bill y Jo van reencontrándose sin que sea necesario decirse una palabra, en cuanto la otra mujer se marcha,
derrotada.
118
Nadie en Jaws, Jurassic Park o Deliverance (La violencia
está entre nosotros, 1972, de John Boorman) era unido por la
naturaleza en ese sentido. A pesar de la propaganda ("El lado
aterrorizante de la naturaleza", dice el cartel), Twister es la
película que mejor muestra su lado unificador, armonizador o
cohesionador. Los amigos que tratan de dominar al río (en
Deliverance) son, por el contrario, separados por la naturaleza. Cuando Bobby Tripple (Ned Beatty) se despide al final de
Ed Gentry (Jon Voight), después de haber vivido toda la pesadilla, le dice: "Creo que no voy a verlo por algún tiempo", y Ed
comprende perfectamente, y siente la misma cosa. La experiencia con la naturaleza masacró la relación humana. En
Jaws, los cazadores del tiburón estaban unidos por la aventura y el interés común. Quint, en particular, no es alguien de
quien se pueda ser amigo. Brody y Hooper discutían con él en
tierra y continúan discutiendo en alta mar, y al final, cuando
Quint ya ha sido devorado por el tiburón, y Hooper pregunta:
"¿ Y Quint?", Brody —que ha visto morir a Quint— responde,
sonriendo, y sin ninguna emoción: "No", siempre y lacónicamente, como significando: "No consiguió sobrevivir, no está
más aquí", o muchas otras cosas. El aprecio que sentían Brody
y Hooper uno por el otro no se altera ni se intensifica durante
la cacería. El grupo de Jurassic Park es aun más desapegado
y heterogéneo. La relación Bill/Jo/naturaleza es inédita en el
Cine sobre esta cuestión.
Los dinosaurios terminan triunfantes en Jurassic Park (consiguen dominar el parque y expulsar a sus antiguos patrones), y el tiburón es destruido en Jaws. El triunfo de los
dinosaurios conceptualizaba en imágenes la impotencia de la
alta tecnología delante de las fuerzas de la naturaleza, y
la muerte del tiburón mostraba el triunfo del ingenio en detrimento de la tecnología. ¿Qué ocurre con el tornado? En verdad, algo diferente: el tornado no derrota ni es ni derrotado, él
simplemente queda ahora más a merced del control científico
humano que antes, pero continúa siendo peligroso. Es una
especie de renovación de una relación marcada por el peligro,
el respeto y la curiosidad. Los tornados son invencibles, pero
los hombres no fueron derrotados por ellos. La máquina dentro del tornado no pretende destruirlo, sino aprender mejor
cómo funciona, para protegerse de él sin eliminarlo, o sea, para
planificar una mejor convivencia futura. Twister muestra, de
mejor manera que los otros filmes, esa necesidad de combinar
119
de manera racional el control baconiano de la naturaleza con
la actitud reverencial y humilde, en la medida en que ninguno
de los antagonistas ha precisado ser destruido para que una
mejor armonía entre seres naturales pueda ser al menos concebida.
El filósofo que agregó la Tierra a los otros Principios fue —según dice Aristóteles— Empédocles de Agrigento. Filmes como
Terremoto (1974), de Mark Robson, colocan la tragedia en la
liberación de este principio primordial. La Tierra misma se
mueve, se despedaza, deja de ofrecer la aparente seguridad
que parecía serle característica. Quiere decir que, aun encontrando la Tierra Firme, el peligro del descontrol de la naturaleza permanece. No parece haber escapatoria.
III
¿Quiénes fueron los "fisiólogos" griegos y
Francis Bacon?
Tales nació en Mileto, en Grecia, no se sabe exactamente en
qué época. Se supone que vivió durante la primera mitad del
siglo vi. a.C. Parece que no escribió nada. Es considerado el
primer filósofo de la historia y, más específicamente, como
el iniciador de la filosofía de la Fisis, que piensa que el principio de todas las cosas es de naturaleza material. Simplicio escribe que "Es tradición que Tales fue el primero que reveló a
los griegos la investigación de la naturaleza...".
Anaxímenes, discípulo de Anaximandro, debe de haber nacido también en Mileto, posiblemente en las primeras décadas
del siglo vi, y muerto en las últimas décadas de ese mismo
siglo. Como su maestro, también él escribió un libro llamado
Sobre la naturaleza que, según dice Diógenes Laercio, estaba
compuesto en lengua jónica, de modo simple y sin adornos, y
del cual nos han llegado tan sólo tres fragmentos.
Héraclito nació en Efeso y vivió en la transición del siglo vi
al v a.C. A diferencia de Tales y otros presocráticos, parece que
Heráclito no quiso participar de la actividad pública, viviendo
una vida solitaria y retraída. Su obra principal también tenía
el título de Sobre la naturaleza, y estaba escrita, a propósito,
en un estilo aforístico, hermético y audaz, lo que le granjeó el
120
sobrenombre de "el Oscuro". Parece que depositó su obra en
el templo de Artemisa, para que pudiese ser consultado por
unos pocos. De esta obra, felizmente, se conservaron numerosos fragmentos. En ellos se ve claramente que Heráclito, a
pesar de no ser un "fisiólogo", no abandona la premisa del carácter material del primer principio, declarando que es el fuego tal principio, y que todas las cosas no son más que transformaciones del fuego.
Francis Bacon nació en Londres, en 1561, durante el reinado de Isabel I. Fue llamado el primer filósofo moderno y el
último de los antiguos; ocupó en la historia de la Filosofía una
posición semejante a la de Descartes, aunque su formación
científica fue muy inferior a la del filósofo francés.
El padre de Bacon desempeñaba funciones importantes en
la corte, en tanto su madre era una mujer de gran cultura. El
joven Bacon se interesó vivamente por la diplomacia y la política, pero también mostró gran interés por el progreso de las
ciencias. Cuando tenía 12 años, ingresó en el Trinity College
de la Universidad de Cambridge, donde permaneció hasta 1573,
adquiriendo sólidos conocimientos de filosofía antigua y escolástica. Sintió aversión por la filosofía de Aristóteles, por la
esterilidad de su metodología y por el acento en la pura disputa conceptual, sin valor heurístico. Bacon demostraba en esa
época un interés mucho mayor por los estudios científicos y
técnicos, vinculados con la química, la geología, la agricultura, etc., y manifestó una enorme admiración por los nuevos
descubrimientos (la pólvora, la imprenta y la brújula, entre
otros).
En 1577 su padre lo envió a París, para trabajar junto a un
embajador. Comenzó en ese momento su carrera diplomática,
en la cual Bacon alcanzaría altos cargos. Regresó a Inglaterra
para estudiar Derecho, acabó el curso en 1582, con 21 años, y
empezó a ejercer la profesión. Dos años después fue nombrado
diputado del Parlamento inglés. En poco tiempo, recibió el título de Consejero de la Corona. Después de 1593, pasó un largo período dedicado solamente al trabajo intelectual, período
en el que escribió los Ensayos. Esta obra mostraba, al mismo
tiempo, un estilo refinado, conocimientos sólidos y un gran
maquiavelismo político. Esta actitud de extremo pragmatismo
fue una constante en las propias actividades políticas de Bacon, que no pareció caracterizarse por su probidad. Por ejemplo, buena parte de su ascenso político se debió a la protección
121
del Conde de Essex, pese a lo cual Bacon no dudó en colaborar
activamente para la ejecución del Conde, cuando éste cayó en
desgracia con la Reina Isabel. Después de ese episodio, Bacon
no dejó de subir en los escalones políticos: bajo el reinado de
Jaime I (que comenzó en 1603), recibió el título de "Sir", se
desempeñó como Guarda del Gran Sello, y, finalmente, como
Canciller. En 1605, Bacon se casó con Alice Barnham.
Su activa vida política no ahogó su interés por la actividad
filosófica. Pensaba incesantemente en un monumental proyecto
titulado Instauratio Magna (La Gran Instauración), que comprendía seis partes, desde una clasificación de las ciencias existentes y la presentación de un nuevo método para la busca de la
verdad, hasta ejemplos de aplicación de ese método y la formulación de la nueva filosofía, que iría a organizar todo lo anterior en
un gran sistema. Este ambicioso plan no fue completamente realizado por Bacon. En verdad, el Novum Organon comprende la
parte referente al método, mientras que otras obras (como Acerca de la dignidad y el aumento de las ciencias) se refieren a las
otras partes de la Instauratio. Con esta obra, Bacon pretendía
enterrar a la vieja escolástica, estéril para descubrir verdades
nuevas y para hacer progresar la técnica y el conocimiento. Según Bacon, el recto conocimiento de la naturaleza lleva a la adquisición de un cierto tipo de poder. "Saber es poder" fue el lema
que guió las investigaciones de Bacon, y que muestra hasta qué
punto, para él, la ciencia y la política anduvieron juntas, hasta
en la tenebrosa concepción que tenía de la manera en que un
científico debía aproximarse a la naturaleza: "torturándola, para
arrancarle sus secretos".
Bacon llegó a las más elevadas cimas del poder, pero también
cayó estrepitosamente. Llegó a tener más de 70 criados a su servicio, viviendo en sus propiedades de Verulam House y York
House. Después de un tiempo, Bacon fue acusado de haber recibido sobornos, en sus funciones vinculadas con sus informes sobre pedidos de autorizaciones comerciales. Se reconoció culpable, aunque alegó no haber dejado que sus decisiones finales fuesen influenciadas por los regalos recibidos. Fue obligado a dejar
todos sus cargos y llegaron a encarcelarlo en la Torre de Londres,
de la que fue liberado en pocos días por intervención del Rey.
Bacon vio disminuir vertiginosamente su antigua fortuna. Retirado a la vida privada, continuó intensamente su trabajo intelectual, incluyendo la realización de numerosos experimentos,
hasta su muerte, ocurrida en el invierno de 1626.
122
Principales obras: Ensayos (1597), Novum organon (1620),
Nova Atlántida (1627).
IV
Textos antiguos y modernos sobre la naturaleza
Texto 1 — Los filósofos jónicos y la naturaleza como principio originario de todas las cosas, según Aristóteles. ¿ Cuál es el
elemento último y eterno del mundo?
"La mayor parte de los primeros filósofos creyeron que los
principios de todas las cosas se encontraban exclusivamente
en el dominio de la materia. Ella es pues el principio de que
consisten todas las cosas y a partir del cual comienzan la generación y al que finalmente todo se reduce al corromperse,
pues la ousía subsiste aunque modificada por sus afecciones;
además, sostuvieron que es el elemento y el principio de los
seres. En virtud de estas consideraciones, creyeron que en el
fondo no existe ni generación ni corrupción, ya que esa naturaleza se conserva siempre, así como no afirmamos que
Sócrates nazca absolutamente cuando se torna bello o músico,
ni perezca cuando pierde estas cualidades, porque el sustrato
subsiste, es decir, Sócrates mismo. Y otro tanto ocurre con lo
demás. Porque siempre debe existir una determinada naturaleza (una o más de una) de la que nace todo el resto, mientras
ella se conserva."
¿El agua, el aire, el fuego?
"En cuanto al número y carácter de semejante principio, no
todos concordaron. Tales, el fundador de este tipo de filosofía,
dijo que es el agua (por eso sostenía que la Tierra flotaba sobre el agua); quizá llegara a esta creencia observando que el
alimento de todas las cosas es lo húmedo y que el mismo calor
nace de él y que de él vive (porque principio es aquello de donde nacen todas las cosas). Pudo haber llegado a esta creencia
razonando de esa manera y observando que los gérmenes de
todas las cosas tienen naturaleza húmeda y que el agua es la
fuente de todo lo húmedo" (Aristóteles, Metafísica, Libro 1,983b.)
"(...) Anaxímenes y Diógenes sostuvieron que el aire es anterior al agua y lo señalaron como principio de los cuerpos
simples. En cambio para Hipasos de Metaponto y Heráclito de
123
Efeso el fuego es el principio. Empédocles, que a los principios
ya mencionados agregó la tierra como cuarto elemento, aceptó
cuatro. Sostuvo que éstos siempre perduran y sólo están sometidos al devenir por aumento o disminución numérica, sea
que se combinen para formar una unidad, sea que se diferencien a partir de la unidad"(984a).
Texto 2 — La causa primera no puede ser material.
"Después de recorrer las opiniones de estos pensadores, podría pensarse que la única causa es la que pertenece a la clase
que se llama material. Pero, avanzando de esta manera, la
realidad misma les señaló el camino a seguir y los forzó a una
indagación ulterior. Porque si es cierto que toda generación y
toda destrucción tiene lugar a partir de un único principio o
de muchos, ¿por qué acontece esto y cuál es la causa? Es obvio
que el sustrato por sí mismo no produce sus propios cambios.
Quiero decir, por ejemplo, que ni el leño ni el bronce es causa
del cambio respectivo; ni el madero produce la cama, ni el bronce la estatua, sino que otra es la causa del cambio. Buscar una
causa es buscar el otro principio: el origen del movimiento,
como se podría decir"(984a).
"La existencia o la producción del bien y de la belleza en los
seres no tiene verosímilmente por causa ni el fuego, ni la tierra, ni ningún otro de los elementos, ni es probable que esos
filósofos hayan sostenido esa opinión. Por lo demás, sería injusto confiar al azar y a la fortuna asunto tan importante. De
ahí que cuando alguien dijo que había un intelecto en la naturaleza, como ocurre con los animales, el cual era la causa del
orden y del concierto universal, pareció un cuerdo en medio de
las opiniones que sus predecesores formularon al azar"(984b).
Texto 3 — Bacon y la concepción moderna de la naturaleza.
"El hombre, ministro e intérprete de la naturaleza, hace y
entiende tanto cuanto constata, por la observación de los hechos o por el trabajo de la mente, acerca del orden de la naturaleza; no sabe ni puede más que eso"(Bacon, Novum Organon,
Libro I, aforismo I).
"Ciencia y poder del hombre coinciden, una vez que, siendo
la causa ignorada, se frustra el efecto. Pues la naturaleza no
se vence sino cuando se la obedece..."(II).
Importancia de la filosofía natural, y su olvido en la historia del pensamiento.
124
"...aun en las épocas en que, bien o mal, florecieron el ingenio humano y las letras, la filosofía natural ocupó una parte
insignificante de la actividad humana. Y considérese que la
filosofía natural debe ser vista como la gran madre de las ciencias. Todas las artes y ciencias, una vez desvinculadas de ella,
pueden ser buriladas y acomodadas para el uso, pero no pueden crecer. Es manifiesto que desde el momento en que la fe
cristiana fue aceptada y echó raíces en el espíritu humano,
la gran mayoría de los mejores ingenios se consagró a la
teología...Aun en aquella época en que se la vio florecer al
máximo entre los griegos, la filosofía natural corresponde a
una pequeña parte, no continua, de tiempo.
En los tiempos más antiguos, aquellos que fueron llamados
los Siete Sabios, todos ellos, dejando a Tales de lado, se aplicaron a la filosofía moral y a la política. En los tiempos siguientes, después de que Sócrates hizo descender a la filosofía del
cielo a la tierra, prevaleció más aún la filosofía moral y más se
alejaron los ingenios humanos de la filosofía natural" (LXXIX).
"...desde que las ciencias particulares se constituyeron y dispersaron, no se alimentaron más de la filosofía natural, que
podría haberles transmitido las fuentes y el verdadero conocimiento de los movimientos, de los rayos, de los sonidos, de la
estructura y del esquematismo de los cuerpos, de las afecciones y de las percepciones intelectuales, lo que les habría
in-fundido nuevas fuerzas para nuevos progresos. Así, pues,
no es de admirarse que las ciencias no crezcan después de
ser separadas de sus raíces"(LXXX).
Texto 4 — La filosofía natural contra las Escrituras.
"No se debe olvidar de que, en todas las épocas, la filosofía
se ha enfrentado con un adversario molesto y difícil en la superstición y en el celo ciego y desmesurado de la religión. A
propósito de esto, veáse cómo, entre los griegos, fueron condenados por impiedad los que, por primera vez, osaron proclamar a los oídos no afectos de los hombres las causas naturales
del rayo y las tempestades. No fueron mejor acogidos, por algunos de los antiguos padres de la religión cristiana, los que
sostuvieron, con demostraciones certísimas, que no serían hoy
contradichas por ninguna mente sensata, que la Tierra era
redonda y que, en consecuencia, existían antípodas.(...)"
"Algunos, en su simplicidad, temen que la investigación más
profunda de la naturaleza avance más allá de los límites per125
mitidos por su sobriedad, transponiendo, y de esa manera deformando, el sentido de lo que dicen las Sagradas Escrituras,
en lo que se refiere a los que quieren penetrar los misterios
divinos, y se vuelven hacia los secretos de la naturaleza, cuya
exploración no está de manera alguna prohibida"(LXXXIX).
Texto 5 — El dominio de la naturaleza.
"Aún no fue creada una filosofía natural pura. Las existentes se encuentran infectadas y corrompidas: en la escuela de
Aristóteles, por la lógica; en la escuela de Platón, por la teología natural; en la segunda escuela de Platón, la de Proclo y
otros, por la matemática (...) Pero es de esperarse algo mejor
de una filosofía natural pura y sin mezclas"(XCVI).
"...si alguien se dispone a instaurar y extender el poder y el
dominio del género humano sobre el universo, su ambición (si
puede ser llamada así) sería, sin duda, la más sabia y la más
noble de todas. Pues bien, el imperio del hombre sobre las cosas se apoya únicamente en las artes y las ciencias. La naturaleza no se domina sino obedeciéndola"(...).
"...si se presenta el argumento de que las ciencias y las artes se pueden degradar, facilitando la maldad, la lujuria y pasiones semejantes, que nadie se perturbe por eso, pues lo mismo puede decirse de todos los bienes del mundo, del coraje, de
la fuerza, de la propia luz y de todo el resto. Que el género
humano recupere sus derechos sobre la naturaleza, derechos
que le competen por mandato divino. Restituyase al hombre
ese poder y sea su ejercicio guiado por una razón recta y por la
verdadera religión"(CXXIX).
(...)"Dado que toda acción natural se cumple en mínimos
grados, o por lo menos en proporciones que no llegan a herir
los sentidos, nadie podrá gobernar o transformar a la naturaleza antes de haberla debidamente notado y
compren-dido"(Libro II, VI).
126
Ejercicio 5
Descartes y los
fotógrafos indiscretos
La duda y el problema del conocimiento
Introducción
Así como los filósofos han buscado siempre someter el razonamiento y la sensibilidad a reglas, conciliar razón y fe y dominar a la naturaleza, de la misma manera han buscado la
certeza en el conocimiento, el último punto de apoyo en el que
se fundamenta todo el resto, el "punto arquimediano" de todo
nuestro conocimiento del mundo.
Descartes es el pensador que mejor ha expresado el anhelo
de certeza última de la Filosofía, paradójicamente acentuando una actitud inicial de intensa duda acerca de todas las cosas. Según este filósofo, debemos "una vez en la vida" poner en
cuestión todos los conocimientos heredados, todo lo que nuestra familia, nuestros profesores y los libros que hemos leído
nos han enseñado, y hacer pasar todas estas informaciones
por el tamiz de la crítica metódica. El objetivo final de esta
duda metódica no es, ciertamente, un objetivo escéptico, sino
todo lo contrario: tratar de llegar a un punto seguro, a partir
del cual se pueda construir todo el resto de nuestros conocimientos y certezas.
Descartes era un filósofo bastante "pictórico" en su modo de
exponer ideas filosóficas y utiliza frecuentemente la imagen
127
del sueño para expresar mejor su pensamiento. Propone al
lector que suponga que todo lo que creemos saber pueda ser
una especie de sueño, o de ilusión, inducida por un Demonio
maligno que sistemáticamente nos engaña. Con esta ficción,
él pretende someter a nuestros conocimientos a la más aguda
crítica concebible, de tal manera que si los mismos consiguen
responder a este extremo desafío escéptico, se podrá aceptarlos sin recelos, y con la mayor de las certezas posibles.
Como gran matemático que era, Descartes cree que las demostraciones deben extenderse inclusive a aquello que nos
parece absolutamente evidente, como, por ejemplo, la existencia de las cosas o nuestra propia existencia: se debe establecer demostrativamente aun aquello que nos parece obvio e
intuitivo. Se abandonan, así, los métodos escolásticos de pensamiento, basados en la especulación y la lógica formal, sustituyéndolos por métodos que acentúan la observación y el razonamiento heurístico. Una vez munidos de estas evidencias
últimas y seguras, será posible organizar correctamente el edificio de nuestro conocimiento, y sentar las bases para la adquisición del saber.
De todas maneras, aun cuando Descartes representa en su
filosofía el nuevo espíritu de la Ciencia moderna, cree todavía
que las bases últimas del conocimiento deben estar apoyadas
en instancias metafísicas (en última instancia, en una teoría
de las perfecciones divinas), que aseguren que aquello que nos
aparece como claro y distinto en nuestro método de conocimiento, es realmente verdadero. Dios asegura, al haber construido
rectamente nuestra naturaleza, que lo que nuestro método nos
da como verdadero lo es realmente, mientras que no tendríamos esa garantía metafísica si, por ejemplo, el Demonio Maligno hubiera modelado nuestra naturaleza, para que nos equivocásemos sistemáticamente en nuestros intentos de conocer
el mundo.
II
Blow Up (Inglaterra, 1966), de Michelangelo Antonioni: ¿Se
puede creer en todo lo que vemos?
La ventana indiscreta (Rear window, EE.UU., 1953), de
Alfred Hitchcock: Cómo atrapar a un asesino desobedeciendo
a Descartes.
128
La prueba (Proof, Australia, 1991), de Jocelyn Moorhouse:
Una prueba moral de la existencia del mundo.
¿Qué es lo que el Cine ha tenido que decir acerca de la duda
y de la certeza? ¿Es el Cine un arte esencialmente cartesiano?
Veamos.
Un joven fotógrafo, rico y exitoso (David Hemmings), mientras aguarda la llegada de la dueña de un comercio que se
propone comprar, cruza la calle y se adentra en un enorme y
hermoso parque deshabitado (la acción se desarrolla en Londres) en el que comienza a sacar algunas fotos más o menos
antojadizas. Observa de lejos a una pareja algo extraña —el
hombre mucho más viejo que la mujer— y comienza a sacar
fotos de ellos, cada vez desde más cerca. La joven (Vanessa
Redgrave), al descubrir al fotógrafo indiscreto, lo aborda queriendo comprar el film, y el fotógrafo comienza a sentir curiosidad por lo que ha captado con su cámara.
Llegado a su casa, revela las fotos y descubre en ellas un
asesinato (el hombre viejo que estaba con la mujer joven, ha
sido muerto de un tiro, disparado desde una verja próxima),
asesinato que él no ha presenciado con sus propios ojos en el
momento de obtener las fotografías, pero que surge en la revelación posterior. Regresa ansiosamente al parque y descubre
allí efectivamente el cadáver. A partir de ese momento, comenzará una larga peregrinación por la ciudad, intentando
concientizar a varias personas amigas de la importancia de lo
que ha presenciado, pero no consigue que nadie lo tome en
serio: se pasea durante horas por fiestas de drogados, hippies,
mujeres alcoholizadas, personas indiferentes o demasiado absorbidas en sus propios asuntos, hasta que, casi por cansancio, el joven comienza a restar importancia a lo que vio o, tal
vez, incluso a dudar de si todo aquello realmente ocurrió. Cuando regresa a su laboratorio, ve que todo el material fotográfico
del parque ha desaparecido, inclusive los negativos. Vuelve al
parque con la cámara de fotos, para tratar de obtener un nuevo registro del crimen, y comprueba que el cadáver también
ha desaparecido, aunque se conserva de él una huella algo
difusa.
El final del filme trata explícitamente, en pura imagen y
sin absolutamente ninguna palabra, el problema de la percepción de la realidad y las dudas que plantea el difícil límite
entre lo real y lo imaginario: un grupo de mimos callejeros,
129
artistas populares que ya habían aparecido en las primeras
imágenes del film, juegan delante de él —en una cancha de
tenis del mismo parque donde todo ha ocurrido— un imaginario partido de tenis, sin raquetas y sin pelota, pero haciendo
con absoluta corrección toda la mímica apropiada a un partido de tenis normal. En el momento en que la pelota imaginaria supera el alambre de la cancha de tenis y uno de los mimos
le pide al fotógrafo que le alcance la pelota imaginaria, el joven fotógrafo tiene que decidirse, debe hacer una opción. No
puede postergarla: o bien interrumpe bruscamente toda la
broma, manifestando que no hay allí ninguna pelota, negándose por tanto a recogerla, o bien caminará hacia la pelota
imaginaria, la tomará y la arrojará en dirección de los jugadores, para que éstos puedan continuar jugando. Y es esto lo que
el joven hace. Minutos antes, uno de los mimos, al recoger la
pelota cerca del alambrado, ha hecho hacia el fotógrafo un gesto, encogiéndose de hombros, como indicando que no es posible hacer otra cosa.
La postura y características del personaje durante la primera parte del filme (hasta la revelación de las fotos y el descubrimiento del crimen) ilustran de manera muy adecua-da
la actitud escéptica (y frivola) delante del mundo. Se trata de
un joven despreocupado y algo irresponsable —aunque extremadamente competente en su profesión— que conoce bien su
propio éxito profesional y social (sabe, por ejemplo, que todas
las mujeres harían cualquier cosa para ser fotografiadas por
él) y se aprovecha de eso de manera francamente cínica. El
joven fotógrafo mantiene una postura semejante a aquella que
Descartes caracteriza como siendo contraria a la actitud filosófica: se trata de abandonar esa postura distanciada y frivola, típicamente escéptica, procurando encontrar alguna base
que permita creer en alguna cosa.
Sin embargo, Descartes presenta al escéptico como "irresoluto", algo que no se aplica al personaje del filme de Antonioni.
Al contrario, parece característico de la actitud del joven frente
a la vida la firme resolución en todo lo que él hace y decide,
sobre todo basado en la seguridad que le da el poder económico
y social del que dispone. En verdad, el problema de la duda y
el escepticismo no se le plantea, él no tiene conciencia del mismo, no sabe, como Descartes sabe, que existen acerca de la
realidad "opiniones muy diferentes" y cuestiones acerca de las
cuales las personas no consiguen "ponerse de acuerdo". En
130
verdad, no tiene ninguna conciencia de esa disparidad, de "la
problematicidad de lo real". Lo real es para él algo dado y razonablemente firme y confiable, antes de cualquier tipo de
cuestionamiento. Sólo a partir de la experiencia en el parque,
el joven comenzará a tomar su propia vida y profesión en serio, cuestionándose el límite entre real e imaginario, entre lo
verdadero y lo falso, de lo que antes no tenía ni siquiera clara
conciencia. Se puede decir que, a lo largo del filme, y por causa
de una experiencia marcante, el personaje comienza a cultivar un espíritu "filosófico" delante de la realidad, frente a la
actitud pragmática y algo irresponsable manifestada en las
primeras imágenes de la película.
Pero parece haber una separación radical entre Descartes y
Antonioni frente al problema de la duda, en la resolución final
del conflicto entre real e imaginario, verdadero y falso: mientras que Descartes, ante la duda, opta por la realidad descubierta a través de una argumentación, dejando el mundo de
los sueños de lado, el personaje de Blow Up hace una clara
opción por la indeterminación de la verdad, dejando de lado
las supuestas evidencias objetivas (como la fotografía, que
antes había tenido la pretensión de documentar una realidad
que, finalmente, se tornó más huidiza de lo que se había supuesto). En verdad, lo ocurrido hace que el fotógrafo cuestione
por primera vez la confiabilidad de la imagen fotográfica, con
su tremenda pretensión de objetividad.
El film muestra, al contrario que en la demostración
cartesiana, una derrota de la objetividad en beneficio de un
perspectivismo múltiple y siempre inseguro, como si la opción
por la inseguridad y la falta de base de lo observado fuese la
más correcta para un ser finito como el hombre. Esta disparidad de opciones —del filósofo y del cineasta— parece típica,
en el sentido de haber una tendencia del cineasta a hacer una
opción por la indeterminación irresoluble entre verdad e ilusión, y del filósofo a optar por algún principio firme y racional
de realidad objetiva, que aleje definitivamente el peligro de
confundir la realidad con el sueño.
El film muestra que, como Descartes lo afirma, los sentidos
a veces nos engañan. Pero no hay en Blow Up una salida racional, basada en el sujeto (cogito) para superar el estado de
duda provocado por la ambigüedad de los hechos. El fotógrafo
no encuentra en sí mismo aquel ámbito salvo de toda duda,
que le permitiría apoyarse en alguna cosa firme, y tal vez
131
rehusarse, al final del film, a alcanzar al mimo su pelota imaginaria, haciéndole ver que la tal pelota no existe, que no está
allí. En verdad, la experiencia del parque le ha dejado en un
estado de duda insuperable, en la cual él no sabe más qué
significa que algo "esté ahí", de una manera indudable y segura. Tal vez esa pelota de tenis "que no está allí" tenga, finalmente, algún tipo de consistencia, así como el crimen que en
algún momento creyó haber registrado y que después no consigue documentar otra vez. Pero está desmoralizado y no posee suficientes fuerzas como para oponerse a la fantasía
instauradora de los mimos, y a la indiferencia hacia la realidad demostrada por todos sus amigos. Acepta su impotencia
ante la problematicidad de lo real y se somete a jugar el juego
de lo imaginario. [Este tema será desarrollado en el siguiente
film de Antonioni, Zabriskie point (1970).]
Ciertamente, la película de Antonioni plantea con toda su
fuerza un problema cartesiano, pero no le da una solución
cartesiana. Descartes dice que, a veces, los sueños presentan
con evidencia algo que en verdad es ilusorio. Este
distan-ciamiento seguro entre realidad y sueño es lo que
Blow Up problematiza, es precisamente el ámbito que su
personaje no consigue descubrir. En ese sentido, la
película termina escépticamente, pero, no obstante, se trata
ahora de un escepticismo filosófico, responsable y anegado de
perplejidad, diferente del escepticismo inicial, inconsciente de
sí mismo, pragmático, frivolo e irresponsable. Eso parece
sugerir que existen posturas intermedias entre el
escepticismo radical y la solución racional-conciencialista
propuesta por Descartes.
En realidad, siN se lo piensa bien, la certeza de su propio
sujeto —como la demostrada por Descartes en su texto—
no solucionaría el problema del fotógrafo. Descartes pensaba que esa primera certeza podría servir de base, a través
de un encadenamiento de proposiciones, para otras certezas, ahora referentes al mundo externo y no al propio sujeto. Pero esta primera certeza, la del propio sujeto que duda,
sugiere que todo lo que se pueda saber de ahora en adelante tendrá una necesaria referencia al propio sujeto. Pero
aquí se plantea la cuestión primordial: ¿toda y cualquier
dimensión de mi sujeto se refiere exclusivamente a mí mismo, o existe alguna dimensión universal dentro de "mi"
sujeto, algo que pueda decirme, a través del sujeto, algo de
universal acerca del mundo?
132
Siguiendo esta línea de pensamiento, el fotógrafo de Blow
Up podría haberse dicho a sí mismo: "Lo que yo experimenté
no ha sido una experiencia sólo mía. Cualquier otra persona
la podría haber experimentado tal cual yo la experimenté. La
cámara de fotos no es un instrumento que saca las fotos que yo
quiero sacar, cualquier otra persona podría haberla utilizado
y, desde los mismos ángulos, habría obtenido las mismas fotos
que yo obtuve, hubiera descubierto el mismo crimen que yo
descubrí. Así, las fotos que después desaparecen del estudio,
no eran tan sólo mis fotos, sino las fotos de cualquiera. Por
tanto, aun cuando desaparezcan como cosas físicas, han quedado como una visión universal de las cosas, que puedo siempre defender con convicción".
Deben haber ocurrido otras cosas, empíricamente, que alteraron el estado de cosas inicial: alguien entró en el estudio y
robó las fotografías, algo muy plausible a partir de la actitud
de la joven fotografiada, que ya en el parque quiso ansiosamente comprar las fotos comprometedoras y no lo consiguió;
alguien fue hasta el parque y retiró el cadáver, etc. En un
momento del film, el joven ha percibido que ciertas personas
desconocidas lo están espiando, mientras almuerza con su editor en un restaurante. Pero ninguna de esas manipulaciones
alteró el hecho objetivo y documentado de que allí, en ese parque, ocurrió exactamente lo que ocurrió, lo que cualquier otro
podría haber visto como él lo vio, etc. Por tanto, el joven tendría suficientes evidencias cartesianas como para decirle al
mimo que no, que no está dispuesto a entrar en su juego
mistificador, en el que la irrealidad y la ficción privan finalmente sobre la realidad objetiva, y que no va a fingir que hay
una pelota de tenis en donde no la hay. Es así como razonaría
un filósofo.
Es así como razona Descartes al presentar su argumento de
que la confiabilidad en lo real descansa, en última instancia,
en la creencia en una naturaleza "bien hecha", saludable y
capaz de objetividad (o sea, hecha por Dios y no por el Demonio Maligno). Si el fotógrafo del filme no se aviene a este tipo
de solución, al menos podría poner a la Fotografía en el lugar
de la Naturaleza hecha por Dios, en el sentido de ser un recurso bien hecho, y en cuyos resultados es siempre posible confiar, a pesar de las dificultades empíricas (robo de los negativos, desaparición del cadáver, indiferencia de las personas).
El cineasta, al contrario que el filósofo, en lugar de esforzarse
133
por superar el estado inicial de perplejidad, parece preferir
quedarse en ella, reiterando el asombro ante de lo ocurrido.
La perplejidad inextinguible parece más una opción que una
derivación de algo constatable.
En última instancia, Blow Up es una especie de triunfo del
Demonio Maligno, el radical escepticismo acerca de la existencia de Dios y de la "bien hechura" de nuestra naturaleza
(de nuestro ojo, de la cámara de fotos y de cine). La persistencia del escepticismo, a través de las tentativas racionalistas,
puede considerarse una solución filosófica al problema del conocimiento. Blow Up nos hace vivir un estado de incertidumbre,
nos golpea el rostro con la duda. La "solución" es imaginante,
abierta, irreductiblemente perpleja. Y ella es universalmente
planteada, es una tesis acerca de la finitud, en contra de la
solución cartesiana. El mundo es, en general, dudoso y su
dubitosidad no puede, en general, ser superada. Se trata de
una tesis filosófica mostrada, dramatizada, transformada en
una experiencia universal.
¿Se podría decir drásticamente que el Cine no mantiene una
actitud filosófica ante de la realidad, porque aun cuando la
perplejidad (mostrada en el final de Blow Up) constituye parte fundamental de la actitud filosófica, también forma parte
de ella el continuo esfuerzo por superarla? ¿Indica eso una
incompatibilidad fundamental entre esas dos formas de aproximación a lo real, la Filosofía y el Cine? ¿Será entonces que el
Cine puede proporcionar tan sólo "ilustraciones" de problemas,
pero no esquemas de soluciones estrictamente filosóficas de
los mismos?
Pero se podría decir que el mantenimiento de la perplejidad,
el rehusarse a una solución última y definitiva del problema
de la realidad —actitud que parece característica del Cine—
es, precisamente, la solución filosófica proporcionada por el
Cine al problema del conocimiento de la realidad, una solución fuertemente antisustancialista (véase el próximo Ejercicio, sobre los empiristas británicos).
En el clásico anticartesiano (como veremos) La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock, hay también un fotógrafo (¡otro
profesional del Ojo!), Jeffries (James Stewart) obligado, por
una pierna quebrada, a permanecer todo el día frente a una
ventana, espiando a los vecinos. De alguna manera, Jeffries
ha sido colocado a la fuerza en una actitud filosófica ideal, en
134
una actitud de ocio y despreocupación de menesteres prácticos o de sobrevivencia, que le permiten simplemente contemplar y reflexionar, exactamente en la actitud descripta por
Platón y Aristóteles como la actitud típica del filósofo. Tal vez
si no fuese por esa persona colocada en esa actitud completamente antinatural de la reflexión filosófica (como diría
Husserl), el crimen de Torwald (Raymond Burr), el vecino cuyo
comportamiento anormal el fotógrafo percibe, hubiera pasado
totalmente inadvertido, en medio de los comportamientos rutinarios y completamente automatizados ("no filosóficos") de
las personas, cuando desempeñan sus tareas sociales habituales y predefinidas.
Jeffries cree haber descubierto un asesinato, pero éste ha
sido tan sólo conjeturado a través de una serie de pistas completamente difusas e insuficientes para concluir nada firme,
tal como se lo hace ver su amigo detective Tom Doyle (Wendell
Corey), que representa en el film la actitud escéptica típica
del racionalista (una figura común, por otro lado, en las películas de Hitchcock, en las cuales gran parte del suspenso está
motivado por el hecho de que la verdad que aqueja al protagonista —y que le pone en peligro de muerte— es demasiado
implausible desde el punto de vista racional (cartesiano), y no
consigue aliados o amigos que le ayuden en su situación desesperada (algo que, como vimos, también ocurría al protagonista de Blow Up a partir del descubrimiento del crimen del
parque)).
Es curioso que Jeffries, al contrario de lo expuesto por Descartes, está absolutamente seguro de su descubrimiento, inclusive cuando las evidencias distan mucho de ser
conclu-yentes. No se debate en la duda, al contrario, se
desespera al ver que ni su amigo ni —al principio— su novia
(Grace Kelly) ni su enfermera (Thelma Ritter) creen en él o
en las pruebas que él ve como completamente convincentes.
Esa seguridad no es conmovida por el carácter fatalmente
fragmentario
de
sus
informaciones
(fragmentación
simbolizada ya por la ventana, protagonista absoluta del film,
y que nunca es fotografiada desde afuera antes del final) ni
por lo conjetural de todo lo que "sabe" o "descubre", debido a
su posición inmóvil e inalterable, lo que le obliga a solucionar
todo el supuesto misterio sin salir del lugar, procurando en
las otras personas y en las lentes de sus máquinas de
fotografía prolongaciones de su propio cuerpo impedido.
135
Aun cuando la fragmentación parezca desprenderse de la
situación absolutamente particular del personaje, esa insuficiencia de la percepción puede considerarse como parte de
nuestra situación perceptiva "normal", llena de dudas e
incer-tidumbres. A diferencia de Blow Up, el naturalismo
de Hitchcock hace que, finalmente, la percepción
problemática se resuelva objetivamente (y, en este sentido,
La ventana indiscreta es un film más cartesiano que Blow
Up, tanto en su planteo como en su solución final) en la
medida en que tanto el protagonista como el espectador
acaban sabiendo "la verdad". Lo que verdaderamente ocurrió
en el departamento de Torwald puede ser constatado como
real, y Jeffries puede verificar empíricamente sus
afirmaciones puramente especulativas del principio. La duda
es completamente resuelta, en el momento en que Jeffries, al
final del film, después de ser salvado de la muerte a manos
del asesino, pregunta al detective escéptico, desde el suelo y
aún respirando agitadamente, si ahora todo lo que ocurrió
será suficiente para pedir un mandato contra Torwald, a lo
que el otro es obligado a responder afirmativamente,
disculpándose por su anterior escepticismo, ahora
completamente refutado.
Eso es todo lo que un cartesiano necesita, la rectificación de la
experiencia imperfecta a través del trabajo conjunto de la razón
y las observaciones, exactamente lo que falta en el final de Blow
Up, donde la evidencia es siempre y perpetuamente imperfecta.
A través de la razón y la deducción, Jeffries consigue finalmente
reconstruir paso a paso los hechos, a pesar de la inicial imperfección de sus sentidos, denunciada por Descartes.
Pero, sin embargo, la resolución definitiva del enigma, y la
consecuente eliminación del estado de duda, es lo único que
vincula las filosofías del conocimiento de Hitchcock y Descartes. El filósofo francés plantea el problema del conocimiento
como si existiese un primer momento de duda absoluta, de
falta de certeza radical. Hitchcock muestra en La ventana indiscreta un componente no presente en Descartes, la certeza
inicial, la creencia fanática en evidencias imperfectas e insuficientes, como un camino viable hacia el conocimiento de la
verdad. Es precisamente la testarudez y la insistencia de
Jeffries en pruebas claramente insuficientes, y su sentimiento de total certeza, lo que le llevan, finalmente, a descubrir el
crimen y atrapar al asesino. Con una actitud cartesiana de
duda radical, él habría desistido prontamente delante de las
136
evidencias fuertemente contrarias a su hipótesis, y habría
quedado empantanado en su estado de duda hipercrítica, paralizado por sus propias incertidumbres. Es su absoluto
dogmatismo, y no su escepticismo crítico, lo que lo lleva finalmente al éxito.
La prueba, de Jocelyn Moorhouse, es una obra filosófica de
múltiples perspectivas de análisis. Martín (Hugo Weaving) es
un ciego de nacimiento, ahora con 32 años, que ha crecido con
la fuerte impresión de que todos le mienten al decirle cómo es
el mundo. El trauma proviene de un recurrente recuerdo de
infancia, en el cual su madre, aún joven pero condenada a
muerte por una enfermedad precoz, le relata al niño, ya ciego,
lo que ve por la ventana: un jardín, un sol radiante y a un viejo
jardinero trabajando. Martín siempre ha desconfiado de ese
relato de los hechos y, para cerciorarse alguna vez de que no le
han mentido, ha sacado una foto desde esa lejana ventana de
su infancia y la ha guardado para mostrársela alguna vez a
alguien en quien realmente pueda confiar, para que éste le
diga qué es lo que hay verdaderamente en la foto. Con el pasar
del tiempo, Martín se ha vuelto taciturno, desconfiado y receloso. Vive con una especie de ama de llaves, de servicios generales, de la misma edad que él, llamada Celia (Geneviéve Picot),
que alimenta una secreta pasión por Martín, que éste no corresponde.
Martín ha conservado desde la infancia la insólita (para un
ciego) costumbre de sacar fotografías de todo lo que no ve.
Aunque no sabe a ciencia cierta lo que fotografía, el sacar las
fotos le da una fuerte sensación de llegar adonde sus
inexistentes ojos no consiguen hacerlo. Su vida se modifica
sustancialmente cuando conoce a Andy (Russell Crowe), un
joven trabajador de un restaurante, honesto y servicial, que
después de unos pocos encuentros despierta en Martín una
inusitada confianza, y a quien el joven ciego pide que le describa el contenido de sus fotografías. Finalmente, Martín parece haber hallado a alguien que le diga cómo es realmente el
mundo. Al contrario de lo que ha sentido durante toda su vida,
Martín percibe que Andy no lo engaña y que es posible confiar
en él. Esa confianza es fugazmente amenazada por obra de
Celia, mujer amarga y resentida, quien, despechada por los
constantes rechazos de Martín, se une a Andy en un romance
fugaz, en una tentativa de separar a los dos jóvenes. Pero la
137
comunicación entre los amigos, tal vez, precisamente, por su carácter inevitablemente indirecto y torcido, se muestra como indestructible. En verdad, Martin conserva a Celia a su servicio
sólo porque se trata de una persona por quien puede sentir pena,
que es el sentimiento que supone que él despierta en los otros.
Los tres constituyen un auténtico triángulo cartesiano de la
Incerteza. A Celia le gusta seguir a Martin en su paseo diario
por el parque, sin ser vista, y provocarle pequeños sustos e
incertidumbres (como, por ejemplo, sujetar al perro para que
no pueda acudir a los angustiados llamados de Martin). El
joven ciego saca una foto del lugar en donde el perro es mantenido preso, y luego pide a Andy que le describa lo que hay en la
foto. Andy no se atreve a decirle que se trata de Celia, y es la
única vez que miente a Martin. Descubierta la mentira, el único
vínculo seguro y confiable con la realidad se ha roto. Después
de despedir a Celia, se desarrolla el diálogo filosófico fundamental del film. Andy aguarda a Martin en la calle, y Martin
le recrimina: "Deberías haber tomado más cuidado conmigo.
Yo soy ciego, no soy una persona como cualquier otra. Para mí
la verdad es muy importante". "Sí, lo sé —responde Andy,
doloridamente—. Pero todo el mundo miente. El hecho es que
no mienten permanentemente. Está bien, admito que mentí
respecto de Celia, pero es sólo eso. Sé que todo tu mundo es la
verdad. Debes tener piedad de nosotros". Martin pregunta:
"¿Cómo podré confiar de ahora en adelante?". Y Andy responde: "No puedes". Después de unos pocos instantes, Martin se
da cuenta de que, a pesar de la "traición", ha encontrado a la
única persona capaz de describirle lo que hay en la vieja foto
que ha sacado en su infancia. Frente a la foto, Andy le ratifica
el antiguo relato de la madre: en la foto hay, realmente, un
jardín, un jardinero viejo y cordial trabajando en él, y es
un brillante día de sol. Martin respira aliviado: ahora sabe,
finalmente, cómo es el mundo. Cuando Andy quiere devolverle la foto, Martin dice, con absoluta convicción: "Es tuya. Puedes quedarte con ella".
La historia de Martin es la historia de una duda fundamental acerca de la consistencia del mundo. Se podría decir: es un
caso especial, es ciego. Pero, visto radicalmente, todos lo somos, y Martin demuestra Ser mucho más perspicaz y visionario que muchas personas de visión normal. ¿Cómo consigue
Martin probar la existencia de las cosas exteriores? ¿Es cartesiano su procedimiento? Martin tiene, ciertamente, la cautela
138
cartesiana: no acepta como verdadera ninguna cosa de la que
no pudiera tener una evidencia completa; para él, como para
Descartes, lo que es dudoso es llanamente falso. Pero, también como Descartes, Martin no es un escéptico: cree en la
verdad objetiva, cree que el mundo es de una determinada
manera y no de otra, y cree que es posible proporcionar una
prueba de lo que es verdadero. Como Descartes, desconfía profundamente de los otros, de lo recibido a través de relatos de
terceros, pero no elimina la posibilidad de encontrar un otro
confiable, algo que pueda ser ratificado independientemente
de las propias fuerzas.
Hay verdades que Martin no puede, por su ceguera, conquistar por sí mismo y para las cuales debe apelar a un auxilio
externo. Anticartesianamente, sin embargo, Martin no desconfía radicalmente de sus sentidos: utiliza exhaustivamente
su tacto y su olfato, y su manía de sacar fotos demuestra una
básica confianza en la visión, a pesar de no tenerla. También,
ciertamente, confía en la visión de los otros, poniendo tan sólo
una condición de confiabilidad que no se relaciona con la integridad del órgano visual, sino con la integridad moral de la
persona. La que finalmente Martin obtiene es, si se quiere,
una especie de ratificación moral de la existencia del mundo.
"No me mienten; luego, el mundo existe, y yo existo", o "Me
dicen la verdad, luego existo", podría ser el resumen de la trayectoria a través de la cual Martin elimina finalmente su propia duda metódica.
Descartes consigue esto a través de la garantía divina. Andy
no es, ciertamente, Dios, pero sí que aparece en la vida de
Martin como una especie de ángel. El es la garantía última
de todas las verdades en las que Martin está dispuesto, de
ahora en adelante, a creer, una vez descifrado el enigma de la
foto.
De alguna manera, la "prueba" de Martin es directa, no pasa
por el cogito, va directo hacia el fundamento divino del mundo. En verdad, Martin no cree que su existencia sea más segura que lo que le viene indirectamente del exterior. Al contrario, es del exterior que espera obtener los elementos que le
ayuden a terminar de constituir su propia realidad, su propio
cogito. Para él no es suficiente con pensar, actividad que un
ciego desarrolla incesantemente. La prueba de su existencia
le vendrá de parte de un otro (no de un Otro)
excepcionalmen-te confiable, capaz de romper la
incertidumbre.
139
El Otro engañador (la madre, Celia) es el Pemonio Maligno
de Martin, aquel que construye para él una realidad ficticia e
incomprobable, perturbadora y peligrosa. Antes de conocer a
Andy, la realidad de Martin estaba delineada por el recuerdo
materno y por la dañina providencia de Celia. En esas condiciones, no había un camino abierto hacia el mundo en el que
se pudiera confiar. Como el Demonio Maligno, Celia pone errores e inconsistencias en la cabeza atormentada de Martin. Es
absolutamente necesario, para obtener la ambicionada prueba, contar con accesos alternativos al mundo. La búsqueda de
Martin es estrictamente científica, llevada a cabo con frialdad
cartesiana, sin manifestación de ningún tipo de afecto, desapasionadamente.
III
¿Quién fue Descartes?
Filósofo francés. Nació en la pequeña ciudad de La Haye,
entre Tours y Poitiers, en el año 1596. Todos los médicos le
auguraron una muerte temprana, debido a su debilidad física. El asumió siempre una actitud estoica, optimista y
autosuficiente ante sus falencias naturales. Llamó a la salud "eZ bien primario y fundamento de todos los demás bienes de la vida" y, como buen nieto y bisnieto de médicos, se
preocupó siempre por cuestiones de medicina, y cuidó su
dieta y sus horas de sueño, jactándose de dormir mucho y
muy bien. "La meta principal de mis estudios fue siempre
la conservación de la salud", escribió. Concibió un método
que, según creía, le permitiría vivir cien años. Pero, a la
larga, confesó que, mejor que eso, era más fácil y seguro
aprender a no temer a la muerte.
Se educó con los jesuitas en el recién fundado Colegio de La
Fleche, entre 1606 y 1614. Obtuvo el doctorado en Derecho en
Poitiers. En 1618 se inició la Guerra de los Treinta Años, y
Descartes fue a Holanda donde realizó su instrucción militar,
bajo la dirección de Mauricio de Nassau. En la noche del 10 de
noviembre de 1619 tuvo tres sueños que, según él, cambiaron
sustancialmente su vida. En 1620 renunció a la carrera militar. La vida de Descartes fue intensamente viajera. Viajó por
Holanda, Francia e Italia, y finalmente se estableció en Ho140
landa, en 1628, aunque aún viajó bastante dentro de ese país
y se mudó muchas veces de domicilio. En Holanda se entregó
exclusivamente a sus estudios, lamentando haber hecho tantos viajes y haber aprendido tan poco en ellos. En 1633, se
abstuvo de publicar su libro El mundo, debido a la condenación de Galileo por la Inquisición, por rechazar la teoría de
que la Tierra era el centro del universo (o teoría "geocéntrica"),
que Descartes también rechazaba.
Hizo una clara opción por la soledad y el alejamiento, viviendo sólo en compañía de sus criados. Sentía una cierta atracción por las personas simples, y creía que ellas podían aprender las verdades fundamentales con la sola luz de su razón,
sin realizar estudios especializados. Nunca demostró intereses matrimoniales, pero tuvo una hija ilegítima con una de
sus empleadas, en 1635, cuando tenía 39 años. La hija se llamaba Francine y murió a los cinco años, de una enfermedad.
Mantuvo correspondencia con numerosos intelectuales de la
época, entre ellos con la Princesa Elisabeth de Bohemia, mujer culta e inteligente que demostró un extraordinario interés
por sus libros, lo que halagaba a Descartes enormemente. También con la Reina María Cristina de Suecia. En cierta manera,
ella precipitó la muerte del filósofo, al llamarlo insistentemente
a Estocolmo en una época muy fría. Descartes murió de neumonía, en Suecia, en el año 1650, poco antes de cumplir 54 años.
Principales obras: Reglas para la dirección de la inteligencia (1628), Discurso del método (1637), Meditaciones de filosofía primera (1641), Principios de filosofía (1644), Tratado de
las pasiones del alma (1649).
IV
Textos cartesianos
Texto 1 — Todo es dudoso.
"En lo que se refiere a la filosofía, diré solamente que, viendo que era ya cultivada por los espíritus más excelentes que
existieron en numerosos siglos, pero que, sin embargo, no contenía nada que no fuese objeto de discusión y por tanto dudoso, no era yo lo bastante vanidoso como para esperar que me
141
fuera más afortunadamente que a los otros; y considerando
cuántas opiniones diferentes con respecto de la misma cuestión pueden presentar las personas doctas, sin que jamás pueda haber más que una sola verdadera, consideraba como falso
todo aquello que era tan sólo verosímil"(Descartes, Rene, Discurso del Método, Parte I).
Texto 2 — Pero no se trata de una duda escéptica, definitiva.
"El primero (precepto) consistía en jamás aceptar como verdadera ninguna cosa que yo no pudiese conocer con evidencia
como tal, es decir, en evitar cuidadosamente la precipitación y
la prevención, incluyendo tan sólo en mis juicios aquello que
se mostrase de modo tan claro y distinto a mi espíritu que no
subsistiese ninguna duda"(Parte II).
"Reflexionando, particularmente, acerca de aquello que en
cada cuestión fuese sospechoso y susceptible de llevar a error,
yo iba liberando mi mente de todos los errores que se habían
insinuado en ella. No imitaba en este procedimiento a los
es-cépticos, que solamente dudaban por dudar, dando
manifestaciones de estar siempre irresolutos; todo mi
propósito tendía, por el contrario, a adquirir la certeza, a
alejar la arena movediza y la tierra, para descubrir la roca y la
arcilla. Parece que estaba yendo bien, porque al tratar de
descubrir la falsedad o carácter dudoso de las proposiciones
que estaba examinando, no con débiles conjeturas sino con
razonamientos claros y seguros, no encontraba ninguna
tan dudosa que no encerrase alguna conclusión muy
acertada, por lo menos ésa misma, la conclusión de que no
contenía nada cierto. Y del mismo modo que, al demoler una
casa vieja, se suele conservar el material sobrante de la
demolición para usarlo en la edificación de una casa nueva,
así también al destruir todas mis opiniones que yo creía mal
fundadas, hacía observaciones diversas y adquiría muchas
experiencias que más tarde me sirvieron para establecer
otras más acertadas"(Parte III).
Texto 3 — Saliendo de la duda. Rechazar como falso todo lo
dudoso. Pienso, luego existo: el primer principio de la Filosofia.
"(...) teniendo en cuenta que los mismos pensamientos que
tenemos cuando estamos despiertos pueden ocurrírsenos también en sueños, sin que exista entonces ni siquiera uno que
sea verdadero, tomé la decisión de fingir que todas las cosas
que antes entraron en mi mente no eran más reales que las
142
ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, observé que, mientras yo deseaba considerar de esa manera todo
como siendo falso, era necesario que yo, al pensar, fuese alguna cosa. Percibí entonces que la verdad pienso, luego existo
era tan sólida y tan exacta que ni siquiera las más extravagantes suposiciones de los escépticos conseguirían conmoverla. Y
siendo así, concluí que no debería sentir escrúpulos en aceptarla como siendo el primer principio de la filosofía que yo estaba buscando"(Parte IV).
Texto 4 — El demonio maligno.
"(...) Supondré, pues, que hay no un verdadero Dios, que es
la soberana fuente de la verdad, sino un cierto demonio maligno, no menos artero y engañador que poderoso, y que emplea
todos sus esfuerzos para engañarme. Pensaré que el cielo, el
aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todas las
cosas exteriores que vemos son tan sólo ilusiones y engaños de
los que se sirve para sorprender mi credulidad. Me consideraré a mí mismo como desprovisto de manos, ojos, carne y sangre, desprovisto de todo sentido, pero dotado de la falsa creencia de que tengo todas esas cosas. Permaneceré obstinadamente
apegado a este pensamiento; y si, por ese medio, no está en mi
poder llegar al conocimiento de cualquier verdad, al menos
está a mi alcance suspender mi juicio. He allí por qué me cuidaré celosamente de no recibir en mi creencia ninguna falsedad, y prepararé tan bien mi espíritu para todos los ardides de
este gran engañador que, por muy poderoso y artero que sea,
nunca podrá imponerme nada*'(Meditaciones metafísicas, Primera Meditación).
Texto 5 — Está fuera de duda que el mundo existe.
"(...) se encuentra en mí cierta facultad pasiva de sentir, es
decir, de recibir y conocer las ideas de las cosas sensibles; pero
ella me sería inútil, y no podría servirme de ella absolutamente, si no hubiese en mí, o en otro, una facultad activa, capaz de
formar y de producir esas ideas. Ahora bien, esa facultad activa no puede existir en mí mientras yo sea tan sólo una cosa
que piensa, visto que ella no presupone mi pensamiento, y también que esas ideas me son frecuentemente representadas sin
que yo en nada contribuya para eso y aun, frecuentemente, a
regañadientes; es preciso, pues, necesariamente, que ella exista
en alguna substancia diferente de mí...Ahora bien, no siendo
143
Dios de modo alguno engañador, es muy patente que no envía
El esas ideas inmediatamente por sí mismo, ni tampoco por
intermedio de ninguna otra criatura... Pues no habiéndome
dado ninguna facultad para conocer que esto sea así, sino, por
el contrario, una fuertísima inclinación para creer que ellas
me son enviadas por las cosas corporales o que parten de éstas, no veo cómo se lo podría absolver de vanidad si, en efecto,
esas ideas partiesen de otras causas que no fuesen las cosas
corpóreas, o que fuesen producidas por ellas. Por consiguiente, es necesario admitir que hay cosas corpóreas que existen"
(Sexta Meditación).
144
Ejercicio 6
Los empiristas británicos:
John Locke y David Hume.
La identidad de Batinan y
Quentin Tarantino
Las críticas empiristas de la
substancia y la causalidad
Introducción
Una de las intuiciones más persistentes a lo largo de la historia de la Filosofía, ha sido la de substancia. Consiste en la
idea de que las propiedades o atributos de una cosa deben "apoyarse" en algo, en una especie de sustrato que nunca es igual
a ninguna de aquellas propiedades, ni tampoco a la suma de
las mismas, y que permanece constante cuando la cosa cambia, se mueve o se transforma. Según el punto de vista
sustancialista, si hay un caminar debe haber algo que camina, si hay un decir, un pensar, etc., debe haber algo que dice,
algo que piensa, etcétera.
La substancia es concebida como una especie de soporte último, que ya no puede apoyarse en nada más básico, o como
un sujeto último que no puede, a su vez, ser predicado de ninguna otra cosa. Aveces, la substancia ha sido identificada con
la esencia. La pregunta por la esencia de una cosa es respondida —según la Filosofía tradicional— a través de una defini145
ción, que dice lo que la cosa es. El sustrato último de la cosa
coincidiría, así, con la propia hechura de la cosa, con el ser que
la define como siendo tal cosa y no otra.
John Locke, filósofo británico del siglo XVII, fue el primer
gran crítico moderno de la noción de substancia. Según este
filósofo empirista, toda idea debe haber surgido de una correspondiente impresión sensible, o de un conjunto de impresiones. Si no es así, si la génesis de la idea no puede ser debidamente reconstruida, entonces se trata de una idea confusa y
oscura, de una entidad metafísica o de algún mito insostenible. Esto ocurre con un gran número de nociones tradicionales
de la Filosofía, entre las cuales está, precisamente, la noción
de substancia, que fue noción central en las metafísicas antiguas y medievales. En verdad, nada se aclara realmente, según dice Locke, cuando se afirma que lo que "sostiene" las
propiedades de una cosa es una cierta "substancia" básica, ya
que sólo tenemos impresiones sensibles de esas propiedades,
y no de una presunta "substancia". Lo único que se puede hacer con una noción sin sentido empírico es tratar de explicar
de dónde puede haberse originado, o sea, hacer una genealogía empírica de la misma, sin tratar de entenderla en algún
sentido puramente lógico.
En realidad, la substancia es una idea aparentemente simple, pero que proviene de un conglomerado de ideas, a las que
se ha dado un nombre único y a las que se trata como si fueran
algo simple sin serlo realmente. En realidad, lo único que existe, en sentido empirista, son las ideas simples que corresponden a las propiedades de los objetos. Las cosas son, pues, idénticas al conjunto de sus propiedades, sin que deba postularse
un "algo" más allá de estas propiedades, como debiendo "sostenerlas por abajo" (así como los antiguos creían que un elefante o una tortuga gigante debían sostener a la Tierra para
que no cayese). Desde el punto de vista empirista, las cosas
deben recibir tan sólo definiciones operacionales basadas en
disposiciones, y no definiciones "sustanciales" en el sentido
tradicional.
Esta problemática de la substancia tiene una resonancia
muy interesante cuando se aplica a seres humanos, y no a
cosas, ya que la existencia o no de una "substancia" como
substratum tiene que ver con el problema de la identidad personal: ¿cómo sabemos que somos los mismos de ayer, y cómo
sabemos, en general, que las personas que "reconocemos" con146
tinúan siendo las mismas de siempre? ¿Cuáles son los criterios de identidad personal, si no deseamos echar mano a recursos sustancialistas? En este caso, Locke dice que es la conciencia de sí lo que constituye el criterio de identidad personal, ya
que, según él, "es imposible que uno perciba sin percibir que lo
hace". Esto falta en las cosas inmateriales, pero está presente
en el hombre: la autoconciencia. Una persona no puede decir,
como lo pretenden los espiritistas, por ejemplo, que ha sido
Sócrates en alguna otra vida, pero que no tiene absolutamente ninguna conciencia de sus acciones en el momento en que
era Sócrates. Sin esta conciencia, no hay fundamento empírico suficiente como para declarar que la persona es realmente
quien pretende ser. Lo constante en los seres humanos no es
ninguna "substancia", sino tan sólo una operación, la operación de reconocerse a sí mismo en la autoconciencia de sus
propias acciones.
Así como la noción de substancia, también la noción de
causalidad es muy antigua y persistente en la tradición filosófica, aunque sufre muchas transformaciones a lo largo
de la historia. Aristóteles distinguió cuatro tipos de causas
(formal, material, eficiente y final) y en todo el período
medieval esta noción fue enormemente importante en las
argumentaciones teológicas y lógicas. Existieron en la historia muchas teorías diferentes de la causalidad, y muchas
dudas acerca de su naturaleza y aplicaciones, pero nunca
hubo en la tradición una duda radical acerca de la legitimidad de esa noción. Este es precisamente el mérito filosófico
de David Hume, filósofo británico del siglo xvm que, con
instrumentos críticos integralmente empiristas, trató de
demostrar que la causalidad es una mera proyección de la
mente, un habitus sintético y regular al que no corresponde nada de real en los objetos. Las llamadas "cadenas causales" son tan sólo asociaciones regulares establecidas por
el hábito, y que, como tales, no ostentan ninguna garantía
más allá de esa regularidad sintética.
En verdad, la crítica a la causalidad es una crítica contra
cualquier noción fuerte de "necesidad" y, por consiguiente, contra los sistemas metafísicos del pasado, en los que esta noción
era central. Así, el mundo es, para Hume, un conglomerado
de acontecimientos encadenados por conexiones radicalmente contingentes, en el cual todo nuestro conocimiento y toda
nuestra moral son conjeturales y provisorios, esencialmente
147
inseguros. En lo que se refiere específicamente a la Moral, nada
como la "libertad" humana podría existir en un mundo de esa
naturaleza. En realidad, la creencia (mítica) en la libertad ha
provenido, según Hume, de la confusión entre azar y libertad:
porque de las acciones humanas no se conocen claramente todas las determinaciones, o porque acontece un choque fortuito
entre diversas determinaciones, se ha pensado, erróneamente, que tales acciones podían ser "elegidas" por los propios agentes, por seres humanos "libres". En verdad, el carácter azaroso de los acontecimientos transforma al mundo en una estructura débilmente controlable.
II
(A) Batman I y II, de Tim Burton (EE.UU., 1989, 1992).
¿Existe una substancia común a Batman y a Bruce Wayne?
Sustratos, azar y contigüidades alteradas.
El Cine muestra, a lo largo de su historia, a personas que se
transforman en otras, hombres que se transforman en vampiros o en lobos, a veces en otros animales (peces, etc.), o personajes que tienen más de una identidad, u hombres que son
mujeres y viceversa, o villanos que pueden transformarse en
cualquier cosa o persona (como el villano "líquido" de El
exter-minador del futuro II). El problema aristotélico
—pro-blematizado por Locke— que se plantea aquí es el
siguiente: esas personas que se transforman, ¿continúan
siendo las mismas a través de sus transformaciones? Y en
caso de responderse afirmativamente, ¿qué es lo que en ellas
continúa existiendo, a pesar de la transformación? ¿Se trata
de una substancia básica que se mantiene y que está "por
debajo" de lo que se transforma, como quería la filosofía
tradicional de cuño aristotélico? ¿O, por el contrario, podemos
tener —como sostiene Locke— criterios puramente
funcionales o "disposi-cionales" para comprender la
transformación, sin necesidad de postular algo tan misterioso
y tan dudoso como una "substancia" común y estable?
A diferencia de otros metamorfoseados, Batman no sufre ninguna alteración en su cuerpo (como sí la sufren, por ejemplo,
Drácula, los hombres-lobo (como el protagonizado por William
Hurt enAltered states (1980), de Ken Russell, o por Jack Nicholson
148
en Wolf (1994)), o el hombre-mosca de Cronenberg, o el Zelig de
Woody Alien, etc.) sino que él simplemente viste una ropa, se
provee de un cierto equipamiento y adopta una personalidad
nueva, desarrollando acciones insólitas desde el punto de vista
de su vida habitual, como el millonario pacato y caritativo Bruce
Wayne. Siendo que la transformación es puramente
externa —no afecta a la corporalidad de Bruce Wayne, sino
solamente a su atuendo y su comportamiento— parecería
plausible decir que Batman y Bruce Wayne son, sin ninguna
duda, la misma persona. Pero, sin embargo, la cuestión no es
tan simple.
En primer lugar, cuando está vestido como Batman y actúa
como él, Bruce Wayne se torna irreconocible para los otros. Nadie diría que él es Bruce Wayne, porque él dejó de actuar como
Bruce Wayne, de hablar y de comportarse como Bruce Wayne,
dejando de lado el hecho de que dejó de vestirse como él, ya que
éste puede ser un elemento secundario: cuando nos encontramos con un amigo en un baile de disfraces, sabemos que es
él, nuestro amigo, sólo que disfrazado. El disfraz no interesa.
Pues nuestro amigo, aun disfrazado, continúa comportándose
como siempre lo hace, diciendo los mismos chistes, reconociéndose a sí mismo como un abogado (o un dentista, o un profesor)
disfrazado. Lo importante en el caso de Batman es que él, al
cambiar de ropa, también cambia de personalidad, de comportamiento: se comporta como un héroe, maneja armas ultramodernas, se torna valiente, intrépido, violento y vengativo en su odio
al crimen en la ciudad de Gotham. En este sentido, podríamos
decir que él deja, literalmente, de ser Bruce Wayne, con relativa
independencia de la vestimenta que usa.
Digo "relativa" porque también sería extraño que Batman
se comportase como Batman pero continuase vestido con el
traje y la corbata de Bruce Wayne. En ese caso, ¿sería Batman
aquella persona? Creo que todo el mundo tendería a decir que
sí, que es Batman (porque lucha, corre, salta y vuela como
Batman, a pesar de estar vestido como Bruce Wayne). Pero si,
por otro lado, Bruce Wayne fuese a un baile de disfraces vestido como Batman, pero continuase actuando y comportándose
y hablando como Bruce Wayne, ¿sería Batman? Creo que todo
el mundo diría que no, que no lo es, que continúa siendo Bruce
Wayne. Parece que el comportamiento funciona mejor como
identificador que la mera vestimenta. (La ilusión de los niños
pequeños, que creen ser Batman porque se visten como él.)
Tanto es así que si Bruce Wayne, vestido como Bruce Wayne,
149
se comportase como Batman (luchase, volase, etc.), las personas descubrirían que Bruce Wayne es Batman, en tanto que
eso no ocurriría si Bruce Wayne apareciese en una fiesta vestido como Batman, pero continuase comportándose como Bruce
Wayne. Despertaría más un sentimiento de ridículo (como si
un hombre pacato quisiera hacerse pasar por un superhéroe
sólo por vestir su ropa, como en el caso del niño) que una sensación de descubrimiento y de sorpresa.
El criterio que estamos considerando aquí es el reconocimiento
por parte de los otros. Si los otros te reconocen como Batman,
eres Batman; si te ven como Bruce Wayne y te tratan como a
Bruce Wayne, pues bien: eres Bruce Wayne. Es un criterio
social. Sólo que ése no es el criterio de identidad propuesto
por Locke (aunque, tal vez, no sería incompatible con él). El
criterio de Locke es la autoconciencia. Bruce Wayne sabe
—él— que él se disfraza de Batman y se transforma en
Batman, y tiene plena conciencia de eso y, después de haber
actuado como Batman (en sus luchas contra los bandidos de
Gotham, contra el Joker, el Pingüino, la Mujer-Gato, Charada, etc.), él se acuerda de haber hecho eso, se acuerda de esos
bandidos y de los enfrentamientos que tuvo con ellos, etc., etc.
Es esta memoria autoconsciente lo que constituye, según
Locke, la identidad de una persona, el hecho de que ella pueda reconocer como suyas las acciones que lleva a cabo. Si, por
algún motivo (por ejemplo, un gas amnésico que el Joker pudiera haber lanzado sobre la multitud, como es su jocosa costumbre) todos los habitantes de Gotham hubieran perdido la
capacidad de reconocer a Batman como Batman, aun en ese
caso Bruce Wayne podría —según Locke— pararse frente al
espejo y decir para sí mismo: "No obstante el hecho de que
nadie me reconozca como Batman, yo sé perfectamente que, a
pesar de todo, soy Batman".
Pero, ¿significa eso que si Batman cayese de un techo y golpease su cabeza y perdiese la memoria, y no recordase nada
de lo que ha hecho, ¿sólo por eso él dejaría de ser Batman?
Diríamos, más bien, que él es Batman, sólo que no se acuerda.
