JOSÉ FERRATER MORA
DICCIONARIO DE
FILOSOFÍA
TOMO I
A-K
EDITORIAL SUDAMERICANA
BUENOS AIRES
PRÓLOGO A LA QUINTA EDICIÓN
La presente edición difiere de Ία anterior en lo siguiente: he escrito 546 artículos nuevos; he reescrito totalmente
213 artículos; he ampliado o modificado,
a veces sustancialmente, 262 artículos.
Además, he revisado el texto, he corregido errores, he ampliado datos, y he
puesto al día la bibliografía.
Como resultado, abunda en esta edición el material nuevo. Éste abarca el
conjunto de las disciplinas filosóficas y
de la historia de la filosofía. He seguido
prestando particular atención a los temas de ontología y metafísica, lógica,
teoría del conocimiento, filosofía de la
ciencia, antropología filosófica e historia
de la filosofía. Pero he ampliado no poco
las partes relativas a ética, filosofía de
la religión, filosofía de la historia, teoría
de los valores y estética. He añadido copia de artículos sobre filósofos llamados
"menores'', antiguos, medievales y modernos, y he ampliado el número de los
consagrados a filósofos contemporáneos.
Sin desviarme de la norma de no diluir
excesivamente la sustancia filosófica, he
incluido también algunos artículos sobre
conceptos y figuras que, sin ser estrictamente filosóficos —conceptos y figuras
importantes, por ejemplo, en la ciencia,
en la teología, en el pensamiento social
y político—, han mantenido, o mantienen,
relaciones particularmente estrechas con
cuestiones suscitadas en filosofía.
Aunque he penado mucho por ampliar
y mejorar esta obra, no pretendo que sea
perfecta. Por lo demás, mi ideal en este
caso no es la perfección; creo más razonable trabajar por alcanzar lo bueno que
holgazanear soñando en lo mejor. Por este motivo, aunque esta obra está, y estará
siempre, abierta a revisiones y mejoras,
estimo que en el estado actual de los
conocimientos filosóficos es razonablemente suficiente. En todo caso, las revisiones y las mejoras no pueden consistir
en pulir y repulir la obra hasta la exas-
peración. Estoy plenamente de acuerdo
en que hay que revisar, corregir y pulir;
en esta actividad he consumido incontables horas y casi he arruinado mis ojos.
Pero en una obra de las dimensiones de
ésta no se pueden practicar los mismos
ejercicios de virtuosismo conceptual y
lingüístico que son de rigor en otros escritos menos dilatados. Esta obra no es
un lindo ensayito. No es, ni puede ser,
cosa remirada y relamida. Hay que luchar sin tregua contra la chapucería intelectual. Pero en cierto tipo de obras
hay que rehuir el estéril perfeccionismo.
Dadas las proporciones que alcanzó esta
obra ya en la edición precedente —hasta el
punto de que desde entonces pudo ser
considerada como una Enciclopedia y no
sólo como un Diccionario— varios críticos
me han aconsejado que desistiera de ser
a la vez el director y el ejecutante, y que
recabara el auxilio de colaboradores más
diestros que yo en cada una de las
disciplinas filosóficas y en cada uno de
los períodos históricos. Este consejo es
harto tentador, inclusive por razones
personales; el tiempo y el esfuerzo
gastados en la confección de este
Diccionario me han impedido a menudo
poner mayores empeños en la elaboración de escritos más "personales", hacia
los que, como filósofo, siento cierta debilidad. Sin embargo, aunque la transformación sugerida introduciría en esta
obra no pocas mejoras, creo que las ventajas así conseguidas no compensarían los
inconvenientes. En la obra presente el
conjunto importa por lo menos tanto como el detalle. Pues este Diccionario es
ya como un imponente y complejo edificio, con su fachada, sus alas, sus galerías, sus largos e intrincados corredores,
sus sótanos y sus ventanales. He alcanzado a familiarizarme con todos ellos y,
por descontado, con sus fundaciones.
Puedo —todavía— recorrer el edificio en
todas direcciones y orientarme en él sin
excesivas perplejidades. Ello significa
que puedo aún seguir ampliando, alterando, rehaciendo, depurando y ornando
este conjunto sin perderme en su laberinto. Sobre todo, puedo seguir manteniendo su unidad de estilo, la cual no es
sólo cuestión de "literatura" —de "estética"—, sino también, y especialmente, de
"pensamiento" — de "noética". Por estos
motivos no me he decidido todavía a sucumbir a la tentación que se me ha brindado.
El predominio que en esta obra tiene
el conjunto sobre los detalles explica que
éstos no puedan ser siempre todo lo numerosos o elaborados que ciertos lectores
quisieran. Por la naturaleza misma de la
obra, hay que pasar a la carrera sobre
temas, problemas y autores que en otros
trabajos son objeto de exposición y comentario dilatados. Por cierto que no escasean aquí las exposiciones y análisis
algo minuciosos. Pero se hallan siempre
integrados en visiones de conjunto y expresados en el lenguaje apropiado para
ellos. Estimo que con ello no se falsean
necesariamente las ideas; sólo ocurre que
son enfocadas de modo distinto. Por motivos que no hacen aquí al caso, estimo
que es posible presentar y dilucidar lo
que se llaman "grandes temas" y "grandes problemas" siempre que se utilice a
tal efecto la óptica adecuada. Discurrir
sobre la física no equivale a exponer toda la física; discurrir sobre la idea de
substancia no es lo mismo que componer
una ponderosa monografía sobre tal idea.
Sería disparatado pretender hallar en
este Diccionario exposiciones tan de-
talladas del pensamiento de Aristóteles,
o análisis tan minuciosos del imperativo
categórico como los que figuran en obras
especialmente consagradas a estos temas,
o hasta a aspectos de ellos. En cambio,
puede hallarse en esta obra un modo de
presentar, ver, dilucidar y debatir temas
y problemas que a veces se echa de menos en estudios y repertorios más especializados. Pues esta obra no se especializa en ningún tema, en ningún problema, en ninguna figura, época, rama o
recoveco de la filosofía: se "especializa"
en el conjunto de ellos.
Debo a varios lectores y críticos preciosas sugestiones y muy útiles informaciones; todas ellas han contribuido a mejorar esta obra. Pero quiero destacar los
auxilios recibidos de tres personas. Mi esposa, que me ha prestado incansablemente ayuda en las múltiples tareas de organización, ordenación y coordenación
que requiere esta vasta empresa. El señor Ezequiel de Olaso, que me ha estado enviando puntualmente noticias filosóficas de toda especie y que me ha sugerido no pocas mejoras. Y el señor Raúl
E. Lagomarsino, que ha tenido a su cargo la corrección de pruebas y el ajuste
final de la presente edición, y que ha
trabajado en ella con la misma perspicacia y tenacidad que mostró en la preparación de las dos ediciones anteriores.
Por el volumen de esta edición, la tarea
del Sr. Lagomarsino ha sido no sólo perspicaz y tenaz, sino también hercúlea.
Creo difícil encontrar mejor "director de
edición".
J. F. M.
Bryn Mawr College, Pennsylvania, 1964.
PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN
El autor no ha ahorrado esfuerzos para
ampliar y mejorar esta obra; como consecuencia de ello la presente edición
contiene un número considerable de novedades con respecto a la precedente.
He aquí las más destacadas.
1. Se han escrito 762 artículos nuevos.
2. Se han reescrito por entero, casi
siempre con ampliaciones, 239 artículos.
3. Se han modificado o ampliado substancialmente 189 artículos.
4. Se ha revisado completamente el
texto para eliminar en lo posible errores
e incluir algunas nuevas informaciones.
5. Se ha corregido y puesto al día la
bibliografía.
6. Se ha revisado y ampliado el sis
tema de llamadas de conceptos tanto
dentro como fuera de los artículos.
7 Se han incluido un Cuadro sinóptico
y una Tabla cronológica.
Aparte estas novedades, queremos llamar la atención del lector sobre dos puntos que han sido objeto de especial
preocupación por parte del autor.
El primero se refiere a la organización
interna de cada artículo, en particular
de los artículos extensos sobre conceptos. Adoptar un procedimiento único
—ya sea exposición de acuerdo con el desenvolvimiento histórico, ya sea descomposición en significados según filósofos
o tendencias, ya sea análisis sistemático— hubiera tenido como consecuencia
la infidelidad frecuente a las peculiaridades de cada concepto. Hemos seguido,
pues, el método que nos ha parecido en
cada caso más fecundo para aunar la claridad máxima con la mayor cantidad
posible de información, si bien con predilección notoria por el análisis de significados siguiendo el curso histórico y
terminando por lo común con una presentación del estado actual de la cuestión o un estudio sistemático del problema correspondiente. Hemos evitado
en lo posible la atomización en diversas
significaciones y hemos preferido subrayar lo que hubiera de común en ellas
o bien —cuando la presentación ha sido
predominantemente histórica— la continuidad en la evolución del concepto. En
los casos en que el artículo resulta extenso, hemos introducido casi siempre
subdivisiones que hacen resaltar, ya los
diversos períodos históricos, ya las varias disciplinas filosóficas a las cuales
puede adscribirse el concepto.
El segundo punto afecta a los autores y
materias representados en la obra. El
número de autores, de todos los países
y épocas, ha sido muy ampliado. En
cuanto a las materias, se ha seguido poniendo singular empeño en tratar extensamente las cuestiones relativas a historia
de la filosofía (con introducción, por vez
primera en esta obra, de un número relativamente crecido de conceptos relativos a "filosofía orientar), metafísica,
ontología, lógica, teoría del conocimiento
y el grupo de las llamadas "filosofías de"
— de la religión, de la naturaleza, de la
ciencia, de la historia, del lenguaje, de
la propia filosofía, etc. Pero mientras
disciplinas como la ética y la estética
estaban insuficientemente representadas
en las otras ediciones, en la edición presente han sido debidamente atendidas.
La psicología, la sociología y la educación son introducidas en la medida en
que pueden ayudar a la comprensión
de los problemas filosóficos generales. Y
se ha intensificado la introducción de
conceptos y problemas que, como los que
tocan a las ciencias naturales, ciencias
sociales y teología, son susceptibles de
despertar el interés no sólo de los filósofos, sino también del público en general.
Larga sería la lista de personas que
han hecho al autor valiosas sugestiones
sobre diversas partes de la obra; se ha
procurado tener en cuenta todas las que
encajaban dentro de los marcos que nos
habíamos trazado previamente. Nos limitaremos a mencionar tres nombres:
el profesor George L. Kline, de Bryn
Mawr College, el profesor Walter Brüning, de la Universidad de Córdoba (Argentina) — que han enviado extensas y
muy útiles listas de correcciones—, y el
señor Raúl E. Lagomarsino, de la Editorial Sudamericana, que ha tenido a su
cargo —como ya había ocurrido con la
precedente— la edición de esta obra y ha
llevado a cabo la corrección final de las
pruebas compaginadas. A todos, nuestro
más sincero agradecimiento.
Finalmente, agradecemos a Bryn Mawr
College el año de licencia sabática otorgada durante el período académico de
1955-1956. En el curso del mismo nos ha
sido posible completar nuestro trabajo y
terminar en bibliotecas europeas —de
España, Italia, Inglaterra, Bélgica, Alemania y muy en particular de Francia—
las consultas iniciadas en las de los Estados Unidos.
J. F. M.
París, agosto de 1956.
PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN
Un año y medio pasado en los Estados Unidos bajo los auspicios de la
Fundación Guggenheim ha permitido al
autor reelaborar de tal modo este Diccionario, que prácticamente se trata de
una obra nueva. Una buena parte del
contenido de la segunda edición ha sido
reescrita. Pero, además, el material agregado ha hecho que el texto actual sea
aproximadamente el doble del contenido
en la segunda edición, y el triple del
que incluía la primera. No creemos necesario señalar cuáles son los puntos
donde la reelaboración y las ampliaciones han sido más considerables. De hecho, afectan a la totalidad del volumen
y, por lo tanto, a la total dimensión histórica de los conceptos estudiados, aun
cuando ciertas partes relativas a la, lógica actual y a la teoría de la ciencia
pueden considerarse como enteramente
nuevas y particularmente beneficiadas.
La bibliografía ha sido también considerablemente aumentada y puesta al día.
En muchos casos la parte bibliográfica
no es meramente una indicación de títulos, sino que pretende proporcionar una
orientación en el autor o él concepto
estudiados, de modo que a veces puede
considerarse como parte esencial del correspondiente artículo. Las obras que él
autor manejó a su paso por las bibliote-
cas de las Universidades de Columbia,
Princeton y Johns Hopkins facilitaron,
desde luego, ciertas precisiones que eran
necesarias y que habían tenido que permanecer hasta ahora en meros deseos.
Pero el autor quiere agradecer también
las facilidades encontradas en la Biblioteca Nacional de Chile y en la de la
Facultad de Filosofía y Humanidades
de la Universidad del mismo país, que
le permitieron preparar, desde la aparición de la segunda edición, lo que contiene la tercera. Un Diccionario de Filosofía, aun con todas las limitaciones
del presente, no puede componerse en
un día ni en un año. Sólo deseamos
ahora que el interesado en la filosofía
pueda seguir encontrando en él lo único
que se ha propuesto ser: un instrumento
de trabajo, una herramienta suficiente
y precisa. El autor puede preferir la
elaboración de su propio pensamiento;
no es menos cierto que, en la penuria
de libros de trabajo científico que existe
todavía en lengua española, no considera perdidos sus esfuerzos con vistas
a aportar su grano de arena en lo que
comienza ya a divisarse como un prometedor montón.
J. F. M.
Bryn Mawr College, Pennsylvania, 1950.
A
A. La letra mayúscula Ά' es usada en textos filosóficos con varios significados.
1. Aristóteles la emplea muchas
veces (por ejemplo en los Analytica
Priora) para representar simbólica
mente el predicado de una proposi
ción en fórmulas tales como "A B',
que se lee Ά es predicado de B',
Al presentar los silogismos categóri
cos, la letra Ά' forma parte del con
dicional:
Si A es predicado de todo B,
que constituye la premisa mayor del
silogismo en modo Barbara (VÉASE) y
que en la literatura lógica posterior se
presenta bajo diversas formas, unas
en las cuales se expresa la estructura
condicional de tal premisa, como en:
Si todo B es A
y otras en las cuales (erróneamente) se omite, como en: Todo B es
A.
2. Los escolásticos y todos los tra
tadistas lógicos posteriores han usa
do la letra Ά' (primera vocal del
término affirmo) para simbolizar la
proposición universal afirmativa (affimatio universalis), uno de cu
yos ejemplos es el conocido enun
ciado:
Todos los hombres son mortales.
En textos escolásticos se halla con
frecuencia el ejemplo, dado por
Boecio:
Omnis homo iustus est, Y en
multitud de textos lógicos la letra
Ά' sustituye al esquema 'Todo S es
P', sobre todo cuando se introduce
el llamado cuadro de oposición
(VÉASE).
En los textos escolásticos se dice
de A que asserit universaliter o generaliter — afirma umversalmente, o
generalmente. También se usa en
ellos la letra Ά' para simbolizar las
proposiciones modales en modus afirmativo y dictum negativo (v. MODALIDAD), es decir, las proposiciones
del tipo:
Es necesario que p,
donde 'p' representa un enunciado
declarativo.
3. En muchos textos se usa la letra Ά' como uno de los términos
componentes de la fórmula que expresa el llamado principio de identidad. En la mayor parte de los textos clásicos este principio es expresado mediante la fórmula:
A=A
(1).
Es frecuente (véase IDENTIDAD) interpretar (1) en el sentido de que Ά'
representa un objeto cualquiera. En
este caso (I) equivale a una de las
llamadas notiones communes, koinai\
e)/nnoiai, la que enuncia: 'Toda cosa
es igual a ella misma'. La lógica actual expresa (1) mediante las fórmulas:
si la identidad se refiere a la ley o
al principio de identidad presentado
en la lógica sentencial, o mediante
la fórmula:
(x)(x = x),
si la identidad se refiere a la ley de
reflexividad presentada en la lógica
de la identidad. Observemos que la
fórmula (1) es la misma que se usa
en la lógica actual para expresar la
ley de identidad en la lógica de las
clases, en vista del uso de Ά' para
representar una clase (Cfr. infra, sección 5).
4. La letra Ά' ha sido muy usada
por varios idealistas alemanes, especialmente por Fichte y Schelling, en
las fórmulas que sirven de base a
sus especulaciones sobre la identidad
de sujeto y objeto. Hay que advertir
que a veces Fichte usa Ά = A' como
si fuese un condicional, y lo interpreta como 'Si A existe, A existe'. En
cuanto a Schelling, ha usado la letra
Ά' acompañada de otros diversos signos. Mencionamos dos casos.
(a) Los signos '+', '-' y '≠' antepuestos o sobrepuestos a la letra.
Ejemplos dé ello son '-A', que representa el ser en sí,'+ A', que represen21
ta el ser fuera de sí, y '≠Α', que
representa el ser consigo mismo o,
como dice Schelling, el sujeto-objeto
o totalidad. Otro ejemplo es la fórmula:
que es, según dicho filósofo, la forma del ser de la absoluta identidad.
En tal fórmula '+' se lee 'el predominio del uno sobre el otro' (Darstellung meines Systems der Philosophie, 1801).
(b) Los exponentes agregados a
Ά', tal como en Ά1', Ά2', Ά3', que
representan, en el vocabulario de
Schelling, potencias de A. Así, dicho filósofo usa fórmulas tales como
Ά = A1', Ά = A2', Ά = A3'. Nos hemos referido a este uso en el artículo POTENCIA.
5. La letra Ά' se usa en muchos
textos lógicos como símbolo de una
clase (VÉASE), y constituye
enton
ces una abreviatura de los llamados
abstractos simples. A veces se em
plea dicha letra en minúscula, 'a',
con el mismo propósito. Junto a Ά'
o 'a' se usan asimismo como sím
bolos de clases 'B' o 'b', 'C' o V.
6. Jan Lukasiewicz usa Ά' para
representar la conectiva V o disyun
ción (VÉASE) exclusiva, que nos
otros simbolizamos por 'V. Ά' sé
antepone a las fórmulas, de modo
que 'p V q' se escribe en la notación
de Lukasiewicz Ά p q'. El mismo
autor usa a veces 'A' como una de
las constantes de la lógica cuantificacional (junto a 'E', 'I', Ό'). Con
la
letra Ά' se forma la función expre
sada mediante 'Aab', que se lee 'Todo
a es b' o 'b pertenece a todo a'.
7. Jean de la Harpe usa Ά' como
signo de aserción ( VÉASE).
A, AB, AD. Las preposiciones latinas a, ab (= a ante vocal) y ad
figuran en numerosas locuciones latinas usadas en la literatura filosófica,
principalmente escolástica, en lengua
latina, pero también en otras lenguas;
algunas de estas locuciones, por lo demás —como a priori, a posteriori, ad
hominem—, son de uso corriente.
A continuación ofrecemos una lista
de algunas de dichas locuciones en
orden alfabético. En algunos casos
traducimos o parafraseamos la locución o señalamos en qué contexto o
contextos se usa o puede usarse. En
otros casos remitimos a los artículos
que se han dedicado a locuciones determinadas o a los artículos en los
cuales algunas locuciones se han introducido o usado.
A contrario - A pari. Estas dos locuciones se han usado originariamente
en el lenguaje jurídico para indicar
que un argumento usado con respecto
a una determinada especie se aplica
a otra especie del mismo género. En
el argumento a contrario se procede
por división; en el argumento a parí
se procede por identificación. De la
esfera jurídica se han trasladado estas
locuciones a otras regiones. El razonamiento a contrario ha sido definido
como el que procede de una oposición
hallada en una hipótesis a una oposición en las consecuencias de esta hipótesis. El razonamiento a pari ha
sido definido como el que pasa de un
caso (o de tipo de caso) a otro.
A dicto secundum quid ad dictum
simpliciter [que corresponde al griego
kata\ to\ ph= kai= a(plw=j ]. Esta
locución se refiere a un razonamiento
consistente en afirmar que si un
predicado conviene a un sujeto en
algún respecto o de un modo relativo,
le conviene en todos los respectos o de
un modo absoluto (si S es P en
relación con algo, S es siempre y en
todos los casos Ρ). El razonamiento
en cuestión es un sofisma (v.)
llamado "sofisma por accidente". Para
indicar que este razonamiento no es
válido se usa la fórmula A dicto
secundum quid ad dictum simpliciter
non valet conse-quentia.
A digniori (véase infra).
A non esse, etc. (véase infra).
A pari (véase supra).
A parte ante - A parte post (véase
A PARTE ANTE).
A parte mentis (véase infra).
A parte rei ( VÉASE ). En cuanto que
a parte rei indica "según la cosa misma", a parte mentis indica "según la
mente" o "según el entendimiento"
(secundum intellectum), A parte rei y
a parte mentis son formas de distin-
ción ( VÉASE ). En vez de a parte rei
se dice también ex natura rei [distinctio ex natura rei].
A perfection (véase infra).
A posteriori (véase A PRIORI).
A potiori - A digniori - A perfection. La definición de una cosa a potiori es la que se lleva a cabo teniendo
en cuenta lo mejor [lo más digno; lo
perfecto] que haya en la cosa definida.
A priori ( VÉASE).
A quo - Ad quem. Al hablar del
movimiento (VÉASE) como movimiento local, la locución a quo es usada
para indicar el punto de arranque y
la locución ad quem es usada para
indicar el punto terminal del movimiento de un móvil. A quo y ad quem
pueden referirse asimismo a un razonamiento, en cuyo caso indican respectivamente el punto de partida y el
fin o la conclusión.
A se ( VÉASE ).
A simultaneo (véase Dios; ONTOLÓGICO [ ARGUMENTO] ).
Ab absurdo — Ab absurdis. Se usan
estas locuciones para indicar que una
proposición parte de algo absurdo o
de cosas absurdas.
Ab alio (véase A SE ).
Ab esse ad posse. En la teoría delas consecuencias (véase CONSECUENCIA) modales se han usado una serie
de locuciones por medio de las cuales.
se indica si una consecuencia es o no
válida. He aquí algunas:
Ab esse ad posse valet [tenet] consequentia [illatio] y también Ab illa
de inesse (v.) valet [tenet] illa depossibili. Se puede concluir de la realidad a la posibilidad, es decir, si X
es real, entonces X es posible.
Ab oportere ad esse valet [tenet]
consequentia [illatio]. Se puede concluir de la necesidad a la realidad, es
decir, si X es necesario, entonces X
es real.
Ab oportere ad posse valet [tenet]
consequentia [illatio]. Se puede concluir de la necesidad a la posibilidad,
es decir, si X es necesaria, entonces
X es posible.
A non posee ad non esse valet [tenet] consequentia [illatio]. Se puede
concluir de la imposibilidad a la no
realidad, es decir, si X es imposible,
entonces X no es real.
Pueden formularse otras consecuencias modales del tipo anterior, cada
una de las cuales corresponde a un
teorema de la lógica modal.
22
Ab universali ad particularem. Esta
locución se refiere al razonamiento en
el cual se pasa de una proposición
universal (como 'todo S es P') a una
proposición particular (como 'algunos
S son P'). El razonamiento es válido,
lo que se expresa mediante la locución Ab universali ad particularem
valet [tenet] consequentia [illatio].
También es válido el razonamiento
que pasa de una proposición particular a una infinita [indefinida] o una
singular; la fórmula completa reza:
Ab universali ad particularem, sive
infinitam sive singularem valet [tenet]
consequentia [illatio]. No es válido,
en cambio, el paso de una proposición
particular a una universal, lo que se
expresa diciendo: A particulari ad
imiversalem non valet [tenet] consequentia [illatio].
Ab uno disce omines. A partir de
uno se conocen los otros. Esta locución, usada originariamente para referirse a personas (y especialmente a
una persona de un grupo, representativa del grupo), puede usarse en forma más amplia para indicar que a
partir de un ejemplo pueden conocerse
todos los demás ejemplos (cuando
menos de la misma clase); que a partir de una entidad pueden conocerse
todas las demás entidades (cuando
menos de la misma clase).
Ab absurdum (véase ABDUCCIÓN ).
Ad aliquid. Esta locución equivale
a 'relativo a', 'relativamente a' y se
refiere, pues, al ser relativo, o)/n pro\j
ti (véase RELACIÓN). Se usa en varias formas, entre las cuales mencionamos las siguientes:
Ad aliquid ratione alterius (= secundum aliquid). Lo que tiene relación con algo según otra cosa.
Ad aliquid secundum se. Lo que
tiene relación con algo según su propio ser [= modo de ser, esencial].
Ad aliquid secundum rationem tantum. Lo que tiene relación con algo
según la mente o según, el entendimiento.
Ad aliquid secundum rem. Lo que
tiene relación con algo según la cosa
misma.
Ad extra - Ad intra. Ad extra se
refiere a un movimiento transitivo o
trascendente. Ad intra se refiere a un
movimiento inmanente (véanse EMANACIÓN, INMANENCIA, TRASCENDENCIA ).
Ad hoc. Una idea, una teoría, un
argumento ad hoc son los que valen
solamente para un caso particular, generalmente sin tener en cuenta otros
casos posibles.
Ad hominem. Un argumento ad
hominem es el que es válido, se supone
que es válido, o termina por ser
válido, sólo para un hombre determinado o también para un grupo determinado de hombres. En vez de la
locución ad hominem se emplea a
veces la locución ex concessis.
Ad humanitatem. Un argumento ad
humanitatem es uno que se supone es
válido para todos los hombres sin excepción. Tal argumento se considera,
pues, como un argumento que va más
allá de todo individuo particular y, en
calidad de tal, como un argumento
ad rem, es decir, según la cosa misma
considerada.
Ad ignorantiam. Un argumento ad
ignorantiam es el que se halla fundado en la ignorancia (supuesta o efectiva) del interlocutor.
Ad impossibile (véase ABDUCCIÓN).
Ad intra (véase supra).
Ab judicium. Según Locke, un argumento ad judicium es un argumento que se justifica por el argumento
mismo (por el "juicio") y no es, por
tanto, un argumento ad hominem, ad
ignorantiam o ad verecundiam.
Ad personam. Un argumento ad
personam es, en verdad, un argumento contra una persona determinada,
fundándose en efectivas o supuestas
debilidades de la persona en cuestión.
Este argumento tiende a disminuir el
prestigio de la persona contra la cual
va dirigido.
Ad quem (véase supra).
Ad rem (véase supra).
Ad valorem. Puede llamarse ad valorem a un argumento que se funda
en el valor de la cosa o cosas consideradas o defendidas.
Ad verecundiam. Un argumento ad
verecundiam es el que se funda en la
"intimidación" supuestamente ejercida
por la autoridad o autoridades a las
cuales se recurre con el fin de convencer al interlocutor o interlocutores.
A DICTO SECUNDUM QUID AD
DICTUM SIMPLICITER. Véase SOFISMA.
A FORTIORI. La expresión a fortiori es definida de varios modos.
Pueden reducirse a dos. (1) Se dice
que un razonamiento es a fortiori
cuando contiene ciertos enunciados
que se supone refuerzan la verdad de
la proposición que se intenta demostrar, de tal modo que se dice que
esta proposición es a fortiori verdadera. El a fortiori representa el tanto
más cuanto que con que se expresa
gramaticalmente el hecho de que a
una parte de lo que se aduce como
prueba viene a agregarse la otra
parte,
sobreabundando
en
lo
afirmado. Con frecuencia se usa este
tipo de razonamiento cuando se quiere
anular toda objeción posible (y considerada verosímil) contra lo anunciado. Un ejemplo de razonamiento
a fortiori en este sentido es: "Lope
de Vega es un poeta, tanto más cuanto que en los pasajes de su obra
en los que no pretendía expresarse
poéticamente empleó un lenguaje predominantemente lírico." (2) Argumento a fortiori se llama también a
un razonamiento en el cual se usan
adjetivos comparativos tales como
"mayor que", "menor que", etc., de
tal suerte que se pasa de una proposición a la otra en virtud del carácter
transitivo de tales adjetivos. Un ejemplo de argumento a fortiori en este
sentido es: "Como Juan es más viejo
que Pedro, y Pedro es más viejo que
Antonio, Juan es más viejo que Antonio." En la lógica clásica se considera a veces este argumento como
una de las formas del silogismo llamado entimema ( VÉASE ). Pero como
los adjetivos comparativos citados expresan las más de las veces relaciones, resulta que el estudio del argumento a fortiori puede ser estudiado dentro de la lógica actual en la
teoría de las relaciones (véase RE LACIÓN ).
El sentido ( 1 ) es predominante retórico; el sentido (2), declaramente
lógico. En este último sentido ha sido
examinado por Arthur N. Prior ("Argument a fortiori", Analysis, 9 [194849], 49-50). Prior indica que aunque
un argumento como "Todo lo que es
mayor que algo mayor que C es mayor que C" es un modo de decir "Los
argumentos α fortiori son válidos",
puede efectuarse la reducción requerida sin insertar ninguna premisa y
limitándose a reformular las premisas dadas. Aplicada al caso anterior
la reformulación da el siguiente resultado:
"Todo el tamaño que tiene B, es
tamaño que tiene A, y A tiene algo
de tamaño que no tiene B;
Todo el tamaño que tiene C, es
23
tamaño que tiene B y B tiene algo
de tamaño que no tiene C;
Por lo tanto, todo el tamaño que
tiene C, es tamaño que tiene A, y
A tiene algo de tamaño que no tiene C."
A PARTE ANTE, A PARTE POST.
En la literatura escolástica se distingue entre las expresiones a parte ante
y a parte post. Por ejemplo, se
dice que el alma ha existido a pane
ante (a parte ante perpetua) si su
ser es anterior al cuerpo, y que ha
existido a parte post (a parte post perpetua) si no antecede al cuerpo, antes bien comienza con éste. En ambos casos se supone, empero, que el
alma permanece después de la disolución del cuerpo (post dissolutionem
a corpore maneat, duret post perpetuo a corpore separata).
A PARTE REI. Los escolásticos
usan la expresión a parte rei para
significar que algo es según la cosa
misma, es decir, según la naturaleza
de la cosa o, más simplemente, según ella misma. Por ejemplo, se puede preguntar si las cosas naturales
son a parte rei o bien si resultan solamente de la operación del entendimiento. Por consiguiente, el ser α
parte rei se opone al ser secundum
intellectum.
A POSTERIORI. Véase A PRIOBI .
A PRIORI. Aunque las expresiones
a priori y a posteriori han sido empleadas abundantemente sólo en la
filosofía moderna y, con menor insistencia, en la medieval, el problema a que ellas se refieren fue tratado
desde la Antigüedad. Cierto que en
ésta la diferencia entre lo que es primero y lo posterior se refería más
bien a la naturaleza misma de la
cosa y, por derivación, a la del conocimiento. Pero la cuestión de la
forma de conocimiento no quedaba
de ninguna manera excluida. Se distinguió, así, entre el conocer por
causas y el conocer por efectos, el conocer según la cosa en sí, y el conocer pro\j h(ma=j, quoad nos, para nosotros. Distinciones emparentadas casi
siempre con las relativas a la diferencia
entre el conocimiento conceptual y el
empírico, el independiente y el
dependiente, etc. Así pasó el
problema a la filosofía medieval, dentro de la cual comenzó a tratarse la
distinción entre a priori y a posteriori
en un sentido a veces muy parecido
al moderno. Las fórmulas mis-
mas solamente fueron empleadas por
vez primera por Alberto de Sajonia
(Prantl, IV, 78), el cual, siguiendo
algunos precedentes ya entonces consagrados, expresaba con ellas dos
formas de razonamiento en las que
se iba respectivamente del principio
a la consecuencia y de ésta al principio. Habría aquí, pues, una significación análoga a la que tenía en la
Antigüedad la distinción entre la demostración por la causa y por el
efecto, la cual correspondía, por lo
demás, al primado ontológico de la
causa, en tanto que ésta sea, efectivamente, como la tradición antigua generalmente suponía, lo que es primero por naturaleza. Sin romperse
el vínculo con la tradición, antes bien
reapareciendo ésta en la medida en
que se atacó el problema a fondo, la
cuestión del a priori, en el sentido
actual, comienza, sin embargo, a plantearse sólo con toda amplitud cuando en la época moderna prima sobre
el problema del ser la cuestión del
conocimiento.
Tal ocurre ya en Descartes. No hay
en éste ninguna doctrina formal de lo
a priori, pero su noción de "idea innata" (Med. de prima phil, II; Princ.
phil., I, 10) se aproxima a la concepción moderna de "idea a priori". Los
motivos ontológicos priman todavía,
sin embargo, en la filosofía cartesiana,
sobre los epistemológicos; por eso las
ideas innatas no son solamente lo primero para nosotros, sino también la
expresión de la realidad en cuanto es
vista (directa e intuitivamente) en su
verdad. Las ideas claras y distintas
(véase CLARO) de una cosa son la
cosa misma en cuanto que vista o
aprehendida mediante una intuición
(VÉASE). Locke, en cambio, desarrolla
una crítica del innatismo ( VÉASE) que
puede equipararse a una crítica de
todo elemento a priori en el conocimiento. Mas puede preguntarse si no
hay en la noción lockiana de ideas de
reflexión elementos que no puedan
derivarse directa o indirectamente de
las sensaciones. Si la derivación fuera
indirecta, todavía lo a priori se hallaría ausente de la epistemología de
Locke. Pero si se postulara simplemente que hay derivación indirecta y
no fuese posible mostrar cómo se lleva a cabo, ni siquiera en principio,
habría algo de aprioridad en las ideas
de reflexión, cuando menos en algunas de ellas. Supongamos, sin embar-
go, que no hay aprioridad alguna en
este sentido; todavía puede preguntarse si no hay en Locke la noción de
ciertas verdades generales distintas de
las ideas obtenidas mediante percepción o mediante demostración. Locke
habla de estas verdades o ideas generales y declara que son "meras construcciones mentales" (Essay, IV, cap.
vii, 9). La cuestión se plantea entonces del siguiente modo: ¿son tales
construcciones meras expresiones lingüísticas? Si lo son, entonces no pueden ser llamadas propiamente "ideas".
Si no lo son, debe de haber en ellas
algo a priori.
Ahora bien, una distinción entre tipos de conocimiento que lleva a la
concepción de un a priori ( acéptese o
no como necesario para el conocimiento de lo real) se encuentra por vez
primera solamente en Hume y en
Leibniz. La distinción propuesta por
Hume (Enquiry, sec. II, parte 1) de
"todos los objetos de la razón o investigación humana" en relaciones de
ideas (Relations of Ideas) y hechos
contantes y sonantes (Matters of Fact)
equivale a una distinción entre enunciados analíticos y sintéticos respectivamente (véase ANALÍTICO Y SINTÉ TICO). Los enunciados analíticos son
completamente a priori; no proceden
de la experiencia, pero no pueden decir nada sobre la experiencia o sobre
"los hechos". Se limitan a constituir
la base de razonamientos puramente
formales y son descubiertos mediante
la "mera operación del pensamiento"
(loc. cit.), pudiendo compararse con
reglas — reglas de lenguaje. A su vez,
Leibniz distingue entre verdades de
razón y verdades de hecho (véase artículo correspondiente y las pertinentes citas de Leibniz). Las verdades de
razón son eternas, innatas y a priori,
a diferencia de las verdades de hecho, que son empíricas, actuales y
contingentes. "La razón —escribe
Leibniz— es la verdad conocida cuyo
enlace con otra verdad menos conocida hace que demos nuestro asentimiento a la última. Pero de modo particular, y por excelencia, se la llama
razón si es la causa no solamente de
nuestro juicio, sino también de la propia verdad, la cual se llama también
razón a priori, y la causa en las cosas
responde a la razón en las verdades."
(Théodicée, IV, xvii, 1). Debe tenerse
en cuenta, sin embargo, que la aprioridad (lo mismo que el carácter inna24
to) de las verdades de razón no significa que éstas se hallen siempre presentes a la mente; las verdades de
razón y a priori son, en rigor, aquellas
que hay que reconocer como evidentes cuando se presentan, como diría
Descartes, a "un espíritu atento".
No obstante las fundamentales diferencias que hay entre la filosofía de
Hume y la de Leibniz, estos autores
coinciden en un punto: en que los
enunciados a priori son analíticos y
no sintéticos. Pero mientras para Hume ello es consecuencia de su carácter
puramente lingüístico-formal, para
Leibniz es resultado de su preeminencia sobre la experiencia.
Distinta de Leibniz y de Hume es
la concepción de lo a priori defendida
por Kant. Los conceptos y las proposiciones a priori tienen que ser pensados con carácter de necesidad absoluta. Pero no simplemente porque sean
todos puramente formales. Si lo fuesen, habría que desistir de formular
proposiciones universales y necesarias
relativas a la Naturaleza; la universalidad y necesidad de tales proposiciones sería entonces sólo la consecuencia de su carácter analítico. Por otro
lado, los conceptos de la razón no
pueden aplicarse a la realidad en sí y
menos aun servir de ejemplos o paradigmas de esa realidad; toda metafísica basada en puros conceptos de razón trasciende de la experiencia posible y es resultado de una pura imaginación racional (por tanto, no sintética). Kant considera que el conocimiento a priori es independiente de la
experiencia, a diferencia del conocimiento a posteriori, que tiene su origen en la experiencia (K. r. V. Β 2).
La independencia de la experiencia
debe entenderse de un modo absoluto, no respecto a tales o cuales partes
de la experiencia. Los modos de conocimiento a priori son pufos cuando
no hay en ellos ninguna mezcla de
elementos empíricos (op. cit., B 3).
"Todo cambio tiene una causa" no es
para Kant una proposición absolutamente a priori, porque la noción de
cambio procede de la experiencia. La
independencia de la experiencia no
debe entenderse en sentido psicológico, sino epistemológico; el problema
de que se ocupa Kant en la Crítica de
la razón pura no es el del origen del
conocimiento (como en Locke y en
Hume), sino el de su validez. Ahora
bien, Kant admite que puede haber
juicios sintéticos a priori. Así, lo a
priori no es siempre solamente analítico. Si fuese tal, ningún conocimiento
relativo a la Naturaleza podría
constituirse en ciencia. Ni siquiera el
sentido común puede prescindir de
modos de conocimiento a priori. Preguntar si hay juicios sintéticos a priori
en la matemática y en la ciencia de la
Naturaleza (física), equivale a preguntar si estas ciencias son posibles, y
cómo lo son. La respuesta de Kant es
afirmativa en ambos casos, pero ello
se debe a que lo a priori no se refiere
a las cosas en sí (véase COSA), sino a
las apariencias (véase APARIENCIA).
