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Naturalismo

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Naturalismo Mariano Asla Consultar el texto completo en el Diccionario Interdisciplinar Austral (publicación on-line) http://dia.austral.edu.ar/Naturalismo Según el Diccionario de la Real Academia Española (2014), el término “Naturalismo” (de ahora en más: “N”) tiene tres acepciones. En el ámbito de la pintura y la escultura designa una tendencia, encarnada por artistas de diversas épocas, que persigue la fidelidad en la representación de lo real. En literatura, alude a una corriente estética que, bajo el influjo de las ciencias, exagera el realismo y evita toda idealización, concluyendo en un retrato sombrío y bastante determinista de la condición humana —quizás, el escritor francés Émile Zola (1840-1902) sea aquí el autor más representativo—. Para la filosofía, finalmente, el N es una posición teórica que considera la naturaleza como el último y único referente de la realidad, como una instancia autónoma carente de fundamentos trascendentes o sobrenaturales. De acuerdo con esta primera aproximación, el N se presenta como una noción filosófica amplia pero en cierto sentido difusa, cuyo requisito mínimo parece estar constituido por la prescindencia explicativa (cuando no el rechazo explícito) de cualquier instancia que trascienda lo espacio-temporal (Stroud 2004). Dentro de este término paraguas se dan, de hecho, tesis que corresponden a tres niveles distintos y que no siempre se diferencian adecuadamente. En el más básico, el N prescinde de lo propiamente sobrenatural, es decir, de Dios y de toda intervención divina, así como también de los espíritus puros, ya sean ángeles o demonios, y de cualquier entidad o evento paranormal. En un nivel intermedio, el N equipara lo espiritual con lo sobrenatural, desconociendo de ese modo la espiritualidad del alma humana y asumiendo que el cerebro es causa necesaria y suficiente de todo fenómeno mental (Vollmer 2008, 34-38). Finalmente, en sus formas más robustas y hoy menos frecuentes, el N postula que la clausura en la dimensión espaciotemporal es absoluta y adopta un tono inequívocamente reduccionista. De este modo, no habría nada que no pueda ser ontológicamente reducido al ámbito de la naturaleza y estudiado según el método de las ciencias, ni siquiera en campos que intuitivamente se presentan muy alejados de lo meramente empírico como son los de la lógica, la matemática o la moral. Esta forma de pensamiento reductivo fue especialmente fuerte durante el período inicial del auge de las neurociencias (Churchland 1981 y 1988; Dennett 1991). A partir de este último punto, es posible introducir una de las características más salientes del N contemporáneo y es que entiende a la filosofía en estrecha relación con el saber científico. Según la expresión, que se ha hecho habitual, entre la filosofía y las ciencias debe darse una relación “de continuidad”. Tomado en este sentido fundamental, puede decirse que el N ha sido desde mediados del siglo XX y hasta nuestros días el marco teórico preponderante para la filosofía, sobre todo en el ámbito de influencia anglosajón y entre aquellos que adscriben a la tendencia analítica. Sin embargo, que el N se presente muchas veces como la nueva “ortodoxia reinante” (Clark 2016, 2) no significa que cada una de sus tesis alcance el mismo grado de adhesión entre los filósofos (Chalmers y Bourget 2014, 450-500), dando lugar a una interesante variedad de matices. En este mismo sentido, David Papineau, uno de los principales estudiosos del N, sugiere que ni siquiera entre los que se jactan de ser naturalistas existe un acuerdo básico en torno a sus postulados y compromisos ontológicos o metodológicos fundamentales (Papineau 2015). Si bien para el N está claro que la realidad se reduce a la naturaleza y que si la filosofía pretende decir algo significativo sobre ésta no puede dar la espalda a las ciencias, no resulta tan claro, por el contrario, cuáles son los límites exactos de la noción de naturaleza ni el modo específico en que la mencionada relación de continuidad entre la filosofía y las ciencias debe entenderse. Esta ambigüedad se expresa en una polisemia de la que conviene estar advertidos. Sólo a modo ilustrativo, mencionaré a Owen Flanagan que en su análisis del N postula quince sentidos —a veces bastante divergentes— en los que este término suele tomarse (Flanagan 2006, 430-431) y a Thomas Sukopp que asegura haber encontrado al menos treinta significados distintos para este mismo término (Sukopp 2008, 78). Naturalismo se dice, pues, de muchas maneras. Si a esta ambigüedad se suma que siempre tiene algo de ilusorio la pretensión de ofrecer una síntesis de un debate que está vivo, la tarea de definir el N comienza a parecerse al intento de elaborar un mapa de un territorio en expansión. Mi exposición será, por fuerza, irremediablemente provisional y no exhaustiva. Me contentaré con ofrecer un panorama básico del N, resaltando en la presentación de sus tesis aquellos aspectos que siguen siendo hoy materia viva para la discusión filosófica. Contenido 1. El naturalismo como opción filosófica en sentido pleno: alcance y antecedentes 2. División del naturalismo según su ámbito de aplicación 2.1. Naturalismo Ontológico 2.2. Naturalismo Metodológico 3. Los naturalismos atenuados: en las fronteras del naturalismo 4. Dificultades y costos teóricos del naturalismo 4.1. Naturalismo y perspectiva de la 1ª persona 4.2. Naturalismo y moral: la falacia naturalista 5. Bibliografía Modo de citar: Asla, Mariano. 2017. “Naturalismo”. En Diccionario Interdisciplinar Austral, editado por Claudia E. Vanney, http://dia.austral.edu.ar/Naturalismo Ignacio Silva y Juan F. Franck. URL=