Pero esto es absurdo desde el punto de vista de Locke, porque
su criterio no consiste en el reconocimiento social de la identidad, sino en la autoconciencia. Podría replicar: supongamos que
un nombre vestido como Batman yace inconsciente en el suelo, después de una caída terrible. Es ayudado por un grupo de
personas que lo reconocen como siendo Batman. Pero al volver en sí, el hombre vestido como Batman no se acuerda de
150
nada de lo que ha hecho, se extraña mucho de verse vestido
con esas ropas y no tiene memoria de quién es. ¿Podríamos
estar seguros de que ese hombre es Batman tan sólo sobre la
base del reconocimiento de los otros? Locke diría que no. Podría tratarse de un lunático que se viste de Batman y que cayó
en la vereda. Hasta el momento en que aquella persona, lúcidamente, no afirme que tiene plena autoconciencia de ser
Batman, en el sentido de acordarse de lo que ha hecho como
Batman, no se podrá estar seguro de que aquella persona tendida en el suelo es efectivamente Batman.
Tanto es así que si Batman cayese de un techo, se desmayase, y despertase rodeado de curiosos que, durante su inconsciencia, han visto su rostro (y descubierto su identidad secreta, tan celosamente guardada), él podría preservarla diciendo
que él es, en realidad, Bruce Wayne, sólo que le gusta disfrazarse de Batman de vez en cuando, pero que él no es realmente Batman. Esta mentira puede ser plausible precisamente
porque el criterio de la vestimenta o el aspecto físico (que es lo
único que puede ser públicamente reconocido) no es
conclu-yente. El verdadero criterio es algo que no puede ser
social-mente reconocido, o sea, la autoconciencia íntima y
personal, precisamente lo que permite a Bruce Wayne
continuar preservando su doble identidad, tan importante
para su combate contra el crimen.
Según Locke, no se necesitaría ninguna "substancia" para
explicar la identidad de Batman y Bruce Wayne, no se precisaría postular nada "común", una especie de "base" compartida tanto por uno como por otro. Bruce Wayne podría transformarse totalmente, cambiar todo (ropas, comportamientos,
hábitos, etc.), ser totalmente otra persona, no mantener absolutamente nada de común con su personalidad anterior. Pero
si él tiene autoconciencia de sus acciones cuando está totalmente transformado en otra persona, él y esa otra persona son,
según Locke, la misma persona. No precisa existir ningún
sustrato común que se mantenga a través de las transformaciones, que era lo que subyacía a la idea tradicional de "substancia".
En el caso de Batman, es muy importante que exista un buen
criterio de identidad, porque las acciones de Bruce Wayne y las
de Batman están fuertemente vinculadas: Bruce Wayne decidió gastar parte de su enorme fortuna en la creación de una
doble identidad para combatir el crimen, vengando así simbólicamente la muerte de sus padres a manos de los gángsters.
151
Batman nace, así, como una especie de terapia, de correctivo,
de tentativa de apagar o disminuir el dolor por la pérdida de
sus padres. Nace de un profundo sentimiento de desamparo,
de pérdida. Es, en ese sentido, un monstruo, tan monstruoso
como los monstruos que él combate (el Pingüino, etc.), como
se lo dice el impagable Alfred (Michael Cough), su criado (que
es el único que sabe de todo, de la doble identidad, etc.):
"¿No pretenderá usted ser la única aberración de la ciudad,
señor?"
La diferencia es que la monstruosidad y el desamparo del
Joker o del Pingüino se traducen en una sorda destructividad
(por ejemplo, el Pingüino quiere arrojar en los desagües a todos los primogénitos de Gotham porque fue eso lo que sus propios padres hicieron con él; el Joker fabrica un perfume que
obliga a las personas a reírse compulsivamente, adoptando la
misma monstruosidad facial con la que él está marcado, etc.),
mientras que la monstruosidad de Bruce Wayne se transforma en una intencionalidad asistencial y heroica. ¿Todo habrá
dependido, freudianamente, de los padres que, por casualidad, se tuvo? Pero podríamos imaginar que Bruce Wayne, en
vez de combatir a los delincuentes, comenzase, a partir de su
propio conflicto, a matar a los padres de todas las personas, y
que el Pingüino, en vez de secuestrar a los primogénitos, fundase una Sociedad de protección de los mismos (la Penguin
Red Cross, tal vez) para impedir que sean ellos arrojados en el
desagüe, como le ocurrió a él. De todas maneras, hay una vinculación profunda e indispensable entre las dos personalidades, de manera que es fundamental para Batman saber que él
es realmente Bruce Wayne y viceversa (y no ser un esquizoide
como el protagonista de Psicosis (1960) de Hitchcock, o la mujer
de Los tres rostros de Eva (1957), que literalmente se olvidaban de lo que hacía la otra personalidad).
¿Son, en definitiva, los films Batman I y II, de Tim Burton,
films antisustancialistas? Parece que sí, en la medida en que
la identidad del superhéroe esté basada en la autoconciencia,
y no en el hecho de tener él algún tipo de "substancia". Para
encuadrarlo como film aristotélico, sustancialista en sentido
tradicional, habría que preguntarse qué es lo que hace que
Batman sea Batman, y no otra persona, cuál es su "esencia",
el conjunto de sus rasgos definidores, su substancia, aquello
que se diferencia de sus accidentes, o sea, de las propiedades
que Batman tiene tan sólo por casualidad, y no por el hecho de
152
ser la persona que es, etc. Estas son las preguntas tradicionales que se planteaba la Filosofía sustancialista clásica, y que
Locke critica.
A eso se podría replicar: Batman es definido como "héroe",
como "valeroso", "justiciero", "intrépido", "inteligente",
"asistencial", "enigmático", etc., etc. Si no tuviese esos rasgos,
no sería Batman. Este criterio "lógico" estaría próximo al criterio público antes mencionado, porque las personas podrían
reconocer a Batman por poseer esas propiedades. Pero el criterio de Locke es más "psicológico" que "lógico". Consiste en la
autoconciencia, que es un cierto proceso mental, o en la posibilidad de decirlo soy, y no tan sólo en la posesión de un grupo
de propiedades inconscientes de sí mismas. En este caso, el
Cine no parece cuestionar a la Filosofía, sino sólo ilustrarla.
Veamos qué acontece en el caso de la crítica de Hume contra
la causalidad.
(B) Tiempos violentos (Pulp fiction, EE.UU.,1994,), de
Quentin Tarantino, y Krótki Lilm o Zabijaniu (No matarás,
Polonia, 1987), de Krystof Kieslowski.
Cuando el antes viene después del después. Las fragilidades
de la cadena causal.
El primer film de Quentin Tarantino, Reservoir dogs (1992)
comienza mostrando a un grupo de bandidos sentados alrededor de una mesa de bar, minutos antes de intentar un osado
asalto a un Banco. La próxima secuencia, sin embargo, comienza con uno de ellos (Tim Roth) gravemente herido dentro
de un auto que corre a alta velocidad, dirigido por uno de sus
compañeros (Harvey Keitel), que lo insta dramáticamente a
calmarse, ya que están cerca del garaje que usarán como escondite. Aquí hay una primera quiebra de secuencia, de las
muchas que habrá a lo largo de todo el film. La quiebra produce inmediatamente un efecto dramático y constituye un poderoso efecto de suspenso: ¿qué habrá sucedido? ¿Quién hirió al
bandido? El espectador deduce que alguna cosa salió mal en el
asalto, pero no sabe qué. Supone que fue la Policía, naturalmente, quien lo hirió. Uno no sabe que ese herido es en
realidad un policía infiltrado entre los criminales. Si uno lo
supiera, podría preguntarse: ¿por qué los policías herirían a
uno de sus propios colegas? Pero uno no puede preguntárselo,
ya que no se sabe aún que el individuo es un policía. La infor153
mación va siendo administrada de manera irregular y anómala, produciendo con ella diferentes efectos en las expectativas
y curiosidad del espectador. Este procedimiento narrativo no
es tan sólo un recurso estilístico de Tarantino (ya utilizado por
muchos directores antes de él, como Alain Resnais y Godard,
entre otros), sino una posibilidad fundamental del propio lenguaje cinematográfico en cuanto tal. Por tanto, parece haber
algo de transgresión causal en la propia esencia de ese lenguaje.
Uno piensa que hubo una causa de que aquel hombre apareciera herido, después de que lo hemos visto, en las primeras
imágenes del film, hablando y bromeando tranquilamente con
sus colegas alrededor de una mesa de bar. Sólo que entendemos que esa causa no es lo que ha. precedido inmediatamente
al evento; la causa no es lo que está colocado contiguamente y
previamente al evento causado. Una conversación de un grupo de personas en una mesa de bar no tiene como efecto una
herida de bala en el cuerpo de una de ellas. Falta la causa, ella
no fue mostrada. Pero eso muestra que la contigüidad y la
precedencia en el tiempo no son suficientes para determinar
causalidad. Es nuestra mente, como sostiene Hume, la que la
determina, incluso cuando ella "falta", cuando no está presente en la secuencia "normal".
Pulp fiction exacerba esta técnica narrativa al extremo. La
secuencia "por contigüidad" del film, sería la siguiente:
1) Un joven (Tim Roth) y su novia (Amanda Plummer) es
tán en un bar, hablando tranquilamente y, de repente, deci
den asaltarlo, como parece que ya lo hicieron otras veces. La
escena se corta cuando los dos se encaraman encima de la mesa,
apuntando sus armas hacia los clientes, que no son enfocados.
Sólo al final del film, se sabrá que, entre los clientes, están
Vincent Vega (John Travolta) y Jules Winfield (Samuel Jackson), dos pistoleros profesionales y altamente peligrosos, (que
trabajan al servicio de un poderoso delincuente llamado Marsellus Wallace).
2) Vienen los títulos del film, e inmediatamente se muestra
a Vincent y Jules yendo en auto y hablando de trivialidades,
llegando a un departamento y entrando violentamente en él,
abordando a un grupo de jóvenes drogadictos que, aparen
temente, han robado droga de Marsellus. Comienza una con
versación tensa, durante la cual los pistoleros matan a tiros a
los jóvenes drogadictos. Corte.
154
3) Un boxeador, Butch (Bruce Willis), está recibiendo un
dinero de Marsellus Wallace para perder una lucha, cuando
entran Vincent y Jules, curiosamente (mal) vestidos con cami
setas blancas y shorts, evidentemente prestados, siendo que,
en la escena anterior, estaban elegantemente vestidos de traje y
corbata. (¿Cuál fue la causa del cambio de vestimenta?)
4) Vincent Vega comprando drogas, y yendo a la casa de
Marsellus a buscar a la mujer de él, Mia (Urna Thurman), a
pedido del propio jefe, que quiere que su mujer se divierta con
alguien de total confianza, como Vincent, durante uno de sus
viajes. Vincent y Mia van a un bar muy ruidoso, donde conver
san y participan de un concurso de danza. Vuelven a la casa
de ella, y Mia tiene un ataque por sobredosis de drogas. Vincent
la lleva apresuradamente a la casa del vendedor de drogas y
le aplican una inyección que consigue recuperarla. Vincent la
lleva a su casa de nuevo.
5) El boxeador Butch desobedece las órdenes de Marsellus
y no solamente gana la pelea, sino que mata al adversario y
huye con el dinero de las apuestas. Marsellus pide a Vincent
que busque a Butch y lo mate, pero es Butch quien acaba ma
tando a Vincent, al regresar a su casa para buscar un reloj de
valor. Al salir, Butch encuentra accidentalmente a Marsellus,
luchan y ambos van a parar a las manos de dos tarados sexua
les que, dentro de un almacén de armas, tratan de violar y
matar a Marsellus. Butch salva a Marsellus y es perdonado.
Butch huye.
6) Vuelta al departamento de los jóvenes drogados aludidos
en 2). Jules aún no ha matado al segundo joven drogadicto y
está hablando con él. En verdad, hay un tercer joven, armado,
escondido en el baño, sin que Vincent y Jules lo sepan. El jo
ven sale abruptamente del baño y descarga las seis balas del
revolver encima de los dos pistoleros, pero, curiosamente, no
acierta ninguna de ellas. Los dos pistoleros matan al tercer
joven, pero Jules, al salir completamente ileso de ese aluvión
de balas, queda convencido de que acaban de presenciar un
milagro, e interpreta eso como una señal de que debe abando
nar ese tipo de vida, dejando de ser gángster. Salen de allí,
suben al auto junto con un cómplice y accidentalmente el re
vólver de Vincent se dispara y mata al cómplice, dejando el
auto y sus trajes elegantes llenos de sangre.
Desesperados, van a la casa de un conocido, Jimmy (Quentin
Tarantino) y llaman desde allí a Marsellus (que aún no ha
155
sido traicionado por Butch, y, por tanto, no ha sido aún salvado por él de los tarados sexuales) para que los socorra.
Marsellus los pone en contacto con un tal Mr. Wolff (Harvey
Keitel), que acude y les manda que laven bien el auto y se
cambien de ropa, poniéndose camisetas y shorts, aquellos que
vimos en 3).
7) Vincent y Jules van a un bar a tomar el desayuno, precisamente el bar donde los dos jóvenes mencionados en (1) se
proponen hacer el asalto. Al intentarlo, son fácilmente dominados por Jules, que les da una reprimenda, como si fueran
niños desobedientes, y los deja ir. El film termina allí.
El film termina allí, pero la historia no. Sólo que el resto ya
lo hemos presenciado antes. El fin de la historia ha precedido
al final del film, y el comienzo del film es posterior al comienzo
de la historia. El ordenamiento factual del film no coincide
con el ordenamiento ideal de la historia. Hay dos secuencias
diferentes, una de ellas causal, la otra yuxtapositiva. La pregunta es: ¿cómo hacemos para inferir la cadena causal a través de la yuxtaposición?
La secuencia "por contigüidad" —de, por ejemplo, la que
podríamos llamar "secuencia Vincent Vega"— no coincide con
la secuencia causal "normal" que somos capaces de reconstruir
(¿cómo lo haríamos?) a partir de los datos de que disponemos.
En verdad, Vincent acompaña a Jules para matar a los jóvenes drogadictos, y volviendo de allí mata accidentalmente a
su colega, son auxiliados por Wolf, vuelven a la casa de
Marsellus, éste pide a Vincent que acompañe a su mujer, más
tarde le pide que mate al boxeador, pero el boxeador acaba
matándole. En la secuencia por contigüidad (o yuxtaposición),
Vincent aparece vivo después de haber sido matado por Butch.
Esto prueba que la contigüidad no es condición necesaria de
causalidad. Uno puede reorganizar la contigüidad, sin alterar
las cadenas causales. Pero éstas no se alteran no porque sean
"objetivas", sino porque, como sostiene Hume, nuestra mente
las proyecta, y puede reconocerlas aun a través de la
secuencialidad alterada. Esta posibilidad mental humeana es,
precisamente, lo que permite toda la delicia de las comedias
policiales de Quentin Taran tino.
En las obras de Tarantino, así como en las de directores
más antiguos antes citados (Resnais, Godard, Carlos Saura,
de alguna manera, los poetas de la Temporalidad Invertida),
la narrativa está casi completamente despedazada, "fuera de
secuencia", si tomamos como punto referencial algún orde156
namiento "natural" de eventos (por ejemplo, si una persona
muere, parece responder a la secuencia natural que no aparezca viva de nuevo más tarde. Si alguien acabó de vender un
auto rojo y lo cambió por uno negro, no parece responder a la
secuencia natural que la persona aparezca nuevamente manejando el auto rojo que acabó de vender, etc.). Parece que el
espectador proyecta una secuencia, y ella es en gran parte proyectada como siendo causal: los acontecimientos aparecen ligados, como produciéndose unos a partir de otros. De alguna
manera, el espectador proporciona, con su mente, la vinculación, proyecta una causalidad.
Sergei Eisenstein, hablando de montaje, ha escrito: "Mientras jugaban con trozos de película [los montajistas] descubrieron en el juguete cierta propiedad que los mantuvo asombrados durante años. Esa propiedad consistía en que dos
trozos de película de cualquier clase, colocados juntos, se combinan inevitablemente en un nuevo concepto, en una nueva cualidad, que surge de la yuxtaposición". Es como si las conexiones entre imágenes fueran hipersignificativas, de tal forma
que el simple ponerlas juntas, en contigüidad, crea una
causalidad, un vínculo, como respondiendo a un principio de
horror vacui de la mente, o de horror al absurdo. El espectador de Cine, además de su contribución sintáctica —a través
del famoso efecto de retina— hace también una contribución
semántica en beneficio del film: mantiene en algún lugar de
su mente la cadena causal "normal" y, al mismo tiempo, da un
sentido, una inteligibilidad, a la cadena tal cual está, en su
contigüidad no causal o anticausal. Una especie de caridad
sintáctico-semántica sin la cual el film no sería posible, y ni
siquiera podría ser receptado. El film es una obra incompleta:
no porque, sin esa contribución, no pudiera ser entendido o
sentido, sino porque sin ella el film no existiría, ni siquiera
aparecería a la percepción.
Los filmes que alteran la causalidad natural pueden servir
para hacer una especie de experimento humeano. En efecto, si
había una causalidad proyectada en la secuencia "natural",
ahora esa causalidad debe quedar interrumpida. No obstante,
eventos sin relación causal han quedado, en el nuevo montaje,
contiguos y en una cierta secuencia temporal tal, que la "historia" puede continuar siendo seguida y entendida. ¿Prueba
esto la tesis de Hume de que la contigüidad y la precedencia
temporal no son condiciones suficientes de causalidad? En cierto modo, prueba que la causalidad es más flexible de lo que
157
se imagina, que ella puede ser reconstruida alterando la
secuencialidad, o que ella puede ser proyectada de diferentes
maneras, y no solamente de la manera que he llamado antes
"natural". Nuestra comprensión del mundo —parece sugerir
el lenguaje de imágenes— es proporcionada por la confluencia
y el entrecruzamiento de cadenas causales múltiples y variadas, y no por una única causalidad lineal. En realidad, la
causalidad lineal también interviene, pero tan sólo a título de
una cadena causal entre otras.
Precisamente, lo que es interesante es que el film "despedazado", con las secuencias alteradas, continúa sosteniéndose
narrativamente, continúa siendo inteligible (a pesar de que
pueda exigir, tal vez, del espectador, una atención mayor
que la habitual), no se necesita de una estructura lineal para
tener continuidad, sentido y potencia crítica. En cierta manera, estos filmes muestran que la cadena causal "normal" es
proyectada por la mente (como Hume enseña), y que puede
ser sustituida por otra cualquiera, todo funcionando igual. Si
existiera una causalidad totalmente objetiva, ella no podría
ser alterada sin cortar radicalmente la inteligibilidad. Los
filmes de Tarantino serían, simplemente, incomprensibles, no
podrían ser montados; el público gritaría pidiendo que se detuviera la proyección porque hubo algún error en el rebobinado
del film.
Vincent ha sido asesinado por Butch, pero aparece vivo, sin
embargo, en la última media hora del film. No obstante eso,
absolutamente nadie piensa que él ha resucitado, porque, en
verdad, la mente proyecta en el film una secuencia causal "normal", y se percibe que la muerte de Vincent todavía no ha ocurrido, aun cuando haya sido vista en la pantalla. ¿Dónde puede esa escena no haber ocurrido? En la cadena causal proyectada por la mente, porque, fenomenológicamente, ella ocurrió,
fue vista, fue presenciada, nos acordamos de ella. Las causas
de esa muerte son colocadas, en ese plano ideal, antes del efecto,
aun cuando se presenten, por algún motivo, en un orden
secuencial alterado.
Pero además de la drástica desvinculación entre causalidad
y contigüidad, los filmes de Quentin Tarantino —como los de
Kieslowski— son un rico muestrario de azar y contingencia.
Es una coincidencia fatal para los improvisados asaltantes,
por ejemplo, que precisamente se encuentren entre los clientes de esa mañana dos pistoleros profesionales. Ellos no deberían estar allí. En verdad, los dos andan aún en la calle por158
que ocurrió el accidente del revólver dentro del auto, que acabó con la estúpida muerte del colega. Butch acaba matando a
Vincent porque su novia se ha olvidado de traer el reloj de
valor de Butch. Si no fuese por el reloj, Vincent estaría vivo.
Pero Butch pudo matar a Vincent porque, milagrosamente, el
joven drogado no consiguió acertarle con ninguna de las cinco
balas que le disparó casi a quemarropa, pocas horas antes. Si
ese "milagro" no hubiera ocurrido, Vincent Vega no habría estado en el bar ni ayudado a impedir el asalto de la pareja de
maleantes. Si Vincent hubiera muerto en ese departamento,
Marsellus habría enviado a otro para matar a Butch. Butch
hace mucho ruido cuando entra en su antiguo departamento,
en busca de su reloj, y Vincent, que está en el baño, no lo escucha (¿otro milagro?), lo que contribuye también a que sea muerto por Butch, etc. Tal vez el sustituto de Vincent hubiera hecho mejor ese trabajo, matando a Butch, ¿quien sabe?
Los filmes de Tarantino son una curiosa e irritante filigrana de coincidencias y pequeñas fatalidades, que tienen enormes consecuencias para sus marionetas, al mismo tiempo peligrosas e indefensas. El mundo de Tarantino parece tener
características humeanas. El mundo de los delincuentes muestra, tal vez, de manera más evidente, la naturaleza azarosa
del mundo, más allá de los ordenamientos y reglas de la pequeña burguesía. Pero, en general, aun en nuestro mundo reglado y "honesto" — no tan colorido como el mundo del mañoso
Vincent Vega— tan sólo proyectamos algunas frágiles regularidades entre eventos, le damos algunos estratégicos nombres
a la casualidad y nos acostumbramos a vivir dentro del aparente control de lo que simplemente ocurre. No hay en este
tipo de mundo, como en filósofos racionalistas estilo Kant o
Hegel, ningún tipo de "conexión racional" necesaria entre eventos, más allá de estas regularidades puramente empíricas. En
el mundo criminal favorito de Tarantino, esta fragilidad causal llega al extremo, ya que sus personajes no son filósofos ni
científicos, sino personas en busca de dinero y poder, y que
están completamente habituadas a moverse con absoluta soltura dentro de la Contingencia Radical, sin sentir el mínimo
interés o la mínima necesidad de buscarle una explicación
epistémica o una justificación moral. Las cosas son así, y eso
es todo.
El universo despedazado de Tarantino es un universo
humeano: muy poco se puede hacer en él y nada se puede hacer contra él. Cuando el antes viene después del después, nos
159
damos cuenta —con miedo— hasta qué punto el mundo es
nuestra construcción.
Krystof Kieslowski es, hoy en día, el gran maestro de la
contingencia, el mago de la eventualidad, una especie de Hume
polaco. Pero, al mismo tiempo, exacerba la tesis humeana
de la contingencia, hasta extremos mucho más "escépticos".
Le gusta hacer películas en las cuales las personas son juguete de pequeñas fatalidades, de las curiosas y no aguardables
relaciones entre eventos, de minucias que terminan siendo absolutamente decisivas para sus vidas. Las cosas no encajan,
los eventos se empujan de una manera desordenada, tienen
vinculaciones insospechadas que se burlan de las previsiones
de los hombres, muestran efectos independientes de sus causas conscientes, un mundo caótico en donde ni siquiera la tesis mentalista de Hume funciona sin terribles excepciones.
Para Kieslowski no solamente no existe ninguna necesidad en
el mundo, sino que tampoco es posible formarse "hábitos"
huméanos sobre las cosas y eventos. Simplemente, no hay ningún tipo de regularidad confiable, ni objetiva ni psicológica.
Las causalidades proyectadas son burladas por particularidades insospechadas, de manera que ni subjetivamente puede la
causalidad funcionar.
El universo moral es, tal vez, especialmente privilegiado para
mostrar esa radical contingencia, o, como lo ha declarado el
propio Kieslowski, "el conflicto entre los mandamientos simplistas (como 'No matarás') y las situaciones confusas y opresivas en que vivimos".
Jack Lazar (Miroslaw Baka) es un joven de 20 años, pobre y
sin trabajo, que deambula por la ciudad de Varsovia. Waldemar
Rakowski (Jan Tesarz) es un taxista malhumorado y malicioso, que se divierte molestando a los demás, no respondiendo a
las señales de pasajeros que le desagradan y desenvolviendo
todo tipo de conductas antisociales. Peter Balicki (Jack
Globisz), es un joven abogado, lleno de ideales humanitarios,
que se ha recibido muy recientemente. Kieslowski los presenta paralela y simultáneamente, sin que se conozcan entre ellos,
y precisamente lo que muestra es el entrecruzamiento enloquecido de las cadenas causales y la producción de inesperados "hiatos" causales (o sea, de azarosidad). Es un procedimiento omnisciente de la cámara, capaz de captar de manera
privilegiada la inquietante azarosidad del mundo, más allá
del optimismo secuencialista del filósofo racional.
160
El joven Jack y el taxista Waldemar son mostrados, en verdad, como dos antisociales, como pequeños vándalos insignificantes, hundidos en una cotidianidad vacía y sin esperanzas. El hecho de que Jack acabe matando a Waldemar es
fortuito, podría haber ocurrido lo contrario. Tal vez el taxista malicioso no fuese capaz de matar alevosamente a alguien,
pero sí sería capaz, por ejemplo, de huir del lugar de un accidente, en caso de haber matado a alguien con su taxi. Tiene
mala suerte, porque la víctima es él. Pero lo que es causalmente
interesante es que Waldemar y Jack finalmente se encuentran por la vinculación accidental de una serie de pequeños
acontecimientos.
Jack estaba pasando por la parada de taxi cuando aún el
auto de Waldemar no estaba allí, pero, amedrentado por la
presencia de un agente de policía (posiblemente el joven estaba haciendo pequeños robos, en esos días de deambular constante), decide entrar en un bar para tomar un café. Desde la
ventana, ve llegar un auto de la policía que se lleva al agente
y deja el camino libre para él. Por su parte, Waldemar debería
haber llevado a dos pasajeros que le hicieron señas, pero uno
de ellos parecía borracho o enfermo, y Waldemar, con su egoísmo habitual, arranca ruidosamente, se niega a llevarlos, y conduce su taxi velozmente hacia la parada fatal, donde el joven
Jack (su matador) está esperando un taxi, después de la retirada del agente de policía. Se encuentran en un mismo punto
dos personas que no deberían haberse encontrado. Aun al subir al taxi, hay otros dos hombres —de aspecto decente— que
pretenden compartir el mismo auto con el joven, pero que éste
dispensa con una mentira, para poder viajar solo con Waldemar
y matarlo. "¿Adonde iban ellos?", pregunta la futura víctima.
"A Wola", miente el joven. Unos minutos antes de tomar el
taxi, el joven Jack ha sido abordado por una gitana que quería
leerle la suerte y a la que él aparta con rudeza. La gitana le
grita: "Que la mala suerte te persiga". En pocos meses, el joven será condenado a muerte por asesinato.
Peter, el joven abogado idealista, se entera, mucho después,
de que él mismo estaba en aquel bar en donde el joven entró a
tomar un café, antes de tomar el taxi en la parada fatal. Se
culpa a sí mismo por no haber percibido nada. Peter se atormenta por no haber podido salvar al joven de la pena de muerte y le pregunta al juez si un abogado con más experiencia y
renombre hubiera podido obtener una sentencia mejor para el
joven. "El que usted presentó es el mejor argumento contra la
161
pena de muerte que ya escuché. Pero la sentencia tenía que
ser ésa. Con cualquier abogado hubiera sido igual". En realidad, Peter es la autoconciencia filosófica del film, en la medida en que percibe la dulzura y fragilidad del joven Jack (aun
cuando él no conozca la otra parte, que la cámara omnisciente
de Kieslowski mostró a los espectadores, o sea, la maldad y
mezquindad de Waldemar, la víctima), y ve con horror que se
le mate según la fría letra de la Ley, sin ningún tipo de
reconsideración más apropiada a la situación concreta. Cuando está hablando con el joven en la prisión, al final del film, y
el guardia le pregunta, por tercera vez, si ya terminó, el joven
abogado se desahoga: "Jamás podré decir que terminé", alusión al carácter insondable del espíritu humano, y a la aguda
conciencia que Peter alcanza de que el aspecto jurídico de una
cuestión es claramente insuficiente para entender las últimas
motivaciones de un ser humano. ("Usted es demasiado sensible para esta profesión", le dice el juez. "Sí, pero ahora ya es
tarde", responde melancólicamente Peter.)
Para encerrar la parábola del azar y la contingencia, el joven le cuenta al abogado, en su última conversación, que él
tenía una hermana menor —su única hermana, ya que todos
sus otros hermanos eran varones—, por la que sentía un especial afecto, y que era muy unida a él. La niña murió cuando
tenía 12 años, atropellada por un tractor. Jack le cuenta al
abogado que él era amigo del conductor del tractor, y que minutos antes habían bebido juntos, mezclando diferentes bebidas (vino con vodka) y poniéndose bastante ebrios. Al salir del
bar, el tractorista perdió el control del vehículo y mató a la
hermana de Jack. Ese hecho hizo que el joven abandonase su
pueblo natal y se viniera a la ciudad. "Tal vez si ella no hubiera muerto, yo no hubiera salido de mi pueblo y ahora no estaría aquí". Si en aquel día no hubiera bebido con el chofer del
tractor, y el tractor no hubiera matado a su hermana, tal vez
él no hubiera ido nunca a esa ciudad, y jamás habría matado a
aquel taxista. Las perversidades de la "cadena casual".
El mundo de Kieslowski es también humeano, pero de una
forma radicalizada, en el sentido de mostrar un ámbito de contingencias que no consigue ser dominado por ningún Universal (por ejemplo, por los diez mandamientos, a los que
Kieslowski dedicó su Decálogo). Las conexiones entre eventos
son completamente insospechadas, y parecen ser los hombres
quienes, a posteriori, les atribuyen algún sentido, moral o lógico. Toda regularidad es arbitraria, como la brutalmente in162
troducida por la jurisprudencia, que escandaliza al
hipersen-sible Peter Balicki. ¿Por qué Jack ha matado
brutalmente al taxista Waldemar? ¿Cuál es la causa? La
causa, como lo percibe Peter, es insondable, y totalmente
desconocida, ya que el propio Jack la desconoce.
Posiblemente, mató porque estaba desesperanzado, porque
precisaba entrar de nuevo en un mundo del que lo habían
expulsado de manera brutal. Jack entra en el mundo sólo
para ser condenado y muerto por él, pero la soledad y la
marginación ya le eran completamente insoportables.
Pero esto "explica" por qué Jack tenía que matar, matar a
alguien, a cualquiera, pero no, específicamente, a ese taxista.
La contingencia radical llevó a Waldemar al lugar en el cual
sería asesinado, pero estos pequeños acontecimientos incontrolables no constituyen, por sí mismos, la causa de lo que
ocurrió, sino sus circunstancias. Visto con los ojos de Dios (o
de la cámara de Kieslowski), el brutal asesinato de Waldermar
es perfectamente absurdo, en la medida en que puede dársele
cualquier sentido, el que se prefiera. El mundo es tan
acabadamente fragmentado, que ni siquiera el hábito conseguiría organizarlo.
III
¿Quiénes fueron John Locke y David Hume?
John Locke fue un filósofo inglés, nacido en 1632, en Bristol.
El hogar de Locke estaba regido por el severo código presbiteriano. En 1652, ingresó en la Universidad de Oxford, en donde
le desagradaron (como antes a Bacon) las "cuestiones inútiles" de la escolástica dominante y su "modo ininteligible" de
hablar. Se sintió inseguro de ser idóneo para una exitosa carrera académica, y manifestaba a menudo una profunda falta
de confianza en la Humanidad y en la capacidad que el ser
humano tiene para tornarse mejor, según se lo escribió a su
padre en una carta.
Empezó a escribir filosofía alrededor de los 30 años, y a interesarse por cuestiones políticas, criticando tanto el anarquismo como el autoritarismo y la intolerancia. Pero también se
interesó por la ciencia, particularmente por la medicina. Admitió que la lectura de Descartes le despertó el gusto por los
163
estudios filosóficos, sobre todo a través de la actitud antiescolástica del filósofo francés. En 1666, entró a trabajar en
el servicio de Lord Ashley —que sería más tarde Conde de
Shaftesbury, en 1672—jefe de los ideales políticos de los Whigs.
Locke fue amigo personal de Lord Ashley, así como su preceptor, médico y secretario. En la casa de su patrono, tuvo Locke
la oportunidad de convivir con muchas personalidades intelectuales y políticas de la época, y también bastante tiempo
para escribir lo que sería su Ensayo sobre el entendimiento
humano. Locke se mantuvo fiel a aquellos ideales, aun después de que Ashley fuera destituido de sus cargos (en 1675) y
obligado a abandonar sus actividades políticas, por representar los intereses del Parlamento contra el creciente absolutismo del soberano Carlos II. El propio Locke fue perseguido por
sus conexiones con el Conde de Shaftesbury, por lo que tuvo
que huir a Francia y Holanda, donde continuó escribiendo intensamente, aunque quejándose de los nefastos efectos de "tener que escribir sin continuidad". Tras una larga estadía en
ese país, regresó a Inglaterra alrededor de 1689, después de la
victoria del Parlamento en la llamada Revolución Gloriosa.
Esta es la época de las polémicas en torno a la cuestión de la
tolerancia, que siempre interesó profundamente a Locke.
La única vez que Locke mostró interés por el casamiento
fue a los 50 años, y con una mujer de 24, llamada Damaris
Cudworth. Ella no lo aceptó y acabó casándose con un noble.
Se dice que ellos acogieron a Locke cuando éste era anciano y
estaba enfermo. Los últimos años de Locke transcurrieron
calmos, dentro de la nueva situación política, recibiendo muchas visitas y participando en discusiones hasta el fin, ocurrido en 1704.
Principales obras: Tratados sobre el gobierno civil (1689/90),
Carta acerca de la tolerancia (1689), Ensayo sobre el entendimiento humano (1690).
David Hume fue un filósofo escocés, nacido en Edimburgo,
en 1711. Aunque de familia noble, el joven Hume no tuvo una
buena situación económica, además de ser tempranamente
molestado por enfermedades y depresiones profundas. Demostró desde pequeño una gran curiosidad y amor por la lectura y
la erudición, siendo Cicerón y Virgilio sus autores favoritos.
El padre de Hume era abogado y deseaba para su hijo la mis164
ma profesión. Pero a los 18 años, Hume abandonó sus estudios de Derecho para dedicarse a la Filosofía, para la cual creía
tener "un temperamento osado". Viajó por Francia, Holanda e
Italia, y llegó a instalarse —alrededor de 1734— en La Fleche,
el colegio en el cual Descartes había estudiado. Fue allí donde
compuso una gran parte del que sería el Tratado de la naturaleza humana, que Hume publicaría en 1739. Tenía entonces
28 años.
La publicación de este libro fue un gran fracaso, que Hume
lamentó amargamente, y que le llevó a escribir las Investigaciones acerca del entendimiento humano, una obra menos ambiciosa, más breve y rigurosa, en la que trataba de corregir los
errores del juvenil Tratado. A partir de 1742, las obras de Hume
comenzaron a tener más éxito, lo cual le devolvió el ánimo, ya
que el filósofo escocés siempre dio una enorme importancia al
reconocimiento (no del gran público, pero sí de la intelectualidad
ilustrada), y se deprimía enormemente cuando no lo obtenía
de inmediato. En 1744, optó por primera vez por una cátedra
académica, la de Etica y Filosofía del Espíritu, en la Universidad de Edimburgo. Pero esta institución —como otras— estaba fuertemente manipulada por fanáticos de la Iglesia Evangélica Escocesa. El Rector calificó de heréticas las doctrinas
de Hume, y el cargo fue concedido finalmente a un tal William
Cleghorn, un comerciante.
Entre 1745 y 1747 interrumpió sus estudios para dedicarse
a actividades diplomáticas y militares, que aumentaron sensiblemente su fortuna. Su vida y producción intelectual estuvieron siempre amenazadas por hondas depresiones y dudas,
y sus obras fueron muy combatidas por su espíritu escéptico y
fuertemente crítico, sobre todo en lo referente a cuestiones
religiosas. Uno de sus archienemigos fue el Reverendo William
Warburton, que llegó a ser Obispo de Gloucester y que hizo
una desfavorable recensión del Tratado, persiguiendo al filósofo y vituperándolo después de cada una de sus publicaciones. Las ideas de Hume sobre religión natural, milagros y suicidio debieron ser las más combatidas y denigradas. En 1756
se llegó a pedir que fuera excomulgado. En 1751, apoyándose
en el creciente éxito de sus escritos, Hume hizo su segunda
tentativa de ocupar una cátedra en la Universidad, esta vez la
de Lógica, lo que le daría la agradable oportunidad de trabajar al lado de su amigo Adam Smith, el futuro gran economista. Pero la reacción de la comunidad y de la Iglesia hacia las
165
pretensiones académicas de Hume fue enérgica, y la cátedra
acabó yendo a las manos de un tal James Clow. El gran filósofo escocés no pudo dar nunca una sola clase de Filosofía en su
patria, por causa del fanatismo religioso.
Se dedicó entonces, nuevamente, a tareas diplomáticas, a
partir de 1763, en la embajada de París, donde tuvo una impresionante acogida, se encontró con famosos filósofos franceses (D'Alembert, Buffon, Diderot, D'Holbach y Rousseau) y llegó
a ser nombrado secretario de la Embajada, pensando seriamente en quedarse a vivir en ese país. Sin embargo, regresó a
Edimburgo en 1769, "muy rico y lleno de salud", según cuenta
él mismo en su Autobiografía.
Falleció en 1776, en el año de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos. Había escrito poco antes: "Poseo
el mismo ardor por el estudio que siempre he sentido.. .Es difícil sentir mayor despego hacia la vida que el que siento en estos momentos".
Kant conoció las obras de Hume a través de traducciones y,
paradójicamente, por medio de las airadas críticas contra
Hume que frecuentemente leía. En sus Prolegómenos, Kant
escribió: "Lo confieso francamente: el recuerdo de David Hume
fue justamente lo que, hace muchos años, interrumpió por primera vez mi sueño dogmático y dio a mis investigaciones en el
campo de la filosofía especulativa una dirección comple-tamente
nueva".
Principales obras: Tratado sobre la naturaleza humana (1739),
Ensayos: moral y política (1741/42), Investigación acerca del
entendimiento (1748), Investigación acerca de los principios de
la moral (1751), Diálogos acerca de la religión natural (1777).
IV
Textos sobre la substancia y la causalidad
Texto 1 — Diferentes significados de "substancia", según
Aristóteles.
"Llamamos substancia:
1) a los cuerpos simples, es decir, a la tierra, el fuego, el
agua y todo lo de esta especie, y en general a los cuerpos y a
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las cosas compuestas de ellos, tanto animales como seres divinos, y a sus partes. Todo eso se llama substancia por no atribuirse a un sujeto sino que todo se atribuye a ellos;
2) aquello cuya presencia en las cosas que no se atribuyen a
un sujeto es causa de su ser, como el alma lo es del ser del
animal;
3) las partes cuya presencia en tales cosas las limitan y
marcan como individuos, y por cuya destrucción queda des
truido el todo, como el cuerpo lo es por la destrucción del pla
no, como algunos dicen, y el plano por la destrucción de la
línea, y en general algunos creen que el número es de esta
naturaleza, porque de ser destruido, según afirman, nada exis
te, siendo el límite de todo;
4) la esencia, cuya fórmula es una definición, se llama tam
bién substancia de cada una de las cosas.
De ahí se desprende que 'substancia' tiene dos sentidos: (A)
el sustrato final, que no se atribuye ya a nada más, y (B) aquello que siendo una entidad, es también independiente, siendo
de esta naturaleza la configuración o forma de cada
cosa"(Aristóteles, Metafísica, Libro IV, Cap. VIII).
Texto 2 — La substancia es lo primero, en todos los sentidos.
Para que haya paseo es preciso algo (una substancia) que pasee, para que haya buena salud es preciso alguien (una substancia) que tenga buena salud, etc.
"De modo que pudiéramos suscitar la cuestión de si las palabras 'pasear', 'gozar de salud', 'sentarse' llevan consigo que
cada una de estas cosas goza de existencia, y lo mismo en cualquier otro caso de esta índole; porque ninguna de ellas es suficiente en sí o capaz en sí de separarse de la substancia, sino
más bien es lo que anda o está sentado o goza de salud la cosa
existente, de existir algo. Ahora bien, esas cosas se consideran
más reales por haber algo definido que las sustenta, es decir,
la substancia o el individuo, que lleva consigo tal atributo;
porque nunca empleamos la palabra "bueno" o "sentado" sin
que algo lo lleve consigo. Claro es, pues, que en virtud de esta
categoría es también cada una de las otras cosas; por lo tanto,
aquello que es primero, es decir, no en sentido restringido, sino
sin calificación, debe ser substancia."
La pregunta por la substancia es la cuestión fundamental
de la Filosofía, según Aristóteles.
"Ahora bien, hay varios sentidos en los que una cosa se dice
que es primera; sin embargo, la substancia lo es en todos: (1)
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en definición, (2) en orden de conocimiento, (3) en tiempo, porque entre las demás categorías ninguna puede existir independientemente, sino únicamente la substancia, siendo primera también en definición, puesto que en la definición de
cada uno de los términos debe figurar la definición de su substancia; además, creemos conocer la cosa más perfectamente,
cuando conocemos o sabemos lo que es, v.g., lo que es el hombre, o lo que es el fuego, antes que cuando conocemos su cualidad, su cantidad o su lugar, puesto que conocemos cada uno de
dichos atributos también, solamente cuando conocemos lo que
es la cantidad o la cualidad.
Ciertamente, la cuestión suscitada en tiempos antiguos y
actualmente y siempre, estando siempre sujeta a duda, ha sido
ésta: '¿Qué es el ser?', que se reduce precisamente a esta otra:
'¿Qué es la substancia?', pues ésa es la que algunos afirman es
una, otros más de una, la que unos asientan es limitada en
número, ilimitada otros"(/c¿em, Libro VI, cap. 1).
Texto 3 — Crítica de John Locke a la noción de substancia.
Según él, no es necesaria en Filosofía tal idea.
"Aquellos que fueron los primeros en acuñar la noción de
accidente como una clase de seres reales que necesitan algo a
lo que ser inherentes, se vieron obligados a encontrar la palabra substancia para que les sirviera de soporte. Si al pobre
filósofo hindú (que imaginaba que también necesita la tierra
algo en lo que apoyarse) se le hubiera ocurrido pensar en la
palabra substancia, no habría tenido necesidad de molestarse
en encontrar un elefante que sostuviera la tierra, y una tortuga que sostuviera a este elefante, ya que la palabra substancia habría hecho ambas cosas sin ninguna dificultad. Y cualquiera que le preguntara debería sentirse tan satisfecho con
la respuesta del filósofo hindú de que es la substancia lo que
sostiene la tierra (aunque no sepa qué es la substancia), como
nosotros nos sentimos satisfechos de las respuestas de los filósofos europeos, y de su doctrina, cuando afirman que la substancia, aunque desconocen lo que es, es la que soporta los accidentes. De esta manera, no tenemos ninguna idea de qué es la
substancia, y sólo tenemos una idea confusa y oscura de lo que
hace"(Locke, John, Ensayo sobre el entendimiento humano,
Libro Segundo, capítulo XIII, parágrafo 19).
Texto 4 — Cómo se origina la idea de substancia.
"Como la mente está abastecida...de un gran número de ideas
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simples que le llegan por medio de nuestros sentidos, tal y como
se hallan en las cosas exteriores, o por medio de la reflexión sobre sus propias operaciones, puede observar también que cierto
número de esas ideas simples siempre van unidas; y que
presumiéndose que pertenecen a una sola cosa, una vez unidas
se las designa por un solo nombre...Lo cual, por inadvertencia,
hace que hablemos y consideremos sobre lo que en realidad constituye una complicación de ideas unidas, como si se tratase de
una sola idea simple; porque...al no imaginarnos de qué manera
estas ideas simples pueden subsistir por sí mismas, nos acostumbramos a suponer que existe algún substratum donde subsistan y de donde resulten; al cual, por tanto, denominamos
substancia"(/<¿em, cap. XXIII, parágrafo 1).
Texto 5 — Los objetos consisten en sus propiedades, sin nada
que las sostenga.
"Por semejantes combinaciones de ideas simples, y nada más
que por eso, es por lo que nos representamos a nosotros mismos las clases particulares de substancias; tales son las ideas
que tenemos en la mente sobre las diversas especies de substancias; y esto es lo único que, por medio de nombres específicos, significamos a otros hombres, por medio de las palabras
siguientes: hombre, caballo, sol, agua, hierro.
Al escuchar semejantes términos, quien entienda ese idioma se forjará en su mente una combinación de esas diversas
ideas simples que él usualmente ha observado, que existen
juntas comúnmente....ideas que él supone que subsisten y que
están, como si dijéramos, adheridas a ese sujeto común y desconocido, el cual, a su vez, no es inherente a ninguna otra
cosa....Pues la idea de sol, qué es sino un agregado de esas
distintas ideas simples de luz, calor, redondez, de algo que tiene un movimiento constante y regular, que está a una cierta
distancia de nosotros, y quizás alguna otra idea más, según
que quien haya pensado y disertado sobre el sol haya estado
más o menos acertado al observar esas cualidades sensibles,
ideas o propiedades que se encuentran en esa cosa que él llama
el sol'XIdem, parágrafo 6).
Texto 6 — La identidad personal de cada uno de nosotros se
basa en la conciencia, no en la substancia.
"...debemos ahora considerar qué significa persona. Pienso
que ésta es un ser pensante e inteligente, provisto de razón y
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de reflexión, y que puede considerarse asimismo como una
misma cosa pensante en diferentes tiempos y lugares; lo que
tan sólo hace porque tiene conciencia, porque es algo inseparable del pensamiento, y que para mí le es esencial, pues es
imposible que uno perciba sin percibir que lo hace. Cuando
vemos, oímos, olemos, gustamos, sentimos, meditamos o deseamos algo, sabemos que actuamos así. Así sucede siempre
con nuestras sensaciones o percepciones actuales, y es precisamente por eso por lo que cada uno es para sí mismo lo que él
llama él mismo, sin que se considere en este caso si él mismo
se continúa a sí mismo en diversas substancias o en la misma.
Pues como el estar provisto de conciencia siempre va acompañado de pensamiento, y eso es lo que hace que cada uno sea lo
que él llama sí mismo, y de ese modo se distingue a sí mismo
de todas las demás cosas pensantes, en eso consiste únicamente la identidad personal, es decir, la identidad del ser
racionaK...)"(/<¿em, Libro II, cap. XXVII, parágrafo 11).
Texto 7 — Contra la doctrina espiritista de la
transubstan-dación de las almas.
"Supongamos que un cristiano católico, o pitagórico, se crea
con el derecho de pensar, fundado en que Dios terminó todas
las obras de la creación el séptimo día, que su alma ha existido
desde entonces, y que ha ocupado diversos cuerpos humanos,
como un hombre que yo conocí, que estaba persuadido de que
su alma había estado en SócratesC); ahora bien, pregunto si
habrá alguien que diga que ese hombre, esa misma persona
sea Sócrates, aunque no sea consciente de ninguna de las acciones de Sócrates, ni de ninguno de sus pensamientos(...)
Supongamos también que piense que se trata de la misma
alma que estuvo en Néstor o en Tersites, durante el asedio de
Troya (...) y, por tanto, esa alma pudo tanto haber estado en
ellos como en cualquier hombre presente. Pero como él no tiene conciencia de ninguna de las acciones ni de Néstor ni de
Tersites, la cuestión es si se concibe o puede concebirse a sí
mismo como la misma persona que uno de éllos'XIdem, parágrafo 16).
Texto 8 — Impresiones e ideas.
"Todas las percepciones de la mente humana se reducen a
dos clases distintas, que denominaré impresiones e ideas. La
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diferencia entre ambas consiste en los grados de fuerza y vivacidad con que inciden sobre la mente y se abren camino en
nuestro pensamiento o conciencia. A las percepciones que
entran con mayor fuerza y violencia las podemos denominar
impresiones; e incluyo bajo este nombre todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones tal como hacen su primera aparición en el alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de
las impresiones, cuando pensamos y razonamos; de esta clase
son todas las percepciones suscitadas por el presente discurso, por ejemplo, con la sola excepción del placer o disgusto inmediatos que este discurso pueda ocasionar. No creo que
sea necesario gastar muchas palabras para explicar esta
distinción (...) todas nuestras ideas simples, en su primera aparición, se derivan de impresiones simples a las que corresponden y representan exactamente.(...) (Hume, Tratado de la naturaleza humana, Libro I, Parte I, Sección I).
Texto 9 — La idea de causa se deriva de una impresión de
contigüidad entre objetos, y de la prioridad temporal de la causa
sobre el efecto.
"Para comenzar ordenadamente, examinaremos la idea de
causalidad y el origen de donde se deriva. Es imposible razonar correctamente sin entender a la perfección la idea sobre la
que razonamos; y es imposible entender perfectamente una
idea sin llevarla a su origen, examinando la impresión primaria de que procede.C) Dirijamos, por tanto, nuestra vista sobre dos objetos cualesquiera de los que denominamos causa y
efecto, y examinémosles por todas partes, a fin de encontrar la
impresión que produce esa admirable consecuencia de un objeto a otro. Ya a primera vista me doy cuenta de que no debo
buscar tal impresión en ninguna de las cualidades particulares de los objetos. (...) De hecho, no hay nada existente, sea
externa o internamente, que no pueda ser considerado como
causa o efectoC.) La idea de causalidad deberá, pues, derivarse de alguna relación entre objetos; y es esa relación la que
ahora debemos intentar descubrir.
En primer lugar, encuentro que, sean cuales fueren los objetos considerados como causas y efectos, son contiguos; de
modo que nada puede actuar en un tiempo o espacio separado
—por poco que sea— del correspondiente a su propia existencia. (...) Por tanto, puede considerarse que la relación de contigüidad es esencial a la de causalidad(...)"(/<iem, Libro I, Parte
III, Sección II).
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"La segunda relación que señalaré como esencial a las causas y efectos no es tan umversalmente aceptada, sino que está
sujeta a controversia; se trata de la prioridad del tiempo de la
causa con relación al efecto.
(..JHabiendo así descubierto, o supuesto, que las dos relaciones de contigüidad y sucesión son elementos esenciales de
las causas y efectos, hallo que me he detenido demasiado pronto, y que no puedo pasar a considerar ningún ejemplo particular de causa y efecto. En virtud del choque que se produce, el
movimiento de un cuerpo es considerado como causa del movimiento del otro. Cuando examinamos estos objetos con la
mayor atención vemos únicamente que un cuerpo se aproxima al otro, y que el movimiento del uno precede al del otro,
pero sin intervalo perceptible alguno. Es inútil que nos
atormentemos con más pensamientos y reflexión sobre este
asunto. No podemos ir más allá en el examen de este caso
particular" {ídem).
Texto 10 — La idea de que, además de la contigüidad y la
anterioridad en el tiempo, la causa debe ser necesaria, proviene de la experiencia. La idea de necesidad de la causa proviene de una impresión interna de la mente, no de una impresión externa.
"¿Tendremos entonces que conformarnos con estas dos relaciones de contigüidad y sucesión, como si suministraran una
idea completa de la causalidad? De ningún modo: un objeto
puede ser contiguo y anterior a otro sin ser considerado como
causa de éste. Hace falta una conexión necesaria. Y esta relación tiene mucha más importancia que cualquiera de las dos
mencionadas."(ídem). "(...) La verdadera cuestión es si todo
objeto que empieza a existir tiene que deber su existencia a
una causa; y yo afirmo que esto no es ni intuitiva ni demostrativamente cierto"(...). "Dado que no es del conocimiento o de
un razonamiento científico de donde derivamos la opinión
de la necesidad de que toda nueva producción tenga una causa, esa opinión deberá surgir necesariamente de la observación y la experiencia". (ídem, Sección III, pág. 187).
Texto 11 — La idea de necesidad de la causa proviene
de una impresión interna de la mente, no de una impresión
externa.
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"La idea de necesidad surge de alguna impresión. Pero no
hay impresión transmitida por nuestros sentidos que pueda
originar tal idea. Luego deberá derivarse de alguna impresión
interna o impresión de reflexión. No hay impresión interna
que esté relacionada con el asunto presente sino esa inclinación, producida por la costumbre, a pasar de un objeto a la
idea de su acompañante habitual. Esta es, pues, la esencia de
la necesidad. En suma, la necesidad es algo existente en la
mente, no en los objetos. Y nos resultaría imposible hacernos
la más remota idea de ella si la considerásemos como cualidad
de los cuerpos. O no tenemos idea alguna de la necesidad, o la
necesidad no es otra cosa que la determinación del pensamiento
a pasar de causas a efectos y de efectos a causas"(7<iem, Sección XIV, pág. 292).
Texto 12 — La causalidad es la misma en la naturaleza que
en la moral, en el comportamiento de los objetos y en el de los
seres humanos.
"(...) al juzgar las acciones de los hombres, deberemos proceder basándonos en las mismas máximas que cuando razonamos sobre los objetos externos. (...) El prisionero que no tiene ni dinero ni alguien que se interese por él, descubre la imposibilidad de escapar a causa tanto de la obstinación de su
carcelero como de los muros y rejas que le rodean. Y en todos
sus intentos por alcanzar la libertad, antes prefiere romper la
piedra y el hierro de éstos que torcer la inflexible naturaleza
de aquél. Y si este mismo prisionero es conducido al patíbulo,
prevé su muerte con igual certeza por la constancia y fidelidad de sus guardianes que por la acción del hacha o de la rueda. Su mente pasa por una cierta serie de ideas: la negación
de los soldados a dejarle escapar, la acción del verdugo, la separación de la cabeza del tronco, la efusión de sangre, los movimientos convulsivos y la muerte. Esta es una cadena en que
están conectadas causas naturales y acciones voluntarias; la
mente, sin embargo, no encuentra diferencia alguna entre ellas,
cuando pasa de uno a otro eslabón: lo que va a suceder no es
menos cierto que si estuviera conectado con las impresiones
presentes de la memoria y de los sentidos por una cadena causal enlazada por lo que solemos llamar necesidad física"(ia!em,
Libro II, Parte III, Sección I).
173
Ejercicio 7
Kant, Thomas More y la
sociedad de los poetas muertos
Teoría y práctica
Introducción
A diferencia de la Metafísica tradicional, que mezclaba indebidamente los planos del conocimiento teórico y de la acción
práctica, Kant los distingue nítidamente, dentro de su Filosofía "Trascendental", como dos dimensiones estructuralmente
diferentes de la razón humana. La razón, a pesar de ser una
sola, tiene diferentes usos: un uso teórico-especulativo, que
organiza el conocimiento objetivo del mundo, y un uso práctico, que organiza la acción moral y política sobre el mundo. La
Filosofía Trascendental se ocupa, precisamente, de operar esa
"tópica" de los usos humanos de la razón, para que los mismos
no sean ilegítimamente confundidos.
Estos dos planos de la racionalidad humana, teórico y práctico, están sometidos a leyes trascendentales igualmente rigurosas: el mundo natural, regido por las leyes físico-matemáticas, y el mundo moral, regido por la libertad racional práctica. La noción kantiana de libertad no consiste en "hacer lo
que se quiera", sino en la posibilidad, racionalmente determinada, de que la acción humana sea independiente de las leyes
físico-naturales, al regirse única y exclusivamente por las leyes morales libres, que la propia razón, en su uso práctico, se
da a sí misma.
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El ser humano tiene, así, la capacidad de oponerse al
comportamento de la naturaleza (y en esto consiste, precisamente, la libertad). De tal forma, en cuanto en la
Físico-matemática tratamos de atenernos a lo dado en una
experiencia posible, en la Moral tratamos de
independizarnos de lo que es dado en la experiencia. Lo
que parecería una contradicción —que el hombre esté, al
mismo tiempo, sometido a las leyes de la naturaleza y que
sea libre— se soluciona prontamente, en el sistema de
Kant, mediante esta teoría "trascendental" de la razón. El
término "trascendental" se refiere a las condiciones
racionales de posibilidad del conocimiento teórico y de la
acción práctica. Dada la realidad del conocimiento y de la
acción, Kant se pregunta cuáles son las condiciones
racionales bajo las cuales ambos son posibles en el
mundo.
En realidad, Kant asume una actitud que ha sido común a
toda la historia de la Filosofía, la de tratar de determinar la
capacidad moral del hombre según los dictados de la razón, en
su tentativa de armonizar a ésta con las pasiones. Se trata de
definir las posibilidades de dominio, total o parcial, de las pasiones por medio de la fuerza de la razón. La Filosofía —tanto
clásica como moderna— ha sostenido siempre que este dominio es posible, y que la razón debe poder sobreponerse a los
dictados de la sensibilidad. En el caso particular de Kant, este
dominio de lo sensible por parte de la razón se da en el interior
de una complicada teoría de la razón pura, que presupone que
la realidad se da a la razón humana en dos ámbitos diferentes
y no contradictorios: como "fenómeno" (en el nivel del conocimiento teórico, determinado por leyes naturales) y como "noúmeno" (en el nivel de la acción práctica libre). Sólo haciendo
esta distinción, es posible la acción moral, a pesar de que Kant
concede que una acción moral plenamente libre, sin ninguna
determinación sensible, es extremadamente difícil de darse
en una acción concreta o, tal vez, imposible, al menos en toda
su sublime pureza.
II
El hombre de dos reinos (A man for all seasons, Inglaterra,
1966), de Fred Zinemann, y Mi pie izquierdo (My left foot, Irlanda, 1989) de Jim Sheridan.
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¿Puede la libertad vencer las coacciones de la sociedad y la
naturaleza1?
La sociedad de los poetas muertos (Deadpoets society, EE.UU.,
1989), de Peter Weir.
¿Puede la libertad, en su conflicto con la autoridad, llevar a
alguien a la muerte?
El film de Fred Zinemann A man for all seasons, basado en
una pieza de Robert Bolt, se refiere a la vida y la muerte de
Thomas More, el canciller-filósofo, autor de la famosa Utopía,
que no cedió a las presiones del rey Enrique VIII en sus deseos
de divorciarse de la reina para casarse con su amante, Ana
Bolena, prefiriendo morir en el patíbulo antes de cometer injusticia. La pregunta es: ¿Fue Thomas More una persona moral en un sentido kantiano? O, mejor: ese Thomas More del
profesor Zinemann, ¿fue kantiano en su actitud terminal e
intransigente? ¿Consiguió, finalmente, realizar una acción
moral libre y plenamente racional, sin intervención de ningún
tipo de elemento sensible?
Este film puede, ciertamente, leerse como un
macro-con-cepto-imagen de la noción de Autonomía. Ante
todas las enormes presiones que Thomas (protagonizado por
el extraordinario actor inglés Paúl Scofield) sufre, primero
como amigo y funcionario del Rey, después como simple
ciudadano, y en todo momento como marido y padre de
familia, como abogado y profesional, toma una decisión
altamente desventajosa para él (y también, lateralmente, para
su familia) que le lleva finalmente a la muerte. Según se lo
muestra en la pieza teatral de Bolt y en el film de Zinemann,
desde un punto de vista estrictamente sensible-natural, todas
las circunstan-cias llevaban claramente a la conveniencia de
que Thomas More aprobase la iniciativa del Rey: él era muy
bien conceptuado en la corte, respetado como abogado, amigo
personal del Rey, y no se comprometía a nada especialmente
oprobioso apoyándolo. Sin embargo, Thomas More no
aprobaba el pedido del Rey, basado en principios
ético-jurídicos y en una línea de conducta guiada por esos
criterios. Cuando el siniestro Cromwell (Leo McKern) inicia
una persecución política contra Thomas por causa de su
actitud ante la cuestión, More se ve obligado a radicalizarla
hasta extremos que él mismo, tal vez, no pensaba que sería
posible hacerlo, hasta su total desprestigio social y su condena a muerte.
176
El film muestra a Thomas como un ser nada heroico, vulnerable, sufriente, en absoluto superhumano, pero, al mismo
tiempo, serenamente convencido de su posición y como literalmente aprisionado por ella, como si él no fuese más dueño de
sí mismo frente a la terrible objetividad de la Ley Moral. En
este sentido, su comportamiento parece, ciertamente, kantiano.
Kant ha escrito que una persona racional no cometería una
acción que, aun cuando le reportase beneficios evidentes, le
haría al día siguiente repugnarse de su propia persona. Ciertamente, Thomas no podría vivir después de haber abdicado
de sus principios más profundos, simplemente no se soportaría a sí mismo; la mera continuación de la vida sensible sería
un premio demasiado bajo y mezquino para pagar la renuncia
absoluta a una vida moral (no meramente sensible, según Kant,
sino inteligible).
Pero el film muestra claramente que la lucha contra las "determinaciones sensibles" no debe ser entendida en el sentido
estrecho de "natural-sensible", como si los enemigos de la moralidad racional fueran tan sólo los propios instintos e inclinaciones naturales. En realidad, la trampa dentro de la cual cae
Thomas es eminentemente social, fabricada por los hombres y
su venalidad, y la fuerza "sensible" que trata de arrastrar a
Thomas hacia la indignidad es, en realidad, una fuerza
social-mente definida: apoyar la voluntad del rey, hacer lo
que han hecho todos, evitar preocupaciones para su familia,
etc. El determinismo natural se da, en verdad, a través del
propio hombre entendido como ser natural, sometido a
pasiones egoístas y agresivas, corporizadas, en este caso, en
las figuras del Rey, de Cromwell, del cardenal Wolsey (Orson
Welles) y del traidor Richmond (John Hurt), que después de
un rechazo de More, intenta una carrera fácil y rápida en la
Corte. Desde un punto de vista kantiano, el film muestra la
posible victoria de la libertad práctica sobre todas las
compulsiones oriundas de la sociedad, la política, la
conveniencia palaciega, las ventajas institucionales, etc.,
victoria basada en la portentosa independencia que la esfera
práctica puede llegar a alcanzar con respecto a la teoría, a la
naturaleza, a la experiencia, a lo dado. Thomas More hace
exactamente lo contrario de lo que todas las circunstancias
sensibles le llevarían a hacer.
Pero el film también muestra que, aun cuando existe, a pesar de todo, un orden interior que puede ser más fuerte que
todo eso, el mismo puede ser asumido tan sólo en la estrictísima
177
medida en que, como es el caso de More, se esté dispuesto a
dar la vida en nombre de esa sublime autonomía. Que no se
piense, parece decirnos el film, que los valores morales
inteligibles nos servirán para prolongar nuestras vidas indefinidamente. Bien podría acontecer que el orden moral, entendido kantianamente, nos exigiese la propia vida en cambio de
su cumplimiento riguroso. Las imágenes muestran —hacen
vivir— que es muy complicado, o prácticamente imposible,
convivir con las determinaciones naturales, negociar con ellas,
sin poner la propia vida en riesgo. La ética kantiana parece, si
More es realmente kantiano, una ética para la muerte, no para
la sobrevivencia. Como lo ha escrito el propio Kant, ser moral
no coincide con ser feliz, sino con ser digno de la felicidad. Tal
vez se trata de una ética para ángeles, como han dicho a menudo sus detractores, en el sentido de que More está convencido de estar partiendo hacia la vida eterna a través de su acto
verdaderamente no humano, absolutamente incongruente con
la tendencia habitual de las acciones humanas.
Kant ha hecho, no obstante, una distinción esencial entre el
plano ético y el plano jurídico. La esfera ética pertenecería al
fuero interno, y la jurídica al externo. No siempre lo jurídicamente
correcto sería, per se, éticamente correcto. Por ejemplo, desde
el punto de vista jurídico, nadie puede declarar contra sí
mismo, y existe un derecho de autodefenderse ilimitadamente. Este principio jurídico puede no ser siempre ético: a veces
puede ser más ético acusarse a sí mismo, en vez de defenderse
indefinidamente. Thomas More muestra a veces, durante el
film, más una rectitud jurídica que estrictamente ética. En
una discusión con su posible cuñado, éste le hace notar que las
leyes inglesas suelen favorecer, a veces, a los malhechores, y
que por tanto ellas no son confiables ni venerables. More defiende la necesidad de, aún así, defender férreamente el orden
jurídico. "¿Aun cuando el mismo beneficie al Diablo?", pregunta el otro, horrorizado. Y More responde: "Aun cuando beneficie al Diablo, sí. Pues sólo así podré estar seguro de que continuaré contando con la Ley cuando la necesite". De todas
maneras, su condena a muerte muestra claramente que cuando More precisó de la Ley, ésta no le protegió. O, peor aún,
que cuando él asumió poderosamente su persona ética, las leyes le condenaron con justicia, de acuerdo con el orden jurídico vigente.
En verdad, Thomas tiene una fe irrestricta en una especie
de Orden legal-moral que está por encima de gobernantes,
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reyes y cancilleres, no en el orden legal de facto (en ese caso, el
establecido por el Rey del momento), sino en un Orden Inteligible guiado por principios morales estables. En esto, More es,
ciertamente, un kantiano. Pero estos principios pueden, en
verdad, conducir a sus cultores al patíbulo; no hay ninguna
garantía en contrario. La ética no protege, al contrario, desampara, abandona a sus practicantes en la mayor de las soledades posibles, en donde ni siquiera los seres amados pueden
acceder [como se muestra en la bellísima relación de Thomas
con su familia, su mujer (Wendy Hiller) y su hija (Susannah
York) ]. Sus familiares suplican a Thomas que firme el documento y salga de su celda, y Thomas se da cuenta, ante estos
ruegos guiados por la sensibilidad (diría Kant), de que está
absolutamente solo.
El film hace vivir, logopáticamente, una situación moral, en
lugar de simplemente hablar acerca de ella. Muestra cómo es
enfrentarse con un dilema entre determinaciones sensibles y
libertad, y muestra "páticamente" cómo vive y siente una persona dentro de ese conflicto. El experimento consiste en poner
dentro del mismo a una persona que estuviese dispuesta a
aplicar hasta el fin principios auténticamente morales.
Los críticos de la moral kantiana (sobre todo, utilitaristas y
empiristas en general) acusarían a Thomas de haber sido demasiado rigorista, demasiado exigente consigo mismo, una
especie de "fanático moral". No hacía falta llegar a tales extremos. Se podía perfectamente haber negociado, salvado la vida
y continuado siendo una persona moral. Al contrario, al
autosacrificarse, Thomas habría privado a muchas personas
decentes de su necesaria asistencia. Finalmente, su muerte
no le sirve a nadie. Basado en ese tipo de consideraciones, él
podría "soportarse a sí mismo" perfectamente, al día siguiente
de haber firmado aquel documento puramente formal, en beneficio del divorcio del Rey. Eso no le impediría seguir actuando correctamente. Pero en este punto hay un argumento
kantiano muy fuerte en favor de la conducta de More. En su
artículo sobre la mentira (Acerca de un supuesto derecho a
mentir por amor a la Humanidad) Kant presenta el ejemplo
de un bandido que está persiguiendo a una persona para matarla. Un kantiano que está cerca de los acontecimientos ve
dónde se esconde el fugitivo, y segundos después el bandido
llega y le pregunta dónde se escondió aquel hombre. Las personas en general, y gran parte de los filósofos morales, pien179
san que se puede mentir en casos excepcionales, que si esa
persona, en esa situación, mintiese de manera excepcional,
salvaría una vida, mientras que diciendo la verdad podría permitir que el bandido matase a su víctima.
Kant condena sin atenuantes este tipo de razonamiento en
favor de la mentira, y su argumento es fuerte porque se basa
en un hecho difícilmente negable, que Kant aprendió de Hume:
la radical contingencia del mundo. Pues nadie puede asegurar
que, con toda certeza, si el kantiano miente va a salvar la vida
del perseguido. Podría ocurrir que, a través de su mentira, por
la contingencia de los acontecimientos, el bandido acabase
encontrando a su víctima y matándola, y, en ese caso, dice
Kant, la persona que mintió es plenamente responsable por
ese crimen, no por el resultado, sino porque transgredió la ley
moral en beneficio de la pura sensibilidad. Si él no hubiese
mentido, tal vez el fugitivo habría conseguido, de todas formas, huir, y si hubiera caído en las garras del bandido, el
kantiano no sería responsable de esa muerte en el plano inteligible. El pobre fugitivo, muriendo tal vez en los brazos del
kantiano, tendría que comprender, a través de un último ejercicio de su razón pura práctica, que el kantiano tenía la obligación de considerar la conservación del orden moral inteligible más importante que la mera sobrevivencia sensible de su
persona singular.
Siguiendo el mismo hilo conductor, Thomas More podría
haber firmado el documento aprobando el casamiento del Rey,
para salvar la simple continuidad de su vida sensible, pero
ese acto, ciertamente inmoral desde el punto de vista inteligible, tampoco le hubiera asegurado la salvación sensible de una
manera segura, dada la contingencia del mundo (y de las acciones humanas, sobre todo cuando esas acciones son las de
un Rey despótico y arbitrario). El cardenal Wolsey aprobó el
casamiento y Cromwell fue siempre fiel a su Majestad, no obstante lo cual la contingencia del mundo hizo que ambos fuesen, más tarde, considerados traidores.