Los elementos a priori condicionan la
posibilidad de proposiciones universales
y necesarias. En cambio, no hay en
la metafísica juicios sintéticos a
priori, porque lo a priori no se aplica
a los noumena, (véase NOÚMENO).
Kant trata en la Crítica de la razón
pura (donde con más detalle ha elaborado la idea de la aprioridad) de
las formas a priori de la intuición ( espacio y tiempo) y de los conceptos
a priori del entendimiento o categorías.
Mikel Dufrenne ( Cfr. op. cit. infra,
págs. 11 y sigs.) ha indicado que pueden discernirse dos grupos de problemas relativos a la concepción kantiana
de lo a priori. Por un lado, problemas
relativos a la naturaleza del sujeto en
tanto que "portador" de lo a priori.
Lo a priori funda la objetividad en
tanto que un sujeto constituyente
(véase CONSTITUCIÓN Y CONSTITUTIVO)
hace posible la experiencia. Pero hay
aquí, en rigor, dos elementos: una
condición surgida de la naturaleza
subjetiva y una condición formal de la
experiencia como tal. Si se subraya el
primer elemento, se tiende a una
concepción psicológica del sujeto
trascendental; si el segundo, a una
eliminación de todo sujeto como
sujeto. Por otro lado, hay problemas
relativos a la relación entre el sujeto
y el objeto. Esta relación es para Kant
trascendental ( VÉASE); no se trata de
producción del ente, sino de determinación de la objetividad del objeto
(de su cognoscibilidad en tanto que
objeto). Pero aquí se puede considerar o que el sujeto trascendental absorbe el objeto en su objetividad de
un modo total, de suerte que las condiciones del objeto son equivalentes a
las modificaciones del sujeto, o que el
objeto absorbe por entero al sujeto.
Parece, en todo caso, que desde el
momento en que se admite que lo
a priori tiene su fuente en un sujeto
de conocimiento, es imposible evitar
las cuestiones ontológicas que Kant se
proponía justamente evitar hasta haber despejado por entero el camino
para la metafísica mediante la filosofía trascendental.
La doctrina kantiana fue a un tiempo
criticada y elaborada por los idealistas
alemanes postkantianos. Ejemplo de
esta doble actitud es la de Hegel. Por
un lado, Hegel acepta la concepción de
lo a priori en tanto que admite
(cuando menos al exponer la doctrina
de Kant) que la universalidad y
necesidad deben hallarse a priori, esto
es, en la razón (Vorlesungen über die
Geschichte der Philosophie. Teil III,
Abs. iii. B; Glöckner, 19: 557). Por
otro lado, Hegel considera que las expresiones a priori y 'sintetizar' usadas
por Kant son vagas y hasta vacías
(Logik, Buch I, Abs. II, Kap. ii. A.
Anm. 1; Glöckner, IV, 250). De modo sorprendentemente parecido al
modo como la noción de a priori ha
sido elaborada por los fenomenólogos,
Hegel estima que también la determinación del sentimiento posee elementos (o "momentos") a priori (loc.
cit.), con lo cual dicho filósofo extiende la noción de aprioridad a lo
que no es solamente intelectual.
La cuestión del a priori ha sido
debatida muchas veces en el pensamiento filosófico contemporáneo.
Mientras unos lo han seguido admitiendo en un sentido análogo al de
Kant, otros lo han rechazado, ya sea
en nombre de la concepción más
tradicional de lo a priori, ya sea en
nombre de la proclamada imposibilidad de concebir ningún conocimiento que no esté dado bajo estas dos
formas: o como procedente de la
experiencia o como puramente lógicoanalítico (véase ANALÍTICO). Lo a
priori ha significado entonces lo puramente vacío y formal, la "lógica
que llena el mundo", para emplear
la expresión de Wittgenstein. Contrariamente a Kant, se han eliminado de
lo α priori todas las síntesis y todo
elemento sintético. Esta última concepción ha asumido diversas formas,
desde las más radicales hasta las atenuadas. A las primeras pertenecen la
mayor parte de las corrientes neopositivistas y "analíticas"; dentro de
las segundas puede incluirse una con25
cepción de lo a priori como la defendida por C. I. Lewis. Éste admite
la necesidad de lo a priori (en virtud
de que no hay conocimiento posible
sin interpretación), y lo proclama
independiente de la experiencia, "no
porque prescriba una forma que la
experiencia deba cumplir o anticipe
alguna armonía preestablecida de lo
dado con las categorías de la mente,
sino precisamente porque no prescribe
nada al contenido de la experiencia"
(Mind and the World Order, 1929,
pág. 197). Lo a priori será verdadero
sin importar a qué se refiere. Sin
embargo, lo a priori anticipa caracteres
de lo real (sin lo cual carecería de
toda significación), si bien de lo real
en tanto que "categorial-mente
interpretado". Esto tiene varias
consecuencias. Primero, el rechazo de
las concepciones tradicionales —entre
ellas, la kantiana— de lo a priori.
Segundo,
la
consideración
del
conocimiento a priori como un conocimiento formal. Tercero, y finalmente,
el hecho de que tal formalidad no
equivalga a una pura vaciedad de las
significaciones. Con lo cual Lewis
mantiene, por así decirlo, una posición
intermedia entre la concepción
puramente formal y la puramente
trascendental. Pues los principios a
priori representan verdaderamente
principios de orden y criterios de lo
real (op. cit., pág. 231); al determinar
las significaciones, la mente forja ese
tipo de verdad sin el cual no habría
ninguna otra verdad posible. Por eso
el hecho de que los últimos criterios
de las leyes de la lógica sean
"pragmáticos" no significa, para el
"pragmatismo
conceptualista"
de
Lewis, la sumisión de lo formal a una
decisión arbitraria cualquiera, sino el
resultado del hecho de que la
clasificación
categorial
e
interpretación de lo real sean forzosamente nuestra clasificación y nuestra
interpretación.
La solución de Husserl al problema es de carácter muy distinto, pero
se refiere también a la cuestión de
subrayar la aprioridad sin tener que
abandonar la referencia a lo real. En
la fenomenología de Husserl, el carácter de aprioridad no es propio solamente de las esencias formales, sino
también de las materiales, con lo
cual queda ampliado el marco de la
concepción kantiana de lo a priori,
excesivamente vinculada a su signí-
ficación formal. Gracias a esta aprioridad de las esencias materiales es
posible, como Scheler ha realizado
en la esfera de la ética, una síntesis
de lo umversalmente válido con lo
concreto y, con ello, un conjunto de
ciencias basadas en un "apriorismo
material". Lo a priori resulta así esencialmente modificado, pero ello no
significa que la aprioridad quede sometida desde su principio a la observación de los hechos y a toda comprobación fáctica. Lo que es a priori
se comporta respecto a lo real de una
doble manera: por una parte, es
independiente de él en el sentido de
que en él se da la esencia de lo real
aun en el caso de que éste no aparezca como algo efectivo y no pase
de su mero ser fenómeno a ser "apariencia"; por otra, está vinculado a
él en el sentido de que allí halla
cumplimiento la experiencia extra-fenomenológica. De esta suerte lo α
priori se hace contenido intuitivo —y
no imposición del entendimiento sobre un hipotético caos de lo dado—
y experiencia — en vez de ser forma impuesta a la experiencia. Toda
identificación de lo a priori con lo
no "empírico" y lo formal —identificación que tiene su paralelo en la no
menos usual identificación de lo a
posteriori con lo empírico y lo material— queda así invalidada. Lo α
priori no es el conjunto de formas
generales que modelan una materia
no menos general; la relación entre
lo formal y lo material es meramente
relativa, pues lo que en un caso
puede ser materia de una intuición
puede ser en otro caso forma. La oposición absoluta entre lo a priori y lo
a posteriori no coincide con una oposición paralela entre lo formal y lo
material y menos aun con una oposición paralela entre lo lógico y lo
alógico. La posibilidad de una aprioridad material es tan completa, según Husserl, que puede decirse que
a ella pertenecen la mayor parte de
las aprioridades.
Además de los textos a que se ha
hecho referencia en el artículo, véanse
las siguientes obras. Análisis de la
noción de a priori: Narziss Ach, Ueber die Erkenntnís a priori, insbesondere in der Arithmetik, 1913. — Nicolai Hartmann, "Ueber die Erkenntbarkeit des Apriorischen", Logos, V
(1914-15), 290-329; reimp. en Kleinere Schriften, III, 1958, págs. 186218. — A. Pap, "The Different Kinds
of a Priori", The Philosophical Re-view
LIII (1944), 464-84. — H. Ne-ri
Castañeda, "Analytic Propositions,
Définitions and the A Priori", Ratio
II (1959), 80-101. — Mikel Dufrenne, La notion d'a priori, 1959. —
Véase asimismo la bibliografía en el
artículo ANALÍTICO Y SINTÉTICO. Para
el α priori en la teoría física: A. Pap,
The A Priori in Physical Theory,
1946. — Sobre el a priori en diferentes
autores y corrientes: M. Guggen-heim,
Die Lehre vom apriorischen Wissen
in
ihrer
Bedeutung
für
die
Entwicklung der Ethik und der Erkenntnistheorie in der sokratisch-platonischen Philosophie, 1885. — Nicolai Hartmann, Das Problem des
Apriorismus in der platonischen Philosophie, 1936 (Sitzungsber. der
preuss. Ak. der Wiss. Phil. hist. Kl.
XV [1935]; reimp. en Kleinere Schriften, II, 1957, págs. 48-85). — Aline
Lion, Anamnesis and the A Priori,
1935. — L. di Rosa, La sintesi a priori:
S. Tomaso e Kant, 1950. — Bella Κ.
Milmed, Kan and Current Philosophical
Issues: Sortie Modem Develop-ments of
His Theory of Knowledge, 1961,
especialmente Caps. II, III, V y VII.
— Lothar Eley, Die Krise des Apriori
in der transzendentalen Phä-nomelogie
E. Husserls, 1962 [Phae-nomenologica,
10]. — A. Silberstein, Leibniz
Apriorismus im Verhältnis zu seiner
Metaphysïk, 1904. — A. Sicker, Der
leibniz-kantische Apriorismus und die
neuere Philosophie, 1900. — G.
Hellström,
On
Hume's
aprioribegrepp, 1925. — G. Cesca,
La dottrina kantiana dell'a priori,
1885. — Rudolf Eisler, Die Weiterbildung der Kantschen Aprioritätslehre bis zur Gegenwart, 1895. — Ake
Petzäll, Der Apriorismus Kants und
die "Philosophia pigromm", 1933. —
C. Mazzantini, II problema delle verita necessarie e la sintesi a priori di
Kant, 1935.
A SE. En el vocabulario latino de
la escolástica es común distinguir entre la expresión α se y la expresión
ab alio. A se significa "por sí", "por
sí mismo", "desde sí", "desde sí mismo", "procedente de sí", "procedente
de sí mismo"); ab alio significa
"procedente de otro". Por este motivo
un ser a se es considerado como un
ser independiente, a)/narxon. Se dice,
así, que Dios es a se (substantia a se)
—y también per se, ex se—, pues
tiene su principio (o causa) de existir
en sí mismo. En cambio, una entidad
creada se dice que es ab alio, porque
no tiene el principio (o causa) de
existir en si misma, sino en
26
otra realidad (en Dios). Esta última
distinción es radical, pues se refiere
a la raíz del ser y de lo creado.
Puede, sin embargo, distinguirse entre el ser a se y el ser ab alio
en un sentido menos radical. Así, por
ejemplo, se dice que una entidad procede de otra cuando tiene simplemente en esta otra su origen (con
frecuencia causal): lux est a sole (la
luz procede del sol). La distinción
entre a se y ab alio es paralela con
frecuencia a la distinción entre in se
(VÉASE) e in alio, aun cuando se tiende
a emplear la primera cuando so hace
referencia al principio del cual
procede una entidad y la segunda
cuando se habla del ser de una entidad. Cuando se subraya el motivo de
la procedencia se usan las expresiones
a se moveri (que se contrapone a ab
alio moveri) y a se procedere (que se
contrapone a ab alio procedere). Por
lo demás, el proceder de otra entidad
puede entenderse en dos sentidos: según el ser real (secundum esse reale)
y según el ser intencional (secundum
esse intentionale). Para el significado
de 'ser intencional', véase INTENCIÓN,
INTENCIONAL , INTENCIONALIDAD.
Se dice también del ser a se que
posee aseidad (aseitas). Lo mismo
que hemos visto para el ser a se, la
aseidad puede afirmarse de un modo
general, como un rasgo de todo ente
que procede de sí mismo —y, por
lo tanto, del ente, o de un modo (ontológica-formalmente) menos general,
como el constitutivum metaphysicum
de un ente determinado, pero único,
Dios. Algunos autores se inclinan por
lo primero y dan distintas razones
para apoyar su opinión: que la noción de referencia es demasiado formal y conviene sólo al ente en cuanto ente, que reducir la aseidad a
Dios lleva al riesgo de absorber en
Éste todos los demás entes, etc. Otros,
en cambio, se manifiestan partidarios
de lo segundo, y alegan en favor de
su tesis que la aseidad puede predicarse únicamente de aquella realidad en la cual la esencia subsiste
en toda la plenitud del ser, es decir,
que posee todas las perfecciones tanto
intensivas como extensivas.
A SIMULTANEO. Véase Dios,
ONTOLÓGICA ( PRUEBA).
AALL (ANATHON) (1897-1943)
nac. en Näseeby (Tromsö, Noruega),
docente privado en Halle de 1904 a
1908 y profesor en Cristianía (Oslo a
partir de 1925) desde 1908, se distinguió primeramente por sus estudios
histórico-filosóficos e histórico-religiosos, pasó luego al estudio de la psicología experimental y desembocó, finalmente, en una filosofía de la Naturaleza y en una metafísica. Como el
propio Aall puso de manifiesto, su interés por la filosofía se manifestó en
dos esferas que juzgaba relacionadas
entre sí: la filosofía en su historia, y lo que llamó la filosofía de
la existencia, es decir, de la realidad.
La primera fue entendida por Aall
como un estudio que no comprendía
solamente la exposición histórica de
los filosofemas, sino su vinculación
con la total situación histórica de la
cual tales filosofemas habían emergido: no hay motivo, decía Aall,
para cortar la relación entre la sofística jónica y la democracia griega,
entre el industrialismo moderno y la
psicología empírico-experimental. La
segunda fue entendida como una
filosofía de la Naturaleza desarrollada
sobre bases epistemológicas y con
intenciones últimamente metafísicas.
Esta filosofía de la Naturaleza o filosofía crítica de la existencia tenía
por base positiva la investigación
psicológica, que Aall condujo sobre
todo en el sentido de una psicología
de los sentidos y que consistió en
una asimilación, crítica y superación
del mecanicismo y del energetismo
contemporáneos. El reduccionismo de
éstos era rechazado por Aall como
una inadmisible adhesión al monismo
metafísico. Una cierta forma de
realidad, ciertamente funcional, pero
no simplemente energética, se revelaba, a su entender, entre los coeficientes fisiológicos observables y las
manifestaciones psíquicas. Esto constituía la base de la mencionada "crítica de la existencia real", que incluía el análisis psicológico-crítico
de las nociones de energía, de tiempo y
de movimiento y que desembocaba,
finalmente, en una concepción
funcional de la unidad del alma y
del cuerpo, del espíritu y de la materia, así como en una filosofía de
la existencia que, en sus propios
términos, debía ser designada como
pluralista y que sostenía que "el
propio espíritu y su vida, los propios
contenidos empíricos de carácter no
mecánico, poseen realidad independiente" (Die Philosophie der Gegen-
wart in Selbstdarstellungen, ed. R.
Schmidt, t. V, 1924, pág. 22).
Obras principales: Der Logos. Geschichte seiner Entwicklung in der
griechischen Philosophie und der
christlichen Literatur, I, 1896; II,
1899 (El Logos. Historia de su evolución en la filosofía griega y en la
literatura cristiana). — 'Om Sansynliget og dens betydning logisk
betraktet", Tidskr. f. Mathematik og
Naturvindenskab (1897) ("Sobre la
probabilidad y sus condiciones desde el punto de vista lógico"). —
Macht und Pflicht. Eine Natur- und
Rechtsphilosophische Untersuchung,
1902 (Poder y Deber. Una investigación de filosofía de la Naturaleza
y filosofía del Derecho). — Ibsen og
Nietzsche, 1906. — Henrik Ibsen
als Dichter und Denker, 1906 (H. I.
como poeta y pensador). — Logik,
3a ed., 1921. — "Filosofien i Norden", Videnskapsehk, Skr. hist. fil.
kl, Ν° 1 (1918) ("La filosofía en
Noruega"). — Psykologi, 1926. —
Socialpsykologi, 1938. — Además,
numerosos escritos, publicados en revistas, sobre temas de psicología experimental, de Historia de la filosofía
y de filosofía de la Naturaleza. Particularmente importantes para su filosofía son los escritos: "Gibt es irgendeine andere Wirklichkeit als die
mechanische?", Zeitschrift für Philosophie, CLXII (1917) ("¿Hay alguna otra realidad además de la realidad mecánica?") y "The Problem of
Reality", The Journal of Philoso-phy,
XXII (1925), 533-47 — V. también la
autoexposición citada arriba.
ABANO (PEDRO DE). Véase PE DRO DE ABANO.
ABBAGNANO (NICOLA) nac.
(1901) en Salerno (Italia), profesor
desde 1939 en la Universidad de
Turin, representa actualmente el
existencialismo (VÉASE) italiano. Sin
embargo, el existencialismo de Abbagnano no es un reflejo del existencialismo alemán o francés, sino un resultado del desarrollo interno de su
propio pensamiento, surgido, por lo
demás, de la propia situación filosófica contemporánea. Abbagnano rechazaba ya en su primer libro no
sólo las concepciones "clásicas" de la
verdad, sino también las que, como
las intuicionistas, modernistas o puramente historicistas, sólo podían ser
parcialmente satisfactorias. Desde un
principio se trataba, pues, de encontrar algún elemento capaz de representar un principio metafísico en el
cual las demás realidades fuesen dadas sin reducirse a la pura racionali27
dad o absorberse en la conciencia
absoluta del idealismo. Tal principio
no debía apoyar ni lo puramente subjetivo ni lo enteramente objetivo, ni
lo completamente racional ni lo absolutamente irracional. Por otro lado,
no debía ser tampoco un compromiso
ecléctico. Abbagnano halló en el concepto de existencia ( VÉASE) la formulación de tal posibilidad. Pues este
concepto replanteaba los datos mismos de la cuestión metafísica al insistir en la problematicidad esencial del
principio. La problematicidad es entonces lo único que permite el pensamiento y la vida, es decir, lo que
constituye su propio horizonte. Ahora
bien, esto caracteriza los modos dentro de los cuales la existencia vive o
por los cuales se manifiesta: el esfuerzo (impegno), la decisión (decisione),
la elección (scelta) y la fidelidad (fedeltà). La unidad última de estos modos, o la estructura fundamental de la
existencia, es, por otro lado, lo que
puede permitirle eludir el recaer dentro del inmanentismo idealista: la trascendencia. De ahí la insistencia de
Abbagnano en el modo particular con
que él defiende la relación o rapporto
de la existencia con el ser, a que hemos aludido en el artículo Existencialismo (VÉASE ). Por eso la existencia
es, en Abbagnano, la propia relación
con el ser, y por eso los actos existenciales pueden trascender hacia el
ser; en suma, "hacia la unidad absoluta del ser". Pues, en última instancia, la existencia se constituye trascendiendo hacia la existencia, y se
reduce a este continuo trascender.
Obras principales: Le sorgenti
irrazionali del pensiero, 1923. — Π
problema dell'arte, 1925. — Il nuovo
idealismo inglese e americano, 1927.
— Guglielmo di Ockam, 1931. — La
nozione del tempo in Aristotele, 1933.
— La física nuova. Fondamenti di
una teoría della scienza, 1934. — Π
principio della metafísica, 1936.
— Lineamenti di pedagogia, 1936. —
La struttura dell' esistenza, 1939 (trad.
esp.: La estructura de la existencia,
1958). — B. Telesio (I. Telesio. II.
Telesio e la filosofía del Rinascimento), 1941. — Introduzione all'esistenzialismo, 1942, 2a éd., 1947 (trad.
esp.: Introducción al existencialismo,
1955). — Filosofía, Religione, Scienza, 1947 (trad. esp.: Filosofía, reli
gión y ciencia, 1961). — Existenzialismo positivo, 1948 ( trad. esp. : Exis
tencialismo positivo, 1953). — Storia
della filosofía, 3 vols. (I, 1, 1949; II,
1 y 2, 1949); III, 1953), reed. en 3
vols., 1953-54) (trad. esp.: Historia
de la filosofía, 2 vols., 1955-56). —
Storia del pensiero scientifico, 1951 y
sigs. — Possibilita e liberta, 1956
(trad. esp.: Filosofía de lo posible,
1957). — Problemi di sociologia, 1959
(colección de artículos [1951-1958]).
— Dizionario di Filosofía, 1961 ( trad.
esp.: Diccionario de Filosofía, 1963).
— Véase autoexposición de su filoso
fía titulada "Metafísica ed esistenza"
en M. F. Sciacca, Filosofi italiani
contemporanei, 1944, págs. 9-25. —
Véase también V. Fatone, La exis
tencia humana y sus filósofos, 1953,
cap. X. — G. Giannini, L'esistenzialismo positivo di Ν. Α., 1956. — Ma
ría Angela Simona, La notion de li
berté dans l'existentialisme positif de
Ν. Α., 1962 [Studia Friburgensia, N.
S., 32].
ABDERA (ESCUELA DE). A
menudo se encuentra en las historias
de la filosofía griega la expresión 'Escuela de Abdera'. Designa el llamado
atomismo de algunos de los filósosos presocráticos (Leucipo, Demócrito). El nombre procede del lugar
de nacimiento de Demócrito: Abdera,
una colonia jónica de Tracia (donde
había nacido también Protágoras).
Por este motivo Demócrito es llamado
asimismo el abderita. Tanto este nombre como la expresión que designa
la escuela pueden considerarse, sin
embargo, sólo como recursos mnemotécnicos. En efecto, en la época de
los atomistas la actividad filosófica
griega estaba centrada en Atenas, y el
período durante el cual floreció la
Escuela de Abdera es el llamado período ático. Por lo demás, Demócrito
viajó mucho por diversos países del
Cercano Oriente y hasta se dice que
tuvo contacto con los hindúes. Finalmente, Leucipo, uno de los miembros
de la Escuela, no nació en Abdera,
sino en Mileto, y parece haber sido
discípulo de Parménides. Esto hace
sospechar que hay relación entre los
eleatas y la Escuela de Abdera, relación que se confirma cuando advertimos que cada uno de los átomos de
Demócrito (véase ATOMISMO) parece
haber sido concebido por analogía
con la esfera de Parménides.
Para bibliografía, véanse FILOSOFÍA GRIEGA y PRESOCRÁTICOS.
ABDUCCIÓN.
El
término
a)pagwgh/ se traduce de varios
modos. Por un lado, significa
reducción. En tal caso la apagogé es o
la reducción de las figuras del
silogismo (VÉASE) a la primera
figura, o la expresión abre-
viada para las pruebas ad absurdum
y ad impossibile. En los artículos
sobre los términos 'absurdo' y 'reducción' hemos hecho ya referencia
a estas significaciones. Nos limitaremos ahora al sentido que tiene
a)pagwgh cuando se traduce por 'abducción'. En este caso se trata de
un silogismo cuya premisa mayor es
cierta y cuya premisa menor es probable. O, como dice Aristóteles, "hay
abducción cuando es cierto que el
primer término conviene al medio,
siendo incierto, en cambio, que el
término medio convenga al último,
aun cuando esta relación sea tan
probable o inclusive más probable
que la conclusión" (An Pr., II, 25,
69 a 20-23). También hay abducción
"cuando los términos intermediarios
entre el último y el medio son pocos". En otras palabras, hay, según
Aristóteles, dos modos de la abducción, es decir, dos modos de silogismo que no proporcionan sino un
conocimiento probable: en el primero, la premisa mayor es evidente y
la menor incierta o sólo probable,
y justamente de igual grado de probabilidad que la conclusión; en el
segundo, la premisa menor es probada mediante un número de términos medios menor que el de la conclusión. Si suponemos, con Aristóteles, que A significa "que puede ser
enseñada", B, "ciencia" y C, "virtud", resultará que la ciencia puede
ser enseñada, en tanto que es incierto
que la virtud sea una ciencia. "Si,
pues —dice Aristóteles— la proposición BC es tan probable o más probable que AC, hay abducción; estamos,
en efecto, más cercanos al conocimiento por el hecho de haber agregado a
la conclusión AC la proposición BC,
pues antes no poseíamos de ello
ningún saber" (op. cit., 69 a 25-30).
Y habrá también abducción si suponemos que los términos intermedios
entre Β y C son poco numerosos.
"Admitamos, por ejemplo, que D
signifique 'ser cuadrado', E 'figura
rectilínea' y F, 'círculo'. Si entre E
y F hubiese sólo un término intermedio (p. ej., si mediante el auxilio
de lúnulas el círculo se igualara a
una figura rectilínea), estaríamos más
cerca del saber" (loc. cit.).
Para Ch. S. Peirce (VÉASE), el término 'abducción' designa uno de los
tipos de la inferencia. Por lo tanto,
Peirce utiliza dicho vocablo en sen28
tido más próximo a las expresiones 'reducción al absurdo' y 'reducción a lo imposible', si bien afirmando que la prueba indirecta en
que consistiría últimamente la abducción clásica puede convertirse
fácilmente en una prueba directa,
y negando al mismo tiempo la legitimidad de confundir bajo la especie
común de la apagogé o reducción al
absurdo dos formas distintas. Tratamos, por consiguiente, esta significación que Peirce da al término
'abducción' en el artículo sobre la
reducción ( VÉASE).
ABELARDO (PEDRO) o Abailard
(1079-1142), llamado Peripateticus
palatinus, nació en Le Pallet, en el
condado de Nantes, y estudió en París
bajo el magisterio de Guillermo de
Champeaux, cuyas doctrinas combatió
violentamente. Con el fin de enseñar
sus propias doctrinas, Abelardo fundó
una escuela en Melun, escuela que
luego trasladó a Corbeil. Poco tiempo
después, no obstante, regresó a París
para estudiar de nuevo con Guillermo
de Champeaux. Renovada su
oposición al maestro, se allegó
muchos discípulos. Lo mismo le ocurrió en Laon, adonde fue para estudiar con Anselmo de Laon. Después
de ello pasó a París y abrió escuela
en la montaña de Santa Genoveva,
alcanzando resonantes éxitos. La tormentosa vida de Abelardo no terminó, sin embargo, con sus incesantes
polémicas y sus discutidos libros; sus
célebres amores con Eloísa, su entrada
en religión, su vida de magister
errante, las acusaciones de San Bernardo y la condenación de varias de
sus tesis en los concilios de Soissons
(1121) y de Sens (1140) contribuyeron a formar la imagen de un Abelardo inquieto que no por azar se ha
convertido en tema de inspiración romántica.
Se ha sostenido a veces que Abelardo fue el fundador del método escolástico. Aunque esta opinión es discutible, parece cierto de todos modos
que dio con su obra Sic et Non una
amplia difusión al método basado en
la contraposición de las autoridades
patrísticas con vistas a su armonía y
conciliación dentro de los dogmas
y también con vistas a la fundamentación racional de éstos. Por lo tanto, el llamado racionalismo teológico
de Abelardo —que ha inducido a algunos historiadores, con evidente exa-
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ABE
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geración, a considerarlo como un
"ilustrado" avant la lettre— no es más
que una igual oposición a los teólogos que se negaban a aplicar la dialéctica ( VÉASE ) a las cosas divinas y
a los que la convertían en la única
ciencia de la divinidad. Pero si Abelardo no fue un fundador, fue sin
duda un gran incitador, de suerte que
su influencia debió de ser mayor todavía de lo que permiten sospechar
las huellas dejadas en la posterior escolástica. Sus puntos de vista son muy
diversos, pero de ellos nos interesan
primordialmente dos: uno se refiere
a la doctrina de los universales; el
otro, a la ética.
En lo que toca a la primera doctrina, Abelardo se opuso tenazmente
al realismo ( VÉASE), tal como era defendido por Guillermo de Champéame, pero no se opuso menos al
nominalismo (v.), por lo menos tal
como había sido defendido por Roscelino de Compiègne. Esto ha llevado
a algunos autores a la conclusión de
que la posición de Abelardo fue una
preparación para la tesis del realismo
moderado, ulteriormente fundamentado por San Alberto el Grande y Santo
Tomás de Aquino. Esta opinión es
considerada hoy como excesivamente
simplista. No es sorprendente, pues,
que haya habido entre los historiadores de la filosofía medieval un vivo
debate acerca de cuál era la "verdadera posición" de Abelardo en el problema que nos ocupa. Dos interpretaciones se han enfrentado: la de
quienes han sostenido que Abelardo
fue un conceptualista y que interpretó
los universales como "concepciones
del espíritu", y la de quienes han
declarado que, no obstante su crítica
de Roscelino, se mantuvo en el fondo
dentro de la misma corriente nominalista que se desarrolló desde el citado
filósofo hasta Guillermo de Occam.
Para terciar en este debate conviene
ver lo que Abelardo pensaba acerca
de los universales al hilo de la doble
critica de Roscelino y Guillermo de
Champeaux. Ahora bien, es claro que
para Abelardo los universales no eran
—como para Roscelino— meras voces, ya que éstas eran concebidas
como realidades mentales. Pero tampoco eran —como para San Anselmo
o más aun para Guillermo de Champeaux— cosas, res. En su crítica de
esta última posición Abelardo pareció
inclusive haber llevado a Guillermo
de Champeaux a una atenuación de
su posición en el sentido del realismo de la indiferencia ( VÉASE ). Pero
una vez establecido esto es preciso
ver lo que positivamente enseñaba
Abelardo acerca de los universales.
Su posición puede esquematizarse del
siguiente modo: el universal es un
nombre, un nomen, y el nombre es
una vox significativa. Se trata entonces de aclarar el sentido de la significación y de examinar su relación con lo significado. Para conseguirlo Abelardo dedicó considerable
esfuerzo al análisis lógico de la
predicación. Por lo pronto, advirtió
que predicar algo de una multiplicidad es una función que ejercen los
vocablos, los cuales convienen con
varias entidades. Con ello se introdujo
un nuevo concepto: el de "conveniencia". Es un concepto difícil
de precisar. Pues esta conveniencia parece muy próxima al status mediante el cual los realistas muy moderados designaban el "encuentro" en
varios individuos de un carácter común. En vista de estas dificultades,
no es sorprendente que Abelardo dejara a veces su posición en un estado
mucho menos preciso del que suponen algunos historiadores de la filosofía. De hecho, lo único que puede
afirmarse con relativa seguridad es
que Abelardo fue un realista contra
Roscelino y un nominalista contra
Guillermo de Champeaux, pero no
todavía un realista moderado. Cierto
que Abelardo declara en la lógica
llamada Ingredientibus que "géneros
y especies significan realmente cosas
que existen verdaderamente". Pero la
significación de 'existir verdaderamente' no queda con ello más clara.
Diremos, pues, que la solución de
Abelardo parecía tender a una vacilación entre la realidad del "encuentro" de lo común en los individuos,
y la concepción del universal como
una intelección de la mente. Este último aspecto fue subrayado por Abelardo sobre todo cuando quiso oponerse a la concepción de los universales como "cosas" o "naturalezas".
Pero no es posible reducir a ella toda
la doctrina sobre los universales de
Abelardo si no queremos simplificar
su posición de un modo excesivo.
En cuanto a la ética, advertiremos
que se manifiestan en Abelardo análogas vacilaciones. Por un lado, Abelardo parecía intentar sustituir la for-
ma extema de la remisión del pecado
por la íntima vivencia del arrepentimiento. Por otro lado, parecía con
ello destacar únicamente la importancia de la conciencia moral, pero no
intentar suprimir la autoridad delegada de Dios. Cierto que la distinción entre el delito y el pecado alude
a la concepción de la intención como
fundamento de la bondad o de la
maldad. Mas esta bondad o maldad
no son nunca completamente subjetivas. Menos aun pretendía Abelardo
suprimir el efectivo castigo del delito, pues si bien el filósofo escribió
en el Capítulo V de su Ética que "el
acto del delito no es un pecado en
sí mismo", advirtió acto seguido que
en el orden humano la imposibilidad
de hacer lo que Dios hace —sondear
la verdad en el corazón— impone juzgar la maldad según el acto y no
según el espíritu con que es ejecutado. Así, la radicación de la bondad
o de la maldad en la intención es
más bien un límite extremo que una
propiedad efectiva del acto; no solamente debe ser llenada la intención
en cada caso con un contenido que
la haga real, sino que la realidad de
este contenido debe, además, coincidir con la ley divina. También aquí,
Eues, la posición de Abelardo es oscilante; ello enriquece, ciertamente, su
pensamiento, pero hace imposible exponerlo de un modo simplificado.
Entre los escritos de Abelardo hay
que notar, además de su autobiografía
Historia calamitatum, el De unitate et
trinitate divina (escrito en 1120,
condenado en 1121), el ya mencionado Sic et Non (1122), llamado
asimismo Compilatio sententiarum o
Sententiae ex divinis scripturis collectae; la Theologia christiana ( 1123
o 1124), la Theologia (cuya primera
parte, conservada, es la Introductio
ad theologiam) para la cual las fechas van de 1125 a 1136 ó 1138.
La Ethica o Scite te ipsum es de
fecha incierta, aunque posterior a
1125. El Dialogus inter Judaeum,
Philosophum et Christianum fue escrito al final de su vida. — Las obras
lógicas principales de Abelardo son:
Introductiones parvulorum [glosas a
Aristóteles, a Porfirio y a Boecio];
Logica ingredientibus [glosas a Porfirio]; Logica nostrorum petitioni [glosas a Porfirio]; Dialectica. Esta última comprende cinco tratados: I [antepredicamentos, predicamentos ( categorías), postpredicamentos]; II [silogismos categóricos]; III [tópicos];
IV [silogismos hipotéticos]; V [divi-
29
ABE
ABE
sión y definición], — Ediciones de
Abelardo: Petri Abelardi Opera, Parisiis, 1616, por Ambroise, muy incompleta; Ouvrages inédits d'Abélard, por Victor Cousin, Paris, 1836;
refundición y ampliación de esta edición por el mismo Cousin: I, 1849;
II, 1859, con un estudio sobre Abelardo reproducido en Fragments philosophiques, II, págs. 1-217. Edición
de Migne PL., CLXXVIII. Algunos
textos más completos y otros hasta
entonces desconocidos han sido
publicados posteriormente; conviene
mencionar a este efecto, la publicación por Geyer de la lógica llamada
Ingredientibus y de la lógica Nostrorum sociorum petitioni (Cfr. Die philosophischen Schriften Peter Abelards,
I, 1919; II, 1921; III, 1923; IV, 1933
[Beiträge zur Geschichte der Philosophie des Mittelalters, XXI] y sigs.);
la publicación de la Dialectica, a base
del MS. Lat. 14.614 de la Bibliothèque Nationale, de París, por
L. M. de Rijk, 1956 (WiJsgertge Teksten en Studies, 1) [la sección sobre
los predicamentos, Parte I, falta en
este MS.]; la ed. por L. Minio-Paluello de textos lógicos inéditos: Abaelardiana Inédita (I. Super Periermenias XII-XIV; 2. Sententiae secundum
M. Petrum), en Twelfth Century Logic. Texts and Studies, II, 1958. —
Ed. crítica de Historia calamitatum,
por J. Monfrin (Paris, 1960). Se anuncia ed. de la Ethica, por L. M. de
Rijk (en Wijsgerige Teksten en Studies. — Véase también la Summa
boni, por vez primera editada en su
integridad por Heinrich Ostlender
(1939). — Ch. de Rémusat, Abélard,
sa vie, sa philosophie et sa théologie,
2 vols., 1845. — E. Vacandard, P. A.
et sa lutte avec Saint Bernard, sa doctrine, sa méthode, 1881. — A. Hjelml,
Den helige Bernhard och Abaelard,
1898. — J. Schiller, Abaelards Ethik
im Vergleich zur Ethik seiner Zeit,
1906. — F. Schreiter, Petrus Abaelards Anschauungen über das Verhältnis von Glauben und Wissen,
1912. — P. Laserre, Un conflit religieux au XIIe siècle, 1930 (trad. esp.:
Abelardo contra San Bernardo, 1942).
ideas, 1960, págs. 157-72). — E. Gilson, Heloïse et Abélard, 1938.
ABENALARIF (Abu-l-'Abbas
Ahmad bn Muhammad bn Musa bn
Ibn 'Ata' Allah Ibn Al-'Arif) (10881141) nació en Almería. Se formó en
el sufismo con varios maestros que,
según Asín Palacios, procedían de la
escuela masarrí (véase ABENMASARRA). Las tendencias de Abenalarif
eran una combinación de metafísica
masarrí y mística neoplatónica. Según
Abenalarif, no hay comparación ni
analogía posible entre Dios y las cosas y, por tanto, entre Dios y el hombre. Dios es todo y las cosas son nada;
sin embargo, el hombre puede, mediante desprendimiento de cuanto es
y le pertenece, ascender, a través de
una serie de "moradas", hasta la
unión mística con Dios, que es unión
de todo y nada. En el acto de la
unión del hombre —o, mejor dicho,
del "sabio" y del "iniciado"— con
Dios desaparece todo rastro de materialidad y hasta todo rastro de realidad que no sea la pura realidad de
Dios en cuanto místicamente contemplado. Abenalarif ejerció gran influencia, formándose una "escuela alarifiana".
De las obras de Abenalarif se conserva sólo el Mahasin al-Mayalis; véase
Miguel Asín Palacios, "El místico
Abu-l-'Abbas Ibn al-'Arif de Almería
y su "Mahâsin al-mayalis", en Obras
escogidas, 1946, págs. 219 y sigs. —
Véase también Miguel Cruz Hernández, Historia de la filosofía española.
Filosofía hispano-musulmana, tomo I
(1957), págs. 301-306.