Una última cuestión interesante puede ser preguntarse si,
verdaderamente, no hubo absolutamente ninguna determinación
sensible en el acto supremo de More, ninguna pizca de orgullo, vanidad, egoísmo, mezquindad, exhibicionismo o perversidad. En esto, se sigue el paso de las problematizaciones presentadas a las éticas rigoristas por filósofos utilitaristas,
empiristas, etc. Y en el caso particular del lenguaje cinemato180
gráfico, eminentemente sensible, ¿no mostrarían estos casos
ejemplares la presencia inevitable de los elementos físicos y
naturales que Kant quería dejar fuera de la determinación
puramente moral de las acciones? En ese sentido, deberíamos
preguntarnos de nuevo lo que ya fue preguntado en ejercicios
anteriores: ¿no sería el Cine un arte eminentemente empirista?
Por la propia naturaleza sensible de la imagen, y por la propia
textura "experiencial" del lenguaje cinematográfico, ¿no será
que esta tesis hiperracionalista kantiana no es permanente e
inevitablemente problematizada por conceptos-imagen de nociones como "honra", "valor", "conducta ética", "libertad", en el
sentido no empirista asumido por Kant?
Veamos. ¿Qué es lo que conceptualmente dice este film acerca
de la problemática kantiana? Hay varios conceptos tratados
imaginantemente en este film: "Mantener una actitud de negociación ante las determinaciones sensibles" (concepto
vehiculizado por Wolsey), "Mantener una actitud de aprovechamiento personal ante determinaciones sensibles"
(Cromwell, Richmond), "Mantener una actitud de independencia ante determinaciones sensibles"(Thomas More). El Rey
(tanto su persona cuanto la situación en que se encuentra) es
una corporización de las propias determinaciones sensibles.
Es interesante observar, de paso, que el Rey, a pesar de su
grosería, es capaz de visualizar la grandeza moral de Thomas,
y por eso le interesa especialmente su aprobación en el litigio
de su divorcio. En verdad, quiere utilizar políticamente esa
probidad moral, para después poder decir: "El hombre más
honesto de Inglaterra aprobó mi divorcio y mi nuevo casamiento". Mas no se da cuenta de que precisamente por ser el hombre
más honesto de Inglaterra, él no podrá aprobarlo. El film, filosóficamente, puede ser visto como una condenación moral
—universal— de las dos primeras actitudes, y como una defensa de la tercera.
Pero es de preguntarse si el propio lenguaje cinematográfico, con su carácter eminentemente sensible (y "empirista"), no
podrá traicionar el kantismo explícito e intencional del texto
original de Robert Bolt. Pues cuando se habla de estas cuestiones de manera abstracta, parece más creíble que estas conductas supremamente morales sean posibles, pero cuando se
las ve dramatizadas en una historia que está siendo vivida
sensiblemente, asistimos no solamente al miedo que está siendo
vencido, sino también al inmenso orgullo, a la suprema omni181
potencia del acto intransigente de More. ¿No comprendemos
mejor, en ese momento sensible del film, que aquel "no poder
al día siguiente soportarse a sí mismo después de haber abdicado de los propios valores" podría igualmente ser visto como
una determinación sensible como cualquier otra? Los
empiris-tas y utilitaristas dirían, en este punto, que no
necesitábamos del Cine para darnos cuenta de eso, y eso es
cierto. Pero es una cuestión de lenguaje. Tal vez nunca sea
tan claro como en el caso de los conceptos dramatizados por
el Cine, que las acciones concretas de los hombres, como el
propio Kant lo concede en un texto citado más abajo, no
pueden evitar estar anegadas por determinaciones sensibles.
De todas maneras, Thomas More (al menos el Thomas More
que este film presenta) tenía aquello que Kant consideraba
necesario y suficiente para ser una persona moral: una voluntad buena. Esta hará que elijamos el egoísmo autosacrificado
en lugar del egoísmo agresivo. La grandeza moral de Thomas
consistirá, tal vez, en el hecho de que su particular egoísmo lo
tiene a él como primera y última víctima, en vez de victimar a
otros. Lo que no es poca cosa.
Así como el caso de Thomas More puede verse como una
victoria de la libertad práctica sobre las compulsiones de la
sociedad y de la así llamada "justicia humana", el caso del
pintor Christy Brown (extraordinaria caracterización del
actor británico Daniel Day-Lewis) puede ser visto como un
impresionante caso de independencia respecto de determinaciones naturales stricto sensu. Christy nace con parálisis
generalizada, con capacidad para mover tan sólo su pie izquierdo. Con ese pie, Christy consigue pintar cuadros de honda sensibilidad, y transformarse en un pintor reconocido, después de
ser completamente desahuciado por los médicos y considerado como mentalmente nulo y "un peso para su familia". Christy
es mostrado como un ser animado, humorístico, lleno de fe y
autoconfianza, y con una inmensa capacidad de amar y de ofrecerse, aun a través de su carácter áspero e inestable. Pero lo
verdaderamente fascinante del caso Christy Brown, narrado
por el film de Sheridan, es que muestra, a pesar de todo, pura
y simplemente, la condición humana a la que todos estamos
sometidos, como si la situación de Christy fuese simplemente
una leve distorsión de aquello que se da en cualquier vida
humana, aun en las consideradas "normales": amor, odio, es182
fuerzo, culpa. Cuando es presentado en su primera exposición, el
presentador dice al público que Christy Brown no es, como suele
decirse, "un gran pintor inválido", sino, simplemente, "un gran
pintor" que ha tenido —como deben hacerlo todos los pintores—
que luchar contra sí mismo y vencer todos los obstáculos para
alcanzar su propio autocontrol. La lucha de Christy es, como la
de todo gran artista, la lucha contra la mediocridad, y no
específicamente la lucha contra la invalidez física.
El interesante personaje de la madre de Christy, Bridget
(Brenda Fricker), es un buen punto de referencia para esta cuestión. Ella acepta a su hijo exactamente como es, como siendo eso,
sin ningún tipo de distanciamiento, sin considerarlo nunca como
"un anormal", y entendiendo perfectamente su lenguaje confuso
y masticado, mucho antes de que Christy comience a hacer sus
ejercicios vocales y a mejorar sensiblemente su dicción. Al contrario, cuando el joven comienza a hacer progresos y a comunicarse
mejor, en el sentido usual, la madre comienza a desconocerlo, a
sentir temores y recelos, como si algo que estaba tan bien ahora
empezara a alterarse de una manera indeseable. Cuando su esposo la interroga, ella dice con recelo: "Percibo demasiada esperanza en esa voz". La madre considera toda la lucha de
autosuperación de Christy como perfectamente superflua y
dis-pensable. El está bien como está, para ella él no tiene nada
que demostrar, no debe tratar de medirse en relación con los
otros ni de "superarse". Ella asistirá a la ascensión de su hijo con
algo de sorpresa, como si se tratase de un lujo, de un proceso
asombroso, en sí mismo solazante, pero profundamente
innecesario. Para Bridget, la cuestión kantiana ni siquiera se
plantea: no hay para ella lucha alguna entre sensible e inteligible.
O, en otro registro, se podría ver a la madre como una curiosa
forma de determinación sensible, no como una que llevaría a
Christy hacia el mal, sino como una que lo haría permanecer
mansa y resignadamente en su limitación física, sin ningún tipo
de expectativa moral.
Pero si fuésemos a verlo bajo la perspectiva de una lucha, el
drama de Christy Brown muestra todo el rigor (casi se diría
"toda la crueldad") de la tesis kantiana, su convencimiento de
que ni la enfermedad más atroz, ni la determinación natural
más espantosa, pueden ser considerados como determinantes
absolutos y como invencibles desde el punto de vista moral
"práctico". Eso se deja ver en este film impresionante, en donde una vida humana creativa y normal es inventada literalmente a partir de la nada, tan sólo sobre la base de una volun183
tad férrea y una libertad que funda una independencia que no
parece ser de este mundo.
La acción de La sociedad de los poetas muertos se desarrolla en la
década de 1950 y comienza cuando llega a la Academia Welton,
una conservadora escuela secundaria de Nueva Inglaterra, un
profesor diferente, John Keating (Robin Williams), que aplica en
sus clases de Poesía y Literatura metodologías libertarias, basadas en la independencia de pensamiento, el estímulo a la creatividad y a la discusión crítica y abierta de viejos valores establecidos. Sus palabras de lucha más parecen sacadas de Nietzsche
que de Kant: "Carpe diem. Aprovechen el día. ¡Tornen sus vidas extraordinarias!" Una metodología de trabajo que, ya de
entrada, parece fuertemente inapropiada para ese ambiente
hiperconservador y autoritario, cuyas cuatro máximas-guía
son nada menos que "Tradición, Honra, Disciplina, Excelencia". Esta aparente falta de estrategia se agrava por el hecho
de ser Keating un ex alumno del Colegio, y de haber sido,
es de suponer, formado en esos mismos principios, por lo que
se puede pensar que Keating bebió de ellos y sabía perfectamente que se trataba de principios fanáticamente asumidos
por los directores del establecimiento. De algún modo, por otro
lado, la persona de Keating es la propia personificación del fracaso de esos mismos valores.
La totalidad de los alumnos de su clase son, de una manera
u otra, afectados por el impacto de la personalidad del nuevo
profesor, lo que les lleva a preguntarse por primera vez acerca
de sus reales potencialidades y anhelos. Todos los jóvenes comienzan a pensar en la vida de otra manera y, sobre todo,
adquieren un coraje casi sobrenatural para conseguir lo que
pretenden, sea una vocación desconocida, la capacidad de escribir, o incluso la de conquistar mujeres que parecían imposibles (como ocurre con el feúcho Knox Overstreet, un jovenzuelo perdidamente enamorado de la novia de otro chico, atlético
y buen mozo). Pero dos de ellos serán, en especial, los
catalizadores dramáticos de la historia, en la medida en que
sufren la influencia de Keating de una manera frontal,
doloro-sa y redefinitoria: Todd Anderson (Ethan Hawke,
que sería después el joven héroe de Colmillo blanco),
tímido e introvertido (malquerido por sus padres
indiferentes, que le regalan rutinariamente todos los años la
misma cosa, un panel de instrumentos de dibujo, intimidado
bajo la sombra de un
184
hermano mayor, que fue brillante alumno de ese mismo colegio) que se resiste a abrirse a las nuevas experiencias propuestas por Keating, pero que siente por ellas una atracción
sorda y convencida, y Neil Perry (Robert Sean Leonard), un
jovencito hipersensible, completamente asfixiado por la severa
educación de su padre autoritario y exigente, perteneciente a
una clase media esforzada, y que insiste en darle a su hijo las
oportunidades que él no tuvo cuando joven. Neil va cobrando más
y más audacia y creatividad en su contacto con la filosofía
liberadora de Keating.
Mientras Keating trata de estimular la vocación artística
del joven Neil, su padre lo amenaza con sacarlo del colegio y
enviarlo a una academia militar, ya que no quiere que su hijo
continúe con actividades teatrales "sin ningún futuro", sin
nunca preguntarse qué es lo que realmente quiere el joven, o
cómo es su personalidad. La tensión del conflicto llega a extremos insoportables (en una conversación con el profesor Keating,
el joven exclama, desolado: "Bueno, parece que estoy acorralado"). Obligado a abandonar la pieza teatral que estaba representando con gran éxito e inmensa realización personal, el joven se suicida con el revólver del padre, en la sala de su casa,
en la noche anterior de su partida al Colegio Militar, donde
tendría que pasar diez años de su vida haciendo lo que no le
interesa ni le gratifica. Las autoridades de la Academia Welton
consideran que fue Keating el responsable por la tragedia, y el
revolucionario profesor de Poesía es sumariamen-te juzgado y
expulsado, a través de un documento firmado compulsivamente
por sus propios alumnos. Pero en el día en que el profesor se
marcha, sus alumnos, capitaneados por el otrora tímido e irresoluto Todd, le rinden un clamoroso y emocionado homenaje,
poniéndose de pie sobre sus bancos y gritando su nombre, en
medio de la severa clase dictada por el profesor sustituto.
Emocionado, Keating sólo puede musitar "Gracias, muchachos", sintiendo una gratificación interior por su enseñanza,
que ningún premio académico podría igualar.
¿De qué manera puede considerarse que este film habla, a
través de imágenes, de una cuestión ética kantiana? Podemos
preguntar si fue ética la conducta de Keating hacia Neil, y, en
general, hacia sus alumnos. Ya de entrada, parece haber una
fuerte defensa kantiana de esa conducta. La muerte del joven
Neil Perry, que es el centro dramático del film, habrá sido,
ciertamente, una consecuencia de algún conflicto de valores o
185
de la aplicación de ciertos principios. Pero se sabe que la ética
kantiana no es consecuencialista: por más que las enseñanzas
de Keating, en la peor de las hipótesis, puedan haber causado
la muerte de Neil Perry, sólo por eso aquéllas no podrían ser
moralmente condenadas. Kantianamente considerado, habrá
que ver si esas enseñanzas estaban guiadas por la buena voluntad y si promocionaban la autonomía, la libertad y la independencia. Kant ha escrito, en su famoso opúsculo sobre la
Ilustración: "La ilustración es la liberación del hombre de su
culpable menoridad. La menoridad es la incapacidad de servirse del propio entendimiento sin la orientación de otro. Tal
menoridad es por culpa propia si su causa no reside en la falta
de entendimiento, sino en la falta de decisión y de coraje para
servirse de sí mismo sin la orientación de otro. Sapere aude!
¡Tenga el coraje de servirse de su propio entendimiento! Esa es
la palabra de orden del Iluminismo.". Esto parece resumir,
precisamente, el ideario educativo y formador del profesor
Keating. Cuando le dice a uno de sus colegas que quiere formar a sus alumnos para pensar por sí mismos, éste le responde, escandalizado e irónico: "¿A los 17 años?". Cuando Keating
los incentiva, por ejemplo, a crear sus propias poesías, a desarrollar su propia creatividad, un colega le dice a Keating:
"Cuando se den cuenta de que no son Byron o Shakespeare,
van a odiarlo". Keating defiende el ideal de la Ilustración, basado en la independencia de pensamiento, plenamente defendido por Kant. La aplicación del principio de emancipación del
propio pensamiento podría tener víctimas —como Neil Perry—
pero esas consecuencias, sin duda lamentables, no afectarían
en nada la superioridad moral de aquellos principios. No, al
menos, en una ética abiertamente no consecuencialista, como
la ética kantiana.
Pero Peter Weir (el director-filósofo de este film) transita
por un camino utilitarista consecuencialista, y no kantiano,
tratando de mostrar —según parece— que el responsable de
la consecuencia desastrosa, el suicidio de Neil, no fue Keating,
sino, en verdad, su padre autoritario, y la estructura educacional representada por el Colegio Welton. Pero este argumento
es errado, o, mejor, innecesario, desde un estricto punto de
vista kantiano. En verdad, Neil se suicidó en virtud de una
tensión insoportable creada tanto por Keating cuanto por su
padre, por las autoridades del Colegio y hasta por sus propios
colegas de clase. La búsqueda de consecuencias es totalmente
186
inconducente, dada la contingencia del mundo, y no sirve de
nada para encontrar el verdadero motivo moral de las acciones. Aun cuando Keating haya sido —y posiblemente lo fue—
corresponsable de esa muerte, siempre será posible, a través
de un razonamiento a priori, diferenciar las convicciones de
Keating y las del padre de Neil desde el punto de vista moral:
en tanto las intenciones del primero eran libertarias,
autono-mizantes, engrandecedoras de la propia persona,
incremen-tadoras del autorrespeto y la dignidad, las
intenciones del padre eran solamente sensibles (aunque
empíricamente comprensibles), simplemente basadas en el
orgullo, la reivindicación, la frustración y la falta de
reconocimiento de la persona del otro. Es esta consideración
la que determinará la situación desde el punto de vista moral,
y no la a veces paranoica y siempre muy imprecisa
"identificación de los responsables por las consecuencias".
En realidad, si se lo juzga desde una moral consecuencialista
(no kantiana), Keating es culpable de esa muerte, al menos
parcialmente. ¿Fue ética su conducta al estimular en sus alumnos potencialidades e intenciones para las que no estaban suficientemente preparados? ¿No fue enteramente irresponsable,
al colocar en manos inexpertas, valores cuya novedad y audacia sólo podían entrar en rápido conflicto con las estructuras
represivas del Colegio, de las que Keating era plenamente consciente? El fue, según se nos ha informado en seguida, ex alumno de ese mismo Colegio y sabía que su ideología
tradi-cionalista era muy fuerte, y que era una locura desafiar
a las autoridades con clases impartidas en los jardines, dando
gritos, guiadas por metodologías alternativas y saliendo de
toda ortodoxia pedagógica. Así como el padre de Neil quería
proyectar en el joven lo que él no había conseguido hacer
{"Nunca tuve las oportunidades que tú tienes", le echa en
cara), ¿no se podría decir algo semejante de Keating? En
verdad, se muestra a Keating haciendo lo que realmente le
gusta ("Adoro enseñar", dice al joven Neil en cierto
momento), y, por tanto, no como un frustrado, pero, ¿no
podría existir en su interior una especie de necesidad de
reivindicación, de incentivo de creatividad poética en los
alumnos, dada su propia incapacidad de transformarse en un
artista, siendo obligado a continuar eternamente trabajando
como profesor? Su propio pasado como miembro de la mítica
"sociedad de los Poetas Muertos" lo muestra como habiendo
alimentado en el pasado grandes expectativas
187
de desarrollo creativo. Su actual posición como simple profesor de Literatura en un colegio secundario (nada contra profesores de Literatura, pero, ¿no parece demasiado poco para
quien vocifera ahora a sus alumnos: "¡Tornen sus vidas extraordinarias!"), ¿no muestra su frustración a pesar de lo que
proclama? Estas motivaciones son oscuras y difíciles de descifrar, y es por eso que Kant prefiere no adentrarse en ellas,
determinando la moralidad de las acciones a priori y no por
una metodología consecuencialista.
La idea de una autonomía de la razón parece en sí misma buena, pero no deja de tener alguna plausibilidad la
prudencia y cautela de algunos de los colegas de Keating,
al hacerle ver los peligros de depositar ideas grandiosas en
mentes en formación. Esto no parece una observación autoritaria, sino plenamente prudencial y objetiva. En verdad,
la euforia de sus estudiantes llega a extremos casi enfermizos, y es evidente que ellos realizan algunas acciones sólo
para agradar a Keating. Cuando uno de ellos se arriesga a
la expulsión a través de una pesada broma a costa del director de la Welton, y Keating le reprocha duramente, el
joven responde, sorprendido: "Pensaba que a usted le iba a
gustar". Sólo cuando se torna evidente que los estudiantes
están escapando de su control, después de haberlos
incentivado con ideologías libertarias, Keating aconseja a
los estudiantes la cautela que, en verdad, él mismo debería
haber adoptado desde el principio: "Hacerse expulsar no es
osado, es estúpido. Hay momentos en que se debe ser cauteloso, estratégico". Pero la broma del joven no representa
un desafío menor y menos poco estratégico que la propia
manera imprudente y provocadora que Keating muestra al
dar sus propias clases. Por otro lado, las enseñanzas de
Keating, por más que su contenido "iluminista" esté fuera
de sospecha desde el punto de vista de su moralidad intrínseca, a veces adoptan aplicaciones igualmente autoritarias, como,
por ejemplo, cuando declara que el libro de Introducción a la
Poesía del señor Pritchard es una porquería, y ordena a sus
estudiantes que le arranquen las primeras páginas. Keating
estaría perdido si lo juzgásemos utilitaria o empíricamente, o
desde el punto de vista de las consecuencias de sus acciones.
Sólo kantianamente puede ser salvado.
En verdad, las enseñanzas "iluministas" de Keating entraron en un complicado conflicto con las estructuras represivas
188
construidas por la Academia y por la educación autoritaria
paterna de Neil, y fue el conflicto lo que motivó,
consecuen-cialmente, la tragedia, el suicidio del joven. En ese
sentido, la filosofía transmitida por el film (considerar a
Keating como un chivo expiatorio, y a las autoridades del
Colegio y padres como villanos absolutos) resulta un poco
ciega y parcial. Así, los conceptos-imagen de "Libertad de
determinación", "Elección", etc., vehiculizados por las
imágenes del film, pueden ser discutidos desde el punto de
vista racional (y esto puede verse como un límite al carácter
"impositivo" de la imagen, del que se hablaba en el estudio
introductorio), y puede decirse que, una vez más, el film va
más allá de las intenciones de su creador. En este sentido, tal
vez la filosofía escrita sea más impositiva y dogmática que
la filosofía imaginante, porque un film acaba mostrando toda
la situación, en la plenitud de su vivencialidad, permitiendo
que se adopte una postura diferente de la reforzada por la
particular presentación de los hechos, propuesta por Peter
Weir. Uno no escucha "hablar acerca de" lo que ha hecho
Keating, sino que ve a Keating haciendo lo que hizo, y, por
tanto, uno puede haber visto eso siempre de otra manera.
Si la educación represiva no hubiera existido, el suicidio del
joven no habría ocurrido. Si no hubiera aparecido Keating para
provocar el conflicto con la educación autoritaria anterior,
presumiblemente tampoco hubiera ocurrido nada: el joven Neil
hubiera continuado negociando prudentemente con la autoridad paterna, a través de pequeñas renuncias (como la renuncia a continuar trabajando en el Anuario, antes de tener la
primera clase con Keating), sin que las cosas llegasen a extremos inconciliables. La llegada de Keating tornó este tipo de
negociación imposible y, por consiguiente, es difícil negar su
parte de responsabilidad en todo el proceso que se desencadena a partir de allí. Se trata de una auténtica tragedia en la
que la introducción de valores buenos (creatividad, libertad
de pensamiento, etc.) acaba produciendo consecuencias calamitosas (al mejor estilo Kieslowski). Tal vez una prueba empírica (ciertamente no kantiana) de que las enseñanzas de
Keating no son intrínsecamente malas o dañinas, resida en el
hecho de que Knox Overstreet acaba triunfando —al conquistar a la muchacha que ama, cuando todo parecía oponérsele—
en virtud de las mismas ideas y actitudes libertarias que llevan a Neil al suicidio. Si vamos a hablar de consecuencias, las
189
enseñanzas de Keating tuvieron, como todas las acciones humanas, consecuencias buenas y malas.
(Ciertamente, un psicoanalista podría decir que un suicidio
no es nunca motivado por circunstancias tan claras y conscientes; que a pesar de la existencia del conflicto entre las enseñanzas libertarias de Keating y la educación autoritaria y
represiva del colegio y la familia, eso no constituye, fatalmente, un motivo de suicidio; el joven, evidentemente, tenía algún
tipo de tendencia a resolver conflictos de esa manera, y ese
conflicto, con su contenido específico, fue tan sólo un detonador inesencial.)
Pero si la ética kantiana no es una ética consecuencialista,
no se puede condenar a alguien desde el punto de vista práctico por haber hecho o dicho algo que, aparentemente, tuvo "malas consecuencias". El profesor Keating no puede ser sobrecargado por una responsabilidad moral por el hecho de que su
acción tuvo malas consecuencias (el suicidio del joven). Su acción fue moralmente buena por ser racional y virtuosamente
motivada: lo que él quería era propiciar el engrandecimiento
espiritual de sus alumnos, el estímulo de su creatividad, para
tornar sus vidas más intensas y ricas. Al presentar esta posibilidad, colocó una bomba en las manos de los jóvenes, pero el
motivo era perfectamente justificable desde el punto de vista
moral y racional.
El aspecto trágico de la moral kantiana (que pocas veces
es visto y comentado) consiste, precisamente, en el hecho
de que la virtud y la moralidad pueden ser, en determinados casos, un don cuyo brillo y esplendor los ojos humanos
son incapaces de enfrentar. Para todos los efectos, los nuevos valores predicados por Keating debían hacer estallar la
represión en la que los jóvenes a su cargo habían sido educados: esa profunda renovación espiritual podía acabar o
bien con el engrandecimiento de una vida extraordinaria, o
bien con la muerte. Se trata de un sublime riesgo. De todas
maneras, la emocionante despedida final de los estudiantes, indica que el fuego encendido por Keating no se apagó
con la muerte del joven Neil, sino que despertó una nueva
conciencia. Muestra hasta qué punto la grandeza moral
puede ser, como Kant quería, independiente de las determinaciones sensibles, por más tremendas que éstas puedan ser. La muerte de Thomas More en el patíbulo y
la muerte del joven Neil son, pues, del mismo orden, desde
190
el punto de vista de la consideración kantiana. No son esas
muertes las que serían capaces de mostrar que una Moral
está mal concebida. Tal vez lo contrario sea verdadero.
¿Son los filmes de Zinemann, Sheridan y Weir simplemente
"ilustraciones" de la tesis kantiana de la dimensión "práctica"
de la razón? No totalmente, en un punto que parece fundamental: la tesis de Kant (el predominio siempre posible de la
"razón práctica" sobre las emociones, la sensibilidad, etc., en
la determinación libre de la voluntad) es hiperracionalista,
dejando de lado de manera absoluta las emociones en la determinación del carácter moral de una acción. Pero, paradójicamente, el Cine muestra eso por la vía emocional, a través,
por ejemplo, de las conmovedoras historias de Thomas More,
de Christy Brown y de John Keating, al mostrar a éstos en
contacto vivo con la injusticia, la mezquindad y el sufrimiento, o al señalar el humor superior que demuestran estos seres
extraordinarios hacia todo aquello que los limita. La tesis
de la determinación racional de la voluntad, o sea, de la total independencia de la razón práctica respecto de las emociones, es mostrada por el Cine....\emocionalmente\ Su
comprensión se procesa a través de la viva emoción que nos
despiertan las figuras concretas y casi impertinentes de casos
morales paradigmáticos mostrados a través de una figura
particular.
III
¿Quién fue Immanuel Kant?
Filósofo alemán, nacido en Kónigsberg —hoy parte de Rusia— en 1724. A lo largo de su vida, Kant presenció muchos
cambios de reinados, dentro del estado prusiano, así como las
vicisitudes advenidas de la guerra de los siete años, entre
Prusia y Rusia. Sus padres eran de Escocia, la patria de Hume,
tanto que su padre aún utilizaba la ortografía escocesa para
escribir su nombre: "Cant". Los padres de Kant eran pietistas,
una secta protestante de gran rigor moral y enorme preocupación por la salud del cuerpo y la salvación del alma.
Entró en la escuela en el año 1733 y en ella estuvo hasta
1740, sin que nada de particular se manifestase en su perso191
nalidad o comportamiento. Fue simplemente un alumno correcto. No fue Kant un genio precoz, sino aquel tipo de talento
que se desarrolla lentamente a través del tiempo. Tenía más
éxito en el estudio de los clásicos y del latín que en matemáticas y filosofía. Cuando entró en la Universidad, sus intereses
se modificaron. Primeramente se inscribió en la Facultad de
Teología, pero al terminar los estudios abandonó definitivamente esa carrera. No era aquello lo que le interesaba realmente,
aun cuando sus estudios teológicos fuesen fundamentales para
el desarrollo de su pensamiento posterior. Había en la Teología algo de dogmático e intolerante que le desagradaba profundamente. Con la muerte de su padre, en 1747, Kant se vio
obligado a sobrevivir dando clases particulares, y ésa fue la
única vez en su vida que salió de su ciudad natal, pero sólo
para instalarse en poblaciones vecinas. Kant nunca salió de
Alemania, a diferencia de Descartes, Locke y tantos otros filósofos, que viajaron mucho. La preferencia de Kant por el estudio en detrimento de la experiencia se ve perfectamente ilustrada en ese punto: era capaz de hablar con certeza acerca de
países a los que nunca había ido, basándose en sus profundos
y cuidadosos estudios de geografía.
En 1755, a los 31 años, Kant obtuvo su título de doctor con
una disertación sobre el fuego. De inmediato fue nombrado
Privat dozent (profesor particular) en la Universidad de
Konigs-berg, y en ese cargo estuvo 15 años, antes de
transfor-marse en profesor ordinario. Pretendió la cátedra de
"Lógica" en 1758, pero era la época de la invasión de Prusia
por parte de los rusos, que tuvo influencia también en la
distribución de los cargos en la Universidad, que era
controlada por un general ruso. El hecho de haber
abandonado la carrera de Teología pesó en su contra, en el
momento en que la Universidad tuvo que optar entre él y un
tal Buck, otro docente privado, que acabó quedándose con el
cargo. En 1762 se hizo la paz entre Prusia y Rusia, y la
Universidad volvió a su normalidad. El trabajo académico
de Kant había llamado la atención del gobierno prusiano, lo
que le valió que le ofrecieran una cátedra, sólo que la misma
era de "Poesía", lo que no estaba en absoluto dentro de los
intereses de Kant. Cuando Buck pasó para la cátedra de
"Matemáticas", a Kant le fue finalmente ofrecida la de
"Lógica y Metafísica", que era la que le apetecía. Era el año
1770, y Kant tenía 46 años. ¡Sólo a esa edad consiguió ser
profesor regular! Ocupó esta misma cátedra hasta poco antes
192
de su muerte. En 1786 y 1788 fue Rector de la Universidad, y
en 1792, sénior de la Facultad. En 1778 el ministro prusiano
le ofreció una prestigiosa y bien paga cátedra en Haller, pero
Kant nunca quiso abandonar su Kónigsberg natal.
La vida de Kant se caracterizó por el orden, la discreción y
la puntualidad, ya que se daba cuenta de que, dada su débil
constitución física, sólo a través de especiales cuidados conseguiría tener una vida larga y productiva, lo que finalmente
consiguió. Esta manía de orden transformaba a menudo su
vida en una sucesión de detalles neuróticos. Por ejemplo, sentía profunda aversión por el ruido y se mudaba frecuentamente
de casa por causa de variados motivos de perturbación: el gallo del vecino que cantaba demasiado, las canciones de los presos de un presidio cercano, etc., llegando incluso a escribir cartas a las autoridades por causa del ruido y las molestias que
eso le causaba. Siguiendo la tradición celibataria de Descartes, Hobbes, Spinoza y Leibniz, tampoco Kant se casó, aunque,
según dicen, fue siempre extremadamente cordial con las mujeres, desagradándole tan sólo el hecho de que tratasen a veces de ser eruditas.
Esta vida tranquila tuvo sólo un sobresalto, ocurrido ya al
final de su vida. Federico Guillermo II asumió el gobierno en
1786, y la política prusiana se tornó reaccionaria, sobre todo
porque crecían en la Francia revolucionaria los ataques a la
Iglesia y al Estado, de manera que no se toleraba en ese momento ningún tipo de debilitamiento del poder de la religión.
Las campañas contra los "racionalistas" se multiplicaron, sobre todo bajo el poder del ministro Woellner, que suprimió la
libertad de expresión en lo que se refería a cuestiones religiosas. Por esa época, para su desgracia, Kant estaba escribiendo
cuatro textos sobre religión, que después se transformarían
en las cuatro secciones de su libro La religión dentro de los
límites de la simple razón, obra publicada en 1793 (Kant tenía
69 años). En octubre de 1794, Kant recibió una carta del rey
Federico Guillermo en la cual, entre otras cosas, el soberano
expresaba: "Nuestra elevadísima persona ha visto desde algún tiempo con sumo disgusto cómo habéis abusado de vuestra filosofía para relajar y desnaturalizar muchas de las doctrinas fundamentales de la Santa Escritura y del cristianismo, particularmente en vuestro libro sobre la Religión en los
límites de la razón y en otros escritos menores. Esperábamos
algo mejor de vos, y debéis comprender hasta qué punto faltáis
193
a vuestros deberes como maestro de la juventud y a mis paternales prescripciones en bien del país". A partir de ese hecho,
Kant no se retractó de ninguna de sus ideas, pero anunció al
rey que se abstendría de escribir nuevamente sobre cuestiones religiosas. Escribió en algún lugar: "...si todo lo que se dice
debe ser verdadero, no por eso es un deber decir públicamente
toda la verdad". Kant falleció en febrero de 1804, sin alcanzar
a cumplir ochenta años.
Principales obras: Crítica de la razón pura (1781), Prolegómenos (1783), Fundamentos de la metafísica de las costumbres (1785), Crítica de la razón práctica (1788), Crítica de la
capacidad de juzgar (1790), La religión dentro de los límites
de la simple razón (1793), Metafísica de las costumbres (1797),
La paz perpetua (1795/6), El conflicto de las facultades (1795).
IV
Textos kantianos
Texto 1 — Naturaleza sensible y naturaleza inteligible de los
seres racionales.
"(...) la ley moral, si bien no proporciona visión alguna, sí
proporciona un hecho, que todos los datos del mundo sensible
y nuestro uso teórico de la razón, en toda su extensión, no
alcanzan a explicar, un hecho que anuncia un mundo puro del
entendimiento, y hasta lo determina positivamente y nos da a
conocer algo de él, a saber: una ley. Esta ley debe proporcionar
al mundo de los sentidos, como naturaleza sensibleC) la forma de un mundo del entendimiento, es decir, de una naturaleza suprasensible, sin romper, sin embargo, el mecanismo de la
naturaleza.
Ahora bien, naturaleza en el sentido más general, es la existencia de las cosas bajo leyes. La naturaleza sensible de seres
racionales en general es la existencia de los mismos bajo leyes
empíricamente condicionadas, por consiguiente, heterónomas
para la razón. La naturaleza suprasensible de estos mismos
seres es, en cambio, su existencia, según leyes que son independientes de toda condición empírica, por consiguiente, pertenecen a la autonomía de la razón. Y como las leyes, según
194
las cuales la existencia de las cosas depende del conocimiento,
son prácticas, la naturaleza suprasensible, en cuanto nos podemos formar de ella un concepto, no es otra cosa más que una
naturaleza bajo la autonomía de la razón pura práctica. La
ley de esta autonomía, empero, es la ley moral (...)" (Kant, Crítica de la razón práctica, Libro I, cap. I. A 73-75).
Texto 2 — El ejemplo de la horca, para mostrar que siempre
es posible vencer las determinaciones empíricas a través de la
libertad.
"Suponed que alguien pretenda excusar su inclinación al
placer, diciendo que ella es para él totalmente irresistible, cuando se le presentan el objeto amado y la ocasión; pues bien, si
una horca está levantada delante de la casa donde se le presenta aquella ocasión, para colgarle en seguida después de
gozado el placer, ¿no resistirá entonces a su inclinación? No
hay que buscar mucho lo que contestaría. Pero preguntadle si
habiéndole exigido un príncipe, bajo amenaza de la misma pena
de muerte inminente, levantar un testimonio falso contra un
hombre honrado a quien el príncipe, con plausibles pretextos,
quisiera perder, preguntadle si entonces cree posible vencer
su amor a la vida, por grande que éste sea. No se atreverá
quizás a asegurar si lo haría; pero que ello es posible, tiene
que admitirlo sin vacilar. El juzga, pues, que puede hacer algo,
porque tiene conciencia de que debe hacerlo, y reconoce en sí
mismo la libertad que sin la ley moral, hubiese permanecido
desconocida para él" (A 53-54).
Texto 3 — El hombre es libre desde el punto de vista práctico, aun cuando sea teóricamente determinado.
"Si yo digo de un hombre, que lleva a cabo un robo, que
este acto es una consecuencia necesaria según la ley natural de la causalidad, de los fundamentos de determinación
del tiempo precedente, era, pues, imposible que dejara de
realizarse; ¿cómo puede, pues, el juicio según la ley moral
hacer aquí una modificación y presuponer que ese acto ha
podido, sin embargo, ser omitido porque la ley dice que hubiera debido serlo? Es decir, ¿cómo puede en el mismo momento, teniendo la intención dirigida sobre la misma acción, ser llamado completamente libre, quien en ese tiempo
y con esa misma intención está sometido a una inevitable
necesidad natural?" (A 171-173).
195
"Ahora bien, para resolver la aparente contradicción entre
el mecanismo natural y la libertad, en una y la misma acción,
en el caso expuesto, hay que recordar lo dicho en la Crítica de
la razón pura(...): que la necesidad natural, que no puede coexistir con la libertad del sujeto, sólo se refiere a las determinaciones de la cosa que se halle bajo condiciones de tiempo,
por consiguiente, sólo a las del sujeto operante como fenómeno (...).
Pero precisamente el mismo sujeto(...) considera también
su existencia, en cuanto no se halla bajo las condiciones del
tiempo; se considera asimismo como determinable sólo por leyes que él se da a sí mismo por la razón, y en esta su existencia, no hay nada para él que preceda a la determinación de su
voluntad" (A 175).
Texto 4 — Así, pues, no hay excusas basadas en determinaciones naturales. La propia responsabilidad no puede ser
negada.
"Un hombre puede sutilizar todo cuanto quiera
repre-sen-tándose una conducta de que ahora se acuerda,
contraria a la ley, con los colores de un descuido sin
intención, como mera imprevisión que nunca se puede evitar
completamente, como algo, por tanto, en donde ha sido
arrastrado por la corriente de la necesidad natural; puede
tratar así de disculparse. Encuentra, sin embargo, que el
abogado que habla en su favor no puede de ningún modo
callar al acusador en él, si tiene tan sólo conciencia de que en
el tiempo en que hizo la injusticia, se encontraba en su sentido,
es decir, en el uso de su libertad; y aunque explica su falta
por cierta mala costumbre, adquirida por lento abandono de
la atención sobre sí mismo, hasta el punto de que puede
considerarla como una consecuencia natural de la misma, sin
embargo, esto no puede librarlo de la propia crítica y del
reproche que se hace a sí mismo"(A 175-6).
Texto 5 — Pero, de todos modos, nunca puede haber una
acción totalmente moral.
"Si pudiese alguna vez un ser racional llegar a cumplir completamente a gusto todas las leyes morales, esto significaría
tanto como no hallarse en él ni siquiera la posibilidad de un
deseo que le incitase a separarse de ellas (...) Pero a este grado
de disposición moral de ánimo no puede llegar nunca una criatura. Pues como es una criatura y por consiguiente, siempre,
196
con respecto a lo que exige para la completa satisfacción con
su estado, es dependiente, no puede estar nunca enteramente
libre de deseos e inclinaciones, las cuales, descansando en causas físicas, no concuerdan por sí mismas con la ley moral, que
tiene una fuente totalmente distinta..." (A 148).
197
Ejercicio 8
Hegel, París, Texas y el
turista accidental
El tiempo y el pensamiento
Introducción
Hegel es el filósofo que introdujo la temporalidad y la historicidad en el pensamiento, pero no tan sólo en el sentido de
que la Filosofía debía ahora "pensar la temporalidad" o referirse exteriormente a ella, sino en el sentido de temporalizar
efectivamente el propio movimiento del pensamiento, en su
función de construir conceptos comprehensivos de la realidad:
los objetos del pensamiento sólo se obtienen históricamente,
aunque no en la mera historia empírica de los hechos, anegada de contingencia, azar y eventualidad, sino en una historia
racional y necesaria, en donde las cosas y eventos se suceden
de acuerdo con un sentido espiritual, que atraviesa las más
diversas configuraciones de la historia factual.
En su desarrollo a través de esta temporalidad racional, el
ser de las cosas sobre las cuales el pensamiento reflexiona se
va tornando concreto, determinado y enriquecido de determinaciones. Lo que el hombre simplemente es, en el sentido
lisa y llanamente de serlo (el "ser en sí") el hombre debe tratar
de apropiárselo, de serlo en el sentido de la autoconciencia
(del "ser para sí"), no solamente siéndolo, sino sabiendo que se
lo es, en un plano de plena apropiación concreta. Sólo de esa
198
manera, el ser se torna humano propiamente dicho. El fin de
la historia es, según Hegel, el pleno autoconocimiento del espíritu a través de su historia racional.
El motor de este desarrollo es lo que Hegel denomina, en un
sentido diferente del tradicional (en la filosofía antigua, por
ejemplo) "dialéctica". Esta se entiende como el movimiento
temporal-histórico de los conceptos, en el sentido de su
dina-mización y desarrollo. Los conceptos son concebidos
como si fuesen organismos vivos, necesitados de un desarrollo
necesario. Este se efectúa a través de la función fundamental
de la negación, no de una negación eliminativa y absoluta,
mas de una negación determinada, relativa al objeto negado,
una negación enriquecedora que, al mismo tiempo que niega,
incluye, acepta, incorpora, enriquece, sin nunca excluir nada
de manera total y definitiva. A través de la negación, los
estados anteriores del objeto son superados, pero no
abandonados, de manera externa y definitiva, sino
conservados dentro de los momentos históricos actuales.
En la historia de la Filosofía, por ejemplo, nada queda eliminado; todos los sistemas filosóficos hacen, según Hegel, alguna contribución a la realización total del espíritu. Sin embargo, nada queda como era antes de la negación; todo es
negado y superado, pero al mismo tiempo aprovechado y sintetizado en algún orden reflexivo superior. Después de la
negación, las cosas y eventos son y no son los mismos que antes: son los mismos pero, al mismo tiempo, sufren una transformación profunda que los hace superar el momento en que se
encontraban antes. Se trata de una auténtica "experiencia"
del espíritu (o de una "fenomenología", según la expresión
hegeliana) que, a través de todo tipo de vicisitudes, llega a
conocerse a sí mismo a través del dolor y la riqueza de la negación.
La filosofía hegeliana, introduciendo la historicidad en el
pensamiento, representa la más radical superación del
Empirismo, de la visión lockeana y humeana del mundo: de
acuerdo con Hegel, el ámbito de reflexión filosófica repele esencialmente el abordaje meramente factual del Empirismo, buscando siempre situar sus objetos de consideración en el plano
de lo necesario, nunca de lo eventual y contingente. El
Empirismo constituye simplemente un punto de partida, que
debe ser desarrollado y enriquecido, y que jamás podría constituir un resultado o un método legítimo de construcción y
desarrollo de conceptos.
199
Las cosas factuales sólo aparentemente son lo más "concreto". En verdad, lo más concreto del pensamiento nunca puede
ser lo más concreto en el sentido empírico, ya que lo empíricamente dado es lo menos determinado y desarrollado, lo más
pobre desde el punto de vista de la reflexión.
II
ParísITexas (EE.UU., 1984), de Wim Wenders: La reconciliación hegeliana de una familia despedazada: una experiencia
dialéctica.
El imperio del sol {Empire of the sun, EE.UU., 1987), de
Steven Spielberg, y El turista accidental (The accidental tourist,
EE.UU., 1988J, de Lawrence Kasdan: perdiéndose para encontrarse.
Hiroshima mon amour (Francia, 1959), de Alain Resnais:
La temporalidad es inseparable de la imagen.
Hay muchas películas en las cuales uno o más personajes
sufren una transformación, después de la cual son y no son
"los mismos" que eran antes, transformación que los ayuda a
"encontrarse a sí mismos", o a constituir su identidad a través
del tiempo. (En este sentido, Hegel proporcionaría una especie de "solución negativa" para el problema de la identidad de
Batman. Véase Ejercicio 6.)
En ParísITexas, de Wim Wenders, el protagonista, Travis
Henderson (Harry Deán Stanton) ha huido hace tiempo de su
hogar en crisis, después de que su mujer, Jane (Nastassia
Kinski) los ha abandonado, a él y a su pequeño hijo, Hunter,
ahora de ocho años. La mujer ha desaparecido sin dejar rastros. En honda crisis espiritual, Travis también abandona al
niño, transformándose en un extraño nómade, melancólico y
compulsivo, que camina y camina sin parar, durante cuatro
años, loco y desmemoriado, por los áridos caminos del desierto
norteamericano, por las pequeñas ciudades del interior, por
las vías del tren, sin rumbo ni objetivos. El niño ha quedado a
los cuidados de un hermano de Travis, Walter Henderson (Deán
Stockwell) y su mujer Anne (Aurore Clément).
Cuando Walter encuentra a Travis, éste se rehusa a hablar
con él, ni siquiera una palabra. Este persistente silencio irrita
al hermano, pero tiene, en realidad, un sentido, que Walter
200
instintivamente comprende. En verdad, Travis está comenzando un proceso de transformación, y cualquier discurso lo llevaría de regreso al nivel que precisamente pretende superar. En
el nivel anterior, él ya no tiene absolutamente nada que decir,
hablará tan sólo cuando surja algo significativo en el nivel
en el que ahora se encuentra, como si los silencios de hoy fuesen como fosilizaciones de discursos anteriores, que debiesen
transformarse en nuevos discursos de un momento posterior.
La aridez e inmensidad del desierto, donde los hermanos se
encuentran, acentúa precisamente esa nada inaugural, que
pide a gritos un nuevo comienzo.
El silencio será roto sólo cuando Travis encuentra en su mente
atormentada una novedad fundamental y promisoria, precisamente la referida en el título del film: "París. Quiero ir a
París", musita, ante el sobresalto y la alegría de Walter, que,
equivocadamente, ve en esta primera articulación lingüística la
"recuperación" de su hermano, sin percibir aún que esta habla
es tan sólo una tentativa de reabrir el discurso obstruido, que
jamás será reiniciado sobre las mismas bases anteriores. París
no es, claro está, París/Francia, sino París/Texas, un pequeño
poblado norteamericano en donde Travis, cuando estaba aún casado con Jane, compró un lote completamente vacío. Cuando
Walter le pregunta para qué hizo esto, al principio Travis no se
acuerda, pero más tarde lo explica de esta forma: sus padres
se amaron allí por primera vez, de manera que es en ese lugar
donde él fue gestado. Además, su mujer, Jane, decía a veces que
era allí donde irían a vivir los dos alguna vez. El deseo de retorno
a París/Texas es un profundo deseo de intentarlo todo otra vez,
de volver al punto de partida y tratar de transformar, de alguna
forma, lo que ha sido mal hecho.
Travis trata permanentemente de acentuar la diferencia
entre el pasado y lo que ahora se apresta a reconstruir a partir de ruinas. Para eso, no solamente su inicial silencio sirve,
sino todo tipo de actitudes de distanciamiento y diferencia,
aun las más estrafalarias: viajar en el asiento trasero del auto,
en lugar de hacerlo al lado de su hermano; caminar con su hijo
Hunter pero desde la vereda opuesta, en lugar de ir junto a él;
hablar con él a través de un walkie-talkie, y cuando finalmente reencuentra a Jane, hablar con ella de espaldas, a través de
un vidrio-espejo que no permite que se vean. Todas estas artimañas acentúan la imposibilidad de reincidir en lo ya hecho,
enfatizan un cambio de perspectiva, la firme decisión de cor201
tar los canales usuales de comunicación y de mutuo reconocimiento, así como el radical rehusarse a retomar una vida anterior que debe ser espiritualmente enriquecida y superada.
Hegelianamente, estas intromisiones y obstáculos señalan la
imposibilidad que la dialéctica tiene de volver exactamente a
sus nudos anteriores, como no sea en niveles más desarrollados de pensamiento.
Se supone que, en algún tiempo pasado, los tres (Travis,
Jane y el pequeño Hunter) constituían un hogar feliz, en el
momento que Hegel llamaría "positivo", aunque, por eso mismo, muerto y sin desarrollo. Pero el film comienza con el momento de la negatividad, cuando ese hogar se ha disuelto y ha
quedado sin definición, suelto, arbitrario, naturalizado. A pesar del largo monólogo á deux (ya que no es un diálogo) que
mantienen Travis y Jane en el extraño establecimiento en donde ella trabaja, no queda claro el porqué de la separación. De
repente, algo se quebró. Hegelianamente visto, no se precisa
de un señalado contenido para entender la naturaleza de este
desgarramiento. El mismo tiene, formalmente, que producirse, como una exigencia interna de la vida (y del concepto), como
una profunda exigencia de autodefinición. A pesar de toda la
superficial "felicidad" de una familia unida y sonriente (tal
como aparece en la película de Super-8 que Walter le muestra
a Travis, en la primera noche de su regreso) llega siempre el
momento en que la mera positividad (por más "dichosa" que
sea) debe ser negada, para que surja de su negación un nivel
más elevado de vida.
Todo el film será un esfuerzo titánico de Travis para conseguir reunir de nuevo a su familia, empresa que comprende
varias instancias: en primer lugar, recuperar el amor y la confianza de su hijo pequeño; en segundo, descubrir el paradero
de su mujer y, por último, convencerla de volver para que cuide del niño que la necesita. Travis consigue hacerse de nuevo
amigo de Hunter, descubre —de manera aventurera— el paradero de su mujer (que ahora trabaja en un curioso prostíbulo voyerista), y consigue que madre e hijo se reencuentren.
Después de que lo ha conseguido, parte otra vez, pero su partida ahora tendrá otro sentido, ya no continuará siendo un
deambular sin rumbo, sino una partida enriquecida por todo
lo que ha sido hecho, llena del nuevo sentido que su aventura
le ha proporcionado, a través del sufrimiento y el reencuentro.
Ahora esa partida adquiere otra significación, que ha sido con202
quistada a través de la historicidad de la acción restauradora
y definidora de Travis.
Algunos espectadores tradicionales se quejan del final del
film de Wenders, por el hecho de que Travis no se queda con su
familia después de haber conseguido reuniría. Pero esto (además de las posibles explicaciones freudianas) puede tener también una explicación hegeliana. De alguna manera, la
auto-omisión quiere acentuar que esta familia reunida de
ahora y la antigua (la que existía en el momento inicial,
positivo) no son ni podrán nunca ser la misma familia, aun
cuando las personas parezcan ser "las mismas", porque esas
dos familias están separadas ahora, y para siempre, por el
desgarramiento del alejamiento y el abandono, y al mismo
tiempo unidas a través del sufrimiento que ha costado ese
reencuentro que, si se mira bien, continúa frágil y provisorio.
El film termina con ese reencuentro, pero si la historia
continuase siendo narrada, nada impediría que lo conquistado
volviera a desagregarse y a exigir otro esfuerzo conceptual para
nuevamente ser restaurado, y así eternamente, porque el ser
—como nos enseña Hegel— es esencialmente historicidad,
desarrollo, movimiento.
Esta aventura espiritual ha enriquecido y modificado profundamente esa unión familiar, de manera que jamás podrá haber
una coincidencia entre el antes y el ahora. Esa perpetua no coincidencia permanecería, visto hegelianamente, aun cuando Travis
se quedase físicamente con ellos. Pero el hecho de partir es como
el poner una "marca" en la propia estructura de la familia transformada, enriquecida y "señalada" por la experiencia que la llenó de un nuevo contenido espiritual: el hecho de que él "falte"
recordará para siempre todo lo que fue necesario para que esa
reunión familiar aconteciese. De alguna manera, Travis se sentía responsable por la separación de su familia, de manera que
se considera una especie de "puente" para el reencuentro. El es
inesencial. Habrá sido simplemente el impulso necesario para
desatar un proceso necesario.
El nombre "Travis" evoca, de manera evidente, "Travel",
"viaje". Ciertamente, pueden considerarse los procesos
histó-rico-dialécticos como si fueran "viajes". Existe una
amplia colección de películas de viajes, los llamados
road-movies, que pueden ser considerados, casi sin
excepción, como filmes "dialécticos" hegelianos, en el sentido
de que el viaje, el viajar, es siempre un esclarecimiento
espiritual de los personajes, y no simplemente un
trasladarse de un lugar a otro, en un
203
médium inesencial, un atravesar espacios aleatorios, como
un "turista accidental". El tiempo que esos viajes "llevan" no
es tan sólo el tiempo horario que uno ha "gastado" en hacerlos,
sino una temporalidad constitutiva, un viaje que es al mismo
tiempo una redefinición interior, una transferencia espiritual:
viajar para, simplemente, "ver lugares nuevos" es el espíritu
meramente "turístico" de la Filosofía que Hegel trata de superar. Lo radicalmente "nuevo" de un viaje bien hecho, de un
auténtico viaje espiritual, es siempre uno mismo, uno mismo
enriquecido, cambiado, negado y vuelto a negar. (Un viajante
hegeliano nunca se preguntaría: "¿Cómo será París? ¿Qué habrá en París para ver?", sino: "¿Cómo seré yo en París? ¿En
qué me transformaré yo en París?") Los lugares que los personajes atraviesan, y el tiempo que se "gasta" viajando, son constitutivos, transformadores. La vida es un viaje enriquecedor y
autoconcientizador.
Un terrible film de autoesclarecimiento dialéctico, que no es
un road-movie, sino una especie de parábola del hijo pródigo, es
El imperio del sol, de Steven Spielberg. Hegel se ha referido a
esta parábola como una especie de ilustración del movimiento
dialéctico: el hijo que permanece en la acogedora casa paterna
sin nunca haber salido de ella, es cualitati-vamente diferente del
hijo que, permaneciendo también en la misma casa, ha salido de
ella y regresado, espiritualmente enriquecido.
La manera en que el joven Jamie (Christian Bale) sale del
seguro hogar de sus padres es, sin embargo, violenta e
involuntaria, mucho más que el hijo pródigo de la Biblia. El
tiene su "enriquecimiento dialéctico" a pesar suyo, es obligado
a alienarse, a negarse a sí mismo, para recuperarse en un nivel vital superior, después de pasar por el desgarramiento y el
dolor. Jamie es británico y vive con sus padres diplomáticos
en Shangai, en el momento en que ésta es invadida por los
japoneses. Es un niño mimado y caprichoso, rodeado de criados obsecuentes y lujos refinados, que contrastan cruelmente
con la miseria circundante y con el explosivo clima político
chino (esto está extraordinariamente mostrado en el lento atravesar de los autos de la Embajada, yendo a un frivolo baile de
disfraces, en medio del pueblo convulsionado). En el momento
de la invasión, hundido en una multitud desesperada por abandonar el país, Jamie pierde de vista a sus padres y es llevado a
un campo de prisioneros, donde pasa cuatro años de transfor204
mación dialéctica obligatoria, completamente abandonado a
sus propias fuerzas.
Para quien estaba acostumbrado a una vida civilizada y de
alto nivel económico, este "viaje" se constituye en un auténtico descenso a los infiernos y, al mismo tiempo, en un terrible
proceso reeducatorio. Después de haber asistido a su vida
anterior, lo reencontramos en el campo de prisioneros, transformado en un competente traficante de alimentos, en un pequeño comerciante astuto y oportunista, que compra y vende
cualquier cosa, incluso informaciones, profundo conocedor de
los secretos elementales de la sobrevivencia, de la suya propia
y de los que le rodean. Hasta su nombre ha cambiado: ya no es
más Jamie, sino Jim ("Un nuevo nombre para una nueva vida",
le dice Basie (John Malkovich), un norteamericano duro y
mercantilizado del que se ha hecho amigo y que se transforma
en un componente fundamental de su nueva realidad). A pesar de las frecuentes traiciones y abandonos de Basie, con él
aprende el pequeño Jim que la amistad, aunque frágil y egoísta, puede ser aún amistad, tal vez la única posible, más allá
de los fingimientos de las relaciones, típicos de su vida anterior. El antiguo niño ingenuo y aristocrático se ha vuelto áspero, astuto, veloz, sufrido, un verdadero expert en flaquezas
humanas y en saber sacar provecho de ellas. Ve a la muerte de
cerca, tanto la de personas próximas como la de pueblos enteros (la bellísima escena en que la señora Victor (Miranda
Richardson) muere, y el cielo se pone blanco, y Jim piensa que
es el alma de la señora Victor saliendo de su cuerpo, cuando,
en verdad, lo que acaba de presenciar es la explosión de la
bomba de Hiroshima).
Durante su viaje formativo, Jim sufre una profunda confusión de valores. Admira el coraje japonés, y sus pares tienen
que recordarle, de vez en cuando, que él continúa siendo, a
pesar de todo, un inglés. La dimensión más hegeliana del film
está en la casi silenciosa amistad que surge entre Jim y un
joven japonés, que juega con un avioncito en un terreno próximo al campo de prisioneros y que más tarde se transformará
en un aviador. El joven japonés es muerto en el momento en
que los aliados bombardean el campo, y cuando Jim trata de
volverlo a la vida haciendo desesperados masajes en su pecho,
de repente se ve a sí mismo como era antes —el joven Jamie
del principio— en el lugar del cuerpo del japonés que está tratando de reanimar. Pero no hay reanimación posible, ese niño
205
ha muerto definitivamente, pertenece a un momento de su
desarrollo espiritual que no volverá jamás y que, al mismo tiempo, nunca le abandonará. Cuando, finalmente, Jim reencuentra
a sus padres después de la liberación, los reencontrará, con la
mirada lejana y llena de experiencia de vida, como a través de
una mediación insuperable. Hegelianamente, no hay regreso,
no puede haberlo. No porque no sea posible volver físicamente
a un cierto lugar, sino porque aquel que regresa ya no es ni
podrá nunca ser "el mismo".
En El turista accidental se hace una analogía clara entre la
vida y un viaje. Malcolm Lowry (William Hurt) es un escritor
de guías turísticas, lo que le obliga a viajar constantemente
por el mundo. Se ha acostumbrado a seguir, en sus tournées,
las prolijas y sobrias instrucciones que él mismo ha estampado en sus libros: llevar poca ropa, trajes apropiados para circunstancias diversas, lectura estratégica para no ser molestado en los aviones, etc. "Así como en la vida, en los viajes se
lleva casi siempre demasiado equipaje", es una de las primeras afirmaciones en las que se hace el mencionado paralelo.
Los libros que Malcolm escribe transmiten una especie de
minimalismo: "vivir (y viajar) tan sólo con lo necesario".
En realidad, esa forma de vida austera y contenida ha sido
exacerbada por una terrible desgracia personal: el hijo único de
Malcolm y su mujer Sarah (Katleen Turner) ha sido recientemente baleado por un bandido, y eso ha destruido su matrimonio (el film comienza cuando Sarah manifiesta a Malcolm que
no consigue más vivir con él). Sarah recrimina a Malcolm el ser
frío delante del hecho, pero, en realidad, Malcolm está completamente destruido por dentro, viajando minimalmente por la vida
para no ser destruido por su propia agonía interior.
Ese cuadro configura lo que hegelianamente podría llamarse el "primer momento" dialéctico de la situación. El "segundo
momento" es introducido bajo la figura de una fulgurante y
vulgar divorciada, Muriel Pritchett (Geena Davis), la antítesis de Sarah, extrovertida, exagerada, ansiosa y de una gran
inventiva y sentido del humor, todo eso unido a una especie de
paciencia de Penélope. Muriel trabaja como adiestradora
de perros (es así como Malcolm la conoce) y vive con su frágil
hijo de diez años. La joven siente inmediata atracción por
Malcolm y hace de todo para conquistarlo. Malcolm, destruido
y taciturno, la esquiva constantemente, hasta que un día le
206
cuenta acerca de la reciente pérdida que ha sufrido, le confiesa que no consigue hablar con nadie ni permanecer mucho
tiempo con los hijos de otros y le suplica que, por favor, deje de
asediarlo. Paradójicamente, a partir de allí Muriel conseguirá
entrar en la vida de Malcolm, y éste se dejará lentamente invadir por esa vida tan diferente de la suya, tal vez precisamente por eso. Muriel es exactamente lo Otro, la pura negación de Malcolm, de su vida anterior, de su melancolía actual,
de su prolijo proyecto de vida, de su viaje perfectamente organizado, de su angustiado minimalismo moral.
Muriel entra en la vida de Malcolm, pero, al mismo tiempo,
Sarah supera el momento depresivo que la llevó a separarse y
vuelve a procurar a Malcolm "para intentarlo otra vez".
Malcolm acepta. Esta "vuelta" es —hegelianamente vista—
una especie de resistencia al cambio, de persistencia en un
estado anterior, la negación de la dialéctica de la vida, o sea,
algo de antemano condenado al fracaso, un proyecto que el
propio movimiento de la vida debe derrotar. Marido y mujer
hablan, aunque sin mucha convicción, de la posibilidad de tener otro hijo, manifestando un fuerte deseo de volver al punto
en que el hijo que perdieron estaba vivo, negando el acontecimiento doloroso. Pero la enérgica y persistente Muriel se filtra entonces, literalmente, en uno de los viajes de Malcolm, ya
reconciliado con la esposa: viaja a París en los mismos días en
que él debe estar allí y trata de entrar de nuevo en su vida.
Muriel es el elemento renovador, que hace que Malcolm acceda
dolorosamente a un nivel superior de su vitalidad, aceptando
la muerte como la verdad, negando dialécticamente el pasado,
conservándolo en vez de negarlo eliminativamente, en la inútil tentativa de regresar a un estado anterior inalcanzable.
La relación con Muriel representa el dolor asumido, vivido en
su relación con ella, a pesar de que se podría pensar que
Malcolm se aproxima a ella porque es una mujer con un hijo,
exactamente lo que él tenía antes de que ocurriese la tragedia. Pero, en realidad, lo decisivo no es el hijo de Muriel, sino
su manera de vivir (o de viajar), la ruptura que ella representa en el contexto de la vida de Malcolm.
En verdad, volver a vivir con Sarah podría, empíricamente,
suprimir el dolor. Después de todo, Sarah es la única persona
en el mundo con la que Malcolm puede compartir ese dolor,
sentirse comprendido hasta el fondo de su agonía. Pero Muriel
representa ese dolor transformado en una forma superior de
207
vida. El encuentro final de Malcolm y Muriel no es un "final
feliz", sino el "tercer momento" dialéctico, el de la reconciliación dolorosa y negativa, en donde la vida (el viaje) continúa, y
en donde Malcolm, el turista accidental, es y no es el mismo de
antes. A pesar de las apariencias, ese desenlace no es puramente romántico. En verdad, la alegre y chillona Muriel
Pritchett es simplemente la corporización de la parte muerta
de Malcolm, de lo que él debe enterrar para continuar viviendo (y muriendo) su vida.
Hay algunos filmes que no son, estrictamente, filmes de
transformaciones dialécticas, pero que parecen hechos de tiempo, en donde la historicidad de lo real se muestra de manera
plena. Ciertamente, el Cine es ya, per se, inevitablemente, un
mundo hecho de tiempo, de secuencialidad, de momentos; es
el arte temporal por excelencia, en donde hasta lo estático está,
paradójicamente, en movimiento. El Cine vive de la propia
historicidad del espectador, de su ojo, de la dinámica misma
de la vida.
El francés Alain Resnais es el creador que ha puesto la
historicidad del Cine (y de la vida) más en evidencia, a través
de la construcción de filmes que son, en sí mismos, especies de
catedrales de la memoria, de tentativas de recuperaciones,
de esforzados rescates del pasado, y de reveladoras superposiciones temporales. En esos filmes, el tiempo no es tan sólo
un médium inerte, o un escenario eventual, sino la propia sustancia de los acontecimientos y de los personajes que los protagonizan. Si Hegel es el filósofo que ha introducido la temporalidad en el pensamiento filosófico, Resnais es, tal vez, el
cineasta que ha evidenciado con mayor fuerza el caráter
visceralmente temporal de la imagen.
En Hiroshima mon amour, la tragedia de Hiroshima, catorce años después de ocurrida, no es un recuerdo, una (terrible)
rememoración vinculada tan sólo con "el pasado", sino que se
configura como un acontecimiento con toda la plenitud de la
temporalidad integral, pasado, presente y futuro. La fugaz
relación amorosa entre una francesa (Emmanuelle Riva) y un
japonés (Eiji Okada), en la ciudad de Hiroshima, sirve como
soporte sutil de una constante rememoración visual y verbal,
en la que las palabras en off (escritas por Marguerite Duras)
son tan importantes como las imágenes. El ritornello de las
frases proporciona una corporalidad concreta al carácter
208
recursivo y envolvente del tiempo. Memoria y Olvido son los
temas que se entrelazan permanentemente en las palabras e
imágenes del film: recordar Hiroshima, olvidar Hiroshima.
Esta tensión es también el propio tejido del amor entre ese
hombre y esa mujer (de los que no sabemos los nombres), que
continuamente se aproximan y se separan, quieren permanecer juntos y, al mismo tiempo, quieren alejarse. (Tan sólo al
final, obtienen ellos un nombre, pero un nombre
histórico-tem-poral,
alusivo
al
relacionamiento
conflictivo-amoroso que han vivido: "Tu nombre es
Hiroshima", dice ella; "Tu nombre es Nevers", responde él,
aludiendo a la ciudad natal de ella.)
El film es una continua confrontación entre dos maneras
diferentes, y, al parecer, incompatibles, de recordar, de testimoniar, de ejercer el dudoso poder de la memoria, y, al mismo tiempo, de dos maneras diferentes de olvidar. {"Tú no has
visto nada, en Hiroshima", es el primer ritornello verbal.) En
tanto él es un japonés, inmerso en la realidad de Hiroshima,
ella es sólo una actriz, que está en Hiroshima para hacer "un
film sobre la paz". Imágenes de la tragedia real de Hiroshima
son constantemente mezcladas con las reconstrucciones ficticias de los hechos, con el objeto de construir ese film. ("4 veces
en el Museo de Hiroshima. Fotografías, a falta de otra cosa.
Reconstituciones, a falta de otra cosa. Explicaciones, a falta
de otra cosa".) Este abismo se intensifica a lo largo del film,
como si tanto en el terreno histórico cuanto en el afectivo, esos
dos seres estuviesen condenados a oscilar externamente alrededor del otro, sin nunca poder compenetrarse. Tienen en común, tan sólo, la resistencia al olvido y, al mismo tiempo, la
resistencia a recordar, vividas de maneras esencialmente distintas.
Pero el film no "cuenta" todo esto, no lo "narra" desde el
exterior, como está siendo hecho en este escrito, sino que lo
vivifica, lo sensibiliza, lo transforma en un flujo audiovisual
en el que el espectador se adentra, abandonándose como a un
sueño diurno. Resnais trata de mostrar, precisamente, que la
temporalidad de los acontecimientos no los remite a lo "ya ocurrido", sino que los mantiene en vilo, los presentifica de continuo, impidiéndoles desaparecer en un mero "pasado" que, a
veces, podría ser cómodamente "recordado" o "evocado".
Hiroshima no es nunca tan sólo una "evocación", sino una presencia opresiva, algo que está siendo vivido ahora, una realidad que vuelve de nuevo, una y otra vez, como las propias pa209
labras del recitado, como la recurrencia de los rostros, de las
imágenes escabrosas que se niegan a desaparecer.
Solamente el Cine posee el lenguaje capaz de construir esta
temporalidad de los acontecimientos, que Hegel intentó —en
vano— poner en forma de proposición articulada (lo que llamaba la "frase especulativa"). Hubiera precisado una cámara.
La palabra parece claramente incapaz de corporizar la temporalidad del ser, parece tan sólo poder "referirse a" ella sin asumirla. La naturaleza traumática del acontecimiento aquí enfocado, el bombardeo de Hiroshima, sirve de vehículo para
enfatizar una temporalidad que constituye, al final de cuentas, el tejido de cualquier acontecimiento humano. El cine de
Resnais sensibiliza la tesis hegeliana de la historicidad del
ser, muestra en sus imágenes la identidad de ser y tiempo,
contra la imagen intuitiva habitual, de que el ser simplemente "transcurre" en un tiempo externo e inesencial.
(Otro "poeta de la temporalidad y la memoria", al lado de
Resnais, es, sin duda, el español Carlos Saura, sobre todo en
filmes como La prima Angélica (1973)y Elisa, vida mía (1977).
También algunas comedias han mostrado el enriquecimiento
dialéctico de una personalidad a través de una experiencia
tormentosa. En Something wild {Totalmente salvaje) (1986),
de Jonathan Demme, un joven y juicioso ejecutivo (JeffDaniels)
es violentamente arrancado de su vida pacata por una mujer
bella, superliberada y algo delirante (Melanie Griffith). A través de numerosas aventuras, en las que se incluye el encuentro violento con el ex novio de la mujer, un delincuente recién
salido de la cárcel (Ray Liotta), el ejecutivo descubre partes de
sí mismo que desconocía, y que fue preciso descubrir a través
de la negación de una positividad tranquila y sin sobresaltos.
Parece que no es posible acceder al autoconocimiento profundo y definitorio si no es perdiéndose, entregando algo, pagando un alto precio, que puede ser la desconsideración social, la
miseria, o tal vez la muerte. El film Cowboy, de Delmer Daves,
una comedia de vaqueros, muestra al tranquilo empleado de
un hotel (el entonces joven Jack Lemmon) transformándose
poco a poco en un temible pistolero.)
210
III
¿Quién fue Georg Friedrich Hegel?
Filósofo alemán, nacido en Stuttgart, en 1770, de familia
modesta. A los 18 años se inscribió en los cursos de Tubinga,
donde se encontró con Hólderlin y Schelling, de los que se hizo
amigo íntimo. Esta es la época de sus estudios
teológico-reli-giosos. Parece que su padre, un funcionario del
Ministerio de Hacienda, se opuso a que abandonase sus
estudios estrictamente teológicos, lo que Hegel hizo sólo
después de la muerte de aquél, en 1799, para dedicarse
enteramente a la Filosofía. Sin embargo, como en el caso de los
otros filósofos idealistas y del propio Kant, el estudio de la
teología fue fundamental para su desarrollo filosófico. Fue
preceptor privado, primero en Berna, después en Frankfort,
entre 1793 y 1800, pero la muerte del padre le dejó en una
situación económica que le permitió abandonar para siempre
la profesión de preceptor. Según testimonio de un colega, sin
embargo, durante el período de Tubinga, Hegel no parecía
tener especial interés por la Metafísica, siendo mucho más
dedicado a la poesía, el estudio de las lenguas y la política
revolucionaria. Ni siquiera sus estudios sobre Kant parecían
demasiado avanzados.
En 1801 fue llamado para enseñar filosofía en la Universidad de Jena. Estudió profundamente el pensamiento de Fichte
y de Schelling, y escribió un texto comparándolos, llamado
Diferencia entre el sistema de filosofía de Fichte y el de Schelling. Pero después se separó de ellos, cuando su propio pensamiento ya estaba maduro. En su historia de la Filosofía, Hegel
coloca a Fichte y Schelling como los momentos dialécticos capaces de generar la síntesis final, que sería su propia filosofía.
Ya al comentar el texto de Hegel "Fe y Saber", el editor comenta "la típica ingratitud de quienes acaban una gran evolución
en contra de sus predecesores, sin los cuales hubiera sido imposible acabarla".
A diferencia de Schelling, Hegel no fue nada precoz, su primera obra importante (Fenomenología del espíritu) se publicó
cuando tenía casi 40 años, en 1807. Le costó enormemente elaborarla, y bastante trabajo publicarla. Pasó años y años
anunciando la obra y hablando de ella, pero nada salía. Finalmente acabó esa obra en Jena, la noche antes de que Napoleón
211
acabase con el Sacro Imperio Romano Germánico, fundado por
Carlomagno en el año 800. Por esa misma época, una mujer
llamada Christiana Burkhardt dio a luz un hijo ilegítimo,
Ludwig, cuyo padre era Hegel. Se casó años después, en 1811,
con Marie von Tucher, que en una carta a Hegel menciona su
deseo de ser felices juntos, a lo que Hegel respondió secamente
que dudaba de que "la felicidad formase parte del destino de su
vida". En 1816 fue llamado a la Universidad de Heildelberg, y
ese mismo año escribió Hegel una carta manifestando que su
esposa y él accedían a que el hijo bastardo, Ludwig, viviese con
ellos (Hegel tenía dos hijos de su matrimonio).
En 1818, Hegel fue a Berlín, ya reconocido y famoso. Pero
la epidemia de cólera acabó abruptamente con su vida, en 1831.
Curiosamente, el hijo ilegítimo, Ludwig, murió en el mismo
año, tres meses antes, en una batalla en la que luchaba del
lado del ejército colonial holandés.
Principales obras: La diferencia entre los sistemas de Fichte
y Schelling (1801), Fenomenología del espíritu (1807), Ciencia
de la lógica (1811-1813), Enciclopedia de las ciencias filosóficas (1817), Filosofía del derecho (1821).
IV
Textos hegelianos
Texto 1 — El espíritu humano tiene que llegar a ser para sí
lo que él ya es en sí.
"Para comprender qué es el desarrollo, es necesario distinguir —por decirlo así— dos estados: uno es el que se conoce
como posibilidad, como capacidad, lo que yo llamo el ser en sí,
la potentia, la dínamis; el otro es el ser para sí, la realidad
(actus, enérgeia). Cuando decimos, por ejemplo, que el hombre
es un ser racional por naturaleza, la razón vive en él solamente en potencia, como una posibilidad en embrión; en este sentido, el hombre se halla dotado de razón, de inteligencia, de
fantasía, de voluntad, ya en el momento de nacer y hasta en la
misma entraña materna. Pero, en cuanto que el niño sólo posee la capacidad o la posibilidad real de la razón, es lo mismo
que si no tuviese razón alguna; ésta no existe aún en él, puesto
212
que no puede hacer nada racional ni posee una conciencia racional. Sólo a partir del momento en que lo que el hombre es en sí
deviene para sí, sólo a partir de entonces puede decirse que el
hombre cobra realidad en una dirección cualquiera,
que es un ser realmente racional, que vive para la razón"
(Hegel, Lecciones sobre la Historia de la Filosofía, Introducción,
A, II, (a)).
Texto 2 — El desarrollo se produce por efecto de un proceso
dialéctico, basado en contradicciones internas.
"Al cobrar existencia el ser en sí sufre un cambio, pero, al mismo tiempo, sigue siendo uno y lo mismo, pues gobierna todo el
proceso. La planta, por ejemplo, no se pierde en un simple cambio sustraído a toda medida. De su embrión, en el que por el
momento no se ve nada, brotan una serie de cosas, todas las
cuales, sin embargo, se hallan ya contenidas en él, aunque no
desarrolladas todavía, sino de un modo encubierto e ideal. La
razón de este brotar a la existencia es que el embrión no puede
resistirse a dejar de ser un ser en sí, pues siente el impulso de
desarrollarse, por ser la viviente contradicción de lo que solamente es en sí y no como debiendo serlo" (ídem).
Texto 3 — Concreto y abstracto. La Filosofía, según Hegel,
se ocupa con lo más concreto que hay.
"Es un prejuicio corriente creer que la ciencia filosófica sólo
maneja abstracciones, vacuas generalidades; que, por el contrario, la intuición, la conciencia empírica de nosotros mismos
y el sentimiento de la vida, es lo concreto de suyo, el reino
determinado de suyo. Es cierto que la filosofía se mueve en el
campo del pensamiento y que versa, por tanto, sobre generalidades: su contenido es algo abstracto, pero sólo en cuanto a la
forma, en cuanto al elemento. Pero la idea es algo esencialmente concreto, puesto que es la unidad de distintas determinaciones.(...) la filosofía huye de lo abstracto como de su gran
enemigo y nos hace retornar a lo concreto. Si combinamos
el concepto de lo concreto con el del desarrollo, obtenemos el
movimiento de lo concreto"(/dem, (b)).
"De este modo, la idea, como algo concreto en sí y que se
desarrolla, es un sistema orgánico, una totalidad que encierra
una riqueza de fases y de momentos. Pues bien, la filosofía es,
por sí misma, el conocimiento de esta evolución y, en cuanto
pensamiento comprensivo, esta misma evolución pensante;
213
cuanto más lejos llegue esta evolución, más perfecta será la
filosofía'Wem, (c)).
Texto 4 — Lo más reciente es más concreto y más rico, más
desarrollado, que lo más antiguo.
"(...) la historia de la filosofía, considerada en su conjunto,
es un proceso necesario y consecuente, racional y determinado a priori por su idea: es éste un ejemplo del que la historia
de la filosofía puede sentirse orgullosa. Lo contingente debe
ser abandonado a la puerta misma de la filosofía. La misma
necesidad que preside la evolución de los conceptos en la filosofía informa su desarrollo en la historia; lo que impulsa hacia adelante es siempre la dialéctica interna de las formas.(...)
toda filosofía ha sido necesaria y lo sigue siendo, por tanto;
ninguna desaparece por completo, sino que todas se conservan afirmativamente en la filosofía como momentos de un gran
todo.C) Los principios se mantienen; la novísima filosofía no
es sino el resultado de todos los principios precedentes; en este
sentido, puede decirse que ninguna filosofía ha sido refutada.
Lo refutado no es el principio de esta filosofía, sino solamente
la pretensión de que este principio sea la determinación última y absoluta" (ídem, III, (b)).
"(...) el principio se halla en lo que es en sí, en lo inmediato,
lo abstracto, lo general, en lo que aún no se ha desarrollado; lo
más concreto y más rico viene después, lo primero en el tiempo es lo más pobre en determinaciones.(...) Podría pensarse
que lo primero es lo concreto, que el niño, por ejemplo, concebido todavía en la totalidad originaria de su naturaleza, es
más concreto que el hombre, de quien nos imaginamos que
es más limitado, que no vive ya esta totalidad, sino una vida
más abstracta.(...) Debemos, por tanto, distinguir lo natural
concreto de lo concreto del pensamiento, lo que, a su vez, es
pobre en sensibilidad. El niño es lo más abstracto, lo más pobre en pensamientos; comparado con lo natural, el hombre es
abstracto, pero como pensamiento es más concreto que el niño"
(ídem, III, (c)).
"(...) las primeras filosofías son las más pobres y las más
abstractas de todas; en ellas aparece la idea menos determinada que en las posteriores; se mueven aún en un plano de
generalidades carentes todavía de contenido. Es necesario saber esto, para no buscar en las antiguas filosofías más de lo
que tenemos derecho a encontrar en ellas; no debemos, por
214
tanto, pedirles determinaciones que corresponden a una conciencia más profunda(...) Toda filosofía, precisamente por ser
la exposición de una fase especial de evolución, forma parte de
su tiempo y se halla prisonera de las limitaciones propias
de éste" {ídem).
215
Ejercicio 9
Schopenhauer, Buñuel,
Frank Capra
El valor de la vida
Introducción
En el Ejercicio hegeliano se ha producido un corte profundo
en nuestras reflexiones filocinematográficas, que se agudiza
en el presente ejercicio. En verdad, se trata de un corte en la
historia de la Filosofía a partir del siglo xix. Por primera vez,
comienzan a aparecer pensamientos que problematizan la razón puramente lógica tradicional, asumida desde Platón hasta Kant, pasando por el Empirismo británico.
En Hegel, esta transformación de la racionalidad estaba aún
al servicio de una reconstrucción de la Lógica. La "dialéctica"
hegeliana intentaba problematizar a la Lógica desde adentro,
a través de una nueva manera de interpretar la negación. En
este proceso, los elementos emocionales y sensibles quedaban
superados en una síntesis racional, aunque "dialectizada".
Schopenhauer puede ser considerado como uno de los primeros —si no el primero— de los pensadores "logopáticos", que
muestra una dimensión del mundo que no puede ser asimilada —ni siquiera "dialécticamente"— a ningún tipo de logicidad
representacional. A él le seguirán Kierkegaard, Nietzsche,
Freud y Heidegger, pensadores que se pueden considerar como una "familia" de críticos del pensamiento exclusivamente
216
lógico —a pesar de sus enormes diferencias— en el sentido de
intentar, todos ellos, una reconstrucción de la razón a través de
la interacción de elementos lógicos y "páticos". La transgresión
cinematográfica, como está presentada en este libro, será
presumiblemente mucho menos aguda en lo que se refiere a su
relación con estos pensadores asumidamente "logopáticos", que
en el caso de todos los pensadores anteriores.
Schopenhauer es uno de los primeros filósofos que se dispone a explicar el mundo introduciendo en su filosofía un elemento "pulsional", que él denomina "Voluntad de Vivir", y que
entra en interacciones complejas con la componente
represen-tacional, lógica y sensible. La Voluntad de Vivir es
ciega, sin finalidad última, inconsciente de sí misma, ajena a
la temporalidad, espacialidad y causalidad típicas de las
representaciones. Pero ella no es estrictamente paralela a la
representación, sino que actúa sobre ella de manera
impositiva, transformándola en su subalterna. En la
situación normal, la representación siempre tiene, como base,
un motivo volicional que la guía, o, como dice Schopenhauer,
"la representación es esclava de la voluntad".
Todo posee voluntad, pero en el hombre ésta se da bajo una
forma particularmente dolorosa, ya que sus intelecciones y
acciones son llevadas oscilantemente desde el dolor de la ari-*
siedad hacia el hastío de la satisfacción y viceversa. En este
vaivén indetenible se basa el famoso pesimismo estructural
—y no meramente empírico, como a veces se interpreta— de
Schopenhauer. Sólo hombres excepcionales, como el genio artístico y el santo asceta, consiguen modificar, a través de una
forma de vida extraordinaria, las relaciones habituales entre
Voluntad y Representación, alcanzando un nivel de Representación Pura y consiguiendo negar la Voluntad de Vivir, rescatando así al ser humano de aquel vaivén desesperante. Así,
pues, el pesimismo schopenhaueriano no es absoluto, en el
sentido de que indica una salida, aun cuando ésta sea difícilmente accesible para la mayoría de los seres humanos.
II
Viridiana (España, 1961), de Luis Buñuel, el Schopenhauer
del Cine: ¿Vale la pena hacer algo por los otros?
¡Qué bello es vivir! (It's a wonderful Ufe, EE.UU., 1946), de
217
Frank Capra, el mayor de los optimistas cinematográficos.
¿Se puede esperar que las otras personas nos ayuden cuando las necesitamos1?
Existen en el Cine universal algunos cineastas que se han
caracterizado por presentar, con preferencia, lo que podría llamarse "el lado sombrío" del ser humano y de la vida, y una
visión escéptica de los valores, sea a través del drama, sea a
través de la parodia, mostrando el lado grotesco y ridículo de
la vida humana. Algunos de estos directores son Luis Buñuel,
Carlos Saura, Louis Malle, Liliana Cavani, Robert Altman,
Marco Ferreri, Román Polanski y Quentin Tarantino, entre
otros. Por otro lado, existen otros directores que enfocan con
preferencia el lado claro del ser humano, su heroísmo, su capacidad de ser generoso y solidario, su capacidad de amar y de
auxiliar a otras personas, a través de personajes fuertes, saludables y heroicos, o que, al menos, observan las flaquezas del
ser humano con poesía, tolerancia y algo de piedad. Algunos
de ellos son Frank Capra, Francois Truffaut, Robert Bresson,
Wim Wenders, John Ford, David Lean, Fred Zinemann, Claude
Lelouch, Steven Spielberg y Jacques Tati, entre otros.
Sin embargo, no todos aquellos que muestran "el lado sombrío de la vida" o su lado grotesco deben ser considerados, sólo
por eso, como "pesimistas", ni todos aquellos que muestran el
lado claro deben considerarse fatalmente "optimistas". La
mayoría de las películas de Ingmar Bergman (como, por ejemplo, Ansiktet mot ansiktet (Cara a cara) (1976), no son pesimistas, a pesar de ser extremadamente sombrías. Last tango
in París (Ultimo tango en París) (1972), de Bernardo
Berto-lucci, es una película sombría, desesperada y
angustiante, pero sólo superficialmente se la podría llamar
una película "pesimista".
El núcleo del pesimismo no reside tan sólo en mostrar lo
sombrío o lo ridículo, o en hacer ver la relatividad y el carácter
problemático de los valores, sino en lo que se puede llamar el
"cierre" o la obstrucción de una salida. Si una obra es extremadamente sombría, pero, a pesar de todo, muestra una
abertura hacia una superación de la dificultad, no puede considerarse "pesimista". En cierto modo, el pesimismo de
Scho-penhauer comienza mostrándose como "sin salida", ya
que estamos desde nuestro nacimiento sometidos al
mecanismo de la Voluntad de Vivir, a la insaciabilidad de
nuestros deseos, y
218
no parece haber salida para esto, sino a través del desarrollo
de una personalidad extraordinaria (como la del genio artístico o la del santo ascético). Para las personas comunes, no puede haber salida, ya que no tienen el poder de negar en ellos el
imperio irrestricto de la voluntad de vivir.
Es esa "salida"o "abertura" la que no se ve con facilidad en
el cine del que es, tal vez, el mayor de los pesimistas cinematográficos, el señor Luis Buñuel, en obras como Nazarín (1958),
Viridiana (1961), El ángel exterminador (1962), Le charme
discret de la bourgeoisie (El discreto encanto de la burguesía,
1972) y Cet obscur objet de désir (Ese oscuro objeto de deseo,
1977). Buñuel trae con él todo el sentimiento trágico de la vida
de los españoles (y que continúa en Carlos Saura, en estilo
diferente). (Y no olvidar aquí la enorme admiración que
Schopenhauer sintió siempre hacia la Literatura española y
sus calaveras y esperpentos.) El pesimismo no se relaciona
directamente con lo sombrío, sino con el cierre, con lo contrario de la abertura, con una situación sin salida.
Viridiana (Silvia Piñal) es una monja rigorista, rígida y reservada, feliz de estar en el convento y más feliz aún ante la
perspectiva de entrar en la clausura total, en total ruptura
con el mundo. Lamentablemente para ella, días antes de que
eso acontezca recibe una carta de su único pariente, Don Jaime, un tío ya viejo que quiere verla antes de que ella entre en
retiro total. El tío ha pagado sus estudios y su subsistencia
durante todos esos años, y le ha enviado recientemente una
muy buena dote. Viridiana no siente ningún deseo de acudir a
ese llamado, completamente insensible a cualquier solicitación del mundo. Casi no ha visto nunca a ese tío y preferiría
quedarse en el convento, pero su superiora insiste en que tal
vez sea bueno verle por última vez, dada la ayuda que de él ha
recibido siempre.
La visita no podría tener un peor resultado: al verla, Don
Jaime (el excelente Fernando Rey, que después filmaría casi
todos los últimos filmes de Buñuel) descubre el enorme parecido de Viridiana con la madre de ella y se enamora perdidamente de la joven. El ha vivido durante años en función de
recuerdos fetichistas —conserva un vestido de novia de la fallecida esposa, y ropas íntimas que de vez en cuando desentierra y acaricia— y ahora, en contacto con una mujer viva, joven
y bella, no puede resignarse a la idea de verla partir para siempre. La joven monja, horrorizada, rechaza de plano todas las
219
proposiciones de casamiento del tío, a quien trata con abierta
repugnancia y severidad. Con ayuda de una vieja sirvienta,
Don Jaime consigue que Viridiana beba un fuerte somnífero
junto con el café, después de haberla convencido de ponerse el
viejo vestido de novia, y la lleva dormida hasta la cama donde,
no obstante su fuerte deseo, no consigue violentarla. Al día
siguiente, creyendo que eso la obligará a quedarse, Don Jaime
miente a la sobrina diciéndole que la ha violado durante la
noche, lo que produce un efecto contrario en Viridiana y acaba
de convencerla de la necesidad de partir de inmediato. Cuando se apresta a tomar el ómnibus que la llevará de vuelta, la
policía llega a la estación y le dice que no puede dejar el lugar,
pues su tío se ha ahorcado hace pocas horas.
A partir de la muerte del tío, Viridiana sufre una crisis espiritual que la lleva a abandonar abruptamente el convento, y
tratar de aplicar al mundo su ideario de moralidad rígida y de
asistencia universal por su propia cuenta, y precisamente
en el mismo lugar en donde ha ocurrido la tragedia. Nace en
Viridiana la idea de transformar la vieja casona de Don Jaime, de la cual es coheredera, en un albergue para pobres y
desvalidos, que podrán encontrar allí un lugar para comer,
dormir, trabajar y llevar una vida decente. El otro heredero es
el joven y apuesto Jorge (Francisco Rabal), hijo no reconocido
de Don Jaime y de quien sorpresivamente el viejo se acuerda
en su testamento. Jorge ve con escepticismo y algo de fastidio
el apostolado de Viridiana, y con evidente recelo el hecho de
ver una ala de la casa literalmente anegada de mendigos
malencarados y gentuza de la peor especie, incluyendo un ciego, una enana y una mujer embarazada, además de niños que
no paran de llorar, y de enfermos de lepra.
Jorge es la personalidad opuesta a Viridiana, mundano, seductor, emprendedor, interesado en tratar de mejorar la casa
y el terreno a través de reformas modernizadoras (instalación
de luz eléctrica, fertilización de la tierra). La tentativa de
Viridiana de ayudar a los pobres se frustra completamente:
los mendigos son egoístas, interesados, feos y crueles, sólo se
aprovechan de la buena fe de Viridiana, y en la primera ocasión en que se ven solos en la casa, la invaden, organizan una
siniestra cena (alegoría blasfema de la Ultima Cena, en la cual,
en el lugar de Cristo, aparece el mendigo ciego dando
bastonazos en el aire), se emborrachan, quiebran la vajilla, se
pelean, se amanceban, golpean al primo y tratan de violar a
220
su angelical benefactora. En la última escena del film,
Viridiana aparece por primera vez con ropas no recatadas y
con el cabello suelto, como regresando contrita, desesperada y
aturdida al mundo real, y cuando se encuentra con su primo,
éste, irónicamente, la invita a jugar cartas con él y con la vieja
criada —a quien Jorge ha seducido— mientras sardónicamente
le comenta: "¿Sabe, Viridiana? Desde el primer momento en
que la vi yo sabía que usted acabaría jugando al tute conmigo".
A pesar de ser en blanco y negro, el film de Buñuel no es
especialmente sombrío (hay muchas tomas exteriores, bastante
sol, y ni siquiera las escenas iniciales del convento son oscuras). No obstante eso, parece, a primera vista, un film
extre-ma-damente pesimista. ¿Por qué? En primer lugar, y
yendo por orden de secuencia, la relación entre Viridiana y
su tío se ha mostrado como siendo infernal, aparentemente
como una relación asistencial y paterna, en el fondo como
una pasión lasciva que acaba en muerte trágica. En segundo
lugar, porque las personas a las que Viridiana pretende
ayudar, como expiación simbólica de lo ocurrido en aquella
casa, terminan traicionando a su benefactora, mostrándose en
realidad como seres mezquinos y perversos, a los que no
parece valer la pena tratar de ayudar. Como
acompañamiento de estos temas negativos principales, hay
una niña, hija de la sirvienta de Don Jaime, testigo de todo lo
que ocurre en la casona, y que nada tiene de tiene de
inocencia infantil (tema desarrollado más tarde, en el cine
español, por Carlos Saura): nada cariñosa ante la atención y
simpatía de Viridiana, espía a Don Jaime en la noche de la
frustrada violación, y juega despreocupadamente con la misma
cuerda con la que el viejo se ha ahorcado. ¿No hay nada de
positivo en esta historia?
Parece haberlo. En realidad, la película de Buñuel es más
blasfema y antirreligiosa que estrictamente pesimista, porque parecería decirse que lo que ha fallado en Viridiana es
precisamente su actitud asistencial religiosa, guiada por valores cristianos falsos e inaplicables. Veamos: en realidad, su
tío, si se mira bien, no se ha comportado como un monstruo.
Es un viejo solitario y frustrado, pero que se enamora sinceramente de una muchacha más joven y quiere casarse santamente con ella, dejándole toda su fortuna. Ni siquiera se atreve a hacer nada contra ella cuando la tiene totalmente a su
merced. Claro que él se ha comportado mal al darle el somní221
fero. Pero, en realidad, la situación de angustia que lleva a
Jaime a la muerte es también provocada por la frialdad y absoluta falta de comprensión de las cosas humanas por parte
de Viridiana, que le dice a Jaime abiertamente que no le aprecia ("Ib no sé mentir, tío", declara, con típica crueldad cristiana) y, después de oír sus propuestas de casamiento, le reitera
que le tiene horror y no quiere verle más. No hay por parte de
ella, dada su rigidez moral y religiosa, ni la menor tentativa
de una mediación, de una conversación más madura que, al
menos, disminuya el nivel de frustración afectiva del tío que
ha venido a visitar.
En lo que se refiere a los pordioseros, Viridiana carece del
menor sentido de realismo para ver la verdadera naturaleza
de estos nuevos desesperados que el Señor le pone en el camino, y cree píamente que abrigándolos y dándoles trabajo (los
vagabundos se estremecen cuando ella menciona esta palabra) conseguirá agradecimiento y mejoramiento espiritual. No
observa, por ejemplo, el sordo antagonismo que existe entre
los pordioseros, que se enredan en peleas en cuanto ella se
ausenta, de acuerdo con las más cabales leyes de la calle, insistiendo en ver entre ellos vínculos de fraternidad inexistentes.
Así, se podría decir que es tal vez la rigidez moral-religiosa de
Viridiana y su total distanciamiento de la realidad humana y
social lo que lleva a Jaime al suicidio y lo que provoca luego el
gran fiasco del albergue para pobres. La falta de propiedad y
adecuación de la religión, así como su siniestra peligrosidad,
se acentúan en símbolos paralelos, como el pequeño crucifijo
que Jorge encuentra entre las cosas de su tío, y que en verdad
es una navaja.
Pero este anticristianismo de Buñuel parece disminuir los
niveles de pesimismo de su film, en la medida en que parecería aquí haber una salida. El filósofo parece decir: el camino
cierto es el contrario al de Viridiana, aquél señalado por Jorge, el camino mundano del trabajo, el placer y el realismo en
lo que se refiere a las posibilidades morales de los hombres.
En efecto, en tanto Viridiana está tratando de organizar su
albergue y pasa los días rezando, Jorge contrata trabajadores
y comienza en seguida las obras de mejoramiento y modernización de la finca. (Cuando el primo pregunta a Viridiana acerca del cultivo de la tierra, ella responde, simplemente: "Yo no
entiendo nada de eso".) La figura de los trabajadores, con los
que Jorge mantiene una relación cordial y productiva, con222
trasta fuertemente con la sordidez de los vagabundos albergados por Viridiana y con la relación oscura y secretamente lasciva
que guardan con ella. No obstante eso, y para prevenir a sus
espectadores que no es ningún iluso socialista, que pone al Trabajo como salvación de la humanidad, Buñuel incluye en el film,
simbólicamente, una ingenuidad socialista del propio Jorge, cuando éste intenta liberar a un perro, obligado a correr detrás del
carro al que está atado por el pescuezo. Apiadado, Jorge compra
el perro, pero éste llora y se desespera cuando ve a su antiguo y
cruel dueño partir, y no quiere quedarse con su benefactor. Y
para acentuar la absoluta inutilidad de su asistencia, Jorge ve
pasar en seguida, en sentido contrario, a otro perro en la misma
situación que el anterior. No se puede dejar de pensar en los
mendigos de Viridiana, evidentemente un pequeño grupo de entre millares de desamparados.
Pero se podría pensar que los mismos falsos valores
asistenciales son criticados toda vez que son asumidos por
cualquier personaje, sea Viridiana, sea su primo. El
concepto-imagen es aquí más abstracto que el personaje
que even-tualmente lo representa. Jorge hace lo acertado,
trabaja, ama y acepta a los hombres como son, y es
condenado en el único momento en que, de alguna manera,
asume los valores de Viridiana. Este film puede ser visto,
pues, como un concepto-imagen de la asistencia, como una
mordaz crítica de este concepto cristiano fundamental. A
través de sus alegorías (suprarrealistas, a pesar de los
orígenes surrealistas de su Cine), Buñuel parece sugerir que
los hombres son complejos, oscuros y paradojales, que no se
pueden hacer planificaciones en gran escala sobre él, porque
sus respuestas son siempre inesperadas y contraproducentes.
Y que, de todas formas, los hombres son tan
insondablemente egoístas y desagradecidos, que resulta
peligroso tratar de "hacer algo por ellos".
El film se abre musicalmente con el Aleluya de Haendel y
se cierra con una alegre y ligera música profana. El cabello de
Viridiana, otrora preso a la nuca, ahora aparece suelto y esplendente, a pesar del rostro confuso, estupefacto, de su dueña, que mira a Jorge como buscando ayuda, como sabiendo
ahora por dónde no debe caminar, pero sin tener ninguna indicación positiva para orientar su vida. La actitud simpática y
despreocupada, serenamente profana, de Jorge, y la ironía
acogedora de la frase final, hacen ver que el Schopenhauer del
Cine tiene, a pesar de todo, valores y una forma de vida para
223
ofrecer, no tan sólo al alcance de genios y de santos, sino de
cualquiera que esté bien dispuesto a huir de los horrores de la
visión religiosa del mundo.
El pesimismo de Schopenhauer es estructural, no social o
eventual, y se basa, como vimos, en la irritante necesidad de
la oscilación entre ansiedad y hastío, propio de la Voluntad
de Vivir. Se podría, schopenhauerianamente, decir que los personajes de Buñuel están completamente sometidos al funcionamiento inexorable de su voluntad de vivir, sin ninguna capacidad de huir de ella. Así, por detrás de su asistencialismo
paternal, Don Jaime acabó manifestando una pasión animal,
una voluntad desenfrenada, y los mendigos cobijados por su
benefactora terminaron por mostrar la voracidad de una voluntad hambrienta. Buñuel aceptaría totalmente este diagnóstico de Schopenhauer acerca del ser humano, mezquino y
egoísta. Pero su film —y sus filmes en general— no asume
una actitud desesperada frente a ese hecho, ni apela a soluciones extraordinarias (santidad, ascetismo, genialidad) para
escapar de la trampa en que consisten nuestras vidas. (En
verdad, como se verá mejor en lo que sigue, el Cine es mucho
más nietzscheano que schopenhaueriano.) El pesimismo de
Schopenhauer sería aún —para Buñuel— cristiano, la actitud
desencantada estrictamente simétrica a la esperanza vacía e
irrealista de Viridiana. En realidad, ni el asistencialismo ciego
ni la decepción pesimista se justifican, según la antropología
del filósofo Luis Buñuel, por ser ambos el reverso, uno de la
otra, de la misma actitud esperanzada y trascendente. La actitud aconsejada parece tratar de aceptar a los hombres como
son, e intentar crear algo valioso dentro de esos límites. Jugar
al tute con ellos, en vez de tratar de mejorarlos. De todas maneras, uno se queda con el sabor de que si esta película no
consiguió ser pesimista, ninguna lo conseguirá.
En Le phantóme de la liberté (El fantasma de la libertad,
1974), Buñuel expone su pesimismo acerca de la naturaleza
humana a través de la cuestión del relativismo de los valores,
presentando prácticas sociales absolutamente absurdas. En
la escena más chocante del film, las funciones de comer y defecar son invertidas: comer es escondido como vergonzoso, en
tanto que se defeca públicamente sin ninguna inhibición. Igualmente, fotos turísticas de monumentos históricos causan escándalo a una pacata pareja como si fueran imágenes pornográficas; la Policía busca a una niña perdida que está presen224
te en el momento de la denuncia, y las identidades de los personajes son inestables, en el mejor estilo onírico de este gran
heredero del surrealismo, una manera cruel de mostrar al bicho humano en el corazón de la fragilidad de sus valores, que
tan caros le parecen, y sobre todo tan inamovibles y eternos.
Este film es pesimista por presentar a la sociedad humana
como arbitraria, dogmática y, al mismo tiempo, como absurdamente orgullosa de sus aparentemente sólidas instituciones. Muestra cómo los hombres prefieren atribuir la pretendida estabilidad de aquéllas a algún poder divino superior y trascendente, en lugar de verlas simplemente como productos
de su propia libertad, de la que se tiene miedo: la creación de
valores (véase el Ejercicio siguiente, Nietzsche) es sistemáticamente ocultada detrás de un aparente determinismo absoluto, en el que la libertad se manifiesta tan sólo como un fantasma, como un poder humano de instauración que no quiere
reconocerse a sí mismo. Pero, como en el caso de Viridiana, se
trata de un pesimismo con salida, ya que los valores contrarios parecen disponibles, y formas de vida simples, mundanas
y humorísticas parecen incentivadas por la filosofía moral de
Luis Buñuel.
En el film de Frank Capra, ¡Qué bello es vivir!, George Bailey
(James Stewart) es un joven comerciante de una pequeña ciudad norteamericana, Bedford Falls, que ha heredado el negocio inmobiliario de su padre. Los Bailey tienen en la ciudad
una tradición caritativa, por haber ayudado a muchas personas a construir sus viviendas, facilitando los pagos y manteniendo una actitud no puramente comercial con respecto a los
negocios que emprenden. Casado y con muchos hijos, Bailey
incluso ha abandonado la inicial idea de salir de esa pequeña
ciudad en busca de horizontes más amplios, por considerarse
que, después de la muerte del padre, él sería el líder de la
pequeña empresa capaz de impedir que el siniestro y egoísta
Mr. Potter (Lionel Barrymore), que prácticamente domina la
vida de la ciudad, se transforme definitivamente en el único
poder económico de la misma. En varias oportunidades, Potter
trata de comprar a Bailey, haciéndolo trabajar para él por grandes sumas de dinero, dado que la pequeña aunque pujante
empresa Bailey es la única que aún es capaz de enfrentarlo,
pero nunca lo consigue, dada la probidad de George y el apoyo
que tiene de sus favorecidos.
225
Pero en cierto momento, el tío de George pierde en el Banco
una alta suma de dinero —en realidad, ha entregado accidentalmente el dinero nada menos que a Potter— lo que lleva a
la pequeña firma al borde de la bancarrota, en la víspera de la
fiesta de Navidad. La catástrofe hace que George se humille
delante de Potter pidiéndole su ayuda, a lo que su enemigo
mortal, sintiéndose ahora poderoso, responde con desprecio y
amenazas, acusándolo de desfalcar su propia firma. El joven,
completamente desesperado, regresa a su casa, donde su mujer e hijos adornan el árbol de Navidad y se preparan para las
fiestas de final de año, pero George está hundido en la angustia y desesperanza, ofende a su familia, hace llorar a sus hijos
y se lanza desesperado hacia la calle sin saber qué hacer. Llegando a un puente, piensa seriamente en el suicidio, mientras
observa como en trance el movimiento de las aguas.
En verdad, todo eso lo sabe el espectador, dentro del nervio
de la narrativa de Capra, por intermedio de dos seres espirituales que mantienen un diálogo en el Cielo acerca del caso
Bailey. Uno le dice al otro que están recibiendo abundantes
oraciones para que los ángeles ayuden a un tal George Bailey,
que parece que está en graves apuros, "a punto de renunciar a
lo más precioso que existe". En efecto, al salir de su casa en
estado de total desesperación, los hijos de George preguntan a
su madre si deben rezar por él, y ella les dice que sí, que recen
fervorosamente y con mucha voluntad, porque él necesita
mucho de eso en ese momento. Los entes espirituales llaman
entonces a un ángel llamado Clarence Odbody (Henry Travers),
que nunca se ha destacado como especialmente brillante o inteligente, pero que tiene mucha buena voluntad, pese a que
aún no ha conseguido hacer ninguna obra relevante como para
ganar su par de alas, sin las que no es posible ser un ángel
verdadero. La misión de Clarence es, ahora, impedir que
George se mate y tratar de alimentar de nuevo su sentido de
los valores y el amor por la vida. Clarence aparece en el puente, en el momento en que George está por tirarse, y —a pesar
de sus escasas luces— se le ocurre una idea genial: él mismo
se arroja al agua, o sea, corporiza la propia intención de George,
que puede así ver objetivamente a alguien haciendo lo que él
se aprestaba a hacer, para poder apreciarla en todo su sin sentido y su horror. Ante aquello, George no duda un instante. Se
arroja al agua valientemente y "rescata" al viejecito Clarence
que, en verdad, nunca estuvo en peligro (pues, ¿cómo un ente
espiritual podría morir ahogado?).
226
Clarence le dice a Bailey quién es ("Soy su ángel de la guarda"), ante la natural incredulidad de éste. Las técnicas persuasivas de Clarence no dan mucho resultado, en el sentido
de conseguir probarle a George que lo que estaba por hacer no
tiene sentido y que la vida vale la pena de ser vivida. George
continúa insistiendo en que no tiene salida y en que su vida es
un fracaso total, y manifiesta el deseo de no haber nacido nunca, afirmando que eso habría sido lo mejor. En ese momento,
se le ocurre a Clarence otra idea genial: él tiene la capacidad
de mostrarle a George cómo habría sido el mundo sin él, o sea,
si él nunca hubiera nacido. De inmediato pide ese pequeño
favor al Altísimo: en ese momento, deja de nevar, la herida
que George tenía en el labio desaparece, los pétalos de la flor
que su hija Zouzou le había dado desaparecen de su bolsillo, y
Clarence anuncia a George que su deseo fue cumplido, que
ahora está en un "mundo" en donde no hay ni hubo nunca una
persona llamada George Bailey.
Salen juntos a pasear y la primera novedad es que la ciudad
en que se encuentran no se llama Bedford Falls, sino
Potterville, ya que sin George para enfrentarlo, el siniestro
señor Potter se ha transformado en dueño absoluto del lugar,
en el que ha instalado cabarets, casas de juego y otros lugares
de diversión y comercio fácil, en lugar de las tiendas y negocios de la ciudad productiva y pacata que George ha conocido.
Van al cementerio en donde se encuentra la tumba del hermano menor de George, muerto a los 14 años en un accidente en
el hielo. En verdad, George salvó la vida de su hermano en esa
oportunidad, y el joven se transformó años más tarde en un
héroe de guerra, condecorado por el Presidente. Pero como
George no estaba allí para salvarle, eso, en verdad, jamás aconteció, y las personas que su hermano iba a salvar en la guerra,
murieron todas. Andando por la ciudad como un fantasma,
nadie lo reconoce. En un bar lleno de sus antiguos amigos,
borrachos y fracasados en esta nueva versión del mundo, ve al
señor Grower, un farmacéutico con el que trabajaba cuando
pequeño, y a quien cierta vez el pequeño George impidió que
vendiese accidentalmente un veneno para un paciente, cuando el farmacéutico estaba muy perturbado por la noticia de la
muerte de su hijo. La tragedia fue impedida, en la vida real,
gracias a la intervención del pequeño George. Ahora, el ángel
Clarence le muestra a George al viejo Grower, transformado
en un mendigo deambulante, después de haber pasado largos
227
años en la cárcel por haber envenenado a un niño, porque
George no estaba allí para impedir el accidente. Sin George,
su tío Bill estaría internado en un hospicio, y su esposa Mary
sería una bibliotecaria solterona y frustrada.
Ante esa horrorosa visión de las cosas, George clama a
Clarence que quiere existir de nuevo, volver a la vida y aceptarla con sus inconvenientes, porque ha comprendido que su
vida no fue en vano, que ella, a pesar de todo, ha tenido sentido. El hechizo se desvanece, Clarence —cumplida su misión—
desaparece, George vuelve corriendo a su casa, eufórico, gritando por la calle, reconociendo de nuevo a sus amigos y considerando su vida maravillosa y plena de sentido. Al entrar en
su casa, encuentra en ella a sus acreedores, que representan
la poco amable posibilidad de ser encarcelado en la noche de
Navidad. Pero su mujer vuelve de la calle diciendo que ha avisado a sus amigos que están pasando dificultades. Al enterarse de sus desgracias financieras, todos ellos se hacen presentes, trayéndoles dinero y bienes para que puedan saldar sus
deudas. Su hermano héroe de guerra ha tomado un avión para
poder pasar la noche con ellos. George se encuentra, así, rodeado de amigos y parientes que le auxilian y lo sacan de su
angustiosa situación. Una campanilla resuena en el árbol de
Navidad, y la pequeña hija de George Bailey, en sus brazos, le
dice que cuando una campanilla suena es porque un ángel
acaba de ganar sus alas.
El impacto emocional del film es difícilmente resistible y
emociona hasta a los pesimistas y escépticos que no creen en
lo que Capra sostiene a través de sus imágenes. ¿Por qué Frank
Capra es un director optimista, tal vez el mayor optimista cinematográfico de todos los tiempos? A primera vista, porque
—a diferencia de lo mostrado por Buñuel— las personas en
sus filmes son bonachonas, serviciales, transparentes y luminosas, con gran sentido de la amistad y la solidaridad. Claro
que hay un villano (Potter), pero él es una excepción, una persona a la que nadie quiere y que no quiere a nadie, un contrapunto para mejor expresar lo que la humanidad es en general.
Las personas no son como Potter, parece decir el film, pero,
ciertamente, hay Potters para que las personas puedan mostrar mejor su valor y dignidad. Se diría que Potter es como
Schopenhauer dice que son las personas en general, dominadas por su Voluntad de Vivir. Pero, ¿y los amigos generosos
que auxilian a George Bailey en la noche de Navidad? ¿Dónde
228
está la Voluntad de Vivir de esas personas? ¿Responden ellos
a leyes psicológicas creíbles, o se trata de marionetas inverosímiles, creadas ad hoc por un director particularmente optimista? Se podría decir que aquellas personas ayudaron a Bailey
porque Bailey los había ayudado antes (por ejemplo, a construir sus casas, o perdonándoles sus deudas), de manera que
no ofendieron los principios habituales de la voluntad de poder y el egoísmo, ni fueron celestialmente generosos, sino tan
sólo retributivos.
Pero el núcleo de la tesis optimista del film no es la presentación de personajes bonachones —así como la tesis pesimista
de Buñuel en Viridiana no reside sólo en que muestra personas egoístas y traicioneras— sino la famosa "prueba" ofrecida
por el ángel Clarence de que la vida de George Bailey está
"plena de sentido". Tal vez Schopenhauer podría mostrar que
tal prueba es altamente falaz. En primer lugar, aun cuando se
haya mostrado que la vida sin Bailey hubiera dejado de reportar ciertas ventajas, también, ciertamente, la presencia de
Bailey en el mundo debió provocar muchos inconvenientes y
sinsabores a muchas personas, lo que Capra no muestra. El
experimento de Clarence-Capra está, pues, signado por la parcialidad y el favoritismo afirmativo, al concebir a George como
una persona ilimitadamente buena y caritativa. Pero es absolutamente imposible que nuestra presencia en el mundo cause tan sólo efectos positivos, que son los únicos que el ángel
muestra. Este podría replicar que, en el balance final, aun
cuando se pueda conceder que la presencia de George también
causó transtornos, aun así parece más positivo que él exista
que que no exista. Pero, de todas formas, si Clarence hubiera
incluido objetivamente todo lo que hubiera cambiado si Bailey
no hubiera existido, tanto lo bueno como lo malo, lo único que
—no falazmente— hubiera demostrado él con ese experimento
objetivo, es que el mundo sin George habría sido diferente, no
que el mundo sin George hubiera sido mejor. Es comprensible
que Clarence no haya hecho este experimento objetivo, porque,
en ese caso, habría sido difícil para él ganar sus tan ansiadas
alas. Si George hubiera visto también todos los prejuicios que
podrían haber sido evitados sin él, tal vez hubiera vuelto al puente
y se hubiera arrojado, finalmente, al agua. De eso no trata este
film, pero otro film podría tratar sobre eso.
Por otro lado, la situación en la que Bailey acepta el valor
de su vida no es el habitual, no es la situación en la que se
229
encuentran las personas. El experimento de Clarence introduce un elemento adicional, que potencializa las ansias de vivir de George. ¿Cuál?
En general, al principio no somos, comenzamos a ser, y volvemos finalmente a no ser. Este es el camino normal. Con
George ocurre algo muy especial, que parece difícilmente
generalizable: él no es, después comienza a ser, en virtud del
experimento de Clarence, él "nunca fue" después de haber sido
(es esto lo que nunca ocurre a nadie), y después torna a ser,
hasta que, algún día, deje de ser (por su muerte, que se supone que será natural, descartado el suicidio). Pues bien, lo que
angustia a George y lo hace suplicar a Clarence que "lo lleve
de vuelta a la vida", es el hecho de sentirse retirado de un
mundo en el que él ya estuvo. Supongan que vuelven a sus
casas y nadie los reconoce, que van a su trabajo y todos los
ignoran. Ustedes van a asustarse y a pedir que eso pare, que
se vuelva al estado anterior en donde todo funcionaba normalmente. Eso no quiere decir que ustedes clamen por eso porque
crean que la vida que llevaban antes era buena o extraordinaria o "maravillosa", sino simplemente porque es la vida que
llevaban antes, y porque es perturbador que ella cese de repente. No hay ningún valor allí. Aun cuando fuera una vida
mala, asustaría si se detuviera de repente. Después de haber
sido, la vida (cualquier vida) es deseable, porque se posee el
punto de referencia anterior. Pero ésta no es la situación normal. Un schopenhaueriano podría decir: "Ciertamente, si yo
hubiera vivido y después dejase de vivir, posiblemente desearía, instintivamente, volver a la vida. Pero si la vida no vale la
pena de ser vivida, es mejor no haberla vivido nunca, no haber
nacido radicalmente, y no "haber nacido" (como Bailey) y, de
repente, cesar". En realidad, lo que lleva a George a clamar
desesperadamente por la vida no es su reconocimiento del valor de la'misma, sino el miedo de haber perdido su identidad,
de no ser nadie en medio de las personas para las que antes él
era alguien. Pero si él, radicalmente, nunca hubiera sido, este
efecto de contraste no se daría.
De esta manera, pues, la "prueba" de Clarence es meramente
psicológica, y se aprovecha de ese efecto de contraste y del
comprensible miedo que los seres humanos tienen de "perderse a sí mismos". En realidad, Clarence hace vivir a George
una pesadilla, y siempre deseamos despertarnos de una pesadilla, sin que eso deba ser necesariamente una tesis optimista
230
acerca del valor maravilloso de la vigilia. Queremos despertar
no porque nuestra vida sea maravillosa, sino porque queremos de nuevo controlar la situación, maravillosa o no. Si se
nos hace artificialmente vivir una pesadilla (de identidad),
nuestra vida anterior nos parecería, en esa situación totalmente experimental e imposible, "maravillosa", como lo sería
cualquier vida si comparada con una pesadilla. Lo que arroja
a George en la vida no es su valor intrínseco, sino el miedo de
no ser después de haber sido. El experimento de Clarence es
inaplicable al caso normal, y, por tanto, diría el
schopen-haueriano, no prueba nada. La pregunta filosófica
por el valor de la vida es radical. Si nada existiera, si nadie
hubiera nacido jamás, la "prueba" del ángel Clarence no
tendría sentido, ni siquiera podría realizarse. Este sería un
mundo en donde ni siquiera Clarence existiría. El
experimento optimista de Capra no cumple los requisitos de
radicalidad de la Filosofía.
Por otro lado, si existiesen ángeles como los de este film y
los ángeles se preocupasen por el destino de los hombres (también Wim Wenders muestra esto, en El cielo sobre Berlín y
Tan lejos, tan cerca), hasta el punto de venir a la tierra para
darnos una mano cuando muchas personas rezan juntas por
nosotros y, como si eso fuera poco, haciendo que el caritativo y
simpatiquísimo ángel gane sus alas cuando consigue rescatar
o redimir a una persona desesperada, entonces, realmente
—concedería el pesimista— ¡este mundo valdría la pena, y ésta
sería una wonderful lifel ¡El mundo maravilloso no es, así, el
mundo con George Bailey, sino el mundo con Clarence! Sin
George, como vimos, si el experimento fuera objetivo, muchas
cosas mejorarían, pero otras serían peores, eso es inevitable,
ya que las causaciones no están guiadas por juicios de valor.
Pero, ciertamente, el mundo con ángeles como Clarence sería
objetivamente mejor de lo que es nuestro mundo sin ángeles.
Parece difícil encontrar un único inconveniente en la existencia de ángeles, parece que eso traería sólo ventajas. Pero el
problema es que no hay ángeles, y que todas esas cosas "maravillosas" sólo ocurren en los filmes de Frank Capra, y que lo
que es realmente maravilloso no es la vida, sino el Cine: It's a
wonderful film\
Pero recordemos que antes, en el Ejercicio aristotélico, concedimos que la verosimilitud no era necesaria para la
vehiculización de tesis filosóficas y para la pretensión de verdad del Cine. Lo que interesa, por ejemplo, en un film muy
231
inverosímil como Vértigo (1958), de Hitchcock, es analizar la
cuestión de la pérdida y recuperación de la identidad, y no
la verosimilitud de Jos hechos factuales mostrados en el film
(el increíble reencuentro de Scotty y Madeleine en medio de
una ciudad populosa). Podría el optimista reaplicar el mismo
argumento en el caso de Capra, y decir: "No interesa que lo
que ocurre fácticamente sea inverosímil (por ejemplo, que los
amigos de Bailey aparezcan con dinero y regalos, en la fiesta
de Navidad, en un acto de solidaridad que difícilmente o nunca se vería en la vida real), sino la tesis que se está tratando
de demostrar". ¿Y cuál es esa tesis? En el caso de Hitchcock
era, según aquella lectura, la recuperación de la identidad perdida. Eso justificaba la inverosimilitud. ¿Y aquí? ¿Cuál es la
tesis? Aquí la tesis es valorativa, y ésa parece ser parte del
problema (toda la cuestión de Pesimismo/Optimismo es
valorativa). Lo inverosímil en Hitchcock puede verse tan sólo
como un medio para mostrar una tesis, y, además, se trataba
de una tesis no valorativa (la pérdida de la identidad). En el
caso de Capra, lo que se muestra y la tesis que se quiere mostrar, coinciden: se muestra la solidaridad para mostrar que
hay solidaridad. La inverosimilitud está, pues, en ambos planos, en lo que se muestra y en lo que se pretende demostrar a
través de ello. La inverosimilitud de la llegada solidaria de los
amigos de Bayley no se utiliza para mostrar algo que está más
allá de ese inverosímil (como en Hitchcock), sino para mostrar, preci-samente, la solidaridad de los amigos de Bailey.
Cuando lo inverosímil es un medio hacia una verdad, parece
que se justifica más fácilmente. Lo que sería criticable, desde
el punto de vista schopenhaueriano, es que lo inverosímil no
sea un medio, sino un fin, en cuyo caso lo inverosímil se torna,
simplemente, falso, criticable no por no ser creíble, sino por no
ser verdadero.
Ciertamente, habría un argumento de tipo nietzscheano para
salvar a Capra de las críticas pesimistas schopenhauerianas.
Pero para ello, se deberían abandonar los buenos servicios
de Clarence (Sorry, las alas quedan para otra vez), al tratar de
proporcionar un argumento racional —o, al menos, razonable— para probar "el valor de la vida" para George. Nietzsche
ha criticado el pesimismo de Schopenhauer a partir de la vitalidad, y no a partir de argumentos racionales. La aceptación
de la vida es pulsional, vital, irresponsable, amoral, impensada, alegre, animalesca, despreocupada, exuberante, no sujeta
a argumentos. Visto nietzscheanamente, se podría salvar el
232
"argumento" contrafactual de Clarence si éste no pretendiese
haber proporcionado con él ninguna "prueba", sino tan sólo
haber producido —logopáticamente— en su protegido un impacto emocional, capaz de llevarle de nuevo a la aceptación de
la vida, sin precisar de argumentos. De hecho, como fue dicho
antes, al largarse el propio Clarence al agua, comienza la "cura"
de George de manera pulsional: en vez de ir hacia él y decirle:
"No, no se arroje, etc.", se arroja él, y con eso despierta en
George una emoción que lo aparta de la idea de morir, para
cambiarla por la idea de salvar a otra persona. Es después de
eso que Clarence se desencamina, tratando de "demostrarle"
a George el valor de la vida, algo que, para Nietzsche, es claramente indemostrable.
Si vamos a verlo con los puros ojos de la razón, hay que ser
pesimistas como Schopenhauer. En este punto en que la asistencia nietzscheana es solicitada, hay que recordar fuertemente
que Frank Capra es un filósofo cinematográfico, que lo que
intenta demostrar lo demuestra a través de imágenes y de
impactos. En su film no hay una tesis oculta detrás de las
imágenes, sino imágenes que tratan de hacer vivir alguna cosa,
aun falaz, aun falsa. Nieztsche ha dicho que la vida se mueve
mucho más por la mentira y la ilusión, y por las falacias lógicas, que por la argumentación y el razonamiento. En esta línea de reflexión, Capra no sería, pues, un "optimista", sino un
vitalista nietzscheano, para quien la dualidad Pesimismo/Optimismo no se plantea sino desde fuera de la vida, que es la
realidad primera y última. Esta me parece ser, en general, la
tendencia del Cine, una tendencia vital y abierta, que no acepta
este dualismo racional. Desde el punto de vista rigurosamente schopenhaueriano, creo yo, Capra está perdido. Pero si el
Cine es, fundamentalmente, temporalidad vivida, ni Buñuel
es un pesimista, ni Capra un optimista: ambos son filósofos
visuales tratando de captar, de maneras diferentes, el exuberante flujo de la vida.
III
¿Quién fue Arthur Schopenhauer?
Filósofo alemán, nacido en Danzig, en 1788, de una familia
adinerada y cultivada. Su padre era un negociante y su madre
una novelista algo frivola, pero de cierto éxito en la época. Por
233
causa de la ocupación de Danzig por las tropas prusianas, la
familia de Schopenhauer se mudó a Hamburgo. El joven
Schopenhauer viajó por diversos países junto con sus padres (España, Francia, Italia, Inglaterra, Escocia, Holanda y Bélgica).
Su padre quería que Arthur hiciera carrera comercial, y con ese
objetivo lo inscribió en el Instituto Runge, en Hamburgo. Arthur
llegó a trabajar en la firma de un respetado comerciante, pero ya
comenzaba a leer a escondidas libros de literatura y filosofía. En
1805, cuando tenía 17 años, su padre murió en circunstancias
misteriosas: lo encontraron flotando en un canal, y hubo sospechas de suicidio. A partir de ese hecho, y aunque, realmente,
tenía el joven Arthur ciertas habilidades para el comercio (que
más tarde aprovecharía para multiplicar sus bienes), el interés
por la filosofía comenzó a aumentar.
Schopenhauer tuvo siempre relaciones muy tormentosas con
su madre, Johanna, que presidía un elegante salón literario
frecuentado por personalidades como Goethe. Después de la
muerte del padre, al ver tan melancólico a su hijo, ella lo liberó de sus obligaciones comerciales permitiéndole que estudiara
filosofía, lo que dejó a Arthur completamente eufórico. Tenía
entonces 19 años. Cuando cumplió 22 años, Johanna le dio su
parte de la herencia del padre —a la que más tarde se sumó
una herencia de un tío— lo que permitió al joven dedicarse
tranquilamente a los estudios, a diferencia de lo que ocurría
con Schelling, Fichte y Hegel, que se vieron obligados a trabajar como preceptores y a dar clases particulares para sobrevivir. Schopenhauer estudió en las Universidades de Gotinga y
Berlín. En esta última tuvo a Fichte como profesor, a quien
consideró más tarde como un impostor. Se doctoró en 1813, a
los 25 años, con una tesis sobre el Principio de razón suficiente. El título de la tesis llevó a su madre —no se sabe si irónicamente, dada la rivalidad intelectual que había entre ambos—
a preguntarle si se trataba de una obra dirigida a los farmacéuticos, que se interesaban por las raíces. Schopenhauer le
respondió con desprecio diciéndole que sus libros continuarían
siendo leídos cuando todas las obras de ella hubieran desaparecido, a lo que Johanna replicó, espirituosamente, que los libros de él ciertamente permanecerían más...en las librerías,
porque no serían vendidos. En 1814, a los 26 años, rompió
definitivamente con ella, y parece que nunca más la vio, a pesar de que Johanna vivió aún veinticuatro años más. En su
testamento de 1823, ella deshereda a Arthur: "Esta decisión
234
se justifica en la conducta de mi hijo, que ha sido demasiado
terrible para mí como para exponerla aquí por escrito".
Schopenhauer se marchó a Dresde, donde comenzó a escribir la que sería su obra fundamental, El mundo como voluntad y representación; terminó en 1818 el primer volumen, que
fue publicado en el año siguiente. La obra, de tinte fuertemente naturalista, analítico y pesimista, surgida en medio del auge
de la llamada "nueva filosofía", espiritualista-idealista y optimista (representada por Schelling, Fichte y Hegel) no tuvo
ningún éxito. Eso dejó a Schopenhauer furibundo y lo llevó a
renovar sus airados ataques a los filósofos idealistas, ya presentes en su tesis de doctorado, y especialmente contra Hegel,
a quien no ahorró diatribas fenomenales e insultos de todo
calibre. Sólo como muestra: "...mientras otros sofistas, charlatanes y oscurantistas falsearon y arruinaron nada más que el
conocimiento, Hegel también ha echado a perder, incluso, el
órgano del conocimiento, el entendimiento. O sea, desde el
momento en que forzó a los por él seducidos a introducir en sus
mentes, como conocimiento racional, un galimatías basado en
el más escandaloso absurdo...unos desatinos propios de un
manicomio, el cerebro de la pobre juventud que leyó tales cosas
con fiel abnegación...quedó desquiciado hasta tal extremo que
se hizo para siempre incapaz del auténtico pensar". Schopenhauer hizo una única tentativa de trabajar en la Universidad,
en 1820, cuando tenía 32 años. Presentó una solicitud a la
Facultad de Filosofía de Berlín, para que fuera incluido en el
próximo programa de cursos, e incluso Hegel dio un parecer
favorable, pero Schopenhauer no tuvo alumnos, entre otras
cosas porque insistía en dar sus clases a la misma hora que
Hegel, que en esa época tenía enorme éxito.
Schopenhauer siempre alimentó su pensamiento a través
de enemigos: no sólo la filosofía académica, sino también la
humanidad en general y especialmente las mujeres. En verdad, tenía aversión por las solicitaciones de la sexualidad, y se
sintió feliz cuando disminuyeron con el pasar del tiempo. Veía
a las mujeres como la representación de esa fuerza sexual insaciable, y las consideraba intelectualmente inferiores e incluso antiestéticas: "Sólo el intelecto masculino, nublado por
el impulso sexual, podía llamar 'bello sexo' a ese sexo menor,
estrecho de hombros, ancho de caderas y de piernas cortas".
En verdad, por lo que se sabe, siempre se sintió intensamente
atraído por las mujeres. Por otro lado, también se alimentaba
235
de profundas admiraciones y cariños: el genio, la independencia intelectual y el encanto de los animales. El afecto de
Schopenhauer por los perros era extraordinario. Hasta tenía
retratos de ellos en las paredes de su casa, y su perro Atma fue
llorado al morir, y sustituido por otros canes que recibían el
mismo nombre, en una especie de parodia de la eternidad.
Parece que lo que admiraba de los perros era su extraordinaria falta de esperanzas y su imperturbable goce del presente,
sabiduría que los humanos no consiguen alcanzar.
En lo que se refiere a su odiado Hegel, la naturaleza le dio
lo que la sociedad le había negado, pues cuando estalló la epidemia de cólera, alrededor de 1830, Schopenhauer salió apresuradamente de la ciudad y se instaló definitivamente en
Francfort, mientras que Hegel murió a causa de esa epidemia
en el año 1831. Sin embargo, la muerte física de Hegel no acabó de inmediato con la "nueva filosofía" que Schopenhauer
tanto detestaba, y cuando se produjo la declinación de ciertos
aspectos de la filosofía hegeliana (específicamente, sus desarrollos panteístas) fue Schelling quien fue llamado a Berlín, y
no Schopenhauer.
Después de esa fecha, Schopenhauer vivió sin trabajar y
manteniendo contactos sociales mínimos, siempre escribiendo en torno de las ideas de su obra fundamental, aunque publicando esporádicamente: sus otras obras fueron editadas
después de pasados 17 años de la publicación de El mundo...
Sólo alrededor de 1850, o sea, diez años antes de su muerte,
comenzó a hablarse de él y a consolidarse su fama, cuando la
"nueva filosofía" ya había dejado de ser nueva. Schopenhauer
murió en Francfort, en 1860.
Principales obras: De la cuádruple raíz del principio de razón suficiente (1813), El mundo como voluntad y representación (1819), De la voluntad de la naturaleza (1836), Los dos
problemas fundamentales de la moral (sobre el libre albedrío y
la fundamentación de la moral) (1841), El mundo como voluntad y representación II. Complementos. (1844), Parerga y
pa-ralipómena (1851).
236
IV
Textos schopenhauerianos
Texto 1 — El hombre no es puro cerebro, es también cuerpo.
"...la investigación de lo que es el mundo fuera de mi
representación...sería vana si el investigador no fuese otra cosa
que un sujeto cognoscente, es decir, algo así como una cabeza
alada sin cuerpo. Pero luego vemos que este sujeto tiene sus
raíces en dicho mundo, es decir, se encuentra en él como individuo; su conocimiento, sostén indispensable del mundo entero, en cuanto éste es representación, está mediatizado por un
cuerpo, cuyas afecciones, como queda demostrado, son para la
inteligencia el punto de partida de la intuición de dicho mundo. Para el puro sujeto de conocimiento como tal, este cuerpo
es una representación entre otras muchas, un objeto entre
objetos; los movimientos, las acciones de este cuerpo no le son
conocidas, sino como los cambios de todos los demás objetos
intuitivos, y le serían tan extraños e incomprensibles como
éstos si no penetrase su sentido por otra vía comple-tamente
distinta.C....)"
El cuerpo como representación y el cuerpo como voluntad.
"Al sujeto del conocer, que por su identidad con el cuerpo
aparece como individuo, le es dado este cuerpo por dos diferentes estilos: una vez como representación en la intuición del
entendimiento, como objeto entre objetos y sometido al principio de razón; pero luego también de otra manera, a saber: como
aquello que cada uno de nosotros conoce inmediatamente y
que expresamos con la palabra: voluntaoVXEl mundo como voluntad y representación I, Libro II, cap. XVIII).
Texto 2 — La voluntad se caracteriza por la continua lucha
entre sus diversas formas.
"...vemos en toda la naturaleza lucha, guerra y alternativas
en la victoria, en lo cual hemos de reconocer el esencial desdoblamiento que se opera en el seno de la voluntad. (...) A través
de la naturaleza entera podemos seguir esta lucha, porque, en
el fondo, el mundo no consiste más que en ella (....) Esta lucha
cósmica alcanza su máximo de visibilidad en el mundo animal, cuya nutrición está constituida por el reino vegetal y en
el que cada animal es botín y alimento de otro, es decir, la
237
materia en que su idea se refleja debe servir para la manifestación de la idea de otro en cuanto cada animal sólo puede
conservar su existencia por el constante sacrificio de otra existencia, de modo que la voluntad de vivir se devora constantemente a sí misma y en distintas formas es su propio alimento,
hasta que, por último, la especie humana, como superior a las
demás, considera el mundo como una inmensa fábrica para su
uso, y (...) el género humano encarna aquella lucha, aquel
autodesdoblamiento de la voluntad, con la más terrible violencia en que el hombre llega a ser el enemigo del hombre:
homo homini lupus" (ídem, Libro II, cap. XXVII).
Texto 3 — La voluntad no tiene un fin último, carece de objetivos.
"Toda voluntad es voluntad de algo, tiene un objeto, un fin
de su querer; si esto es así, ¿qué querrá, pues, en último término, o a qué aspirará esa voluntad que constituye la esencia
en sí del mundo? (....) Sólo se puede dar la razón de los fenómenos, la causa de las cosas particulares, pero no de la voluntad ni de la idea, en la cual tiene su objetivación adecuada (....)
la esencia de la voluntad en sí implica la ausencia de todo fin,
de todo límite, porque es una aspiración sin término (....) la
voluntad sabe siempre, cuando el entendimiento la asiste, lo
que quiere en un momento y en un lugar determinado, pero
nunca lo que quiere en general. Cada acto concreto tiene su
fin, pero la voluntad en general no tiene ninguno..."(ídem, Libro II, cap. XXIX).
Texto 4 — La vida oscila entre el dolor y el hastío.
"(...) la base de todo querer es la falta de algo, la privación,
el sufrimiento. Por su origen y por su esencia, la voluntad está
condenada al dolor. Cuando ha satisfecho todas sus aspiraciones siente un vacío aterrador, el tedio; es decir, en otros
términos, que la existencia misma se convierte en una carga
insoportable. La vida como péndulo, oscila constantemente
entre el dolor y el hastío, que son en realidad sus elementos
constitutivos" (ídem, Libro IV, LVII).
Texto 5 — El genio puede libertarse .
"Las ideas sólo pueden ser concebidas por medio de esa contemplación pura que se pierde en el objeto, y la esencia del
genio consiste en la capacidad preeminente para esta contem238
plación, y como ésta, exige un completo olvido de la propia
persona y de sus intereses: la genialidad no es otra cosa que la
objetividad máxima, es decir, la dirección objetiva del espíritu
en oposición a la dirección subjetiva encaminada hacia la propia persona, o sea hacia la voluntad. Según esto, la genialidad
es la facultad de conducirse meramente como contemplador,
de perderse en la intuición y de emancipar el conocimiento,
que originariamente está al servicio de la voluntad, de esta
servidumbre, perdiendo de vista sus fines egoístas, así como
la propia persona, para convertirse en sujeto puro del conocimiento (....)" (ídem, Libro III, cap. XXXVI).
Texto 6 — El santo se identifica con el mundo, y se libera así
de la voluntad.
"Si ante los ojos de un hombre se descorre el velo de Maya y
se penetra más allá del principio de individuación, de modo
que toda distinción entre los individuos quede borrada; si el
hombre toma parte en los dolores ajenos, llegando no tan sólo
a la suprema piedad, sino hasta el sacrificio por salvar a muchos, este hombre, que se reconoce en todos los seres y que
descubre su esencia íntima y verdadera en todas las criaturas, deberá imaginar también como propios los padecimientos
de todo ser vivo, apropiándose así del dolor universal. Ningún
sufrimiento le será extraño....Ya no estarán fijos sus ojos sobre sus dolores personales, como le sucede al egoísta. Desde el
punto y hora en que se emancipa del principio de individuación, todo le conmoverá de igual modo. Comprenderá el mundo; verá a todos los seres destinados al aniquilamiento total, a
la lucha y al dolor sin descanso {...)'\Idem, Libro IV, cap.
LXVIII).
239
Ejercicio 10
Karl Marx, Costa-Gavras, Oliver
Stone y el cine politizado
Política y pensamiento
Introducción
Karl Marx no fue simplemente un pensador que se agregó a la
Historia de la Filosofía, haciendo una serena "contribución" para
la misma al lado de las otras. A través de su particular estilo de
reflexión ultracrítica, operó una ruptura profunda en lo que estaba entiendiéndose hasta entonces por Filosofía, ubicando la
actividad filosófica dentro de un contexto mayor, de tipo
social-histórico, y mostrando a la Filosofía como fenómeno
secundario e "ideológico". Marx puede contarse, junto a
Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger y Wittgenstein, entre los
filósofos de la ruptura, que conmovieron, de maneras muy
diferentes, la caracterización habitual de la actividad filosófica,
proponiendo algún tipo de "fin de la Filosofía", o de
transformación radical de ella, tal como era concebida hasta ese
momento.
El carácter "ideológico" de la Filosofía y de la Religión (dos
fenómenos muy próximos dentro de su análisis, ya que la Filosofía era, para Marx, tan sólo la versión profana de la Religión) se muestra en el hecho de que esas dos estructuras culturales desarrollan, según Marx, sus categorías no con el objetivo de saber lo que es el mundo, sino como una justificación
240
(en gran parte inconsciente y no intencional) de la organización socioeconómica actual, dentro del Capitalismo. Según el
análisis de la sociedad de su época que Marx realizó meticulosamente, las estructuras sociales están penetradas por el
fenómeno que denominó "alienación" ("ajenidad", "enajenación",
"extrañamiento"), consistente en que los propios productos del
trabajo humano se transforman en ajenos y extraños para
aquel que los produce, por causa de la organización capitalista
de los medios de producción. Filosofía y Religión son, pues,
como subproductos culturales de alto nivel de una alienación
económica y social básica, de una especie de "extrañamiento"
fundamental. Filosofía y Religión, por lo tanto, deberían dejar
de existir cuando las condiciones socioeconómicas de la vida
cambiasen radicalmente, a través de una acción social transformadora. Por eso, Marx no es un pensador tan sólo teórico, sino
un activista que pretendió transformar el mundo y no tan sólo
tratar de describirlo una vez más, a partir de algún otro "punto de vista".
El centro de la alienación es, según Marx, la alienación del
trabajo, en la cual los productos de la actividad humana, y la
propia persona del trabajador, se transforman en alguna cosa
ajena, extraña y antagónica, en la que los hombres, en vez de
encontrarse, se pierden a sí mismos. Esto no se produce por obra
de la naturaleza o de alguna fuerza mágica, sino por la particular organización social de las fuerzas productivas. Es el propio
hombre el que explota y aliena al hombre, y no algún tipo de dios
o de demonio. La propiedad privada y la división del trabajo son
consecuencias de la alienación, así como la absoluta y generalizada hegemonía del dinero, la "prostituta universal" —según la
expresión de Marx— que transforma absolutamente todo, inclusive a la persona humana, en mercadería y objeto de cambio y de
consumo dentro de un mercado abstracto.
La tarea de la Filosofía, como la entiende Marx, deja de ser,
pues, frente a un universo alienado, simplemente la de describirlo, para tratar de ser su efectiva modificación a través de la
acción social.
II
Z (Francia, 1968), de Konstantin Costa-Gavras. ¿Se puede
ser objetivo en Política ?: una obra maestra tendenciosa.
241
JFK (EE.UU., 1991) de Oliver Stone: ¿Cuánta verdad puede soportar una sociedad?
La historia oficial (Argentina, 1985), de Luis Puenzo: Escarbando en el pasado.
Así como ocurrió en el caso de Schopenhauer, Marx tampoco será un filósofo que tenga una relación demasiado simple y
pacífica con el Cine y con su filosofía conceptual-imaginante,
ya que no se ubica Marx, como casi ninguno de los filósofos
analizados en este segundo tramo del libro, entre los filósofos
racionalistas y sustancialistas tradicionales. El Cine, desde
un punto de vista marxista, podría verse como un tipo de lenguaje esencialmente revolucionario, o, por lo menos,
transgre-sor, subversivo, hipercrítico, y es de esa manera,
precisamente, como lo vio Sergei Eisenstein, el gran cineasta
revolucionario y, según ya vimos, hasta cierto punto, el
neorrealismo italiano. Pero, por otro lado, el Cine ha sido
visto muchas veces como lugar privilegiado de la alienación,
entretenimiento frivolo e intrascendente y rentable comercio,
así como de embrutecimiento de los sentidos a través de la
rápida sucesión de imágenes, y como mero "espectáculo para
masas". En una palabra, algo que nada tiene que ver con un
instrumento de denuncia y de acción política en algún sentido
noble y elevado.
En este Ejercicio se trata de ver hasta qué punto el Cine
puede ser político en un sentido auténticamente transformador, en el sentido de Marx. O sea, una cuestión que supera el
ámbito de los "filmes políticos" stricto sensu, para constituirse
en una pregunta acerca del carácter político del propio Cine
como tal, con independencia de su temática o su intención.
Mas, ciertamente, la mejor manera de introducirse en esa cuestión, parece ser analizar filmes que se propusieron adrede la
denuncia política y la transformación de la sociedad.