ABENALSID (Ibn al-Sid) (10521127) nació en Badajoz y se trasladó
sucesivamente a Albarracín, Toledo,
Zaragoza y Valencia, donde falleció.
Su pensamiento filosófico, expresado y
sistematizado sobre todo en el Kitab
al-hada' iq (Libro de los cercos), es
una combinación de ideas neoplatónicas y neopitagóricas, con predominio
— C. Ottaviano, Pietro Abelardo, la de estas últimas. Abenalsid admite la
vita, le opère, il pensiero, 1930. — doctrina de la absoluta unidad del
J. G. Sickes, Peter Abaelard, 1932. Ser Supremo y la doctrina de los gra— F. Hommel, Nosce te ipsum. Die dos de realidad paralelos a los grados
Ethik des Peter Abaelard, 1947. — de perfección. A diferencia de autoRev. A. J. Luddy, The Case of Peter
Abélard, 1948. — Sobre Abelardo y res que, como Abenmasarra y el coeEloísa: G. Moore, Heloïse et Abe- táneo de Abenalasid, Abenalarif
lard, 2 vols., 1921. — J. Huizinga, ( VÉANSE ), tendían a purificar la idea
"Abaelard", Handelingen en levens- del Ser Supremo hasta el punto de
berichten van de Maatschappij der que distinguían entre este Ser y su
Nederlandsche Letterkunde te Leiden ciencia, Abenalsid destaca el carácter
(1934-1935), págs. 66-82 (trad. esp. en de inteligencia pura de Dios, el cual
el volumen del autor: Hombres e
30
30
ABE
es modelo de todo conocimiento, de
modo que el conocimiento de cualquier cosa es, en último término, una
aproximación mayor o menor al conocimiento de Dios y al conocimiento
que posee Dios. Abenalsid desarrolló
la doctrina de la creación a base de
emanaciones, y la doctrina del alma
humana a base de los grados del conocimiento.
El citado Kitab al-hada' iq
(Libro de los cercos) ha sido
publicado y traducido por Miguel
Asín Palacios en Al-Andalús, V
(1940), 45-154, reimp. en Obras
escogidas, de Asín, tomos II y III
(1948), págs. 485-562. Además de
dicha obra se deben a Abenalsid,
entre sus libros de carácter filosófico y
teológico: Kitab al-iqtidab fi sarh
adab al-kuttab (Libro de la
improvisación), ed. Beirut, 1901. —
Kitab al-insaf fi al-tanbib 'ala alasbab al-muyiba li-ijtilaf al-umma
(Libro del aviso ecuánime acerca de las
causas
que
engendran
las
discrepancias de opinión en el Islam),
ed. El Cairo, 1901. — Kitab al-masa'il (Libro de las Cuestiones), ed. en
parte por Asín, Al-Andalús, III(1935),
345-89. — Véase Miguel Cruz Hernández, Historia de la filosofía española. Filosofía hispano-musulmana, tomo I (1957), págs. 307-22.
ABENARABI (Abu Bakr Muhammad bn Άli Ibn 'Arabi) (1164-1240)
nació en Murcia y se trasladó muy
joven a Sevilla, viajando luego por el
África del Norte y el Próximo Oriente; sus últimas residencias fueron Bagdad y Damasco, en cuya última ciudad falleció. Aunque Abenarabi tuvo
conocimiento de Aristóteles, de Alfarabi y de Averroes, su pensamiento se
orientó en la línea del neoplatonismo,
con influencias de Abenhazam y sobre todo de Abenalarif ( VÉASE). Siguiendo esta línea, Abenarabi destacó
el carácter puro y absoluto de Dios
como unidad suprema y negó la posibilidad de toda analogía entre Dios
y lo creado. Ello impide el conocimiento de Dios, pero no la posibilidad de una "ascensión mística". Abenarabi dividió todo ser en tres: el ser
absoluto; el no ser absoluto o nada, y
el ser intermediario, que se halla entre el ser absoluto y el no ser absoluto.
Este último ser es el reino de la posibilidad de ser, situado más acá de la
existencia y de la no existencia. Como
en el neoplatonismo, Abenarabi explica
los seres creados por medio de una
procesión jerárquica de géneros y especies a partir del ser necesario. Im-
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portante es en el pensamiento de Abenarabi la doctrina del amor, el cual
se articula en una serie de grados que
van desde la mera simpatía o inclinación hasta el puro amor a la persona
en cuanto persona independientemente
de las circunstancias. La producción
de lo creado mediante procesión es
consecuencia del Amor divino superabundante. Debe observarse que
los grados del amor de que habla
Abenarabi no son simplemente grados
de amor "material" a amor "espiritual"; en el amor "material" puede
manifestarse algo puramente espiritual.
Abenarabi fue un autor muy fecundo y se le atribuyen más de 400
obras filosóficas, teológicas, místicas,
ascéticas, poéticas, etc. Importantes
especialmente son: Kitab al-Futuhat
(Libro de las Revelaciones de la Meca), ed. 1876 (trad. en parte por Miguel Asín Palacios en El Islam Cristianizado [1931], págs. 450-518). —
Kitab Sarh futsus al-hikam (Libro comentario a las perlas de la sabiduría),
ed. en 1891. — Kitab mawaqi' alnuyum (Libro del descenso de los astros), ed. 1907 (trad. en parte por
Asín Palacios en op. cit., págs. 378432). — Kitab al-tadbirat al-Ilahiyya
(Libro de la Política divina), ed.
1919 (trad. en parte por Asín Palacios, op. cit., págs. 353-70). — Kitab
tuhfat al-safara (Libro del regalo del
viaje místico), ed. 1882 (trad. en parte por Asín Palacios, op. cit., págs.
277-329). — Risalat al-anwar (Epístola de las luces), ed. 1914 (trad. en
parte por Asín Palacios, op. cit., págs.
433-49). — Risalat al-Amr al-muhkam
(Epístola del precepto taxativo), ed.
1897 (trad. en parte por Asín Palacios, op. cit., págs. 300-51). — Kitab
Dajá'ir al-a'laq (Libro del tesoro de
los amantes), ed. 1904. — Al-Diwan
al-akbar (El gran diwan). — Véase
Miguel Asín Palacios, op. cit., págs.
citadas y especialmente sobre la vida
y el pensamiento de Abenarabi, págs.
96-173. — Véase también Miguel
Cruz Hernández, Filosofía española.
Filosofía hispano-musulmana, tomo I
(1957), págs. 267-94.
ABENHAZAM (Abu Muhammad
Ali bn Ahmad bn Sa 'id Ibn Hazm)
(994-1063) nació en Córdoba y vivió
en esta ciudad gran parte de su vida,
sufriendo diversas vicisitudes políticas
que lo llevaron a la cárcel, a un breve
destierro en Aznalcazar, de nuevo a
la cárcel y a un refugio en Játiva, y
de nuevo a la cárcel. Abandonada la
actividad política, se consagró ente-
ramente a sus estudios, especialmente
de teología y Derecho, y se retiró a
Huelva, donde falleció.
Abenhazam es conocido hoy sobre
todo por su obra Tawq al-Hamama
(El Collar de la Paloma) en el que
discurre ampliamente sobre la naturaleza y formas del amor, el cual es
concebido como atracción sentida por
almas afines, o partes de almas afines,
y en el cual se descubren diversos
grados, siendo el supremo de éstos el
del amor como "fusión". Junto a los
grados del amor Abenhazam describe
sus diferentes intensidades y sus varias causas, en particular la causa
principal: la belleza, la cual ofrece
asimismo diversas formas y grados.
Américo Castro, que ha examinado lo
que ha llamado "la proximidad formal" entre El Collar de la Paloma y
el Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita, ha destacado el carácter "personal" de la idea del amor en
Abenhazam: "Ibn Hazm habla de
unas vidas, la suya y las de otros,
inmersas en el amor" (op. cit. en bibliografía, pág. 414).
Pero el pensamiento de Abenhazam no se reduce a su doctrina del
amor y sus formas; Abenhazam escribió numerosas obras filosóficas en las
que trató de temas tales como la clasificación de los saberes, la naturaleza
del conocimiento, el conocimiento de
Dios, la cuestión de las relaciones entre fe y razón, el problema de la substancia, de la esencia y la existencia,
el alma, las virtudes, etc. En su clasificación de los saberes Abenhazam indica que hay tres tipos de saberes
poseídos por el hombre: saberes propios de un pueblo (como teología,
historia); saberes universales (como
matemática, medicina, filosofía) y saberes mixtos (como poética, retórica).
Siguiendo en gran parte a Aristóteles,
Abenhazam estudia el proceso del conocimiento como conocimiento sensible que lleva a la discriminación entre
lo verdadero y lo falso y, al final, a
un sentido distinto de los otros cinco,
el sentido sexto o común, que aprehende los principios primeros por medio de los cuales se llevan a cabo las
demostraciones. Según Abenhazam, el
conocimiento de las cosas y el de los
principios de la demostración no es
contrario a las verdades de la fe ni
tampoco completamente independiente
de dichas verdades. El conocimiento
de las cosas y de los principios de
la demostración no basta para alcanzar las verdades de fe, pues éstas no
se derivan de aquél; sin embargo, sólo
el conocimiento profundo de la "filosofía" puede hacer acordar ésta con
los principios de la "teología". Estos
principios son racionales y nos muestran justamente la diferencia entre la
realidad eterna y necesaria de Dios y
la realidad temporal y contingente de
las cosas. Ello no quiere decir que la
razón pueda penetrar en la esencia
divina; la revelación es necesaria y no
sólo en las verdades de fe, sino también de algún modo en las demás
verdades, fundadas en lo que ha
transmitido la revelación.
Abenhazam elaboró con detalle la
teología natural, tratando de la naturaleza de Dios y de las pruebas de su
existencia a base de un análisis de las
diversas opiniones relativas al asunto
para concluir con "la verdadera sentencia" y las pruebas de ella de un
modo parecido al tradicional escolástico y en particular al de Santo Tomás. Al efecto Abenhazam hace uso
de conceptos básicos filosóficos como
el de substancia, atributo, ser necesario, ser posible, ser imposible, etc.
Dentro de su teología natural Abenzaham trató asimismo con gran detalle las cuestiones capitales de la libertad humana y la predestinación,
oponiéndose por igual al fatalismo
completo y al completo "indeterminismo" y abogando en favor de la
idea de que el hombre necesita la
gracia divina —una gracia suficiente
y una gracia eficaz— para inclinarlo
al bien, pero que esta gracia no es
completamente "irresistible".
En la debatida cuestión de la relación entre esencia y existencia, Abenhazam defiende la distinción real entre ellas en las cosas creadas o, por
lo menos, la idea de que en tales
cosas la existencia es extrínseca a la
esencia; en cambio, en Dios son idénticas la existencia y la esencia. Ello
no significa que la doctrina de Abenhazam al respecto sea igual a la tomista, entre otras razones porque no
tienen en ella exactamente el mismo
sentido los términos empleados: (mahiyya, "esencia"; anniyya, "existencia"). Sin embargo, es característico
de Abenhazam en esta y otras cuestiones filosóficas capitales una actitud
"moderada".
Trad. y comentario del Tawk al-
31
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Hamama, por Eduardo García Gómez:
El Collar de la Paloma, 1952. — Entre
los otros escritos de interés fi-losófico
de Abenhazam destacamos: Kitab fi
Maratib al-'Ulum (Libro sobre la
clasificación de las ciencias).
— Kitab al-taqrib li-hudud al-Kalam
(Libro para facilitar la comprensión
del razonamiento). Kitab al-ajlaq wa-lsir (Libro de los caracteres y la con
ducta) (trad. esp. por Miguel Asín
Palacios, 1916). — Kitab al-ihkam fi
usul al-ahkam (Libro de los princi
pios de los fundamentos jurídicos). —·
Kitab al-fisal (Libro de las soluciones
divinas) (trad. esp. por Asín Palacios
en Abenhazam, véase infra). — Fasl
fï Ma ' rufat al-nafs bi gayri-ha wa
yahal-ha bi-datiha (Artículo sobre el
conocimiento que tiene el alma de las
cosas diferentes de ella y de la igno
rancia que tiene de sí misma).
Fundamental para Abenhazam es
Miguel Asín Palacios, Abenhazam de
Córdoba y su historia crítica de las
ideas religiosas, 5 vols., 1927-1932.
— Véase también I. Pellat, "Ibn
Hazm, bibliographe et apologiste", AlAndalús, XIX (1954), 53-102. —
R. Arnaldez, Grammaire et théologie
chez Ibn Hazm de Cordoue. Essai
sur la structure et les conditions de
la pensée musulmane, 1956 [Études
musulmanes, 3]. — Miguel Cruz Her
nández, Historia de la filosofía es
pañola. Filosofía hispano-musulmana,
vol. I (1957), págs. 239-93. — La
obra de Américo Castro referida supra es La realidad histórica de Espa
ña, 1954 [refundición de España en
su historia, 1948; edición renovada, 2
vols., 1963-1964].
ABENGABIROL. Véase AVI CE -
ca radica en su doctrina de la historia, la cual expuso en sus prolegómenos a su Historia universal. Según
Abenjaldún, "la Historia es el relato
de lo ocurrido en la sociedad humana
o civilización mundial; de los cambios
operados en la naturaleza de tal
sociedad, tales como el estado de salvajismo, la sociabilidad y la solidaridad de los grupos, de las revoluciones y revueltas de un grupo contra
el otro, con los resultados consiguientes de la formación de nuevos reinos
y Estados; de las diferentes actividades y ocupaciones de los hombres, ya
sea para conseguir el sustento o bien
en las varias ciencias y oficios; y, en
general, de las transformaciones a
que es sometida la sociedad por su
propia naturaleza". Puede decirse
que la historia se desarrolla de acuerdo
con leyes, las cuales son leyes de
grupos sociales. Estas leyes, que son
obtenidas inductivamente, se aplican
a todas las sociedades. Las leyes histórico-sociológicas son, empero, peculiares a la humanidad y no pueden
reducirse a las circunstancias físicas o
geográficas. De este modo es posible
ordenar el aparente caos de la historia
y proporcionar modelos para entender
los incesantes cambios sociales.
Fundamental en la investigación de
Abenjaldún es el concepto de solidaridad social, la cual se debe al
impulso de autoconservación de las
sociedades y explica la necesidad de
la autoridad. Esta solidaridad es máxima en la fase tribal y nómada y
constituye —unida a la solidaridad
religiosa— el fundamento de la creación de los Imperios y de los Estados.
Ahora bien, una vez constituido un
Imperio, el impulso dinámico de la
sociedad decrece; ablandadas por el
lujo, la seguridad y la desidia, las sociedades experimentan un proceso de
disolución. Una serie de etapas bien
precisas conducen desde el impulso
inicial nomádico de creación imperial
hasta el momento final de desintegración de la sociedad, la cual es
entonces dominada por otra comunidad todavía en estado nomádico y,
por consiguiente, en perfecta cohesión
social, y así sucesivamente, en un proceso interminable. Es obvio que el
modelo concreto histórico y social de
la filosofía de la historia de Abenjaldún está constituido por los hechos
de la historia norteafricana por él
conocidos, pero hay en su sociología
leyes de transformación social que
podrían aplicarse —y que, en su intención, se aplican— a todas las sociedades.
La doctrina histórico-filosófica de
Abenjaldún se encuentra en los Prolegómenos a su Historia universal. Estos
Prolegómenos (Muqaddima) se dividen
en seis partes, que tratan: (1) de la sociedad humana en general, clases y
distribución geográfica; (II) de las sociedades nómadas; (III) de los Estados
y organizaciones políticas; (IV) de las
sociedades sedentarias; (V) de la producción y economía; (VI) de la adquisición de bienes. Primera trad.
completa de los Prolegómenos (al inglés): Ibn Khaldun, The Muqaddimah, por Franz Rosenthal, 3 vols.,
1959 (Bollingen Series, 43), con int.
crítica y bibliografía (esta última por
W. J. Fischer). Esta trad. incluye porciones omitidas en la trad. francesa
de W. M. de Slane (1862-68). —
Véase T. Hussein, La philosophie sociale d"Ibn Khaldoun, 1918. — N.
Schmidt, Ibn Khaldun, 1930. — G.
Bouthoul, Ibn Khaldun, 1930. — Kamil Ayad, Die Geschichte und Gesellschaftslehre Ibn Halduns, 1930. —
E. Rosenthal, Ibn Khalduns Gedanken
über den Staat, 1932. — Mohammad
Abb Allah Inan, Ibn Khaldun, His Life
and Work, 1941. — Satí 'al el Husry,
Dirasat 'an Muqadimat Ibn Jaldun, 2
vols., 1943. — Véase también J.
Ortega y Gasset, "Abenjaldún nos
revela el secreto", El Espectador, VIII
(1934), págs. 9-52, recogido en O.
C., tomo II, págs. 669-87. — Muh-sin
Mahdi, Ibn Khaldun's Philosophy of
History. A Study in the Philosophie
Foundations of the Science of Culture, 1956 [ed. americana, 1957].
ABENMASARRA (Muhammad ibn
Masarra) (883-931) nació en Córdoba, donde formó un círculo ascético
de tendencias mu'tazilies (véase FILOSOFÍA ÁRABE). Sospechoso de heterodoxia, partió, con algunos de sus
discípulos, al África del Norte, llegando hasta Medina y La Meca y regresando a Córdoba durante el reinado de Abderramán III. Abenmasarra
formó una escuela, la llamada "escuela
massarrí", que se extendió por la
España musulmana y que tuvo dos
centros principales: uno en Córdoba
y otro en Pechina (Almería). Algunos miembros de la escuela massarrí
llegaron más lejos que su maestro en
varios puntos doctrinales, especialmente en la predicación de un comunismo
que aspiraba a abolir toda propiedad
privada, y en la negación de toda
posibilidad de ciencia divina.
BRÓN.
ABENJALDÚN ('Abd al-Rahman
Ibn Jaldun) (1332-1406) nació en Túnez. Sus antepasados habían vivido
durante varias centurias en España
(principalmente en Sevilla). Sus padres se trasladaron al África del Norte
poco antes de que Sevilla fuera
capturada por Femando III el Santo.
El propio Abenjaldún fue a España
en 1362, al servicio del rey de Granada, y estuvo como embajador del
mismo en la Corte de Pedro el Cruel.
En 1375 se retiró a Orán, donde escribió casi toda su obra histórica. En
1382 se fue a Alejandría, visitó el
Cercano Oriente, y falleció en El
Cairo. Aunque Abenjaldún se ocupó
asimismo de cuestiones metafísicas,
sosteniendo la doctrina tradicional de
la gradación continua del ser en un
sentido semejante al neoplatónico, su
más importante contribución filosófi-
3
32
ABE
Influido por Filón, por el gnosticismo y por el neoplatonismo, especialmente por Plotino, Abenmasarra
concibió a Dios como Unidad perfecta
y suprema cuyo conocimiento sólo
puede alcanzarse por vía mística, es
decir, por una "fusión" del alma con
Dios. La Suprema unidad estaba envuelta, antes de la producción del
mundo, de una especie de niebla indiferenciada que formaba la materia
primera. De ésta surgen todas las cosas, las cuales no pueden proceder
directamente de Dios, cuya perfección
resultaría manchada de relacionarse
directamente con lo producido. Dios
"actúa" por así decirlo sobre la materia primera produciéndose entonces
una serie de emanaciones, cada una
de las cuales produce, por reflejo,
una emanación o hipóstasis inferior a
ella. Así surgió el Intelecto Universal,
poseedor de toda ciencia. Lo que este
Intelecto "escribe" produce el Alma
Universal, de la cual emana la Naturaleza pura. Se produce entonces la
materia segunda, de la cual ha surgido el Cuerpo universal y todas las
cosas del mundo, incluyendo los espíritus inmateriales.
Abenmasarra acentuó hasta el extremo la pureza de Dios como suprema Unidad, de tal forma que negó
que Dios pudiera poseer la ciencia de
los universales; si tal sucediera, Dios
no sería Uno sino que se desdoblaría
entre Él y Su ciencia. Abenmasarra
defendió asimismo el libre albedrío
humano y predicó el uso de este libre
albedrío en forma que pudiera conseguirse la felicidad eterna o liberación
de todas las ataduras corporales. A tal
efecto instituyó una serie de reglas de
vida espiritual en las que sobresalían
la humildad, la oración, la penitencia
y la mortificación.
Entre las obras que escribió Abenmasarra se destacaron el Kitab altabsira (Libro de la explicación perspicaz) y el Kitab al-huruf (Libro de
las letras). Estas y las otras obras
producidas por Abenmasarra se han
perdido, pero el pensamiento de nuestro autor fue reconstruido por Miguel
Asín Palacios en su obra Ibn Masarra
y su escuela. Orígenes de la filosofía
hispano-musulmana, 1941 [ed. en el
volumen de Obras escogidas, 1946].
— Véase también Miguel Cruz Hernández, Historia de la filosofía española. Filosofía hispano-musulmana,
tomo I (1957), págs. 221-38.
ABENTOFAIL, llamado también
Abubaker, Abubacher, Abubather
ABE
ABS
(Abu Bakr Muhammad bn 'Abd alMalik bn Muhammad ibn Tufayl alQaysí (antes de 1110-1185), nació en
Guadix, ejerció la medicina en Granada, fue visir y médico de cámara del
Sultán almohade Abü Ya 'qub Yusuf
(en el cargo de médico lo sucedió Averroes) y falleció en Marruecos. Se
consideraba a sí mismo discípulo de
Algazel y de Avicena, pero sobre todo
de Avempace, cuya noción de la unión
del entendimiento humano con Dios
fue colocada por Abentofail en el centro de su meditación filosófica. Como
en el Régimen del Solitario, de Avempace, también en la obra de Abentofail se trataba de ver hasta qué
punto un hombre en completa soledad podría lograr la unión citada.
Abentofail presentó a tal efecto en
su obra Risala de Hayy ibn Ύαqzan fi
asrar al Hikmat al Masriqiyya o Epístola de Hayy ibn Yaqzan (o del Viviente, hijo del Vigilante) acerca de
los secretos de la filosofía iluminativa,
más conocida en el mundo occidental
por el nombre de El Filósofo
autodidacto, una narración cuyo héroe
principal es Hayy bn Yaqzan. Éste
se encuentra en una isla desierta,
pero dotado de gran inteligencia llega
a adquirir por sí propio las principales
y más altas verdades sobre el mundo y
sobre Dios, hasta desembocar en la
unión mística con la divinidad. Se
encuentra luego con Asal, que llegó a
la isla para dedicarse a la vida
ascética, y aprende de él el lenguaje
humano. En posesión de éste
sorprende a su maestro con el conocimiento completo de la verdadera
religión y filosofía. Presentado al rey
Salaman, de una isla vecina, intenta
comunicarle las sublimes verdades
descubiertas, pero tanto Hayy bn
Yaqzan como Asal llegan a la conclusión de que tales verdades no
pueden trasmitirse a quienes viven
encadenados por los sentidos; terminan, pues, por retirarse con el fin de
seguir viviendo en posesión de la
verdad divina.
En el curso de su Risala, precedida por una exposición y discusión de
las opiniones de Avempace, Avicena,
Algazel y Alfarabi sobre el éxtasis y
la mística, Abentofail da cuenta de
los sucesivos descubrimientos naturales y espirituales de su protagonista, y en particular del modo gradual por el cual ha alcanzado el
conocimiento del Ser Necesario, a
quien intenta asemejarse abstrayéndose totalmente de la vida material
hasta llegar a la visión de su esencia.
La obra de Abentofail ha sido interpretada a veces como una defensa
del hombre natural, no pervertido por
la cultura (o, mejor dicho, por el predominio en ella de las cosas naturales), pero es más plausible explicarla
como una de las manifestaciones de
la mística musulmana y como uno
de los intentos de solucionar el problema de la relación entre la religión revelada y la filosofía. La conclusión es que la sola razón, siempre
que esté desasida de los sentidos, puede llegar al conocimiento de las verdades supremas.
La Risala de Abentofail fue traducida al hebreo y comentada por
Moisés de Narbona en 1349. La primera versión latina es la de Eduard
Pococke: Philosophus autodidactus,
sive Epistola Abi Jaafar ebn Tophail
de Hai ebn Yokdhan, in qua ostenditur, quomodo ex Inferiorum contemplatione ad Superiorum notitiam
Ratio humana ascendere possit, Oxoni, 1671. La primera versión española es la de Francisco Pons Boigues:
El Filósofo autodidacto de Abentofail, Zaragoza, 1900, con prólogo de
M. Menéndez y Pelayo. La mejor versión española es la hecha a base de
la edición de Léon Gauthier (Alger,
1900) por A. González Palencia: El
filósofo autodidacto, Madrid, 1934
[Publicaciones de las Escuelas de Estudios árabes de Madrid y Granada,
Serie B, N° 3]. — Véase L. Gauthier,
Ibn Thofail. Sa vie, ses oeuvres, 1909.
ABSOLUTO. Se ha entendido por
absolutum, en el vocabulario filosófico latino, "lo que es por sí mismo" (kaq' au(to/ ). 'Lo absoluto' o 'el
Absoluto' —sustantivaciones de 'el
ser absoluto', 'el ente absoluto'— ha
sido identificado con lo separado o
desligado de cualquier otra cosa' (ab
alio solutum); por lo tanto, con lo
independiente', lο incondicionado'
( VÉASE ). La expresión lo Absoluto'
se ha opuesto, pues, con frecuencia
a las expresiones lο dependiente', 'lo
condicionado', lο relativo'. Ahora
bien, estas precisiones verbales no son
consideradas por muchos filósofos
como suficientes; gran número de
pensadores han intentado no solamente definir la expresión lο Absoluto', sino también averiguar la
naturaleza de lo Absoluto. Varios problemas se han planteado a este respecto. Examinaremos aquí cinco de
33
ABS
ABS
ABS
ellos: (I) el de la distinción entre
diferentes tipos de Absoluto; (II) el
de las contraposiciones varias entre
lo Absoluto y los entes no absolutos;
(III) el de la posibilidad de referirse
al Absoluto o a un Absoluto; (IV) el
de los diversos modos de concebir lo
Absoluto, y (V) el de las formas
adoptadas en el curso de la historia
de la filosofía por la idea de lo Absoluto. Observemos que la sucesión
de estos problemas no sigue un orden lógico. En efecto, la solución
dada a la cuestión (III) condiciona
todas las restantes y, por lo tanto,
también la planteada en (I). Sin
embargo, colocamos a ésta al frente,
porque la mayor parte de los debates mantenidos por los filósofos acerca
de lo Absoluto a que luego nos
referiremos han girado en tomo a uno
de los tipos de lo Absoluto distinguido en dicha primera sección.
I. Por un lado, hay una distinción
fundamental establecida por muchos
autores (especialmente de tendencia
escolástica): la distinción entre el Absoluto puro y simple o Absoluto por
sí, absolutum simpliciter (kaq' au(to/)
y el Absoluto respecto a otra cosa
o Absoluto en su género, absolutum
secundum quid (kata\ ti) . El Absoluto simpliciter es equiparado por algunos a Dios; otros prefieren referirse
al respecto al Principio (de todo ser),
a la Causa (por antonomasia), al
Ser, a lo Uno, etc. Dentro del Absoluto secundum quid se distinguen
otros tipos de Absoluto: por ejemplo,
el Absoluto por causa interna (por
materia y forma), el Absoluto en su
forma externa, etc. Por otro lado, hay
una serie de distinciones menos tradicionales que las anteriores, pero no
menos frecuentes en la literatura filosófica moderna: las distinciones entre
el Absoluto que permanece en sí
mismo y el que se autodespliega o
automanifiesta (ya sea "lógico-metafísicamente", ya sea temporalmente),
el Absoluto en sentido formal y el
Absoluto en sentido concreto, el Absoluto racional y el irracional, el
Absoluto como realidad y el Absoluto como principio, el Absoluto aislado y el relacionado, el inmanente
y el trascendente, el infinito y el
finito, el experimentable y el no experimentable, etc., etc. Ahora bien,
tanto estas últimas distinciones como
la mayor parte de las especulaciones
acerca de lo Absoluto de que trata-
remos en las secciones a continuación se refieren por lo común al primer tipo mencionado de Absoluto:
el Absoluto simpliciter. Por eso consideramos la primera distinción como
fundamental.
II. Se lee con frecuencia en la
literatura filosófica que lo Absoluto
se contrapone a lo dependiente, a lo
condicionado y a lo relativo, y así
lo hemos puesto ya de relieve al comienzo de este artículo al referimos
a la expresión 'lο Absoluto'. No obstante, conviene distinguir entre dos
contraposiciones: (1) lo Absoluto se
contrapone a lo dependiente y (2) lo
Absoluto se contrapone a lo relativo.
Los autores tradicionales (principalmente escolásticos) se han inclinado
con frecuencia hacia la primera contraposición y han alegado que sólo
ella permite solucionar la cuestión de
la relación que puede establecerse
entre el Absoluto —o un Absoluto
cualquiera— y los entes no absolutos.
Los autores modernos han preferido
la contraposición segunda. Al hilo
de la misma se han edificado no pocas doctrinas metafísicas. Así ocurre
con el monismo (VÉASE ) —que puede
definirse como el intento de reducción
de todo lo relativo a un Absoluto—,
con el fenomenismo (v.) —que
puede definirse como el intento de
referir todo lo Absoluto a algo
relativo, si bien transplantando con
frecuencia a éste los caracteres que
corresponden a aquél—, con el dual i s mo ( v. ) ο e l p l ur a li s mo ( v. )
— que pueden definirse como el intento de "dividir" lo Absoluto en dos
o más entidades absolutas. Así ocurre
asimismo con el realismo metafísico,
con el idealismo absoluto, con el condicionismo, con el inmanentismo, con
el trascendentismo, etc., que, aunque
no son respuestas directas al problema del tipo de contraposición que
debe establecerse entre lo Absoluto
y lo No absoluto, se ven obligados a
adoptar una actitud ante el problema — actitud que puede consistir,
según vimos, en negar uno de los términos de la contraposición. Nos hemos referido también a este punto,
desde otro ángulo, en el artículo sobre la noción de fenómeno ( VÉASE),
en particular al tratar las distintas
formas aceptadas de relación entre el
fenómeno y en lo en sí.
III. La mayor parte de los filósofos
del pasado han admitido o la exis-
tencia del Absoluto —o de un Absoluto— o cuando menos la posibilidad de hablar con sentido acerca de
su concepto. No ha sido necesario
para ello sostener una metafísica enteramente racionalista; concepciones
de índole empirista o "experiencialista" acerca de lo Absoluto (como
lo muestra el ejemplo de Bradley) no
quedan enteramente excluidas. En
cambio, cierto número de filósofos
—especialmente abundantes en el período contemporáneo— se han negado a incluir en su pensamiento la
idea de un Absoluto. Esta negación
puede asumir tres formas. Por un
lado, puede negarse que exista un
Absoluto y considerar lo que se diga
acerca de él como resultado de la
imaginación; las especulaciones en
torno a lo Absoluto —alegan los autores que propugnan este tipo de negación— no son propiamente filosóficas, y menos aun científicas, sino
literarias o poéticas. Por otro lado,
puede negarse que sea legítimo desarrollar ningún concepto de lo Absoluto, especialmente porque todo intento de esta índole desemboca en
antinomias (véase ANTINOMIA) insolubles. Finalmente, puede negarse que
sea posible siquiera emplear con sentido la expresión 'lο Absoluto' alegando que tal expresión carece de
referente observable o que viola las
reglas sintácticas del lenguaje. La primera opinión ha sido mantenida por
muchos empiristas; la segunda, por
numerosos racionalistas (de tendencia inmanentista ) ; la última, por la
mayor parte de los neopositivistas.
IV. Los que admiten la posibilidad de
concebir un Absoluto no están,
empero, siempre de acuerdo respecto
al modo como debe introducirse su
idea. Algunos estiman que el órgano
normal de conocimiento de lo Absoluto es la razón (especialmente la
razón pura o especulativa). Otros
abogan en favor de la experiencia ( ya
sea la experiencia común, ya una experiencia especial y excepcional que
ciertos autores consideran como específicamente metafísica). Algunos
consideran que ni la razón ni la experiencia son adecuadas —o suficientes— a tal respecto, puesto que
lo Absoluto no es ninguna cosa determinada (sólo lo No absoluto —dependiente, condicionado o relativo—
es algo determinado) y, de consiguiente, no es pensable ni, propia-
34
34
ABS
ABS
ABS
mente hablando, "decible", sino solamente intuible. La intuición propuesta puede ser, por lo demás, de
diversos tipos: intelectual, emotiva,
volitiva, etc. Otros señalan que todo
decir acerca de lo Absoluto es inevitablemente tautológico, pues no puede salir de la frase: "Lo Absoluto es
lo Absoluto"; no hay, pues, más remedio —concluyen— que pasar de
la idea del Absoluto a la de un Absoluto, y de su aspecto formal a su
aspecto concreto. La única dilucidación posible acerca del Absoluto será
entonces la que consiste en mostrar
qué absoluto hay más bien que en
pretender señalar qué es lo Absoluto
qua Absoluto.
V. La última posición no se ha manifestado siempre explícitamente, pero
ha sido la más común en la tradición
filosófica. En efecto, aun ciertos autores que han estado poco o nada inclinados hacia un análisis del concepto de lo Absoluto han admitido
en su pensamiento conceptos que se
refieren a lo que es habitual considerar como una entidad absoluta. He
aquí varios ejemplos: la Esfera, de
Parménides; la Idea del Bien, de Platón; el Primer motor inmóvil, de Aristóteles; lo Uno, de Plotino; la Substancia, de Spinoza; la Cosa en sí, de
Kant; el Yo, de Fichte; el Espíritu
absoluto, de Hegel; la Voluntad, de
Schopenhauer; lo Inconsciente, de
Eduard von Hartmann. Toda aceptación de una realidad primaria, radical, fundamentante, etc., puede ser
equiparada a la aceptación de la existencia de un Absoluto. Ahora bien,
entre las formas adoptadas por la
idea de lo Absoluto cabe incluir no
solamente los conceptos que se refieren
a una realidad, sino también los que
expresan un principio. Así, la
admisión de que existe una "ley del
Universo" que sería la ley del Universo forma parte asimismo de la historia del concepto de lo Absoluto.
Común a todas las citadas concepciones es el supuesto de que solamente un absoluto puede ser lo Absoluto. Se ha alegado que con ello
se es infiel a la idea de lo Absoluto,
pues éste debe ser tan incondicionado e independiente, que no puede
estar sometido a las condiciones que
imponen ninguna de las entidades
mencionadas o ninguno de los principios que podrían descubrirse. Pero
no es fácil escapar de otro modo a
la dificultad apuntada al final de
(IV), dificultad que algunos autores
consideran como la más fundamental con que el concepto de lo Absoluto ha podido chocar.
S. Ribbing, Om det absolutas begrepp, 1861. — E. Braun, La logique
de l'absolu, 1887. — Bratislav Petronievitch, Der ontologische Beweis für
das Dasein des Absoluten, 1897. —
Cyrille Blondeau, L'absolu et sa loi
constitutive, 1897. — Josef Heiler,
Das Absolute, Methode und Versuch
einer Sinnerklärung des "Transzendentalen Ideals", 1921. — Max Planck,
Vom Relativen zum Absoluten, 1925
(trad. esp. en: ¿Adónde va la ciencia?,
1941). — Damodar Londhe, Das
Absolute. Ein Entwurf zu einer Metaphysik des Selbst, 1934. — S. E.
Rohde, Zweifel und Erkenntnis.
Ueber das Problem des Skeptizismus
und den Begriff des Absoluten, 1945.
— J. Matchette, Outline of a Metaphysics. The Absolute-Relative Theory, 1949. — J. Möller, Der Geist
und das Absolute, 1951. — M. Vincint, De l'apparence vers l'absolu.
Essai sur la connaissance, 1955. —
Henri Duméry, Le problème de Dieu
en philosophie de la religion. Examen
critique de la catégorie d'Absolu et
du schème de transcendence, 1957. —
Wolfgang Cramer, Das Absolute und
das Kontingente. Untersuchungen
zum Substanzbegriff, 1959 [Philosophische Abhandlungen, 17]. ( Sobre
lo Absoluto y sus "momentos", véase
Cap. VIII). — Jean Grenier, Absolu et
choix, 1961. — Crítica analítica del
concepto de lo Absoluto: R. Carnap,
Logische Syntax der Sprache, 1934
(puede equipararse la crítica del Absoluto a la crítica de otras PseudoObjektsätze dadas en § 78 y siguientes). — A. J. Ayer, Language, Truth
and Logic, 1936, 2a ed., 1946. — Varios autores: Proceedings of the American Catholic Philosophical Association, vol. XXII, 1947. — Sobre el concepto de Absoluto en varios autores
o direcciones filosóficas: Luigi
Pelloux, L'Assoluto nella dottrina di
Plotino, 1941. — Gerhard Huber, Das
Sein und das Absolute. Studien zur
Gcschichte der ontologischen Problematik in der spätantiken Philosophie,
1955 (incluye un apéndice que trata
de la idea de absoluto en varios autores medievales y modernos). — S.
Scimè, L'Assoluto nella dottrina del
Pseudo-Dionisio Areopagita, 1949. —
Mary Camilla Cahill, The Absolute
and the Relative in St. Thomas and in
Modem Philosophy, 1939 (tesis). —
J. Barron, The Idea of Absolute in
Modem British Philosophy, 1929. —
Joseph Alexander Leighton, Typical
Modem Conceptions of God: The Ab-
solute of German Romantic Idealism
and of English Evolutionary Agnosticism, 1902. — C. Fabro, L'Assoluto
nell'esistenzialismo, 1954 ( especialmente en Kierkegaard).
ABSTRACCIÓN y ABSTRACTO.
Abstraer significa literalmente "poner
aparte", "arrancar" — como en abstrahere e sinu patriae, "arrancar del
seno de la patria". Lo abstraído es
"lo puesto aparte" y el acto de poner aparte es una abstracción. Cuando
el poner aparte es mental y no físico
la abstracción es un modo de pensar
mediante
el
cual
separamos
conceptualmente algo de algo. Muchas separaciones de este tipo son posibles, pero las filosóficamente importantes son aquellas en las cuales lo separado o abs-traído es uno de los elementos llamados "generales" o "universales". Así, por ejemplo, las figuras de que trata la geometría pueden
considerarse como abstracciones de figuras concretas en las cuales solamente se tienen en cuenta ciertas propiedades (lo que no significa que tales figuras sean tales abstracciones);
el color rojo o lo rojo puede ser considerado como una abstracción efectuada sobre objetos rojos de los que
se ha separado la común rojez, etc. La
abstracción, a)fai/resij se contrapone
a la adición, pro/sqesij. Al abstraerse
se separa lo que se estima general,
universal, necesario o esencial de lo
individual, casual y contingente. Pero
lo separado o abstraído puede ser
interpretado de diversas maneras según los tipos de abstracción admitidos.
Por un lado, puede estimarse que
lo abstraído —la "entidad abstracta"— es una especie de "disminución" de la realidad; que, por ejemplo, la rojez es "menos" que los efectivos colores rojos. Por otro lado, puede estimarse que lo abstraído es "más"
que aquello de que se ha abstraído.
En el primer caso se subraya lo que
lo abstraído tiene de conceptual y,
según los casos, de mental o bien de
nominal. En el segundo caso se subraya lo que lo abstraído tiene de esencial. Lo esencial puede manifestarse
mediante conceptos, pero es ( metafísicamente) "más" que los conceptos
y que las realidades correspondientes.
Muchos autores griegos se inclinaron
hacia esta segunda concepción de la
abstracción. En Platón, por ejemplo,
la abstracción es el proceso mediante
35
ABS
ABS
ABS
el cual se va ascendiendo de lo particular a lo menos particular para remontarse hasta una esencia o idea, la
cual puede seguir considerándose como una abstracción, pero no como
una "desrealización". El platonismo
es, así, un "realismo de la abstracción". Aristóteles se inclinó hacia una
concepción más conceptualista de la
abstracción, pero las ideas o formas
obtenidas por abstracción no eran necesariamente para él meros signos
mentales: representaban la realidad
en tanto que objeto de ciencia.
Los escolásticos, y en particular
Santo Tomás, desarrollaron con detalle la doctrina de la abstracción. Ésta
puede examinarse desde tres puntos
de vista: el psicológico, el epistemológico o gnoseológico y el ontológico.
Psicológicamente, la abstracción es un
proceso mental. Epistemológica o gnoseológicamente, es un modo de conocimiento — el modo de conocimiento básico en toda ciencia. Odontológicamente la abstracción es una forma como aparece la realidad. Nos referiremos aquí principalmente a los
puntos de vista epistemológico y ontológico, los cuales se hallan con frecuencia estrechamente enlazados. Ello
sucede ya con la definición que muchos escolásticos dan de la abstracción.
El acto de conocimiento puede ser
absoluto o comparativo. El acto absoluto es una abstracción por medio de
la cual se conoce la cosa misma "absolutamente" ("separadamente"), es
decir, la cosa misma abstraída de toda
relación con otra cosa. Este acto es
considerado negativo por cuanto se
desatienden ciertos rasgos de la cosa
sometida a abstracción, pero es positivo por cuanto se atiende a los rasgos abstraídos. Cuando en el acto positivo de la abstracción se hace presente la naturaleza o forma del objeto considerado, la abstracción es de
carácter intelectual.
La abstracción intelectual puede
ser de primera intención, cuando se
obtiene un concepto universal o esencia, y de segunda intención, cuando
se obtiene un concepto trascendental.
La abstracción de segunda intención
se funda en la de primera intención.
Santo Tomás (S. theol, I q. XL a 3)
habla de dos clases de abstracción:
(1) La abstracción por medio de la
cual se separa lo general de lo particular. Ejemplo: animal se separa de
hombre. Esta abstracción "destruye"
los objetos separados, como ocurre
cuando se separa del hombre su racionalidad. Con respecto a Dios, se
deja subsistir la idea de esencia común, pero se destruye la idea de hipóstasis. (2) La abstracción por medio de la cual se separa la forma de
la materia. Ejemplo: círculo se separa
de todo cuerpo sensible circular. Esta
abstracción no "destruye" ninguno de
los dos objetos sobre los cuales
opera, como ocurre cuando se separa
círculo de materia circular y se
conservan ambas ideas. Con respecto
a Dios, aunque se separan las
propiedades no personales, el espíritu
sigue conservando la idea de las
hipótasis (Cfr. asimismo la división
de abstracción en abstracción por medio de composición y por división en
S. theol, I q. LXXXV a. 1 ad 1).
Para Guillermo de Occam hay una
abstracción que consiste en aprehender una cosa sin aprehender la otra
(la blancura de la leche sin su sabor); una abstracción por medio de
la cual se separa de lo singular un
concepto universal; y una abstracción
por medio de la cual se afirma un
predicable de un sujeto sin afirmar
otro predicable igualmente admisible
como atributo (como en la abstracción matemática) (Exp. super Physicam, fol. 111; II Sent., q. 14 y 15
Exp. super Physicam, fol. 111; cit.
en Léon Baudry, Lexique philosophine de Guillaume d' Occam, 1957, s. v.
"Abstractio", pág. 6).
Las doctrinas escolásticas más influyentes sobre la abstracción han sido las de Santo Tomás, las cuales
fueron elaboradas, entre otros, por
Cayetano y Juan de Santo Tomás, y
en la época actual han sido difundidas por Jacques Maritain (especialmente en Distinguer pour unir ou les
degrés du savoir [nueva ed., 1932,
págs. 71 y sig.]). Fundamental en
tal doctrina es la distinción entre dos
tipos de abstracción: la abstractio totalis y la abstractio formalis, y la teoría de los llamados "tres grados de
abstracción".
La distinción entre la abstractio totalis y la formalis que los escolásticos
presentan actualmente es similar a la
establecida por Santo Tomás (Cfr.
supra [1] y [2]. La abstractio totalis
—abstracción total— es aquella en la
cual se separan sucesivamente naturalezas más universales de tal modo que
éstas son consideradas aparte de las
propiedades descartadas por la abstracción. Por medio de este tipo de
abstracción se obtienen las nociones
propias y determinantes de las entidades consideradas, como cuando se
dice de un determinado hombre que
es un animal racional. La abstratio
formalis —abstracción formal— es la
abstracción propiamente inteligible.
Por medio de ella se obtienen las naturalezas o esencias aparte de los objetos considerados, como cuando se
habla de humanidad, circularidad,
etcétera.
La abstracción formal tiene tres
grados.
( 1 ) El primer grado de abstracción —propio de la Physica o ciencia
de la Naturaleza— es aquel en el
cual se consideran los objetos purificados de la materia (de la materia
sígnate quantitate o materia en cuanto constituye el principio de individuación). Sin embargo, los objetos
quedan impregnados de materia sensible, de suerte que no pueden existir
ni ser concebidos sin tal materia. Lo
que queda abstraído son las particularidades individuales y contingentes
de los objetos.
(2) El segundo grado de abstrac
ción —propio de la Mathematica—
es aquel en el cual se consideran los
objetos purificados tanto de materia
en cuanto principio de individuación
como de materia sensible. Las entida
des resultantes son la cantidad, el nú
mero o la extensión en sí (es presu
mible que, al referirse a la topología,
los escolásticos agregarían la posición
como tal). Los objetos en cuestión no
pueden existir sin materia pero pue
den ser concebidos sin ella.
(3) El tercer grado de abstracción
—propio de la Metaphysica— es
aquel en el cual se consideran los ob
jetos separados de toda materia. Los
objetos resultantes pueden existir sin
materia y ser concebidos sin ella. Pue
den existir sin materia, tales como la
Forma pura, Dios, etc., o estar inmaterialmente en objetos materiales e
inmateriales, como ocurre con la subs
tancia, el acto y la potencia, la bon
dad, etc.
Característico del tercer grado de
la abstracción formal es la suposición
de que lo obtenido mediante ella no
es una mera representación mental o
un mero nombre, sino una realidad
— y, además, una realidad superior,
36
ABS
fundamentante de todas las demás.
Puede decirse, en vista de ello, que
los autores nominalistas se inclinan a
aceptar la abstracción total en detrimento de la abstracción formal o en
sustitución de ésta. En todo caso, la
mayor parte de los autores modernos
rechazan, explícita o implícitamente,
la abstractio formalis metaphysica. Tal
sucede en particular con los empiristas. Así, por ejemplo, Locke considera
que la abstracción generaliza las
"ideas" particulares y evita usar una
infinidad de nombres. Las ideas tomadas de entidades particulares "se
hacen representantes generales de todas las de la misma clase" (Essay, II
§ 9). La abstracción es una operación
mental y, en último término, semiótica, pero no una operación metafísica.
Berkeley confiesa no poseer la "maravillosa facultad" de abstracción; "se
puede imaginar lo que se quiera, pero
no abstraerlo de nada real, cualitativo. Se puede imaginar algo que se
mueve, pero no el movimiento". Un
triángulo en sí es un mero nombre;
los triángulos son equiláteros, isósceles, escalenos. "Lo que no supone
negación de ideas generales, sino de
ideas generales abstractas" (Principies, Int. § 10), es decir, de ideas que
se suponen erróneamente representar
algo. Hamilton entendió la abstracción en relación con la atención ( VÉASE). Señaló que "abstracción de y
atención α son términos correlativos,
siendo el uno meramente la negación
del otro" (Lectures on Metaphysics,
XXV). Según Dugald Stewart, la abstracción es el "poder que tiene el
entendimiento de separar las combinaciones que le son ofrecidas" (Eléments, II iv 1). Puede afirmarse que
mientras para muchos autores antiguos y medievales la abstracción es
primariamente una noción metafísica
que posee también dimensiones epistemológicas y psicológicas, para muchos autores modernos, en particular
los de orientación empirista, la abstracción es ante todo una noción psicológica o, si se quiere, psico-gnoseológica que puede poseer asimismo
alcance metafísico o, cuando menos,
ontológico.
Pueden encontrarse prácticamente
en todos los filósofos ideas acerca de
la naturaleza, función y alcance de la
abstracción y acerca del status ontológico de lo abstracto. No obstante,
ciertos filósofos han prestado mayor
ABS
ABS
atención que otros a los conceptos de
abstracción y de lo abstracto. Uno de
ellos es Hegel. Maritata (Sept leçons
sur l'être, II, 12) ha indicado que
Hegel hizo mal uso de la abstracción,
si es que no abusó de ella. En consecuencia, llegó a concebir por una
abstracción distinta de la abstractio
formalis metaphysica la idea del Ser,
y por ello se encontró con una Nada
y pudo identificarlas y "superarlas"
mediante la noción del Devenir ( VÉASE). Ahora bien, aunque se admita
semejante crítica, debe reconocerse
que afecta sólo a uno de los aspectos
de la compleja doctrina hegeliana de
la abstracción y, en particular, de la
relación entre lo abstracto y lo concreto. Hegel concibe a veces la abstracción como separación de lo concreto y particularización de las determinaciones de lo concreto. A veces
estima que aunque la filosofía, por
ocuparse de generalidades, estudia lo
abstracto, semejante realidad es abstracta sólo en cuanto a la forma, pero
en sí misma es concreta, ya que es Ια
unidad de diferentes determinaciones
(Cfr. Vorlesungen über die Geschichte
der Philosophie. Einleitung. A. 2;
Glöckner, t. 17.53). Lo abstracto
no es lo verdadero, pero sólo cuando
lo consideramos formalmente; visto filosóficamente, lo que comunmente se
llama abstracto es lo más concreto
que cabe. Puede decirse, en suma,
que la abstracción como separación
que deja a lo real vacío de contenido
es propia del entendimiento, Verstand;
la abstracción por así decirlo realizada, lo universal concreto, es objeto
de la razón, Vemunft.
Entre los autores de nuestro siglo
que se han ocupado de la cuestión
de la abstracción y lo abstracto destacan Husserl y Whitehead. Husserl
ha definido lo abstracto y lo concreto no en virtud de su idealidad o
realidad, sino en virtud de su separación o no separación de un todo,
en función de su subsistencia o no
subsistencia en un universal concreto.
De este modo, "un abstracto puro y
simple es un objeto que está en un
todo con respecto al cual es parte noindependiente" (Investigaciones lógicas, III, § 17, trad. Morente-Gaos ).
Lo abstracto depende pues del todo
en el cual está insertado, en tanto
que lo concreto es independiente de
él, posee subsistencia propia. Por eso
los universales no son necesariamente
abstracciones, lo cual no quiere decir que sean conceptos hipostasiados
ni generalidades meramente nominales, sino más bien totalidades concretas ideales, esencias. La parte abstracta o momento de un todo es,
consiguientemente, "toda parte que
es no-independiente relativamente a
dicho todo", siendo indiferente que
"el todo sea independiente o noindependiente en absoluto o relativamente a otro todo superior". Análogamente, en sus esfuerzos para la
erección de una metafísica que elimine las dificultades del "materialismo
moderno", A. N. Whitehead llega a
un concepto de abstracción y a un
método de abstracción —el "método
de abstracción extensiva"— que permiten mediar entre lo abstracto y lo
concreto y entre la abstracción y la
desrealización. Dicho pensador entiende por 'abstracto' el hecho de que
lo que es en sí mismo un "objeto
eterno" —por consiguiente, su esencia— pueda ser comprensible sin necesidad de ninguna referencia a lo
que llama una "ocasión particular de
experiencia", es decir, a lo que en
términos generales podría calificarse
de "un concreto". Así, pues, lo abstracto en cuanto tal va más allá de
las particulares ocasiones concretas de
la experiencia, de lo que actual y
efectivamente ocurre. Lo cual no
equivale a aislar este acontecimiento
particular. Por el contrario, Whitehead sostiene que cada objeto eterno es una ocasión. De ahí el doble
sentido de la abstracción — considerada como abstracción metafísica más
que matemática: la abstracción de
la actualidad y la abstracción de la
posibilidad. Y de ahí también la existencia de una "jerarquía abstractiva".
Ésta se halla formada por el conjunto de las etapas que conducen a un
modo de abstracción de la posibilidad y que "implica un progreso (en
pensamiento) a través de sucesivos
grados de complejidad creciente".
"Cualquier jerarquía abstractiva, finita
o infinita, se basa en algún grupo
definido de simples objetos eternos.
Este grupo es llamado la base de la jerarquía. Así, la base de una jerarquía
abstractiva es una reunión de objetos
de complejidad cero" (Cfr. Science
and the Modem World, 1925, Cap.
X; también, y especialmente, An Enquiry conceming the Principies of Natural Knowledge, 1919, I, 1-4, y The
37
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Concept of Nature, 1920, Cap. IV).
Una jerarquía abstractiva basada, por
ejemplo, en g, es un grupo de simples objetos eternos que cumplen las
condiciones siguientes : ( 1 ) pertenencia a ella de los miembros de g como
únicos objetos eternos simples de la
jerarquía; (2) pertenencia a ella de
los componentes de cualquier objeto
eterno complejo, y (3) comprobación
de que cualquier grupo de objetos
eternos que pertenezcan a la jerarquía, del mismo grado o de grado
distinto, se hallan mancomunadamente entre los componentes o componentes derivados, por lo menos, de un
objeto eterno perteneciente asimismo
a la jerarquía.
Según algunos lógicos, la abstracción no se refiere a propiedades comunes a varios entes, sino a clases
de objetos relacionados entre sí por
alguna propiedad. El punto de partida
de la abstracción, que en la lógica
clásica era intensional o comprehensivo, se hace aquí extensional. En
parte de la nueva lógica, el concepto
de abstracción está, pues, estrechamente relacionado con la noción de
clase. Pero como cada relación (v. )
transitiva, simétrica y reflexiva da origen a una clase, resulta que, a diferencia de lo que ocurría en los procesos abstractivos tradicionales, no es necesario atender a una multiplicación
creciente de propiedades. Si, por
ejemplo, intentamos definir, de acuerdo con Russell, la propiedad abstracta
"dirección espacial", la reduciremos
previamente a la relación transitiva,
simétrica y reflexiva de "paralelismo
entre líneas rectas", con lo cual la dirección de una línea es interpretada
como la clase de líneas paralelas a esta
línea (Cfr. Reichenbach, Elements of
Symbolic Logic, 1947, § 37 ). Lo mismo ocurre con la definición abstractiva de la noción de peso. No es ya
una propiedad abstracta del cuerpo;
el peso de un cuerpo designa más bien
la clase de todos los objetos que
poseen el mismo peso que el cuerpo
en cuestión. Reichenbach señala que
ya Leibniz había reparado en que
la definición de la igualdad de una
propiedad es lógicamente anterior
a la definición de tal propiedad. Con
ello se intenta responder a la objeción de la lógica tradicional respecto
a la prioridad de la entidad que debe
ser definida, objeción que va justamente en un sentido inverso al de
Leibniz y al de la nueva lógica. En
efecto, dice Reichenbach, "un adepto
de la lógica tradicional objetaría que
con el fin de definir el mismo peso
debemos primeramente definir el peso, y luego proceder por la adición de
la diferencia específica al género. Pero no hay razón para insistir en este
método poco práctico. Es admisible
concebir la noción del mismo peso como algo anterior al concepto
de peso y definir el último en términos del primero. Esta concepción corresponde al procedimiento efectivo
usado en la determinación empírica
del peso de un cuerpo. La balanza
es un artificio que indica, no el peso,
sino la igualdad de peso. Decir que
un cuerpo pesa dos libras significa,
por lo tanto, lo mismo que decir que
el cuerpo tiene el mismo peso que un
cierto patrón" (loc. cit.). La "definición por abstracción" se basa en ese
procedimiento y en esta inversión de
la prioridad tradicional.
Podemos concluir que la noción de
abstracción ha sido usada en el curso de la historia de la filosofía en
tres distintos sentidos: el ontológico,
el psicológico y el lógico. El primero
ha predominado en la filosofía antigua y medieval; el segundo, en la
filosofía moderna; el tercero, en varias direcciones de la lógica contemporánea. Conviene advertir, sin embargo, que en muchas ocasiones los
tres sentidos se han entremezclado. Así, por ejemplo, en la filosofía
antigua y medieval el examen de la
noción ontológica de abstracción ha
hecho frecuente uso de conceptos lógicos, y en la época contemporánea
el examen de la noción desde el punto
de vista lógico no permite siempre
eliminar supuestos ontológicos, y en
particular las cuestiones relativas a
los universales ( VÉASE ).
Para una aclaración sobre el término 'abstracto' tal como es usado
en la lógica de las clases y en la
lógica de las relaciones véanse CLASE
y RELACIÓN. Observemos aquí para
completar la información al respecto
que, según Robert Feys (quien se
ha basado para ello probablemente
en exposiciones de Alonzo Church)
la noción de abstracto en lógica formalizada designa la operación que
da origen a perífrasis abstractas. Unas
s on d e l a for ma 'x P' ( si en d o 'P '
una proposición), que Feys llama
abstractos proposicionales (abreviatu-
ra de 'perífrasis abstractas preposicionales"). Las otras son de la forma
'λ x Μ' (siendo 'M' una expresión bien
formada cualquiera), que Feys llama abstractos combinatorios (abreviatura de 'perífrasis abstractas combinatorias'). Las primeras aparecen
en la lógica usual; las segundas, en la
lógica combinatoria. Aunque sólo implícitamente, estas dos formas se hallaban ya en Frege. Su análisis muestra que la abstracción puede ser
entendida bajo un aspecto "conceptualista" (único que, siendo propiamente lógico, corresponde a la "lógica positiva"), pues toda otra interpretación (realista, nominalista o
"conceptualista" en el sentido tradicional), siendo metalógica, debe ser
excluida de la lógica stricto sensu aun
cuando sea considerada filosóficamente legítima. Según ello, se pueden
usar las expresiones 'abstractos preposicionales' y 'abstractos combinatorios' sin necesidad de una interpretación metalógica.
Además de las obras referidas en
el texto del artículo, véanse las siguientes. Abstracción en general: H.
Schmidkunz, Ueber die Abstraktion,
1889. — J. Laporte, Le problème de
l´abstraction, 1940. — Giovanni Fausti, Teoria dell'Astrazione, 1947. —
R. Bianchi-Bandinelli, Organicità e
astrazione, 1956. — Abstracción y
dialéctica: L. Jordán, Schule der
Abstraktion und der Dialektik. Neue
Wege begrifflichen Denkens, 1932.
— Abstracción metafísica: N. Balthasar, L'abstraction métaphysique et
l'analogie des êtres dans l´être, 1935.
— Definición por abstracción: H.
Scholz y H. Schweitzer, Die sogenannte Définition durch Abstraktion.
Eine Theorie der Definitionen durch
Bildung von Gleichheitsverwandtschaften, 1935. — Abstracción en Pla
tón y Aristóteles: P. Gohlke, Die
Lehre von der Abstraktion bei Plato
und Aristoteles, 1914 [Abhandlungen
zur Philosophie und ihrer Geschichte,
46]. — En San Alberto el Grande:
Ulrich Dähnert, Die Erkenntnislehre
des Albertus Magnus gemessen an der
Stufen der "Astractio", 1934. — San
to Tomás: L. M. Habermehl, Die
Abstraktionslehre des heiligen Thomas
von Aquin, 1933. — A. Rebollo Peña,
Abstracto y concreto en la filosofía
de Santo Tomás, 1955. — G. Van
Riet, "La théorie thomiste de l'abs
traction", Revue philosophique de
Louvain, L (1952), 353-93. — Gustav
Siewerth, Die Abstraktion und das
Sein nach der Lehre des Thomas von
38
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ABS
ABU
Aquin, 1958 (Wort und Antwort, 21).
— En la escuela franciscana: J. Rohmer, La théorie de l'abstraction dans
l´école franciscaine d'Alexandre de
Halès à Jean Peckham, 1928 [Archives d'histoire doctrinale et littéraire
du Moyen Age, 3].
ABSURDO. En lenguaje corriente
se llama absurdo a lo que "no puede
ser de ninguna manera". Ya en esta
noción parece insertarse en la idea
de lo absurdo la de imposibilidad.
Sin embargo, esta imposibilidad puede ser concebida de dos maneras: o
totalmente, en cuyo caso lo absurdo
es por principio lo que carece de
significación, o parcialmente, en cuyo
caso lo absurdo sería lo que escapa
a ciertas reglas o normas, sea de
carácter lógico o de cualquier otra
índole. En todo caso, la ausencia de
significación de lo absurdo —dentro
de un lenguaje dado o dentro de
cualquier lenguaje como tal— parece
constituir su carácter más patente, si
bien en algunos casos se admite la
posibilidad de que lo absurdo tenga
una significación. Entonces lo absurdo sería aquello que, no pudiendo
ser en ningún caso objeto de una
efectuación intuitiva, resultaría "inconcebible". Finalmente, se llama
absurdo a lo que, por considerarse
imposible, es estimado asimismo como afectado por el valor de falsedad.
Así sucede con la expresión 'reducción
al absurdo', es decir, el modo de
argumentar que demuestra la verdad de una proposición por la falsedad, imposibilidad o, en términos
neutrales, inaplicabilidad de la contradictoria o de las consecuencias de
la contradictoria. Este tipo de razonamiento es habitual en la geometría y ha sido empleado también por
Zenón de Elea para sus demostraciones de la imposibilidad del movimiento y de la multiplicidad del ser.
Hobbes llamaba absurdas a las expresiones sin sentido; la posibilidad
de una afirmación general que no
sea verdadera es inconcebible y por
ello, dice Hobbes, "si un hombre
me habla de un rectángulo redondo;
o de accidentes del pan en el queso, o de substancias inmateriales; o de
un sujeto libre, de una voluntad libre
o de cualquier cosa libre, pero libre
de ser obstaculizada por algo opuesto, yo no diré que está en un error,
sino que sus palabras carecen de
significación; esto es, que son absurdas" (Leviatán, t. esp., 1940, pág. 35).
Hobbes utiliza de este modo la noción de absurdo para calificar con
ella las entidades que no entran
dentro del marco de su nominalismo
corporalista, e indica que las causas
del absurdo son principalmente: la
falta de método al no establecer las
significaciones de los términos empleados; la asignación de nombres
de cuerpos a accidentes o de accidentes a cuerpos; la asignación de
nombres de accidentes de cuerpos
situados fuera de nosotros, a los accidentes de los propios cuerpos; la
asignación de nombres de cuerpos
a expresiones; la asignación de nombres de accidentes a nombres y expresiones; el uso de metáforas y figuras retóricas en lugar de los términos
correctos, y el empleo de nombres
que nada significan y se aprenden
rutinariamente (op. cit., pág. 36).
Además de los Caps. IV y V del
citado Leviatán, Hobbes consagra algunos pasajes a la diferencia entre el
error (en nuestro lenguaje, el predicado 'es erróneo') y lo absurdo (en
nuestro lenguaje, el predicado 'es absurdo") en varias otras obras (Human
Nature, V; De corpore, III), repitiendo a veces las mismas frases (siendo
el tratado Human Nature, 1640, anterior al Leviatán, 1651, y al De corpore, 1655, puede considerarse como
el primer texto de Hobbes al respecto,
pero hemos citado el Leviatán por
ser el más conocido y posiblemente
más consultado hoy día). En el De
Corpore ofrece, además, una "Tabla
de lo absurdo", en la que, a base de
una clasificación de tipos de proposiciones (empíricas, a las que se aplican los predicados 'no es erróneo' y
'es erróneo'; analíticas, a las que se
aplican los predicados 'es verdadero'
y 'es falso'; y propiamente ficticias
—o, mejor dicho, simplemente imaginativas—, a las que se aplica el
predicado 'es absurdo'). Hay frecuentes absurdos, por ejemplo, cuando se usan nombres de una clase de
entidades como si perteneciesen a
otra clase de entidades.
En un sentido parecido al de Hobbes se usa hoy la expresión 'es absurdo' por quienes estiman que deben
eliminarse del lenguaje todas las expresiones que no pueden ser verificadas por la experiencia o que no siguen
las reglas de una determinada sintaxis.
En cambio, lo absurdo posee otro
sentido cuando se refiere a lo absurdo
en la vida humana, tal como ha sido
destacado por algunos escritores que,
aun sin ser existencialistas o aun
rechazando formalmente tal supuesto
filosófico, se mueven dentro de una
comprensión de la vida humana muy
cercana a dicha tendencia. Es el
caso de la expresión de lo absurdo
en Franz Kafka y especialmente en
Albert Camus, si bien este último,
al oponerse justamente al existencialismo, proclama algo semejante a la
"lucidez frente a lo absurdo". En rigor, Camus se ocupa no de una filosofía absurda, sino, como dice explícitamente (Le mythe de Sysiphe,
1942), de una "sensibilidad absurda
que puede hallarse esparcida en la
época" (Cfr. también, del mismo autor, sus novelas L'Étranger y La
Chute).
Manuel de Diéguez, De l'absurde.
Précédé d'une lettre à Albert Camus, 1948. — Annibale Pastore, La
volontà dett'assurdo. Storia e crisi
dell'esistenzialismo, 1948. — Ismael
Quiles, S. J., Jean Paul Sartre. El
existencialismo del absurdo, 1949. —
Joseph Möller, Absurdes Sein? Eine
Auseinandersetzung mit der Ontologie
J. P. Sartres, 1959. — Sobre lo absurdo en Hobbes: "S. Morris Engel,
"Hobbes' 'Table of Absurdity"', The
Philosophical Review, LXX (1961),
533-43.
ABU SALT (Abu Sait Umayya bn
Abd-al-'Aziz bn Abu Salt) (10671134) nació en Dénia (Alicante).
Parece haber residido algún tiempo
en Sevilla y luego en El Cairo y Alejandría; en todo caso, se dirigió, hacia
1111, a Túnez y falleció en al-Mahdiyya, en Túnez.
Abu Salt escribió numerosas obras
sobre diversos temas, poéticos, científicos, filosóficos, etc. De los escritos
filosóficos ha quedado su Taqwim alDihn (Rectificación de la mente),
obra de carácter lógico en la cual se
hace uso de las partes esenciales del
Organon aristotélico (Categorías, Sobre la interpretación y los dos Analíticos) y de la Isagoge de Porfirio. La
lógica de Abu Salt es a la vez una
teoría del conocimiento, pues estudia
las condiciones de la demostración como conocimiento verdadero, dedicando atención preferente a la demostración silogística. Sin embargo, la
demostración silogística constituye solamente la parte formal de la demostración; para que el conocimiento sea
verdadero es menester que lo sean las
39
ABU
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ACA
premisas en las cuales hay que demostrar la verdad por medio de la
causa. Ésta es el fundamento del conocimiento verdadero y en ella se funda el conocimiento de lo que son las
cosas de que se habla en las premisas. Abu Salt sigue fundamentalmente
a Aristóteles en sus teorías del silogismo y de la demostración, pero
introduce algunas modificaciones en
la doctrina aristotélica de la proposición y de la clasificación de las proposiciones teniendo en cuenta la estructura de la lengua árabe (por
ejemplo, la división del verbo en sustantivo y no sustantivo).
El Taqwim al-Dihn fue traducido
y publicado por Ángel González Palencia en 1915. Véase Miguel Cruz
Hernández, Historia de la filosofía española. Filosofía hispano-musulmana,
tomo I (1957), págs. 323-36.
ABUBÁKER. Véase ABENTOFAIL.
ACADEMIA FLORENTINA. La
llegada del filósofo bizantino Georgios Gemistos Plethon (v. ) a la corte
florentina de Cosme de Médicis, y las
enseñanzas que dio en la misma de
la filosofía platónica y neoplatónica
indujeron a Cosme a fundar la llamada
Academia Florentina o Academia
platónica de Florencia en 1459. La
Academia fue protegida asimismo por
Lorenzo de Médicis. Sus principales
miembros fueron, además de Plethon,
el Cardenal Bessarion, Marsilio Ficino y luego Pico della Mirándola. La
tendencia común fue, ante todo, el
ensalzamiento de Platón. Pero como
éste fue interpretado con frecuencia
en sentido neoplatónico, la Academia
Florentina puede ser considerada tanto
una Academia platónica como una
Academia neoplatónica. Otros rasgos
comunes fueron: oposición al aristotelismo y en particular al averroísmo,
fuertes tendencias humanistas y consiguiente importancia dada al "buen
decir" y a la elocuencia en filosofía,
intentos de conciliar el platonismo
con el cristianismo. Dentro de ello
hay rasgos particulares debidos a los
diferentes miembros. Nos hemos referido a algunos de ellos en los artículos dedicados a Marsilio Ficino y
a Pico della Mirandola (por ejemplo,
ciertas tendencias al cabalismo y a
la busca de un Dios verdadero en
todas las religiones por parte de este
último autor). Agreguemos aquí que
entre otras particularidades de varios
miembros de la Academia se halla el
haber intentado acoger muchas ideas
aristotélicas. La infiltración del aristotelismo tuvo lugar a veces sin conciencia de ello. En otras ocasiones,
empero, los mismos autores insistieron
sobre la necesidad por lo menos de
un serio estudio de las doctrinas del
Estagirita. En el caso del Cardenal
Bessarion ( 1403-1472), quien se opuso a los aristotélicos en su Adversus
calumniatorem Platonis (1469), pero
quien a la vez proclamó que no podía
refutarse el aristotelismo mediante
simples argumentos retóricos.
Otros autores de la misma generación de Pico della Mirandola no pueden ser considerados como miembros
de la Academia Florentina en sentido
estricto, pero las fuertes influencias
recibidas del platonismo renacentista
y el hecho de coincidir en varios
puntos con doctrinas de los filósofos
mencionados en el párrafo anterior
permiten agruparlos, si no bajo el
nombre de "académicos florentinos",
sí cuando menos bajo el nombre de
"platónicos italianos", pues aun cuando uno de ellos, León Hebreo (v.),
nació en Lisboa, vivió largo tiempo
en Italia y publicó allí sus obras. Figura entre ellos el mencionado León
Hebreo y G. Savonarola ( VÉASE). León
Hebreo (VÉASE ) formuló en sus famosos Dialoghi d'amore una doctrina
platónico-mística del amor intelectual
que a veces ha sido considerada como
un precedente de la teoría spinoziana. Savonarola, más conocido como
reformador religioso que como filósofo,
fue autor de un Compendium to-tius
philosophiae, influido por el platonismo, pero con ciertos rasgos aristotélicos. A los platónicos humanistas
puede agregarse un alemán: Johannes
Reuchl'in (1455-1522), defensor del
humanismo dentro del marco de un
neoplatonismo cabalista. Hay que observar, por lo demás, que el platonismo y neoplatonismo influyeron en
muchas otras corrientes del Renacimiento, inclusive en algunas que parecían opuestas a Platón; es el caso
de las renovaciones del estoicismo y el
epicureismo a que nos hemos referido en los correspondientes artículos.
R. Sieveking, Die florentinische
Akademie, 1812. — L. Ferri, "Il Platonismo nell'Accademia Florentina",
Nuova Antologia (Julio de 1891). —
A. della Torre, Storia dell'Academia
platónica di Firenze, 1902. — M.
Heitzman, "Studja nad Akademja pla-
tonska we Florencji", Kwartalnik Filozoficzny, X (1932), XI (1933), XII
(1935). — N. A. Robb, Neoplatonism
of the Italian Renaissance, 1935. —
Para las obras de Marsilio Ficino,
Pico della Mirándola, Plethon, León
Hebreo y Savonarola, véanse los correspondientes artículos. — Obras del
Cardenal Bessarion en Migne, P. G.,
CLXI. Véase H. Vast, Le cardinal
Bessarion, étude sur la Chrétienté et
la Renaissance vers le milieu du 15e
siècle, 1878. — Sadov, Bessarion de
Nicée, son rôle au concile de FerraraFlorence, ses oeuvres theólogiques et
sa place dans l'histoire de l'humanisme, 1833. — R. Rocholl, Bessarion,
Studie ZUT Geschichte der Renaissance,
1904. — L. Mohler, Die Wiederbelebung des Platonstudiums in der
Zeit der Renaissance durch Kardinal
Bessarion, 1921 [Vereinschrift der
Görresgessellschaft, III]. — Íd., íd.,
Kardinal Bessarion, 2 vols., 1923-27.
— Íd., íd., Kardinal Bessarion als
Theolog, Humanist und Staatsmann,
1942. — Obras de Reuchlin: De verbo mirifico libri tres, 1494 y De arte
cabbalistica libri tres, 1494. — Véase
Meyerhoff, J. Reuchlin und seine Zeit,
1830. — L. Geiger, J. R., Sein Leben
und seine Werke, 1871.
ACADEMIA PLATÓNICA. La escuela fundada por Platón recibió el
nombre de Academia por estar situada
en los jardines consagrados al héroe
ateniense Academos. Su principal
función oficial pareció ser el culto de
las musas, pues una escuela filosófica
ateniense debía ser en principio una
comunidad destinada al culto, un
qi/asoj (Diógenes Laercio, III 25),
con sacrificios regulares o comunes,
koina\ (iera/ . Pero junto al culto o en
torno a él se desarrolló una intensa
actividad filosófica y científica — esta
última especialmente en las esferas de
la matemática, la música, la astronomía y la división y clasificación, todas ellas consideradas, al menos por
Platón, como propedéutica para la
dialéctica. La Academia platónica no
puede ser considerada como una Academia en sentido moderno (W. Jaeger), pero aunque algunos autores
(E. Howald) han reducido las actividades de la misma a las del culto,
esta tesis ha sido considerada como
muy exagerada (K. Praechter, H.
Cherniss). Importante era, en efecto,
en la Academia la actividad pedagógica, que se manifestaba en forma de
lecciones y de diálogos. Hay que observar que la Academia platónica —y
también en este respecto hay nota-
40
ACA
ACA
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bles diferencias entre ella y el Liceo
(VÉASE) aristotélico— irradiaba influencia, cuando menos en la época
de Platón y gracias en gran parte a
su personalidad, no solamente en el
terreno religioso, moral y científico,
sino también en el político.
La Academia platónica tuvo larga
vida. De hecho, persistió hasta el
año 529, en que fue cerrada por decreto del emperador Justiniano, aunque, conviene advertir, por motivos
religiosos más bien que filosóficos,
pues el platonismo siguió influyendo
considerablemente en la filosofía bizantina (VÉASE). Ahora bien, la persistencia de la Academia no significa
que hubiese habido en ella continuidad filosófica, ni siquiera que hubiese
habido acuerdo entre los escolarcas o
los miembros de la escuela con respecto a las enseñanzas de Platón, aun
las más fundamentales, como la teoría de las ideas. Las críticas de Aristóteles a Platón permiten advertir
claramente estas discrepancias. Puesto
que, como lo ha mostrado Harold
Cherniss, Aristóteles no se basó para
sus críticas en supuestas lecciones orales de Platón, hay que suponer, o
bien que se trata de una interpretación sui generis del Estagirita, o bien,
como parece más probable, de una
crítica de la elaboración de la doctrina de Platón por parte de los más
inmediatos discípulos de éste. Ahora
bien, estos discípulos parecieron alejarse considerablemente del platonismo. Así, ya el primer escolarca sucesor de Platón, su sobrino Espeusipo, rechazó la teoría de las ideas.
Conocemos la sucesión de los escolarcas principalmente por medio de
la Crónica de Apolodoro (Fasti Apollodoreí), y hemos dado una lista de
los mismos según aparece en Ueberweg-Praechter (de acuerdo con las investigaciones de K. Zumpt, E. Zeller,
S. Mekler y F. Jacoby) en el artículo
Escolarca ( VÉASE). Esta lista comprende, sin embargo, también varios
filósofos neoplatónicos. Ahora bien,
es costumbre excluir a estos filósofos
de lo que se considera como el período "clásico" de la Academia platónica, el cual comprende desde Platón
hasta Teomnesto de Naucratis. En el
presente artículo nos limitaremos a
este período y dividiremos, de acuerdo con la tradición, la Academia en
tres períodos: Academia antigua, Aca-
demia media (o segunda Academia],
Academia nueva (o tercera Academia). Los límites entre las dos últimas
son imprecisos. Además, algunos consideran el período iniciado por Filón
de Larisa como una cuarta Academia,
llamada asimismo Academia novísima. En cuanto a otros aspectos de la
tradición platónica en un sentido más
general, los exponemos en el artículo
Platonismo (VÉASE).