El famoso film político del director greco-francés Konstantin
Costa-Gavras, Z, ya lo proclama, provocativamente, al comienzo: "Cualquier semejanza con personas o lugares realmente
existentes, no es coincidencia: es intencional". En un país
"imaginario", pero sugestivamente parecido a la Grecia de los
años sesenta, dominado por los militares y grupos de extrema
derecha, se organiza un enorme mitin opositor, en el cual debe
hablar un senador de ideas liberales (Ivés Montand), que se
ha transformado rápidamente en un líder internacional de las
masas socialistas y de intelectuales de avanzada, una especie
242
de "centroizquierda esclarecida", para usar la jerga de ese
momento. Los militares tratan de boicotear de todas las maneras posibles el acto político programado, que acaba trágicamente con la muerte del líder, en una confusa escena callejera, en la cual una camioneta aparece en medio de la multitud
y uno de sus ocupantes golpea con un bastón la cabeza del
líder, hiriéndolo de muerte. La versión oficial de los hechos
—proporcionada por el Jefe de la Policía y el Ejército, y aceptada dócilmente por el Promotor Público (Frangois Perier)— es:
accidente de auto. No obstante, un recto y riguroso abogado
encargado oficialmente del caso (Jean-Louis Trintignant) desencadena una investigación despiadada que acaba con el descubrimiento de grupos paramilitares, guiados por ideologías
anticomunistas, que actúan bajo las órdenes directas de las
máximas autoridades militares del país. El presunto accidente
fue, pues, según va poco a poco descubriendo el joven abogado, un asesinato premeditado.
El empeñoso abogado acaba procesando a todos los involucrados, inclusive a los militares de la mayor jerarquía, ante el
delirio del pueblo enardecido, que cree por fin estar presenciando el nacimiento de una era en la que tiene plena vigencia
la Justicia. Los culpables son, efectivamente, procesados, pero
en un escueto informe final, no exento de ironía apocalíptica,
se relata cómo los militares consiguieron dominar de nuevo la
situación, eliminar a los incómodos, condenar a los acostumbrados chivos expiatorios y volver a hacer entrar en los carriles al país —después de su corto sueño de liberación— a través de una interminable lista de prohibiciones ("Los militares
prohibieron cabellos largos en los hombres, faldas cortas en
las mujeres, Sófocles, Tolstoi, Mark Twain (en parte),
Eurípides, brindar al estilo ruso (quebrando los vasos después de beber), Aragón, Trotzky, huelgas, sindicatos,
LurcatW!, Esquilo, Aristófanes, Ionesco, Sartre, los Beatles,
Albee, Pinter, escribir que Sócrates era homosexual, reunirse en bares, aprender ruso, aprender búlgaro, libertad de
prensa, la Enciclopedia Internacional, Sociología, etc., etc.,
Beckett, Dostoievski, Chéjov (y todos los rusos), Who's who,
música moderna, música popular (Mikis Theodorakis),
matemática moderna, movimientos pacifistas, y la letra Z,
que en griego significa: '¡Está vivo!' ").
Se puede tener de la Política al menos dos concepciones,
una estrictamente científica y otra vinculada con la acción
243
transformadora. Marx pretendió que su concepción aunase
ambas cosas, que fuese una praxis transformadora basada en
un análisis científico de los hechos. Con el correr de los tiempos, y a medida que la componente presuntamente "científica"
de la teoría fue siendo más y más criticada, permaneció la
componente práctico-transformadora, al menos como un principio-guía, manteniendo la idea, central en Marx, de que la
"teoría pura" es abstracta y tan sólo un subproducto de la sociedad alienada, de que la auténtica teoría es inseparable de
la denuncia y la transformación. Pero si la Política se concibe,
no en sentido marxista, como ciencia teórica, sin la obligación
de transformar la realidad que describe, tratando de captar el
sentido de los acontecimientos históricos reales, y de reconstruirlos adecuadamente, se debe preguntar hasta qué punto
el Cine puede ser ecuánime y objetivo en ese sentido. ¿Puede
el Cine presentar los hechos ecuánimemente y con atinencia a
la verdad histórica? ¿O bien su factura eminentemente emocional, su impositividad, su naturaleza de "impacto visual", lo
imposibilitan visceralmente para el testimonio político y la
crítica objetiva de la sociedad, conservando tan sólo su impacto retórico y su eficacia persuasiva? Parece que, en este sentido, el Cine sólo podría ser político en un fuerte sentido
persua-sivo-transformador, acercándose así, de manera sui
generis, a la concepción marxista de teoría.
En un sentido más concreto, ¿se pueden llevar al Cine las
ideas marxistas sobre la sociedad alienada y la sociedad libre?
¿Ha sido hecho? El Cine del soviético Sergei Eisenstein, por
ejemplo,¿ha conseguido llevar la teoría marxista a la imagen?
(Con independencia de la idea extraordinaria de Eisenstein,
de llevar El capital al cine) ¿Son sus películas "revolucionarias", en el sentido que Marx pretendía?
La película de Costa-Gavras es uno de los filmes más tendenciosos y menos imparciales de la historia del Cine, un bellísimo film en donde la acción, la aventura y el suspenso privan de manera notoria sobre la objetividad y la sobriedad del
análisis político, entendido de manera científica. Es una narración asumidamente dualista en donde no hay dudas fundamentales acerca de dónde están ubicados el bien y el mal, lo
justo y lo inaceptable. Lo primero que llama la atención es,
precisamente, que el film esté construido como un thriller, con
el ritmo y la dinámica de un film policial. ¿Por qué? Se puede
adivinar en ese procedimiento una intención claramente per244
suasiva. El director parece querer defender la tesis de que existen en el mundo grupos liberales de avanzada, bien intencionados y valerosos, defensores de la libertad, la paz mundial y
la democracia, y que no son de extrema izquierda ("pagados
por la Unión Soviética"), que se oponen frontalmente a los gobiernos militares de facto y ultrarrepresivos, y a los programas económicos armamentistas. Esos hombres son los héroes
de este film. Pero —digamos que por casualidad— los villanos
no son nunca, en él, marxistas o ideólogos "rojos", sino siempre, invariablemente, militares y grupos paramilitares derechistas, cristianos y partidarios del Orden Establecido. Los
militares derechistas y sus secuaces son presentados por
Cos-ta-Gavras como los perfectos villanos: inescrupulosos,
malvados, cínicos, feos, cobardes, homosexuales, psicopáticos,
violentos y depravados, dedicados al soborno y al asesinato,
ignorantes y facinerosos. No hay en el film ni un solo
atenuante para ellos, nada que suavice esta imagen absoluta
de seres totalmente dedicados a la práctica del mal, y
completamente convencidos de estar realizando —con todas
las bendiciones divinas— una Cruzada heroica (o una
Terapéutica social, como lo dicen los militares al comienzo del
film, donde aquellos que combaten la infiltración comunista
son denominados "anticuerpos", las "partes sanas de la
sociedad", que ayudan a extirpar las partes enfermas e
infecciosas, el "moho" infeccioso y dañino del comunismo).
Toda la brutalidad y primitivismo de los grupos paramilitares (no se muestra entre ellos a un solo convicto, a una sola
persona honesta; todos ellos son bajos, ignorantes, adoctrinados
y fracasados) están personificados por Yago (Renato Salvatori)
y Vago (Marcel Bozzuffi, en una de las mejores interpretaciones del film), dos asesinos pendencieros, cobardes y degenerados. Por su lado, los héroes son casi perfectos: justos, equilibrados, inteligentes, valerosos, lindos....y heterosexuales. Aun
sus defectos son presentados tan sólo como falencias humanas y comprensibles (por ejemplo, la crisis matrimonial del
líder (Ivés Montand) con su mujer Héléne (Irene Papas) es
más un elemento simpático —en nuestras sociedades, un mujeriego es sin duda mejor visto que un homosexual— que estrictamente crítico). Esta drástica simplificación —ética, psicológica y lógica— de las posturas políticas, y esa
ridiculiza-ción y esquematización de los adversarios, parece
bien típica del discurso político en el sentido
persuasivo-transformador, y
245
de cierto tipo de retórica que parece acompañarle sistemáticamente. Parece ablandarse la relación con la verdad,
simplificándose drásticamente la complejidad de lo real, y la
del ser humano en particular.
Sin embargo, como panfleto, el film funciona a maravilla,
porque consigue despertar el odio y la adhesión inmediatos
que se proponía, poniendo a los actores carismáticos (Montand,
Perrin, Denner) en los papeles que se precisa enaltecer,
dosificando perfectamente la crueldad, la cobardía y el coraje
en la distribución de roles y de eventos. Z puede considerarse
una obra "política" en el sentido de su eficacia (y fue un film de
gran impacto persuasivo en la década de 1960), no, ciertamente, por su inexistente y no pretendida ecuanimidad. (Por
el contrario, tal vez un análisis objetivo e imparcial de los hechos, sin héroes ni villanos, tal vez correspondiese mejor a la
verdad histórica, pero posiblemente sería ineficaz desde el estricto punto de vista revolucionario-político. Como se dice muy
bien al final de un gran film político italiano, Cadáveres ilustres (1976), de Francesco Rosi: "No siempre la verdad es revolucionaria".)
Esta manera completamente parcial de hacer buen cine
político, usado por Costa-Gavras, tiene, sin duda, un grandioso antecedente en el cine abiertamente panfletario de Sergei
Eisenstein, para quien tampoco el mundo era demasiado complejo, en la medida en que un militante sabe perfectamente
bien de qué lado están la verdad y el bien y quiénes están
irremisiblemente equivocados y deben ser combatidos y destruidos. Las clases dominantes son mostradas por Eisenstein
como cínicas y crueles, los obreros e intelectuales revolucionarios son invariablemente buenos y valientes. En Octubre (1927),
un grupo de burgueses bien vestidos torturan a un simpático
obrero con las puntas de sus sombrillas y paraguas, riéndose
estruendosamente. En El acorazado Potemkin (1925), los oficiales del barco ostentan rostros cetrinos, villanescos, miradas torcidas y sádicas, mientras que los marineros son fuertes, saludables, de ojos redondos y sinceros. Sentir dudas
cartesianas delante de la complejidad del mundo es, sin duda,
políticamente desaconsejable.
En los ejercicios anteriores, se había tratado de encontrar
conceptos-imagen de nociones tradicionales de la Filosofía (entendida aún como puro conocimiento del mundo, exactamente
la noción de filosofía que Marx pretende superar), tales como
246
Realidad, Duda, Autonomía moral, etc. Blow Up, por ejemplo,
pudo ser visto como un concepto-imagen de la Duda ante la
ambigüedad de lo real, y La sociedad de los poetas muertos
como un concepto-imagen de la noción de Autonomía. Pero no
hay un Cine de la Duda o un Cine de la Autonomía, como sí hay
un Cine Político, un género específico dedicado a estas cuestiones. Cuando un film es descaradamente parcial y tendencioso, como Z o los filmes políticos de Eisenstein, debemos preguntarnos lo siguiente: ¿cómo están siendo ahora utilizados
los conceptos-imagen, y cómo está siendo utilizado, específicamente, el elemento "pático" esencial a ellos? ¿Continúan
teniendo un direccionamiento hacia la verdad? El papel filosófico de la emoción, ¿no se modifica aquí, por primera vez, de
una manera relevante?
Parecería que la logopatía deja de estar al puro servicio del
conocimiento, para ponerse más del lado del impacto persuasivo, que es lo que siempre ha temido el filósofo tradicional
(que usa conceptos-idea) con respecto al Cine y al Arte en general, que haga "perder la objetividad" al afectar sólo a la
emoción, sin apelar a la razón. Como en el caso del "optimismo" de Frank Capra, la emoción no se pone aquí, en el "Cine
Político" panfletario-transformador, al servicio de lo cognitivo,
sino que trata (nietzscheanamente) de persuadir. A pesar de
la oposición política entre Marx y Nietzsche, ambos tienen en
común el escepticismo respecto de una realidad presuntamente
objetiva y neutra, ya que ella está atravesada o por la voluntad de poder (Nietzsche) o por la alienación (Marx) y ambos
concuerdan en que la actividad filosófica es un ejercicio persuasivo y retórico, y nunca puramente "lógico". Tal vez filósofos como Marx y Nietzsche comiencen a salir del ámbito
estricto de lo logo-pático, para pasar llanamente a lo
retórico-pático, a lo asumidamente persuasivo. Y cierto cine
político, al menos, parece seguir sus pasos, como en el caso
del film que nos ocupa.
Es inevitable sentirse afectados por la emoción, viendo las
obras parciales y tendenciosas de un director como Eisenstein.
Sus filmes son simplemente irresistibles, de fortísimo impacto emocional, aún hoy, a pesar del tiempo transcurrido. Pero
posteriormente al impacto, somos aún capaces de despegarnos de él y de darnos cuenta del fanatismo político allí presente. La impositividad de la imagen interactúa aquí con un elemento lógico.Pero, en todo caso, el lenguaje cinematográfico
247
se pone aquí, en el Cine Político, al servicio de una idea, en
beneficio de una transformación, y no se plantea como consideración meramente objetiva y distanciada acerca de un objeto
del mundo. La impositividad de la imagen es utilizada no
solamente en beneficio de un sereno conocimiento del mundo,
sino busca la persuasión. El concepto-imagen deja de ser
constativo para tornarse performativo. Ya se ha dicho muchas
veces que, desde el punto de vista estético, ni la ideología
pro-Ku-Klux-Klan de El nacimiento de una nación (1915), de
Griffith, ni el socialismo ciego y fanático de El acorazado
Potemkin de Eisenstein, afectan en nada la calidad estética de
esos filmes, pero aquí nuestra cuestión es si eso afecta la calidad filosófica de tales obras.
El Cine, en su carácter logopático tiene la capacidad de volverse marcadamente persuasivo o marcadamente expresivo,
disminuyendo su componente estrictamente cognitiva. Pero
¿es posible hacer Cine político de manera más marcadamente
cognitiva, o "científica"? En general, ¿es posible hacer Política
de otra manera? ¿O está la Política definitivamente divorciada
de la verdad y de la lógica? ¿Existe una manera no
panfletaria de hacer Cine político (y Política en general), basada en la objetividad de los hechos y en la investigación histórica objetiva? O, dicho de otra manera: ¿Puede la verdad, a
pesar de todo, ser revolucionaria? Z no parece un film adecuado
para preguntarse esto. Debemos encontrar un film político que
pretenda guiarse por la pura verdad histórica y por el ferviente
y objetivo anhelo de justicia, o por la obsesiva búsqueda de
éstas. ¿Existirá un film así?
Oliver Stone declaró que, al realizar JFK, tuvo siempre en
la cabeza el film Z, de Costa-Gavras , incluso en la elección del
título anagramático. "Creo que mi mayor influencia en este film
fue Z, de Costa-Gavras, un film que me impresionó mucho cuando
estudiaba Cine, un film que adoro. En él, uno primero ve un
crimen en la superficie, y después se lo vuelve a ver repetidas
veces, en niveles diferentes, como las cascaras de una cebolla,
aumentando su perspectiva hasta hacerlo a uno bajar al centro
mismo del enigma, y ver el real significado de todo. Este era el
film que yo quería hacer con JFK, un film que evoluciona en
círculos, en espiral, como un mantra..."
El hombre asesinado en Z era un político imaginario. En el
film de Stone, el hombre que es llevado a una emboscada y
248
baleado es un presidente histórico y real de los Estados Unidos,
y todo el contexto es rigurosamente histórico, con nombres y apellidos. Independientemente del motivo extracinematográfico de que
esto sea así (era peligroso para Costa-Gavras ponerles nombres
a las personas y a las cosas en la época en que hizo su film, aunque también lo fuera, si se mira bien, para Oliver Stone) este
hecho parece marcar una diferencia fundamental, en lo que se
refiere a la función de la componente pática en los filmes políticos. ¿Pretende JFK ser meramente persuasivo, transformar la
realidad a través de la tremenda convicción transmitida por sus
imágenes (como, por otra parte, piensan los detractores de Stone)
o, por el contrario, pretende haber rescatado una verdad histórica, haber avanzado cognitivamente en el camino del descubrimiento de la verdad? Por el motivo que sea, la referencia a la realidad
histórica efectiva es fortísima en este film, en donde nada está
disfrazado, nada tiene nombre ficticio o disimulado. Es la vertiginosa zambullida de una cámara de Cine en un pedazo de la
historia de un país y del mundo. Stone no precisa prefaciar su
film con un aviso de "cualquier coincidencia..."etc., ya que la referencia a los hechos es explícita.
Sin embargo, hay que tomar en cuenta que Z fue antes criticado como film retórico y persuasivo no por el hecho de no
basarse en un hecho histórico real y efectivo, sino por presentar las posturas políticas de manera esquemática, dualista y
absolutizada. Alguien podría defender a Z diciendo que, aunque no enfoque literalmente una sociedad y a unos personajes
efectivamente identificados con nombres y apellidos, hay sin
duda una proyección realista en esa ficción, una leve distorsión que permite darse cuenta de inmediato de que los hechos
presentados en el film "no son mera coincidencia", que ellos
también se refieren a la historia efectivamente acontecida. El
film proyecta, en un país imaginario, lo que realmente estaba
ocurriendo en países reales. Lo que se muestra en Z —ese
thriller tendencioso e inverosímil— no coincide con lo que los
conceptos-imagen están tratando de vehiculizar acerca del
conflicto político contemporáneo en general, en el plano de la
universalidad filosófica. De manera que el hecho de que JFK
se base en hechos reales e históricos efectivos no marca ninguna ventaja con respecto a Z, en lo que se refiere a la cuestión
de cómo está funcionando el elemento emocional en un film y
en otro: si de manera cognitiva o de manera puramente persuasiva. Por otro lado, hay que ver si Oliver Stone, al final de
249
cuentas, no incurre en el mismo maniqueísmo eisensteineano
de Costa-Gavras, en la caracterización de las posiciones políticas analizadas en el film, a pesar de que el mismo esté basado en hechos históricos reales y en personajes nombrados con
sus nombres y apellidos. Al contrario, tal vez el hecho de basarse en el asesinato real de un presidente real pueda ser usado retóricamente para aumentar aún más la credibilidad del
mencionado maniqueísmo.
Oliver Stone no negaría que el lenguaje del Cine le pareció
singularmente apropiado para imponer mejor una cierta versión de los hechos, pero él sería rigurosamente marxista en
este punto: primero, la verdad histórica; después, su imposición retórica y persuasiva. El extraordinario montaje del film,
su ritmo vertiginoso, no tratarían de imponer —se defendería
Stone— alguna mentira, o de crear mediante la técnica una
verdad, sino de imponer una verdad en un ámbito de mentiras
consagradas, y en donde la impositividad y energía del lenguaje cinematográfico se ven fuertemente justificadas, precisamente por la fuerte resistencia social a ver la verdad acerca
del asesinato de John F. Kennedy. JFK problematiza la historia oficial de un acontecimiento célebre, y es irritantemente
revisionista y problematizador. Pero la persuasividad del film,
si la investigación histórica del profesor Stone es acertada,
serviría para reforzar emocionalmente una verdad descubierta previamente: la persuasión no inventa nada, sólo da
plau-sibilidad a un descubrimiento que, tal vez, en la mera
letra del libro original, no ejerza en las personas —durante
tanto tiempo engañadas— el poder que sería necesario que
ejerciera.
Lejos de que el Cine sea una manera impropia de vehiculizar
esa problematización, Stone sostiene —como Eisenstein— que
se trata del mejor medio posible: "Durante tanto tiempo las
informaciones estuvieron dispersas en lugares diferentes, libros diferentes. Todo estaba fragmentado. Entonces sentí que
tan sólo el Cine podría reunir todo eso en un volumen coherente, en un solo flujo de informaciones, por así decir, de forma tal
que el público pudiese ver todo el cuadro en torno del asesinato
de una sola vez(...) Mi intención era ser una especie de historiador guerrillero y reexaminar completamente la historia oficial acerca del asesinato". Y también: "Yo me pongo como un
historiador fuera de la ley. Lo que propongo es una hipótesis.
Es un contra-mito para oponerla al mito oficial de la Comisión
250
Warren, que, por más de dos décadas, fue servido, mentirosamente,
a este país. ¿No será que la historia es demasiado peligrosa para
ser dejada en manos de los historiadores, o de los periodistas?
Si los historiadores y periodistas no atacan las cuestiones que
realmente importan a nuestra sociedad, ¿no es deber de los
artistas hacerlo?". Las palabras de Jim Garrison durante el
juicio, después de haber mostrado al público, una vez más, la
película que muestra el tiro fatal, que hace estallar la cabeza
de Kennedy, se podrían aplicar al propio film de Stone: "Una
imagen vale mil palabras".
El joven y heroico abogado de Z, de todas formas, también estaba obsesionado, como Jim Garrison, por el descubrimiento de la verdad acerca de los hechos. La misma testarudez y competencia y el mismo fracaso final. En Z la
verdad es descubierta sin ninguna ambigüedad, los culpables son desenmascarados. En JFK, los hechos nunca son
totalmente aclarados. Como lo dice expresivamente David
Ferrie (Joe Pesci) en un momento del film, ante la pregunta
de Garrison ("¿Quién mató al Presidente?"): "¿Quién mató al
Presidente? ¡Nadie lo sabe! ¡Es un misterio! ¡Un misterio
dentro de una charada dentro de un enigma! ¡Ni siquiera
los tiradores lo saben!" Precisamente, por ser una verdad
pública explosiva e inmanejable, los mecanismos de ocultación son poderosísimos, y los hechos continúan oscuros. Los
detractores del film de Stone, comentaristas de grandes
diarios como el Post y el New York Times, siempre temieron
que, precisamente, el extraordinario poder del lenguaje cinematográfico prestase un refuerzo emocional muy fuerte
a la tesis-base, y que impusiese en los espectadores lo que
ellos consideraron siempre como una total invención de la
megalomanía de Stone, una maliciosa distorsión de los hechos, ¡pero "presentados en forma tan convincente"! Y efectivamente, las imágenes que Stone consiguió montar (¡El
es el mayor editor del Cine actual, sin duda alguna!) basándose en la famosa película amatteur de Zapruder, y en
los dos libros-base (On the triol of the assassins, de Jim
Garrison, y Crossfire: the plot that killed Kennedy, de Jim
Marrs) son extremadamente impactantes, impresionantes,
irresistibles. La pregunta es: ¿Hay verdad detrás de esa
maravillosa parafernalia? ¿O funciona sólo persuasivamente
la emoción de JFK?
Stone habla de su film como de "una hipótesis", utilizando
un término científico. Pero el ya comentado carácter "impositi251
vo" de la imagen cinematográfica (con su carga emocional, su
rápida asimilación sensible, etc.), ¿no sería incompatible con el
carácter contrafactual típico de una hipótesis? En cierto sentido,
el Cine no es nunca contrafactual, es rigurosa e inevitablemente
factual. Lo que uno ve, está ocurriendo. No es nunca, tan sólo,
"una posibilidad". (Recordar lo que se dijo al respecto en el
Ejercicio 3, sobre Santo Tomás y Polanski.) Para juzgar la verdad de una imagen, hay que hacerla interactuar con algo que
no está en ella. La percepción logopática de un film consistiría, en primer lugar, en captarlo en su dimensión lógica y emocional, sensibilizándonos especialmente con respecto a esta
última, que jamás encontraríamos en una austera exposición
sociológica. Pero, en segundo lugar, se trataría de ver si esta
emocionalidad no está al servicio de una visión parcial de las
cosas, en el sentido no de que la emocionalidad debiese ser
excluida, sino en el sentido de que ella debiera sensibilizar
también otras cosas, logopatizar otras partes de la realidad.
La interacción con el componente lógico hace que la
emocionalidad del film pueda ser criticada desde el punto de
vista de su propia textura logopática, y no de manera externa.
Y la pregunta en este Ejercicio es si esto cambia en el así llamado Cine Político, si en este tipo de film la logopatía no estará al servicio de la transformación, y no de la objetividad, en
cuyo caso la "corrección" de la imagen por la interacción con el
elemento lógico-objetivo estaría aquí fuera de lugar, por no
estar captando el particular uso de la emoción que el film político trata de provocar.
La cuestión central acerca del carácter cognitivo o persuasivo (o ambos) del discurso político no está en "la aclaración de
los hechos" o en la obsesión por "la verdad", sino en la
esquematiza-ción de los puntos de vista en conflicto. Jim
Garrison descubre, efectivamente, que la CÍA preparó una
conspiración, que David Ferrie y Clay Bertrand (el excelente
Tommy Lee Jones) estaban involucrados en ella, que había
grupos militares subvencionados y protegidos por el
Gobierno, etc. Las evidencias objetivas van acumulándose,
los argumentos alrededor de la imposibilidad de la hipótesis
de un único tirador —y un tirador extraordinario— van
fortaleciéndose, en contra del escepticismo de Bill (Michael
Rooker), un colaborador de Garrison que cree en las
instituciones democráticas y sale violentamen252
te del grupo cuando ve que las investigaciones comienzan a
apuntar como culpables del asesinato de Kennedy a los altos
escalones del Gobierno. Garrison descubre que la famosa Comisión Warren fue tan sólo una pantomima de investigación,
creada para apagar los hechos en lugar de esclarecerlos. Todo
eso forma parte del "descubrimiento de la verdad", y no es
esencialmente diferente de lo que hace el abogado de Z. El
problema no es ése. El problema es saber hasta qué punto
esos grupos estaban radicalmente equivocados.
Se dirá: nunca puede existir una justificación para matar a
un Presidente, esto parece un valor intrínseco. Quien mató a
Kennedy, entonces, era malo. Pero esto es demasiado infantil.
Muchas otras muertes tal vez serían justificadas por Garrison
(la de Hitler, tal vez, o la de Sadam Hussein) o, al menos, no tan
ardorosamente investigadas. Por otro lado, ¿no se puede suponer verdadera convicción y patriotismo en las personas que estaban preocupadas por la política débil de Kennedy hacia los
soviéticos durante la guerra fría? ¿Es esto completamente imposible? ¿No se puede encontrar absolutamente ninguna razón
atendible en favor de la intervención norteamericana en el
Viet-nam, así como muchos justificaron la intervención de los
aliados en el Oriente Medio, más recientemente, basándose en
consideraciones objetivas acerca del equilibrio mundial y el
futuro de la humanidad? Ciertamente, podría haber personas
equivocadas que sostienen ideas también equivocadas sobre
estas
cuestiones,
pero,
¿esas
personas
serían
sistemáticamente malas, siniestras, ridiculas, perversas y, claro
está, homosexuales (también presentes en JFK, tanto como en
Z)?
Objetiva y racionalmente visto, también podría haber
personas equivocadas con ideas equivocadas del lado de Jim
Garrison y de la política de Kennedy. ¿O no? ¿O ellos no pueden equivocarse? ¿La verdad y la falsedad, lo cierto y lo errado, pueden determinarse de manera inequívoca? Toda la indeterminación que los Ejercicios anteriores parecieron descubrir,
en los análisis de Descartes y Santo Tomás, entre otros, parece aquí desvanecerse: cuando se tratan cuestiones sociales y
públicas, la ambigüedad de los valores individuales, súbitamente, se esclarece. La Política parece introducir un nuevo
tipo de dogmatismo, en donde la plausibilidad de las posturas
políticas , no sólo la de "la verdad de los hechos", se desvanece
y parece tratable tan sólo a través de retórica y persuasión.
253
JFK, en ese sentido, a pesar de su democratismo declamado,
parece defender, como Z, valores absolutos: la política de
Kennedy era adecuada, retirar las tropas del Vietnam era absolutamente bueno, continuar la guerra del Vietnam era
absolutamente malo, el endurecimiento de la política antisoviética durante la guerra fría era absolutamente malo, lo contrario absolutamente bueno, etc. Es esto lo que parece esquemático y caricaturesco, y no la búsqueda de la verdad de los
hechos. La verdad es buscada y encontrada, tanto en Z como
en JFK, pero en ninguna de ambas es buscada "la razón de los
otros". Ella es simplemente parodiada, presentada en sus peores colores.
El problema de la denuncia y el revisionismo es delicado y
complejo. En el film se dicen dos cosas contradictorias acerca del
anhelo por la verdad: el señor X (extraordinario Donald
Sutherland, en una única aparición continua e impactante, como
un misterioso informante que encuentra a Garrison en Washington), le dice: "El pueblo desea la verdad. Y usted está al lado de
ella". Pero durante el juicio, el propio Garrison cita: "Hitler dijo:
cuanto mayor sea la mentira, más el pueblo creerá en ella". En
realidad, es muy difícil saber lo que quiere el pueblo. Después de
leer muchas veces que el hombre "busca la verdad", que siente
una pasión por ella, Nietzsche se preguntó: "Mas, ¿cuánta verdad puede soportar un hombre?" Esto puede generalizarse y llevarnos a preguntar: "¿Cuánta verdad puede soportar una sociedad?" Los intereses sociales y políticos son diversos, conflictivos,
irritantes. La violencia es una de las formas utilizadas para imponer los propios intereses, y esto parece haber sido siempre así,
y ser así en la historia de todos los seres naturales (y el nombre
es un ser natural). En gran medida, nuestra cultura está edificada encima de productos de la violencia. La sociedad humana,
que no ha sido generada en la cabeza de ningún Dios, sino edificada sobre la naturaleza, tiene que autoinstaurarse también a
fuerza del olvido, la ocultación y la autojustificación. De alguna
manera, la ideología de la "seguridad nacional" se basa, en última instancia, en esto. Después de haber actuado violentamente,
¿cuánta verdad —cuánta autocrítica— puede una sociedad soportar?
Por razones penosas, el Cine sudamericano (argentino, brasileño, chileno) tiene un vastísimo material —un material trágico y traumatizante— para realizar buen Cine político. Tam254
bien La historia oficial, como el film de Oliver Stone, enfrenta
la versión consagrada de ciertos hechos a través de una investigación obsesiva, en este caso, por parte de la madre adoptiva
de una niña cuyos padres, presumiblemente, fueron asesinados por los militares durante la denominada "guerra sucia",
en la Argentina. La diferencia inicial más evidente con el film
de Stone es que aquí los que fueron muertos son, en su mayoría, completamente anónimos, y no una gran figura pública
como Kennedy, lo cual transforma la búsqueda de la verdad,
si se quiere, en una empresa sin ninguna aparatosidad, en
una especie de vocación oscura y sin esperanzas.
Sintomáticamente, Alicia Ibáñez (Norma Aleandro) es una
profesora de Historia, la disciplina más problemática dentro
de un país en crisis (Argentina, año 1983). Hasta el general
amigo de la familia se lo dice claramente, durante un viaje al
aeropuerto: "Debe ser difícil enseñarles historia a los jóvenes.
Yo tengo un hijo que ni siquiera cree que San Martín cruzó los
Andes". Alicia es una profesora algo autoritaria y que, en su
disciplina, se atiene estrictamente a los documentos disponibles. El film relata el proceso de su concientización política,
a través de una conmoción profesional y, sobre todo, personal.
Profesional, porque sus propios alumnos comienzan a presentar fuertes dudas acerca de "la historia oficial" y la validez de
los relatos y figuras consagrados. Uno de ellos, sobre todo, llamado Costa, declara un día que a Mariano Moreno, en realidad, lo asesinaron, y cuando la profesora le pregunta dónde
ha leído eso, el alumno responde: "En ningún lugar, porque la
historia la escribieron los asesinos". También un joven profesor de literatura, Benítez, que ya tuvo que irse de una universidad por motivos políticos ("Creen que soy muy peligroso",
ironiza) contribuye para que Alicia comience a introducir una
brecha entre la historia oficial y otra versión posible de los
hechos.
Pero la escisión fundamental y más dolorosa viene por el
lado personal y familiar. Ella y su marido, Roberto (Héctor
Alterio, el extraordinario actor de La tregua y La Patagonia
rebelde) han adoptado un bebé, al que llamaron Gabriela (o
"Gabi"), y que ahora tiene cinco años. La historia oficial declaró, en la época, que los padres de Gabi habían muerto en un
accidente. El regreso del exilio de una vieja amiga de la facultad, Ana (Chunchuna Villafañe), que ha sido torturada por los
militares, añade nuevos elementos. En una dolorosa conver255
sación nocturna (que, paradójicamente, comienza con bromas
y risas estruendosas), Alicia se entera de que, en la época más
intensa de las persecuciones políticas, muchas personas fueron apresadas y muertas, y muchas perdieron a sus hijos, que
fueron entregados a matrimonios que se dispusieron a criarlos. A partir de allí, Alicia comienza a sospechar de que Gabi
sea uno de esos niños robados.
Los cada vez más frecuentes y ansiosos interrogatorios a los
que Alicia somete a Roberto son respondidos, primero, de manera ambigua por él, pero su irritación y furia crece cada vez
más, toda vez que Alicia menciona el asunto. Roberto trabaja
exitosamente en una multinacional, y progresó económicamente durante la dictadura y las persecuciones, algo que le es duramente criticado por su viejo padre, en un domingo de amargura y recriminaciones, durante un asado familiar. Roberto
parece tener óptimas relaciones con militares y grandes empresarios, pero, al mismo tiempo, enfrenta problemas cuando
algunos de sus funcionarios comienzan a ser citados por jueces, por estar involucrados en negocios no demasiado transparentes. El mundo de Alicia, que era tan erguido y robusto al
comienzo del film, se tambalea insospechadamente: la historia que enseña puede ser falsa, su hija puede ser falsa, toda su
vida puede, finalmente, serlo.
Como en el film de Oliver Stone, también aquí se sacude la
aparente inmovilidad y el carácter definitivo del relato histórico, pero llama la atención la tremenda sobriedad de la narrativa de Puenzo, al lado del cataclismo visual de Stone y de
su retórica despavorida y convincente. A pesar de esa diferencia de estilos, también La historia oficial problematiza utilizando la sensibilidad, la rabia, la indignación y el rechazo
emocional. La llamada "guerra sucia" argentina, como tantas
otras, recibe de vez en cuando, en el periodismo y la imaginación popular, ciertas justificaciones "racionales": se trataba de
una guerra, se luchaba contra grupos armados organizados,
la actual democracia es sólo posible porque la guerrilla fue
destruida, etc.,etc. El Cine político no pretende destruir estos
argumentos, como sí podría hacerlo la Filosofía política. La
apelación a las emociones parece una vía más rápida, segura
y eficaz contra la injusticia, la intolerancia y la desconsideración. Cuando, al final del film, Alicia discute con Roberto, después de descubrir, sin duda alguna, que Gabi es hija de personas asesinadas por el Gobierno, Roberto golpea a su mujer
256
como lo haría un torturador. Pero en el momento de abandonarlo, agobiado y vencido, Alicia lo abraza fuertemente, asumiendo que tanto el verdugo como la víctima han sido, en realidad, víctimas. Lo cual no impide que ella lo abandone, como
se abandona el ámbito en donde la mentira y la ocultación
impiden cualquier tipo de vida imaginable. La otra versión, la
verdadera, se ha filtrado poco a poco por las brechas de la historia oficial mal contada, inconvincente a pesar de la violencia
de su instauración. Tesis optimista según la cual, a pesar de
todo, el dolor humano no puede ser nunca radicalmente olvidado. Algún recuerdo se torna posible, y el dolor reaparece,
resquebrajando aquello que pretendía haberlo sepultado, junto con los cuerpos de los torturados.
III
¿Quién fue Karl Marx?
Economista, filósofo y activista político alemán, nacido en
Treves, capital de la provincia alemana de Reno, en 1818. Terminado el secundario en su ciudad natal, fue a la Universidad
de Bohn para estudiar Derecho, pero cayó en una vida disipada y de pocos estudios. Para obedecer la voluntad de su padre, se matriculó en la Universidad de Berlín en 1836 para
continuar sus estudios de Derecho, pero cada vez fue interesándose más en Filosofía e Historia. De la filosofía, le interesó
profundamente, sobre todo, el sistema de Hegel, en cuya obra
veía, al mismo tiempo, la culminación de la Filosofía, y su disolución en beneficio de una sociedad nueva, ya que Marx consideraba a la filosofía como una configuración ideológica destinada a desaparecer. En las vacaciones del año 36, Marx se
puso de novio con Jenny von Westphalen —hija de un aristócrata— que sería más tarde su mujer.
Se relacionó con los filósofos de la llamada "Izquierda
hegeliana" (Bruno Bauer, Moses Hess, Max Stirner) y, sobre
todo, con Ludwig Feuerbach, el autor de La esencia del cristianismo (1841). Este grupo discutía cuestiones sociales y políticas vinculadas con la cuestión de la propiedad, el socialismo y
el anarquismo. En 1841 abandonó definitivamente los estudios de Derecho y obtuvo su doctorado en Filosofía con una
257
tesis sobre Demócrito y Epicuro. Sin embargo, su creciente
interés por la emancipación social y la crítica radical fue cerrándole las puertas para una carrera académica normal, a
causa de lo cual sufrió persecuciones y censuras por parte del
gobierno prusiano. A partir de 1842, Marx se transformó en
redactor de la Gazeta Renana, de Colonia, portavoz de la oposición, en la que Marx tuvo oportunidad de intensificar sus
estudios sociales aplicados, vinculados con la situación de miseria de los trabajadores y el funcionamiento de las superestructuras del poder. En 1843, Marx se casó con Jenny, con la
que se mudó a París por razones de seguridad, debido a las
persecuciones que Marx sufría en Alemania por causa de sus
artículos radicales.
En París, en 1844, se produjo el encuentro histórico de los
jóvenes Marx y Friedrich Engels, uno de 26 años, el otro de 25,
entre quienes surgiría una duradera amistad y colaboración intelectual, debido a la coincidencia fundamental de su puntos de
vista acerca de las bases económicas de la constitución de la sociedad, y de la acción revolucionaria para transformarla. Su primera obra en común será La sagrada familia, a la que seguirían
otras obras, entre ellas el explosivo Manifiesto comunista, de 1848.
Marx y Engels sufrieron muchas censuras y persecuciones desde el año de su encuentro. Después de algunas publicaciones
fuertemente críticas, el gobierno prusiano consiguió presionar al
ministro del Interior de París para que expulsase a Marx. Dieron a éste la oportunidad de permanecer si se abstenía de hacer
cualquier crítica antipru-siana, pero Marx no aceptó y se fue,
junto con Engels, a Bélgica, donde pasó por grandes penurias
económicas. En verdad, toda la vida de Marx fue de intensa producción intelectual y militancia política, acompañada por persecuciones y falta de dinero, constantemente auxiliado por su amigo Engels, de buena posición económica.
En 1848, en Londres, los dos amigos lanzaron las bases de
lo que sería el Partido Comunista. Siempre huyendo de la
censura de Estado, Marx se instaló definitivamente en Inglaterra, en 1849, en una situación desesperante: los ideales
revolucionarios perseguidos y casi derrotados, su herencia paterna completamente dilapidada por los gastos de su militancia,
y con deudas que ni siquiera le permitían llevar a su familia
(su mujer y tres hijos, más otro en camino) de París a Inglaterra. En la época en que Marx vivía en Londres, Engels trabajaba en Manchester, y llegaron a escribirse 1.300 cartas, ante
258
la dificultad de encontrarse personalmente, pero sintiendo al
mismo tiempo la imperiosa necesidad de comunicación intelectual. Durante los años 60, Marx y Engels organizan la
primera Internacional de Trabajadores, y Marx trabajó activamente en su obra fundamental, El capital, cuyo primer
volumen se publicaría en 1867. Continuaron luchando, con reveses y triunfos, por sus ideales políticos, durante varias décadas. Jenny Marx falleció en el año 1881, y la salud de Marx
estaba muy resentida. Para empeorar aun más su estado, una
hija, también llamada Jenny, falleció en 1883. Marx murió en
ese mismo año, pocos meses después. Engels continuó por
muchos años la obra revolucionaria comenzada juntos, así como
la divulgación de la obra crítica de Marx.
Principales obras: Introducción a una crítica de la filosofía
del derecho de Hegel (1844), La cuestión judía (1844), La sagrada familia o La crítica de la crítica crítica (1844) (junto con
Enge\s),Manuscritos económico-filosóficos (1844, publicados en
1932), La ideología alemana (junto con Engels) (1845/6), Miseria de la filosofía (1846/47), Manifiesto comunista (junto con
Engels,) (1848), Crítica de la economía política (1859), El capital I (1867), II (1885) y III (1894).
IV
Textos marxistas
Texto 1 — De la crítica de la religión a la crítica de las formas profanas de alienación.
"(...) la crítica de la religión es el presupuesto de toda crítica
(...) Este es el fundamento de la crítica de la religión: el hombre hace la religión; la religión no hace al hombre (...) Pero el
hombre no es un ser abstracto, situado fuera del mundo. El
hombre es el mundo del hombre, el Estado, la sociedad. Este
Estado y esta sociedad producen la religión, una conciencia
invertida del mundo, porque ellos son un mundo invertido.
(...) La miseria religiosa constituye al mismo tiempo la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La
religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un
mundo sin corazón y el alma de situaciones sin alma. Es el
opio del pueblo.
259
La abolición de la religión en cuanto felicidad ilusoria de los
hombres es la exigencia de su felicidad real. El llamado para
que abandonen las ilusiones a respecto de su condición es el
llamado a abandonar una condición que necesita de ilusiones"
(Marx, Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de
Hegel).
Texto 2 — La alienación (la "ajenidad") no proviene de los
dioses ni de la naturaleza, sino del propio hombre.
"Si el producto del trabajo me es ajeno, se me enfrenta como
un poder extraño, entonces, ¿a quién pertenece? Si mi propia
actividad no me pertenece; si es una actividad ajena, forzada,
¿a quién pertenece entonces? A un ser otro que yo. ¿Quién es
ese ser? ¿Los dioses? (...) los dioses por sí solos no fueron nunca los dueños del trabajo. Aun menos de la naturaleza. Qué
contradictorio sería que cuando más subyuga el hombre a la
naturaleza mediante su trabajo, cuando más superfluo vienen
a resultar los milagros de los dioses en razón de los milagros
de la industria, tuviese que renunciar el hombre, por amor a
estos poderes, a la alegría de la producción y al goce del producto. El ser extraño al que pertenecen el trabajo y el producto
del trabajo, a cuyo servicio está aquél y para cuyo placer sirve
éste, solamente puede ser el hombre mismo. Si el producto del
trabajo no pertenece al trabajador, si es frente a él un poder
extraño, esto sólo es posible porque pertenece a otro hombre
que no es el trabajador. Si su actividad es para él dolor, ha de
ser goce y alegría vital de otro. Ni los dioses, ni la naturaleza,
sino sólo el hombre mismo, puede ser este poder extraño sobre
los hombres"(Marx, Manuscritos económico-filoso fieos, I Manuscrito).
Texto 3 — Alienación del trabajo, propiedad privada y salario.
"La relación del trabajo con el trabajo engendra la relación
de éste con el del capitalista o como quiera llamarse al patrono del trabajo. La propiedad privada es, pues, el producto, el
resultado, la consecuencia necesaria del trabajo alienado, de
la relación externa del trabajador con la naturaleza y consigo
mismo. (...) aunque la propiedad privada aparece como fundamento, como causa del trabajo alienado, es más bien una consecuencia del mismo, del mismo modo que los dioses no son
originariamente la causa, sino el efecto de la confusión del
260
entendimiento humano. Esta relación se transforma después
en una interacción recíproca. (...) Comprendemos también por
esto que salario y propiedad privada son idénticos, pues el
salario que paga el producto, el objeto del trabajo, el trabajo
mismo, es sólo una consecuencia necesaria de la alienación
del trabajo (...) Un alza forzada de los salarios, prescindiendo
de todas las demás dificultades (...) no sería, por tanto, más
que una mejor remuneración de los esclavos, y no conquistaría, ni para el trabajador, ni para el trabajo su vocación y su
dignidad humanas"(/c¿em, I Manuscrito).
Texto 4 — En la sociedad alienada, el obrero se transforma
en una mercancía como cualquier otra.
"El salario está determinado por la lucha abierta entre capitalista y obrero. Necesariamente triunfa el capitalista. El
capitalista puede vivir más tiempo sin el obrero que éste sin el
capitalista. La unión entre los capitalistas es habitual y eficaz; la de los obreros está prohibida y tiene funestas consecuencias para ellos. (...) El nivel mínimo del salario, y el único
necesario, es lo requerido para mantener al obrero durante el
trabajo y para que él pueda alimentar una familia y no se extinga la raza de los obreros. El salario habitual es, según Smith,
el mínimo compatible con la simple humanité, es decir, con
una existencia animal."
La demanda de hombres regula necesariamente la producción de hombres, como ocurre con cualquier otra mercancía.
"Si la oferta es mucho mayor que la demanda, una parte de
los obreros se hunde en la mendicidad, o muere por inanición.
La existencia del obrero está reducida, pues, a la condición de
existencia de cualquier otra mercancía. El obrero se ha convertido en una mercancía, y para él es una suerte poder llegar
hasta el comprador. La demanda de la que depende la vida del
obrero depende a su vez del humor de los ricos y capitalistas.
(...) Se comprende fácilmente que en la Economía Política el
proletario, es decir, aquel que, desprovisto de capital y de rentas de la tierra, vive sólo de su trabajo, de un trabajo unilateral y abstracto, es considerado únicamente como obrero. (...)
No se lo considera en sus momentos de descanso como hombre, sino que se deja este cuidado a la justicia, a los médicos, a
la religión, a los cuadros estadísticos, a la policía y al alguacil
de pobres"(/<iem, I Manuscrito).
261
Texto 5 — El dinero como determinante del ser del hombre,
y como ámbito de trueque universal de cualquier cosa por cualquier cosa. .
"Lo que mediante el dinero existe para mí, lo que puedo
pagar, es decir, lo que el dinero puede comprar, eso soy yo, el
poseedor del dinero mismo. Mi fuerza es tan grande como lo
sea la fuerza del dinero.C) Lo que soy y lo que puedo no están
determinados en modo alguno por mi individualidad. Soy feo,
pero puedo comprarme la mujer más bella. Luego no soy feo,
pues el efecto de la fealdad, su fuerza ahuyentadora, es aniquilada por el dinero. Según mi individualidad soy tullido, pero
el dinero me procura veinticuatro pies, luego no soy tullido;
soy un hombre malo, sin honor, sin conciencia y sin ingenio,
pero se honra al dinero, luego también a su poseedor. El dinero es el bien supremo, luego es bueno su poseedor; el dinero
me evita, además, la molestia de ser deshonesto, luego se presume que soy honesto; soy estúpido, pero el dinero es el verdadero espíritu de todas las cosas, ¿cómo podría carecer de ingenio su poseedor? El puede, por lo demás, comprarse gentes
ingeniosas, ¿y no es quien tiene poder sobre las personas inteligentes más talentoso que el talentoso? ¿Es que no poseo yo,
que mediante el dinero puedo todo lo que el corazón humano
ansia, todos los poderes humanos? ¿Acaso no transforma
mi dinero todas mis carencias en su contrario?" (ídem, III Manuscrito).
Texto 6 — La desalienación de la sociedad no es, como lo han
pensado hasta ahora los filósofos (incluso los filósofos materialistas), un problema teórico, sino un problema práctico.
"La falla fundamental de todo el materialismo precedente
(incluyendo el de Feuerbach) reside en que sólo capta la cosa,
la realidad, lo sensible, bajo la forma del objeto o de la contemplación, no como actividad humana sensorial, como práctica;
no de un modo subjetivo. (...) De ahí que Feuerbach no comprenda la importancia de la actividad 'revolucionaria', de la
actividad 'crítico-práctica'" (I Tesis sobre Feuerbach). "El problema de si puede atribuirse al pensamiento humano una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un
problemaprác-tico. Es en la práctica donde el hombre debe
demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poder, realidad o
irrealidad de su pensamiento. La disputa en torno a la
realidad o irrealidad del pensamiento —aislado de la
práctica— es un problema
262
puramente escolástico"(II Tesis sobre Feuerbach). "Toda vida
social es esencialmente práctica. Todos los misterios que inducen a la teoría al misticismo encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esta
práctica"(VIII Tesis sobre Feuerbach).
"Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo." (XI Tesis
sobre Feuerbach).
263
Ejercicio 11
Nietzsche, el imperdonable
Clint Eastwood y los
asesinos por naturaleza
Heroísmo y violencia
Introducción
Si el Cine invita a incluir la emocionalidad dentro del concepto, haciéndolo interactuar con el elemento lógico, Nietzsche
es el filósofo —aun hoy difícilmente asimilable para nuestra
cultura— que tendió un velo de radical sospecha sobre los
milenariamente pregonados derechos de la Razón, la Verdad
y la Moral, en su pretensión de agotar el sentido del mundo.
El elemento "pático" desempeña en los textos y las ideas de
Nietzsche un papel tan fundamental como en el Cine, o tal vez
mucho más, de manera que el lenguaje logopático de las imágenes no podrá problematizar a este filósofo de la misma manera en que lo hizo con Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Descartes o Kant, ni siquiera superarlo vitalmente, como en el
caso de Hegel y Schopenhauer. El carácter marcadamente artístico del pensamiento y del estilo expositivo nietzscheano lo
tornan un filósofo fatalmente "cinematográfico", de manera que
no puede esperarse un conflicto frontal entre Nietzsche y el Cine.
El Zaratustra puede considerarse como el primer film filosófico de la historia del pensamiento.
264
Al contrario, Nietzsche consideraría aun a la propia noción
de una "razón logopática" como un producto marcado por el
intelectualismo nihilista y antivital que combate, o como un
residuo del anhelo de reducir el mundo a esquemas comprensivos, aun cuando lo hagan, esta vez, a través de "imágenes
conceptuales". Según Nietzsche, al mundo sólo se puede aludir a través de signos indirectos y de metáforas. El encuentro
entre lenguaje y mundo está esencialmente perturbado, y los
valores humanos condenados a lo indirecto y alusivo. Todo
lenguaje es retórico. A lo sumo, será posible llevar a cabo un
estudio genealógico del deseo filosófico humano de conocer, que
no se conforma simplemente con vivir el mundo y padecerlo,
ubicando este particular instinto dentro del marco de la vitalidad. El interés por saber sería visto como una pasión, como un
particular movimiento de la vida. Un estudio genealógico de
esa naturaleza sería necesario para saber, igualmente, qué es
lo que el hombre es capaz de hacer con la verdad, una vez
descubierta.
Las morales de los buenos sentimientos e intenciones, incluidas las morales socialistas, son vistas por Nietzsche como
un producto especialmente nocivo del racionalismo moralista
y cognitivista. Los grandes ideales morales no son —para
Nietzsche— sino figuras poderosas de lo que denomina "Voluntad de Poder", la tendencia ciega que los organismos poseen
de expandirse en detrimento de fuerzas contrarias, la necesidad de dominar, de ocupar, de someter, ni siquiera en busca
del supuesto "placer" que eso podría reportar, sino por la pura
fuerza expansiva misma. No hay allí ningún "instinto de conservación", ni ningún objetivo hedonista en el movimiento
indetenible de la Voluntad de Poder, tan sólo un organismo
tratando de ser y de ser más.
Lógica y Moral son epifenómenos de esta fuerza vital fundamental, que debe ser estudiada por una nueva Psicología
Profunda, libre de las ingenuidades habituales de las psicologías conciencialistas. Librarse de los prejuicios morales, basados en una psicología lineal, ha sido la misión de este filósofo
singular y —hasta hoy— solitario e incomprendido, a pesar de
los muchos estudios que se le dedican.
A la luz del error fundamental del punto de vista moral sobre el mundo, se ha producido —según Nietzsche— una
auténtica inversión de los valores: todo lo que es vital, exuberante, rico y creador ha sido combatido como peligroso e in265
controlable, en tanto que lo manso, mediocre, inofensivo (todo
lo "bueno", lo "bien intencionado") ha sido elogiado y promovido a las más altas esferas del valor. El igualitarismo democrático, cristiano y socialista impera por doquier, y los espíritus
superiores y creativos corren peligro de extinción, sistemáticamente derrotados por la moral de los débiles, que siempre
consiguen predominar a través de sus prácticas subrepticias,
vengativas y resentidas.
Estos espíritus bajos tienen el enorme poder de su numerosidad, ya que invaden literalmente el mundo y lo dominan a
través de la tiranía democrática y la filosofía ascética. Pero la
vida es esencialmente violenta, y no se puede acabar con esa
violencia (por ejemplo, a través de una diferente organización
del trabajo y de la vida social, como quería Marx), pues los
hombres son naturalmente explotadores de otros hombres y
otros seres, y querer eliminar eso sería como amputar un miembro, o retirar una parte del cerebro. Los hombres fuertes y
creadores son obligados, en las sociedades modernas, a transformarse en delincuentes, en la sombra de lo que podrían ser
dentro de una sociedad de hombres fuertes, embriagados de
vitalidad.
II
Siete hombres y un destino (The magnificent seven, EE.UU.,
1960), de John Sturges: El conflicto entre Heroísmo y Moralidad.
Los imperdonables (Unforgiven, EE.UU., 1992), de Clint
Eastwood: La maravillosa vuelta del viejo pistolero.
Asesinos por naturaleza (Natural born killers, EE.UU.,
1994), de Oliver Stone: La violencia como forma de ser.
No deja de ser curioso que los así llamados filmes de vaqueros (o de cowboys) de clase B presenten la violencia en estado
puro y sin remilgos moralistas (como lo hacen también, actualmente, los filmes de Silvester Stallone de la serie Rambo,
por ejemplo), tal vez porque esas películas son abiertamente
dirigidas a las clases sociales más bajas, que suelen tener con
la violencia un tipo de relación más desinhibida y natural que
las clases más elevadas. En cambio los considerados "clásicos"
266
del género (los filmes de John Ford, Fred Zinemann, George
Stevens, Sam Peckimpah y John Sturges, entre otros), al mismo tiempo que presentan la violencia, presentan una
problematización moral (y a veces moralista) de ella. (Hay algunos realizadores de filmes de cowboys que no caen en esto,
por ejemplo, Robert Aldrich (Veracruz, sobre todo), Sergio Leone
(Erase una vez en el oeste) y Sam Peckimpah (The wild bunch,
La pandilla salvaje), en cuyos filmes las consideraciones morales están sistemáticamente dejadas de lado.)
Esta actitud híbrida (la de alguien que, al mismo tiempo,
abre el ámbito de la violencia pero no quiere, por así decirlo,
ensuciar el mundo con ella) no deja de producir un efecto desagradable en el espectador dispuesto a ver una película de
cowboys hasta las últimas consecuencias, por decirlo así, inocentemente despojado ya de antemano de cualquier tipo de
prevención moralista, listo para entregarse a una saludable
orgía de violencia. La problematización moral de la violencia,
quiere verla uno en algún otro tipo de film, precisamente en
un film no violento, o antiviolento. Finalmente, acaba uno dejando de lado, en la propia fantasía, la problematización moral, y entregándose a la magia del Cine, esta vez materializada
en la violencia, como otras veces podría serlo en un cuento de
hadas o en una aventura.
Un buen ejemplo de este "moralismo cowboy" es el clásico
de John Sturges Siete hombres y un destino. En este film, siete pistoleros son contratados por los habitantes de una pequeña aldea mexicana perdida en medio de las montañas, que
está siendo constantemente saqueada por el bandido Calvera
(Eli Wallach). Los siete hombres son mostrados como pistoleros: no trabajan, lo único que saben hacer es disparar competentemente sus armas, son valerosos y temerarios, seguros de
sí mismos, viajan constantemente sin rumbo fijo, no constituyen familia ni se vinculan con ninguna persona o lugar de
manera constante, etc.,etc., o sea, las características clásicas
del héroe de este tipo de filmes, tal vez tipificado Ínmortalmente
por Shane, el personaje del film homónimo de George Stevens.
Ahora bien, precisamente esas características, fuertemente
nietzscheanas —o sea, vinculadas con el heroísmo guerrero—
de estos hombres fuertes, tienen como consecuencia la realización de valores morales que Nietzsche admira y elogia: los
siete pistoleros aceptan el trabajo por una paga ridicula (20
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dólares que, como dice uno de ellos, "no da ni para pagar las
balas"), simplemente porque se quedan admirados por la actitud valiente de los campesinos, hartos de ser humillados por
Calvera, y también porque aman el peligro y la oportunidad
de ponerse a sí mismos a prueba. Así, lo que hacen no lo hacen
por dinero ni por gloria: se trata de un trabajo sin gloria, en
un pequeño poblado hundido en el desierto, del que nadie sabe
si existe o no, y del que nadie se preocupa si es saqueado por
bandidos. Se trata exactamente de la generosidad elogiada
por Nietzsche, que no nace de una "ley moral" que obliga a ser
generoso, sino de la exuberancia vital desbordante del héroe,
que "tiene mucho para dar a otros" simplemente porque le sobra, porque no conseguiría vivir él solo tanta vida.
Estos valores son puestos claramente de manifiesto en el
apogeo dramático del film, cuando Calvera consigue expulsar
a los siete pistoleros de la villa, pero cometiendo un grave error
moral de naturaleza nietzscheana: cree que esos siete pistoleros son como él, ambiciosos, mezquinos y calculadores. Pero
en el film, así como en la Etica de Nietzsche, se hace una diferencia muy grande entre la violencia mezquina y gratuita
(Calvera, que saquea villas para alimentar a sus hombres, para
darles seguridad de una manera cobarde y fácil, atacando a
hombres desarmados, etc.) y la violencia del héroe (la de los
siete magníficos, que se ofrece toda a cambio de nada, dispuesta a morir por 20 dólares simplemente en nombre de una
pasión vital...y mortal). Así, contra lo esperado por Calvera,
los siete vuelven a la villa (cuando podrían haber partido tranquilamente sin mirar hacia atrás, favorecidos por la sórdida
"moralidad" de los pistoleros de Calvera) y aniquilan a toda la
pandilla, cuyo jefe muere sin entender, envuelto en su propia
mezquindad ignorante y limitada, sin comprender la ética
nietzscheana de la violencia ("¡Usted volvió! A un lugar como
éste. Un hombre como usted. ¿Por qué?", exclama Calvera agonizante, delante de Chris (Yul Brynner).) En la muda y nunca
dada respuesta a este "por qué" del bandido que muere, está
todo el sentido nietzscheano del film.
Pero esta hermosa concepción de la vida es completamente
estropeada por la autoconciencia moralista de la película, especie de irrupción de los valores morales tradicionales en el
propio corazón del heroísmo, como si los siete pistoleros fuesen nietzscheanos pero con conciencia de culpa cristiana. En
efecto, después del primer ataque de Calvera, en una conver268
sación entre ellos, los pistoleros han lamentado no tener raíces en ningún lugar, ni familia, ni hijos, como si la vida nómade
y heroica que llevan no tuviera ningún sentido. Cuando los
tres pequeños niños mexicanos hablan con Bernardo (Charles
Bronson) y se refieren a sus padres labradores como cobardes,
él les da unas palmadas y les dice que los verdaderos héroes
son en realidad los labradores, sus padres, que tienen el coraje de formar una familia y cultivar la tierra, mientras que no
hay ningún heroísmo en saber manejar armas.
Pero al final del film explota abiertamente esta curiosa ideología autorrecriminadora: de alguna manera, el joven Chico
(Horst Bucholtz) había sido, a lo largo del film, el único que se
disponía siempre a defender el heroísmo de las armas y, en la
primera conversación mencionada, se escandaliza al oír a Chris
hablando de su vida de hombre de armas con desprecio. Después de que han sido expulsados por Calvera, Chris le dice al
joven que él habla mal de los labradores porque, en verdad, él
mismo, el joven, es uno de ellos. Cuando han aniquilado a los
bandidos, el joven abandonará las armas y se quedará a vivir
en el poblado, junto a la india mexicana que se ha enamorado
de él. Sentados en sus caballos, listos para partir de nuevo
como lo hacen siempre los héroes nietzscheanos, Chris y Vin
(McQueen) (los únicos sobrevivientes de la batalla, además
del joven), viendo la escena comentan: "Fueron los labradores
que ganaron. Nosotros perdimos. Nosotros siempre perdemos".
Y parten sin rumbo, como el viento con el que han sido comparados minutos antes por el patriarca de la aldea, en el momento más afortunado del guión.
Los siete pistoleros, según el viejo, no recibirán la gratitud
de los labradores, porque éstos solamente se acuerdan de lo
que viene en épocas ciertas (época de siembra, de cosecha, de
lluvia, etc.), y la llegada de los pistoleros ha sido extemporánea,
"fuera de época". Les dice que ellos, los siete magníficos, habrán sido para los labradores tan sólo como el viento que les
ayuda a ahuyentar las nubes de lluvia cuando éstas son indeseables para los plantíos; de esa misma manera, los pistoleros
aparecieron para ahuyentar a los bandidos, como si fuesen
una fuerza de la naturaleza. Pero que después de ese viento
inesencial, todos volverán a lo que realmente importa: el trabajo, la construcción de una casa, la formación de una familia.
Los propios pistoleros sobrevivientes se admiten a sí mismos
como perdedores, delante de estos valores netamente cristianos.
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Sin embargo, la fuerza vital del film, el heroísmo intrínseco
de sus imágenes, parece hablar con voz más alta que esta inesperada moralina tradicional, destilada por los personajes.
Sin aquel viento arrollador, la vida tranquila del campesino
no habría tenido condiciones de continuar. Fueron las armas,
y no la mansedumbre campesina, las que expulsaron a Calvera.
Si la moral mansa fuese generalizada, ella no podría instaurarse, sería arrasada por naturalezas inferiores como Calvera.
Si la violencia, como señala Nietzsche, define a la propia voluntad de poder de los hombres, las armas no serán tan sólo
como el viento pasajero, sino que habrá que llevarlas siempre
consigo, como lo hacen los héroes.
Nótese que es ésta la primera vez que el Cine es
problema-tizado, en lugar de problematizar, porque se
encontró con un filósofo que da al elemento "pático" y trágico
un lugar aun más destacado y expresivo que el que le otorga
el Cine. Este pudo problematizar las tesis lógico-racionalistas
de los filósofos tradicionales, hasta el siglo xix. A partir de allí,
las cosas se complican. A pesar de su admisión del elemento
pático, el Ciñe es aún moralista y cognitivo, envenenado por el
bien y por la verdad. Le faltan siglos aún para llegar al nivel
de vitalidad de la tragedia griega.
Pero, para emparejar las cosas y tratar de hacer las paces
con Nietzsche, en el film de Clint Eastwood Los imperdonables, especie de renacimiento de un género que parecía acabado, impera la ideología contraria a la del film anterior. Aquí el
protagonista es Will Munny, una especie de guerrero jubilado,
un terrible pistolero, asesino de mujeres, niños y sheriffs, con
un envidiable curriculum de asesinatos y robos temerarios,
pero que ha abandonado las armas (y la bebida que le daba
valor para hacer tales cosas) cuando se casó con Claudia, una
mujer a la que adoraba, y que falleció hace tres años. Ella
murió dejándole literalmente sin ninguna vida, sin la vida de
pistolero borracho y pendenciero de la que le apartó, y sin la
vida de hogar y de familia, destrozada por su fallecimiento
prematuro. El ahora vive en una pequeña hacienda en compañía de sus hijos pequeños, viejo y cansado, medio miope, habiendo perdido, aparentemente, todas sus antiguas cualidades: no dispara más sus armas, ha perdido su puntería, y ni
siquiera sabe cómo montar. Parece el fantasma del cowboy
valeroso y justiciero, una especie de figura mítica en desuso y
270
fuera de estación. Los cerdos que cría están enfermos y su economía no es próspera.
En ese momento de crisis, aparece en la hacienda Schofield
Kidd (Jaimz Woolvett), un jovencito aguerrido que precisa un
colaborador para matar a tres pistoleros que desfiguraron el
rostro de Delilah, una prostituta de la pequeña población de
Big Whisky, y ganar el dinero que las otras mujeres del burdel
están ofreciendo a quien consiga capturar a los culpables. Después de rechazar la oferta (Munny alega que está cansado, y
que "ya no es más el de antes", que su mujer lo cambió), posteriormente se arrepiente y corre detrás de Kidd, aceptando ocuparse, "por última vez", de un "trabajo sucio", pero diciendo
constantemente que eso no significa que esté volviendo a su
vida de antes, que él ha cambiado, que tan sólo hará aquello
rápidamente —"en un par de semanas", como se lo dice a sus
hijos— para conseguir un poco de dinero.
En verdad, el motivo por el cual Will acepta encargarse del
asesinato de los dos hombres puede ser analizado más allá de
sus urgencias económicas. El motivo explícito es el dinero, pero
el motivo profundo tiene que ver con una reivindicación, una
especie de deuda simbólica de naturaleza conflictiva, e incluso
contradictoria. Claudia es la mujer que, a lo que parece, sacó a
Will de su vida de bandido. Otra mujer —Delilah— es el motivo de la persecución emprendida por Kidd (aunque él, personalmente, la emprenda por dinero), una mujer que fue desfigurada, y
a quien otras mujeres quieren vengar, dando justo castigo a
los culpables. Una imagen de mujer está involucrada tanto
en la jubilación de Will como en la vuelta —aunque declaradamente fugaz y asignifieativa— a su terrible vida anterior.
En un momento del film, cuando Munny se apronta para partir, hay una transición rápida de la cámara, desde el rostro de
la prostituta marcada hacia la foto de la fallecida mujer de
Will, sugiriendo fuertemente un trueque, algo así como el pago
de una deuda. En una conversación posterior, Will le dice a
Delilah que, a pesar de su rostro desfigurado, la elegiría si
quisiera dormir con una prostituta, pero que no puede hacer
eso porque aún ama mucho a su mujer. Delilah se emociona
con eso, y sólo más tarde le dicen que Will ha perdido a su
mujer varios años atrás.
Will precisa del dinero para pagar sus deudas, pero también precisa responder a ese llamado de mujeres para vengar
a una mujer, o sea, para saldar otra deuda. Siente oscuramente que le debe eso a una mujer, pero, paradójicamente, se apres271
ta a consumar una acción que la mujer muerta no aprobaría
nunca. Así se lo dice su amigo Ned Logan (Morgan Freeman): "SÍ
Claudia estuviera viva, no te meterías en esto". Esto parece indicar que, en verdad, se trata de una deuda de Will consigo mismo,
una especie de prueba de que es aún capaz de hacer lo que hacía
antes, de que no está acabado, o sea, paradójicamente, de que la
mujer no lo cambió, de que continúa siendo el mismo, y esto se
reafirma más y más en la medida en que él se repite a sí mismo
y dice a los otros, constantemente, que no quiere volver a ser lo
que era, que ha cambiado. A lo largo del film, cuando, finalmente, Will exhuma todo su salvajismo anterior, se da cuenta de que,
a pesar de todo, Claudia no lo transformó en otra persona. Como
lo dice el mítico Shane, en el film homónimo de George Stevens:
"Un hombre no puede cambiar lo que es".
En este film, también se presenta de continuo el conflicto
planteado en la película de Sturges antes analizada: una vida
familiar calma y tranquila, y una vida de pistolero, arriesgada y efímera. Will Munny ha optado por la primera pero se ve
obligado (real o simbólicamente) a volver a la segunda, sólo
que viejo y fatigado, con la vista débil, y sin su antigua habilidad y rapidez con las armas. También aquí hay, como en
Sturges, un jovencito —Schofield Kidd— que se está iniciando
en la vida de pistolero, que habla pendenciera y provocativamente, aludiendo a los hombres que ya mató, que admira
mucho todo lo que oyó hablar acerca de Will Munny, aspirando alguna vez a ser como él, a matar tantos hombres y hacer
tantas fechorías como Will ha hecho. Este lo escucha de manera cansada y distante, como si el jovencito no supiera en realidad de lo que está hablando. Para quien ha matado a mucha
gente, toda esa chachara sobre matar resulta insoportablemente vacía y gratuita. Pero, en todo caso, el retiro voluntario
de Will, su vejez y cansancio parecen indicar el envejecimiento de la vida de los antiguos pistoleros, el envejecimiento de la
vida heroica y —¿por qué no?— el de las propias películas de
cowboy.
Por el contrario, la vida familiar y tranquila está representada y defendida (paradójicamente, por medio de las armas y
por la más sádica violencia) por un sheriff moralista, Little
Big Daggett (Gene Hackman), que está construyendo una casa
(el símbolo de la estabilidad, la negación del heroísmo nómade),
en cuyo balcón frontal, según dice, espera "tomar café, fumar
la pipa y ver la puesta de sol", un grandioso ideal de mediocri272
dad eterna, como diría Nietzsche. Daggett está empeñado en
la tarea de desarmar a la población para tornarla un lugar
tranquilo, en donde las familias puedan "vivir en paz". En la
entrada de Big Whisky, hay un letrero en el cual se mencionan ordenanzas que mandan dejar armas y bebidas en la puerta de la ciudad, y recogerlas al final de la visita. Sin embargo,
sus procedimientos son tan brutales, que siempre queda
el pensamiento de que el sheriff está desarmando a todo el
mundo para tornarse él mismo cada vez más poderoso e invencible.
La "justicia" administrada por Daggett es bastante peculiar. Cuando ocurre el incidente con la prostituta Delilah, cuya
cara es cortada por dos de sus clientes, el sheriff se hace presente en el local donde los culpables han sido presos. Primero,
Dagget piensa en azotarlos, lo que ya parece demasiado benigno a Alice, quien regentea a las prostitutas, frente a lo que
los hombres han hecho con Delilah. Después de una conversación negociada, en la que el dueño del prostíbulo, Skinny, le
hace notar al sheriff que la prostituta marcada era propiedad
suya y que ahora no va a poder trabajar más, a no ser en la
limpieza ("Nadie va a querer dormir con una prostituta marcada") Daggett decide la cuestión económicamente: los vaqueros son obligados a entregar un cierto número de caballos al
dueño del establecimiento, lo que, presuntamente, pagaría con
justicia el precio de la prostituta damnificada. La decisión
horroriza a las mujeres del burdel. En una breve discusión
con Daggett, éste le dice a Alice que, en verdad, aquellos muchachos no son bandidos, que simplemente hicieron una
tontería esa noche, pero que no delinquen de manera permanente. Alice pregunta: "¿Como las prostitutas?" Este incidente
inicial explica perfectamente en qué consiste la "justicia" de
Little Big Daggett, una justicia que ignora cualquier valor de
la persona, que es accionada a través de negociaciones y ponderaciones materiales y burocráticas, siempre siguiendo la
ideología de "la paz y la seguridad". Cuando Alice le pregunta:
"¿Ni siquiera va a azotarlos?", el sheriff responde: "¿Ya no hubo
suficiente sangre por esta noche?"