Los principales representantes de
la Academia antigua son Espeusipo,
Jenócrates, Heráclides Póntico, Polemón, Crates y Crantor. Como figuras
menores podemos mencionar a Hermodoro y a Kion o Jion. De los artículos dedicados a los primeros pueden deducirse las tendencias principales que dominaron en la Academia durante este período: ideas
pitagorizantes, afirmación de que la
percepción proporciona también conocimiento, investigaciones sobre los
grados del saber, mezcla de rasgos
ascéticos con otros hedonistas (como
en Polemón y Crantor), ciertas tendencias que aproximaron algunos académicos (por ejemplo, Crates), al cinismo. El principal representante de
la Academia media es Arcesilao. Como figuras menores podemos mencionar a Laquides, Telecles, Euandro y Heguesino. Característico de
este período es el anti-dogmatismo y
el escepticismo moderado en la teoría
del conocimiento. Los principales
representantes de la Academia nueva
son Carnéades y Clitómaco. Este período no se distingue sustancialmente del anterior en cuanto al contenido
filosófico, pero agrega al anti-dogmatismo el probabilismo ( VÉASE). Los
académicos medios y nuevos polemizaron frecuentemente contra el estoicismo. A veces se incluye entre los
académicos nuevos a Filón de Larisa
y a Antíoco de Ascalón, pero, como
hemos visto en los artículos sobre los
mismos, su inclinación hacia el dogmatismo moderado (que consideraban más fiel al espíritu y a la letra de
Platón), hacia un entendimiento con
los estoicos y hacia el eclecticismo,
hace que a menudo se consideren
como miembros de la llamada Academia novísima. Desde esta época,
la filosofía de la Academia se bifurca
en dos direcciones. Por un lado, hacia el neoplatonismo, en particular de
los que se considera como precurso-
res de esta tendencia. Por otro lado,
hacia lo que podría llamarse el platonismo ecléctico. Este último tiene
una relación estrecha con el eclecticismo de Antíoco de Ascalón, y consiste en un esfuerzo por armonizar las
ideas platónicas con las peripatéticas
y las estoicas, un fuerte interés por
la mística pitagorizante y una frecuente inclinación hacia la discusión
de problemas teológicos. Representantes principales de esta tendencia
son Eudoro de Alejandría, Plutarco
de Alejandría. Teón de Esmirna, Albino, Nigrino, Nicostrato, Ático, Celso, Máximo de Tiro, Severo. Los artículos dedicados a estos pensadores
permiten ver cuáles fueron sus principales problemas y sus más características doctrinas.
Th. Gomperz, "Die Akademie und
ihr vermeintlicher Philomacedonismus", Wiener Studien, IV (1882),
102-20. — H. Usener, "Die Organisation der wissenschaftlichen
Arbeit in der platonischen Akademie", 1884 (reimpreso en Kleine
Schriften, III, 1912). — L. Keller
"Die Akademie der Platoniker im Altertum", Monatshefte der Comeniusgesellschaft, 1899. — O. Immisch,
"Die Akademie Platons und die modernen Akademien", Neue Jahrbücher für klassische Philologie, CL
(1894), 421-42. — E. Howald, Die
platonische Akademie und das moderne Universitas litterarum, 1921. — P.
L. Landsberg, Wesen und Bedeutung
der platonischen Akademie, 1923
(trad. esp.: La Academia platónica,
1926). — Pan Aristophron, Plato's
Academy. The Birth of the Idea of
Its Rediscovery, 1934. — O. Gigon,
"Zur Geschichte der sogenannten
Neuen Akademie", Museum Helveticum (1944). — H. Cherniss, The
Riddle of the Early Academy, 1945
(también del mismo autor: Aristotle's Criticism of Plato and the Academy, I, 1944). — Hans Herter, Platons Akademie, 2a ed., 1952. — O.
Seel, Die platonische Akademie. Eine
Vorlesung und eine Auseinandersetzung, 1953. — Importantes referencias a la Academia se hallan asimismo, entre otras obras, en el volumen
sobre Platón de Wilamowitz-Moellendorff y en el volumen sobre Aristóteles de W. Jaeger. — Aunque se
refieren a la cuestión del autor o
autores de las obras de Platón, arrojan asimismo luz sobre los problemas
concernientes a la Academia platónica los trabajos de Joseph Zürcher,
Das Corpus Academicum (to\ Su/ntagma )Akadhmikon). In neuer Auffassung dargestellt, 1954 y Lexicon
41
ACC
ACC
Academicum, 1954. — índice de filósofos académicos: Academicorum
philosophorum index Herculanensis,
ed. S. Mekler, 1902, 2a ed., 1958.
ACCIDENTE. Lo que ocurre
(sumbai/ n ei , accidit) a algo sin constituir un elemento esencial o derivar
de su naturaleza esencial es un accidente — algo "accidental". Aristóteles definió el accidente, sumbebhko/j
como sigue: "El accidente es lo que,
a pesar de no ser ni definición ni lo
propio [propiedad] ni género, pertenece a la cosa; o lo que puede pertenecer a una sola y misma cosa, sea
la que fuere; como, por ejemplo, estar
sentado puede pertenecer o no a un
mismo ser determinado, y también
blanco, pues nada impide que la misma
cosa sea ora blanca, ora no blanca. La
segunda de estas dos definiciones es
la mejor, pues si se adopta la primera
es menester para comprenderla saber ya
lo que son la definición, lo propio y el
género, en tanto que la segunda se
basta a sí misma para comprender lo
que es en sí aquello de que se habla"
(Top., I 5, 102 b 4 y sigs.). El
accidente es "lo que pertenece a un
ser y puede ser afirmado de él en
verdad, pero no siendo por ello ni
necesario ni constante (Met., Λ 1025 a
13-5). Lo accidental se distingue por
ello de lo esencial. Se distingue
también de lo necesario, de tal modo
que el accidente es fortuito y
contingente, puede existir o no existir. Se ha preguntado a veces si hay
una ciencia de los accidentes, es decir, del ser por accidente, kata\
sumbebhko/j . Aristóteles contesta a
esta pregunta negativamente. Aunque
una respuesta tajante a la cuestión
sea difícil, debe reconocerse que la
ciencia —sea por prestar preferente
atención a las esencias o naturalezas,
sea por pretender explicar lo que es
necesariamente como es, sea por subrayar lo universal o la ley— tiende a
evitar lo accidental.
Muy influyente fue la doctrina del
accidente presentada por Porfirio en
su Isagoge como parte de la teoría
de los llamados predicables ( VÉASE).
Nos hemos extendido sobre esta teoría
en el artículo referido. Nos limitaremos aquí a señalar que Porfirio
define el accidente como sigue: "El
accidente es lo que se produce y desaparece sin acarrear destrucción del
sujeto [sujeto-objeto]. Se divide en
dos especies: uno es separable del
sujeto; el otro, inseparable. Así, dormir es un accidente separable; ser
negro, aunque sea un accidente inseparable para el cuervo y para el etíope, no impide que haya la posibilidad
de concebir un cuervo blanco y un
etíope que pierda su color sin que el
sujeto sea destruido. También puede
definirse como sigue: el accidente es
lo que puede pertenecer o no al mismo sujeto, o, finalmente, lo que no es
ni género, ni diferencia, ni especie, ni
lo propio y, sin embargo, subsiste
siempre en un sujeto."
Siguiendo a Aristóteles, a Porfirio
y a Boecio especialmente, los escolásticos han tratado con gran detalle la
noción de accidente. Muchas son las
definiciones dadas de 'accidente' (según Léon Baudry, Guillermo de Occam da nada menos que cuarenta y
dos definiciones, si bien pueden reducirse a cinco esenciales). En general,
la doctrina del accidente es tratada
por los escolásticos —especialmente
por los neoescolásticos— en dos secciones: en la lógica y en la ontología.
Desde el punto de vista lógico, el accidente aparece, al lado de la substancia, como uno de los dos supremos géneros de las cosas, entendiendo por
ellos los géneros lógicos y todavía no
los trascendentales. El accidente es
entonces el accidente predicable, o sea
el modo por el cual algo "inhiere" en
un sujeto. Desde el punto de vista
ontológico, el accidente es prédicamental o real, es decir, expresa el
modo por el cual el ente existe.
De este accidente se dice que naturalmente no es en sí, sino en otro,
por lo cual el accidente posee metafísicamente una especie de alteridad.
El accidente ontológico se divide
entonces en absoluto y modal, pero
el accidente absoluto no es en manera alguna equiparable a la substancia y al ser que existe o puede
existir por sí, pues es propio del
accidente no ser per se. De ahí que
los escolásticos vean en el accidente
algo realmente distinto de la substancia, algo necesitado de un sujeto. La
fórmula que conviene al accidente es,
por lo tanto, la de que su esse est
innesse, la de que su ser es "estar en",
es decir, "en otro". Así lo expresa
Santo Tomás al enunciar que el accidente es res, cuius naturae debetur
esse in alio (S. theol, III, 9. LXXVII
a. 1 ad 2). O el Pseudo-Grosseteste
al definir el accidente en términos de
42
ACC
inherencia: "el accidente es aquello
cuyo ser consiste solamente en inherir en algo". Por otro lado, el problema de la distinción o separación entre
accidente y substancia estaba estrechamente vinculado con el problema
de su individualidad, con el de la producción del accidente, y aun con
el del propio accidente en cuanto
forma, es decir, con su accidenteïtas.
Ahora bien, la distinción real entre
accidente y substancia, no obstante
su postulada inherencia, no corresponde a muchas de las direcciones
de la filosofía moderna, sobre todo
de la metafísica del siglo XVII,
para la cual el accidente se presenta
como un aspecto de la substancia. El
accidente se llama entonces casi
siempre modo (VÉASE), y se considera,
según ocurre en Spinoza, como
afección de la substancia. Pero al ser
colocado, por así decirlo, dentro de
la substancia, el accidente tiende a
identificarse con ella y a anularse
toda distinción posible, pues se
descubre una sola y no varias
maneras de inherencia. Hay, en suma,
una sola manera de ser el modo
afección de la substancia, y no una
trama de relaciones como las de partetodo, efec-to-causa, consecuenciaprincipio, etc. Esta concepción podía
constituir la base para una ulterior
negación del concepto mismo de
substancia, pues esto no implicaba la
negación de lo real, sino la atribución
a lo real de fenomenalidad.
Se llama impropiamente definición por el accidente a la que tiene
lugar mediante la indicación de los
caracteres o notas accidentales del
objeto-sujeto. Cuando esta determinación pretende ser una verdadera
definición se habla de "sofisma del
accidente". La conversión por el accidente es la que tiene lugar cuando
se deduce de la universal afirmativa
una particular afirmativa: todo S es
P; algún Ρ es S.
ACCIÓN es la operación de un
agente por medio de la cual se introducen modificaciones en una entidad
distinta del agente. El agente puede
ser concebido como una causa; al
causarse algo se produce una acción.
También se llama "acción" —y asimismo "acto" (véase ACTO y ACTUALIDAD)— a la operación de una potencia. Los escolásticos suelen oponer
acción a pasión. "La acción de acuer-
ACC
ACC
ACC
do con la primera imposición [VÉASE]
del nombre señala el origen del movimiento. Pues del mismo modo que
el movimiento, según se halla en el
móvil de algo que se mueve, recibe
el nombre de pasión, el origen de tal
movimiento, en cuanto empieza en
algo y termina en aquello que se mueve, es calificado de acción" (Santo
Tomás, S. theol, I q. XLI a.l ad 2).
La noción de acción puede entenderse psicológica, física y metafísicamente ( ontológicamente ). Muchos filósofos han prestado atención a este
último sentido y han derivado de él
los restantes. Metafísicamente, la noción de acción es interpretada con
frecuencia como designando un llegar
a ser (fien) a diferencia del ser (me).
Si se proclama el primado del primero
sobre el segundo puede hablarse de
una filosofía basada en la acción a
diferencia de una filosofía basada en
el ser. Las llamadas "filosofías de la
acción" son filosofías activistas y dinamicistas. Puesto que para ellas la
acción es el rasgo primario de la realidad, lo que no sea acción es considerado o como derivado de ella o
como opuesto a ella. En muchos casos se contrapone la acción a la contemplación y se sostiene el primado
de aquélla sobre ésta o viceversa. De
un modo general puede decirse que
mientras el pensamiento de corte "clásico" ha considerado el ser y la contemplación como primarios —tanto
metafísica como psicológicamente—,
el pensamiento "actual" —o una parte
de él, que se reconoce heredera de
ciertos aspectos del pensamiento moderno— se ha inclinado a concebir
como primarios la acción y el movimiento en todas sus formas. Nos referiremos de inmediato a algunos
ejemplos de estas diversas concepciones, pero conviene señalar que el contraste entre ser y acción, y ser y
contemplación, no significa siempre
que uno de los términos quede completamente eliminado. Es muy común,
por ejemplo, en ciertos autores "tradicionales" estimar que la acción queda englobada en la contemplación, la
cual permite llevar a sus máximas posibilidades toda forma de "acción".
La distinción establecida por San
Buenaventura entre la luz superior
o luz de la gracia, la luz interior o
del conocimiento filosófico, luz inferior o del conocimiento sensible y
luz exterior o luz del arte mecánica
(De reductione art. ad theol., § § 1-5)
puede valer como ejemplo de la
concepción clásica de la acción, donde ésta es, en el mejor caso, acción
interna y, por lo tanto, concentración de la acción y de la contemplación en una realidad única. El
predominio de la acción sobre la
contemplación surge, en cambio, desde el momento en que se establece
una separación entre ambas instancias, separación que conduce, en
último término, a la absorción por
la acción de todo propósito contemplativo. Es el caso del idealismo
alemán y también el de la formulación por Goethe de una tesis que
como "La Acción era en un principio" parece estar destinada a sustituir al "Logos" como principio
superior.
El predominio de la acción se ha
transformado, sin embargo, en una
explícita filosofía activista sólo cuando se ha logrado clara conciencia de
las implicaciones que supone un trast or n o como el men ci ona d o. Así
ha ocurrido sobre todo en el curso
del siglo XIX y parte del XX con
diversas doctrinas. Marxismo, historicismo, pragmatismo, afirmación de la
voluntad de poder, suposición de que
la acción resuelve los nudos forjados
por la teoría, reducción del campo
de aplicación de la inteligencia, voluntarismos de diversas especies: he
aquí lo que puede considerarse como
manifestaciones de la citada tendencia. Lo mismo cabe decir de buena
parte de las corrientes filosóficas
contemporáneas, si bien en ellas la
conciencia de las mencionadas implicaciones ha producido, a su vez,
la aspiración a cerrar la brecha entre
contemplación y acción sin por ello
tener que regresar a fórmulas estimadas caducas. Es el caso de Maurice Blondel ( VÉASE), cuya "filosofía
de la acción" no es en ningún sentido un "predominio de la acción
sobre la contemplación" tal como el
que se ha puesto antes de relieve.
Blondel habla, en efecto, de la acción
como de algo que comprende y abarca
el pensamiento sin anularlo; la
filosofía de la acción es, así, simultáneamente, una "crítica de la vida"
y una "ciencia de la práctica". De
este modo distingue su filosofía de
todo "activismo" pragmatista como
el que ha sido defendido por James,
Schiller o Dewey. El activismo prag-
matista sacrifica la verdad a los efectos
o resultados prácticos (bien que entre
éstos haya que incluir también, como
James precisó, los propiamente
"mentales"); el activismo de Blondel
hace de la verdad una visión directa
del dinamismo en que todo ser consiste. Así, Blondel propugna una
"lógica de la acción" que no niega
la 'lógica de la idea', sino que la
comprende en su seno como un modo
subordinado de conocimiento. Según
Blondel, la palabra 'acción', sin excluir la idea de una inmediata y perfecta realidad, implica la distinción
de tres fases y de tres significaciones
discernibles, separables o no. Helas
aquí. "1. La acción indica primitivamente el ímpetu iniciador en lo que
tiene de vivo y de fecundo, de productivo y de finalista a la vez. 2. La
acción puede designar (allí donde
una operación discursiva y compleja
se hace indispensable para que se
realice ) la serie continua y progresiva
de los medios empleados: proceso necesario para la ejecución del designio
inicial que debe recorrer el intervalo
que separa el proyecto del efecto y,
según la expresión escolástica, el terminus a quo del terminus ad quem,
per gradus debitos. 3. La acción puede significar, finalmente, el resultado
obtenido, la obra conseguida, la terminación realizada. Puede entonces
considerarse este resultado menos como un objeto bruto que como una
especie de creación viviente donde
la eficacia y la finalidad han conseguido unirse valorando todas las potencias mediadoras que han servido
para esa maravillosa innovación, evocada por esa pequeña palabra llena
de misteriosas riquezas: obrar" (L'Action, 1936, I, 40/1).
Entendida la "acción" en ese amplio sentido que engloba el pensamiento en vez de oponerse a él, su
predominio se ha manifestado en todas las direcciones filosóficas en las
que se ha ampliado el marco de la
inmanencia racionalista para ceder el
paso a la trascendencia. Cuando, por
ejemplo, se intentaba en la Antigüedad refutar los argumentos de Zenón
de Elea y especialmente la aporía de
Aquiles y la tortuga por el simple
echar a andar, se llevaba a exageración y a caricatura lo que, por otro
lado, el pensamiento procuraba hacer
saliendo de las vías de la identificación racional. Así, toda introducción
43
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de una discontinuidad representaba y
sigue representando la introducción
de la "acción" en el marco de la
razón.
Cuando se habla de "acción" conviene precisar en todo caso en qué
sentido se entiende ésta y, sobre
todo, conviene señalar si se concibe
como aquello que se opone al pensar
o bien como aquello que incluye el
pensamiento. Este último sentido es
el que predomina. Cuando en algunas direcciones se concibe la acción como lo único que puede solucionar los conflictos de la inteligencia, cuando Dewey habla, por
ejemplo, de un "idealismo de la acción", entienden todos ésta como una
realidad primaria que explica —no
suprime— el pensar.
Véase también PRAXEOLOGÍA.
Además de la obra de Blondel referida en el texto, véanse los siguientes
trabajos, unos (como los de A.
Gardeil, Roig Gironella) relativos al
blondelismo, otros (como el de Malgaud) concernientes al problema de
la relación entre acción y pensamiento, y otros (como la mayor parte)
referentes a la cuestión general de la
acción y su relación con el conocimiento y el saber: A. Gardeil, O. P.,
"L'Action. Ses exigences objectives",
Revue Thomiste VI (1898), 125-38,
269, 294; "Ses ressources subjectives",
ibid. VII (1899), 23-39; "Les ressour ces du vouloir ", ibid. VII
(1899), 447-61; "Les ressources de
la raison pratique", ibid. VIII
(1900), 377-99. — Giovanni Cesca,
La filosofia della azione, 1907. — E.
de Roberty, Sociologie de l'action. La
genèse sociale de la raison et les
origines rationelles de l'action, 1908.
— M. Pradines, Principes de toute
philosophie de l'action, 1909. — H.
Gomperz, Die Wissenschaft und die
Tat, 1924. — A. Mochi, De la con
naissance à Îaction, 1928. — M. Malgaud, De faction à la pensée, 1933.
— T. Kotarbinski, L'Action, 1934 (en
la Biblioteca filosófica de la Sociedad
polaca de filosofía de Lwów). — L.
Stefanini, Mens Cordis. Giudizio
dell'attivismo moderno, 1934. — W.
M. Schering, Zuschauen oder Handeln? Beitrag zur Lage und Aufgabe
der Psychologie, 1937. — W. Grèbe,
Der tätige Mensch. Untersuchungen
zur Philosophie des Handelns, 1937.
— M. Riveline, Essai sur le problè
me le plus générale: action et logique,
1939. — J. Roig Gironella, La filoso
fía de la acción, 1943. — H. Duméry,
La philosophie de l'action. Essai sur
l' intellectualisme blondélien, 1948. —
A. Marc, Dialectique de l'action,
1954. — Jean Brun, Les conquêtes de
l'homme et la séparation ontologique,
1961. — J. de Finance, S. J., Essai
sur l'agir humain, 1962 [Analecta Gregoriana. Series Facultatis philosophicae, N° 126, sectio A, 8]. Crítica del
activismo de varios autores (Bergson,
Brunschvicg, Boutroux, Le Roy, Bachelard, Rougier) en J. Benda, De
quelques constantes de l'esprit humain. Critique du mobilisme contemporain, 1950. — La noción de acción
en Aristóteles: Gianni Vattimo, Il concetto di Fare in Aristotele, 1961. —
La noción de acción en Santo Tomás
es tratada por Joseph de Finance,
S. T., en Être et Agir dans la philosophie de Saint Thomas, 1945.
ACCIÓN (PRINCIPIO DE LA
MENOR). En el artículo Economía
nos hemos referido al principio de
la economía del pensamiento o ley
del mínimo esfuerzo en el proceso
de las operaciones mentales. Aquí
trataremos de un principio análogo,
pero referido a los procesos de la
Naturaleza: el llamado principio de
la menor acción. Puede enunciarse
así: "La Naturaleza obra siempre empleando el menor esfuerzo o energía
posibles para conseguir un fin dado."
Aunque este enunciado tiene —por la
introducción del término 'fin'— un
aspecto teleológico, no debe interpretarse siempre como si fuese una ley
teleológica. Puede interpretarse desde
un punto de vista mecanicista como
expresando un modo de operación según el cual un proceso natural —por
ejemplo, el desplazamiento de un corpúsculo— tiene lugar de tal suerte,
que su cantidad de acción sea la mínima posible. Este es el sentido que
tiene casi siempre el principio de la
menor acción en quien es considerado
habitualmente como su descubridor:
Pierre-Louis Moreau de Maupertuis.
Hemos precisado en el artículo sobre
él el significado preciso de 'acción'
dentro del principio y las discusiones
a que dieron lugar las Memorias de
Maupertuis a las Academias de Ciencias de París ( 1744) y Berlín ( 1746).
Parece en todo caso que ideas análogas al principio de Maupertuis
se encuentran en varios autores de
la época (Euler, Leibniz, Fermat).
Así, por ejemplo, L. Euler mostró en
su Methodus inveniendi lineas curvas
maximi vel minimi proprietate gaudentes (1744) que en las trayectorias
descritas por cuerpos movidos por
fuerzas centrales, la velocidad multiplicada por el elemento de la curva
da siempre un mínimo. Además no
sólo Leibniz, sino también Fermât,
habían mostrado en sus explicaciones
de las leyes de la refracción que un
corpúsculo de luz que se desplaza
de un punto A a un punto Β atravesando medios distintos (a velocidades diferentes) efectúa su recorrido
en el menor tiempo posible.
Decíamos antes que el principio ha
sido interpretado o mecánica o teleológicamente. La primera interpretación fue la dominante en el siglo
XVIII y hasta puede decirse que el
principio así entendido fue descubierto solamente en el citado siglo,
aun teniendo en cuenta el hecho de
que el propio Maupertuis lo aplicaba
no sólo a los fenómenos físicos, sino
también al Ser Primero en su producción de las cosas. En cambio, si lo
consideramos desde el punto de vista
teleológico, el principio en cuestión
tiene muchos precursores. Se formuló,
en efecto, con más o menos claridad
en todos aquellos casos en los que
se insistió sobre la llamada ley de
parsimonia en la Naturaleza. Ejemplos
se hallan en Aristóteles (De gen. et
cor., II 10, 336 a 27 sigs.), en
Ptolomeo (Almagesto, III 4 y XIII
2), en Averroes ( Comm. in Met., XII
ii 4 Comm. Venetiis, VIII f. 144 vb),
en Roberto Grosseteste (Cfr. A. C.
Crombie, Robert Grosseteste and
the Origins of Experimental
Science, 1953, págs. 85-6; De Sphaera, ed. Baur, 1912) y probablemente
en otros autores. Uno de los problemas que se plantea cuando adoptamos
tal interpretación es si el principio
de la menor acción debe entenderse
como un principio real de la Naturaleza o bien como una regla pragmática (en cuyo caso el principio de la
menor acción es equivalente al principio de la economía del pensamiento). No es siempre fácil dilucidar en
qué sentido es usado por los autores
mencionados, pero puede afirmarse
como plausible que mientras Aristóteles, Averroes y Grosseteste lo consideraban como un principio real,
Ptolomeo lo formuló como un principio pragmático. No es fácil ver qué
sentido tiene el principio en cuestión
en Newton, pues aunque se halla
formulado como una "Regla de razonamiento en filosofía" ["filosofía" "filosofía natural", es decir, "física"]
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ACO
ACO
al principio del Libro III de su Philosophia naturalis principia mathematica (Regla I), ofrece varios aspectos: el de un principio del pensar, el
de un supuesto sobre la realidad y
hasta —dentro de una "filosofía" mecanicista— el de una imagen teleológica. He aquí su formulación: "No
debemos admitir más causas de las
cosas naturales que las que son a la
vez verdaderas y suficientes para explicar sus apariencias. A este efecto,
los filósofos dicen que la Naturaleza
no hace nada en vano, y es tanto más
en vano cuanto menos sirve; pues a
la Naturaleza le agrada la simplicidad y no se viste con las galas de las
causas superfluas."
Hemos señalado antes la relación
que hay a veces entre el principio
de la menor acción y el llamado principio de economía (VÉASE). Al hablar
de este último en el correspondiente
artículo nos hemos referido a la doctrina de Avenarius. Completamos ahora la información allí proporcionada,
por cuanto el propio Avenarius dio
al principio de economía un nombre
muy parecido al del principio de la
menor acción: el principio del menor
gasto de energía (Princip des Meinsten Kraftmasses). Así, en la obra en
la cual presentó por vez primera este
principio (Philosophie als Denken der
Welt gemäss dem Princip des kleinsten Kraftmasses, 1876; hay trad.
esp.: La filosofía como el pensar del
mundo de acuerdo con el principio
del menor gasto de energía, 1947)
el citado autor manifestaba que toda
la actividad del alma está regida por
un principio de economía sin el cual
no sería posible la conservación del
individuo. Según tal principio, el alma
trata de obtener el mayor resultado
posible con el menor esfuerzo posible. Si aplicamos este principio al
acto del apercibir, advertimos que
tiene lugar en tal forma, que lo que se
tiene que apercibir es asimilado por
la actividad apercipiente, la cual le
da forma y sentido de acuerdo con
las experiencias anteriores. Con ello
se forman hábitos intelectuales, cuya
organización constituye el fundamento
del conocimiento. Toda la vida
espiritual está regida por estas formas, las cuales consisten últimamente
o en reducir lo desconocido a lo
conocido o en subsumir las representaciones particulares bajo conceptos
generales. Así, el principio del menor
gasto de energía opera de un modo
omnipresente en la actividad destinada a comprender el mundo, pues sin
tal principio no habría ni tal reducción ni tal subsunción. Cuando la realidad que se trata de percibir es el
todo, la filosofía se encarga de ello,
de modo que la actividad filosófica
como pensar del todo puede definirse
como un pensar del mundo según el
principio del menor gasto de energía.
Varias objeciones se han formulado
contra el principio de la menor acción en el sentido anterior. Mencionaremos dos. Una de ellas destaca el
hecho de que la idea del principio en
cuestión está basada en el supuesto
indemostrado de que los organismos
biológicos tratan de ajustar enteramente el esfuerzo a los fines, cuando
lo que ocurre de hecho es casi siempre lo contrario: que el organismo
gasta mucha mayor energía de la que
le "correspondería" según la acción
que se propone desarrollar. El organismo biológico, en suma, es, según
esta objeción, un derrochador más
bien que un ahorrador de energía. La
otra objeción se refiere a las dificultades que plantea el origen de la actividad del organismo —o del "alma"— de acuerdo con el principio
del menor gasto de energía. Si es un
origen empírico solamente está dirigido por la experiencia. Pero como la
experiencia es un tanteo, es probable
que en el curso del mismo se dilapiden más bien que se ahorren energías. Si es un origen supra-empírico,
hay que admitir la existencia de una
finalidad, en cuyo caso la actuación
según el principio es solamente el resultado de una deducción lógica en la
cual sólo da más lo que se había
anteriormente supuesto.
Véase el final de la bibliografía
del artículo ECONOMÍA. — Además:
P. E. B. Jourdain, "The Principie of
Least Action. Remarks on Some Passages in Mach's Mechanics", The Monist, XXII (1912), 285-304. — Íd.,
íd., "Maupertuis and the Principie of
Least Action", ibíd., XXII (1912),
414-59. — Íd., íd., "The Nature and
Validity of the Principie of Least Action", ibíd., XXIII (1913), 277-93.—
P. Brunet, Étude historique sur le
principe de la moindre action, 1938.
— M. Guéroult, Dynamique et métaphysique leibmziennes, 1934.
ACONCIO (GIACOMO) [Aconzio,
Concio; Acontius, Jacobus] (entre
1492-1520-ca. 1578), nac. en Trento,
fue de profesión ingeniero, pero se
interesó por muchos problemas, especialmente por problemas teológicos y
metodológicos. Secretario del Cardenal Maruzzo, repudió luego la doctrina
papal, refugiándose en Suiza, Estrasburgo y, finalmente, en Inglaterra,
en donde defendió un protestantismo
radical, siendo protegido de la reina
Isabel. Bayle le dedicó un articulo en
su Dictionnaire, pero luego cayó en el
olvido; en su Histoire de la philosophie
moderne (tomo II, 1958, págs. 2 y
sigs.), J. M. Degérando lo llama
"un ingénieur italien, aujourd'hui
oublié", pero afirma que "fue el primero que tuvo el mérito de vivir y
proclamar las verdades que más tarde
desarrollaron Bacon y Descartes". Degérando se refiere con ello a la obra
de Aconcio sobre el método (véase
bibliografía), en donde el autor pone
de relieve que el estudio del método
es fundamental para la adquisición
de conocimientos verdaderos y adecuada comunicación de estos conocimientos — lo que hace de la metodología de Aconcio una doctrina a la vez
lógica, gnoseológica y pedagógica.
Aconcio empieza por delimitar la esfera de lo cognoscible: sólo pueden
conocerse las cosas que son finitas y
también inmutables. Luego indica que
todo conocimiento "deducido por vía
de razonamiento" supone una verdad
"primitiva, inmediata, natural e independiente del razonamiento". El método debe conducir a la adquisición
de estas nociones primitivas y básicas
de las cuales dependen los demás conocimientos. Las nociones en cuestión
no son las que se conocen primero en
el orden del tiempo; son las primeras
sólo en el orden de la evidencia. Así,
las nociones particulares son cronológicamente anteriores a las nociones
más generales, pero éstas preceden a
aquéllas en cuanto a su posición en la
jerarquía de las verdades. Todo esto
parece hacer de Aconcio un "racionalista". Sin embargo, debe tenerse presente que Aconcio distingue entre
conocimiento de lo abstracto y conocimiento de experiencia y propone
separar por lo pronto uno de otro.
Pero esta separación no puede persistir
indefinidamente; en efecto, en el
conocimiento de experiencia se aplica
ya un modo —o, mejor dicho, diversos modos— de análisis que tienen
que llevarse a cabo según principios
45
ACR
ACT
ACT
racionales. En último término, el mejor método de conocimiento es el que
va de los efectos a las causas y de los
fines a los medios, pero de acuerdo
con el orden de las evidencias que se
vayan obteniendo en el proceso del
conocimiento. Se trata así, pues, de
un método inductivo-analítico.
En su tiempo Aconcio fue famoso
sobre todo por la colección de escritos
agrupados bajo el título: Estratagemas
de Satanás. Esas "estratagemas" eran
para el autor los credos dogmáticos
cristianos. El carácter radical de la
crítica de Aconcio al respecto suscitó
la hostilidad no sólo de los católicos,
sino también de algunos protestantes,
los cuales juzgaron que Aconcio había
llegado demasiado lejos en su actitud
crítica.
Obras: De methodo, hoc est, de
recte investigandarum tradendarumque artium et scientiarum ratione (Basilea, 1558), en una colección de
escritos titulada: De studiis bene instituendis. — Stratagematae Satanae
(Basilea, 1565); otra ed. (Basilea,
1610) con una carta del autor titulada "De ratione edendorum librorum". De las Estratagemas se publicó
una versión francesa: Les Ruzes de
Satán (Basilea, 1565). — Edición crítica del De methodo y otros escritos
de Aconcio, con trad. italiana y notas:
G. Radetti, ed., De methodo; Dialogo
di Giacomo Riccamati; Somma brevissima délia dottrina cristiana; Una
esortazione al timor di Dio; Delle
osservazioni e avvertimenti che aver
si debbono nel legger delle istorie;
Lettere, 1944. — Edición crítica de
las Estratagemas, con trad. italiana y
notas: G. Radetti, ed., Stratagematum
Satanae libri VII, 1946 [ambas ediciones críticas en la Edizione nazionale dei Classici del pensiero italiano]. — Véase A. Gonzo, Il metodo di
I. A. tridenfino, 1931. — W. KöhlerE. Hassinger, Acontiana, en Abhandlungen der Heidelberger Akademie
der Wissenschaften, Phil.-hist. K1.
1932, VIII. — E. Hassinger, Studien
zu J. A., 1934. — P. Rossi, G. A.,
1952. — Ch. D. O'Malley, J. A., 1955.
— Véase también "Introducción" de
G. Radetti a las eds. indicadas supra, y
Giuseppe Saitta, Il pensiero italiano
nell'Umanesimo e nel Rinascimen-to.
Vol. III (Il Rinascimento), 1951, págs.
510-14.
ACROAMÁTICO. Véase ESOTÉ RICO.
ACTIVISMO. Véase ACCIÓN.
ACTIVO (ENTENDIMIENTO o
INTELECTO). Véase ENTENDI MIENTO.
ACTO Y ACTUALIDAD. Estudiaremos estos conceptos en su acepción
filosófica técnica, prescindiendo de
sus muchos significados comunes. Para el sentido de "acto" como "acción"
véase el artículo sobre este último
concepto.
Aristóteles introdujo en su filosofía
los términos e)ne/rgeia —que se vierten usualmente por "acto" o "actualidad"— y du/namij — que se traduce
comunmente por "potencia" (Cfr. algunos loci en bibliografía, infra). En
el artículo sobre la noción de Potencia
(VÉASE) analizamos varios significados
aristotélicos de este concepto en relación con el de acto. Tendremos que
reiterar aquí algunos de ellos para
mayor claridad. Los términos en cuestión constituyen una parte fundamental del arsenal conceptual aristotélico
y se aplican a muy diversas partes de
su filosofía, pero aquí los estudiaremos desde el punto de vista de la
"Física" y de la metafísica — y, perdónesenos el anacronismo, desde el
punto de vista de la "ontología general". Empezaremos considerándolos
como un intento de explicación del
movimiento en tanto que devenir
(VÉASE).
El movimiento como cambio en
una realidad (llamado a veces "movimiento cualitativo" para diferenciarlo del movimiento local, y calificado
asimismo —como haremos aquí con
frecuencia— de "cambio") necesita
tres condiciones, las cuales parecen
ser a la vez "principios": la materia
(VÉASE), la forma (VÉASE) y la privación (VÉASE). Ahora bien, el cambio
sería ininteligible si no hubiese en el
objeto que va a cambiar una potencia
de cambiar. Su cambio es, en rigor,
el paso de un estado de potencia o
potencialidad a un estado de acto o
actualidad. Este paso se lleva a cabo
por medio de una causa eficiente, la
cual puede ser "externa" (en el arte) o
"interna" (en la misma naturaleza del
objeto considerado). El vocablo 'interno' no significa que el objeto que
cambia no necesite ningún impulso
para cambiar; significa que no podría
cambiar si no se quitaran los obstáculos que le impiden situarse en su "lugar natural", y también que no podría
cambiar si no tuviese en él disposición
para el cambio. El cambio puede ser
entonces definido como sigue: es el
llevar a cabo lo que existe potencialmente en cuanto existe potencialmen-
te (Phys., IV 201 a). En este "llevar
a cabo" el ser pasa de la potencia de
ser algo al acto de serlo; el cambio
es paso de la potencia a la actualidad.
Se ha dicho a veces que la contraposición entre potencia y acto en Aristóteles es idéntica, o cuando menos
muy similar, a la contraposición entre
materia y forma. No negamos que
haya una analogía entre ambos pares
de conceptos. Pero en modo alguno
pueden equipararse. La forma es la
esencia, o uno de los aspectos de la
esencia, de un ser; en cambio, el acto
incluye una cierta operación. Cuando
esta operación culmina tenemos la entelequia (véanse, sin embargo, en el
artículo sobre este último concepto
sus varias significaciones).
No es fácil definir la noción aristotélica de "acto". Se puede decir que
el acto es la realidad del ser, de tal
modo que, como indicó el Estagirita
el acto es (lógicamente; acaso formalontológicamente ) anterior a la potencia. Sólo a base de lo actual puede
entenderse lo potencial. Puede decirse
asimismo que el acto determina
(ontológicamente) el ser, siendo de este
modo a la vez su realidad propia y su
principio. Puede destacarse el aspecto
formal o el aspecto real del acto.
Finalmente, puede decirse que el acto
es "lo que hace ser a lo que es".
Ninguna de las definiciones resulta
suficiente. Aristóteles, que se da cuenta
de esta dificultad, procede con frecuencia a presentar la noción de acto
(y la de potencia) por medio de ejemplos. A éstos nos referiremos de inmediato como base de nuestro comentario.
"El acto —escribió Aristóteles— es
la existencia de un objeto, pero no de!
modo como lo hemos expresado por
la potencia. Decimos, por ejemplo,
que Hermès está en potencia en la
madera, y la semilínea en la línea
completa, porque de ella puede ser
extraída. Llamamos también sabio en
potencia a quien ni siquiera especula,
con tal que posea la facultad de especular; el estado opuesto en cada
uno de estos casos existe en acto"
(Met., Ω 6, 1048 a 30-35). Como se
ve, Aristóteles no proporciona una definición de 'acto', sino una contraposición de la noción de acto con la de
potencia a la luz de ejemplos. Que
éstos son sobremanera importantes lo
muestra el hecho de que en cada ocasión en que Aristóteles se propone-
46
ACT
ACT
ACT
mostrar lo que el acto es, acumula los
ejemplos. "El acto será, pues, como
el ser que construye es el ser que tiene
la facultad de construir; el ser desvelado, al que duerme; el que vela, al
que tiene los ojos cerrados pero posee
la vista; lo que ha sido separado de
la materia, a la materia; lo que es
elaborado, a lo que no lo es" ( ibidem,
1048 b 1-5). Los primeros términos
de estas series son actos; los segundos,
potencias. Y si se pregunta por qué no
se proporciona una definición estricta
de los términos 'acto' y 'potencia',
Aristóteles contestará que "no hay
que intentar definirlo todo, pues hay
que saber contentarse con comprender
la analogía."
Sin embargo, los ejemplos y las
comparaciones no son todo lo que cabe
decir acerca del significado de la
noción de acto. Ante todo, hay que
entender tales ejemplos y comparaciones en relación con el problema
a que antes nos hemos referido: el
del cambio. ¿Cómo concebir el ser
como ser que cambia? Platón había
declarado que el cambio de un ser es
la sombra del ser. Los megáricos habían sostenido que sólo puede entenderse lo que es actualmente: un objeto
dado, x, afirmaban, es o bien Ρ ( es
decir, posee tal o cual propiedad o se
halla en tal o cual estado), o bien
no-P (es decir, no posee tal o cual
propiedad o no se halla en tal o cual
estado). ¿Puede decirse que Juan es
en potencia un gran músico si no ha
producido música alguna? Ahora bien,
Aristóteles rechazó la doctrina de Platón porque éste hacía del cambio una
especie de ilusión o apariencia del ser
que no cambia, y la doctrina de los
megáricos porque no daban razón del
cambio. Si, pues, hay cambio, debe
de haber algo que posee una propiedad o se halla en un estado y puede
poseer otra propiedad o pasar a otro
estado. Cuando tal ocurre, la "posterior" propiedad o el "último" estado
constituyen actos, o actualizaciones,
de una previa potencia.
Esta potencia no es cualquiera.
Como Aristóteles señala (Phys., III
201 b 33 sigs.), un hombre no es
potencialmente una vaca, pero un niño es potencialmente un hombre,
pues de lo contrario seguiría siendo
siempre un niño. El hombre es, así,
la actualidad del niño. Un objeto dado, x, que es negro, es potencialmente
blanco, porque puede llegar a ser
blanco. Así, el paso de lo que es en
potencia a lo que es en acto requiere
ciertas condiciones: estar precisamente
en potencia de algo y no de otra
cosa. Puede decirse que además de
un χ que es blanco y de un χ que es
negro hay "algo" que no es ni blanco
ni negro, sino que llega a ser blanco.
Si se admitiera solamente el ser (en
tanto que ser actual), nada podría
convertirse en nada. El enunciado 'x
llega a ser blanco' carecería de sentido a menos de suponerse que el
enunciado 'x puede llegar a ser blanco' es verdadero.
Aunque haya seres en potencia y
seres en acto, ello no significa que
potencia y acto sean ellos mismos seres.
Podemos, pues, definirlos como
principios de los seres — o "principios
complementarios" de los seres. Estos
principios, sin embargo, no existen separadamente —al modo de las Formas platónicas—, sino que se hallan
incorporados en las realidades (con
la excepción del Acto Puro o Primer
Motor, y aun ello porque tal Acto no
consiste sólo en ser en acto, sino en
"actualizar" mediante atracción todo
ser). Ahora bien, la teoría aristotélica
del acto no puede reducirse a esta
definición, la cual es, en última instancia, puramente nominal. El Estagirita se da perfectamente cuenta de
que el acto puede ser entendido de
varias maneras. Por lo pronto, de éstas
dos: (1) el acto es "el movimiento
relativamente a la potencia"; (2) el acto
es "la substancia formal relativamente
a alguna materia". En el primer caso,
la noción de acto tiene aplicación sobre
todo en la física; en el segundo, tiene
aplicación en la metafísica. Por si la
complicación fuera poca, resulta que la
noción de acto no se aplica del mismo
modo a todos los "actos". En ciertos
casos no se puede enunciar de un ser
su acción y el hecho de haberla
realizado — no se puede aprender y
haber aprendido, curar y haber
curado. En otros, en cambio, se puede
enunciar
simultáneamente
el
movimiento y el resultado — como
cuando se dice que se puede ver y
haber visto, pensar y haber pensado.
"De estos diferentes procesos —escribe
Aristóteles— hay que llamar a unos
movimientos y a los otros actos, pues
todo movimiento es imperfecto, como
el adelgazamiento, el estudio, la
marcha, la construcción: son movimientos, y movimientos imperfectos.
En efecto, no se puede al mismo tiempo marchar y haber marchado, devenir y haber devenido, recibir un movimiento y haberlo recibido; no es
tampoco lo mismo mover y haber
movido. Pero es la misma cosa la que
a la vez ve y ha visto, piensa y ha
pensado. A un proceso tal lo llamo
acto y al otro movimiento" (ibidem,
1048 b 25-35).
La cita anterior muestra que Aristóteles no se considera satisfecho con
contraponer simplemente el acto a la
potencia y con examinar la noción de
acto desde el punto de vista de una
explicación del cambio dentro del
marco de una "ontología de la física".
Si pueden encontrarse ejemplos de
seres cuya realidad se aproxime a una
pura actualización de sí mismos, serán
ellos los que determinen el modo como
propiamente tiene que entenderse el
"ser en acto". En su "Prólogo" a la
Historia de la filosofía, de Emile
Bréhier (Dos Prólogos, 1944, págs.
193-203), Ortega y Gasset ha puesto de
relieve el carácter dinámico de estas
realidades que son propiamente en acto,
y se ha referido a un pasaje en De an.
— al cual puede agregarse el
mencionado anteriormente. He aquí
varias frases de dicho pasaje: ".. .el
moverse es una especie de acción,
aunque imperfecta... Decimos algo que
sabe, o bien en el sentido con que lo
decimos de un hombre por el hecho
de que pertenece al género de los
seres que tienen inteligencia y
ciencia; o bien en el sentido con que
decimos que sabe algo el que posee la
ciencia gramatical. Mas, no es la
misma la potencia de saber en ambos
casos: en el primero, el hombre sabe
porque tal género de seres y tal materia
tiene potencia para saber; en el
segundo,
porque
si
no
hay
impedimento externo puede el
hombre, cuando quiere, actualizar su
conocimiento. Por último, decimos que
uno sabe, cuando ya actualmente
contempla una verdad, de modo que
propiamente y en acto sabe que esto es
A. Los dos primeros saben en potencia.
De ellos, el uno sabrá actualmente,
cuando por la enseñanza cambie de
cualidad, y repetidamente pase de un
hábito al contrario; el otro, si del poseer
la sensación o la gramática, pero sin
usarlas, pasa a la actuación de las
mismas; lo cual supone un cambio muy
distinto del anterior; el que posee
47
ACT
ACT
ACT
el hábito de la ciencia pasa al acto
de contemplarla; lo cual o no es
verdadera mutación (ya que consiste en un progreso del sujeto y de
su acto), o por lo menos es un género de mutación distinto de la común; hay dos modos de alteración:
uno que consiste en el tránsito a las
disposiciones privativas (a saber, la
sustitución de una cualidad por su
contraria), la otra, en el tránsito a
las disposiciones positivas y a la perfección de la naturaleza (que es progreso y perfección de la cualidad existente)" (II 5, 417 a 15 sigs.; trad.
Antonio Ennis, S. I.).
Según Ortega y Gasset, esto muestra
que para Aristóteles hay cierta forma
de devenir que no consiste simplemente en pasar de un estado (principio) a otro estado (fin), sino que
es incesante cambio "hacia sí mismo".
El ejemplo más eminente de este
"progreso hacia lo mismo", ei)s au/to\
ga/r h( e)pi/dos ij, es el pensar, el cual
tiene en sí mismo su término, pero
no por ello cesa de progresar.
Ahora
bien,
"el
cambio
o
movimiento que es término o fin de
sí mismo, que aun siendo marcha o
tránsito y paso, no marcha sino por
marchar y no para llegar a otra cosa,
ni transita sino por transitar, ni pasa
más que por su propio pasar, es
precisamente lo que Aristóteles
llama acto —enér-geia—, que es el
ser en la plenitud de su sentido. Con
lo cual vemos que Aristóteles
trasciende la idea estática del ser, ya
que no el movimiento sensu stricto,
sino el ser mismo que parecía quieto se
revela como consistiendo en una
acción y, por tanto, en un
movimiento sui generis" (Ortega y
Gasset, op. cit., págs. 198-9).
Sea o no verdad que hay en Aristóteles esta idea del ser como ser dinámico, en el cual, según ocurre con
el pensar, "el paso de la potencia inicial ... no implica destrucción de la
potencia sino que es, más bien, una
conservación de lo que es en potencia
por lo que es en perfección (entelequia), de modo que potencia y acto
se asimilan" (op. cit., pág. 202), lo
cierto es que la noción de acto en el
Estagirita no puede reducirse a una
definición simple acompañada de varios ejemplos. En todo caso, parece
como si Aristóteles tuviera interés en
mostrar que hay entes que son constitutivamente más "en acto" que
otros. Además, tales entes pueden ser-
vir de modelos para cuanto se dice
que es en acto. Puede decirse acaso
que el acto no designa la acción (en
el sentido del cambio), pero como designa la perfección de la acción, no
hay inconveniente en admitir que
ésta puede ser perfecta en su cambiar. Varios autores neoplatónicos y
cristianos tendieron a esta idea del
acto como la perfección dinámica de
una realidad. Uno de los ejemplos de
este ser en acto es la intimidad personal. El acto puede entonces concebirse como una tensión pura, la cual
no es movimiento ni cambio, porque constituye la fuente perdurable
de todo movimiento y cambio. Y si
se alega que tal no puede ocurrir,
porque el sentido primario de las descripciones aristotélicas de 'acto' y 'actualidad' lo excluyen, se puede responder con Plotino que debe distinguirse entre el sentido de 'acto' según
se aplique a lo sensible o a lo
inteligible. En lo sensible, argüía Plotino, el ser en acto representa la
unión de la forma y del ser en potencia, de suerte que no puede haber
aquí equívoco alguno: el acto es la
forma. En lo inteligible, en cambio, la
actualidad es propia de todos los seres
de esta esfera, de modo que, siendo el
ser en acto el acto mismo, la forma no
es un mero acto: más bien es en acto.
Las nociones de acto y actualidad
fueron elaboradas por los escolásticos con gran detalle, principalmente
a base de los conceptos aristotélicos.
A este respecto, cabe considerar tres
aspectos. Primero, que, sin dejar de
ser aplicadas, como en Aristóteles, a
los procesos naturales, no se confinaron a éstos, sino que se usaron con
particular empeño para dilucidar el
problema de la naturaleza de Dios
como Acto Puro. Segundo, que se
intentó precisar su significado hasta
donde fuera posible. Tercero, que se
establecieron distinciones entre varias
especies de actos. Nos referiremos
principalmente a los dos últimos aspectos y nos fundaremos principalmente en las doctrinas al respecto de
Santo Tomás de Aquino.
Para Santo Tomás y muchos escolásticos, la doctrina del acto (y de la
potencia) resulta de un tratamiento
de la cuestión de la división del ente.
Aunque acto y potencia sean de algún modo relativos, en tanto que lo
que se dice ser en acto (en los seres
creados) lo es con respecto a la po-
tencia, y lo que se dice ser en potencia lo es con respecto al acto, hay
que establecer una distinción. Mientras la potencia se define por el acto,
éste no puede definirse por la potencia, ya que la potencia adquiere
el ser que tenga por medio del acto.
Esto equivale a la doctrina aristotélica de la preeminencia (lógica) del
acto sobre la potencia. Como escribe
Santo Tomás, "potentia dicitur ab
actu" (De pot., I, 1). El acto es, pues,
algo "absoluto"; no puede definirse
como tal por ser una de las llamadas
prima Simplicia. El acto no se compone (lógicamente) de partes en potencia, pero tampoco se resuelve en
partes actuales. En este sentido, Aristóteles andaba por el buen camino
al "mostrar" (más que de-mostrar)
la noción de acto por medio de ejemplos. Sin embargo, que el acto sea
lógicamente anterior a la potencia, no
significa que (en los seres creados)
sea realmente anterior a la potencia.
Sólo el Acto Puro o Dios es anterior,
lógica y realmente, a todo.
Entre las divisiones de la noción de
acto, propuestas por los escolásticos,
y principalmente por Santo Tomás,
mencionamos las siguientes:
1. El acto puede ser puro o absolu
to, o no puro. En el acto puro no hay
ninguna potencia; el acto puro es la
perfección concebida o existente en
sí y por sí. El acto puro es por ello
"el acto último no recibido" ( irreceptus), de modo que, como escribe San
to Tomás, "ultimus actus est ipsum
esse". El acto impuro es el que tiene
alguna potencia o está mezclado con
la potencia, siendo perfección de una
potencia, y siendo por ello un "acto
recibido" (receptus).
2. El acto no puro puede ser en
titativo o formal. El acto entitativo
es el acto de ser (actus essendi) o el
que hace existir a una esencia. El
acto formal es el que informa una
potencia constituyendo una forma
substancial o una forma accidental.
El acto entitativo se llama también
"acto último".
3. El acto formal substancial pue
de ser subsistente (o existir solo) o
no subsistente (o no existir solo, es
decir, existir acompañado de materia ).
4. El acto subsistente puede ser
completo o incompleto.
5. El acto no subsistente puede ser
substancial o accidental.
6. El acto puede ser primero o se-
48
ACT
ACT
ACT
gundo. El acto primero no supone
otra cosa, siendo la forma. El acto segundo supone otra cosa, siendo la operación.
7. El acto primero puede ser pró
ximo (al cual sigue inmediatamente
un acto segundo) o remoto (al cual
no sigue inmediatamente un acto se
gundo ).
8. El acto puede ser inmanente o
exterior (llamado también transitivo).
El acto inmanente es el recibido en
el propio sujeto que lo produce (cual
el acto intelectual). El acto exterior
o transitivo es el recibido en otro su
jeto (cual el acto físico).
Según los escolásticos, todo ser mudable consta de potencia y de acto,
mientras el ser inmutable es sólo acto.
Los escolásticos han empleado asimismo muchas expresiones en las cuales
se hace uso de la noción de acto, tales
como esse in actu, esse actu, ens actúale, actualitas, habere actum.
En la filosofía del Renacimiento y
en muchos sistemas modernos se han
usado asimismo las nociones de acto
y actualidad, pero con frecuencia con
distinto vocabulario. La noción de
Absoluto elaborada por los idealistas
postkantianos puede definirse en gran
parte a base de la idea del acto puro,
sobre todo cuando se interpreta a éste
en sentido "dinámico", es decir, capaz de "desplegarse" en la Naturaleza y en el Espíritu. También en la
filosofía de Spinoza desempeña un papel importante la noción de acto. Se
ha discutido con frecuencia dentro
del pensamiento moderno si la realidad ha de ser concebida primariamente como actualidad (al modo de
los megáricos, y en parte de Spinoza
y Bergson) o si la idea de potencialidad es asimismo importante, cuando no preeminente. Puede decirse que
ha habido una cierta tendencia a dar
el primado al ser actual frente al ser
potencial. Sin embargo, en la mayor
parte de los sistemas filosóficos modernos la noción de acto ha sido subsumida en otras nociones no necesariamente relacionadas con las cuestiones suscitadas dentro de la filosofía aristotélica y escolástica, por lo
que es difícil estudiar tales sistemas
desde el ángulo de las nociones tratadas en el presente artículo.
Nos limitaremos aquí a mencionar
a algunos autores del siglo presente
en los cuales los términos 'acto' y
'actual' desempeñan un papel capital:
Gentile, Whitehead, Husserl y Lavelle son particularmente destacados a
este respecto.
Gentile ha llamado a su filosofía
"actualismo" ( VÉASE). Esta filosofía
se deriva en parte de la noción idealista de acto como un absoluto "poner" la realidad. Gentile llama atto
puro al pensamiento en tanto que no
puede objetivarse, sino que constituye
el fundamento de toda objetividad
"engendrada". La "actualidad del yo"
por la cual "no es nunca posible que
el Yo se conciba como objeto de sí
mismo" (Teoría dello Spirito, I, 6),
hace que el acto puro se oponga de
continuo al hecho. El hecho es lo que
se da; el acto es lo que se hace. Por
eso el acto no debe entenderse como
realidad abstracta, sino como realidad eminentemente concreta. El acto
es el Espíritu, el cual es "el sujeto
que no es pensado como tal, sino actuado como tal" (op. cit., II, 3). Gentile afirma de este modo la identidad
del verum y del fieri, hasta el punto
de que, alterando una fórmula tradicional, puede decirse que verum et
fieri convertuntur. El Espíritu como
acto puro es puramente dinámico (y
es, además, "histórico-concreto" ).
Gentile sostiene que la noción tradicional de acto no permite comprender lo histórico, puesto que tiene la
tendencia a reducir el espíritu-acto al
espíritu-substancia.
La oposición al acto como entidad
estática es propia asimismo de la filosofía de Whitehead. Las "entidades
actuales o entidades ocasionales son
las "cosas" finales reales de que está
hecho el "mundo", incluyendo Dios.
Las entidades actuales son "gotas de
experiencia, complejas e interdependientes" (Process and Reality, II s.
1). Para Whitehead, la noción de entidad actual es equiparable a la idea
cartesiana de substancia y al concepto
lockiano de potencia (power); por eso
afirma que la "actualidad" significa la
última penetración en lo concreto,
abstraído de cuanto sea mera no entidad (loc. cit.).
En la primera fase de la fenomenología de Husserl este autor usó el término 'acto' (Akt), pero no le dio un
sentido metafísico, sino "neutral". Husserl manifiesta que los actos no son
"actividades psíquicas", sino "vivencias intencionales". De ellas hay que
excluir toda idea de actividad. El acto
(Akt) no es la acción (Tat), pero
tampoco el actus en sentido clásico.
Según Husserl, "la referencia intencional, entendida de un modo puramente descriptivo, como peculiaridad
íntima de ciertas vivencias, es la nota
esencial de los fenómenos psíquicos
o actos".
Louis Lavelle intenta, desde un
punto de vista metafísico, acentuar la
actividad operante del acto sin reducirlo por ello a una mera actuación de un ser. Lavelle elude tanto
una interpretación neutral del acto
como una ontología dinamicista. El
acto es para Lavelle la realidad misma del ser. Por lo tanto, es algo distinto del "objeto". El acto no es un
ser actuante, a menos que se entienda tal ser como un actuar. La noción
de acto sólo puede ser entendida partiendo de un análisis del yo. Este es
el objeto de la metafísica, la cual "se
apoya en una experiencia privilegiada
que es la del acto que me hace ser"
(De l'Acte, I art. 2). El acto no aparece nunca como un objeto, porque es
el horizonte dentro del cual se da toda
objetividad. Puede alegarse que en
la teoría de Lavelle hay mucho de
"actualismo" en el sentido de Gentile. Sin embargo, el acto no es para
Lavelle la actividad pura o el actuar
como tal; es una realidad infinitamente concreta, una eficacia pura
cuya esencia interna es el crearse incesantemente a sí misma (op. cit., I
art. 5). El acto es la pura libertad y
voluntad de ser, pero el acto no elimina la racionalidad, sino que crea el
ámbito racional y permite que en
el reino del yo el hacer coincida
con el ser (op. cit., VII art. 9.).
Otros pasajes de Aristóteles en los
cuales se dilucida la noción de acto
son: Phys., I 2, 186 a sigs; I 8, 191 b
sigs.; III 2, 201 b 10; De an., II 1,
412 a 10; II 1 412 a 23; II 5, 417
a 9; II 5, 417 a 22-3; III 2, 426 a
1-26; De gen. an., II 734 a 30; Met.,
B 6, 1003 a 4; Ω 7, 1049 b 4 - 8,
1051 a 3; Λ 2, 1069 b 15 sigs.; Λ 6,
1072 a 3-8; Eth. Nic., I 13, 1103 a
27. — Entre otros pasajes en Plotino:
Enn., I iv 14; I ν 5; I vii, 1, 2; III
1 13; III ix 8; IV viii 5; V iii 5; V
iv 9. — Para Santo Tomás, además
del citado De pot. (I, 1): 1 sent. 42,
1, 1 ad 1; S. theol, I q. LXXVI 1 c;
q. CV 1 c.; 9 met. 7 b y 8. La frase:
"actus purus non habens aliquid de
potentialitate, en S. theol., I q. III
2 c. — Para acto y potencia en varios
autores: A. Smets, Act en Potentie
in de Metaphysica van Aristóteles,
49
ACT
ACT
ACH
1952. — E. Berti, Genesi e sviluppo
della dottrina della potenza e dell'
atto in Aristotele, 1958 [de "Studia
Patavina". Quaderni di Storia della
Filosofia, 7], — Josef Stallmach, Dynamis und Energeia, 1959 (Monographien zur philosophischen Forschung,
ed G. Schischkoff, 21). — J. Christensen, "Actus Purus. An Essay on the
Function and Place of the Concept of
Pure Act in Aristotelian Metaphysics
and on Ints Interrelation with Some
other Key Concepts", Classica et Mediaevalia, XIX (1958), 7-40. — José
R. San Miguel, "Los términos 'acto'
y 'potencia en la filosofía neoplatónica y agustiniana", Augustinus, IV
(1959), 203-37. — C. Giacon, Atto
e Potenza, 1947. — La noción de
acto en sentido aristotélico-tomista es
presentada en todos los manuales neoescolásticos tomistas. Además, véase:
A. Farges, Théorie fondamentale de
l'acte et de la puissance, du moteur et
du mobile, 1893. — L. Fuetscher, S.
J., Akt und Potenz, eine kritischsysiematische Auseinandersetzung mit
dem neuren Thomismus, 1933 (trad.
esp.: Acto y potencia. Debate críticosistemático con el neotomismo, 1949).
— Véase asimismo la bibliografía del
artículo POTENCIA. — No hemos hablado en este artículo de la "filosofía del acto" de G. H. Mead ( VÉASE ), expuesta en The Philosophy of
the Act (1938), porque el término
'acto' tiene en este autor un sentido
muy distinto de cualquiera de los
analizados, y expresa más bien la acción en sentido pragmático-perspectivista.
ACTUALISMO. Se llama usualmente actualismo, o también activismo, a la doctrina filosófica según
la cual no ha y nin gún ser rígido
e inmutable, o por lo menos substancial, sino que todo ser se resuelve
en devenir y acontecer. El actualismo corresponde, por consiguiente, en
una de sus dimensiones, a la filosofía de la acción ( VÉASE ). Sin embargo, la significación de 'actualismo'
en la filosofía es demasiado vaga
para que pueda ser empleada indiscriminadamente. Desde el punto de
vista propiamente filosófico, sólo resulta justificable cuando se aplica
a una doctrina del tipo del actualismo italiano. Surgido en una cierta
proporción de lo que hay de más
dinámico en el hegelianismo, el actualismo ha sido fundamentado y
desarrollado sobre todo por Gentile
(VÉASE) al llevar a sus últimas consecuencias el supuesto idealista de
la disolución del objeto en el sujeto
puro, único modo de que la consistencia del objeto no sea arbitraria.
El actualismo hace engendrar de este
modo la objetividad y aun la ajena
subjetividad en un puro acto ( VÉASE)
presente que significa o designa el
ámbito dentro del cual se da todo
lo real, pues el mismo dato objetivo
es sólo la actualidad del pensar abocada a un pensamiento pensado como
lo otro. Como señala el propio Gentile, "el idealismo que llamo actual
invierte, de hecho, el problema hegeliano". Por eso no se trata ya de
deducir el pensamiento de la Naturaleza, y ésta del logos, sino que
se trata de deducirlo todo del pensamiento. Este pensamiento es, sin
embargo, precisa Gentile, un pensamiento actual y no un pensamiento
definido abstractamente, es decir, un
pensamiento absolutamente nuestro
en el cual se realiza el yo. "Y por
esta inversión, la deducción que resultaba imposible en el idealismo
hegeliano se convierte en la verdadera demostración que hace el pensamiento de sí mismo en la historia
del mundo: la propia historia" (Teoría dello Spirito, XVII, 3).
Desde el punto de vista psicológico, el actualismo es la teoría que
rechaza la existencia de cualquier
elemento psíquico substancial —alma,
conciencia o espíritu—, afirmando
que todo lo que parece ser centro
de los actos no es más que el conjunto dinámico de estos actos concebido estáticamente. El actualismo o
activismo psicológico se llama también a veces funcionalismo, y corresponde a todas las tendencias donde
por los más variados motivos se
tiende, como sucede en James, a la
afirmación de la "corriente de conciencia" y a la de desubstancialización del yo, ya sea en virtud de supuestos metafísicos o simplemente a
causa de postulados experimentales.
Desde este ángulo se puede decir que
la mayor parte de las corrientes psicológicas contemporáneas, y aun modernas, son actualistas. Mas este
actualismo psicológico tiene, con frecuencia (aun cuando pretenda apoyarse exclusivamente en datos experimentales), un motivo metafísico en
el cual ha participado buena parte
de la filosofía moderna, sobre todo a
partir del siglo XVIII, y que,
cobrando plena madurez en
Fichte, ha
desembocado en el voluntarismo del
siglo XIX ( Schopenhauer, Eduard
von Hartmann, Wundt, Eucken) y ha
alimentado gran parte de las tendencias que han negado inclusive la
conciencia (VÉASE ) como experiencia y realidad.
Véase Manlio Ciardo, Natura e
Storia nell 'idealismo attuale, 1949. —
Giovanni Tuni, Filosofía e scienza
nett'attualismo, 1958 (Biblioteca filosófica. Saggi critici, 2). — Franco
Spisani, Natura e spirito nell'idealismo attuale, 1962.
ACHILLINI (ALESSANDRO)
(1463-1512), nac. en Bolonia, estudió
en la misma ciudad y en ella también
enseñó lógica (1484-1487), filosofía
(1487-1494), medicina (1494-1497) y
filosofía y medicina a un tiempo
(1497-1506). De 1506 a 1508 profesó
en Padua, y de 1508 hasta su muerte
de nuevo en Bolonia.
Achillini fue uno de los más destacados averroístas (véase AVERROÍSMO)
de la llamada "Escuela de Padua"
(v. ) — bien que profesara la mayor
parte de su vida en Bolonia. En general, siguió fielmente las doctrinas y
comentarios aristotélicos de Sigerio de
Brabante. En lo que toca al problema del intelecto (v.) —cuestión central en la disputa entre averroístas,
alejandristas y tomistas— Achillini
mantuvo, de acuerdo con Sigerio de
Brabante, una distinción entre el intelecto en sí (inmutable) y el alma
racional. Según Achillini, el "alma
sensitiva" prepara el "alma intelectiva"; en todo caso, el alma puede concebir sin necesidad de "imágenes"
(phantasmata). Achillini no ignoraba
las dificultades planteadas por la doctrina averroísta de la "unidad del intelecto", pero intentó solucionarlas
—en forma no estrictamente averroísta— mediante la suposición de que
hay en el alma individual un principio
corruptible. En sus escritos físicos,
Achillini debatió el problema de si
hay o no "un máximo" y "un mínimo" —el problema que había tratado, entre otros, Heytesbury (v.)— y
se opuso a la teoría del impetus ( v. ).
Obras: Quodlibeta de intelligentiis
[disputadas en Bolonia en 1494], nueva imp., 1506. — De orbibus, 1498.
— Opus septisegmentatum, 1501
[comprende varios escritos: tratados
pseudo-aristotélicos; un fragmento del
De intellectu de Alejandro de Afrodisia en trad. de Gerardo de Cremona,
etc. con el opúsculo De universalibus,
50
ADA
ADE
ADE
de Achillini]. — Quaestio de subiecto
physionomiae et chyromantiae, llamada también De Chyromantiae principiis et physionomiae, 1503 [incluye el
escrito de Bartolomeo Coclite: Chyromantiae ac physionomiae anastasis].
—De potestate syllogismi, 1504. —
De subiecto medicinae, 1504. — De
elementis, 1505. — De distinctionibus,
1510. — De physico auditu, 1512. —
Postuma: De motuum proportione. —
Achillini es autor asimismo de varios
escritos de anatomía de los que citamos: De humani corporis anatomia,
1516. — Annotationes anatomicae,
1520. — Achillini dejó inéditos muchos escritos, la mayor parte esbozos.
— La primera ed. (incompleta) de
obras apareció en 1508. — Una edición más completa es: Opera omnia
(Venecia, 1545), ed. Panfilo Minti.
Véase L. Münster, "A. A., anatómico e filosofo, professore dello Studio
di Bologna (1463-1512)", Rivista di
storia delle science mediche e naturali,
XV, N° 24 (1933), 7-22, 54-57. —
Giuseppe Saitta, Il pensiero italiano
nell'Umanesimo e nel Rinascimento,
Vol. II, 1950, págs. 326-40. — Bruno
Nardi, Saggi sull'aristotelismo padovano dal secolo XIV al XVI, 1958,
págs. 179-279. — John Hermán Randall, Jr., The School of Padua, and
the Emergence of Modern Science,
1961, págs. 81-82.
ADAMSON (ROBERT) (18521902) nac. en Edimburgo, prof. en
Manchester (1876), Aberdeen (1893)
y Glasgow (1895), desarrolló su pensamiento filosófico dentro del planteamiento kantiano, aun cuando no
dentro de las soluciones del kantismo.
Esta diferencia entre planteamiento
y solución es debida sobre todo a
una mayor tendencia de Adamson
al empirismo, entendiendo por él el
reconocimiento de la necesidad de
atenerse a los datos proporcionados
no sólo por una más amplia experiencia interna, sino también por el
progreso de las ciencias físicas y psicológicas. Así, la ampliación del campo de lo dado en detrimento de la
esfera de lo puesto, lo condujo pronto
a una dirección inversa a la seguida
por el idealismo postkantiano, y aproximó considerablemente a Adamson
a una posición realista crítica. Adamson estima, en efecto, que la realidad
se muestra como dada dentro de un
campo en el cual sólo con posterioridad efectúa la inteligencia las separaciones que conducen a los dualismos; éstos pueden ser superados
solamente cuando una reflexión aun
más posterior que la de la ciencia
consigue religar la experiencia a un
fundamento. Desde este punto de
vista, objeto y sujeto aparecen como
manifestaciones de una realidad central, la cual es para Adamson eminentemente concreta. La aproximación de Adamson a una concepción
metafísica monista-neutralista parece,
pues, el resultado inevitable de esta
interpretación realista del kantismo.
Puede decirse, así, que Adamson
construye una filosofía de la experiencia pura, pero el primado dado
dentro de ella a las categorías empírico-naturales hace que por alguna de
sus dimensiones la solución dada por
Adamson al problema kantiano se
aproxime hasta el máximo a algunas
de las consecuencias naturalistas del
realismo epistemológico radical.
Obras: Roger Bacon: the Philosophy of Science in the XIIIth Century, 1876. — On the Philosophy of
Kant, 1879. — Fichte, 1881. — The
Development of Modem Philosophy,
with oth er Lectur es and Essays,
2 vols., 1903 (postuma, ed. Sorley).
The Development of Greek Philosophy, 1908 (postuma, ed. Sorley y
Hardie). — A short History of Logic, 1911 (postuma, ed. Sorley).
ADECUADO. Adecuada llaman los
escolásticos a la idea que posee una
exacta correspondentia con la propia
naturaleza de la cosa, de tal suerte
que no deje de ésta nada en latencia. Las ideas adecuadas son completas, es decir, exhiben claramente
las notas constitutivas del objeto. Sin
embargo, algunos han distinguido entre diversos grados de perfección en
la misma idea adecuada. Siguiendo
análoga vía, Leibniz ha considerado
como adecuada una de las formas
del conocimiento distinto. En las Meditationes de cognitione, veritate et
ideis (1684; Gerhard, IV, 422-6), dicho filósofo distingue entre el conocimiento oscuro y el conocimiento claro
(VÉASE ). Este último puede ser confuso
o distinto. Y el conocimiento distinto
puede ser adecuado o inadecuado, así
como intuitivo o simbólico ( o bien a la
vez simbólico e intuitivo, en cuyo caso
se trata de un conocimiento perfecto).
Ahora bien, conocimiento adecuado
en el sentido propio del término es el
que se posee cuando "todos y cada
elemento de una noción distinta son
conocidos distintamente". También se
dice que una noción es
adecuada cuando es completo el análisis de los elementos que la integran.
Por su lado, Spinoza llama adecuada
a la idea que posee el alma cuando,
elevada al plano de la razón, conoce
de un modo completo la verdad de la
necesidad absoluta, sin el engaño o
falsedad de la aparente contingencia
de las cosas, por lo cual puede llegar,
pasando por encima de las ideas incompletas, a las ideas completas de la
substancia infinita y de sus infinitos
atributos. Lo adecuado en la idea
otorga a ésta, como Spinoza define
explícitamente, "todas las propiedades o denominaciones intrínsecas de
la idea verdadera", con independencia del objeto al cual se aplique
(Ethica, II, Def. IV). Las ideas
pueden ser de este modo adecuadas
o inadecuadas o, mejor dicho, incompletas y confusas —mutilatae et confusae—, y lo incompleto y confuso
en las ideas se debe precisamente
a la introducción en el alma de las
pasiones. La idea adecuada es, en
realidad, la expresión del último y
superior grado de conocimiento, es
decir, del conocimiento intuitivo, por
encima de la imaginación y aun de
la razón (ibíd., II, prop. XI, cor.).
En un sentido bastante afín al
anterior, pero más insistente sobre
la idea de correspondentia o convenientia, se entiende la clásica expresión escolástica de la verdad ( VÉASE)
como adaequatio rei et intellectus,
por la cual se expresa una perfecta
conformidad y correspondencia entre
la esencia del objeto y el enunciado
mental. Heidegger observa que esto
puede significar que la verdad es
adecuación de la cosa con el conocimiento, pero también adecuación
del conocimiento con la cosa. Ahora
bien, según dicho autor, la adecuación del intelecto con la cosa —ad
rem— sólo es posible cuando se funda en la adecuación de la cosa con
el intelecto — ad intellectum. Lo
cual no quiere decir que el intelecto
y la cosa sean pensados en los dos
casos del mismo modo y que, por
lo tanto, se trate de proposiciones
convertibles. En último término, la
adecuación es posible sólo en tanto
que hay ideas concebidas por el intelecto divino que fundamentan la
raíz de toda conveniencia. Y de ahí
que la adecuación de la cosa al intelecto divino garantice la verdad como
adecuación del intelecto humano con
51
ADE
la cosa. Por lo demás, los escolásticos
distinguían ya entre verdad ontológica y verdad lógica, comprendiendo
con ello la presencia de tales implicaciones. Semejante tipo de adecuación ha sido entendido luego de
otros diversos modos. Por ejemplo,
puede haber verdad lógica en virtud
de la previa correspondencia de la
esencia de la cosa con la "razón
universal". Y puede haberla —como
sucede en el idealismo moderno—
por la tesis del primado de lo trascendental sobre lo ontológico (por
lo menos en el conocimiento), lo cual
da lugar a un distinto significado de
la adaequatio. El problema ha sido
tratado también por la fenomenología,
en sus tesis de la adecuación total
en que se cifra la intuición de las
esencias, y en el nuevo sentido dado
a la reducción de la verdad a la
correspondencia entre la afirmación
y la estructura ontológico-esencial de
lo afirmado por el enunciado.
ABELARDO DE ΒΑΤΗ (fl. 1100),
nacido en Inglaterra, educado en
Laon y Tours, se destacó filosóficamente sobre todo por su posición
en el problema de los universales,
que resolvió en el sentido de una
"doctrina de la indiferencia", según
la cual los géneros y las especies
existen, como Aristóteles propuso, en
los individuos, pero según la cual
existen también, como Platón afirmó,
en un reino inteligible, por lo menos
en la medida en que son considerados en su pureza. Se podría, pues,
decir que el ser individuo, género
o especie depende de la consideración mental, pero, a la vez, que la
visión de la cosa como individuo,
aunque legítima, representa una forma inferior de conocimiento. La doctrina de los universales es, así, al
mismo tiempo, una doctrina de los
grados del conocimiento o, mejor
dicho, de sus grados de perfección,
la cual es distinta de la validez.
Además de las Perdiffiiciles quaestiones naturales (ed. M. Müller [Beitrage zur Geschichte der Philosophie
und Théologie der Mittelalters, XXXI,
2, 1934], Adelardo escribió el tratado
De eodem et diverso (ed. Hans
Willner en: Des Adelard von Bath
Traktat, De eodem et diverso [Beitrage zur Geschichte der Philosophie des
Mittelalters, IV, 1, 1903]. — Adelardo de Bath tradujo del árabe al
latín los Elementos de Euclides y
probablemente algunos otros escritos
ADI
ADL
matemáticos. — Véase Franz Bliemenzrieder, Adelard von Bath, Blätter aus dem Leben eines englischen
Naturphilosophen des 12. Jahrhunderts und Bahnbrechers eines Wiedererweckung der griechischen Antike,
1935.
Review, 1893-1894), 1896; II (ibíd.,
1895), Sup. 1; III (ibíd., 1896), Sup.
2. — Kant contra Haeckel, 1901, 2a
ed., 1906. — Die Zukunft der Metaphysik, 1911 (El futuro de la metafísica). — Untersuchungen zu Kants
physischer Geographie, 1911 (Investigaciones sobre la geografía física de
K.). — Kant und das Ding an sich,
1924 (K. y la cosa en sí) — Kant ah
Naturforscher, 12 vols., 1924-25 (Κ.
como investigador de la Naturaleza).
— Kant und die Als-Ob Philosophie,
1927 (Κ. y la filosofía del como si).
— Kants Lehre von den doppelten
Áffektion unseres Ich, 1929 (La doc
trina kantiana de la doble afección
de nuestro yo). — Se debe también
a Adickes la edición de varias par
tes del Opus postumum de Kant. —
Autoexposición en Die Philosophie
der Gegenwart in Selbstdarstellungen,
II, 1921.