Will representa aparentemente el envejecimiento de los valores guerreros, pero a lo largo del film se va mostrando que
ninguno de los más jóvenes consigue vencer al sheriff moralista que construye una casa. Los numerosos colaboradores de
Daggett, de los cuales éste está siempre rodeado, son atolondra273
dos, no tiran bien, son melindrosos, algo cobardes, muy inseguros y se amparan fuertemente en el autoritarismo de su
patrón, pero en el momento de entrar en acción, cargan sus
revólveres llenos de dudas. Tal vez para simbolizar esta impotencia e inseguridad de la guardia personal del sheriff, uno de
esos hombres es manco, pero lleva consigo tres armas que, sin
duda, no conseguirá utilizar en un momento de peligro. En
verdad, se tiene toda la impresión de que ese impresionante
conjunto de hombres tiene tan sólo una fortaleza prestada, la
fuerza de los débiles, diría Nietzsche, pero que enfrentados
con un hombre de verdad, con un viejo pistolero de los de antes, como Shane, Johnny Guitar o el sheriff Kane, ninguno de
ellos tendría nada que hacer, serían muertos fácilmente, que
es lo que acaba ocurriendo al final. Todo el orden
jurídico-poli-cial de la ciudad parece, en verdad, tan frágil e
inseguro como la propia casa que Daggett construye con sus
propias manos, y que tiene goteras y rajaduras por todas
partes. "El puede ser un duro —comenta el manco—pero no
es buen carpintero".
Sin embargo, el dispositivo de seguridad del sheriff funciona perfectamente, y ni siquiera el experimentado y terrible
pistolero inglés Bob (Richard Harris) consigue enfrentarlo con
éxito, siendo públicamente humillado por el siniestro Little
Daggett. Las prostitutas, que han ofrecido el dinero para que
alguien mate a los bandidos, pierden todas sus esperanzas
cuando ven la derrota pública del Duque Bob: "Nadie va a
venir", musitan desconsoladas. Y, sin embargo, alguien viene,
y viene el único que podría acabar con la hipocresía moralista
y la falsa estabilidad del sheriff Daggett, y con todo lo que ella
representa. Viene un cowboy del pasado, de los de antes, remontando el tiempo y el envejecimiento, ya que nadie en el
presente orden de las cosas podría hacer lo que sólo él será
capaz de hacer. Durante todo el film, Will desempeña su trabajo de pistolero de alquiler casi sin ganas, asolado por las
dudas, con el pulso temblando y la mirada opaca. La muerte
de los dos bandidos es un dechado de casualidades, actos fallidos y accidentes, nada que ver con los antiguos ajusticiamientos, en la época de oro del western, en donde Gary Cooper
le metía a Burt Lancaster una bala certera en medio de los
ojos. A medida que crece la violencia, el propio jovencito
Schofield Kidd, tan belicoso al principio, al contacto con la
miseria de la muerte ajena y del terrible acto de eliminar a
alguien ("dispones de lo que él hace y de todo lo que hubiera
274
podido hacer", define lúgubremente Will) se da cuenta de que
él no es ni será nunca un pistolero, en tanto que aquel viejo
que parecía acabado, nunca podrá, a pesar de todo, dejar de
serlo. Finalmente, hasta las limitaciones impuestas por la edad
y el paso del tiempo se transforman, contrario sensu, en terribles fuerzas reivindicatorías, y el pistolero retorna de las cenizas y consigue matar al que estaba ilegítimamente representando el bien, la paz y la estabilidad, acabando con su guardia
personal tan temible en pocos segundos, como quien voltea un
castillo de naipes y muestra su latente fragilidad. En el suelo,
moribundo, el sheriff moralista y moralizador musita, delante
del absurdo de su muerte inminente: "Yo no merezco morir
así. Estoy construyendo una casa". Imperturbable, Will responde: "Merecer no tiene nada que ver con esto", y dispara.
Unforgiven reivindica los valores del heroísmo (con sus visos de azar, arbitrariedad y riesgo inútil) y de un género cinematográfico, contra el moralismo de los "clásicos". Al matar al
sheriff , Will Munny ha matado al hipócrita denunciado por
Nietzsche, que ha intentado transformar su propia voluntad
de poder en una campaña de moralización del oeste salvaje.
Sólo el heroísmo ha conseguido derrotarlo, aun en su ocaso. El
héroe cansado consigue ser más fuerte que el moralista poderoso. Por una vez, al menos, la moral de rebaño fue vencida, y
el hombre fuerte, a pesar de la edad y la miopía, no fue destruido por los más débiles.
Los hombres son incurablemente violentos, diría Nietzsche.
Cuando ellos se jubilan y se retiran a una aparente vida tranquila y pacata, llena de paz, trabajo y amor, en verdad lo único
que hacen es redistribuir su violencia de otra manera, la violencia de la estabilidad y los valores organizadores y estabilizadores, la violenta administración de la "Justicia". Es lo
que constituye la violencia de Estado, la aparente fuerza de
las Policías y de la Justicia ordinaria. El jovencito de Siete
hombres y un destino, que abandona las armas y se queda en
la aldea, podrá transformarse, con el correr del tiempo, en un
Little Big Daggett, transformando su pacifismo en una nueva
forma de violencia y de represión. Unforgiven desconfía
nietzscheanamente de estos valores consagrados, y aún apuesta al héroe fuerte y creador, que incluso en desventaja física,
viejo y cansado, conseguirá voltear el orden existente y restaurar un orden de justicia más profundo y valeroso. Sabe que
sólo él podrá hacerlo, así como sólo los siete pistoleros consi275
guieron librarse de Calvera. En el discurso consciente, Will
repite automáticamente la ideología pacifista: él "cambió", "ya
no es el mismo", ahora es "hombre de paz", etc., pero de tanto
repetirlo sus palabras pierden todo significado, y sus acciones
muestran que no hay mala conciencia moralista en ellas. Sabe
perfectamente que, al vengar la muerte de Ned, y al hacerlo
de la única manera posible (cuando la Ley ha sido asumida
por el moralista débil y cobarde, y, al mismo tiempo, todopoderoso), ha hecho exactamente lo que debía hacer.
Además de los conceptos-imagen de la violencia y el heroísmo, no se puede dejar de comentar otro concepto, insólito en
este tipo de film, que se podría llamar "Relación del intelectual con la violencia", en el cual Clint Eastwood introduce,
inesperadamente, una violenta crítica al colaboracionismo de
los intelectuales en la constitución del estado de violencia. Esa
crítica está encaminada a través de la figura, moralmente repulsiva, del señor Beauchamp, un gorducho escritor de biografías, cobarde y acomodaticio, que llega a la ciudad acompañando al inglés Bob, de quien está escribiendo la biografía,
pero que rápidamente, cuando su patrón es desairadamente
expulsado de la ciudad, se pasa al bando contrario, aceptando
ahora la versión de los hechos que le proporciona su nuevo
amo, Little Big Daggett. Inclusive, cuando Daggett está "interrogando" a Ned, en cuanto lo tortura con el látigo, las sobrias
y científicas anotaciones del escritor le sirven al torturador
para descubrir las contradicciones en la confesión de su prisionero. El intelectual se incorpora a la máquina de tortura,
incorporada, a su vez, al orden existente. Al final, cuando Will
Munny ha matado a todo el mundo en el bar de Skinny, el
pequeño Beauchamp no se ofrece para escribir la biografía de
Will sólo porque éste lo pone en fuga destempladamente. Tal
vez el frustrado y adaptable escritor encuentre por ahí algún
otro amo, de quien aceptará dócil y cobardemente su versión
oficial de los hechos. Es así como los intelectuales escriben
la historia, y como suelen relacionarse con una violencia de la
que participan sutilmente.
Hay muy pocos filmes que se salven de la crítica nietzscheana
de la moral y la verdad racional, y cuando surge un film así,
amoral y vital hasta las heces, peligroso y revitalizador, no es
muy bien aceptado por los críticos del rebaño. En el Cine más
comercial, la violencia suele ser presentada como asumida por
276
malvados y psicópatas, sistemáticamente derrotados por valerosos defensores del Orden y la Ley. El héroe suele ser violento por necesidad, siempre como respuesta a otra violencia,
arbitraria e ilegítima. Este es el sentido de la famosa "licencia
para matar" de James Bond (prototipo de la "violencia enlatada e inofensiva" a la que se hace referencia). En el film The
man with the golden gun (El hombre de la pistola de oro, 1974),
el agente 007 explica criteriosamente que mientras los bandidos matan impunemente, él, el agente secreto, sólo mata asesinos y personas que ponen en riesgo el orden mundial. Esta
articulación interna al hecho bruto de la violencia la torna, al
mismo tiempo, inofensiva, porque permite diferenciar verdad
y mentira, bueno y malo, en el núcleo mismo de la violencia, y,
de esa manera, tornarla controlable y racional. A pesar de las
frecuentes quejas acerca de "la violencia en el Cine", se ha
tratado, la mayoría de las veces, de esta violencia domesticada, por más insaciable que pueda parecer.
Nietzsche ha sido el filósofo que ha mostrado que la violencia no resiste tales calificaciones prolijas, que la violencia caracteriza al ser humano en su simple humanidad, y que sólo
superficialmente podría ser sometida a los dualismos de la
filosofía tradicional. Así, la violencia era condenada —o
problematizada, al menos— en el film de Sturges, y reivindicada a través de un proceso complejo en el de Eastwood. En Asesinos por naturaleza, de Oliver Stone, la violencia es, pura y
simplemente, exhibida en toda su impúdica exuberancia, sin
motivo ni justificación —como pura "voluntad de poder"— en
el único film no moralista de Oliver Stone —y su obra menos
socialmente elogiada— y en uno de los pocos filmes auténticamente nietzscheanos de toda la historia de la Filosofía
visual.
Es imposible, o al menos deshonesto, hablar meramente del
contenido de este film, sin mencionar el estilo y el exuberante
montaje: filmado en colores y blanco y negro alternadamente,
usando más de un formato (35, 16, Super-8 y vídeo) y una
Polaroid, la violencia se formaliza, el horror no se limita a lo
mostrado, sino que se manifiesta en el propio vértigo de las
imágenes, en las inclinaciones enfermizas de las cámaras, en
las distorsiones, esfumados, cortes violentos, superposiciones,
que van transmitiendo de manera sensible e inmediata una
especie de perspectivismo psicótico, casi insoportable y muy
difícil de acompañar uisualmente. La historia parece contada
277
por varios narradores drogados que hablan al mismo tiempo
pensando en otra cosa. Constantemente, en pantallas paralelas, se muestran insectos y grandes animales devorándose
mutuamente, o teniendo relaciones sexuales destructivas, como
proporcionando un marco natural para la violencia del ser
humano y disminuyendo drásticamente las aparentes diferencias.
La expansividad sin ninguna autoconciencia de esa violencia,
cuyo sentido se agota en sí mismo, está ya explícita en el propio
título del film, "asesinos por naturaleza". Este tema es desarrollado en el momento filosóficamente más importante del film,
cuando Mickey (Woody Harrelson) está siendo interrogado en la
cárcel y dice a los policías que él y su violenta novia, Mallory
Knox (Juliette Lewis) matan como lo hacen todos los seres naturales, que continuamente se devoran unos a los otros: simplemente como su natural e inevitable manera de ser. Antes de eso,
un viejo indio que ellos acaban matando por accidente, narra
una historia en la cual una mujer salva la vida de una serpiente,
y cuando ésta se siente bien, mata a la mujer que la salvó, mordiéndola. Cuando es interrogada, ella simplemente responde: "Tú
sabías desde siempre que yo era una serpiente". La parábola acaba aplicándose al propio indio, que es muerto por la naturaleza
salvaje de Mickey, en una de sus súbitas confusiones mentales, a
pesar de que, en el plano consciente y "moral", ambos, él y Mallory,
se habían hecho amigos del indio, y se sentían agradecidos por
su hospitalidad.
La tesis es explícitamente antimoral, o, mejor dicho, la naturaleza parece excluir radicalmente la moralidad, sin siquiera problematizarla o refutarla. La fábula de la serpiente, y la
propia tesis "naturalista" del film, se reproducen nuevamente
en la relación que los dos asesinos tienen con el presentador
de TV Wayne Gayle (Robert Downey Jr.), que los ayuda poniendo la media a su disposición para manifestar sus ideas,
critica el sistema carcelario que los oprime y los ayuda, finalmente, a huir en medio de una escalofriante rebelión de presos. No obstante todos estos "favores", la naturaleza de la serpiente habla más alto, y Mickey y Mallory matan a Wayne
después de que éste se ha identificado con sus ideales y los ha
ayudado a huir. "Pensé que nos habíamos hecho amigos",
musita el desolado Wayne, al menos tan desolado como la mujer
que salvó la vida de la serpiente. Pero lo que Mickey y Mallory
hacen no es inmoral (ni moral), no puede ser moralmente cua278
lificado. Es, simplemente, lo que ellos son. "Sentiré su falta",
declaran, después de consumar ese acto de violencia, tan gratuito como inevitable.
Pero, a decir verdad, un crítico moralista podría interpretar
que esta "sublime filosofía vital" está, a pesar de todo, puesta
como una especie de justificación a posteriori de decisiones que
fueron tomadas por motivos empíricos, mucho más prosaicos.
Ciertamente, una interpretación sociológica diría que Mickey y
Mallory son productos de la falta de amor de sus familias. Y efectivamente, la complicidad de ambos se origina en el conflicto familiar de Mallory, que Mickey resuelve por la violencia. (Mata a
los padres y al salir grita al hermano más pequeño: "Vete. ¡Eres
libre!".) Pero, precisamente, esta matanza es una reivindicación
frente a la violencia con la que los dos jóvenes fueron criados y
manipulados, y no una "corrección moral" que debería ser juzgada
desde un presunto nivel "superior". Lo que hubo es, según la
óptica nietzscheana, exactamente un choque entre violencias,
entre formas de vida, entre voluntades de poder en conflicto. Si
la tesis de la voluntad de poder es asumida seriamente, no hay
ningún hiato por donde pudiera filtrarse algún argumento racionalista de tipo moral, ningún lado de la vitalidad que "tenga razón" o una "justificación" privilegiada, en su lucha a muerte contra el lado contrario.
Por otro lado, como en A clockwork orange (La naranja mecánica, 1971) de Stanley Kubrik, en este film se tematiza la
violencia institucional y legitimada, vehiculizada ya a través
de los lazos familiares y laborales, unida a un moralismo socializado, muy bien representado por el Director de la cárcel,
Dwight McClusky (Tommy Lee Jones), un individuo astuto,
político, con la típica fortaleza del impotente, y por el corrupto y
violento detective Jack Scagnetti (Tom Sizemore), cuya madre
fue asesinada por un tirador solitario. Esa violencia es
mostrada en todo su despreciable refinamiento, su morosidad y
su intencionalidad correctiva, y violentamente problematizada
por Stone (problematización simbolizada en la horrible muerte
de McClusky a manos de los presos). En cambio, la violencia
de Mickey y Mallory es mostrada en toda su creatividad
animal, su espontaneidad espumante y alborozada. La alegría
del criminal, en la plenitud de su salud física y espiritual, la
total ausencia de remordimientos o de conciencia de culpa
están presentes en estos dos "alegres delincuentes"
nietzs-cheanos,
simples
naturalezas
en
ebullición.
Ciertamente, ellos
279
dos son típicos ejemplos de naturalezas ricas y generosas, pero
—como Nietzsche lo ha apuntado en uno de sus textos— sistemáticamente tratados como delincuentes por la sociedad erigida por los más débiles, que sólo pueden ejercer su propia
violencia a través de las instituciones establecidas, de manera
disimulada y astuta. Lo mejor de Mickey y Mallory es precisamente lo peor desde el punto de vista social.
Tal vez la mayor y más profunda problematización de la
moral vigente, a través de la mostración de las vicisitudes de
la voluntad de poder, esté contenida en un letrero que los
numerosísimos admiradores de Mickey y Mallory llevan por
las calles, y que dice Murder me, Mickey (Mátame, Mickey). El
"mátame" (igual que el "Átame" de Almodóvar) es un pedido
de auxilio, una demanda de afecto, una invitación a la sexualidad y al amor. Antes de condenar a los asesinos, recordar que
ellos lo son "por naturaleza", y que, también por naturaleza,
las personas buscan desesperadamente "ser asesinados", es
decir, ser amados. Natural born killers es, como Portero de
noche, y a pesar de todas las evidencias, una historia de amor.
III ¿Quién fue
Friedrich Nietzsche?
Filósofo alemán, nacido en Rocken, en la región de Turingia,
en 1844. Primogénito del pastor protestante Karl Ludwig
Nietzsche. Sus dos abuelos también fueron párrocos. Esta ascendencia religiosa del mayor antirreligioso de la historia de
la Filosofía —que se consideró a sí mismo como el An-ticristo—
no deja de ser irónica. El joven Friedrich hizo sus estudios
primarios y secundarios en Naumburgo. Ya en el año 1856,
cuando tenía 12 años, comenzó a sufrir las primeras molestias
de una larga enfermedad, que nunca le abandonaría, consistente en fuertes dolores de cabeza y de ojos. En 1859, comienza a recibir una sólida formación humanística en la escuela de
Pforta, demostrando tempranamente un gran interés por la
música y llegando a componer algunas piezas. En 1864, fue a
estudiar teología y filología clásica en Bohn. En 1865, renunció, contra la voluntad de su madre, a continuar su formación
religiosa como párroco, al tiempo que descubría, con gran fas280
cinación, la filosofía de Schopenhauer, de la que se hizo cultor
y a la que dedicó incluso una de las más bellas de sus Consideraciones intempestivas, llamada "Schopenhauer como educador". En 1868, conoció personalmente al gran músico Richard
Wagner, por quien quedó igualmente fascinado, como delante
de una especie de religión, pues las pasiones de Nietzsche eran
—tanto las positivas como las negativas— de una intensidad
inigualable. En verdad, vinculaba la filosofía de la voluntad
de vivir de Schopenhauer y la música superhumana y noble de
Richard Wagner con temas de su propia filosofía, que estaba
gestándose en aquellos tiempos.
En 1869, la Universidad de Basilea le nombró catedrático de
filosofía clásica, a pesar de que Nietzsche aún no era doctor. Pocos meses después le otorgaron el título de doctor sin examen ni
tesis, en la Universidad de Leipzig, en mérito a sus trabajos publicados en la revista Rheinisches Museum, de su maestro Ritschl.
En ese mismo año, Nietzsche renuncia a su ciudadanía alemana
por la suiza. En 1870, pide permiso a la Universidad para ir a la
guerra franco-prusiana, en la que participa como enfermero, pero
él mismo se enferma gravemente y debe volver a Basilea. A partir de 1871 comienza a trabajar en la que sería una de sus obras
fundamentales, El nacimiento de la tragedia (obra
filológico-filo-sófica que se publica al año siguiente, con muy
mala acogida por parte de los filólogos profesionales). Estos son
años de profundo interés por Wagner, en los que asiste a la
inauguración del teatro wagneriano en Bayreuth. También son
años de trabajo intelectual intenso, pero, al mismo tiempo,
aumenta la frecuencia de sus crisis de salud. En 1876,
Nietzsche ofrece matrimonio a Mathilde Trampedach, a quien
había conocido una semana antes, pero es rechazado.
En 1878 rompió definitivamente sus relaciones con Wagner,
después de profundas decepciones con los festivales de música
de Bayreuth. En 1879 fue obligado a jubilarse prematuramente
(a los 35 años) por enfermedad. La Universidad le asigna una
pensión. Es curioso que todas las grandes obras de Nietzsche
(como se puede ver en la lista siguiente) son producidas en el
período posterior a su jubilación prematura, y son realizadas
en medio de las más terribles crisis de salud (para quien diga
que no es posible producir buena filosofía si no se poseen "las
condiciones adecuadas"). Se dedica a viajar intensamente por
el Mediterráneo, en cuanto sus libros —incluidas las diversas
partes de ASÍ habló Zaratustra— van siendo publicados.
281
En 1882 conoce a Lou Andrea Salomé, una mujer inteligente y liberal, que estaba vinculada con grandes hombres de su
tiempo (como Nietzsche, Freud y el poeta Rilke). Nietzsche y
el psicólogo Paúl Rée se enamoraron al mismo tiempo de Lou,
y planearon vivir juntos, intentando una experiencia inédita
de amor y colaboración intelectual. Se dice que Nietzsche le
propuso casamiento a Lou en varias oportunidades, pero que
siempre fue rechazado. En todo caso, Lou y Rée acabaron partiendo juntos y dejando a Nietzsche solo. Por lo demás, la soledad fue la gran compañera de Nietzsche en toda su vida, pero
sobre todo en esta época. "No más entre los vivos que entre los
muertos he tenido a nadie a quien me sintiese unido" escribió
una vez. Y el Zaratustra fue una especie de poema de la soledad del esclarecido. Los años de 1886 a 1888 fueron extraordinariamente prolíficos, y en ellos se gestaron casi todas las obras
maestras de Nietzsche, como si él hubiera adivinado el gran
colapso que se aproximaba en su vida. En 1889 tuvo una grave crisis en Turín, a partir de la cual comienza a escribir a sus
amigos una serie de cartas de tono demencial, en las cuales se
autotitula "El Crucificado", y se asigna una extraordinaria
misión histórica (parte de este tono está presente en su obra
autobiográfica Ecce Homo). De esa dolencia ya nunca más se
recuperó. Estuvo internado en varias instituciones de enfermedades nerviosas, aquejado de una parálisis progresiva. Sin
embargo, Nietzsche permaneció vivo durante una década, durante la cual sus obras fueron publicadas o reeditadas, sobre
todo por obra de su hermana Elisabeth, publicaciones que fueron muy discutidas por especialistas, por ser presuntamente
apócrifas, y que motivaron una serie de investigaciones bibliográficas, después de la muerte de Nietzsche, ocurrida en el
año 1900.
Principales obras: El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (1872), Consideraciones intempestivas (1873/
1874/1876), Humano, demasiado humano. Un libro para espíritus libres (1878), El viajero y su sombra (1880), Aurora. Pensamientos sobre los prejuicios morales (1881), La gaya ciencia
(1882), Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie
(1883/1884), Más allá del bien y del mal. Preludio de una filosofía del futuro (1886), Para una genealogía de la moral. Un
estudio polémico (1887), El caso Wagner. Un problema para
amantes de la música (1888), Crepúsculo de los ídolos, o Cómo
282
se filosofa con el martillo (1888), El anticristo, maldición contra el cristianismo (1888, publicado en 1894), Ecce Homo (1888,
publicado en 1908), Nietzsche contra Wagner. Actas de un psicólogo (1888).
IV Textos
nietzscheanos
Texto 1 — La psicología muestra, contra los prejuicios morales, que los instintos "buenos" se originan a partir de los
"malos".
"La psicología ha venido estando pendiente hasta ahora de
prejuicios y temores morales: no ha osado descender a la profundidad. Concebirla como morfología y como teoría de la evolución de la voluntad de poder, tal como yo la concibo, eso es
algo que nadie ha rozado siquiera en sus pensamientos: en la
medida, en efecto, en que está permitido reconocer en lo que
hasta ahora se ha escrito un síntoma de lo que hasta hoy se ha
silenciado.
La fuerza de los prejuicios morales ha penetrado a fondo en el
mundo más espiritual, en el mundo aparentemente más frío y
más libre de presupuestos, y como ya se entiende, ha producido
efectos nocivos, paralizantes, ofuscadores, distorsivos. Una
fisiopsicología se ve obligada a luchar con resistencias inconscientes que habitan en el corazón del investigador, ella tiene en
contra suya "el corazón": ya una doctrina que hable del
condicionamiento recíproco de los instintos "buenos" y los "malos" provoca, cual si fuera una inmoralidad más sutil, pena y
disgusto a una conciencia, todavía fuerte y animosa, y más aún
lo provoca una doctrina que hable de la derivabilidad de todos
los instintos buenos a partir de los perversos" (Nietzsche, Más
allá del bien y del mal, Sección I, aforismo 23).
Texto 2 — Malvados que son felices.
"Nadie tendrá fácilmente por verdadera una doctrina tan
sólo porque ésta haga felices o haga virtuosos a los hombresC)
La felicidad y la virtud no son argumentos. Pero a la gente,
también a los espíritus reflexivos, le gusta olvidar que el hecho de que algo haga infelices y haga malvados a los hombres no
283
es tampoco un argumento en contra. Algo podría ser verdadero,
aunque resultase perjudicial y peligroso en grado sumo; más aún,
podría incluso ocurrir que el que nosotros perezcamos a causa de
nuestro conocimiento total formase parte de la constitución básica de la existencia, de tal modo que la fortaleza de un espíritu
se mediría justamente por la cantidad de "verdad" que
soporta-se(...). Pero no cabe duda de que, para descubrir ciertas
partes de la verdad, los malvados y los infelices están mejor
dotados y tienen mayor probabilidad de obtener éxito; para no
hablar de los malvados que son felices, species que los
moralistas pasan en silencio"(/<áem, Sección II, af. 39).
Texto 3 — Lo que es creador se considera peligroso y malvado;
lo que es mediocre e inofensivo se considera moralmente bueno.
"Ciertos instintos fuertes y peligrosos, como el placer de acometer empresas, la audacia loca, el ansia de venganza, la astucia, la rapacidad, la sed de poder, que hasta ahora tenían
que ser no sólo honrados(...) sino desarrollados y cultivados en
un sentido de utilidad colectivaC) son sentidos a partir de
ahora, con reduplicada fuerza, como peligrosos(...) y paso a
paso son tachados de inmorales y abandonados a la difamación. Los instintos e inclinaciones antitéticos de ellos alcanzan ahora honores morales; el instinto de rebaño saca paso a
paso su consecuencia. El grado mayor o menor de peligro que
para la comunidad, o para la igualdad hay en una opinión, en
un estado de ánimo y un afecto, en una voluntad, en un don,
eso es lo que ahora constituye la perspectiva moral: también
aquí el miedo vuelve a ser el padre de la moral.
Cuando los instintos más elevados y más fuertes, irrumpiendo
apasionadamente, arrastran al individuo más allá y por encima del término medio y de la hondonada de la conciencia gregaria, entonces el sentimiento de la propia dignidad de la comunidad se derrumba, y su fe en sí misma, su espina dorsal, por así
decirlo, se hace pedazos; en consecuencia, a lo que más se estigmatizará y se calumniará será cabalmente a tales instintos. La
espiritualidad elevada e independiente, la voluntad de estar solo,
la gran razón son ya sentidas como peligro; todo lo que eleva al
individuo por encima del rebaño e infunde temor al prójimo es
calificado, a partir de este momento, de malvado; los sentimientos equitativos, modestos, sumisos, igualitaristas, la mediocridad de los apetitos alcanzan ahora nombres y honores
mo-rales'Vdem, Sección V, af. 201).
284
Texto 4 — La vida es esencial e inevitablemente violenta y
explotadora, pues ella consiste en voluntad de poder, cuyo movimiento es naturalmente expansivo, agresivo, avasallador.
"Abstenerse mutuamente de la ofensa, de la violencia, de la
explotación; equiparar la propia voluntad a la del otro: en un
cierto sentido grosero esto puede llegar a ser una buena costumbre entre los individuos, cuando están dadas las condiciones para ello, a saber, la semejanza efectiva entre sus cantidades de fuerza y entre sus criterios de valor, y la homogeneidad
de los mismos dentro de un solo cuerpo. Mas tan pronto como
se quisiera extender ese principio e incluso considerarlo, en lo
posible, como principio fundamental de la sociedad, tal principio se mostraría en seguida como lo que es: como voluntad de
negación de la vida, como principio de disolución y de decadencia. Aquí resulta necesario pensar a fondo y con radicalidad
y defenderse contra toda debilidad sentimental: la vida misma es esencialmente apropiación, ofensa, avasallamiento de
lo que es extraño y más débil, opresión, dureza, imposición de
formas propias, anexión y al menos, en el caso más suave, explotación —¿mas para qué emplear siempre esas palabras precisamente a las cuales se les ha impreso desde antiguo una
intención calumniosa? (...) hoy se fantasea en todas partes,
incluso bajo los disfraces científicos, con estados venideros
de la sociedad en los cuales "el carácter explotador" desaparecerá —a mis oídos esto suena como si alguien prometiese
inventar una vida que se abstuviese de todas las funciones
orgánicas. La "explotación" no forma parte de una sociedad
corrompida o imperfecta y primitiva: forma parte de la esencia de lo vivo, como función orgánica fundamental, es una consecuencia de la auténtica voluntad de poder, la cual es cabalmente la voluntad propia de la vida'XIdem, Sección IX, af. 259).
Texto 5 — Los buenos delincuentes.
"El tipo del criminal es el tipo del hombre fuerte situado en
unas condiciones desfavorables, un hombre fuerte al que se
transforma en enfermo. Lo que le falta es la selva virgen, una
naturaleza y una forma de existir más libres y peligrosas, en
las que sea legal todo lo que en el instinto del hombre fuerte es
arma de ataque y de defensa. Sus virtudes han sido proscritas
por la sociedad: sus instintos más enérgicos, que le son innatos, mézclanse pronto con los afectos depresivos, con la sospecha, el miedo, el deshonor. Pero ésta es casi la receta de la
285
degeneración fisiológica. Quien tiene que hacer a escondidas,
con una tensión, una previsión, una astucia prolongadas, lo
que él mejor puede hacer, lo que más le gustaría hacer, ése se
vuelve anémico; y como la única cosecha que obtiene de sus
instintos es siempre peligro, persecución, calamidades, también su sentimiento se vuelve contra sus instintos: los siente
como una fatalidad. Es en nuestra sociedad, en nuestra domesticada, mediocre, castrada sociedad donde un hombre venido de la naturaleza, llegado de las montañas o de las aventuras del mar, degenera necesariamente en criminal. O casi
necesariamente: pues hay casos en que ese hombre muestra
ser más fuerte que la sociedad: el corso Napoleón es el caso
más famoso.
Para el problema que se presenta es de importancia el testimonio de Dostoievski(...). Este hombre profundo(...) recibió una
impresión muy distinta de la que él mismo aguardaba de los
presidiarios de Siberia, en medio de los cuales vivió durante
largo tiempo, todos ellos autores de crímenes graves, para los
que no había ya ningún camino de vuelta a la sociedad; le dieron la impresión, más o menos, de estar tallados de la mejor,
más dura y más valiosa madera que llega a crecer en tierra
rusa. Generalicemos el caso del criminal: imaginemos unas
naturalezas a las que, por alguna razón, les falte la aprobación pública, que saben que no producen la impresión de ser
beneficiosas, útiles, imaginemos ese sentimiento del chandala
de no ser considerado como igual, sino como excluido, indigno,
impurificador. Todas esas naturalezas tienen en sus pensamientos y en sus acciones el color de lo subterráneo; en ellas
todo se vuelve más pálido que en aquellas otras sobre cuya
existencia brilla la luz del día. Pero casi todas las formas de
existencia que hoy nosotros consideramos distinguidas han
vivido en otro tiempo en esa atmósfera semisepulcral: el hombre de ciencia, el artista, el genio, el "espíritu libre, el actor de
teatro, el mercader, el gran descubridor...(...)
Llamo la atención sobre el hecho de que todavía hoy, bajo el
régimen de costumbres más suave que jamás haya dominado en
la tierra, al menos en Europa, todo estar al margen, toda forma
inhabitual, impenetrable, de existencia, nos sugieren aquel tipo
que el criminal conduce a su perfección"(Nietzsche, Crepúsculo
de los ídolos, "Incursiones de un intempestivo", af. 45).
286
Ejercicio 12
Martin Heidegger, Michelangelo
Antonioni, el aburrimiento y las
ballenas de agosto
El ser y la condición humana
I
Introducción
Heidegger es el pensador logopático por excelencia, crítico
del logocentrismo y propiciador de un acceso no puramente intelectual al mundo, y un filósofo que ha reflexionado profundamente acerca del particular modo de ser del hombre —al
que llama "existencia" (Dasein)— como apertura fundamental hacia el ser.
La existencia es un modo de ser abierto y no susceptible de
definiciones fijas y definitivas, fundamentalmente afectado por
la temporalidad, pero no por la temporalidad de los relojes y
almanaques, sino por una temporalidad propia. No es posible
atribuirle propiedades a la existencia humana, como se hace
habitualmente con las cosas. De hecho, la principal inserción
del hombre en el mundo es existencial, y no cognitiva, y consiste en lo que Heidegger llama "cura", una especie de "tomar
cuidado" respecto del mundo. En esta inserción fundamental
en el mundo se basan las inserciones cognitivas y lógicas, que
no son originarias. La "cura" abre a la existencia para el ser,
apartándole de los meros entes que son. La diferencia entre
ser y ente —o "diferencia ontológica"— es, posiblemente, la
articulación fundamental de la filosofía de Heidegger.
287
Pero la existencia del hombre está en perpetuo riesgo de
caer en la impersonalidad y el anonimato, peligro especialmente acentuado en el mundo actual, caracterizado por el
dominio planetario de la técnica y de la actitud ante el mundo
que Heidegger denomina "manipuladora" o "disposicional".
Según esta actitud, las cosas del mundo son tan sólo objetos,
que giran en torno de nuestras necesidades, de una manera
puramente instrumental. La total inmersión en los entes en
la actitud instrumental promueve un "olvido del ser", una incapacidad cada vez mayor de librarse del dominio de la actitud objetivadora y funcionalista. La inmersión en los entes
provoca una especie de tiranía de lo impersonal, en la que todo
se hace como se hace, se enfrenta como se enfrenta, se sufre
como se sufre sin que este se pertenezca a nadie en particular,
perteneciendo, al mismo tiempo, a todos. Ni la propia vida ni
siquiera la propia muerte se liberan de la impersonalización
niveladora, que hunde al hombre en una existencia inauténtica.
Al preguntarse acerca del ser, el filósofo se pregunta al mismo tiempo por el no ser, por la nada, siendo que el preguntar
por la nada es tan abarcante y general como la pregunta por el
ser, y en el fondo se trata de una y la misma pregunta. Heidegger
critica el pensar científico, basado en aquella metodología de
dominio, de control manipulador de las cosas, que no permite
al ser "hablar por sí mismo" sino a través de esquemas exteriores a la cosa misma, la sustitución del reflexionar por el
mero calcular y disponer. Es por eso que la ciencia nunca puede saber nada acerca del ser, ni acerca de la nada; la ciencia
tiene sólo capacidad para ocuparse de los entes. Heidegger
distingue, así, nítidamente, Filosofía y Ciencia. Sin embargo,
la ciencia también pertenece a la historia del ser, es uno de
sus despliegues, y tiene tan sólo que ser adecuadamente analizado y limitado.
Además del filósofo, hay otro tipo de existencia que es capaz
de relacionarse no manipulativamente con el ser y con la nada:
es el poeta, a quien Heidegger ha dedicado varios estudios. El
poetizar tiene, ante el ser, la actitud de "dejar ser" o de "serenidad" (actitud expresada por la palabra alemana Gelassenheit),
diferente de la actitud de dominio, típica del científico y el
tecnócrata. Mediante el decir poético, el poeta nombra a las
cosas por primera vez, a través de una especie de bautismo
originario, instaurando un mundo y adquiriendo capacidad
para observar lo extraordinario, fuera de la cotidianidad
vulgarizante y niveladora.
288
Heidegger destaca algunos sentimientos fundamentales,
capaces de poner al filósofo en contacto con el ser mismo y con
la nada. Uno de esos sentimientos es la angustia, diferente
del miedo, que es siempre miedo de algún ente particular (un
ladrón, un animal feroz, etc.). La angustia es angustia de nada,
de nada en particular, y es por eso que ella apunta, páticamente, hacia el ser mismo del ser. La angustia no es tan sólo
un estado psicológico subjetivo, sino un "ánimo" con valor de
conocimiento, capaz de revelar el mundo en su propio ser.
II
El eclipse (L'Eclisse, Italia, 1961), El desierto rojo (II deserto rosso, Italia, 1963), Zabrieskie point (EE.UU., 1969) de
Michelangelo Antonioni: el cineasta del Ser, el Heidegger
de la imagen.
Ballenas de agosto (Whales of August, EE.UU., 1987), de
Lindsay Anderson: Dos actitudes diferentes ante la vejez y la
condición humana.
La inmensa mayoría de los filmes tratan acerca de cuestiones "ónticas" (o sea, referidas a entes): personas que están
preocupadas, afligidas o angustiadas por problemas económicos, o porque están siendo injustamente perseguidas, o porque fueron despedidas de sus empleos, o porque tienen que
descubrir a un asesino, o porque se enamoran de alguien
que no lo merece, o porque no consiguen vengar una ofensa,
etc.,etc. Pero existen ciertos filmes (muy pocos) que son, posiblemente, los filmes más filosóficos de todos, en los cuales
los protagonistas están preocupados, afligidos o angustiados....
por nada en particular y, en cierto sentido, por todo, en general, o simplemente por ser, por estar en el mundo. Esas personas están sanas, son profesionalmente exitosas, tienen dinero, no están siendo perseguidas por nadie ni han sido despedidas de sus empleos muy bien gratificados (o, posiblemente, ni
siquiera trabajan). Son inteligentes, tienen cultura superior,
han viajado por todo el mundo, no perdieron a nadie, están
económicamente bien, pero, sin embargo, sufren. ¿Por qué?
¿Cómo es posible? ¿Se puede sufrir simplemente por ser?
Precisamente, esto se entiende solamente abriendo la dimensión heideggeriana del ser, el ámbito en donde ese sufri289
miento acontece. Se sufre simplemente por estar aquí, por
transcurrir, por haber nacido, por desgastarse, por ser finito,
por no ser infinito, por ser frágil e indefenso, por ser desamparado, por ser...un ser humano. En este sentido, se puede considerar a Michelangelo Antonioni como el mayor filósofo cinematográfico que existe, como el mayor Ontólogo Visual, como
un auténtico Heidegger de la imagen. Y eso explica también
por qué es el director de Cine menos exitoso comercialmente,
el anti-Steven Spielberg. Los primeros filmes de Antonioni
donde él trató inicialmente de exponer su cine en este sentido
"ontológico" —Las amigas, La aventura— fueron estruendosamente silbados en festivales internacionales de Cine. Es
comprensible. Las personas entienden mejor las películas que
tratan sobre problemas con entes concretos, que películas
que pretenden vincularse con el simple hecho de ser. Sin embargo, la capacidad de acceder al ser mismo, sin apoyo de los
entes, es, desde Aristóteles a Heidegger, la característica más
peculiar de la Filosofía, casi la propia definición de la actitud
filosófica frente al mundo.
Esta modalidad "ontológica" de los filmes de Antonioni los
torna, en apariencia, extremadamente "fríos" y "sin emoción",
siendo que el espectador de Cine busca, habitualmente, "emocionarse", sentir sobresaltos, reírse, llorar, detestar, dar apoyo, alentar, amar, odiar. Difícilmente estos efectos sean obtenidos a partir de la visión de una película de Antonioni. Sin
embargo, los filmes de Antonioni son intensamente "emocionales", pero de una manera sutil. Sus películas no alejan al
Cine de su emocionalidad constitutiva, de su logo-paticidad.
Al contrario, están literalmente tejidas de sentimientos tenues
y delicados, captados a través de una cámara morosa y atenta. No hay ideas interesantes ni profundas en los filmes de
Antonioni (como las encontramos en Bergman o Tarkovski),
sino tan sólo sutiles percepciones de la realidad, tremendas
caídas en una interioridad perpleja, llena de sensaciones
evanescentes y de silencios devastadores. Se trata, pura y simplemente, de hacer lo que —paradójicamente— más le cuesta
hacer a un espectador de cine: ¡veri (Incluso, los títulos de los
filmes de Antonioni son, casi sistemáticamente, títulos de sentimientos, de delicados estados de ánimo, y no señalan nada
objetivo: el eclipse, la noche, la aventura, el desierto rojo son
nombres de afectos. En esos filmes no hay ningún eclipse, ninguna aventura, ningún desierto.)
290
Hay en los personajes de Antonioni dos temas heideggerianos
recurrentes: (a) la percepción del vacío, de la nada (o del ser) y
(b) el ahogo de la existencia por la tecnología, el ruido, el
mecanicismo, el enrarecimiento y la publicidad. No siempre
están presentes los dos temas (por ejemplo, en La noche está
desarrollado solamente el primero, en tanto que en Zabriskie
point predomina fuertemente el segundo), pero en los tres filmes mencionados en el título, ambas problemáticas están abordadas visualmente.
En el comienzo de El eclipse, Vittoria (Mónica Vitti) está en
un departamento cerrado y opresivo (un ventilador gira incesantemente, haciendo un ruido regular y desgastante). Después de un largo silencio, ella comienza a hablar pesada y
angustiadamente con su novio o amante o compañero (no se
sabe bien) Riccardo (Francisco Rabal), un hombre más maduro que ella. Están separándose, pues ella se da cuenta de que
"no lo ama más". Riccardo insiste en recomenzar una relación
que ella ve, con certeza, completamente terminada. Ella asiste a la escena con dolor y agonía, como si la actual ausencia de
amor escapase totalmente de su control consciente, así como,
presumiblemente, escapó también de su control el amor que
alguna vez sintió hacia él. Cuando Riccardo le declara, desesperado, que lo único que quiere es "hacerla feliz", ella le responde, lapidariamente: "Cuando nos conocimos, yo tenía veinte años. Yo era feliz". El insiste en darle a la separación alguna
significación óntica, concreta, señalable: "¿Cuál es el motivo?
¿Tienes otro hombre?" Ella insiste en que no, en que no ha
ocurrido nada, simplemente ha dejado de amarlo, eso es todo.
Ella manifiesta en todo momento un deseo ferviente de amarlo, ya que siente que él lo merece, pero no consigue hacerlo.
Al separarse, ella le dice, con total sinceridad: "Esta noche
también ha sido terrible para mí". Este "dejar de amar" porque sí, "sin motivo", es una posible patentización del ser-nada
heideggeriano, inexplicable en términos ónticos o instrumentales.
Vittoria sale, pues, de esa relación profundamente lastimada, pero, al mismo tiempo, sin ninguna posibilidad de atribuir
culpas o de disculpar a nadie. Tampoco ella es culpable ni, por
consiguiente, disculpable. En realidad, no hay absolutamente
nada que hacer. Dejó de amar, y eso es todo. Pero hay en la
joven un deseo muy grande de amor, de protección, de cariño.
Acude a su madre, una mujer totalmente fanatizada por las
291
especulaciones de Bolsa, que ni siquiera se da cuenta de la
necesidad de comunicación y afecto de su hija. La Bolsa de
valores, el único lugar donde puede encontrar a su madre, es
un lugar ruidoso y mezquino, en el que lo único que interesa
es la ganancia económica urgente y sin mediaciones, un mundo ensordecedor atravesado por figuras que corren, se
atrope-llan, hablan compulsivamente por teléfono, se pasan
secretos valiosísimos junto a la oreja, se gritan y se
manipulan mutuamente. En ese mundo absolutamente
impropio y manipulador, totalmente hundido en la
cotidianidad y el valor de lo inmediato, Vittoria es la única
capaz de sensibilizarse, por ejemplo, delante del dibujo sin
sentido, garabateado en la mesa de un bar por un gordo
inversor, que acaba de perder una pequeña fortuna en
especulaciones.
En la Bolsa de valores, Vittoria conoce al joven Piero (Alain
Delon), un astuto y fanático especulador bursátil, que hace su
trabajo de manera completamente deshumana y competente.
Piero se maneja bien en un mundo sin sentimientos ni horizontes superiores, a través de conductas exactas y rigurosamente pragmáticas, sin ningún lugar para una consideración
del ser humano como tal. Se queda dormido en medio de una
conversación con ella, trata de besarla de manera automática,
durante la primera salida de ambos, como si se tratase de un
deber, no la asiste cuando se muestra afligida y está hondamente preocupado por el precio del arreglo de su auto que, al
serle robado, ha ocasionado la muerte trágica del ladrón. Ella
le pregunta, angustiada y distante: "¿Es eso lo único que te
preocupa? ¿La carrocería del auto?" "No, no", responde Piero,
"también me preocupo por el motor". En la Bolsa de valores,
alguien pide un minuto de silencio por la memoria de un colega fallecido. El ruido ensordecedor acaba, y, durante aquel corto
minuto, los teléfonos no cesan de tocar estridentemente, sin
obtener respuesta. Durante el silencio, Piero le susurra a
Vittoria: "Un minuto, aquí, cuesta millones". La consideración
por la humanidad tiene, en aquel ambiente, tan sólo un tenso
minuto de tiempo para manifestarse. Acabado el mismo, el
ruido ensordecedor continúa como antes.
Vittoria siente un distanciamiento fundamental entre ella
y los otros (Riccardo, su madre, Piero), y particularmente con
los hombres, como si no supiera, literalmente, qué hacer
con ellos. Ella supone que, si consiguiese amar a Piero, amarlo real e intensamente, entonces conseguiría una comprensión
292
más profunda de él, y del otro en general, como si, amando, no
se precisase pedir explicaciones, porque, en ese caso, "no hay
nada que entender", como se lo dice ella misma a Piero. Pero
delante de estos hombres-sombra, casi fantasmales, Vittoria
siente su propia desmotivación, la terrible insuficiencia de esas
presencias vagas e imprecisas. Vittoria percibe que hay siempre una separación profunda entre su sensibilidad y la del joven, tan bello y atractivo como vacío, distante e inabordable
en lo que él realmente es. Mirando hacia el paisaje, Piero le
comenta a ella que, cuando está allí, "se siente como si estuviera en el extranjero", y Vittoria le responde que es así como ella
se siente cuando está con él. En determinado momento, él le
pregunta, irritado ante los rechazos de ella: "¿Por qué continúas saliendo conmigo? No te entiendo". Y ella, mirándolo profundamente, le responde: "Querría no amarte en absoluto, o
bien amarte mucho más".
Hacia el final, Piero parece sentir alguna cosa que lo aproxima, de una manera que tal vez nunca sintió, a la interioridad
de Vittoria. Separándose al final, despidiéndose "hasta mañana, y hasta después de mañana", etc., Piero regresa a su departamento de soltero y comienza a recolocar distraídamente
los auriculares de los numerosos teléfonos (unos diez), con los
que realiza sus actividades de Bolsa. Los teléfonos empiezan
a sonar, pero Piero, profundamente hundido en sus pensamientos, no los escucha ni los atiende, por primera vez desatendiendo sus negocios, cambiando el ritmo de sus movimientos,
entregándose plenamente a una reflexión sin compulsiones.
¿Cuánto tiempo durará eso? Tal vez un minuto o dos. Cuando
se separan, al abrazarse, ambos miran hacia lo lejos, sin demasiadas esperanzas. Están juntos, pero no consiguen encontrarse. No ocurre nada con ellos, no están enfermos, no son
pobres, no son perseguidos. Su drama es ellos mismos, su estructural insuficiencia para ser y amar.
Las películas de Antonioni son tan complicadas como textos de Heidegger, pero en ambos casos su complicación no viene de lo que se dice o de lo que se hace en ellos (que, en cierto
sentido es completamente trivial) sino de la dificultad inherente en aceptar un cierto tipo de "ver", un cierto "abrirse" a
una experiencia, a un "dejarse invadir por" ella, un "dejarse
ser" o un "abandonarse" a una manera de ver el mundo, que
resulta novedosa no porque sea, en sí misma, espectacularmente interesante, sino porque no es la manera habitual
293
como las personas suelen observar el mundo (ni una película),
en su acostumbrado hundimiento en los entes, en sus rutinas
convencionales y obvias. Una vez que estamos acostumbrados
a ver el mundo de una manera rutinaria y poco crítica, es
sorprendente percibir, simplemente, que el mundo es, que está
ahí, que nos enfrenta, que se nos opone, y — lo que es más
increíble— que nosotros estamos en él. Ya nadie se sorprende
de esas cosas inaugurales, salvo, tal vez, los niños, los artistas... y los filósofos.
Este carácter "repetitivo", "presentacional", este contemplar
el ser simplemente siendo, tiene el curioso efecto —sobre todo
en el caso del Cine— del "aburrimiento", ya que estamos acostumbrados a que se nos muestre "algo" (algún ente), que se
nos ponga ante acontecimientos violentos, movedizos y divertidos (una lucha, una guerra, alguna catástrofe, las luchas de
Rambo en la selva, la venganza de alguien a quien mataron
sus padres, una torre que se incendia con centenares de personas adentro, etc.) donde los entes se entrechocan, se debaten,
se destruyen, como dentro de una inmensa licuadora visual.
Un film "quieto", donde "no ocurre nada", donde se muestra a
personas mirando a través de ventanas, andando por las calles, viviendo situaciones completamente vulgares, o simplemente mirándose unas a otras sin decir nada, no satisface al
espectador ávido de novedades. Pero, en todo caso, es interesante percibir que ese tipo de espectador suele decir, después
de ver un film ontológico como éste, que no le gustó porque en
él "no ocurre nada": precisamente el tipo de actitud que
Heidegger pretende provocar con sus escritos, haciendo que la
ausencia de entes apremiantes nos coloque en contacto con el
ser. El eclipse, de alguna manera, barre el terreno de entes,
deja a los protagonistas (y al espectador) sin nada entre las
manos, ante una curiosa experiencia de percepción del mundo
en su puro y simple mérito de ser, de "estar ahí".
El aburrimiento, el tedio, el hastío, la ira con la que el espectador sale del Cine en el medio de una película de este tipo,
muestra que ese espectador irritado fue afectado por una experiencia con el ser mismo del mundo, a pesar de que no le
haya gustado la experiencia, o precisamente por no haberle
gustado. Pues las personas se resisten, en general, a ser filósofos, quieren que se las aturda con imágenes, con detalles
ónticos, prefieren no pensar en lo fundamental, en lo que está
detrás del ruido de los entes que continuamente los "divier294
ten". De las películas ellos piden que les muestren algo de extraordinario, y no la vida cotidiana y monótona a la que están
acostumbrados. En la pantalla, lo cotidiano se presenta con
visos de extraordinario, pero, paradójicamente, de un extraordinario que aburre. Así, el aburrimiento (y su acompañante
fisiológico, el bostezo) merece una consideración filosófica. Tal
vez el aburrimiento sea una manera extremadamente filosófica de mirar el mundo. Bostezar delante del mundo es una
manera de tomar una actitud ante él, como si el ser mismo del
mundo aburriese.
Pero el aburrimiento o el entretenimiento son filosóficamente
inesenciales. Spielberg es un genio del cine y sus películas son
la apoteosis de la diversión. Cuando uno ha aprendido a ver,
aprende a no hacer ninguna diferencia importante entre
Spielberg y Antonioni. Spielberg concientiza y problematiza
la realidad a través de la diversión, Antonioni lo hace a través
del aburrimiento. En definitiva, lo que interesa filosóficamente
no es la diversión o el aburrimiento, sino la reflexión. Tal vez
alguien muy familiarizado con el lenguaje de Antonioni ya no
se "divierta" más con las películas de Spielberg, tal vez le
irriten y le resulten insoportablemente aburridas en su incesante movimiento.
Según Heidegger, sentimientos como el tedio deberían regocijarnos, porque a través de ellos tenemos acceso a un mundo más fundamental que el habitual, más profundo y más propio. Ciertamente, en la Bolsa de valores no existe el tedio, hay
tan sólo gritos, corridas, competencia; la sangre corre velozmente, las excitaciones son constantes, la vida se llena de un
interés inusitado. Sin embargo, se trata del mundo más
inau-téntico e impropio posible. Pero Vittoria (y, en general, los
personajes aburridos del universo de Antonioni) no sacan el
provecho ontológico que podrían sacar de sus estados de
ánimo fundamentales. En verdad, su tedio es destructivo y
deprimente. La angustia que sienten, que debería ser una
apertura al ser, la viven opresivamente y querrían salir de
ella. Claro que Vittoria no quiere salir del tedio como salen su
madre o Piero, sino a través del amor ("No me importo por
dinero, no me interesa ser rica."). Tal vez resida aquí la
diferencia entre Heidegger y Antonioni: el acceso al ser parece
darse para Heidegger tan sólo a través de estados
crepusculares de ánimo (o, al menos, a ellos ha dedicado un
mayor número de páginas de su obra fundamental).
Antonioni hace que sus personajes anhelen un
295
sentimiento tan fundamental como el tedio, pero de sentido
contrario: el amor es tan plenario y fundamental como el tedio, pero lleva (o llevaría, si existiese) a ser de una manera
plenificante. De todas maneras, ese amor parece altamente
improbable, y el tedio un estado casi natural de la existencia,
estigmatizada por la insuficiencia y la escasez.
El tema heideggeriano de la cotidianidad está también presente en los filmes de Antonioni, y particularmente en El eclipse: constantemente se muestran tan sólo personas pasando,
pequeños objetos, todo aquello que habitualmente la cámara
deja de lado en su selección de "hechos interesantes", "dignos
de ser mostrados", el inagotable reino de los objetos y personas que circundan permanentemente, que ritman cada drama humano. En ese sentido, Antonioni revolucionó el Cine, al
alterar de manera nuclear sus mecanismos habituales de selección. Parece que todo lo trivial —como en el psicoanálisis—
vuelve por sus fueros.
Los últimos cinco minutos de este film pueden ser recordados, en ese sentido, como uno de los finales más originales y expresivos de la historia del Cine: Vittoria sale del departamento de Piero y la cámara sube por encima de su cabeza y
la pierde para siempre. A partir de entonces, se regresará a
los mismos lugares por donde Vittoria y Piero han pasado, pero
ahora sin ellos: los objetos están allí, las líneas de la calle, los
árboles, las mangueras de los parques. Pero no sólo objetos,
sino también personas desconocidas que esperan el ómnibus,
o que bajan de él, o simplemente caminan. Una especie de
desvelamiento del mundo que los protagonistas no conocen,
que ellos dejan sistemáticamente a sus espaldas, como si los
objetos y personas invadiesen ávidamente los espacios que
Vittoria y Piero han dejado vacíos hasta el día siguiente, hasta el horario de su próximo encuentro. Es como una plenitud
de ser que termina de explicar, por puras imágenes, la esencia
del desencanto de los personajes, como si todo lo que hemos
sabido acerca de ellos fuera, en verdad, una consecuencia de
su no consciente inmersión en un mundo que subsiste sin ellos,
pero que, lateralmente, los asfixia.
En esta línea de pensamiento, hay una mayor profundidad
heideggeriana en El eclipse que en el siguiente film de Antonioni, El desierto rojo. En ambas películas, la protagonista (en
ambos casos, la extraordinaria Mónica Vitti, absolutamente
296
consustanciada con el universo brumoso de Antonioni) presenta el mismo comportamiento vago, angustiado, titubeante
y "ausente", sólo que en la primera ese comportamiento no
tiene ninguna explicación en el nivel de los entes (ninguna
explicación "óntica"). Se trata, como dice Heidegger, del puro
angustiarse por "ser en el mundo", por simplemente ser, por
estar-ahí tirado, o (antonionescamente) "por no poder amar",
pero por razones estructurales, ontológicas, y no por esto o por
aquello. Pero en El desierto rojo, eí comportamiento desencantado de Giuliana es "explicado" por el trauma causado por
un reciente accidente de auto. Este detalle, aparentemente
secundario, es muy importante para evaluar la dimensión
ontológica de ambos filmes, en un sentido heideggeriano. La
explicación óntico-causal del accidente le roba fuerzas a la revelación plenaria del ser, que Giuliana va teniendo a lo largo
del film. Su angustia está siempre recostada sobre aquel acontecimiento perfectamente fechado y determinable, y con eso
pierde su fuerza reveladora, su apertura originaria al ser. Siempre se podrá decir que la aguda concientización de la opacidad
de lo real, de la naturaleza inalcanzable del amor, se debe a
una "patología", al hecho de que Giuliana "está enferma" (o,
como dice Ugo, su marido, a que "aún no consiguió engranar").
¿Se podrá decir, en apoyo de la diferencia ontológica, que el
accidente de auto fue simplemente un detonador inesencial
para el acceso plenario al ser en cuanto tal? Pero, ¿es estrictamente necesario ese apoyo óntico?
Antonioni concibe el amor como una especie de vinculación
afianzante con la realidad, como si "amando" consiguiésemos
"entrar" en la realidad, tornando superflua la comprensión
intelectual o cualquier otra exigencia de sentido. Giuliana está
casada con Ugo (Cario Chionetti), un estólido, inexpresivo
y pragmático ingeniero, que la cuida de manera automática y
sin afecto, como prolongando los gestos precisos y funcionales
que muestra en su lugar de trabajo, una inmensa fábrica que
lanza ruidos estruendosos y una asfixiante humareda. Al ocurrir el accidente de Giuliana, Ugo estaba de viaje, y cuando
Corrado Zeller (Richard Harris), un ingeniero que está tratando de hacer negocios con Ugo, le pregunta si volvió de inmediato al enterarse de lo que había pasado, éste le responde
que no, que le dijeron que no era necesario. También tienen
un hijo pequeño, pero Giuliana deja de sentirse apoyada por
él cuando el niño le juega inescrupulosamente una broma pe297
sada (finge una parálisis infantil). "El no me necesita, yo necesito de él", le dirá Giuliana a Corrado. Y ni siquiera éste, que
parecía alimentar una especie de cariño por ella, consigue
aproximarse o romper el muro de opacidad que separa a
Giuliana del mundo: "Hay algo de horrible en la realidad, y no
sé qué es. Ni siquiera tú conseguiste ayudarme", dice ella.
Como en El eclipse, el amor es lo único que podría salvarnos, pero está sistemáticamente ausente. Se podría decir que
la concepción antonionesca del amor es ontológica, en el sentido de constituir un estado de ánimo fundamental que
consiste en una profunda inserción en el ser. "No conseguir
amar", que parece el estigma de todos los personajes de
Antonioni, tiene el mismo contenido ontológico-existencial que
la angustia heideggeriana: señala hacia un cierto desapego
fundamental y aterrorizante, como si la frialdad afectiva anunciase una insoportable inhospitalidad, un literal ser expulsado fuera del mundo. Heidegger describe la angustia, precisamente, en términos de inhospitalidad: "En la angustia, se está
'extraño'CJMas extrañeza significa igualmente 'no sentirse en
casa'. [En la angustia] se rompe la familiaridad cotidiana (...)
El ser-en aparece en el 'modo' existencial del no sentirse en casa"
(Ser y tiempo, § 40). Cuando Corrado le pregunta a Giuliana,
en su cuarto de hotel, qué es, en definitiva, lo que le ocurre,
ella le responde lo que, según Heidegger, se responde siempre
cuando se pregunta al angustiado qué era lo que le angustiaba: "Nada". El accidente de auto o cualquier otro acontecimiento particular es, en rigor, dispensable para acceder a esta actitud fundamental. Giuliana podría haber aprendido eso de
Vittoria.
Pero, por otro lado, si este film rebaja los niveles ontológicos
de El eclipse, es una obra extraordinaria por desarrollar en
imágenes el otro tema heideggeriano antes mencionado, la
cuestión de la técnica, la manipulación, y la caída de la existencia humana dentro de la mecanización, el enrarecimiento,
el ruido ensordecedor y los ritmos productivos, exactamente
la puesta en imágenes del "dominio planetario de la técnica"
descrito por Heidegger como el más reciente avatar de la Metafísica occidental. Ciertamente, la "técnica" no se reduce a
las maquinarias industriales (a pesar de que ellas son
omnipresentes en El desierto rojo, junto con el humo, la contaminación, los robots electrónicos, el ruido ensordecedor y los
residuos). La "técnica" es el dominio de "lo puesto a disposi298
ción", donde los propios seres humanos son trans-formados en
objetos manipulables, olvidados en su posibilidad de acceso al
ser y considerados tan sólo en su funcionamiento exterior. En
ese sentido, la Bolsa de valores de El eclipse representa también el mundo de la "técnica", aun cuando no haya maquinarias ni humo en sus salones inmensos e impersonales. Este
sentirse rodeada de automatismos burocráticos y de ritmos
cosificantes, es, precisamente, el marco de la angustia de
Giuliana.
Tanto en El eclipse como en El desierto rojo se enfrentan la
impropiedad con la propiedad, el anhelo de amor con la tecnología funcional y exitosa, pero en el segundo film, se presenta en
imágenes, de una manera opresiva e inevitable, la vinculación
esencial de la angustia ontológico-existencial y el predominio de
la visión técnica del mundo. Sin embargo, Antonioni sistemáticamente parece oscurecer el mensaje heideggeriano de que la
técnica, a pesar de todo, es un despliegue de la historia del ser y
que, por tanto, de ella misma ha de surgir la salvación para el
hombre. Las criaturas de Antonioni son presentadas tan abatidas por la tecnologización de las actitudes y los sentimientos,
que difícilmente se pueda entender, a través de ellas, cómo sería
posible esta salvación a través del pleno asumir de la técnica. A
esto, Antonioni opone un amor siempre evanescente, pero que
representaría, si existiese, la única y auténtica "salida".
Antonioni y Heidegger parecen tener la misma filosofía, al
criticar la visión técnico-posesiva del mundo y propiciar una
actitud de contemplación y de dejar ser a las cosas, con la diferencia (tal vez italiana) de que Antonioni apuesta en favor de
un pathos fundamental, el "amor", como una forma más concreta de la Gelassenheit, la serenidad. El amor propiciaría un
abandono de los entes que evitaría, al mismo tiempo, los horrores del tedio y las agonías del mundo meramente informático
de los entes automatizados. Pero el amor, para rematar el fracaso existencial plenario, está ausente, existe sólo como anhelo, como vislumbre de un inalcanzable modo de ser. En verdad, el tedio lo prefigura mucho más que el hundimiento en
los entes y la tecnología, pero los protagonistas de Antonioni
no parecen darse cuenta de la tremenda vecindad entre el amor
que buscan y el tedio que los destruye. Tal vez Heidegger
aceptase que el amor, en última instancia, es simplemente otro
nombre para la angustia.
299
En Zabriskie Point, el contraste heideggeriano entre la
existencia propia y la impropia, la tecnología y la apertura
poética hacia el ser, está curiosamente entretejido con los hilos
de la revolución estudiantil de los años 60, la literatura
desértica del entonces debutante Sam Sheppard y la música
de Pink Floyd, una especie de Heidegger comprensible para
americanos del norte. La impropiedad está visualmente
representada por el aluvión de carteles de propaganda, avisos
publicitarios y placas de señales de tránsito, que literalmente
bombardean los ojos de protagonistas y espectadores desde el
comienzo del film, no permitiendo que se distinga claramente
cuándo termina un letrero y cuándo comienza "la realidad",
como si los retazos de "mundo verdadero" se hubieran
transformado simplemente en un molesto intervalo entre dos
vociferantes anunciadores de productos, y como si hombres y
automóviles fueran figuras nómades, deambulando en medio
de marketing y oportunismo.
La impropiedad, la tecnología automatizante y el total
apagarse de los sentimientos primordiales está sobre todo
representada por la gran empresa inmobiliaria de Mr. Alien
(Rod Taylor), tan sólo preocupado en vender terrenos en pleno
desierto, dentro de un proyecto llamado Sunnydunes (dunas
soleadas) a través de avisos publicitarios que degradan la
inmensidad sagrada de la naturaleza al nivel de la trivialidad
consumista y fotografiable. Pero la propiedad existencial
tampoco está representada por los grupos de ultraizquierda
que quieren eliminar a la burguesía terrateniente de la faz de
la tierra. Al principio del film, se muestra un cansador e
inconducente comicio político, en el cual las intervenciones,
los dedos levantados y las voces de orden se diferencian poco
del automatismo y la productividad de los discursos de los
empresarios. No. La propiedad existencial es vivida por
los dos jóvenes, Daria (Daria Halprin) y Mark (Mark
Freshette), marginalizados de la sociedad, distraídos, improductivos y osados, que se encuentran mágicamente en
el desierto (exactamente en el lugar llamado Zabriskie
Point), se aman sin conocerse y se separan para siempre
poco después. En verdad, Antonioni muestra cómo los dos
jóvenes hacen la auténtica revolución en pleno desierto, simplemente amándose (¡Albricias! ¡Parece que, por fin, el amor
pudo ser encontrado, tal vez bajo los auspicios de Woodstock!)
operando con sus propios cuerpos la gran transformación, si300
lenciosa y profunda, exactamente en el sendero heideggeriano.
La aparición mágica e imaginística de otras parejas de amantes, en medio del desierto donde, realmente, sólo están ellos
dos, prefigura la universalización (la única posible) del acto
revolucionario. Tal vez la presencia de la violencia, un elemento insólito en el cine de Antonioni, haya mostrado que el amor,
aquel que Vittoria y Giuliana buscaban en vano, sólo puede
ser obtenido a través de la reivindicación y el conflicto.
En el comicio político del comienzo del film, el joven Mark
ha mostrado su escepticismo respecto de la acción colectiva, y,
como corresponde, ha sido de inmediato acusado de "individualista pequeño-burgués", de acuerdo con la jerga. Manejando
su camión, le dice a su amigo que toma muy en serio el cambio
social, pero que siente que debe hacerlo todo él mismo. En
pleno desierto, le dice a Daria que es necesario considerar a la
policía y las autoridades como enemigos, para poder hacerlos
reventar. "¿Quién hará eso? ¿Tu grupo?", pregunta ella. "Tú y
yo, nena", responde Mark. En verdad, la revolución de ambos
se produce sin ninguna matanza, simplemente adentrándose
en la naturaleza con actitud sagrada y siguiendo sus ritmos
mágicos y liberadores. Eso contrasta con la visión turística del
desierto (un matrimonio de turistas se detiene cerca de
Zabriskie Point y comentan: "¿ Cómo nadie abrió un restaurante
aquí? Ganarían lo que quisieran"), y con el acartonamiento de
Sunnydunes, que pretende transformar el desierto en un
montón de piscinas, bares y campos de golf. Parece que se escuchara a Heidegger, hablando de lo Impersonal empobrecedor
de la vitalidad: "Esa medianidad, designando previamente lo
que se puede y debe osar, vigila y controla toda excepción que
pretenda imponerse. Toda primacía es silenciosamente destruida. Todo lo que es originario se ve, de la noche a la mañana,
nivelado como algo desde hace mucho conocido. Lo que se ha
conquistado con mucha lucha, se vuelve banal. Todo secreto
pierde su fuerza" (Ser y tiempo, § 27). El joven Mark transfigura la medianidad acartonada y artificiosa a través de la creatividad subversiva e intransigente. El dueño del avión que el
joven ha robado declara a la Policía: "Claro que el avión está
asegurado, pero, a pesar de ser pequeño, es muy caro. Mi mujer lo adoraba. Lo hice pintar con su color favorito: rosado".
Mark roba ese avión y lo pinta con motivos caricaturescos y
chillones. Hace su revolución con los medios de la burguesía,
pero sin pacto, en plena ruptura, sin acuerdos posibles.
301
La aventura en Zabriskie Point es, también
heideggeria-namente, una especie de vuelta al origen, a lo
arcaico. Una placa enclavada en el lugar explica: "Área de
antiguos lechos de lagos, depositados hace 5 o 10 millones de
años. Los lechos emergieron debido a la fuerza del viento y el
agua, causando su erosión...". Cuando los jóvenes se aman,
desnudos y libres, ellos y las otras parejas, mágicamente
presentes, adoptan posturas animales, juegan como
cachorros, desinhibidos y salvajes. El recuerdo del origen es,
tal vez, en medio de la Supercivilización, la mayor de las
transgresiones. En verdad, el origen es también la muerte
(Zabriskie Point queda cerca del "Valle de la Muerte"), y
cuando Daria comenta: "Aquí es calmo", él responde: "No, es
muerto". Ciertamente, la autenticidad y apertura al ser deben
alejarse de la vertiginosa "vitalidad" de las ciudades grandes.
Sin embargo, la subversión de los dos jóvenes —especies
de Adán y Eva de la Revolución Sexual— habrá sido consumada en medio de la fugacidad y del peligro: Mark se ha encontrado en pleno desierto con Daria porque ha robado un
avión, y Daria salió al azar, en un auto prestado, en busca de
un pueblecito cuyo nombre termina con "ville", y que, según le
dice por teléfono a su patrón (Mr. Alien), es "muy bueno para
meditar". Es decir, ambos jóvenes han salido de su sociedad
sin objetivos precisos, más para salir que para llegar a algún
lugar determinado. "Necesitaba abandonar la tierra", explica
Mark a Daria, en pleno desierto, cuando ella le pregunta por
qué robó el avión. El encuentro mágico e instaurador se produce, pues, en medio de la más completa fragilidad. Pocas horas después, la tecnología, la vigilancia policial y la visión
productivista del mundo habrán recuperado el pleno control
de la situación. Como una vez se lo dijo Theodor Adorno a
Heidegger, con triste ironía, toda "existencia superior", basada en la autenticidad "sólo vive gracias a la tolerancia del proceso de industrialización, al igual que los animales salvajes de
África sólo viven por la gracia de las compañías de aviación
que, por casualidad, aún no han colocado sus grandes campos
de aterrizaje en los lugares correspondientes. Se trata de algo
internamente efímero y pasajero".