ADICKES (ERICH) (1866-1928)
nac. en Lesum, cerca de Bremen,
profesor desde 1902 en Münster y
desde 1904 en Tubinga, recibió algunas influencias de Paulsen, maestro suyo en Berlín. Después de pasar
por el teísmo ortodoxo, por el panteísmo evolutivo y por el idealismofenomenismo gnoseológico, elaboró su
propio pensamiento filosófico al hilo
de una interpretación de la filosofía de Kant (véase KANTISM O ). Los
trabajos de Adickes al respecto han
influido sobre varias interpretaciones
posteriores de Kant, que han tenido
en cuenta la evolución del filósofo
patente en sus obras postumas, y que,
por consiguiente, se alejan de la imagen neokantiana hasta entonces predominante. Ahora bien, aunque Adickes subrayó el aspecto metafísico de
la obra de Kant, manifestó en su
pensamiento claras tendencias antimetafísicas, por lo menos si identificamos la metafísica con la metafísica
idealista. En efecto, Adickes se inclinó cada vez más a un empirismo y
a un realismo que no excluían totalmente ideas metafísicas, pero que hacían de ellas opiniones filosóficas
"plausibles". Esto es especialmente
cierto en lo que toca a la admisión por
Adickes de un voluntarismo panteísta
y a su vacilación entre el monismo y
el pluralismo espiritualistas. En todos estos casos se trata de ciertas hipótesis que permiten dar una imagen coherente del conjunto de la
realidad, pero que no pueden declararse completamente ciertas. Al subrayar Adickes que la metafísica, bien
que indemostrable, no puede ser eliminada de la vida humana, llegó a
la convicción de que puede haber
tantos tipos de metafísica como formas fundamentales de vida. La tipología psicológica y la teoría de las
concepciones del mundo fueron, así,
admitidas por él como legítimas investigaciones filosóficas.
Obras: Kants Systematik als systembildender Faktor, 1887 (La sistemática de Kant como factor constructor
de sistema). — Germán Kantian Bibliograpy, I (en The Philosophical
52
ADLER (ALFRED) (1870-1937)
nac. en Penzing (Viena, Austria), falleció en exilio en Aberdeen (Escocia). Adler fue, con Jung, uno de
los dos grandes discípulos de Freud,
pero se apartó de éste en puntos
capitales. Ante todo, Adler estima que
el factor sexual, aunque importante,
no es el único: junto a él hay que
mencionar los factores social y profesional. El tema fundamental de
Adler es la constitución de una psicología individual que tiene por misión averiguar el estilo de vida de
los individuos. Este estilo de vida
está determinado por dos caracteres
opuestos. Por un lado hay el afán de
ser o de hacerse valer. Por el otro,
los sentimientos de inferioridad, los
cuales tienen su base en minusvalías orgánicas. Estos dos caracteres se
manifiestan ya en la infancia del individuo; lo que ésta ha experimentado
durante los primeros procesos psicosociales es fundamental para la constitución del citado estilo de vida. Pero
la psicología individual no es sólo una
teoría; es también, y muy especialmente, una terapéutica, que se propone curar las psicosis y neurosis del
paciente producidas por la falta de
conciencia de los caracteres determinantes de su estilo vital. (Véase también INDIVIDUO, PSICOANÁLISIS .)
Obras principales: Studie über Minderwertigkeit von Organen, 1907 (Estudio sobre las minusvalías orgánicas). — Ueber den nervösen Charakter, 1912 (trad. esp.: El carácter neurótico, 1954). — Menschenkenntnis,
1927 (trad. esp.: Conocimiento del
ADM
ADM
AEQ
hombre, 1915). — Individualpsychologie in der Schule, 1929 (trad. esp.:
La psicología individual y la escuela,
1959). — Die Technik' der Individualpsychologie, I, 1928, II, 1930
(La técnica de la psicología individual). — Der Sinn des Lebens, 1933
(trad. esp.: El sentido de la vida,
1935). _ Véase H. Sperber, A. Adler, 1926. — A. Neuer, Mut und
Entmutigung. Die Prinzipien der
Psychologie A. Adlers, 1926. — F.
Oliver-Brachfeld, Los sentimientos de
inferioridad, 1935 (varias ediciones).
— J. Donat, A. A. y su psicología
individual (trad. esp., 1949). — L.
Way, A. A. An Introduction to His
Philosophy, 1956. — Hortha Orgler,
A. A., d'er Man und sein Werk.
Triumph über den Minderwertigkeitskomplex, 1956.
sions de l'âme. La admiración es una
de las "seis pasiones primitivas" o básicas (junto con el amor, el odio, el
deseo, la alegría y la tristeza ). Descartes indica que cuando hallamos un
objeto que nos sorprende (surprend)
por ser la primera vez que lo vemos,
o porque lo consideramos nuevo, o
porque aparece muy distinto de lo que
presumíamos, lo admiramos (admirons) y nos asombramos de él (en
sommes étonnés). Por eso la admiración es "una súbita sorpresa del alma,
que hace que sea llevada a considerar
con atención los objetos que le parecen
más raros y extraordinarios". En la admiración no hay cambio ni en el corazón ni en la sangre, lo cual no significa que no sea una pasión muy
fuerte. La admiración puede ser muy
útil, al permitirnos aprender y retener
cosas antes ignoradas, pero llevada a
la exageración puede ser perniciosa y
"pervertir el uso de la razón".
En un sentido específicamente religioso puede considerarse la admiración como una de las formas en que
se manifiesta la actitud ante lo numinoso (véase SANTO). Así la ha examimado Rudolf Otto (VÉASE) en su libro
Das Heilige (Lo Santo). Para este
autor hay un sentimiento de asombro
que es propio de lo numinoso y que,
cuando se manifiesta en esferas no sagradas, da lugar a la sorpresa. El
asombro, en cambio, paraliza, pues
pone el alma frente a lo realmente
admirable, mirum o mirabile, esto es,
ante lo "completamente otro", ante el
mysterium. Cuando se agregan, además, los elementos de lo fascinans y
de lo augustum, tenemos lo admirandum, que causa no solamente tremor,
sino también, y ante todo, stupor.
Creemos legítimo considerar la admiración como una actitud que puede, si se quiere, tener una significación "existencial" y convertirse en uno
de los temples básicos. Ahora bien,
nos parece que la admiración tiene
diversos grados. Una breve fenomenología de la admiración puede dar los
siguientes resultados:
1. La admiración puede designar
simplemente el pasmo. Es una primera abertura a lo externo causada por
algo que nos hace detener el curso
ordinario del fluir psíquico. El pasmo
llama fuertemente la atención sobre
aquello de que nos manifestamos pasmados, pero todavía no desencadena
ninguna pregunta sobre lo que es.
Pero el pasmo es indispensable si se
quieren evitar dos cosas: o la actitud
ante una realidad con mero propósito
de aprovecharse de ella, o el desdén
e indiferencia ante una realidad.
2. El segundo grado de la admi
ración puede ser la sorpresa. Median
te ésta comenzamos a fijarnos en lo
que nos ha pasmado y a distinguirlo
de otras cosas. En la sorpresa la cosa
que nos admira no es sólo asombrosa
o maravillosa, sino, además, y sobre
todo, problemática. La sorpresa es,
como la docta ignorantia (VÉASE),
una actitud humilde en la cual nos
apartamos tanto del orgullo de la in
diferencia como de la soberbia del
ignorabimus.
3. La admiración propiamente di
cha pone en funcionamiento todas
las potencias necesarias para respon
der a la pregunta suscitada por la sor
presa o, cuando menos, para aclarar
su naturaleza y significado. En este
último grado de admiración hay no
sólo asombro inquisitivo por la reali
dad, sino también un cierto amor a
ella. Por medio de la admiración se
descubre, o puede descubrirse, lo que
son las cosas como tales, independien
temente de su utilidad, y también lo
que objetivamente valgan. Este últi
mo sentido de la admiración es el más
próximo al "asombro filosófico" de
que había hablado Platón.
José Ferrater Mora, "La admiración", en Cuestiones disputadas, 1955,
págs. 103-9. — Victor Weisskopf,
Knowledge and Wonder, 1962.
AECIO [AETIUS] (fl. ca. 150)
fue uno de los doxógrafos ( VÉASE)
griegos. Según Hermann Diels (Doxographi Graeci, 1879; editio iterata,
1929), Aecio fue autor de una
compilación de "opiniones" titulada
Sunagwgh\
tw=n
a)resko/ntwn
(Colección de
preceptos), citada como las Placita
de Aecio (Aetii Placita). Esta colección se derivó de las Vetusta Placita
(redactadas hacia el año 50), a su vez
derivadas de Teofrasto. Las Placita de
Aecio sirvieron de base para el Epitome o Placita philosophorum del
Pseudo-Plutarco (v. ) y las Eclogae
(Extractos) contenidos en la "Antología" o Florilegium, de Juan de Stobi
(véase ESTOBEO [ JUAN ESTOBEO ]).
AENESIDEM-SCHULZE. Véase
KANTISMO.
AEQUILIBRIUM INDIFFERENTIAE. Véase ALBEDRÍO ( LIBRE ), ASNO DE BURIDÁN .
ADMIRACIÓN. Las dos más famosas sentencias sobre la admiración
se hallan en Platón y en Aristóteles.
Platón (Theait., 155 D) pone en boca
de Sócrates las siguientes palabras:
"Bien veo, estimado Teeteto, que
Teodoro comprendió tu verdadera naturaleza cuando dijo que eres un filósofo, pues la admiración es lo propio del filósofo, y la filosofía comienza
con la admiración. No era mal genealogista quien dijo que Iris (el mensajero del cielo) es hijo de Admiración
[Maravilla, Qau=ma]". Aristóteles (Met.,
A 2.982 b 11 sigs.) escribe que "la
admiración impulsó a los primeros
pensadores a especulaciones filosóficas" y también (ibíd., 983 a 12
sigs.) que "el comienzo de todos los
saberes es la admiración ante el hecho
de que las cosas sean lo que son". En
vez del término 'admiración' pueden
usarse los vocablos 'asombro' y 'extrañeza'. Para Platón y Aristóteles, no hay
filosofar sin admirarse, asombrarse,
maravillarse, extrañarse, qauma/zein. El
que de nada se admira no puede ni
siquiera preguntar; sin pregunta, no
hay respuesta y, por lo tanto, saber.
En términos actuales puede decirse
que tanto Platón como Aristóteles hablaban de la admiración como un
temple (VÉASE ) de ánimo o talante,
como una "actitud" más o menos
"existencial", si no "existenciaria" (Cfr.
M. Heidegger, Was ist das -die Philosophie?, 1956). Puede hablarse asimismo de la admiración como una de
las "pasiones del alma". Uno de los
autores que más extensamente han
tratado la admiración de este modo es
Descartes en la Parte II, arts. LIII,
LXX-LXXVIII, de su obra Les pas-
53
AEV
AFI
AFO
AEVUM. Véase ETERNIDAD.
AFECTAR y AFECCIÓN. Hemos
tratado de la afección, en el sentido
del affectus, en el artículo sobre la
emoción (VÉASE). Aquí nos referiremos exclusivamente a la afección en
el sentido de la affectio. Los escolásticos distinguían entre dos clases
de afección: la externa, procedente
de causas exteriores, y la interna,
derivada de principios interiores o
íntimos. La afección era aquí, en todo
caso, el resultado de la influencia
de una "impresión" sobre la mente
y, por lo tanto, una forma de la
"excitación". No de una manera muy
diferente entendía Kant el afectar
como el hech o de que el objeto
—cualquiera que sea— influya sobre
el espíritu. Así, dice Kant, "la sensibilidad es la capacidad de recibir
las representaciones según la manera
como los objetos nos afectan", y la
sensación es "el efecto de un objeto
sobre nuestra facultad representativa
al ser afectados por él" (K. r. V., A 19,
Β 33). La afección era, en cambio,
para Spinoza, el modo de la substancia, de tal suerte que este modo
equivale a sus afecciones. Esta noción
se precisa cuando el mismo autor la
refiere a las afecciones de nuestro
cuerpo: "Entiendo por sentimientos
—dice— las afecciones del cuerpo por
medio de las cuales aumenta o disminuye, se acrecienta o se reduce
la potencia de obrar de dicho cuerpo
y a la vez las ideas de estas afecciones" (Eth., III, Def. 3). La afección
no es de este modo algo puramente
pasivo; como el propio Spinoza subraya, la afección es una acción cuando
el cuerpo puede ser causa adecuada
de alguna de las afecciones, y pasión
en los demás casos. Las complicaciones habituales que ofrece la historia
de la filosofía al referirse a este
término obedecen sobre todo a que
mientras en unos casos es tomado
como si designara una afección inferior, y aun una pura sensación, en
otros se estima como si expresara la
variedad de una emoción intencional.
En ambos casos, sin embargo, existe
un principio de unificación cuando,
aun entendida la afección como algo
intencional, se adscribe a la esfera de
lo "mínimamente intencional", de tal
suerte que la afección roza siempre la
sensibilidad o cuando menos el llamado sentimiento inferior. De ahí la definición frecuente de la afección como
una alteración de la sensibilidad o
del entendimiento inferior que puede
ser producida por algo externo o
puede responder a un estado preexistente del ánimo afectado. En
el primer caso, la afección se denomina pasiva; en el segundo caso,
activa.
Para la afección en el sentido de
la teoría de las afecciones, véase:
Bernecke, Geschichte des Affektbegriffs, 1915. — W. Dilthey, Die
Affektenlehre des 17. Jahrhundertes
(Gesammelte Schriften, II, 1923).
— H. Herring, Das Problem der Affektion bei Kant, 1953 (Kantstudien.
Ergänzungshefte 67). — Véase también la bibliografía de los artículos
EMOCIÓN y SENTIMIENTO para el concepto de afección más relacionado
con dichas nociones.
AFIRMATIVO. Según hemos visto en el artículo sobre la noción de
proposición, las proposiciones afirmativas son una de las clases en las que
se subdividen las proposiciones simples (categóricas, predicativas o atributivas) por razón de la forma o
modo de unión del predicado y el
sujeto en el enunciado o el juicio.
El esquema tradicional más usado
para representar las proposiciones
afirmativas es 'S es P', cuyo ejemplo puede ser 'La rosa es roja'. Con
frecuencia las proposiciones afirmativas son definidas corno una de
las clases en las que se subdividen
las posiciones por razón de la cualidad ( VÉASE ), pero hay que advertir
que casi siempre las expresiones 'razón de la forma' y 'razón de la cualidad' tienen el mismo significado. Lo
que hemos dicho sobre las proposiciones afirmativas puede decirse también de los juicios (véase juicio)
afirmativos. Las expresiones 'proposición afirmativa' y 'juicio afirmativo'
—lo mismo que las expresiones 'proposición negativa' y 'juicio negativo'— son evitadas en la lógica simbólica actual.
AFORISMO. Uno de los modos posibles de expresión ( VÉASE) de una
filosofía es el aforismo. Hay varios
ejemplos de su empleo en la literatura filosófica. En su mayor parte los
aforismos filosóficos versan sobre
asuntos de carácter moral (como los
aforismos de los moralistas franceses
o españoles de los siglos XVII y
XVIII, los Aforismos para la sabiduría
de la vida —o prudencia—, de
Schopen-hauer, algunas de las obras
de Nietz-
sche). Pero pueden también expresarse
aforísticamente otros tipos de pensamiento: es el caso del Tractatus y de
las Investigaciones filosóficas, de
Wittgenstein. Se puede alegar que un
aforismo de Wittgenstein es cosa muy
distinta que un aforismo de La Rochefoucauld o uno de Nietzsche. Así
es desde el punto de vista de su contenido. Pero aquí nos interesa el aforismo como forma de expresión y
exposición; en este sentido se puede
decir que todos los ejemplos anteriores pertenecen a la misma especie.
Su característica común es la de presentar pensamientos filosóficos en
una forma breve, concentrada y "cerrada", de modo que cada pensamiento posea relativa autonomía y,
para usar una terminología de cuño
leibniziano, pueda ser considerado
como una "expresión monadológica".
Se hace difícil por ello distinguir entre
los aforismos y los 'pensamientos"
(tales como los de Marco Aurelio y
Pascal). En efecto, en muchas ocasiones los límites entre unos y otros
son harto imprecisos. Según Julián
Marías (Miguel de Unamuno, 1943,
págs. 12-3) el aforismo se distingue
del pensamiento en que mientras en
el primero "las afirmaciones están
anunciadas con pretensión de validez
por sí mismas", en el segundo se trata
más bien de "un muñón que pide
continuarse". Así, pues, el aforismo
pretendería ser completo, mientras
que el pensamiento sería constitutivamente incompleto. De ahí, según
dicho autor, que los aforismos sean
"formalmente falsos, ya que nada es
verdad por sí solo, y constituyen la
inversión radical del modo de pensar
filosófico" (que sería el sistemático).
Creemos que, aunque afortunada, esta
caracterización de la diferencia entre
aforismo y pensamiento acentúa excesivamente el "aislamiento" del
aforismo y presupone, además, una
cierta idea de la filosofía. Entendida
radicalmente, tal concepción nos conduciría a una idea del aforismo análoga a la sustentada por José Bergamín (en La cabeza a pájaros y otras
obras) cuando pretende que "no importa que el aforismo sea cierto o
incierto: lo que importa es que sea
certero". Concepción análoga a la
que parece regir la producción de muchos de los pensamientos de Gracián
o de Salvador Jacinto Polo de Medicina en virtud de un ideal litera-
54
AGA
AGN
AGR
rio-formal según el cual el aforismo
se constituye primariamente con palabras y no con ideas, por lo cual
cuando hay conflicto entre el uso de
una idea y el de una palabra o un
conjunto de palabras hay que decidirse por los últimos. Por eso escribe
Bergamín: "Ni una palabra más:
aforismo perfecto." El aforismo no es,
según este autor, breve, sino inconmensurable; tiene una potencia de
expresión inagotable, y en este sentido puede ser también "un muñón
que pide continuarse", pero no según las exigencias del pensar, sino
según las de la expresión. Ahora
bien, este aforismo es el puramente
literario. El aforismo filosófico tiene
una pretensión de verdad, y aun a
veces aspira a expresar la verdad de
un modo más conciso y compacto que
otras formas de exposición, a las cuales acusa de prolijidad. Podríamos,
pues, concluir que el aforismo es
asimismo justificado en la filosofía, y que, como lo muestran las
obras de Wittgenstein, no necesita
emplear siempre un lenguaje exhortativo o confinarse a temas de carácter moral.
saber desembocaba en una total ignorancia. El famoso apotegma de E. Du
Bois-Reymond en su obra sobre los
límites de la conceptuación científiconatural: Ignoramus et ignorabimus,
está dentro de la misma vía. Este
tipo de agnosticismo, sin embargo, se
dirigía tanto contra lo que se consideraba un dogmatismo metafísico como contra el dogmatismo materialista, a diferencia de lo que ocurre
con Ernst Haeckel, que acepta el
apotegma de Du Bois-Reymond, pero
sólo en el primer sentido. En términos generales puede decirse que el
agnosticismo sostiene la incognoscibilidad en principio y radical de lo
trascendente y otorga justamente a
lo trascendente el título de lo incognoscible. Tal doctrina se ha referido
generalmente a la actitud espiritual
que, absteniéndose de todo juicio
sobre las proposiciones religiosas, las
relega a un plano considerado inaccesible para la razón humana. Desde
el punto de vista estrictamente filosófico, el agnosticismo es más bien
la identificación de lo Absoluto con
lo incognoscible, tal como ha sido
defendida por Spencer. El agnosticismo se distingue de la mera afirmación de la limitación del conocimiento en que mientras ésta no
presupone un límite determinado
para el conocer, el primero traza
límites precisos y hace de ellos el
sentido de lo que puede ser conocido.
El agnosticismo puede entenderse
también de otras dos maneras: en
primer lugar, puede llamarse agnóstico a quien sostiene que lo trascendente, la cosa en sí, el noúmeno,
etcétera, son entidades que no pueden conocerse; en segundo lugar, es
agnóstico el que afirma que la propia
pregunta por lo trascendente carece
de sentido. En el primer caso, el
agnosticismo no niega propiamente
la metafísica, pues aunque formalmente la relega al reino de lo afectivo, suponiendo que hay una necesidad metafísica ineludible que no
podrá ser jamás satisfecha, de hecho
un agnosticismo de esta clase deja
abierto un boquete por donde la metafísica puede penetrar y desarrollarse. Todas las afirmaciones acerca del
carácter "consolador" de la metafísica, de la religión, etc., son, desde
este punto de vista, agnósticas. Y
aun este tipo de agnosticismo podría
escindirse en dos tendencias: aquella
para la cual lo trascendente no es
accesible a ninguna "facultad" y resulta impenetrable tanto para el conocimiento como para la voluntad o la
vida emocional, y la que afirma que
si bien el entendimiento es impotente para penetrar la realidad en
sí, ésta queda abierta a otras actividades espirituales. Sólo con reservas
puede llamarse a esta última doctrina
un agnosticismo. En cambio, el agnosticismo que podríamos calificar
de radical señala que ni siquiera
puede preguntarse por la cosa en sí,
porque toda interrogación de esta
clase carece de contenido significativo. El empirismo radical y toda
filosofía para la cual el problema
metafísico es simplemente un pseudo-problema se adhiere a este punto
de vista. Sin embargo, también aquí
se abre inesperadamente el boquete
por donde penetra la metafísica: al
defender la necesidad de atenerse
de un modo radical a lo dado y a
la experiencia pura, el agnosticismo
se ve obligado a reconocer que una
fidelidad extremada a la experiencia
conduce insensiblemente al reconocimiento de las experiencias no sensibles. El agnosticismo puede representar entonces la tendencia a una
depuración de la experiencia y otorgar inclusive mayor solidez a lo fundado sobre ella; el punto de vista
agnóstico sería así un simple método
y no una finalidad.
Kurt Besser, Die Problematik der
aphoristischen Form bei Lichtenberg,
Fr. Schlegel, Novalis und Nietzsche,
1935 (analiza también el concepto
de aforismo en general). — Heinz
Krüger, Studien über den Aphorismus als philosophische Form, 1957.
ÁGAPE. Véase AMOR.
AGAPISMO. Véase AZAR, CATEGORÍA.
AGNOSTICISMO. En su uso actual, el término 'agnosticismo' fue empleado primeramente por Th. H.
Huxley en 1869 (Cfr. Collected Essays,
V [1898] ) en el significado de "renuncia a saber", es decir, renuncia a
saber las cosas que no pueden saberse
por estar más allá de las posibilidades del conocimiento científico. Huxley oponía los agnósticos a los gnósticos, pero los agnósticos no defendían,
en su opinión, contra los gnósticos,
una determinada doctrina: se trataba
más bien de un método que no pretendía ni mucho menos limitar el uso
del entendimiento y de la experiencia,
sino, por el contrario, fomentarlo hasta
donde fuese posible. Ahora bien, esta
posibilidad no era para Huxley ilimitada. Por el contrario, reconocía taxativamente la existencia de límites
más allá de los cuales la pretensión al
55
Leslie Stephen, An Agnostic's Apology, 1893. — James Ward, Naturalism and Agnosticism, 1899. — R.
Flint, Agnosticism, 1903 (Croall Lecture, 1887). — R. A. Armstrong,
Agnosticism and Theism in 19 Century, 1905. — Georges Michelet,
Dieu et l'agnosticisme contemporain,
1908.
AGRIPPA DE NETTESHEIM
(HEINRICH CORNELIUS) (14861534/5), nacido en Colonia, siguió algunas de las corrientes animistas del
Renacimiento al concebir la Naturaleza como un conjunto vivificado en todas sus partes por un alma universal,
la quintaesencia, o espíritu del mundo que dirige y gobierna los procesos
de los cuatro elementos fundamentales. La Naturaleza es para Agrippa
una totalidad de carácter orgánico
en la cual todo hecho influye sobre
el resto y permite, por medio de un
análisis adecuado, llegar hasta el conocimiento del origen o causa de
AGU
AGU
AGU
cualquier acontecer. El pensamiento
de Agrippa es, por lo demás, típico
de las corrientes renacentistas que
conciben organológicamente el universo y a la vez buscan un método
de comprensión de la Naturaleza que
sólo en Descartes hallará su fórmula
definitiva. Las influencias cabalísticas se mezclan en él con las
tendencias que desde Llull y por
procedimientos análogos a los de este
místico y filósofo querían forjar un
auténtico arte de la invención. Investigación de la Naturaleza, afán de
dominio de la misma, magia, especulación con tendencias neoplatonizantes y neopitagorizantes, panteísmo
que no niega la creación del mundo
de la nada, jerarquía de los seres de
lo sensible a lo inteligible, afirmación
de un alma o espíritu del mundo
a la vez natural e inteligible: he aquí
los elementos con los cuales Agrippa
construye una imagen del mundo a
la cual se llega tanto por la observación de la Naturaleza como por la
reflexión interior.
Obras: De occulta philosophia, Colonia, 1510 (otras ediciones, 1531-33;
De occulta philosophia sive de magia
libri tres, reimp. de la ed. de 1533, con
unas "Nachträge zur Occulta Philosophia", de la ed. de Lyon de 1600,
1962. — De incertitudine et vanitate
scientiarum, Colonia, 1527 (otras ediciones, París, 1529, Amberes, 1530,
Colonia, 1534). Ediciones de Obras:
Lyon, 1550, 1600. — Véase H. Morley, Life of Cornelius Agrippa, 2
vols., 1856. — Chr. Sigwart, 'C. A.
von Nettesheim", en Kleine Schriften,
I, págs. 1-24. — J. Meurer, Zur Logik
des C. Agrippa von Nettesheim",
1920 ( Renaissance und Philosophie,
ed. Dyroff, Heft 11).
AGUSTÍN (SAN) (354-430) nació en Tagaste (provincia romana de
Numidia), de padre pagano y madre
cristiana (Santa Mónica). Formado en
el cristianismo, pasó sin embargo largo
tiempo despegado de la creencia
cristiana antes de su conversión en
386. En 365 se trasladó a Madaura,
en la citada provincia, donde estudió
gramática y los clásicos latinos. Tras
un año de residencia en Tagaste (36970) se dirigió a Cartago, donde estudió retórica y comenzó a interesarse
en problemas filosóficos y religiosos,
especialmente tras la lectura del perdido diálogo Hortensius, de Cicerón.
Lo atrajo ante todo el maniqueísmo
( VÉASE ), en el cual vio una solución
al problema de la existencia del mal
y una explicación de las pasiones. En
374 regresó a Tagaste y poco después
de nuevo a Cartago, donde abrió una
escuela de retórica. En 383 partió hacia Roma, donde asimismo abrió otra
escuela de la misma disciplina. Ya
antes de su partida para Roma manifestó dudas acerca del dualismo maniqueo, las cuales se intensificaron en
su nueva residencia. En 384 se trasladó a Milán para enseñar retórica.
En Roma y Milán trabó conocimiento
con las doctrinas escépticas de la
Academia platónica (VÉASE). Fue en
Milán donde manifestó sus primeras
fuertes inclinaciones a las creencias
cristianas, en parte por la influencia
de los sermones de San Ambrosio.
La lectura de varios textos plotinianos en la versión latina de Mario Cayo
Victorino, "el Africano", trastornó
grandemente sus convicciones precristianas. El neoplatonismo lo condujo más firmemente al cristianismo.
Las lecturas de los Evangelios y de
San Pablo lo confirmaron en su nueva creencia, que se tradujo en la conversión citada (Conf., VIII), recibiendo el bautismo en 387. En esta
época comenzó ya su intensa actividad de escritor, produciendo, entre
otras obras, los libros Contra académicos, los Soliloquia y el De immortalitate animae (indicaremos aquí sólo
algunas obras; una lista más completa
de ellas, con fechas de composición,
en bibliografía). Agustín residió en
breve período en Roma (De libero
arbitrio), y en 388 se trasladó a
Cartago, donde residió hasta 391
como miembro de una comunidad
monástica (De vera religione). En
391 fue ordenado sacerdote en Hipona y escribió una serie de obras
contra los maniqueos, una contra los
donatistas, y comentarios al Génesis,
a dos Epístolas de San Pablo y varios otros escritos. En 395 fue consagrado obispo auxiliar de Hipona, y
en 396, a la muerte del obispo Valerio, obispo de dicha ciudad. Continuó su polémica contra los donatistas, pero escribió asimismo obras de
interés general teológico (como De
doctrina christiana) y parte de las
Confesiones. En 400 comenzó a redactar los libros De Trinitate, y en
401 extensos comentarios al Génesis
(distintos del comentario —incompleto— antes mencionado). A partir de
411 sostuvo polémicas contra los pelagianos, y entre 412 y 426 completó
varias de sus más importantes obras
(incluyendo De libero arbitrio y De
civitate Dei). Hasta su muerte siguió
desarrollando una intensa actividad literaria; el fallecimiento tuvo lugar durante el sitio de Hipona por los vándalos.
Los sucintos datos antes presentados se proponen mostrar que las principales ideas filosóficas (y teológicas)
de San Agustín fueron engendradas
en el curso de una vida apasionada
y activa. La mayor parte de dichas
ideas surgieron al hilo de las polémicas teológicas y con vistas al establecimiento y esclarecimiento de los credibilia — o "cosas que han de ser objeto de fe". Propiamente hablando,
sin embargo, no hay "una filosofía"
de San Agustín separable de su teología, y hasta de sus experiencias personales. Debe tenerse en cuenta que
en San Agustín la reflexión filosófica
procede según el Credo, ut intelligam
(v. CREENCIA) en el sentido formulado, dentro justamente de la tradición
agustiniana, por San Anselmo ( VÉASE).
San Agustín no cree porque sí, y menos porque el objeto de la creencia
sea absurdo (v. TERTULIANO). Tampoco comprende por comprender, sino que cree para comprender — y,
podría añadirse, comprende para
creer. Por razones obvias, destacaremos aquí brevemente sólo los elementos filosóficos del pensamiento de
San Agustín. Prescindiremos de la
llamada "evolución intelectual de San
Agustín", ciertamente importante, pero
imposible de traer a cuenta en tan
breve espacio, y forzaremos muy a
nuestro pesar el carácter "sistemático" de los pensamientos filosóficos
agustinianos. Para completar nuestros
datos deberán tenerse en cuenta las
referencias a doctrinas agustinianas
que figuran en varios otros artículos
de este Diccionario. Mencionamos, a
guisa de ejemplo: los siguientes: ALBEDRÍO ( LIBRE ), CIUDAD DE DIOS,
ESENCIA, ILUMINACIÓN, MAL, ORDEN,
TIEMPO. Véase asimismo el artículo
AGUSTINISMO.
Desde sus primeras inquisiciones filosóficas San Agustín buscó no (o no
sólo) una verdad que satisficiera a su
mente, sino una que colmara su corazón. Solamente así puede conseguir
la felicidad. Puede decirse que San
Agustín fue un eudemonista. Mas este
eudemonismo (VÉASE) no consiste en
alcanzar ninguna clase de bienes tem-
56
AGU
AGU
AGU
porales o en satisfacer las pasiones.
No consiste ni siquiera en un placer o
contento estable, moderado y razonable, al modo de los epicúreos. Todas esas son felicidades efímeras, incapaces de apaciguar al hombre. La
verdadera felicidad se encuentra únicamente en la posesión de la verdad
completa — verdad que debe trascender todas las verdades particulares,
pues de lo contrario no sería, propiamente hablando, una verdad. La Verdad perseguida por San Agustín es la
medida (absoluta) de todas las verdades posibles. Esta Suprema Medida
es, y sólo puede ser, Dios.
La busca agustiniana de la Verdad no es, así, sólo contemplativa,
sino también eminentemente "activa"; no implica sólo conocimiento, sino, como veremos luego, fe y amor.
La verdad debe conocerse no simplemente para saber lo que es "Lo
que Es"; debe conocerse para conseguir el reposo completo y la completa
tranquilidad que el alma necesita. La
posesión de la Verdad, antes que ser
objeto de ciencia, lo es de sapiencia
o sabiduría (VÉASE). Y la busca de la
verdad no es un método, sino un "camino espiritual" — un peregrinaje, un
"itinerario".
Dentro de este itinerario se desarrolla lo que podría llamarse la "teoría
del conocimiento" de San Agustín —
siempre que no tomemos la citada
expresión como designando simplemente una particular disciplina filosófica. Dicha teoría del conocimiento
se halla orientada en la noción de
certidumbre. Como ésta tiene que ser
absoluta, no basta apoyarse en los
sentidos. San Agustín se manifiesta
en este y otros respectos un platónico. Mas, a diferencia de Platón (cuando
menos del Platón dualista ofrecido por
la imagen tradicional), San Agustín no
establece ninguna distinción tajante
entre experiencia sensible y saber;
hay que ascender de la primera al
segundo, para luego justificar por el
segundo la primera. Al examinar los
objetos sensibles, descubrimos que
éstos poseen propiedades comunes a
varios: son los llamados "sensibles
comunes", en cuya percepción hay ya
conocimiento. Como estos "sensibles
comunes" no son directamente
accesibles a los órganos de los
sentidos, San Agustín supone que hay
un órgano de percepción de ellos que
no es exterior, sino interior — una es-
pecie de "sentido íntimo" o "sentido
de los sentidos" que unifica las percepciones exteriores. Los "sensibles
comunes" no son, empero, todavía un
conocimiento pleno. Al sentido interno unificador se sobrepone un órgano
que puede llamarse "razón" o "intelección".
La importancia del sentido íntimo
no consiste solamente en su función
unificadora. Por medio de él se puede
mostrar que es posible la certidumbre
y, por lo tanto, que debe rechazarse el
escepticismo. San Agustín tenía muy
presentes los argumentos contra la
posibilidad de una certidumbre
completa
formulados
por
los
escépticos y en particular por los
"académicos" (v. ACADEMIA PLATÓNICA). De haberse aceptado tales argumentos no se habría podido obtener la certidumbre, y la felicidad del
alma que proporciona. De ahí que
San Agustín se esfuerce por probar
que, dentro de la propia actitud escéptica, existe la posibilidad de superarla. En efecto, si fallor, sum (véase COGIT O , ERGO SUM ), esto es, el
que todos los enunciados que formulo puedan ser falsos, no quita que
sea cierto el que los formule. La falibilidad es prueba de que se es falible. Pero San Agustín no se detiene
aquí. La certidumbre del propio errar
y del propio vivir son insuficientes.
Es menester alcanzar una certidumbre de algo que no sea mudable, de
la plena verdad. Y verdad significa
para San Agustín, como lo significó
para Platón, lo que no muda ni se altera. Sólo el alma racional puede alcanzar la posesión de verdades eternas referidas a objetos eternos, es decir, verdaderamente existentes. Dichas verdades constituyen un "tesoro
interior"; se hallan en el alma. Pero no
corno meros entes de razón u objetos
de la imaginación, ya que de lo
contrario sería ilusión y engaño.
La "teoría del conocimiento" de
San Agustín representa, con ello, la
mezcla de dos ingredientes aparentemente en conflicto: por un lado, la
afirmación de la realidad del alma
como sed de las verdades; por el otro,
la afirmación de la realidad de la
Verdad suprema como foco y origen
de estas verdades. Esos dos ingredientes corresponden, en gran parte, a los
dos principales elementos con los cuales San Agustín ha elaborado su pensamiento filosófico: el cristianismo y
la filosofía griega o, más exactamente,
el neoplatonismo. Se ha dicho a
veces que San Agustín fue el primero
en integrar plenamente ambos elementos. Ello es cierto si no lo interpretamos simplemente como un proceso histórico, mas también filosófico.
La integración de estos elementos es
consecuencia de una visión del alma
como algo a la vez íntimo y racional,
es decir, como experiencia y razón.
La doctrina agustiniana de la "iluminación (VÉASE) divina" como "iluminación interior" es la formulación
de esta integración de dos verdades:
la que viene del alma, y la que le llega
al alma desde Dios.
Es posible hablar de una "fenomenología del conocimiento" en San
Agustín, de un proceso que va de la
sensación a la razón. Pero no se trata
ni de una descripción pura ni de una
dialéctica del conocimiento, sino del
ya mencionado "itinerario espiritual".
Como conclusión de tal "fenomenología" tenemos las dos proposiciones siguientes: (1) En el interior del hombre habita la verdad (De vera religione, 72); (2) La verdad es independiente del alma y trasciende a ésta
(De lib. arb., II 14). Estas proposiciones entran en conflicto sólo cuando no se tiene presente que el alma
se trasciende a sí misma en la Verdad, esto es, en la Vida primera, en
la Sabiduría primera y en la Realidad
eterna e inmutable de Dios. En uno
de los pasajes de San Agustín más
frecuentemente citados se lee que solamente le interesan dos cosas: el alma y Dios (Sol., I 2). La integración
de referencia o, como ha escrito Gilson (op. cit. infra, 3a ed., 1949, pág.
23, nota 1), el haber repensado en
cristiano el itinerario plotoniano del
alma hacia Dios, es asimismo consecuencia de ese interés.
La Verdad, sin embargo, no podría
alcanzarse sin la fe, en tanto que fe
iluminada. A diferencia de los "empiristas", San Agustín piensa que no
puede conocerse sin la razón. Pero a
diferencia de los "racionalistas", está
convencido de que no puede conocerse sin la fe. Ésta no es una fe ciega, sino iluminada e iluminadora; la
misma de la cual se ha dicho que no
se comprendería si no se creyera
(véanse CREENCIA, FE ). La fe a que
se refiere San Agustín no tiene nada
de irracional o de "absurdo". No es
tampoco fe en algo particular: en los
57
AGU
AGU
AGU
sentidos, en la razón, en una autoridad temporal y efímera. La fe es iluminadora porque es fe en Dios y en
Jesucristo; por lo tanto, en algo que
trasciende toda inteligencia y que hace
posible, a la vez, la inteligencia. Aquí
nos hallamos, empero, con algo muy
distinto a una "solución" dada al
"problema" de "la relación entre fe
y razón". De hecho, no se trata de
un "problema" en el que se procure
acordar dos cosas en principio
distintas. La fe agustiniana no es
una cuestión filosófica, sino aquello
dentro de lo cual se hacen inteligibles las cuestiones filosóficas. Por
lo demás, la fe está ligada no sólo a
la razón, sino también, y sobre todo,
a la caridad (véase AMOR). La fe hace
posible el entendimiento; no se entra
en la verdad sino por la caridad. La
razón dejada a su propio albedrío es
ciega; la luz que tiene, la recibe de la
fe. Por eso no se puede probar la fe;
sólo se puede probar en la fe. La fe
es una creencia amante, descubridora
de valores, una creencia de la cual
brota, como una luz, la inteligencia.
Consideraciones similares podrían
hacerse respecto al "problema de
Dios". La existencia de Dios no viene
probada por un razonamiento, pero
tampoco es asunto de fe ciega. Dios
aparece "demostrado" en la misma estructura del alma poseedora de fe
amante. Pero Dios no es una idea puramente inmanente en el alma. El alma
aprehende a Dios como verdad
necesaria e inmutable, mas dicha
aprehensión sería imposible sin Su
existencia. Cierto que este Dios no es
cualquier Dios o cualquier divinidad
o cualquier principio filosófico. Es el
Dios cristiano revelado — Dios a la
vez personal, eterno e incorruptible.