El maravilloso desierto en donde ha acontecido la revolución
sexual-política de Daria y Mark, es considerado tan sólo como
objeto de loteo por parte de Mr. Alien, que ha enclavado su
mansión en el medio del desierto, para mejor hacer sus millonarios negocios inmobiliarios. El desierto es el propio ám302
bito de la Gelassenheit, en contraste con el aturdimiento, el
consumismo y la violencia de la gran ciudad, mostrados en la
primera parte del film. La policía represora mata al joven Mark,
y Daria llora silenciosa en pleno desierto. Llegando a la lujosa
mansión de su patrón, se da cuenta de que no consigue más
integrarse, y huye de allí. Frente a ella, mirándola con rara
intensidad, imagina que la mansión estalla en sucesivas explosiones, en las que vuelan por los aires tanto televisores y ropas
como libros, también éstos formando parte de la contaminación
alienante e impersonal. En verdad, la auténtica revolución ha
sido realizada ya en el desierto, y la explosión imaginaria lleva
la destrucción de la burguesía al reducto de los deseos de realización. Ya Blow Up, el film anterior de Antonioni, había soterrado la revolución en el plano de la fantasía. En verdad, la
joven se ha liberado, aun cuando la casa permanezca intacta
después de las explosiones.
Es lamentable que Heidegger haya despreciado tanto al Cine
viéndolo tan sólo como un producto técnico de "olvido del ser",
sin visualizar nunca su portentosa capacidad para "desvelar
el ser del ente", como sí se lo reconoció a la Poesía. ("Cada día,
a todas horas están hechizados por la radio y la televisión.
Semana tras semana las películas los arrebatan a ámbitos
insólitos para el común sentir, pero que con frecuencia son bien
ordinarios y simulan un mundo que no es mundo alguno. En
todas partes están a mano las revistas ilustradas. Todo esto
con que los modernos instrumentos técnicos de información
estimulan, asaltan y agitan hora tras hora al hombre...",
Serenidad, pág. 20.) Pero dentro del pensamiento
heidegge-riano, lo que él dice sobre el poder "descubridor" de
la Poesía, de su relación interna con la verdad como
desocultamiento, podría perfectamente decirse del Cine.
En el film de Lindsay Anderson, Ballenas de agosto, se
cuenta la convivencia de dos hermanas ancianas, Sarah Webber
(Lillian Gish) y Libby Webber (Bette Davis) en una casa al
borde del mar. (Las actrices tenían, respectivamente, 91 y 79
años cuando filmaron esta película.) El film es "ontológico" en
el sentido de que no existe drama alguno que las aqueje, nada
óntico que les ocurra: nadie se enferma, nadie muere, nadie
mata a nadie, nadie se suicida,'nadie miente, nadie se pierde,
nadie viaja, no hay ninguna situación de violencia, ni sorpresas
de ningún tipo. El film simplemente muestra la vida actual de
303
ellas después de haber vivido. No les ha ocurrido nada de especial, y, desde el punto de vista óntico, ni siquiera merecerían ser objeto de un film, ya que, estrictamente hablando,
no hay nada particularmente "interesante" para mostrar, a no
ser el hecho bruto de que ellas vivieron sus vidas, envejecieron y
esperan la muerte próxima. Para ellas, así como para cada uno de
nosotros, lo que "ocurrió" fue la más extraña, fascinante y terrible de las experiencias: vivir. Pero para cualquier otro que lo vea
"desde afuera", aquello no se parece en absoluto a un espectáculo, a algo que valdría la pena destacar.
Al comienzo del film, se las muestra jóvenes y jubilosas,
vestidas de blanco, como a través de la bruma de un antiguo
sueño, rientes y despreocupadas, corriendo atropellada y
ansiosamente hacia la playa para tratar de avistar a las
ballenas que, año tras año, suelen aparecer por esos parajes,
como portadoras de alguna inasible buena nueva que, en
verdad, nunca se materializa. Se trata, pura y simplemente,
de ver a las ballenas, para nada, para verlas aparecer, para
contemplarlas en su ser, para dejarlas ser para nosotros, como
si se tratase de una epifanía milagrosa en su simplicidad,
extraordinaria en su regular aparición anual. Cinco minutos
después, estamos delante de ellas, envejecidas. No ocurrió nada
en el ínterin, ónticamente hablando, o —se podría decir, ocurrió
la nada— tan sólo las cosas que suelen ocurrir en una vida
común: amor, desprecio, alegrías, amarguras, expectativas
y frustraciones. Simplemente, la vida pasó, transcurrió, ya
no es más, la vejez llegó, la condición humana se consumó,
se volvió evidente después de muchos años de ocultamientos
y disfraces. Esa nada que transcurrió es, paradójicamente,
todo lo que tenía que transcurrir. Las dos mujeres vivieron
sus vidas, terminaron, están frente a su condición, frente al
ser que fue disimulado por el ruido de los entes durante tantos años: ahora está allí, consumado y listo. El
"ser-para-la-muerte", que, según Heidegger, constituye
nuestra humanidad, nuestro ser en el mundo, se manifiesta
ahora sin su habitual ocultamiento.
Las ballenas de agosto son "cosas", en el sentido
heidegge-riano, aquello que queda cuando se le ha retirado su
"utilidad" manipulable en el mundo de los entes, y queda
como simplemente "siendo ahí", para nada. Para tener un
saber de las cosas como cosas, sin que se reduzca a un
conocimiento de manipulación y control, "...es necesario
alejar los prejuicios y
304
abusos de aquellas maneras de pensar [utilitarias] dejando
por ejemplo que la cosa descanse en sí misma, en su manera de
ser cosa. ¿Qué parece más fácil que dejar al ente ser precisamente el ente que es? ¿O en esta labor llegamos a lo más
difícil, que es dejar ser al ente como es, sobre todo cuando tal
propósito es lo contrario de aquella indiferencia que sencillamente vuelve la espalda al ente? Debemos volvernos al ente
mismo para pensar en su ser, pero precisamente de manera de
dejarlo descansar sobre sí en su esencia" (Heidegger, El origen
de la obra de arte). Las ballenas no tienen ningún atractivo
especial, de tipo estético, ni mucho menos una utilidad; aparecen —en la juventud de las dos mujeres— como el indeterminado augurio de alguna cosa mejor. Ya viejas, ambas se dan
cuenta, de dos maneras distintas, de que las ballenas no auguraban nada, de que nada prometían, de que la dádiva eran
simplemente ellas mismas, ellas siendo allí, en medio del estallido de las olas. El envejecimiento, la supresión del futuro, del
tiempo óntico, colocó a las dos hermanas ante la verdad del ser.
Y las ballenas que son aguardadas como lo eran antes, ahora
frente a la ausencia de futuro, parecen decir algo profundo
acerca de la vida, pero no de los meros acontecimientos dentro
de la vida (pues no habrá más acontecimientos), sino de la vida
en cuanto tal, en su movimiento incesante y autosuficiente,
como el movimiento del mar.
En esta metáfora de las ballenas y el mar, se manifiesta la
orientación heideggeriana de lo que nuestro filósofo denomina la "autenticidad", condiscente con la apertura originaria y
plena al originario ser del ente, en contra de la actitud
inau-téntica habitual, de negación del ser (y de la nada), en
beneficio del aturdimiento y el olvido en el seno ruidoso de
los entes, que nos cobijan y nos protegen, manteniendo
siempre en postergación el enfrentamiento final con nuestro
ser y nuestra condición. En rigor, no haría falta envejecer y
"tener poco tiempo por delante" para dejarse afectar por el
ser del ente en cuanto tal, ya que somos, desde que nacemos,
seres-para-la-muerte, y el tiempo que ónticamente tenemos
por delante no es aquello que nos constituye, es
simplemente el ambiente empírico en el que se desarrollará
temporalmente nuestro ser. La historicidad del ser no es la
simple temporalidad de los acontecimientos, de "las cosas
que nos ocurren", sino nuestra propia hechura, aquello de lo
que estamos constituidos. ¿Es
305
heideggeriana la actitud de alguna de las dos hermanas
We-bber?
Ciertamente, el film se refiere a dos actitudes posibles frente al
hecho plenario e irrebasable de haber sido, y, en ese sentido, puede ser visto como el desarrollo de un concepto-imagen de la vejez
y la condición humana. Sarah es animosa, llena de espíritu, siempre haciendo nuevos planes, amante de la naturaleza y extremadamente cordial con las personas (particularmente, con
el señor Maranow (Vincent Price, también en su vejez), un
vecino de origen ruso, ex miembro de la nobleza, extremadamente
cordial y afirmativo, que suele pescar en las proximidades de la
casa de las dos ancianas), mientras que Libby es todo lo contrario: amarga, llena de recuerdos dolorosos, desilusionada, harta
de vivir, y extremadamente agresiva y desagradable con las
personas. Durante una pesadilla nocturna, Libby se levanta
de la cama y, como sonámbula, se dirige hacia su hermana y le
dice, casi gritando: "Ella está aquí, ha venido a buscarnos", a lo
que Sarah replica, firmemente: "Habla por ti misma. Yo no
pienso en la muerte, mi vida no está terminada aún". Sarah se
mantiene ocupada con mil pequeños quehaceres, con la limpieza de la casa, con la comida y con sus propios vestidos, atenta
a las estaciones y a los cambios de clima, forma de vida que
merece el comentario sardónico de Libby: "Ocupada, ocupada,
ocupada...¡siempre ocupada!", ya que ella, ciega y ausente,
parece indiferente a todo lo que ocurre a su alrededor.
Libby tiene la actitud amarga y decepcionada de la persona
que ya no puede continuar postergando el enfrentamiento con
el ser mismo en cuanto tal, y lamenta no ser suficientemente
joven como para continuar siendo inauténtica durante un
tiempo más. Pero Sarah, con su optimismo y su actitud positiva
ante la vida, tal vez no asuma una actitud más heideggeriana
que su desagradable hermana. Simplemente tiene ella aún
las fuerzas suficientes como para considerar al poco tiempo
que le resta como siendo todavía "un futuro", aunque corto,
pero suficientemente lleno de entes que puedan continuar
separándola aún de su verdadera condición, que ella no asume.
Su actitud es más spinoziana que heideggeriana, "no pensar
en la muerte", incluso ante su presencia cercana. De todas
maneras, en su actitud esperanzada, Sarah parece abrirse de
manera más promisoria para el ámbito del ser, al mostrar una
capacidad de encuentro con las cosas simples —flores, objetos
de cocina, ropas— infinitamente mayor que la demostrada por
306
su hermana. El hundimiento en los entes de Sarah parece tener
un peso ontológico más profundo y auténtico que el de Libby.
La sensible cámara de Anderson pasa por los objetos comunes
de la casa, muestra fotografías antiguas y constantemente
enfoca el mar, generoso, ciego e imponente, con su música
incesante, como ritmando el flujo mismo de la vida.
El film transmite, a través de sus imágenes, la posibilidad
—abierta a las dos hermanas— de una particular "disposición
de ánimo" que posiblemente sería muy difícil describir con
palabras (aun cuando Heidegger lo intenta, cuando trata de
escribir acerca de la Gelassenheit), la posibilidad siempre
abierta de un "dejarse estar" en el flujo de la vida, sin recriminaciones ni cobranzas, apoyándose en su simplicidad y
linealidad, sin distanciamientos intelectuales ni resentimientos, mostrando que en la vejez nada puede aparecer de nuevo,
en el estricto plano ontológico, y que si la vida puede ser
problematizada en la vejez, significa que ya podía serlo en la
juventud, o no serlo nunca.
Ciertamente, las actitudes frente a la efectivización de la
condición humana (la vejez, el debilitamiento, la decadencia,
etc.) pueden ser asumidas de maneras diferentes, de la manera
animosa o de la manera derrotista. Pero es la condición
humana, la finitud y la fragilidad, lo que obliga a las personas
a asumir actitudes de ese tipo, cualquiera que ella sea. De
esta manera, todo ser humano puede definirse como una cierta
reacción (amarga o jubilosa) ante el mismo hecho fundamental.
Este bellísimo film (el último de Lindsay Anderson, que hizo
tantos filmes "ónticos" en la década de 60, como Ify A lucky
man) ayuda a entender precisamente eso. El mero envejecer,
en este film, pertenece al mismo registro que el mero "dejar de
amar" en los filmes de Antonioni antes comentados: experiencias fundamentales que nos ponen en contacto con lo que
somos, y abren una perspectiva, visualmente desarrollada, de
asumir nuestro ser, más allá de las personas concretas que
conseguimos ser.
Al final del film, hay un cambio de actitud en la amarga
Libby Webber. En varios momentos del film, la animosa Sarah
ha presentado la idea de abrir una ventana panorámica en el
frente de la casa, para tener una mejor visión del mar, pero
Libby siempre se ha opuesto, alegando que ya están demasiado
viejas como para emprender alguna cosa nueva. Al concordar
en mandar abrir aquella ventana, Libby se pliega a la actitud
307
de Sarah y acepta continuar administrando su futuro, aunque
estrecho, y dándole aún sentido a la vida. ¿Comprenden ellas
que la extensión de ese futuro —inmenso cuando eran jóvenes,
estrecho ahora— fue siempre exactamente el mismo desde el
punto de vista ontológico-existencial adoptado por Heidegger?
Inmediatamente después de esta decisión de construir la ventana panorámica, las dos ancianas saldrán juntas a la playa,
en dirección a un peñasco desde el cual, mirando hacia lo lejos, esperarán ver aparecer a las ballenas. Ellas no aparecen,
pero el año que viene, tal vez, quién sabe...
III
¿Quién fue Martín Heidegger?
Filósofo alemán, nacido en Messkirch, Badén, en 1889. Hizo
sus estudios en la Universidad de Friburgo, donde fue alumno
de Edmund Husserl, fundador de la Fenomenología, y de
Heinrich Rickert, filósofo neokantiano. Se doctoró en 1914.
Todas sus obras de ese período están aún fuertemente influenciadas por la Fenomenología de Husserl. En 1915 enseñó
en la Universidad de Friburgo (donde fue asistente de Husserl),
y en 1923, en Marburgo. Comenzó de inmediato a caracterizarse
por sus análisis personales y audaces de los filósofos clásicos
(los presocráticos, Platón, Aristóteles, Duns Scotus) y modernos
(Descartes, Kant, Hegel, Nietzsche). A partir de la publicación
de su obra fundamental (aunque inconclusa), Ser y tiempo, en
1927, comenzó a proyectarse como filósofo original y radical,
superando el nivel de reflexión de la Fenomenología
husser-liana y de la Hermenéutica, que le habían
influenciado anteriormente. En 1928, asumió la cátedra de
Filosofía que había sido de Husserl en Friburgo. En el año de
ascensión del nazismo, en 1933, fue nombrado rector de la
Universidad de Friburgo, y pronunció un discurso titulado "La
autoafirmación de la Universidad alemana", en el que daba la
bienvenida al nazismo. Su desempeño en el cargo duró tan
sólo 10 meses, después de los cuales renunció. Aunque
continuó con sus cursos regulares, no publicó nada hasta 1942.
En su libro Introducción a la Metafísica, de 1935, hace
alusiones a la situación política de Alemania, manteniendo
frente al nazismo una actitud
308
ambigua. En 1944, las potencias de la ocupación impiden a
Heidegger, a través de un decreto, todo tipo de actividad
académica. A partir de allí, comienza a publicar casi toda su
obra posterior a Ser y tiempo. En los últimos años de su vida,
permaneció casi completamente aislado en la Selva Negra,
siempre escribiendo y meditando, pero sin aceptar nunca más
ningún cargo público. Importantes filósofos (como Karl Jaspers
y Herbert Marcusse) solicitaron varias veces a Heidegger que
hiciera una declaración pública, admitiendo su error al haber
prestado adhesión al Nacional-socialismo, pero Heidegger
nunca respondió a esos pedidos, ni jamás pronunció una opinión
abierta sobre el llamado Holocausto. Sin duda, este silencio
tiene su justificación en su propia filosofía, un pensamiento
en el cual la Ontología tiene total primacía sobre la Etica.
Heidegger murió en 1976, en Messkirch, o sea, en su lugar de
origen.
Principales obras: Ser y tiempo (1927), Kant y el problema
de la metafísica (1929), ¿Qué es metafísica? (1929), Sobre la
esencia de la verdad (1930), Sobre el humanismo (1949), El
origen de la obra de arte (1952), Identidad y diferencia (1957),
De camino al habla (1959).
IV
Textos heideggerianos
Texto 1 — La pregunta filosófica fundamental.
"¿Por qué hay simplemente el ente, y no más bien la nada?
Esta es la cuestión. Ciertamente, no se trata de una cuestión
cualquiera. ¿Por qué hay simplemente el ente y no más bien la
nada?, ésta es evidentemente la primera de todas las
cuestiones. La primera, sin duda, pero no en el orden de la
secuencia cronológica de las cuestiones. En su caminar histórico
a través del tiempo el hombre y los pueblos investigan mucho.
Investigan y buscan y examinan muchas cosas antes de
encontrarse con la cuestión '¿Por qué hay simplemente el ente
y no más bien la nada?' Muchos no se encuentran nunca con
ella, no en el sentido de leer y oír hablar de ella, sino en el
sentido de investigar la cuestión, es decir, de plantearla y de
309
ponerse en el estado de la cuestión"(Heidegger, Introducción a
la Metafísica, I).
Texto 2 — La pregunta por el ser no se reduce a cuestiones
sobre los entes. La pregunta por el ser es la pregunta por el ente
en su totalidad y al mismo tiempo la pregunta por la nada.
"La cuestión cubre el máximo de envergadura. Ño se detiene en
ningún ente de cualquier especie. Abarca todo ente, es decir, no
solamente el ente actual en el sentido más amplio, como también
el ente que fue y el que aún será. El arco de la cuestión encuentra
sus límites tan sólo en lo que absolutamente nunca puede ser, la
nada. Todo lo que no sea nada cae sobre su alcance, y finalmente la
propia nada. No ciertamente por ser alguna cosa, un ente, ya
que hablamos de ella, sino por 'ser' la nada. Es tan vasto el ámbito de la cuestión, que nunca la podremos superar. No investigamos este o aquel ente, ni siquiera, recorriéndolos uno por uno,
todos los entes, sino anticipadamente el ente todo, o como decimos, por razones a ser discutidas aún, el ente como tal en su
totalidad."
"Si preguntamos '¿Por qué hay simplemente el ente y no
más bien la nada?', entonces ese agregado final impide que
agitemos la cuestión inmediatamente tan sólo en el dominio
del ente dado de antemano, como algo indiscutibleC) En lugar
de eso, se pone al ente en cuestión dentro de la propia
posibilidad de no-ser"(/c?em, 56). "[La cuestión] tiene tan sólo
que descubrir al ente en su oscilación entre el ser y el no ser.
Resistiendo a la suprema posibilidad de no ser, el ente insiste
en ser, aun cuando no haya nunca superado la posibilidad de
no ser'XIdem, I).
Texto 3 — Acerca de la nada el científico no puede hablar.
Sólo el filósofo y el poeta pueden hacerlo. Pero hablar de la
nada no es caer en el vacío sino, por el contrario, hablar en el
ámbito de la instauración del mundo.
"De hecho, no es posible hablar de la nada y tratar de ella,
como si fuese una cosa, como la lluvia que cae allí fuera o una
montaña o un objeto cualquiera. La nada permanece, en
principio, inaccesible a toda ciencia. Quien pretende hablar
verdaderamente de la nada, tiene necesariamente que dejar
de ser científico. Eso será una gran pérdida solamente en
cuanto se tenga la opinión de que el pensar científico es la
única y más propia forma del pensamiento riguroso y de que
310
solamente ella pueda y deba ser erigida en criterio del pensamiento filosófico. Sin embargo, es lo contrario lo que ocurre.
Todo pensar científico es una forma derivada y, como tal, consolidada del pensamiento filosófico. La filosofía nunca nace de
la ciencia ni por la ciencia. Tampoco podrá jamás equipararse a las ciencias.C) La filosofía se ubica en un dominio y
en un plano de la existencia espiritual enteramente diverso.
En la misma dimensión de la filosofía y de su modo de pensar
se ubica solamente la poesía.(...) Hablar de la nada constituirá
siempre para la ciencia un tormento y una insensatez. Además
del filósofo, puede hacerlo también el poeta, no ciertamente
por haber en la poesía, como cree el entendimiento vulgar,
menos rigor y sí por imperar en ella (se piensa aquí solamente
en la poesía auténtica y de valor), en oposición a toda simple
ciencia, una superioridad de espíritu vigorosa. En razón de
esta superioridad, el poeta habla siempre como si el ente se
expresara y fuese interpelado por primera vez. En el poetizar
del poeta, así como en el pensar del filósofo, de tal suerte, se
instaura un mundo, en donde cualquier cosa —sea un árbol,
una montaña, una casa, el gorjeo de un pájaro— pierde toda
monotonía y vulgaridad"(/í¿e/n, I).
Texto 4 — La angustia es un sentimiento fundamental que
nos pone en contacto con el propio ser del mundo, y no con
ningún ente en particular.
"Aquello delante de lo cual hay angustia, es el 'ser en el
mundo' en cuanto tal. ¿Cómo se distingue fenoménicamente
aquello delante de lo cual se angustia la angustia de aquello delante de lo cual se atemoriza el temor? Aquello delante
de lo cual se angustia la angustia no es ningún ente
ultramundano.(...) El 'delante de qué' de la angustia es absolutamente indeterminado^...) Lo que caracteriza el 'delante
de qué' de la angustia es que lo amenazador no es en ninguna
parte. La angustia 'no sabe' qué es aquello delante de lo cual se
angustia.
(...) el 'delante de qué' de la angustia es el mundo en cuanto
tal. La absoluta insignificatividad que se denuncia en el 'nada'
y el 'en ninguna parte' no significa ausencia del mundo, sino
que quiere decir que los entes intramundanos carecen tan
absolutamente en sí mismos de importancia, que únicamente
gracias a esta insignificatividad de lo intramundano se impone
el mundo en su mundanidad.(...) Pasada la angustia, suele
311
decir el habla cotidiana: 'No era realmente nada' "(Heidegger,
Ser y tiempo, § 40).
Texto 5 — El dominio de la técnica sobre el pensamiento.
"(...)desde hace algunos siglos, tiene lugar una revolución
en todas las representaciones cardinales. Al hombre se le
traslada así a otra realidad.C) Ahora el mundo aparece como
un objeto al que el pensamiento calculador dirige sus ataques
y a los que ya nada debe poder resistir. La naturaleza se
convierte así en una única estación gigantesca de gasolina, en
fuente de energía para la técnica y la industria modernas. Esta
relación fundamentalmente técnica del hombre para con el
mundo como totalidad se desarrolló primeramente en el siglo
xvn(...). El poder oculto en la técnica moderna determina la
relación del hombre con lo que es. Este poder domina la Tierra
entera. (...)
Lo que hoy conocemos como técnica cinematográfica y
televisiva; como técnica del tráfico, especialmente la técnica
aérea; como técnica de noticias; como técnica médica; como
técnica de medios de nutrición, representa, presumiblemente,
tan sólo un tosco estado inicial. Nadie puede prever las
radicales transformaciones que se avecinan. Pero el desarrollo
de la técnica se efectuará cada vez con mayor velocidad y no
podrá ser detenido en parte alguna. En todas las regiones de
la existencia el hombre estará cada vez más estrechamente
cercado por las fuerzas de los aparatos técnicos y de los
autómatas. Los poderes que en todas partes y a todas horas
retan, encadenan, arrastran y acosan al hombre bajo alguna
forma de utillaje o instalación técnica, estos poderes hace ya
tiempo que han desbordado la voluntad y capacidad de decisión
humana porque no han sido hechos por el hombre"(Heidegger,
Serenidad).
Texto 6 — Pero hay otra actitud posible frente al mundo,
que se denomina con la. palabra Gelassenheit (Serenidad).
"Para todos nosotros, las instalaciones, aparatos y máquinas
del mundo técnico son hoy indispensables, para unos en mayor
y para otros en menor medida. Sería necio arremeter ciegamente contra el mundo técnico. Sería miope querer
condenar el mundo técnico como obra del diablo. Dependemos
de los objetos técnicos; nos desafían incluso a su constante
perfeccionamiento. Sin darnos cuenta, sin embargo, nos
312
encontramos tan atados a los objetos técnicos, que caemos en
relación de servidumbre con ellos.
Pero también podemos hacer otra cosa. Podemos usar los
objetos técnicos, servirnos de ellos de forma apropiada, pero
manteniéndonos a la vez tan libres de ellos que en todo momento podamos desembarazarnos de ellos. Podemos usar los objetos tal como deben ser aceptados. Pero, al mismo tiempo, dejar
que estos objetos descansen en sí, como algo que en lo más íntimo y propio de nosotros mismos no nos concierne.(...) Nuestra
relación con el mundo técnico se hace maravillosamente simple
y apacible. Dejamos entrar a los objetos técnicos en nuestro
mundo cotidiano y, al mismo tiempo, los mantenemos fuera, o
sea, los dejamos descansar en sí mismos como cosas que no son
algo absoluto, sino que dependen ellas mismas de algo superior.
Quisiera denominar esta actitud que dice simultáneamente 'sí'
y 'no' al mundo técnico con una antigua palabra: Gelassenheit
(Serenidad) para con las cosas".
"No sabemos qué significación atribuir al incremento
inquietante del dominio de la técnica atómica. El sentido del
mundo técnico se oculta. Ahora bien, si atendemos, continuamente y en lo propio, al hecho de que por todas partes nos
alcanza un sentido oculto del mundo técnico, nos hallaremos
al punto en el ámbito de lo que se nos oculta y que, además, se
oculta en la medida en que viene precisamente a nuestro
encuentro. Lo que así se muestra y al mismo tiempo se retira
es el rasgo fundamental de lo que denominamos misterio.
Denomino la actitud por la que nos mantenemos abiertos al
sentido oculto del mundo técnico la apertura al misterio.
La Gelassenheit para con las cosas y la apertura al misterio
se pertenecen la una a la otra. Nos hacen posible residir en el
mundo de un modo muy distinto. Nos prometen un nuevo suelo
y fundamento sobre el cual mantenernos y subsistir, estando
en el mundo técnico pero al abrigo de su amenaza" (ídem).
313
Ejercicio 13
Jean-Paul Sartre, Thelma,
Louise, y el infierno de un
matrimonio sueco
La existencia y la libertad
Introducción
En la cuestión de la razón logopática y la problematización
de la racionalidad tradicional, Jean-Paul Sartre ocupa un lugar
complejo. Por un lado, sufrió la influencia de Kierkegaard y
Heidegger, en el sentido de asumir la necesidad de un análisis de
la existencia humana en situación, con todos sus avatares
de contingencia, facticidad y angustia. Sartre concibe al hombre
como un Ser-para-sí, un modo de ser que mantiene consigo
mismo un distanciamiento infranqueable, como el ser "que trae
la nada al mundo", carcomiéndolo por dentro, "como un gusano". Al igual que la existencia (Dasein) de Heidegger, el
Ser-para-sí sartreano es incapaz de definición o de
caracterización definitiva, siempre está más allá de todo lo
que se pretenda decir acerca de él. O, dicho en la pintoresca
caracterización de Sartre, "es lo que no es y no es lo que es".
Pero, a diferencia de Heidegger, lejos de poseer una generosa
"apertura" hacia el ser, el ser del hombre se encuentra en
un antagonismo ontológico con el ser de las cosas, que, en
contraposición, "es lo que es y no es lo que no es". Para
Sartre, el hombre es un intruso en el universo, una brecha en
el corazón de un mundo
314
que no le aguardaba.
En su descripción de la existencia humana, los sentimientos
primordiales (angustia, tedio, náusea), así como los impactos
afectivos y reveladores del ser, ocupan lugar de privilegio, tanto
como las cuestiones vinculadas a la sexualidad. Una de las
más certeras críticas de Sartre a Heidegger consistirá, precisamente, en apuntar que el Dasein heideggeriano no tiene sexo,
poniéndose Sartre a la inmediata tarea de adjudicarle uno. La
sexualidad se torna una estructura ontológica.
Desde Platón, se ha apuntado hacia las dificultades de hablar
acerca del no ser, como si la proposición articulada pudiese
sólo referirse al ser, a lo que es, a lo positivo. Cualquier cosa
que se pueda decir acerca del no ser, parecería, ipso fado,
transformarlo en ser, en algo que es. Desafiando estos abordajes
exclusivamente lógicos del mundo y del hombre, el
existen-cialismo de Sartre consigue desarrollar un discurso
legítimo sobre el no ser, en la estricta medida en que el no ser
configura un modo de existir, precisamente, el modo de
existir humano, perfectamente descriptible a través del método
fenomenológico. La nada puede ser aludida en una proposición
porque ella existe efectivamente en el mundo, en la estricta
medida en que ella es una forma de ser del ser.
Pero, por otro lado, a pesar de la enorme acentuación de las
cuestiones existenciales y "páticas", Sartre se mantuvo siempre
profundamente cartesiano en dos puntos fundamentales: el
conciencialismo teórico y el libertarismo práctico. En verdad,
conciencia y libertad son otras denominaciones de la nada
fundamental que constituye al para-sí: constantemente, el
para-sí es conciencia de sí, y permanente e inevitablemente,
el para-sí es libertad, sin ninguna posibilidad de no serlo (o
"condenado a ser libre", como paradójicamente lo afirma
Sartre). Así, la totalidad de la elucidación existencial sartreana
se desarrolla en el marco de este cartesianismo conciencialista
y libertario, lo que separa a Sartre de los vitalistas del siglo
xix (Schopenhauer y Nietzsche), que habían lanzado una sospecha fundamental, principalmente, sobre esas dos nociones: conciencia y libertad.
A lo largo de su obra literaria y filosófica, Sartre se ha
mostrado dispuesto a rebajar los niveles de su reflexión abstracta, para tornar posible la conquista de los derechos fundamentales de los seres humanos como creadores de su propia
realidad, manteniéndose siempre crítico con respecto a toda fi315
losofía "profunda" o "arcaica" que, como la heideggeriana, corra el riesgo de perder la dimensión ética de la existencia, con
su inextirpable dimensión revolucionaria.
II
Thelma y Louise (EE.UU., 1991), de Ridley Scott: ¿Hay una
vinculación interna entre la Libertad y la Muerte?
Un grito de libertad (The shawshank redemption, EE.UU.,
1994), de Frank Darabont: La libertad no es sólo "interior",
ella también debe modificar el mundo.
Escenas de la vida conyugal (Scener ur ett aktenskap,
Sue-cia, 1974), de Ingmar Bergman: La indestructible
fragilidad de la existencia.
Dos mujeres de clase media, Thelma Dickinson (Geena
Davis), dominada infantilmente por su marido autoritario
y lelo, y Louise Sawyer (Susan Sarandon), una garconette
que arrastra el pasado amargo de un estupro en Texas, salen en auto, en un fin de semana semejante a otro cualquiera, para pescar y pasear, pero, fundamentalmente, para "liberarse". ¡No imaginaban hasta qué punto lo conseguirían!
En una parada del camino, Louise mata a Harían, el hombre
que intentaba estuprar a Thelma. Huyen del lugar, confusas,
dándose cuenta de que no podrán continuar con sus planes
primitivos. Louise pide por teléfono a su novio Jimmy Lennox
(Michael Madsen) que le preste 6.500 dólares, sin decirle
para qué. En verdad, ambas mujeres piensan huir a México
y tratar de recomenzar sus vidas, convencidas de que la
misma sociedad que habitualmente las explota y limita,
tampoco les creerá cuando traten de explicar lo que ha
ocurrido. En el camino conocen a J.D. (Brad Pitt, en sus
comienzos), un asaltante que se lleva todo el dinero,
después de que Thelma lo ha recibido en su cuarto de hotel.
La suerte está echada: sin dinero ni perspectivas, Thelma
asalta un mercado (siguiendo exactamente los pasos que
J.D. le ha relatado, en su encuentro en el hotel) y, a partir
de allí, entran en un camino sin regreso. Encierran a un
policía en el portaequipaje del auto, hacen estallar un camión y transgreden todas las articulaciones y normas de la
convivencia reglada. Preguntémonos, con Sartre: ¿fueron libres Thelma y Louise?
316
Se podría decir que no. En verdad, Louise ha matado a
Harían no para evitar el estupro, que ya había sido evitado,
sino por causa de un comentario procaz que Harían lanza,
segundos después de su frustrada tentativa. Más tarde nos
enteramos de que la propia Louise ha sido estuprada cuando
era muy joven, y que ha quedado marcada por la experiencia
(en su huida, aun cuando están con la policía en los talones,
Louise se niega a pasar por Texas, lugar del acontecimiento
traumático). Aquí alguien podría decir: "No ha sido libre, en
verdad cargaba con ella el peso de ese pasado tremebundo, y
el asesinato que comete es una venganza simbólica contra lo
que le han hecho. Son los acontecimientos de su pasado los que
determinaron su acción, llevándola a hacer lo que hizo". Supongamos que nos convencemos de eso. ¿Y después? ¿Fue
libre Thelma cuando asaltó el mercado? En verdad, ella hizo
ese asalto porque se quedaron sin dinero, y se quedaron sin
dinero porque ella se enamoró de J.D. y quiso llevarlo en el
auto, aunque no lo conocían bien; más tarde se enteraron de
que era un asaltante. (Así lo interpreta el inspector Slocombe
(Harvey Keitel), cuando le dice a J.D, después de arrestarlo:
"Ellas aún tenían una chance con aquel dinero que les robaste.
Después de eso, las dejaste sin nada", sugiriendo, pues, que,
después de ser robadas, ellas mismas fueron "obligadas a
robar"). Mas a medida que avanza la fuga y el comprometimiento
de las mujeres con lo que han hecho, esos determinismos
parecen debilitarse cada vez más: dominar al policía que
pretendía arrestarlas podría aún ser interpretado como una
necesidad, pero hacer estallar el camión del camionero que les
sacó la lengua y les dijo obscenidades, parece mucho menos
determinado que todos los actos anteriores. Parece cierto que
no se vieron obligadas a hacer aquello. Cada una de sus
acciones (desde el asesinato de Harían hasta el estallido del
camión) parece ser más gratuita y menos determinada que la
anterior.
Pero Sartre diría que las dos mujeres no se vieron obligadas
a hacer absolutamente nada de lo que hicieron, ni a matar a
Harían, ni a huir después de haberlo hecho, ni a acoger a J.D,
ni a asaltar el mercado, ni a encerrar al policía en el portaequipaje, ni a hacer estallar el camión. Para él, todas estas
acciones estarían en el mismo ámbito de libertad radical y
originaria, rodeadas de un halo de otras opciones y alternativas
que no fueron transitadas pudiendo perfectamente serlo.
317
Podrían, para empezar, no haber matado a Harlam: Sartre
diría que Louise fue ontológicamente libre al decidir que aquel
comentario del agresor era suficiente para pegarle un tiro. Ella
decidió el sentido de aquel comentario y de aquel tiro, los llenó
de significación, de una significación que podrían no haber
tenido. Muchas mujeres estupradas no matan a los estupradores de sus mejores amigas. Claro que Louise ha asesinado
libremente, y este crimen es el bautismo de fuego de las dos
mujeres y su ritual iniciático en la práctica de su libertad.
Está igualmente claro que podrían no haber huido después
de matar a aquel hombre, que podrían haberse entregado a la
policía, no haber planeado huir a México, no haber asaltado el
mercado —aún después de haber sido robadas—, podrían no
haber resistido a la intimación del policía y podrían no haber
considerado tan definitivamente insultantes las obscenidades del camionero. Todas sus decisiones brotaron de una contingencia radical, y ellas no podrían justificarse diciendo que
"fueron llevadas a hacer lo que hicieron", de manera inevitable. Decir eso sería, según Sartre, de "mala fe", la que muestra un para-sí que pretende ser en-sí, o sea, un objeto sin
voluntad, puro juguete de las circunstancias. Si negasen su
propia libertad, Thelma y Louise estarían negándose como
seres humanos. Lo sublime de su parábola es que ellas deciden
cada instante de sus vidas, hasta el fin. Claro que, a partir de
determinado momento, el vértigo de la persecución, el
paulatino cierre del círculo, el estrechamiento vertiginoso de
sus posibilidades de vida, es un hecho. Pero un hecho construido por sus decisiones libres anteriores.
Habría dos interpretaciones fáciles del film, a las que Sartre
se opondría por diferentes motivos. Una de ellas sería la
interpretación determinista: la sociedad machista y autoritaria humilló y castigó tanto a esas dos mujeres, que las
transformó en dos criminales rei vindicador as. (Al apuntar su
arma contra el policía, Thelma le dice, sarcástica y amarga:
"¿Vio? Usted tiene que tratar bien a su esposa. Mi marido no
me trató bien y mire en lo que me transformé".) La otra es la
interpretación moralista: lo que Thelma y Louise manifiestan
no sería el ejercicio de una auténtica libertad, sino puro libertinaje y delincuencia, producto de una psicosis de final de
semana. Mostrar eso como "libertad" es, por lo menos,
equivocado, y tal vez peligroso. Desacatar la Ley, vengarse por
las propias manos, evadirse de todas las articulaciones socia318
les en busca de una reivindicación puramente individual, no
sería un ejercicio genuinamente racional de la libertad. Esta
línea de pensamiento ha sido la vía transitada habitualmente
por el moralismo de la Filosofía, a lo largo de su historia. La
Filosofía, tanto antigua como moderna, nunca ha concebido
esta transgresión total de la ley como siendo auténtica
"libertad". La Filosofía ha tratado de demostrar que la "libertad" no consiste en "poder hacer absolutamente cualquier
cosa", porque eso sería una libertad "vacía" y "sin contenido".
La libertad debía incluir también un elemento productivo,
motivado y racional, configurar una sabiduría racional, de
determinación autónoma de la voluntad (Kant) o, paradójicamente, de reconocimiento de algún tipo de necesidad (Spinoza).
En todas esas tentativas, siempre se ha tratado de diferenciar entre una libertad "vacía", que consistiría simplemente
en exteriorizar de manera espontánea (y, al parecer, inevitablemente violenta) un cierto tipo de actitud hacia el mundo y
una libertad determinada por algún tipo de "contenido" o de
justificación racional.
En verdad, Sartre se opondría a esta interpretación moralista en la medida en que él ha planteado la cuestión de la
libertad en el plano de la Ontología, y sólo derivadamente en
el plano ético, siguiendo en esto los pasos de Heidegger. La
libertad coincide con el hueco constitutivo del ser del hombre,
es el propio "para-sí" como distancia insuprimible consigo mismo. La libertad no es una opción, sino la propia condición humana, de manera que esta diferencia entre "libertad" y "libertinaje", típicamente moral (o moralista), no podría ni siquiera
plantearse en términos sartreanos. El ser-para-sí humano es
tan responsable por lo que come en el desayuno como por las
personas que asesina, y es eso lo ontológicamente relevante.
Claro que el ejercicio de la libertad se evidencia de manera
más estentórea cuando uno mata a alguien que cuando toma
café con leche, pero la libertad está ontológicamente presente
—y no podría no estarlo— en absolutamente todo lo que hacemos. La concepción moral (o moralista) de la libertad no ayuda a entender la responsabilidad de las decisiones que Thelma
y Louise van tomando, en su vertiginosa espiral hacia la
autoconciencia liberadora.
En sus perturbadoras imágenes, la rebelión de Thelma y
Louise contra la sociedad, contra el mundo, contra la arbitra319
riedad en la distribución de la Inteligencia y del Poder, va tornándose, poco a poco, total e irreconciliable, un lugar de disputa sin merced ni compensaciones, donde no pueden existir
pactos, donde la ruptura llega hasta la médula de los contratos implícitos, según los cuales se nos permite vivir. El inspector Slocombe representa una posibilidad de mediación casi
cariñosa, convincentemente comprensiva. Se comunica con
Louise por teléfono, pregunta si están heridas, si están bien,
les da garantías, discute con sus colegas policiales para que
no las maten, etc. Pero su figura acaba siendo lastimosa y desencantada, como Louise se encarga de decírselo. Cuando el
inspector le dice que ambas están hundiéndose cada vez más,
y que lo que él les ofrece es continuar viviendo, Louise comenta: "No sé, algunas palabras vagan por mi cabeza, como prisión, electrocutamiento...". En efecto, Slocombe no está en condiciones de ofrecer nada en cambio y, en ese sentido, a pesar
de alguna grandeza moral, no consigue ponerse a la altura de
la quiebra normativa de las dos mujeres. La sociedad tiene
que matarlas.
Es esto lo que el filósofo Ridley Scott tiene para decirle a
Sartre, que, tal vez, no se pueda ser libre y continuar viviendo. Scott parece reproducir en su obra el carácter dramáticamente responsable de la concepción sartreana de la libertad
como modo de ser radical, como constitución de ser, en necesario conflicto con los otros, más allá de sabidurías y "autonomías"
racionales. Pero su film parece ir más lejos que los análisis de
El ser y la nada, en el sentido de una vinculación interna entre
la libertad y la muerte. La libertad, en el film, es una auténtica
pasión, y tan trágica como la falta de opciones del compromiso
final. Las dos mujeres sartreanas, en efecto, mueren al final
del día, y, en cierta forma, tienen que morir, como si la ruptura
total con lo dado no fuese compatible con la prosecución de la
vida. Esto no deja de ser una especie de test cinematográfico
de la tesis sartreana, para no suponer que la libertad, por ser
ontológica, es necesariamente una libertad para continuar
siendo indefinidamente, o para no suponer que ella pueda siempre
ejercerse sin destruir, tal vez en menos de 24 horas, a su propio agente, al atreverse a asumir el agujero de su para-sí sin
los tapujos y represiones habituales. ¿Por qué la libertad
sartreanamente concebida no sería, en última instancia, una
forma de no ser, en el sentido de una radical ruptura con el
mundo, o de la absoluta imposibilidad de pactar con la agresividad del otro?
320
La breve y fulminante saga de Thelma y Louise muestra el
riesgo de la propia vida en busca del mayor reconocimiento
posible por parte del otro. Delante del precipicio sin futuro,
con toda la policía detrás de ellas, sin ninguna salida objetiva,
con ninguna otra opción —aparentemente— que entregarse y
pasar a vivir una vida sin sentido, Thelma le dice a su amiga,
sentida y convencidamente: "Vamos a continuar", y Louise
acepta. Se despiden con un beso y Louise aprieta el acelerador, arrojando el auto al Gran Cañón del Colorado. La libertad se
habrá consumado más allá de cualquier decisión de pacto con
el mundo, mostrando que, a pesar de las apariencias, siempre
hay una alternativa. El inspector Slocombe, tal vez obligado a
asumir una actitud filosófica, contemplativa e impotente, es
la autoconciencia terminal de todo ese sublime proyecto de
autorrealización extrema y sin regreso. La perplejidad y el
espanto con los que asiste a la muerte plenificante de las dos
mujeres, es acompañada por una comprensión profunda de
que, a pesar de las apariencias, no ha asistido tan sólo al desenlace de un acto criminal corriente, sino a alguna cosa de
"extraordinario".
Heidegger nos enseñó que la angustia nos pone en una
vinculación fundamental y originaria con la nada que, al ser
la nada una "nada-de-entes", es, al mismo tiempo, una vinculación con el ser. Cuando se le pregunta a alguien de qué se
angustiaba, la persona suele responder: "De nada".
Kierke-gaard, Heidegger y Sartre han acentuado los estados
de ánimo crepusculares, tales como la angustia, el tedio, la
náusea, etc., como accesos privilegiados al ser. Pero en un
momento de este film, viajando de noche a través del desierto
norteamericano, en completo silencio y soledad, y después de
que han consumado ya su ruptura definitiva y sin regreso con
la sociedad, Louise para el auto en tanto Thelma duerme,
camina hasta un peñasco y contempla en maravillado silencio
todo lo que la rodea, como invadida por una misteriosa y
solazante plenitud. Thelma se despierta, camina hacia ella
y le pregunta qué le ocurre. Louise, sonriendo misteriosa y
agradecidamente, le responde, simplemente: "Nada".
Al recibir el Osear de mejor guión original por Thelma y
Louise, Callie Curry comentó que ese premio era "el verdadero
final feliz para la historia de Thelma y Louise", y fue muy
aplaudida por eso. Pero a través de esa declaración, se puede
percibir que la guionista no entendió su propio guión, de que
321
el guión es mejor y más inteligente que ella. Porque, ¿quién
dice que el final de Thelma y Louise no es un final feliz? La
imagen congelada del auto en el aire del Gran Cañón, representando la más elevada plenitud vital, la más pura expresión
de la libertad como ruptura ¿cómo podría considerarse un final
infeliz, a no ser a partir de una idea de vida humana completamente contradictoria con lo que el propio film pretende gritarnos en la cara?
Pero hay filmes en los que esta libertad plenificante es
problematizada, a través de la mostración de destinos trazados
e inevitables. Esto se muestra bien en filmes de ex presidiarios,
como, por ejemplo, El hombre del brazo de oro (1956), de Otto
Preminger, donde las buenas intenciones del personaje se
desvanecen al entrar de nuevo en contacto con el submundo
de drogas, bebida, juego y prostitución, o en Carlito's way
(1992), de Brian De Palma. La originalidad de este último film
consiste en que, en gran medida, quien impide que Carlito
salga del mundo de la delincuencia es su propio ex abogado,
David Kleinfeld (notable Sean Penn), inescrupuloso e inestable,
que le pide "como último favor" por haberlo sacado de la cárcel, que lo ayude a facilitar la fuga de un peligroso delincuente.
En verdad, David engaña a Carlito, pues lo que realmente
quiere es eliminar al prófugo, después de ayudarlo a huir,
para librarse de sus amenazas, ya que el abogado le ha robado
una alta suma de dinero. El crimen se produce, y Carlito
Brigante ya está completamente hundido en una nueva pesadilla de persecuciones y venganzas. En la huida final, electrizante, cuando Carlito parece que va a poder, a pesar de todo,
escapar a su destino, tomando el tren que lo llevará lejos de
todo aquel mundo sórdido, con su novia Gail que lo espera en
un andén de la Grand Central Station, una bala fatídica, producto de una traición absolutamente inesperada y absurda,
deshace sus sueños un segundo antes de su casi plausible realización. El título original del film, Carlito's way hace alusión
a ese "camino" de Carlito, a ese "modo de ser" que parece que
ni la decisión más férrea podrá conseguir modificar.
¿Qué es lo que Sartre replicaría a esto? Que, a pesar de todo,
Carlito Brigante no tiene una "esencia" en la que se pueda
uno apoyar para decir que él "no podía hacer otra cosa". En
verdad, Carlito tomó decisiones libres y fue constituyendo su
propia esencia a través de su acción. En el momento en que el
322
film comienza, todo parece desarrollarse según un "destino"
aciago y determinista, pero, en verdad, lo que se sabe de la
vida anterior de Carlito es suficiente para darse cuenta de
que él ha caído en la tela de araña de sus propias decisiones
libres anteriores, que ahora se desmoronan encima de su
cabeza, dando una falsa impresión de independencia, o de algo
adventicio y fatal.
Carlito podría haberle dicho que no a su ex abogado, podría
no haberle acompañado en ese rescate demencial. Si lo hizo
fue por un sentido de la amistad y de retribución de favores,
pero es él, en todo caso, quien sustenta esos valores, quien
decide libremente respetarlos, quien los acepta como inevitables,
como no pudiendo rehusarse a cumplirlos, etc. De alguna
manera, elige incluso al hombre que lo traiciona en el último
minuto de su huida, ya que ese tipo de traición no puede
descartarse del mundo en donde Carlito decidió desarrollar
su esencia, transitar su "camino". Elige, diría cruelmente
Sartre, hasta la bala que lo mata y que acaba definitivamente
con sus sueños.
Parece obvio que la cuestión de la libertad ha de ser pertinente en un film carcelario (de los que ya existe una extensa y
variada filmografía), donde la pérdida de la libertad es siempre la protagonista. Pero ésta sería una visión simplista, desde
el punto de vista sartreano —y filosófico en general— porque
la libertad humana no puede definirse tan sólo como una libertad de movimientos físicos, de transitar por cualquier lugar. Si la libertad es el propio para-sí, la conciencia humana
en su constitución ontológica, la propia manera de
ser-en-el-mundo del hombre en cuanto tal, esa libertad es
inextirpable, aun dentro de los muros de una prisión como
Shawshank, el establecimiento donde se desarrolla el
noventa y cinco por ciento del film Un grito de libertad, que
(muy importante) en el original inglés no hace alusión a la
libertad, sino a la redención.
El joven abogado Andy Dufresne (Tim Robbins), preso por
ser acusado de matar a su mujer y su amante, le dice a su
mejor amigo en la prisión, Elis Redding, "Red" (Morgan
Freeman), hablando acerca de la música (después de desafiar
al Director del presidio tocando una aria de Mozart por los
altoparlantes), que la libertad es algo interior y profundo, que
nadie puede robarle a un hombre, así como la música. Según
323
Andy, la música habita en el interior del ser humano, y nadie
puede arrebatársela: "Es algo suyo", dice. La libertad es, pues,
una manera de ser, la propia música de la conciencia, y no una
posesión externa y episódica. Por lo tanto, todos aquellos
prisioneros son libres. Pero, precisamente, no lo son en la
manera del mero ser-en-sí de las cosas (como mesas, muros y
cuchillos), sino en la forma de llegar a serlo consciente y
autoconscientemente, a través de una especie de ardorosa y arriesgada conquista. En esta perspectiva, la mayor parte de los prisioneros de Shawshank no son libres, pero no porque se encuentren actualmente privados de sus movimientos físicos, sino
porque no son capaces de realizar esa conquista. (Esto se muestra en el caso del viejo presidiario Brooks Hatlen (James
Whitmore), que se ahorca pocos días después de ser "puesto
en libertad".)
La trayectoria de Andy en la prisión muestra, por el contrario (como en el caso de Thelma y Louise) la más loca realización de la libertad humana. Veamos: (1) Andy es llevado a
Shaw-shank injustamente, por presumiblemente haber matado a su mujer y amante, sin haberlo hecho. (2) Durante los
primeros años de prisión, pasa por todos los horrores
imaginables: miedo, miseria, violencia, degradación. (3) Se hace
amigo de "Red" y va poco a poco ganando la confianza y amistad de los otros presos. (4) Apartir de un consejo jurídico dado,
en circunstancias dramáticas, a uno de los guardias más perversos, pasa a ocuparse de declaraciones de impuestos y de
otros menesteres de ese tipo (así como de la organización de la
biblioteca), ganando la confianza del Director. (4) Comienza a
ocuparse también de los negocios "sucios" del Director quien,
poco a poco, se muestra como un consumado criminal, a pesar
de citar constantemente la Biblia. (Esto lleva a Andy a comentarle a "Red: "Es curioso, allá afuera yo era un hombre honesto. Aquí me torné un delincuente".) (5) Andy se vuelve tan indispensable para el Director, que éste manda matar a otro preso
que, presumiblemente, conocería al verdadero asesino de la
mujer de Andy y podría prestar una declaración clave, que
probaría su inocencia.
A partir de aquí, el film, hábilmente dirigido por el debutante
Darabont, comienza a engañar al espectador: aparentemente,
Andy está en las manos del Director, desmoralizado y desesperado (condenado a prisión perpetua por un crimen que no
cometió, obligado a enriquecer a otra persona, trabajando para
324
ella como un esclavo). Pero en la última media hora, se van
haciendo revelaciones extraordinarias, que marcan la trayectoria de Andy en dirección a su libertad, pero no simplemente hacia su mera liberación física (que también
acontece), sino a la libertad conquistada a través de la
esperanza, el ingenio, la inteligencia y el coraje (y, ¿por qué
no?, de la picardía y la malicia). En efecto: (6) Andy ha venido
cavando, con un pico diminuto, y a lo largo de casi veinte años,
un pequeño túnel, que conecta su celda con las cañerías de
desagüe. Un determinado día, huye por él. (7) Alo largo de sus
actividades "sucias" con el Director, ha creado un depositante
"fantasma", con documentación en regla, cuya personalidad
asume después de la fuga. Ese depositante, ahora súbitamente
existente, tiene numerosas cuentas bancarias, que le permiten
a Andy huir del país (a una pequeña ciudad de México) con
nombre falso. (8) Sin embargo, no lo hace sin antes incriminar
al Director corrupto, llevándolo al suicidio, y (9) dejando
una pista para que su amigo "Red", después de liberado, se
reúna con él en México, lo que finalmente ocurre. La libertad se ha consumado, pero ha demostrado no ser tan sólo
un baluarte "interior". ¿Ha sido conmovida la tesis
"onto-lógica" de Jean-Paul Sartre?
En verdad, lo que aparentaba ser otro terrible drama carcelario, que termina sistemáticamente mal, con el triunfo de la
injusticia y la degradación y donde sólo se insinúa un eterno
"triunfo moral" (tipo Brubaker (1980), de Stuart Rosemberg,
por ejemplo), acaba transformándose en una especie de "crimen perfecto" donde el criminal es un condenado a prisión
perpetua que consigue escapar a través de un plan infernal.
El viejo truco de invertir sorprendentemente la visión aparente de las cosas —quien era víctima se vuelve verdugo y viceversa— se ambienta esta vez dentro de una prisión. (Tal vez
haya que recordar que el autor del cuento-base del film, es
Stephen King, un especialista en thrillers de suspenso.)
En esa línea reflexiva, el film es tan subversivo y
"nihilizante" como Thelma y Louise. No hay ningún mensaje
"espiritual" en él, tan sólo un homenaje al ingenio, la picardía
y la venganza. Es, como en el otro film, el homenaje al "buen
criminal" (como en Bonnie and Clyde, Natural born killers y
tantos otros casos). Eso está claramente simbolizado en la Biblia que el corrupto Director lleva siempre consigo, y en la
cual, según siempre predica, "estó la salvación". La Biblia es
325
precisamente el lugar inviolable en el que Andy guarda durante
años el pequeño pico con el que cava el túnel que lo llevará
fuera de Shawshank. Después de su fuga, el atónito Director
encuentra dentro de la Biblia de Andy, aun con la forma del
pico en sus páginas perforadas, un mensaje cínico especialmente dirigido a él: "Usted tenía razón: dentro de la Biblia
estaba la salvación".
En verdad, la libertad no es una "libertad interior", sino
una libertad efectiva, conquistada a través de una reivindicación
contra la terrible estructura del mundo: la libertad de Andy
debe ser ingeniosa y violentamente conquistada contra la
injusticia (la de su condena) y contra la corrupción de aquellos
que pueden darse, por el poder social conquistado, el derecho
de castigarlo como lo crean conveniente (el Director, el sistema
penitenciario). Nadie va a darle a Andy su libertad, sino él
mismo. La "espiritualidad" de esa libertad le viene, en todo
caso, a través del proceso de reivindicación y de conquista, y
no porque se trate de una mera "libertad interior". De hecho,
Andy consigue huir físicamente de la prisión pero lo consigue,
precisamente, a través de un trabajo espiritual, esencialmente
"nihilizante", luchando contra el Otro opresor, que es, como en
Thelmay Louise, la siniestra Sociedad hecha por los hombres.
La "esperanza" de la cual Andy habla a lo largo del film, y en
la que el curtido "Red" no cree en absoluto, parece sonar
siempre como una especie de sentimiento superior irrealizable.
Al final, el espectador se da cuenta, deliciosamente engañado
por King y por Darabont, de que aquella constante mención
de la "esperanza" era mucho más irónica de lo que se podía
plausiblemente imaginar.
Curiosamente, la propaganda de este film dio mucha
importancia al personaje de Morgan Freeman (que fue, incluso,
nominado para el Osear y el Globo de Oro, como mejor actor,
en tanto Robbins no recibió ninguna nominación), y también a
"la amistad" entre ambos. Creo que esto, a pesar de estar
presente, es totalmente secundario en la estructura del film.
El proceso de conquista de la libertad es de Andy, y ni siquiera
pasa, estrictamente, por su amistad con "Red" (a no ser por el
hecho de ser éste quien le consigue el pico con el que Andy
cavará su túnel, pero conseguir cosas es precisamente lo que
"Red" hace siempre para todos los presos, tanto para sus amigos
como para cualquiera, con tal de que le paguen para hacerlo).
Tampoco, en ningún momento del film, Andy le cuenta a su
326
amigo sus verdaderos planes (fuga, incriminación del Director, etc.), jamás lo toma como confidente, porque sabe, astutamente, que es peligroso que cualquier otra persona sepa lo
que realmente se propone hacer. "Red" es una especie de testigo del proceso (y es, de hecho, el narrador en off de la historia).
Después de la fuga, comenta en el refectorio: "Algunos no nacieron para permanecer presos. Su plumaje brilla demasiado".
No es un film sobre la amistad, sino sobre la malicia indispensable para ser libre en un mundo opresivo.
Porque el hombre es constitutivamente libre, y porque somos
en medio de los Otros, habrá, de manera inevitable, un terrible
conflicto entre libertades. Cada libertad se desarrollará a expensas de las otras, porque consistimos, ontológicamente, en
no ser el Otro. Esta interrelación primordialmente infernal
("El infierno son los otros", dice un personaje de la pieza teatral
de Sartre, Huis dos, A puerta cerrada) es asumida con todo su
peso ontológico por el film Escenas de la vida conyugal, de
Ingmar Bergman, como si este extraordinario filósofo estuviera
preocupado por mostrar que el casamiento desastroso de
Marianne (Liv Ullmann) y Johann (Erland Josephsson) no es
tan sólo "un caso particular". Hacia el final de la obra, Marianne
pregunta a Johann: "¿Crees que estamos viviendo en una absoluta desorientación!" Johann pregunta, a su vez: "¿Quieres
decir tú y yo?" "No —responde ella— todo el mundo". Este "todo
el mundo", ¿será meramente social, o apuntará hacia alguna
estructura de ser?
El título del film es desde el comienzo irónico: "Escenas de
la vida conyugal". Parece que va a tratarse de una familia,
de una relación armónica y equilibrada, de un "hogar". En verdad, comienza así, pero poco a poco va deteriorándose, y ni
siquiera de una manera noble y superior (como, digamos, el
deterioro mostrado por Rey Lear, por ejemplo), sino a través de
un proceso ridiculizante y mezquino, en donde frecuentemente se dicen trivialidades y mentiras indecentes, en donde sus
protagonistas pierden hasta la última de sus dignidades y merecimientos. Marianne y Johann son cultos, educados, refinados, profe-sionalmente exitosos, y, sin embargo, como se dice
en el film, son "analfabetos del alma", no saben nada de sí
mismos y, cuando sus conciencias entran en conflicto, lo hacen de la misma manera en que lo harían si no tuviesen ninguna cultura superior, como dos niños desorientados y confusos.
327
En verdad, esa cultura superior los abandona en el preciso
momento en que sus almas se tocan y se hieren mutuamente.
Son literalmente devorados por sus propias pasiones, y, en este
sentido, no poseen ningún tipo de "sabiduría" estoica,
spinoziana o nietzscheana. Son cultos, pero no son sabios. Son
ilustrados analfabetos.
Los cambios de humor de Marianne y Johann van adquiriendo un ritmo alucinante y perturbador, pasan en pocos segundos del cariño a la agresión, de la fragilidad a la más
avasalladora fuerza, del desánimo al mayor entusiasmo, del
respeto al insulto, de la timidez al coraje, como si sus personas
fuesen simplemente el escenario de pasiones que no controlan, que ni siquiera consiguen entender. (Y esto es precisamente lo que declara un personaje de otro film de Bergman,
que tematiza precisamente esa idea: Aus dem leben der
marionetten {De la vida de las marionetas, 1980), especie de
desarrollo de la vida de dos personajes que aparecen al principio de Escenas, Peter y Katarina. "Soy gobernado por fuerzas
que no puedo dominar. Es simplemente eso. ¿Qué especie de
fuerzas? No lo sé. Médicos, amantes, pildoras, drogas, bebidas, trabajo, nada de eso ayuda. Son fuerzas secretas. ¿ Cómo
se llaman esas fuerzas? Tampoco lo sé. Tal vez sea la vejez en sí
misma. La podredumbre. No lo sé. Fuerzas que no domino".)
Pero lo más perturbador es que ni la mayor violencia, ni
siquiera la agresión física, es presentada como el fin de la
relación, sino siempre tan sólo como un hito de la misma: un
tiempo después de haberse dicho y hecho cosas al parecer
definitivas —al menos como motivos suficientes para una
ruptura total— uno los ve juntos otra vez, bromeando,
besándose y diciéndose que se aman, como si nada pudiera
ocurrir que terminase esa relación que parece desde siempre
caerse en pedazos (como aquel indecente cadáver de Blood
simple (1984), de los hermanos Coen, que nunca parece
terminar de morir), como si su relación estuviese entretejida
por una fragilidad indestructible. El fondo de esas idas y
venidas emocionales es la soledad y el miedo, o sea, la propia
condición humana desamparada: aquel infierno a dos es, a
pesar de todo, más acogedor que la soledad. Tal vez se trate de
un craso error, pero Ingmar Bergman parece decirnos que en
ese craso error consistimos, en todo caso, los seres humanos.
Y la conclusión más increíble del film es que, finalmente, y
a pesar de todo, a pesar de los insultos, la agresión, la violencia
y la mutua falta de respeto, esa relación infernal puede ser
328
considerada como una relación de amor, no, ciertamente, de
amor divino o angelical, sino de auténtico amor humano: "A
veces —dice Marianne al final del film— lamento no haber
amado nunca a nadie. Creo que tampoco fui nunca amada.
Eso me deja decepcionada". Puedo solamente responder por
mí mismo —replica Johann—. Yo creo que te amo, a mi manera
limitada y egoísta. Ya veces creo que tú también me amas a tu
manera, fría y agresiva. Yo creo, pura y simplemente, que tú y
yo nos amamos uno al otro. De una manera limitada y terrena".
Ellos pueden odiarse, pero no pueden, a pesar de todo, vivir
uno sin el otro. El infierno sartreano es, simplemente, la
condición humana, de manera que no podemos condenarlo,
como si se tratase de algo eventual y evitable, o rechazarlo
hacia fuera de nosotros, como lo hacemos con las imágenes
habituales del infierno. Lo incisivo y desagradable de la filosofía
sartreana de la libertad es que la ha mostrado esencialmente
en conflicto, y que el infierno de ese conflicto no es algo eventual,
sino constitutivo. No habitamos ese infierno, lo somos.
¿Por qué, en definitiva, somos tan crueles unos con los otros?
¿Por qué debemos ser el infierno para los demás? El desamparo
primordial parece dar la solución a ese enigma despreciable.
Lo peor y lo mejor de nosotros surge de ese desamparo, del
miedo de haber nacido, y de tener que morir. Los otros son
mediaciones entre cada uno de nosotros y esos hechos
primordiales, y esas mediaciones oscilan entre el mayor apego
y el mayor distanciamiento, entre el amor y el odio, entre la
necesidad y el desprecio. En verdad, los otros no son, precisamente, el infierno, sino una especie de corporización
eventual del infierno, que, de hecho, tiene muchas caras. Pero
Bergman parece mostrar eso como una verdad formal y no
como algo que tenga que ver con Marianne o con Johann. En
un determinado momento, en medio de una discusión, Johann
lee una carta de Paula, su amante, en donde se pretende decir
algo concreto acerca de él, de Johann. La carta dice así: "Johann es
la persona más tierna, la mejor y la más cariñosa que encontré
en toda mi vida.(...) El problema con Johann es que, en el
fondo, es profundamente inseguro. Le falta, por completo, la
confianza en sí mismo, aun cuando quiera mostrar eficiencia, coraje, y aun cuando nunca se lamente de nada". En ese
momento, Johann detiene con fastidio la lectura y exclama:
"Ahora me doy cuenta de que una persona puede decir realmente
cualquier cosa respecto de otra persona, sea lo que sea. De
todas formas, siempre encaja bien". Porque, sartreanamente
329
hablando, un ser humano no tiene ninguna "esencia", ninguna
definición más allá de su condición de "condenado a ser libre",
más allá del perpetuo e inevitable hacerse a sí mismo
libremente. Cualquier tentativa de definir sustantivamente
esa formalidad, será arbitraria: "encajará", como cualquier otra
tentativa.
III
¿Quién fue Jean-Paul Sartre?
Filósofo francés, nacido en París, en 1905. En 1924 se matriculó en la Escuela Normal Superior, donde conoció a Simone
de Beauvoir, una mujer que tendría enorme importancia en
su vida personal e intelectual. No fue un alumno brillante. Le
interesaron sobre todo las clases del filósofo Alain, que discutía cuestiones vinculadas con la libertad. Sartre terminó
sus estudios en 1928, y en 1931 fue nombrado profesor de filosofía en Le Havre. En 1933 pasó un año en Alemania, en donde se interesó por la Fenomenología de Edmund Husserl, el
análisis de la existencia de Martin Heidegger, la filosofía de los
valores de Max Scheler y la filosofía asumidamente subjetiva
de Soren Kierkegaard. En verdad, Sartre no fue nunca un pensador radicalmente original, dejó que su reflexión fuese marcada por la de otros pensadores. (A la nómina anterior, habría
que agregar a Hegel, Marx y Freud, por lo menos.) A través de
esos otros filósofos, fue dando poco a poco una mejor formulación a su propio pensamiento, crítico, asumidamente ateo,
amargo y cargado de una responsabilidad dramática, en el que
trata de mostrar la radical falta de justificación de la existencia y la necesidad de crearla desde la nada, ya que no existe, según él, una "naturaleza humana" dada de antemano.
Luchó en la Segunda Guerra Mundial, y en 1940 fue hecho
prisionero por los alemanes y enviado al campo de concentración de Trier. En 1941 consiguió escapar y volvió a Francia,
donde entró en la Resistencia. Fundó el movimiento Socialismo
y Libertad, militando contra la ocupación alemana y los
colaboracionistas franceses. Sartre fue eminentemente un
escritor, y su obra literaria es tan importante como su
producción estrictamente filosófica. Ya en 1938 había publicado
330
una novela filosófica llamada La náusea, en la cual exponía
literariamente su actitud fundamental frente al mundo.
Durante la ocupación, en 1943, escribió y escenificó su primera
pieza teatral, llamada Las moscas, en la que exponía
simbólicamente la situación política de su país, e instaba a
luchar contra los alemanes. En el mismo año publicó su primera
obra filosófica importante, El ser y la nada. Cuando terminó
la guerra, fundó la revista Tiempos modernos, juntamente con
otros filósofos e intelectuales franceses, como Maurice
Merleau-Ponty y Raymond Aron. Su obra filosófica fue
criticada por nihilista y quietista, por hacer ver tan sólo el
lado débil e impotente del ser humano, e impedir cualquier
actitud
ética
responsable.
Sartre
se
defendió
vehementemente contra esas críticas, escribiendo un
opúsculo circunstancial, llamado El existencialismo es un
humanismo.
Durante el resto de la década de 40, y a lo largo de los 50,
escribió numerosas piezas de teatro, siempre comprometidas
políticamente. En 1952 ingresó en el Partido Comunista, con
el que siempre tuvo conflictos y tensiones, y del que se retiró
definitivamente en 1956. Sólo en el año 1960 publicó su
segunda gran obra filosófica, Crítica de la razón dialéctica.
Interesado por los movimientos políticos de todo el mundo,
también se sensibilizó por la situación latinoamericana, y viajó
a Cuba y al Brasil en la década de 1960. En 1964 rechazó el
Premio Nobel de Literatura, por considerarlo u un premio
burgués, que sólo es conferido a escritores reaccionarios y contrarevolucionarios". Durante la guerra del Vietnam formó parte,
junto con Bertrand Russell y otros intelectuales de vanguardia,
del Tribunal Russell, que juzgaba la política de los norteamericanos, llegando a condenar al entonces presidente
Lyndon Johnson como "criminal de guerra". Su trayectoria
intelectual, su militancia, su ideario artístico-filosófico, etc.,
fueron acompañados con particular sensibilidad por su
compañera y admiradora de toda la vida, Simone de Beauvoir
("la persona que mejor me conoce", según dijo Sartre una vez)
a través de numerosas obras semiliterarias, de carácter biográfico (como Memorias de una joven formal y La plenitud
de la vida) donde narra la relación que tuvo con el filósofo.
Sartre y Simone no se separaron duraderamente desde que se
conocieron en la Escuela, llevando una vida al mismo tiempo
libre y conjunta, respetando cada uno de ellos la libertad del
otro (inclusive la libertad sexual), viviendo juntos por largos
períodos, separándose y volviéndose a encontrar. También los
331
penosos últimos años de Sartre, semiciego, han sido registrados por Simone de Beauvoir. No obstante haber sido, en la
década del 40, el filósofo de la angustia, Sartre confesó a Benny
Lévy, en el año de su muerte (1980) que nunca en su vida había sentido angustia.
Principales obras: La imaginación (1936), La trascendencia
del ego (1936), La náusea (1938), Lo imaginario (1940), El ser
y la nada (1943), El existencialismo es un humanismo (1946),
Crítica de la razón dialéctica (1960), Las palabras (1964), El
idiota de la familia (1971).
IV
Textos sartreanos
Texto 1 — El hombre es el ser que, a través de la interrogación, trae la nada al mundo.
"(...) con la interrogación, se introduce en el mundo cierta
dosis de negatidad: vemos a la Nada irisar el mundo, tornasolar
sobre las cosas. Pero, a la vez, la interrogación emana de un
interrogador que se mueve en su propio ser como preguntante,
despegándose del ser. La interrogación es, pues, por definición,
un proceso humano. El hombre se presenta, por ende, al menos
en este caso, como un ser que hace surgir y desplegarse la
Nada en el mundo, en tanto que, con ese fin, se afecta a sí
mismo de no ser"(Sartre, El ser y la nada, I Parte, cap. I, V).
Texto 2 — La nada y la libertad.
"A esta posibilidad que tiene la realidad humana de segregar
una nada que la aisla, Descartes, siguiendo a los estoicos, le
dio un nombre: es la libertad. (...) (...) la libertad, como condición
requerida para la nihilización de la nada, no es una propiedad
que pertenezca entre otras a la esencia del ser humano.C) La
libertad humana precede a la esencia del hombre y la hace
posible; la esencia del ser humano está en suspenso en su
libertad. Lo que llamamos libertad es, pues, indistinguible del
ser de la 'realidad humana'. El hombre no es primeramente
para ser libre después: no hay diferencia entre el ser del hombre
y su 'ser libre' "(ídem).
Texto 3 — La libertad y la angustia
332
"(...) el hombre toma conciencia de su libertad en la angustia
o, si se prefiere, la angustia es el modo de ser de la libertad
como conciencia de ser, y en la angustia la libertad está en su
ser cuestionándose a sí misma (...) la angustia no se nos ha
aparecido como una prueba de la libertad humana: ésta se nos
ha dado como la condición necesaria de la interrogación.
Queríamos solamente mostrar que existe una conciencia
específica de libertad y que esta conciencia era la angustia.
Esto significa que hemos querido establecer la angustia en su
estructura esencial como conciencia de libertad (...) hay,
concretamente, despertadores, cartelitos, formularios de
impuestos, agentes de policía; otras tantas barandillas contra
la angustia. Pero en cuanto la empresa se aleja de mí, en cuanto
soy remitido a mí mismo porque debo aguardarme en el
porvenir, me descubro de pronto como aquel que da al
despertador su sentido, como aquel que se prohibe a sí mismo,
con motivo de su cartel, andar por un cantero o por el césped,
como aquel que confiere apremio a la orden del jefe, como aquel
que decide sobre el interés del libro que está escribiendo; como
aquel, en fin, que hace existir valores cuyas exigencias le
determinen su acción'XIdem).
Texto 4 — La libertad consiste en hacer el propio ser.
"Ser, para el para-sí, es nihilizar el en-sí que él es. En tales
condiciones, la libertad no puede ser sino esa nihilización
misma. Por ella el para-sí escapa a su ser como a su esencia;
por ella es siempre otro que lo que puede decirse de él, pues por
lo menos el para-sí es aquel que escapa a esa denominación
misma, aquel que ya está allende el nombre que se le da o la
propiedad que se le reconoce. Decir que el para-sí tiene de ser
lo que es, decir que es lo que no es no siendo lo que es, decir
que en él la existencia precede y condiciona la esenciaC) es
decir una sola y misma cosa, a saber: el hombre es \ibre"(Idem,
IV Parte, cap. I, I).
Texto 5 — No es posible no ser libre. Estamos condenados a
la libertad.
"(...) la libertad es elección de su ser, pero no fundamento
de su ser.(...) la realidad humana puede elegirse como bien lo
entienda, pero no puede no elegirse; ni siquiera puede negarse a ser: el suicidio, en efecto, es elección y afirmación de ser.
Por este ser que le es dado, la libertad participa de la contin333
gencia universal del ser y, por eso mismo, de lo que llamábamos
absurdidad. La elección es absurda no porque carezca de razón,
sino porque no ha habido posibilidad de no elegirse"(/c¿e?n).
Texto 6 — La relación con los otros, con el prójimo, es
inevitablemente negativa.
"En el origen del problema de la existencia ajena hay una
presuposición fundamental: el prójimo, en efecto, es el otro, es
decir, el yo que no soy yo; captamos pues aquí una negación
como estructura constitutiva del ser-otro. (...) El prójimo es
aquel que no es yo y que yo no soy. Este no indica una nada
como elemento de separación dado entre el prójimo y yo mismo.
Entre el prójimo y yo mismo hay una nada de separación. Esta
nada no tiene su origen en mí ni en el prójimo ni en una
relación recíproca entre el otro y yo, sino que, al contrario, es
originariamente el fundamento de toda relación entre el otro
y yo, como ausencia primera de relación"(/c¿em, III Parte, cap.
I, ID.
Texto 7—Al hacerme reconocer por el otro, arriesgo mi propia
vida.
"Ninguna nada externa y en sí separa mi conciencia de la
conciencia ajena, sino que yo excluyo al otro por el hecho mismo
de ser yo; el otro es lo que me excluye siendo sí mismo, y lo que
siendo yo mismo excluyo yo. (...) En efecto, sólo en tanto que se
opone al otro cada cual es absolutamente para sí; afirma contra
el otro y frente al otro su derecho de ser individualidad.C)
Pero el otro no tiene interés para mí sino en la medida en que
es otro Yo, un Yo-objeto para Mí; e, inversamente, en la medida
en que él refleja mi Yo, es decir, en tanto que yo soy objeto para
él. Por esta necesidad en que estoy de no ser objeto para mí
sino allá, en el Otro, debo obtener del otro el reconocimiento
de mi ser. (...) El valor del reconocimiento de mí por el otro
depende del valor de reconocimiento del otro por mí. En ese
sentido, en la medida en que el otro me capta como ligado a un
cuerpo e inmerso en la vida, yo mismo no soy sino un otro.
Para hacerme reconocer por el otro, debo arriesgar mi propia
vida. Arriesgar la vida, en efecto, es revelarse como no ligado
a la forma objetiva, o a alguna existencia determinada; como
no ligado a la vida. Pero, a la vez, persigo la muerte del otro"
(ídem, III Parte, cap. I, III).
334
Ejercicio 14
Wittgenstein, el cine mudo
y la diligencia: lo que se dice
y lo que sólo se muestra
La cuestión de los límites del lenguaje
Introducción
Wittgenstein es el gran renovador no logopático de la Filosofía contemporánea, en el sentido de que no hace intervenir
nunca en sus críticas ningún aspecto vinculado con la sensibilidad o la emoción, en ningún sentido cognitivo. Al contrario,
cree que todos esos elementos, cuando tratan de ser expresados por una proposición articulada, caen nítidamente fuera de
los límites del lenguaje, o sea, fuera de lo que puede decirse
con sentido. Todas sus críticas a la Filosofía tradicional son
internas a la razón puramente "lógica", tanto en la llamada
primera etapa de su pensamiento (Tractatus
logico-philosophicus) cuanto en la segunda (Investigaciones
filosóficas). Por consiguiente, es posible que el Cine
problematice su filosofía de manera semejante a como ya lo
hizo con los filósofos tradicionales, anteriores a la revolución
logopática emprendida, de diferentes maneras, por
Schopenhauer, Nietzsche y Heidegger, dentro de la historia de
la filosofía moderna y contemporánea.
Wittgenstein parte de una crítica a las inadecuaciones del lenguaje y de la necesidad de superarlas a través de un simbolismo
apropiado, que evite las confusiones y ambigüedades habitua335
les, un simbolismo que refleje o figure las cosas del mundo de
manera fiel (cumpliendo un requisito de "isomorfía" —o de
"igualdad de forma"— entre el lenguaje y el mundo). Esta
isomorfía no debe ser, necesariamente, un reflejo material de lo
que se figura, sino una proyección formalmente proporcionada
al objeto, como ocurre en geometría o en música, en donde una
partitura y un disco gramofónico tienen la misma estructura
lógica, aunque diferente materia y forma física.
Este simbolismo adecuado permitirá decir en él tan sólo lo
que tiene sentido, y lo que no lo tiene quedará automáticamente
fuera de sus límites, en el ámbito del silencio, de lo indecible,
de lo que sólo se muestra, pero no se puede decir (con sentido).
En particular, todas las cuestiones de valores (por ejemplo,
las cuestiones éticas) no se pueden expresar, sino que pueden
tan sólo mostrarse. Las afirmaciones sobre cuestiones morales,
entonces, carecen de sentido, lo que no quiere decir que no
sean importantes. Al contrario, quedan fuera de los límites
del lenguaje precisamente por ser cuestiones fundamentales,
que no se refieren a meros hechos, los cuales pueden siempre
ser figurados correctamente mediante las estructuras del
lenguaje.
Wittgenstein critica igualmente a la Filosofía tradicional, por haberse dejado engañar por las inadecuaciones del
lenguaje, y haber intentando, a pesar de todo, expresar cuestiones (valorativas y otras) que no pueden expresarse con
sentido, generando pseudoproblemas (aparentemente muy
"profundos"), cuestiones que en verdad no son falsas, sino
llanamente sinsentidos, especialmente las llamadas cuestiones "metafísicas". La actividad filosófica es concebida por
Wittgenstein como una tentativa de elucidación de confusiones lingüísticas, y no como debiendo establecer algún tipo
particular de hechos o de verdades. No hay "hechos filosóficos", sino tan sólo elucidación filosófica de los hechos. La
Filosofía no se refiere al mundo, sino al lenguaje, a los conceptos con los que intentamos entender el mundo.
II
El último de los hombres (Der letzste mann, Alemania, 1924),
de Friedrick W. Murnau, El cantor de jazz (The jazz singer,
EE.UU.,1927), de Alan Crosland. ¿Puede el silencio decir
336
alguna cosa?: el caso del cine mudo.
La diligencia (Stagecoach, EE.UU., 1939) de John Ford, un
western realizado durante la vida de Wittgenstein: Lo que no
puede decirse, puede mostrarse....en una película de cow-boys.
En cierta forma, tomando en cuenta la distinción
witt-gensteiniana entre Decir y Mostrar, el Cine parecería,
visto superficialmente, la propia apoteosis del puro Mostrar.
No olvidemos que el Cine nace mudo (más mudo aún que los
seres humanos, porque ni siquiera lloró al nacer, ni emitió el
más leve sonido) con la obligación de mostrar —por sus
limitaciones técnicas—aquello que, aparentemente, "no podía
decir". Pero, ¿se caracteriza realmente el Cine por el puro
mostrar? O: su mostrar, ¿puede separarse de su decir?
El dualismo Mudo/Sonoro, ¿podría equipararse a la disyuntiva wittgensteiniana entre Mostrar y Decir? No, y rotundamente no. Y precisamente en esa negativa se esconde la posibilidad de que el Cine venga a presentar contra Wittgenstein
una problematización radical, en lo que se refiere a la manera
como entendió éste los límites del lenguaje. Si el Cine solamente mostrase, su lenguaje no sería tan interesante y tan
poderoso como efectivamente lo es. Lo que el Cine mudo ayuda a entender es que el mostrar del Cine no es un límite de lo
que se puede decir, sino que es, ese propio mostrar, una forma
del decir. El Cine muestra y dice al mismo tiempo, pero no de
la manera en que lo hace la proposición. La imagen cinematográfica, en su particular decir-mostrar, parece indicar que el
problema de los límites del lenguaje tiene que plantearse de
una manera no wittgensteiniana.
Hoy tenemos la fuerte impresión de que el cine mudo era
limitado y que nuestro actual cine sonoro superó esas
"limitaciones". Muchas personas, sobre todo las muy jóvenes,
no consiguen imaginar cómo el Cine fue alguna vez mudo, cómo
alguien podía divertirse o aprender algo de una imagen sin
sonido. Estamos completamente educados en esa cultura audiovisual. Pero eso no fue siempre así. Grandes directores de comienzos del siglo consideraron el advenimiento del sonido como
una catástrofe para el arte cinematográfico, o, al menos, \como
una gran limitación para el mismo!, como un retroceso
respecto de las posibilidades expresivas que el Cine había comenzado a demostrar. Entre esos creadores estaban nada
menos que Charles Chaplin, Rene Clair, Mack Sennett, Buster
337
Keaton y Jean Epstein. Este último escribió: "...el cine sonoro,
tal como hoy se lo practica, se olvida de quince años de progreso
hacia la independencia del cine total del que forma parte. Ha
olvidado hasta su esencia, que es la recreación del movimiento.
Revive, con juvenil fatuidad, todos los errores de los que el cine
mudo se arrepintió". Y Chaplin: "...he vuelto a recordar mis
viejas películas y, repasando las escenas de la carta en Armas
al hombro, la frustrada cena de Navidad de La quimera del
oro, las secuencias del camión en el que encuentro a Jackie en
El pibe, etc., me han reafirmado en mi primera resolución: la
palabra, lejos de añadir algo, hubiera sido perjudicial". Y Rene
Clair: "Ya pasó el tiempo para los que aman el arte de las imágenes, de lamentar los efectos de esta bárbara invasión. Hace
falta intervenir". Y: "Es probable que la precisión de la expresión
verbal reste poesía a las imágenes, como se la quita a la atmósfera de
un sueño...ante el film sonoro nos está permitida la esperanza. Ante
el film hablado, la inquietud se mantiene".
Muchos de los creadores que habían hecho cine mudo pensaban que el sonido iría a retrotraer al Cine al estado miserable del teatro filmado, y a llevarlo al estatismo de sus
comienzos, borrando la revolución del movimiento y la flexibilidad aportada por el cine mudo. La palabra distraería
tanto a los actores como al espectador, que ya tenían su
visualidad educada según las posibilidades del nuevo arte.
Con el sonido, la realidad iba a ser imitada con más aproximación, y con eso la creatividad disminuiría. Muchas de
las cosas que, en el período mudo, desafiaban el ingenio y
la inventiva de los directores, actores y espectadores, ahora
iban a poder, simplemente, ser dichas, literalmente y sin
ninguna sutileza. En 1928, Alexandre Arnoux se refería,
en relación con el cine sonoro, a: "una extrema monotonía
cinematográfica, unas transiciones sin gracia y un estatismo que nos devuelven directamente al texto declamado
en un escenario. Cuando el actor se libera de la obligación
de la palabra, el interés renace. Cabe preguntarse si la voz
en lugar de mejorar la expresión la perjudica". Y este autor
hace un verdadero elogio del cine mudo: "su juego de blancos y negros, su silencio, el ritmo de sus imágenes, el que la
palabra, esa vieja esclavitud de la humanidad, hubiese quedado relegada a un segundo término, prometían un arte
maravilloso. Y he aquí que un bárbaro invento viene a destruirlo todo".
338
Al lado de esa actitud de los hacedores de Cine, es interesante recordar que tampoco los espectadores manifestaban
ninguna especial ansiedad de que el cine pudiese hablar, ninguna profunda "necesidad del sonido". Las personas se habían
acostumbrado totalmente al "lenguaje mudo" y eran indiferentes a las denodadas tentativas que los científicos e inventores estaban haciendo para introducir el sonido en el Cine.
Eso probaba alguna cosa en el nivel del lenguaje ordinario, de
la cotidianidad expresiva del lenguaje, una especie de autosuficiencia, y una total ausencia de cualquier sensación opresiva de algún tipo de "límite".
Wittgenstein concibe los límites del lenguaje como exactamente una barrera que deja, de un lado, lo que se puede
decir, y de otro lado, el silencio, lo que sólo se muestra. De
alguna manera, aquello que se silencia, que no se puede
decir, es, para él, la propia manifestación del límite. Eso es
precisamente lo que parece faltar en la historia del Cine: la
idea de que lo que no se dice con palabras articuladas indica hacia algún tipo de límite. Para los grandes creadores
del cine mudo, el silencio era, precisamente, su forma de
decir algo, su manera de expresarse, y la decibilidad
articulada en un lenguaje hablado se veía como un real peligro para esa expresividad. El silencio habla, o, mejor dicho,
el cine mudo mostró que no hay verdaderamente silencio, que el
silencio es imposible.
Así como Wittgenstein pensaba que lo indecible caía fuera
de los límites del lenguaje escrito (en un simbolismo adecuado), así los directores del cine mudo pensaban que era lo decible,
lo hablado, lo que quedaba fuera de los límites de un lenguaje
adecuado. Si Wittgenstein podía declarar que "Lo que no se
puede hablar, es mejor callarlo", el Cine mudo podía replicar:
"Lo que no se puede callar, es mejor decirlo". Esto sugiere que
el Cine puede mostrar, contra Wittgenstein, que el silencio no
es homogéneo, que lo que se calla puede callarse por algún
motivo de inadecuación simbólica, pero también por la
presencia y la acción de alguna otra forma de expresividad o
de decir. "Aquello de lo que no se puede hablar de cierta forma,
es mejor tratar de decirlo de otra, por ejemplo, a través de un
lenguaje sin palabras". O: "De lo que no se puede hablar, mejor
hacer un film". El Cine mudo sugiere la posibilidad de un callar
que dice. ¿Problematiza esto la distinción wittgensteiniana
entre decir y mostrar?
339
A Wittgenstein le gustaba enormemente el Cine (después
de sus clases, muchas veces iba a ver alguna película con un
amigo) y especialmente las películas de cow-boys, como veremos.
También era muy afecto a la literatura, prefiriendo los cuentos
morales de Tolstoi. En todo caso, era sensible a las formas de
expresión no articuladas en lenguajes simbólicos escritos.
Hubiera concedido, tal vez, que aquello que no se podía decir
articuladamente, se podía expresar en alguna otra forma de
lenguaje. Pero insistiría en que esa expresión era tan sólo
mostrativa, y no otra forma de decir, y es eso lo que lo separaría
aún del Cine. A través de la imagen, no existiría otra forma de
acceso significativo al mundo, sino aquello que, al no poder
ser nunca significativamente dicho, sólo podía ser mostrado.
Lo que se debe callar, para Wittgenstein, consiste en algo
denegativo, privativo, de lo que nada se sabe. Aquello que se
calla en el Cine, lo mudo, lo que se expresa por la pantomima,
el movimiento, la alusión, el gesto, no es algo privativo, sino
algo que tiene una corporalidad positiva, articulada de otra
manera. Es el campo del decir lo que el cine amplía. El no se
resigna, wittgensteinianamente, a ser soterrado en el ámbito
de lo que meramente se muestra, sin decir nada. El cine mudo
es un decir nada que dice, un decir que muestra. Para Wittgenstein, las narraciones literarias —y tal vez el Cine— mostraban lo que no se podía decir, pero lo que no se podía decir ya
había sido determinado de manera absoluta a través de las
condiciones de un simbolismo articulado. Wittgenstein no admitiría que el Cine pudiera proporcionar otra forma de
simbolismo articulado, otra forma de decir. Lo que el Cine niega es lo afirmado en el aforismo 4.1212 del Tractatus: "Lo que
puede ser mostrado, no puede ser dicho".
En apoyo de esto, se puede recordar que, en su primera obra,
el Tractatus Logico-Philosophicus, Wittgenstein había tratado
de desarrollar una teoría del lenguaje que él denomina
"pictórica", y que presenta esta teoría, precisamente, como
aquélla capaz de determinar, de manera absoluta, el límite
entre decir y mostrar. Según esta teoría, la proposición es una
figura de los hechos, y entre aquélla y éstos debe existir una
relación biunívoca, o isomórfica, de correspondencia total entre
ambos: debe haber tantos elementos en la proposición cuanto
en el plano de los hechos. (Tractatus, 2.12, 2.151). Su teoría
del significado es, pues, imaginística; la proposición tenía que
intentar ser una especie de imagen de la realidad, para poder
340
cumplir la exigencia de isomorfía (3.1, 3.11, 3.1431, 4.014,
4.0141, 4.016). Esta exigencia de "pictoricidad isomórfica" con
los hechos parece muy difícilmente cumplible por un lenguaje
de palabras, pero parece mucho más accesible para un lenguaje de imágenes como el del Cine. Como Heidegger,
Wittgenstein pensaba que estas relaciones imaginísticas podrían —a través de una adecuada regimentación lógica— ser
expresadas aun por lenguajes escritos. Pero el Cine ayuda a
pensar que tal cosa pueda ser , tal vez, una empresa imposible, que los medios y recursos del lenguaje escrito no alcancen
para cumplir las exigencias de figuración isomórfica de los
hechos exigida por Wittgenstein. El Cine es más pictórico que
el más pictórico de los lenguajes escritos, más aún que los jeroglíficos mencionados por el autor del Tractatus.
La otra problematización cinematográfica de la filosofía del
lenguaje de Wittgenstein no es aportada directamente por el
cine mudo, sino por el paso del mudo al sonoro, y por la
utilización creativa que este último va a hacer del sonido, para
aventar los temores, bien justificados, de los grandes directores
antes citados. La grandeza del cine mudo (que no todas las
películas mudas consiguieron alcanzar) ha consistido en hacer
filmes que puedan efectivamente ser realizados de manera
plenamente expresiva sin sonido, sin tratar de hacer aquello
que sólo con sonido se podría conseguir.
Esta tentativa frustrada, que reúne lo peor del cine mudo,
está marcada habitualmente por la mayor o menor necesidad
de la utilización de letreros adicionales a la acción: más letreros,
menos autosuficiencia. No tiene demasiado sentido, por
ejemplo, en el cine mudo, filmar a dos personas moviendo los
labios durante largos minutos, y después insertar un letrero
donde se lee lo que las personas están diciendo. En el cine
mudo no es posible dialogar y esto habría que aceptarlo plenamente. Al tratar de incorporar la conversación dentro de
una estructura esencialmente no conversacional, los directores
estaban, como diría Wittgenstein, arremetiendo inútilmente
contra las paredes del lenguaje. No tenía ningún sentido hacer
la mímica de una conversación muda. Simplemente, la conversación tenía que ser excluida radicalmente del tipo de
expresión que el cine podía, en esa época, realizar. Asimismo,
cualquier tentativa de desarrollo psicológico interno, por
ejemplo, debía ser radicalmente excluida (a pesar de tentativas
como la famosa La pasión de Juana de Arco (1928), de Cari
341
Dreyer, o Aurora (1927), de Murnau). El Cine mudo (y, tal vez,
el Cine en general) era el ámbito de la exterioridad, de la mímica, de la acción descriptible, de la expresión facial, del
movimiento.
Los temores de Chaplin, Clair y los otros antes citados ante
el advenimiento del cine sonoro, estaban basados en una idea
muy limitada del uso del sonido en el Cine, como si el mismo
debiera ser dictado tan sólo por el progreso técnico, y por una
especie de convicción maximalista de que si tal posibilidad
técnica existía, debía ser implementada maximalmente, lo que
dio como resultado los famosos filmes "totalmente hablados".
Pero, precisamente, la posibilidad técnica del sonido —adecuadamente dosificada e integrada al resto de los otros elementos del lenguaje cinematográfico— le estaba dando al Cine
algo de la mayor importancia filosófica: la posibilidad de callar, la posibilidad misma del silencio. No estaba dándole,
contra la intuición habitual, la posibilidad de expresarse, y
de decir, porque el cine mudo, como se vio, tenía su expresividad y su decibilidad perfectamente determinadas (e, inclusive,
públicamente aceptadas), sino, por el contrario, la posibilidad de callar, de guardar silencio, que —eso sí— el cine mudo
no tenía.
Lo que el cine sonoro aporta es, pues, la idea —que, según
parece, también es antiwittgensteiniana— de que la expresividad del lenguaje no se mide tan sólo por lo que es capaz de
decir, siendo lo que se calla tan sólo su límite, sino por lo que es
capaz de decir y de callar contrapuntísticarnente, siendo que
lo que se calla no es entonces un límite, sino parte de su expresividad. Esto ya había sido mostrado por el cine mudo en lo que
se refería a las posibilidades expresivas del decir sin palabras.
El cine sonoro vuelve a mostrarlo en lo que se refiere a las posibilidades expresivas del no decir con palabras. En ambos casos,
las dicotomías decible/mostrable, decible/silenciable de
Wittgenstein parecen quedar afectadas.
Aun después de inventado el cine sonoro, muchos directores
continuaron haciendo filmes mudos, pero, y esto es más importante, aun mucho tiempo después de creado el cine sonoro, muchos directores (Hitchcock, con lo que él solía llamar
"puro cine", Jacques Tati, con su cine cómico casi ciento por
ciento visual, etc.) continuaron dando prioridad a las imágenes
sobre las palabras. El olvidado Albert Lamorisse declaró una
vez: "Las palabras no me interesan. Sólo imágenes". En los
342
filmes de Antonioni y Wim Wenders (anteriores a París I Texas,
sobre todo), los silencios son avasalladores. Y los trucos y artificios que pueden hacerse jugando con sonidos e imágenes, en
el momento en que los creadores se dan cuenta de las posibilidades expresivas de su no simultaneidad (huyendo de la redundancia) son ilimitados. En verdad, el sonido (las palabras,
la música, los ruidos) tiene un sentido expresivo lingüístico, y
un valor filosófico de transmisión de conceptos, cuando el mismo es incorporado al Cine al lado de sus otras posibilidades
(actores, escenarios, movimientos de cámara, iluminación, etc.),
y es letal cuando pretende tener algún tipo de primacía sobre
esos otros elementos. Así, paradójicamente, el cine mudo inaugura el decir, y el cine sonoro, el callar. El decir no necesita
de palabras, pero el callar sí. La falta de sonido no fue una
"limitación" para el cine mudo, pero la falta de silencio sí lo
fue. Y éste no parece ser un límite de tipo es-trictamente
wittgensteiniano.
En lo que se refiere a la movilización de conceptos-imagen,
a la posibilidad de problematización de lo real a través de
conceptos logopáticos, la diferencia mudo/sonoro es perfectamente inesencial. Griffith desarrolló conceptos-ima-gen de la
intolerancia, Eisenstein del cambio social y Murnau de la degradación, sin necesidad de usar palabras. Recordando los
casos de Intolerancia, El acorazado Potemkim y El último de
los hombres, sería simplemente ridículo insinuar que el impacto emocional, indispensable, como se sabe, para la instauración del concepto-imagen, es menor o resulta disminuido por
causa de la ausencia de sonido. El paso del mudo al sonoro es
simplemente un paso técnico, y se sabe que la técnica tiene
una relación indirecta con el concepto-imagen, ya que son las
técnicas las que posibilitan el impacto emocional, y las posibilidades cognitivas (y persuasivas) de ese impacto. Pero el paso
del mudo al sonoro es filosóficamente inesencial, tan inesencial
como el advenimiento del Cinemascope, o del Technicolor. La
emoción tiene la característica de ser transferible, y de ser tan
fuerte y poderosa bajo el dominio de una técnica como de otra.
No podríamos decir que sólo nos emocionamos con películas
de color, o con filmes hablados...o con filmes mudos; eso sería
una especie de perversidad afectiva.
Murnau hizo, en 1924, una de las obras maestras del cine
mudo, El último de los hombres. En este film se cuenta la historia de un viejo portero de hotel (Emil Jannings, famoso ac343
tor del período mudo, que participó en varios filmes de Murnau,
Lubitsch y Von Sternberg, inclusive en el cine sonoro) muy
orgulloso de sus funciones. Permanece de pie delante de la
puerta del lujoso hotel, con su puerta giratoria y su incesante
movimiento de personas que entran y salen, de autos que estacionan y parten, abriendo las puertas de los vehículos, cargando pesados equipajes, y, especialmente, paseándose
ufanamente, vestido con su impecable uniforme de capitán,
lleno de adornos y de botones dorados. El regreso a su casa
—que él hace siempre de uniforme— es apoteótico: respetado
por los hombres, admirado por las mujeres, el portero atraviesa las calles con el paso orgulloso de quien triunfó en la vida,
recibiendo los saludos y las miradas admirativas de toda la
vecindad. Pero un buen día todo eso se desmorona. Fatigado
después de haber cargado una valija muy pesada, y al sentarse para beber rápidamente un refresco y recuperar sus fuerzas, el viejo es visto por uno de los gerentes del hotel y
sumariamente despedido de sus funciones de portero. En homenaje a sus largos años de servicio, el hotel le ofrece otro
empleo, encargado de la limpieza de un toilette, en un lugar
oscuro del hotel, lejos del bullicio de la calle.
A partir de este momento del film, es el uniforme del portero, más que él mismo, el que se adueña del papel protagónico
del film. Pues el bonito y esplendoroso uniforme engalanado
resume todo el respeto, la autoridad, la competencia y la autoestima de aquel hombre, que en el momento de su destitución,
está obligado a devolverlo, para que sea utilizado por alguna
otra persona. El momento en que retira el uniforme del propio
cuerpo, es un momento de supremo despojo, de desnudez, de
degradación total, como si se tratase de una piel que se desprende, no dejando nada debajo de ella. El no puede tolerar
tanta vergüenza, ni consigue juntar coraje como para poder
volver a su casa vestido de civil, sin su brillante uniforme, ya
que sin él no es nada, no es nadie, no es diferente de nadie, ni
nadie más lo respetará ni le tendrá ningún tipo de consideración. En el primer día después de su humillante destitución, el
portero roba su antiguo uniforme, y lo viste apresuradamente
en la calle, para poder volver con él a casa, aun cuando, interiormente, se sienta abrumado y sin fuerzas, y deba hacer esfuerzos indecibles para aparentar su orgullo y alegría habituales. Ese día de fingimiento hay una fiesta de compromiso
en su casa, él bebe bastante y olvida pasajeramente su drama.
344
Al día siguiente, se encamina uniformado hacia el hotel, como
si nada hubiera ocurrido, pero al llegar a las proximidades, se
acuerda de su nueva posición, se quita el uniforme y lo esconde en el guardaequipajes de una cercana estación de trenes,
para recuperarlo más tarde, después de cumplir, sin ganas y
profundamente frustrado, sus nuevas tareas de peón de limpieza. El uniforme, que fue el símbolo de su grandeza, ahora,
en esta vida de fingimiento y ocultación, se transforma en el
símbolo de su miseria, despojo y frustración.
Al mismo tiempo, este uniforme prestado, despojado de su
investidura social, ha dejado de tener el valor institucional
que tenía y se ha transformado ahora en un pedazo de trapo,
en una prenda que no simboliza nada, que tiene tan sólo una
significación individual y, por tanto, no representativa. El
uniforme estaba inserto dentro de una estructura social y tenía
valor dentro de la misma. Esa estructura social continúa en
actividad, sin el uniforme. De esta manera, en muy poco tiempo,
la impostura es descubierta. Una tía del portero, que le trae el
almuerzo, no lo encuentra en la puerta del hotel y al preguntar
por él, se entera de lo que ocurrió. A partir de allí, la noticia
corre como el viento. Los mismos vecinos que pocos días atrás
festejaban y honraban al viejo portero, ahora se burlan de él
despiadadamente, señalándolo con el dedo, asomándose a las
ventanas, gritándole en la cara su miserable condición actual.
La realidad de su situación se impone a la débil tentativa de
continuar conservando el propio valor perdido, y la cámara
abandona al viejo en el fondo del baño donde desempeña sus
nuevas funciones, con la mirada vaga y perdida, como si sólo
le restase esperar por la muerte. El film termina allí. Hay un
añadido del que hablaré más adelante.
Como se puede ver en este sucinto comentario de lo que
ocurre en el film, éste es extraordinariamente rico, uno de los
más ricos del cine mudo (junto, posiblemente, a los filmes de
Eisenstein, Griffith y Chaplin). Se muestra en él la infatuación,
la ilegítima impostura de un hombre, orgulloso por una honra
que, en verdad, nunca poseyó, por un cargo que siempre estuvo
en otras manos, realmente poderosas. La fragilidad de ese cargo
—como la propia fragilidad de la condición humana— contrasta
con la enorme importancia que su portador le confiere. La caída
del viejo se produce en pocos minutos, como podría acontecer
con la de cualquiera de nosotros. El reconocimiento social, que
parecía tan consolidado y permanente, tan seguro y confiable,
345
se desvanece rápidamente, y las personas que parecían amar
y admirar al viejo portero se transforman ahora en sujetos
burlones y malvados, que se ensañan con su desgracia, así
como antes proyectaban sus propias frustraciones y desafectos
en el pretendido éxito profesional y social del viejo portero.
Este contenido es extremadamente complejo, tanto psicológicamente cuanto social y éticamente. La pregunta fundamental aquí, desde una perspectiva wittgensteiniana, es la
siguiente: ¿cómo consigue Murnau decir tantas cosas a través
de un film absolutamente mudo! Suprimió de él todos los letreros, no hay uno solo sino algunas leyendas insertas en la
propia imagen, como la carta de destitución del portero y otros,
muy escasos. De manera que el espectador tiene tan sólo la
imagen, y la extraordinaria interpretación de Jannings, para captar todo eso. ¿Cómo tiene que ser el lenguaje del cine para poder
decir tanto con, aparentemente, tan poco?
El último de los hombres presenta un concepto-imagen de
la degradación y del despojo, y, más abstractamente, de la
fragilidad de la condición humana. En verdad, la anécdota
literal puede ser banal y hasta ridicula, desde un punto de
vista psicológico. ¿Por qué enorgullecerse tanto de un miserable
puesto de portero, y por qué desesperarse tanto por perderlo?
¿Por qué el ex portero no compra un periódico y se pone a la
búsqueda de otro empleo? ¿Es el último empleo del mundo?
Pero lo que se muestra no siempre coincide con el nivel de los
conceptos-imagen. Existe otro ámbito, más allá de lo literalmente mostrado, en donde la significación del film se
desarrolla, de manera abstracta, conceptual y universal. Así
como es increíble que Scotty encuentre a Madeleine en medio
de la multitud (en Vértigo, de Hitchcock), así también es poco
creíble la conducta del portero, pero eso no es lo fundamental.
Esas acciones esquemáticas e inverosímiles están siendo utilizadas con otros objetivos. La bicicleta de Ricci, así como el
uniforme del portero, no son conceptos-imagen, sino elementos
en que los conceptos-imagen se apoyan, para poder ser
vehiculizados. La pérdida de la bicicleta, así como la pérdida
del uniforme, son la pérdida de una condición, de una investidura, de una dignidad. Los objetos mismos no interesan, los
personajes mismos no interesan, y ellos pueden ser poco creíbles psicológicamente, sin que dejen de ser filosóficamente
representativos de problemas y de ideas.
Pero lo extraordinario es que esta vehiculización de conceptos-imagen se pueda hacer sin ninguna palabra, sin
346
diálogo, sin conversaciones, y sin ningún recurso interiorista,
que intente retratar la psicología de los personajes.
Wittgen-stein afirmaba que lo que no podía ser dicho
articuladamente, en un lenguaje escrito de palabras, carecía de
sentido. ¿Carece de sentido lo dicho por el film de Murnau?
¿O lo tiene precisamente porque, a pesar de todo, el lenguaje
imaginístico del Cine es articulado, en el sentido simbólico
explicado por Wittgenstein? De todas maneras, en esa
articulación, las palabras no son necesarias, las proposiciones
no son necesarias. Murnau muestra que se pueden hacer
afirmaciones acerca del ser humano y de su condición, por un
medio no proposicional y, no obstante eso, articulado. Y lo
que es allí mostrado-dicho, no es algo meramente particular,
una anécdota en torno a una persona, sino que tiene intención
universal, dice algo acerca del ser humano, de su lugar en el
mundo, de la esperanza, la honra y la pérdida, y lo dice con
pretensiones de verdad universal. Parece que, después de todo,
lo que puede ser mostrado puede ser dicho.
El impacto emocional, el carácter logopático de las imágenes de Murnau, se logra plenamente a través del lenguaje
mudo, de la total ausencia de palabras. Este efecto se consigue a través de los enfoques de cámara, de los
encuadra-mientos, de la expresividad de los actores (sobre
todo, la del protagonista), y de la atmósfera opresiva que se
consigue crear. No hacen falta palabras para instaurar un
concepto-imagen de la fragilidad, la caída, la impostura, aun
cuando, en la época del sonido, los recursos sonoros
potencialicen el lenguaje cinematográfico y le proporcionen
nuevas posibilidades para hacerlo, recordando siempre que
éstas no podrían aplicarse sin un adecuado contrapunto con
los experimentos expresivos desarrollados por el cine mudo.
Todo lo que se precisa para seguir la historia del viejo
portero, desde su apogeo hasta su degradación, es
simplemente (aún hoy) conmoverse con ella, asimilar sus
extraordinarias imágenes y dejarse llevar por la enorme
persuasividad de su lenguaje hiperexpresivo, típica del cine
alemán de aquellos tiempos.
Recordemos, para mejor consolidar esta portentosa autosuficiencia del cine mudo, esta capacidad simbólico-pictórica
de la imagen, que en nada necesita de palabras articuladas,
algunas escenas especialmente logradas: la secuencia que va
desde la noticia de la destitución, hasta el regreso del portero
al hotel al día siguiente, después de dejar el uniforme en la
347
estación de tren. Se trata del primer día en su nueva condición.
Vemos que el portero está sentado, bebiendo un refresco,
después de habérselo visto cargar pesadas valijas. Hemos visto
su orgullo a través del andar ampuloso, como vemos ahora su
cansancio, todo esto transmitido por la pura expresión corporal
de Jannings. Vemos al gerente entrando y viendo al portero
sentado y bebiendo un refresco. ¿Cómo sabemos que es un
gerente? Por la vestimenta y el porte. ¿Cómo sabemos que está
malhumorado y contrariado por lo que ha visto? Por sus gestos
decididos. El portero se entera de su destitución por una carta,
que podemos leer en el propio cuadro. Toda la tristeza y
frustración son transmitidas por la actitud del actor. Pero las
elecciones de perspectiva y encuadre del director son
fundamentales: en el momento de ser destituido, el gerente da
la espalda al portero, y éste, balbuceante e inseguro, trata de
continuar hablando con él, de no dar la conversación por
terminada, de llamar aún su atención. El uniforme está colgado
dentro de un armario, de frente al espectador, y se crea
visualmente el vínculo dramático entre el actor y esa prenda.
Vemos que el hombre toma el uniforme y lo esconde entre sus
ropas. ¿Qué va a hacer con él? Vemos que, más tarde, en la
calle, lo viste y va con él hasta su casa. ¿Por qué está haciendo
esto? ¿Es preciso agregar palabras? Ya vimos, al comienzo del
film, los festejos y homenajes de los vecinos. "Ah, es evidente
que no quiere que sepan que fue destituido". Las actitudes del
portero durante la fiesta de compromiso, distantes y agónicas,
son perfectamente autoexplicativas, y el sueño de realización
personal termina de consolidar el contenido del drama. Todos
entienden que, al día siguiente, se detenga, a pocos metros del
hotel, sin saber qué hacer con el uniforme, hasta que vemos
que lo coloca en el guardaequipajes. "Lo va a retirar más tarde,
está decidido a llevar una vida doble". No precisamos que nos
digan nada. Todo está perfectamente claro.
Ciertamente, hay muchas cosas que no se pueden expresar
con este lenguaje. Las actitudes y comportamientos visuales
del actor son una pieza fundamental del cine mudo. No puede
haber en el cine mudo, por ejemplo, un contraste entre lo que
el actor hace y lo que dice, todo lo que él dice es lo que hace, él
es sus movimientos. No se puede dar una sorpresa al
espectador, en el sentido de hacer que el actor que hace de
gerente, por ejemplo, no demuestre en el momento de ver al
portero fuera de su lugar de trabajo, sus intenciones de echarlo.
348
Esto, ciertamente, podría conseguirse con letreros, pero estamos suponiendo que queremos, como Murnau en este film, suprimirlos totalmente. El actor tiene que reaccionar literalmente
frente a lo que sucede, porque, si no, sus gestos podrían confundir al espectador. Si el portero reaccionase con alegría y
supremo júbilo ante la noticia de su despido, pensaríamos que
no hemos entendido alguna cosa. O tendría que aparecer un
letrero diciendo: "Frente a la noticia, el portero no aguanta y
se vuelve loco" o "Frente a la noticia, decide no hacer caso". En
cambio, si ante el despido, el portero adopta la actitud de angustia y desesperanza, nadie va a sentir la falta del letrero, ni
va a preguntarse qué es lo que está sucediendo con él. El cine
mudo se ve, así, obligado a cierto conductismo, lo que sabemos
de la vida interior lo debemos saber a través de lo que podemos observar en las acciones de los personajes.
Claro que todos los contrastes expresivos entre sonido e
imagen, que hasta hoy están siendo descubiertos, no estaban
al alcance del cine mudo, pero hay muchas cosas que el cine,
aun actualmente, no consigue hacer, como, por ejemplo,
expresar todo lo que Proust diría acerca de los matices de una
interioridad atormentada. Los lenguajes tienen sus límites,
claro, pero lo que no se puede decir es que la ausencia de
palabras represente algún tipo de límite absoluto. Wittgenstein
quiso determinar los límites del lenguaje de una manera
absoluta y definitiva. Pero los límites son relativos al poder
expresivo de cada lenguaje, y no existe un lenguaje privilegiado
a partir del cual puedan juzgarse las capacidades de todos los
otros.
Una palabra sobre el añadido de los cinco minutos finales.
Estéticamente hablando, ese añadido arruina la obra de una
manera pasayesca e inexplicable. En efecto, después de que la
cámara abandona al viejo portero en el baño en donde trabaja
como peón, ¡aparece un letrero!, el primero, que dice lo
siguiente: "Aquí debería terminar la historia del portero. Pero
al autor le dio pena abandonar a un pobre viejo en espera
simplemente de su muerte, y decidió agraciarlo con un final
inesperado". En ese oprobioso final, el portero recibe una inesperada herencia de un desconocido, y se torna un millonario,
que gasta enormes sumas de dinero en el restaurante del propio
hotel donde antes trabajaba, en compañía de sus amigos pobres.
Viendo este penoso agregado desde el punto de vista filosófico
—y no ya estético— puede considerárselo como igualmente
349
catastrófico: en verdad, la infelicidad y degradación del viejo
portero nunca se debieron, ciertamente, a la mera falta de dinero. La pérdida del uniforme fue la pérdida de la dignidad y
del propio valor de su persona, que nada tienen que ver con la
posesión de dinero, ni con la riqueza o la pobreza. El portero
sólo recuperaría su dignidad si fuese admitido de nuevo como
portero del gran hotel, y se le permitiera de nuevo cargar sus
pesadas valijas, sintiendo que es indispensable en ese lugar, y
el mejor en ese tipo de servicios (como lo ha soñado en la primera noche después de su despido, en un sueño en el que transporta valijas que cinco hombres fuertes no consiguen cargar).
Todo el dinero del mundo, según lo que fue presentado en el
film, no lo compensaría.
La desesperación del viejo no ha provenido de una preocupación por su futuro económico. Los trajes elegantes que ahora, como millionario, puede comprar, no van a compensar nunca
el uniforme perdido, ya que ninguna otra prenda va a tener
para él la significación simbólica que éste poseía. De alguna
manera, Murnau parece burlarse de la densidad de su propio
personaje, al suponer que una enorme suma de dinero podría
constituir la solución para su personalidad atormentada, como
si los seres humanos fuesen tan insondablemente superficiales que pudiesen resolver sus problemas de identidad individual y social tan sólo a través del súbito aumento de su poder
económico, adquirido sin esfuerzo personal y sin realización
de ninguna especie, como un súbito golpe de suerte. La repugnante superficialidad de ese agregado demagógico,
sentimen-taloide y de un humor tonto e incomprensible,
consiste en transformar el drama profundo y simbólico del
personaje en un mero problema económico, que se solucionaría
recibiendo una inesperada herencia, porque, como se sabe, "el
dinero todo lo resuelve". El genio se burla, así, de su propia
obra. Debemos salir de la sala, o parar nuestro vídeo, en el
momento en que la cámara abandona al viejo portero en el
fondo de su amargura, y olvidarnos piadosamente del resto.
Es interesante hacer notar que un film sonoro como El ángel azul (1930), de Von Sternberg, también con Emil Jannings
en el papel principal, trata igualmente de la degradación de
un hombre, pero la misma es contada casi toda ella sin palabras, gracias a la portentosa mímica de Jannings y de otros
elementos visuales, y aun cuando el film esté hecho en la épo350
ca sonora del Cine y contenga diálogos. Así, por ejemplo, jamás se dice una sola palabra, durante el film, acerca de los
sentimientos del profesor Immanuel Rath (Jannings) hacia la
estrella Lola-Lola (Marlene Dietrich), que constituyen el núcleo dramático del film. A pesar de la presencia del sonido y de
la palabra, el film continúa teniendo la dinámica, el movimiento, la temporalidad de un film mudo, lo cual muestra que la
concepción de Cine que, por ejemplo, Murnau estaba desarrollando en sus filmes, no dependía esencialmente de esos
nuevos recursos.
Considerado como el primer film hablado de la historia del
Cine, El cantor de jazz hace un uso contrapuntístico de silencio y sonido, que muestra por primera vez las posibilidades
expresivas del nuevo arte. El adolescente Jackie (Bobby
Gordon) es el único hijo del pastor judío Rabinowitz (Warner
Oland), que es el Cantor oficial de la Sinagoga. El pequeño
Jackie tiene una voz magnífica y grandes dotes para el canto,
pero su inclinación no es por la música religiosa, sino por el
jazz, que se transforma, desde temprano, en una auténtica
pasión. Su padre se horroriza ante estas tendencias profanas
de su hijo, que considera degradantes de la voz con la que Dios
quiso agraciarle, y lo castiga duramente, después de sorprenderlo cantando jazz en un salón. Jackie es descendiente de
cinco generaciones de cantores religiosos, y el pastor quiere
que él siga esa misma tradición, sucediéndolo como cantor oficial de la Sinagoga. Al contrario del pastor, la madre de Jackie,
Sara (Eugenie Besserer), comprende que el hijo tenga sus propias preferencias, a pesar de que lamenta la gran decepción
del padre. Refiriéndose a las canciones del servicio religioso,
Sara le dice a su esposo: "Jackie las guarda en su mente, pero
no en su corazón". Después del último castigo, el pequeño huye
de la casa, en busca de su propio destino y jurando no volver
nunca más.
Pasan los años y Jackie se transforma en un adulto (interpretado por el cantor Al Jolson), que ha desarrollado sus dotes
y comienza a recibir propuestas interesantes de trabajo, especialmente después de conocer a Mary Dale (May McAvoy), una
influyente mujer del mundo del espectáculo que, de inmediato, se deja seducir por el talento del joven. Una vez triunfante,
Jack, cuyo nombre artístico ahora es Jack Robin, regresa a la
casa paterna en el día del aniversario de su padre, "con el co351
razón lleno de amor", llevando regalos y buscando una reconciliación. La madre le recibe con los brazos abiertos, y para
ella Jack canta algunas alegres canciones de su repertorio. En
ese momento llega el pastor y al ver al hijo que ha regresado,
se emociona vivamente, pero al oírle cantar canciones profanas vuelve a endurecer su corazón y a expulsarlo de casa. Destrozado, Jack dice que ha regresado una vez, pero que no lo
hará nunca más.
El conflicto se plantea de manera dramática cuando, en
la misma noche en que Jack va a debutar en Broadway, en la
gran oportunidad que ha venido esperando durante toda su
vida, su padre enferma gravemente y pide por su presencia,
asegurando que si el hijo canta el Kol Nidre esa noche, le perdonará. La sangre judía clama dentro de Jack, pero su amor
por el espectáculo y el jazz lo atraen de manera irresistible.
Por un lado, la mujer que ama y el empresario que confía ciegamente en él; por el otro, su anciana madre y su padre moribundo. Prisionero de ese dilema, Jack comenta: "No tengo derecho de decepcionar a ninguna de esas personas".
Por lo que se puede ver, "el cantor de jazz" del título es,
entonces, una denominación altamente significativa, no meramente un rótulo. Alude a alguien que no tendría, formalmente, derecho de ser un cantor de jazz. Significa tanto
como "el rebelde" o "el hereje", ya que el film no muestra, simplemente, a alguien tratando de ser un cantor de jazz, sino a
alguien que nace en circunstancias en que no podría serlo y en
las cuales transformarse en uno crea un terrible conflicto. Ser
"el cantor de jazz" es abrirse el propio camino contra todos los
obstáculos, es la muerte del padre, del hogar, de las tradiciones, la decepción familiar, la elección dramática del propio
rumbo contra todas las presiones exteriores. El conflicto, de
todas maneras, es mostrado como pudiendo ser superado a
través de una reflexión profunda acerca de la vida, la opción
libre y el talento musical. Ya el film se abre con la siguiente
frase, que transmite la clave de la solución del conflicto: "El
jazz puede ser la expresión incomprendida de una oración", y
más adelante, cuando Jack está dudando entre cantar para su
padre moribundo o estrenar en Broadway, su madre le dice:
"Es inútil. Si cantas y Dios no está en tu voz, tu padre lo notará". Esto sugiere que no se trata de que Jack deba renunciar a
ser cantor de jazz, para continuar la tradición religiosa, sino
que debe cantar jazz con devoción religiosa, o sea, con la mis352
ma convicción y honestidad con la que su padre cantaba el Kol
Nidre. El propio Jack se lo dice a alguien, en un momento del
film: "Nosotros, los del mundo del espectáculo, también tenemos nuestra religión".
Independientemente de la trama, marcadamente melodramática y sobreactuada, y del hecho de que el film sea
tan sólo un agradable musical, con competentes números
de canto y danza, es la forma de la obra, su sintaxis revolucionaria, su ingeniosa conjugación de imagen y sonido, lo
que la tornan importante desde el punto de vista filosófico.
En efecto, el film comienza como un film mudo tradicional,
con letreros y mímica. El pequeño Jackie canta una canción en el salón de donde lo sacará su airado padre, y el
film se torna, entonces, sonoro. Cuando el jovencito está en
la casa paterna, el film se vuelve mudo otra vez. Después
de algunos minutos, vemos a Jack adulto en una casa de
espectáculos, en donde es invitado a cantar algunas de sus
canciones. De nuevo, el film se transforma en sonoro, pero
cuando el espectador espera que, después de la música, se
retorne a la mímica del cine mudo, se asiste milagrosamente a un parlamento de Jack dirigido al público: "Ustedes no
vieron nada todavía, ustedes no vieron nada". Y continúa
cantando otras canciones. El regreso a la casa paterna continúa el mismo tipo de contrapunto: Jack llega dentro de
un film mudo, se reencuentra emocionadamente con su
madre, que está sola en casa, y, después de algunos minutos, Jack le dice que va a cantar para ella. El film se torna
sonoro, como cada vez que se canta alguna canción. Pero
terminada la canción, no se retorna al cine mudo, sino que
Jack mantiene una conversación animada y juguetona con
su madre, después de lo cual continúa cantando para ella.
Cuando llega el pastor, gritando airadamente "¡Paren!", inmediatamente después del grito se vuelve al cine mudo. Toda
la agria discusión con el padre y la segunda expulsión de la
casa paterna, es desarrollada mediante mímica y letreros.
Ante el advenimiento del sonido, se podría, simplemente,
haberlo "introducido" de manera directa e inexpresiva. Alan
Crosland lo implementa a través de una metodología de contraste. El film ha planteado desde el comienzo una dicotomía
entre Sagrado y Profano, Autoritario y Libre, Tradicional y
Nuevo. El contrapunto sonido/silencio es utilizado para desarrollar imaginísticamente estas dicotomías, para expresarlas
353
en los momentos adecuados. El mundo tradicionalista y autoritario del pastor queda siempre sote-rrado en el cine mudo,
así como los duros comienzos de Jack, y el sonido adviene como
una promesa de algo nuevo y libre. El primer parlamento del
film es una manifestación de la autonomía de Jack, que ha
cantado, esa noche, de manera consagratoria. Es muy importante que hable después de aquel gran acontecimiento, que se
lo muestre como un hombre nuevo. El regreso a la casa paterna es, en cambio, un regreso a lo antiguo y tradicional, a lo
represivo. Pero Jack trae "amor en su corazón", e introduce el
sonido en su viejo hogar, como una promesa de algo mejor y
menos rechazado. La presencia del pastor vuelve a sumir toda
aquella buena intención en el más profundo silencio. No obstante eso, después de la conciliación Sagrado/Profano a través
de la música (el jazz puede ser, también, una oración), el film
acabará en medio del resplandeciente sonido de una canción,
que marca, al mismo tiempo, la autonomía de Jack, la solución del conflicto y el nacimiento de un nuevo lenguaje para el
Cine.
Alan Crosland nos ha mostrado, a través de un auténtico
clásico, que el lenguaje del Cine no es algo que se obtenga tan
sólo "agregando" sonido y parlamentos a las imágenes del cine
mudo, sino articulando ambas cosas de una manera radicalmente nueva. Las imágenes de El cantor de jazz, aun las "mudas", ya no tienen —ni podrían tener— el mismo valor que las
imágenes de los filmes de Murnau o Griffith, porque a éstos
les faltaba la posibilidad, siempre abierta, del habla y del sonido. Este es el primer film que ha ganado, legítimamente, el
derecho a callar. Y a demostrar, tal vez contra Wittgenstein,
que ese callar no es algo que limita lo que puede ser dicho,
sino algo sin lo cual no sería posible decir nada.
En La diligencia, de John Ford, un grupo heterogéneo de
personas viaja en una diligencia que debe atravesar territorio
comanche, sin ninguna protección del ejército norteamericano. Una prostituta (Claire Trevor), un médico borracho y decadente (Thomas Mitchell), un pistolero (John Wayne), una
mujer embarazada que va a reunirse con su marido militar,
un caballeresco jugador de cartas que ofrece a la dama su protección (John Carradine), un pastor y un banquero, además
del cochero (Andy Devine) y el guarda. Cuando la diligencia
parte, estas personas representan diferentes estamentos so354
ciales, profesiones, clases y funciones, pero después del terrible trayecto (cuyo punto culminante es el espectacular ataque
de los apaches), los papeles se invierten: los marginados por la
sociedad (la prostituta, el pistolero, el jugador, el profesional
irresponsable y decadente) se comportan como héroes, en tanto los representantes de los sectores "decentes y respetables"
de la sociedad (el pastor, el banquero, la dama casada con el
militar) se muestran cobardes, traidores o pasivos.
Más específicamente, algunos de los motivos éticos más interesantes del film son los siguientes: (a) la dama trata a la
prostituta con desprecio, pero cuando da a luz en medio del
trayecto, es desinteresadamente asistida por la mujer que ha
despreciado, (b) el médico borrachín reasume decididamente
su responsabilidad profesional y humana, al verse obligado a
hacer un parto en condiciones calamitosas, (c) el pistolero que
debe ir preso, se enamora sinceramente de la prostituta y se
entrega voluntariamente a la justicia después de ajustar cuentas con otro pistolero, (d) ¿1 jugador empedernido da la vida en
defensa de una mujer que lo precisa.
Los biógrafos de Wittgenstein nos cuentan que a éste le gustaban mucho los filmes de vaqueros, porque le llamaban la
atención los problemas morales planteados en ellos, y su mostración directa y sin comentarios (que serían, invariablemente, sinsentido). Pero la pregunta fundamental es aquí la siguiente: ¿Sobre qué argumentos se puede sostener que estos
mismos motivos éticos (el heroísmo, la abnegación, etc.) no
pueden ser expresados con pleno sentido en el lenguaje articulado de las proposiciones? ¿Por qué esos motivos sólo podrían ser "mostrados", por ejemplo a través del Cine? Después
de todo, en las líneas anteriores conseguimos poner esos problemas y situaciones en palabras. ¿Qué es lo que se pierde al
hacerlo?
Wittgenstein consideraba las obras literarias como superiores en contenido moral a libros académicos sobre cuestiones
de Etica (como, por ejemplo, los de Schlick o G.E. Moore, que
trataban de poner los problemas morales en palabras y conceptos). ¿Era entonces para Wittgenstein la moral algo perteneciente al orden de las emociones? Wittgenstein mismo fue
sumamente escueto al referirse a estos asuntos, de manera
que es legítimo aquí recordar a un buen comentarista: "En la
ciencia pretendemos conocer los hechos; en los problemas de la
vida, los hechos carecen de importancia. En la vida, lo impor355
tante es la capacidad de responder ante el sufrimiento del prójimo. El asunto es sentir correctamente. La filosofía del
Tractatus apunta en la dirección de mostrar cómo es posible el
'conocimiento'. Mas, en su visión del mundo, a este conocimiento
se le relega a un segundo plano. El vehículo con que transmitir
el sentimiento, cosa que está en el primer plano de la vida, es el
poema o la fábula. Los Cuentos de Tolstoi impresionaron de
una manera especial a Wittgenstein a este respecto, según nos
dice Paúl Engelmann; y lo mismo se puede decir de las primeras películas del Oeste americano, a las que vio como fábulas o
moralidades"(¿anik y Toulmin, La Viena de Wittgenstein, 247).
Los problemas morales mostrados en La diligencia, según
Wittgenstein, no podrían ponerse en el lenguaje del Tractatus,
pero no porque no se puedan escribir en un papel —porque
eso, ciertamente, puede hacerse, y habitualmente lo hacemos,
así como los filósofos y metafísicos pueden poner en palabras
sus intuiciones acerca del ser— sino porque ellos no pueden
ser entendidos tan sólo a partir de lo que está allí escrito. Precisan de una mediación de la sensibilidad, y en esa mediación
consiste, precisamente, el mostrar del Cine: no sólo en "presentar" personajes, hechos, acontecimientos, sino en "dramatizarlos", en "ponerlos en escena", creando un "ambiente" narrativo para que ellos puedan ser captados en su vivencialidad, y
no sólo a través de un informe objetivo.
Este film no es mudo, pero puede mostrar, según Wittgenstein,
algunas cosas que no se pueden decir (con sentido). El silencio
que esos filmes presentan no es literal, pero, en verdad, ellos
guardan silencio acerca de actitudes volitivas delante del mundo que estarían, para Wittgenstein, fuera de los límites del
lenguaje, tanto del mudo como del hablado. Según nuestras
tesis anteriores, John Ford (como ya el cine mudo) conseguiría decir (y no sólo mostrar) esos sinsentidos (éticos, por ejemplo) inalcanzables para el lenguaje escrito articulado. De todas maneras, la distinción mudo/sonoro es inesencial a la cuestión de la problematización de la tesis de Wittgenstein acerca
de los límites del lenguaje. La imagen cinematográfica consigue decir más allá del lenguaje de palabras, tanto en el cine
mudo como en el sonoro y hablado. Lo que los filmes de
cow-boys consiguen, según Wittgenstein, mostrar —visto
desde el punto de vista del cine— en realidad lo dicen. Y lo
dicen, según se argumentó, en virtud de los mismos
principios witt-gensteinianos del simbolismo, cuya
concepción es fundamen356
talmente imaginística y visual. El Cine revienta los límites de
la proposición articulada.
III
¿Quién fue Ludwig Wittgenstein?
Filósofo austríaco, nacido en Viena en 1889. La familia de
Wittgenstein era de muy buena posición económica (su padre
era un industrial del acero), y de un alto nivel cultural (su
madre estaba extremadamente interesada por la música, y la
casa de los Wittgenstein era frecuentada por Brahms, entre
muchos otros artistas importantes). De sus hermanos, Hans
tocaba varios instrumentos, en cuanto Rudi se interesaba por
el teatro. Paúl Wittgenstein llegó a ser un destacado concertista de piano. Ludwig también se interesó por la música, y en
sus obras hay frecuentes alusiones a ella. Hans se suicidó cuando Ludwig tenía 13 años, y Rudi hizo lo mismo dos años después. Otro hermano de Ludwig, Kurt, se suicidio en el campo
de batalla, en la Primera Guerra Mundial. El suicidio fue siempre una obsesión para Wittgenstein, quien sintió fuertes tendencias autodestructivas a lo largo de toda su vida.
El padre de Wittgenstein contrató profesores particulares
para iniciar la formación de Ludwig en casa. Como el joven
demostraba habilidades técnicas muy elevadas, fue enviado a
Linz, para estudiar Matemática y Física. Más tarde continuó
estudiando en la Escuela Técnica Superior de Berlín, y en la
Universidad de Manchester, en Inglaterra, dedicándose a investigaciones aeronáuticas. No tuvo Wittgenstein ninguna formación humanística. En esa época, se encontró casualmente
con el libro Principios de la matemática, de Bertrand Russell
y se interesó profundamente por problemas lógicos. En 1912
ingresó en el Trinity College, porque quería estudiar con
Russell. Bajo su dirección hizo notables progresos, y comenzó
lentamente a elaborar una obra en la que, según decía, solucionaba definitivamente los problemas planteados por Russell
y por Frege, en el terreno de la Lógica. El propio Russell comenzó a ser influenciado fuertemente por su alumno, al que
admiró intensamente, pero con quien tuvo, a pesar de todo,
una relación difícil. Cuando se inició la Primera Guerra Mun357
dial, Wittgenstein se alistó voluntariamente en el ejército austríaco. Confesó a alguien que no lo había hecho por heroísmo,
sino con la esperanza de que le dieran un tiro (en una especie
de curioso suicidio indirecto). Pero no lo consiguió. Fue hecho
prisionero por los italianos en Monte Cassino, y posteriormente
liberado. Durante su cautiverio, terminó de escribir la obra
que más tarde sería conocida como Tractatus
logico-philosophicus, y que se publicó, después de innúmeros
problemas y vicisitudes, en 1921.
Por la misma época, Wittgenstein renunció a la parte de la
fortuna paterna que le tocaba, donándola a sus hermanas y
optando por una vida ascética y reflexiva. También sentía un
profundo sentimiento antiintelectualista, y no creía que se
podía ser un profesor de filosofía y, al mismo tiempo, una persona honesta. No soportaba la compañía de sus colegas académicos. Wittgenstein daba sus clases y conferencias sin ningún
tipo de preparativo, como si fuese simplemente un "pensar en
voz alta", pero exigía ser escuchado atentamente y se ponía
furioso cuando alguien llegaba atrasado o salía antes. A menudo se sentía frustrado e irritado por no haber podido expresar correctamente sus pensamientos. En esos casos, sobre todo,
se iba al cine después de clase, pero consideraba esto tan sólo
como un descanso de sus pensamientos anteriores. "Es como
tomar una ducha", dijo una vez a alguien. Le gustaba el cine
norteamericano, sobre todo las películas de cowboys y musicales, y admiraba a Carmen Miranda y Betty Hutton. Odiaba el
cine británico.
A partir de 1920 se desempeñó como modesto maestro de
escuela para niños, y en 1926 abandonó su cargo en
Cambridge. Trabajó de jardinero en el monasterio de
Hütteldorf, y en otras tareas manuales. A menudo, durante su desempeño en la Universidad, intentaba que algunos
de sus alumnos desistieran de sus estudios y se dedicasen
a trabajar en una granja, o en algún otro honesto y limpio
trabajo manual. En 1929, no obstante, volvió a dedicarse a
la filosofía, obteniendo el doctorado con su Tractatus. Su
tribunal fue constituido por Russell y Moore. En 1936, se
retiró a Noruega, donde comenzó a escribir las Investigaciones filosóficas, obra que quedaría inconclusa. En 1939,
asumió una cátedra de filosofía en la Universidad de
Cambridge, sucediendo a G.E. Moore. Entre 1941 y 1943,
trabajó como portero en el Hospital Guy. En 1947 renunció
358
definitivamente a la cátedra. Murió en 1951, habiendo escrito y producido filosofía hasta el último momento.
Principales obras: Tractatus logico-philosophicus (1921),
Algunas observaciones sobre forma lógica (1929), Investigaciones filosóficas (comenzada en 1939 y publicada postumamente
en 1953), Observaciones sobre los fundamentos de las matemáticas (1956), Los cuadernos azul y marrón (1958), Notebooks
(diario filosófico) (1961), Lecturas y conversaciones sobre estética, psicología y creencia religiosa (1967), Sobre la certeza
(1969), Gramática filosófica (1974).
IV
Textos wittgensteinianos
Texto 1 —El lenguaje ordinario está lleno de imperfecciones
lógicas.
"En el lenguaje ordinario sucede con singular frecuencia que
la misma palabra designe de modo y manera distintos —esto
es, que pertenezca a símbolos distintos—, o que dos palabras
que designan de modo y manera distintos sean usados externamente de igual modo en la proposición. Así, la palabra
'es' se presenta como cópula, como signo de igualdad y como
expresión de existencia; 'existir', como verbo intransitivo, parejo a 'ir'; 'idéntico', como adjetivo; hablamos de algo, pero también de que algo sucede. (...)". (Wittgenstein, Tractatus
logico-philosophicus, 3.323)."Surgen así fácilmente las
confusiones más fundamentales (de las que está llena la
filosofía entera)"(7de7n, 3.324)."Para eludir estos errores
tenemos que usar un lenguaje sígnico que los excluya, en la
medida en que no use el mismo signo en símbolos distintos,
ni use externamente de igual manera signos que designen de
modo diferente. Un lenguaje sígnico, pues, que obedezca a la
gramática lógica, a la sintaxis lógica"(3.325).
"El lenguaje disfraza el pensamiento. Y de un modo tal, en
efecto, que de la forma externa del ropaje no puede deducirse
la forma del pensamiento disfrazado; porque la forma externa
del ropaje está construida de cara a objetivos totalmente distintos que el de permitir reconocer la forma del cuerpo" (4.002).
359
Texto 2 — Los llamados "problemas filosóficos" son
sinsen-tidos generados por las imperfecciones del lenguaje
ordinario.
"La mayor parte de las proposiciones e interrogantes que se
han escrito sobre cuestiones filosóficas no son falsas, sino
sinsentido. De ahí que no podamos dar respuesta en absoluto
a interrogantes de este tipo, sino tan sólo constatar su condición de sinsentidos. La mayor parte de los interrogantes y proposiciones de los filósofos estriban en nuestra falta de comprensión de la lógica de nuestro lenguaje. (Son del tipo del
interrogante acerca de si lo bueno es más o menos idéntico
que lo bello.) Y no es de extrañar que los más profundos problemas no sean problema alguno"(4.003).
Texto 3 — El lenguaje figura la realidad. Aunque los lenguajes pueden ser muy diferentes, hay una estructura común a
todas las formas de figuración de la realidad. (El ejemplo de la
música.) El lenguaje puede representarlo todo, menos esa estructura común.
"La proposición es una figura de la realidad.(...)"{Idem, 4.01).
"A primera vista parece que la proposición —tal como viene
impresa sobre el papel— no es figura alguna de la realidad de
la que trata. Pero tampoco la notación musical parece ser a
primera vista figura alguna de la música, ni nuestra escritura
fonética (el alfabeto), figura alguna de nuestro lenguaje hablado. Y, sin embargo, estos lenguajes sígnicos se revelan también en el sentido corriente como figuras de lo que representan"^.011). "El disco gramofónico, el pensamiento musical, la
notación musical, las ondas sonoras, están todos entre sí en
esa relación interna figurativa que se da entre lenguaje y
mundo. A todos ellos les es común la factura lógica. (Como, en
la fábula, los dos jóvenes, sus dos caballos y sus lirios. En cierta
medida todos son uno.)"(4.014).
"La posibilidad de todos los símiles, del carácter figurativo
entero de nuestro modo de expresión, descansa en la lógica de
la figuración"(4.015).
"La proposición puede representar la realidad entera, pero
no puede representar lo que ha de tener en común con la realidad para poder representarla: la forma lógica. Para poder
representar la forma lógica, deberíamos situarnos con la proposición fuera de la lógica, es decir, fuera del mundo"(4.12).
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Texto 4 — Lo que la filosofía es: esclarecimiento del lenguaje
y crítica de los sinsentidos.
"La totalidad de las proposiciones verdaderas es la ciencia
natural entera (o la totalidad de las ciencias naturales)" (4.11).
"La filosofía no es ninguna de las ciencias naturales. (La
palabra 'filosofía' ha de significar algo que está por arriba o
por debajo, pero no junto a las ciencias naturales)"(4.111).
"El objetivo de la filosofía es el esclarecimiento lógico de los
pensamientos. La filosofía no es una doctrina, sino una actividad. Una obra filosófica consta esencialmente de esclarecimientos. El resultado de la filosofía no son 'proposiciones filosóficas', sino el que las proposiciones lleguen a esclarecerse.
La filosofía debe esclarecer y delimitar nítidamente los pensamientos, que de otro modo son, por así decirlo, turbios y borrosos"^. 112).
"Aquello que puede siquiera ser pensado, puede ser pensado claramente. Aquello que puede ser expresado, puede expresarse claramente"(4.116).
"De lo que no se puede hablar, hay que guardar silencio" (7).
Texto 5 — La Etica, la Estética, la Religión, etc., no pueden
expresarse en el lenguaje, pues no figuran nada de la realidad.
Ellas sólo tienen vinculación con la voluntad humana, no con
condiciones lógicas.
"El mundo es independiente de mi voluntad"(6.373). "Todas
las proposiciones valen lo mismo" (6.4). "El sentido del mundo
tiene que residir fuera del mundo. En el mundo todo es como
es y todo sucede como sucede; en él no hay valor alguno, y si lo
hubiera carecería de valor. Si hay un valor que tenga valor ha
de residir fuera de todo suceder y ser-así. Porque todo suceder
y ser-así son casuales. Lo que los hace no casuales no puede
residir en el mundo; porque, de lo contrario, sería casual a su
vez. Ha de residir fuera del mundo"(6.41).
"Por eso tampoco puede haber proposiciones éticas. Las proposiciones no pueden expresar nada más alto"(6.42). "Está claro
que la ética no resulta expresable. La ética es trascendental. (Etica
y Estética son una y la misma cosa)"(6.421)."Si la voluntad buena o mala cambia el mundo, entonces sólo puede cambiar los
límites del mundo, no los hechos; no lo que puede expresarse
mediante el lenguaje. En una palabra, el mundo tiene que convertirse entonces en otro enteramente diferente. Tiene que
crecer o decrecer, por así decirlo, en su totalidad. El mundo de los
felices es diferente del mundo de los infelices"(6.43).
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