Sobre todo, incorruptible, que es como
San Agustín lo buscó —"ideo te,
quidquid esses, esse incorruptibilem
confitebar" (Conf., VII 4)—, pues de
lo contrario no sería Verdad suprema,
sino cosa en último término transitoria, por muy duradera que fuese. Este
Dios infinitamente perfecto posee en
sí mismo las rationes de las cosas
creadas, al modo de "ideas divinas",
arquetipos según los cuales las cosas
creadas han sido formadas. Eso es lo
que se ha llamado el "ejemplarismo"
agustiniano, de raíz neoplatónica, y
de tan grande influencia en la filosofía
de la Edad Media, pero hay notorias
diferencias entre el ejemplarismo
neoplatónico y el cristiano a causa del
rechazo por este último de la noción
de emanación ( VÉASE ) y su admisión
de la de creación (VÉASE ).
Aunque San Agustín prestó menos
atención al problema de la estructura
del mundo que a los del conocimiento,
la felicidad, el alma y Dios, se hallan
en sus obras numerosas referencias al
modo de creación del cosmos y a la
estructura de éste. Importante al
respecto es su insistencia en que no
hay nada independiente de Dios, ni
siquiera una supuesta materia sin
forma, pues Dios creó todo de la nada. También es importante, aunque
menos influyente, su doctrina, a la
vez neoplatónica y estoica, de las rationes seminales, "razones seminales"
o gérmenes de las cosas a venir.
Gran atención prestó San Agustín
a las cuestiones relativas al mal y a la
libertad, ambas, por lo demás, íntimamente relacionadas entre sí, así como
al problema del proceso histórico del
hombre en cuanto proceso teológico.
Habiéndonos extendido en los artículos ya citados al principio sobre estas
cuestiones, nos limitaremos a tocar algunos puntos esenciales.
San Agustín no puede admitir que
Dios sea el autor del mal. Por otro
lado, no puede admitir que haya ningún poder capaz de socavar el poder
de Dios. Su lucha contra los maniqueos, después de haber luchado contra el maniqueísmo en su alma, lo lleva, además, a excluir por completo
toda realidad que no dependa de
Dios. Pero como hay el mal, debe explicarse de modo que ni tenga origen
divino ni tampoco origen en algún
poder capaz de oponer su propia realidad a la de Dios. Simplificando, diremos que San Agustín considera que
el mal se origina en el apartamiento
de Dios, que es a la vez el apartamiento del ser y de la realidad. El
mal no es una substancia, sino una
privación o, si se quiere, un movimiento — el movimiento hacia el no
ser. Por gozar de libre albedrío, la voluntad humana puede elegir el mal,
esto es, pecar. Con ello hace un mal
uso del libre albedrío ( VÉASE). Por el
pecado original, además, el hombre se
ha colocado en tal situación, que con
el fin de salvarse necesita la gracia
( VÉASE). La salvación del hombre no
es, pues, cosa que se halle enteramente
en manos del hombre. Pero al mismo
tiempo no puede decirse que el
hombre se halle salvado o condenado,
haga lo que haga. El hombre es libre,
pero es libre de hacer libremente lo
que Dios sabe que hará libremente.
De este modo pueden acordarse varias cosas que parecían incompatibles: el absoluto ser y poder de Dios,
y la existencia del mal; este absoluto
ser y poder y el libre albedrío humano; la gracia y la predestinación. Ni
que decir tiene que estas cuestiones,
extremadamente difíciles, han sido
abundantemente discutidas, y que
puede hallarse en textos de San Agustín materia para diversas opiniones,
como lo prueban los debates teológicos y filosóficos de los siglo XVI y
XVII. Sin embargo, en ninguna ocasión cede San Agustín en la importancia concedida al ser, poder y amor
infinitos de Dios y a la vez en la afirmación de la posesión por el hombre
de libre albedrío. Lo que sucede es
que este libre albedrío es impotente
para elegir el bien sin el auxilio de
la gracia, de modo que, en último
término, todo bien viene de Dios.
Las anteriores nociones —libre albedrío, mal, pecado, salvación, condenación— y otras relacionadas con
ellas —redención, justicia, etc.— constituyen los elementos principales con
los cuales San Agustín ha desarrollado
su filosofía de la historia, que es a la
vez una teología de la historia y una
teodicea. La historia no es para San
Agustín la descripción de ciertos
acontecimientos políticos, sino el modo
como todos los acontecimientos
políticos —las "historias de los Imperios"— se organizan en torno al proceso teológico. La idea de la Ciudad
de Dios (VÉASE) es aquí fundamental;
el significado de esta expresión, las
principales interpretaciones que se han
dado a ella y al modo como fue usada
por San Agustín se han discutido en
el artículo correspondiente.
El primer escrito de San Agustín,
De pulchro et apto, redactado durante su período maniqueo, se ha
perdido. El plan de redacción de una
enciclopedia sobre todas las Artes liberales quedó sin ejecutar; los Principia dialectices, que se ha afirmado
pertenecen a tal obra de conjunto, no
pueden ser atribuidos a San Agustín;
o, en todo caso, su paternidad es aún
discutida. La parte de la enciclopedia sobre la música, sin embargo, fue
terminada por San Agustín en Tagaste, poco después de 388. A continuación damos una lista de obras
de San Agustín, que constituye una
58
AGU
AGU
AGU
selección de las mencionadas, con fecha o fechas de composición, por M.
F. Sciacca en el folleto bibliográfico
citado infra, a su vez extraída de S.
Zarb, "Chronologia operum S. Augustinii", Angelicum, X (1933), XI
(1934), ed. aparte, 1934: Contra
Académicos, 386. — De beata vita,
386. — De ordine, 386. — Soliloquia,
386/7. — De inmortalitate animae,
387. — De animae quantitate, 387/8.
— De moribus Ecclesiae Catholicae
et de moribus Manichaeorum, 387/9.
— De Genesi contra Manichaeos,
388/9. — De libero arbitrio, 388/95.
— De vera religione, 391. — De utilitate credendi, 392. — De duabus
animabus, 392/3. — De Genesi ad
litteram imperfectus liber, 393/426.
— De mendacio, ca. 395. — Quaestiones Evangeliorum, 393/9. — Con
tra partem Donati, 396. — De doctri
na christiana, 396/7. — Contra Faustum Manichaem, 397/8. — Confessiones, 397/401. — Contra Felicem
Manichaeum, 398. — De Trinitate,
399/401. — De fide rerum quae non
videntur, ca. 399. — De sancta virginitate, 401. — De Genesi ad litte
ram, 401/14. — Contra Donatistam
nescio quem, 406/8. — De peccatorum meritis et remissione, 411. — De
spiritu et littera, 412. — De fide et
operibus, 413. — De videndo Deo,
413. — Commonitorium ad Fortunatianum, 413. — De natura et gratia,
413/5. — De civitate Dei, 413/26.
— Tractatus CXXIV in Ioannem,
416/7. — De correctione Donatistarum, 417. — De gratia Christi et de
peccato originali, 418. — Enarrationes XXXII in Psalmum CXVIII, 418.
Contra sermonem Arianorum, 419. —
Quaestiones in Heptateuchum, 420.
De anima et eius origine, 420/1. —
Contra mendacium, 422. — Contra
duas epistolas Pelagianorum, 422/3.
— Contra lulianum, 423. — Enchiridion ad Laurentium, 423/4. — De
cura pro mortis gerenda, 424/5. —
De gratia et libero arbitrio, 426. —
Retractationes, 426/7. — Contra Maximinum, 428. — De praedestinatione Sanctorum, 429. — De dono perseverantiae, 429. — Tractatus adversus Iudaeos, 429/30. — Contra secundum Iuliani responsionem opus
imperfectum, 429/30. — Entre las
ediciones de obras de San Agustín,
mencionamos: J. Amerbach (Basilea,
1506); Erasmo (Basilea, 1528-1529);
la de los teólogos de Lovaina, bajo
la dirección de Th. Cozee y J. van
der Meulen (Amberes, 1571); la de
los Benedictinos de la Congregación
de San Mauro, con introducciones, su
marios e índices (París, 11 vols.,
1679-1700), considerada la primera
edición importante y reproducida en
Migne, PL, XXXII-XLVII (18441866); la llamada "edición Vives",
con texto latino, trad. francesa y las
notas de la edición de los Benedictinos de la Congregación de San Mauro
(París, 33 vols., 1869-1878); la
edición crítica en el Corpus scriptorum ecclesiasticorum latinorum (Viena, 1896 y sigs.), todavía incompleta;
la edición del Monasterio del Escorial, ed. V. Capánaga, A. Custodio
Vega et al., con texto latino y trad.
esp. (Madrid, 18 vols., 1946-1959);
la edición de la "Bibliothèque augustinienne", ed. G. Combes, R. Jolivet, L. Labriolle, et al. (París-Brujas, 1936 y sigs.), todavía incompleta.
— Index Verborum de De Civita-te
Dei, por M. Maguire, B. H. Skahill y
F. O'Connell, según la edición de
Dombart-Kalb [en preparación]. —
Otro Index de Confessíones, por el P.
C. Hrdlicka, según el texto de la edición de De Labriolle, se halla en forma
de fichero en la Universidad Católica
de Washington. — Bibliografía: E.
Nebreda, Bibliographia augustinia-na,
1928; reimp. en 1962. — M. F.
Sciacca, Augustinus, 1948 (Bibliographische Einführungen in das Studium der Philosophie, 10, ed. I. M.
Bochenski). — Bibliografía de obras
de S. A. y sobre S. A. en la "Introducción general a las Obras de S. A." publicadas por la Biblioteca de Autores
Cristianos, tomo I (1946), págs. 1327 (2a ed., aumentada, 1950). —
Tarsicius van Bavel, "Répertoire bibliographique de Saint Augustin",
Augustiniana, VI (1956), 906-58; VII
(1957), 597-661. — Hay bibliografía
agustiniana en fichas en la revista española Augustinus. — La bibliografía
agustiniana debe ser completada con
las referencias bibliográficas en publicaciones periódicas total o parcialmente
consagradas al estudio de San Agustín
y del augustinismo. Citamos al
respecto Augustinus (Madrid) y el
Bulletin augustinien, de la Revue des
Études augustiniennes ( París ). — Sobre San Agustín y diversos aspectos
de su vida y de su pensamiento, véase: David Lenfant, Concordantiae
Augustinianae sive collectio onmium
sententiarum quae sparsim reperiuntur
in ómnibus S. Augustini operibus,
1656-1665; reimp. en 2 vols., 1963.
— Jean-Félix Nourrison, La philosophie de S. A., 2 vols., 1865. — Jules
Martin, S.A., 1901, 2a ed., 1923. — E.
Portalié, art. "Saint Augustin", en el
Dictionnaire de Théologie Catholique,
ed. Vacant-Mangenot, I (1902), col.
2268-2472. — Ch. Boyer, Christianisme et néo-platonisme dans la
formation de S. A., 1920. — Íd., íd.,
L'idée de vérité dans la philosophie
de S. A., 1920. — Íd., íd., Essais sur
la doctrine de S. A., 1932. — Etienne
Gilson, Introduction à l'étude de S.
A., 1929, 2a ed., 1943, 3a ed. 1949.
— Jacques Maritain, "De la sagesse
augustinienne",
en
Mélanges
augustiniens, 1931, págs. 385-411. —
J. Hessen, Augustins Metaphysik der
Erkenntnis, 1931, 2a ed., 1960. —
Fulbert Cayré, Les sources de l'amour
divin. La divine présence d'après
S. A., 1933. — R. Jolivet, S. A. et le
neoplatonismo chrétien, 1932 (trad.
esp.: S. A. y el neoplatonismo cristiano, 1941). — Íd., íd., Dieu. Soleil
des esprits, 1934. — Íd., íd., Le problème du mal d'après S. A., 1936. —
Erich Przywara, A Die Gestalt als
Gefüge, 1934 (trad. esp.: S. A.,
1940). — H. Marrou, S. A. et la fin
de la culture antique, 1938. — ld.,
íd., S. A. et l'augustinisme, 1955
(trad. esp.: S. A. y el agustinismo,
1960). — Gustave Bardy, S. A.,
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1946. _ F. J. A. Belgodere, S. A. y
su obra, 1945. — P. Muñoz Vega,
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1945. — Amato Masnovo, S. Agostino, I, 1946. — B. Switalski, Neoplatonism and the Ethice of S. A., 1946.
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Blond, Les conversions de S. A., 1948.
— Th. Philipps, Das Weltbild des
heiligen a., 1949. — M. F. Sciacca, S.
A. I: La vita e l'opera. L'iti-nerario
della mente, 1949. — Félix García, S.
A., 1953. — V. Capánaga, S. A.,
1954. — J. Chaix-Ruy, S. A. Temps et
histoire, 1956. — G. Vaca, La vida
religiosa en S. A., 2 vols., 1956. —
Mary T. Clark, R. S. C. J., A
Philosopher of Freedom: A Study in
Comparative Philosophy, 1959. —
Paul Henry, S. J., S. A. on Personality, 1960 (The S. A. Lecture Series,
1). — A. Muñoz Alonso, Presencia
intelectual de S. Α., 1961. — Ragnar
Holte, Béatitude et Sagesse. Saint
Augustin et le problème de la fin de
l'homme dans la philosophie ancienne,
1962. — R. Berlinger, Augustins dialogische Metaphysik, 1962. — Entre
las publicaciones lanzadas con motivo
del decimoquinto centenario de S.
A., destacamos: Mélanges augustiniens
(París, 1930); Miscellanea agostiniana, 2 vols. (Roma, 1930-1931);
Religión y Cultura (Madrid, 1931);
Aurelius Augustinus (Colonia, 1930).
AGUSTINISMO. La influencia de San
Agustín ha sido considerable; una
historia detallada del agustinismo
ofrecería dificultades casi tan grandes como una historia del platonismo (VÉASE). Nos limitaremos en el
presente artículo a destacar algunas
de las ideas agustinianas más influyentes en la Edad Media y a señalar
59
AGU
AGU
AGU
algunos hitos en el desarrollo del
agustinismo en dicha época. Esto no
significa que el agustinismo se haya
confinado a la época medieval. En
las grandes discusiones teológicas y
filosóficas de los siglos XVI y XVII
sobre problemas tales corno los del
libre albedrío, la gracia y la
predestinación ( VÉANSE), las
posiciones agus-tinianas y las
diversas interpretaciones de las
mismas fueron casi siempre decisivas.
El agustinismo es también un
elemento importante en varias de
las direcciones de la filosofía cristiana
contemporánea. Sin oponerlo
forzosamente al neotomismo, algunos
autores intentan, en efecto, destacar
los problemas, soluciones y, sobre todo, el temple de ánimo o talante agustinianos; otros autores procuran acordar las dos tendencias.
Aunque no puede decirse que haya
habido una completa identificación
entre el agustinismo y las tendencias
filosóficas y teológicas defendidas y
desarrolladas por los franciscanos, es
sabido que muchos de éstos han sido
agustinianos. Ejemplos eminentes al
respecto son Alejandro de Hales, Juan
de la Rochela, San Buenaventura y
Tomás de York —pertenecientes a
lo que algunos autores han llamado
"la antigua escuela franciscana"—, y
Juan Pecham, Mateo de Aquasparta,
Ricardo de Mediavilla y Pedro Juan
Olivi — pertenecientes a lo que se
ha llamado a veces "la escuela franciscana posterior". Hay que tener en
cuenta, sin embargo, que el agustinismo de dichos autores está muy lejos de ser un acatamiento estricto de
las doctrinas de San Agustín; como
veremos luego, el "agustinismo" es un
nombre que designa un conjunto de
muy varias doctrinas —lo que los historiadores de la filosofía medieval
suelen llamar "un complejo doctrinal"—, algunas de las cuales tienen
un aire agustiniano aunque no proceden de San Agustín y otras son
ajenas a éste. Lo último es cierto sobre todo cuando se trata de varias
posiciones procedentes del aristotelismo y de algunos filósofos árabes y
judíos. Ahora bien, junto con los
franciscanos el agustinismo fue defendido y elaborado hasta lo que se
ha llamado "el triunfo del tomismo"
por muchos dominicos. La oposición
al albertismo y al tomismo por parte
de Roberto Kildwarby es un ejemplo
eminente de la resistencia que ofre-
cían muchos dominicos a la penetración de las doctrinas tomistas y, en
general, a la creciente influencia del
aristotelismo y a la absorción de algunas tesis averroístas. Nos hemos referido a este punto con más detalle
en el artículo Tomismo (VÉASE). Algunos autores indican inclusive que
el término 'agustinismo' solamente cobra un significado preciso cuando se
emplea como designación de las posiciones adoptadas por varios teólogos y filósofos en el período de las
grandes polémicas entre agustinianos
y tomistas durante la segunda mitad
del siglo XIII. Aunque este uso es
asimismo recomendable, debe advertirse que es corriente emplear 'agustinismo' en un sentido más general
— el que ha sido mencionado al comienzo del presente artículo. Desde
este último punto de vista puede hablarse de agustinismo en autores que,
stricto sensu, no pueden ser considerados como agustinianos, pero que
han sido incluidos en la tendencia a
consecuencia de su adhesión a varios aspectos del mencionado "complejo doctrinal": es el caso de muchos
escotistas y occamistas. Autores como
Gilson consideran inclusive a Enrique
de Gante, a Juan Duns Escoto y a los
primeros escotistas como pertenecientes a una "segunda escuela agustiniana".
En lo que toca a las doctrinas conocidas bajo el nombre de "agustinismo", las discusiones al respecto son
muchas. Resumiremos aquí las ideas
presentadas por M. de Wulf sobre el
agustinismo medieval y que nos parecen muy plausibles. Según el mencionado historiador, pertenecen al
complejo doctrinal del agustinismo
doctrinas como las siguientes: primado
de la voluntad sobre la inteligencia en
Dios y en el hombre, producción de
ciertos conocimientos sin presencia
de objetos del mundo externo que
habitualmente se consideran como su
causa u origen, concepción del conocimiento como situado dentro de la
zona alumbrada por la luz divina, actualidad de la materia prima con independencia de la forma, depósito
de razones seminales en la materia,
hilemorfismo universal en las substancias creadas, pluralidad de formas en
las mismas y particularmente en el
hombre, identidad del alma y de sus
facultades, estrecha unión de filosofía y teología en el marco de la sa-
biduría (VÉASE). Algunas de estas
doctrinas, escribe de Wulf, proceden
efectivamente de San Agustín: es el
caso de la idea de sabiduría o sapientia christiana (muy característica
del temple de ánimo o talante agustiniano contra la excesiva atención
hacia la "sabiduría del mundo"), del
primado de la voluntad y de la iluminación del alma. Otras doctrinas
tienen su base en San Agustín, pero
son interpretadas en formas muy diversas y con gran independencia del
modo como aparecieron, en la letra
o en el espíritu, en los escritos del
Santo: es el caso del modo como es
concebida a veces la iluminación divina, modo que exige, al parecer, la
noción de un entendimiento activo.
El avicenismo puede explicar estos
nuevos aspectos del agustinismo, que
ha sido llamado por Gilson agustinismo avicenizante. Otras doctrinas, finalmente, concluye de Wulf, son ajenas a San Agustín: es el caso de las
teorías sobre la materia y la forma,
procedentes del aristotelismo árabe
y judío. Es curioso comprobar que
cada vez en mayor proporción fueron consideradas como agustinianas
las doctrinas que menor relación tenían con las posiciones del propio
San Agustín; así, por ejemplo, la doctrina del hilemorfismo universal y la
de la pluralidad de formas en el hombre, que fueron las tesis más debatidas por los filósofos y teólogos medievales de las épocas referidas, son
originariamente menos agustinianas
que otras ciertas posiciones que pasaron a un segundo plano y que estaban más próximas a la letra y al
espíritu de San Agustín.
Las historias de la filosofía (especialmente de la filosofía medieval) a
que nos hemos referido son: Ueberweg-Heinze, Geyer, t. III. — M. de
Wulf, Histoire de la philosophie médiévale, 6a ed., 1934-1936-1947, 3
vols. (trad, esp.: Historia de la filosofía medieval, vol. II, 1947, § 349).
— É. Gilson, History of the Christian Philosophy in the Middle Ages,
1955. — Además: F. Ehrle, "Der
Augustinismus und Aristotelismus gegen Ende der XIII Jahrhunderts", Archiv für Literatur und Kirchengeschichte des Mittelalters, V (1889),
614-32. — E. Portalié, en Dictionnaire
de Théologie Catholique, I, 250614. — R. M. Martin, "Quelques
premiers maîtres dominicains de Paris
et d'Oxford et la soi-disant école dominicaine augustinienne (1229-1279)",
60
60
AHO
ALA
ALB
Revue des Sciences philosophiques
et théologiques, IX (1920), 163-84.
— J. Hessen, "Augustinismus und
Aristotelismus im Mittelalter", Franziskanische Studien, VII (1920), 113. — C. Michalski, Les courants
philosophiques à Oxford et à Paris
pendant le XlVè siècle, 1922. — A.
G. Little, "The Franciscan School at
Oxford in the 13th. Century", Archivum Franciscanum Historicum, XIX
(1926), 803-74. — E. Gilson, "Les
sources gréco-arabes de l'augustinisme avicennisant", Archives a histoire
doctrinale et littéraire du moyen âge,
IV (1930), 5-149. — G. Théry,
"L'augustinisme et le problème de
la forme substantielle", Acta hebdomadae augustinianae-thomisticae ab
Academia romana sancti Thomae
Aquinatis indictae, 1931, págs. 140200. — F. P. Cassidy, Molders of the
Medieval Mind. The Influence of the
Fathers of the Church on the Medieval Schoolmen, 1944.
mo en el sentido puramente científicopositivista en nombre del materialismo
dialéctivo, su oposición a Debo-rin
(VÉASE) y a los representantes del
llamado "idealismo menchevizante" la
llevó a acentuar el aspecto materialista más bien que el dialéctico del
marxismo. Por tal razón fue denunciada como mecanicista y se vio obligada, en 1929, a retractarse de varias
de sus tesis en nombre de la "línea
general".
ción en Migne, PL, CCX. — Edición
crítica del Anticlaudianus, por R.
Bosuat, 1955 (Textes philosophiques
du moyen âg e, I). — M. Baum-
AHORA. Véase INSTANTE.
AKSELROD [en nuestra transcripción: AKSEL'ROD] (LÚBOV ISAÁKOV NA) (pseudónimo: ORTODOKS) (18681946), nació en Varsovia, participó
desde muy joven en actividades revolucionarias en Rusia, pasó (1887) a
Suiza, donde estudió filosofía, regresó (1906) a Rusia, continuando sus
actividades revolucionarias como
miembro de la fracción menchevique
del Partido Social Democrático. Con
el triunfo de la revolución, profesó en
la Universidad Tambov (19I7-1920)
y en la de Moscú (desde 1920).
Akselrov se ocupó de problemas
éticos y sociales, pero su más conocida contribución fue en el terreno de
la epistemología y de la interpretación del marxismo. Adherido al materialismo dialéctico, lo defendió contra las corrientes científicopositivistas
que se abrían paso después de la revolución y contra cualquier forma de
"infiltración" idealista. Sostuvo, sin
embargo, bajo la influencia de Plejanov (VÉASE), la tesis de que el conocimiento tiene un carácter funcional y
en gran medida simbólico (o mejor,
"jeroglífico"). Se opuso con ello a
Lenín y a la teoría fotográfica o cua-sifotográfica del conocimiento por
Lenín propugnada. En los debates filosóficos que tuvieron lugar en la
Unión Soviética entre 1926 y 1929
(véase MARXISMO), Akselrod fue uno
de los representantes capitales de la
dirección llamada "mecanicista". Aunque ella misma se opuso al mecanicis-
ALANO DE LILLE, Alain de Lille,
Alanus de insulis, el doctor universalis (ca. 1128-1202), nació en Lille, y
después de ser maestro de teología
ingresó en el monasterio cisterciense de Citeaux, cerca de Nicolas-lesCiteaux ((Côte-d'Or). Alano es considerado como un filósofo y teólogo "relacionado" con las Escuelas de
Chartres ( VÉASE ) y ello sobre todo
por haber acogido las tendencias
platonizantes de las mismas, pero,
en rigor, debe ser considerado como
un pensador "independiente". Su
principal preocupación fue la lucha
contra las herejías más bien que la
elaboración y la disputa teológicas.
Una intención metodológica y enciclopédica, basada principalmente en
la tradición de Boecio, constituye la
parte fundamental de su obra filosófico-teológica, penetrada no sólo de
elementos platónicos y neoplatónicos,
sino también aristotélicos. La intención enciclopédica se muestra sobre
todo en su poema Anti-Claudianus o
Antirufinus (1182 ó 1183). La intención metodológica del autor se
hace patente sobre todo en su escrito
sobre la fe católica, y en su obra sobre
las máximas teológicas, en la cual
utiliza un procedimiento matemáticodeductivo, ya defendido por Boecio
en su Liber de hebdomadibus. Alano
de Lille fue el primero en referirse al
Liber de causis ( VÉASE ).
gartner, Die Philosophie des
Alanus
de
Insulis
im
Zusammenhang
mit
den
Anschauungen des 12. Jahrhunderts
dargestellt, 1896. — S. Nierenstein,
The Problem of the Existence et God
in Maimonides, Alanus and Averroes,
1924. — J. Huizinga, Ueber die Verknüpfung des Poetischen mit dem
Theologischen bei Alanus de Insulis
(Mémoires de l'Académie royale des
Sciences de Hollande, t. 74, serie B,
n° 6), 1932. — G. Raynaud de Lage,
A. de Lille, Poète du XIIe siècle,
1951 (estudia también el pensamiento
filosófico). — V. Cuento, Alano di
Lilla, poeta e teólogo del secólo XII,
1958.
Obras principales: Filosofiskié otchérki, 1906 (Estudios filosóficos). —
Protiv idéalizma, 1922 (Contra el
idealismo). — V zachtchitu dialéktitchéskovo matérializma. Protiv sjolastiki, 1928 (En defensa del materialismo dialéctico. Contra la escolástica).
— Idéalisttíchéskaá dialéktika Gégéliá
i matéridistitchéskaá dialéktika MarkALBEDRÍO (LIBRE). La expresa, 1934 (La dialéctica idealista de
Hégel y el materialismo dialéctico de sión liberum arbitrium, muy usada por
Marx ).
teólogos y filósofos cristianos, tiene a
veces el mismo significado que la
expresión libertas (véase LIBERTAD ).
Sin embargo, en muchos casos se
distingue entre ambos. Esta distinción
aparece claramente en San Agustín
(Enchiridion, XXXII; Op. imperf.
contra Julian., VI, 11) según ha puesto
de relieve Gilson (Introduction à
l'étude de Saint Augustin [1931], 3a
ed., 1949, págs. 212 y sigs.). La libertas (libertad) designa el estado de
bienaventuranza eterna (sempiterna)
en la cual no puede pecarse. Se puede
entonces decir inclusive que Dios no
goza, de libertad. El liberum arbitrium
designa la posibilidad de elegir entre
el bien y el mal; es "la facultad de la
razón y de la voluntad por medio de
la cual es elegido el bien, mediante
auxilio de la gracia, y el mal, por la
ausencia de ella (De lib. orb., 1).
"La oposición es, pues, clara entre el
libre albedrío del hombre, cuyo mal
uso no destruye la naturaleza, y la
libertad, que es justamente el buen
uso del libre albedrío" (Gilson, op.
cit., pág. 212, nota 2). "Debe
confesarse que hay en nosotros libre
albedrío para hacer el mal y para
hacer el bien" (De corruptione et
gratta, I, 2; cit. Gilson). Si se tiene en
cuenta esta distinción se puede entender lo que de otra suerte sería una
paradoja: que el hombre pueda ser
libre (liber) —en el sentido de poseer
Obras: Regulae de sacra iheologia. libertas— y pueda no ser libre — en
haereticos. — De fide catholica con- el sentido del libre albedrío. El homtra haereticos sui temporis. — Ars bre, pues, no es siempre "libre" cuando
predicatorio. — Opera 1564. — Edi- goza del libre albedrío; depende del
uso que haga de él.
61
61
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En vista de lo anterior, puede a
veces equipararse libre albedrío con
volunlad. Es lo que ha hecho Sanio
Tomás al declarar que son una sola
potencia y que el libre albedrío es
ipsa voluntas. La distinción entre volunlad y libre albedrío se impone, sin
embargo, cada vez que se plantea la
cuestión de la relación entre cada uno
de ellos y los actos o las facultades del
alma. Así, mientras la libertad sería
un acto o acción, el libre albedrío sería una facultad propia del hombre
que, por el hecho de poseer la razón
o, mejor dicho, de ser razonable, es
capaz de elegir entre diversos objetos.
El propio Sanio Tomás indica que aun
cuando en su sentido etimológico la
expresión 'libre albedrío' parezca designar un acto, se suele dar este
nombre más bien a la potencia o
facultad por la cual juzgamos libremente. Esta potencia, dice Santo Tomás, no puede confundirse con el
hábito ni con ninguna fuerza encadenada o sometida al hábito. No hay,
en efecto, inclinación natural que
lleve al hombre como ser razonable
a algunos objetos; por el contrario,
la voluntad puede ir hacia el bien
o hacia el mal. De ahí que el libre
albedrío no sea acto ni hábito, sino
facultad del alma. Y de ahí también
que la relación existente entre el
Ubre albedrío y la voluntad sea igual
a la que existe entre la razón y la
inteligencia. La inteligencia acepta
simplemente los primeros principios,
así como la voluntad quiere el fin
último. La razón se aplica a las conclusiones que proceden de los primeros principios, así como el libre albedrío elige los medios que conducen
al fin. La voluntad es, pues, al libre
albedrío lo que la inteligencia es a
la razón. Ahora bien, comprender
y razonar son operaciones de la misma
facultad. Así, querer y elegir son
también operaciones pertenecientes a
la misma potencia. Y voluntad y libre
albedrío no son dos, sino una sola
facultad (S. theol, I, q. LXXXIII, a 4).
A veces se ha fundado la mencionada distinción entre libre albedrío y
libertad declarándose que mientras la
primera es ausencia de coacción externa, la segunda implica también ausencia de coacción interna. En este
último sentido el libre albedrío es el
llamado liberum arbitrium indifferentiae, y también libertas aequilibri.
Significa entonces la pura y simple
posibilidad de obrar o no obrar, o de
obrar en un sentido más bien que en
otro. Contra esta idea se ha declarado
que no puede haber entonces ninguna
decisión, de suerte que el liberum
arbitrium indifferentiae designa la
pura suspensión de toda acción y de
toda decisión. Como ejemplo de la
dificultad apuntada se menciona la
paradoja del Asno de Buridán (véase ASNO DE BURIDÁN ). El problema
del libre albedrío se relaciona en tal
caso con la cuestión de la función
ejercida por los motivos en toda elección. Muchos escolásticos rechazaron
que el liberum arbitrium indifferentiae conduzca necesariamente a tales
paradojas y manifestaron que es la
condición para que todo acto pueda
llamarse auténticamente libre. La
mayor parte de autores modernos
—por lo menos del siglo XVII (Descartes, Spinoza y Leibniz entre ellos)—
rechazaron la idea de la "libertad de
equilibrio" (que llamaron a veces libertas indifferentiae) como concepción meramente negativa de la libertad.
La noción del libre albedrío fue
objeto de apasionados debates durante
parte de la Edad Media y durante los
siglos XVI y XVII, especialmente por
cuanto se suscitaba con ella la famosa
cuestión de la declarada incompatibilidad entre la omnipotencia divina y
la libertad humana. Hemos examinado parte de esta cuestión en los artículos consagrados al problema de
Dios (especialmente II. Naturaleza de
Dios), a la gracia, a la libertad, al
ocasionalismo, a la predestinación, a
la voluntad y al voluntarismo. Agreguemos ahora que los debates giraron
sobre todo en torno al problema tal
como quedó planteado en el agustinismo. Una "solución" que anule uno
de los dos términos no parece ser
una buena solución. Ya San Agustín
había subrayado que la dependencia
en que se hallan el ser y la obra humana respecto a Dios no significa
que el pecado sea obra de Dios. Ahora
bien, si consideramos el mal como algo
ontológicamente negativo, resultará
que el ser y la acción que se refiere a
él carecen de existencia. Y si lo
consideramos como algo ontológicamente positivo, habrá la posibilidad
de deslizamos hacia un maniqueísmo. A la vez, no se trataba simplemente de suponer que, una vez otorgada la libertad al hombre, éste po-
día usar de ella sin necesidad de
ninguna intervención divina. Por lo
menos en lo que toca a lo sobrenatural, parecía imposible excluir la
acción de la gracia. Así, todas las
soluciones ofrecidas para resolver
la cuestión eludían la supresión de
uno de los términos. Y tal vez sólo
en dos posiciones extremas se postulaba esta supresión: en la concepción luterana expresada en el De
servo arbitrio por un lado y en la
idea de la autonomía radical y absoluta del hombre, por el otro.
En su tratado De Servo arbitrio
(1525) Lutero polemizó contra las
ideas desarrolladas por Erasmo en su
De Libero Arbitrio ΔΙΑΤRΙΒΗ (1524).
En verdad, Erasmo no consideraba
que la cuestión del libre albedrío tuviera la importancia que le atribuían
los teólogos. Además, su opinión al
respecto era moderada: "Concibo
aquí el libre albedrío como un poder
de la voluntad humana por medio del
cual el hombre puede consagrarse a
las cosas que conducen a la salvación
eterna o puede apartarse de ellas."
Así, Erasmo no negaba en principio
el poder y la necesidad de la gracia.
Menos todavía sostenía —como hacía el pelagianismo ( VÉASE ) extremo— que el libre albedrío fuese absolutamente autónomo y decisivo. Pero como ponía de relieve "el poder
de la voluntad humana", Lutero consideró que la doctrina de Erasmo
equivalía a una negación de la gracia
y constituía una peligrosa forma de
pelagianismo. Según Lutero, la definición del libre albedrío proporcionada
por Erasmo era independiente de las
Escrituras y, por lo tanto, contraria a
éstas. Fundándose en las Escrituras,
Lutero mantenía que nadie puede
ser salvado si confía sólo en el libre
albedrío, pues un demonio es más
fuerte que lodos los hombres junios;
no sólo la gracia es necesaria, sino
que lo es absolutamente. Ahora bien,
ello no significa para Lulero que el
hombre se halle dominado por la
necesidad, pues el poder de Dios no
es una necesidad natural; es un don.
Entre los pensadores católicos los
debales acerca de la noción de libre
albedrío se mantuvieron dentro de
un cauce que eliminaba toda solución
radical: ni luteranismo ni pelagianismo. Sin embargo, en ciertas ocasiones
las posiciones adoptadas se extrema-
62
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ron. Por un lado, tenemos la teoría
tomista de la premoción física ( VÉASE). Por el otro, la doctrina molinista
del concurso simultáneo basado en la
noción de ciencia media (véase CIENCIA MEDIA, FUTURIBLE, MOLINA [Luis
DE], PREDESTINACIÓN). Aunque todas
estas doctrinas son primariamente teológicas, los conceptos elaborados en
ellas son con frecuencia filosóficos y
pueden ser utilizados en el tratamiento de los problemas de la causa ( VÉASE ) y de la libertad ( VÉASE ).
Sobre el problema del libre albedrío: C. L. Fonsegrive, Essai sur le
libre arbitre, sa théorie et son histoire,
1887. — E. Naville, Le libre arbitre,
1894. — Rudolf Kreussen, Die Willensfreiheit als religiöses und philosophisches Grundproblem·, 1935. —
Augustin Jakubisiak, La pensée et le
libre arbitre, 1936. — Déterminisme
et libre arbitre. Entretiens présidés
par F. Gonseth et rédigés par Gagnebin, 1944. — Yves Simon, Traité du
libre arbitre, 1951. — Austin Farrer,
The Freedom of the Will, 1957 (Gifford Lectures). — Joseph Lebacqz,
S. J., Libre arbitre et jugement, 1960
(Museum lessianum. Sect. Fil., 47).
— Allan M. Munn, Free Will and
Determinism, 1960. — A. I. Melden,
Free Action, 1961. — Véase también
bibliografía de DETERMINISMO, LI
BERTAD, VOLUNTAD. — Sobre el con
cepto de libre albedrío en varios au
tores: G. Venuta, Libero arbitrio e
liberta délia grazia nel pensiero di San
Bernardo, 1953. — J. Muñoz, Esen
cia del libre albedrío y proceso del
acto libre según F. Romeo, O. P.,
Santo Tomás y F. Suárez, S. J., 1948.
— Jean Boisset, Érasme et Luther.
Libre ou serf-arbitre?, 1962. — So
bre el libre albedrío en San Agus
tín: K. Kolb, Menschliche Freiheit
und göttliches Vorherwissen nach A.,
1908 (Dis. inaug.). — C. Zimarra,
"Die Eigenart des göttlichen Vor
herwissens nach A.", Freiburger Zeit
schrift für Philosophie und Theologie,
I (1954), 359-93. — J. Van Gerven,
"Liberté humaine et prescience divi
ne d'après S. Α.", Revue philosophique de Louvain, LV [3a serie, XLVII]
(1957), 317-30 (parte de una tesis,
todavía inédita, titulada Liberté hu
maine et providence divine d'après
S. A.).
ALBERINI (CORIOLANO) ( 18861960), profesor en las universidades
de Buenos Aires y La Plata y adversario desde muy pronto del positivismo, en particular de la forma que
había asumido en la Argentina, ha
orientado principalmente su labor ha-
cia la introducción y difusión de
aquellos pensadores europeos que representaban una mayor contribución
a la reacción contra dichas tendencias. De este modo ha introducido en
la Argentina a filósofos antipositivistas de distinta orientación (Bergson,
Meyerson, Croce, Gentile, Royce, etc.)
sin dejar por ello de efectuar una
elaboración personal de sus doctrinas. Correspondiendo a esta labor
y acentuando su paralelismo, ha trabajado en la difusión del pensamiento
argentino en Europa y en los
Estados Unidos mediante cursos en
las universidades de París, Hamburgo,
Leipzig, Berlín, Harvard y Columbia.
Escritos: "El amoralismo subjetivo"
(1908). — "La pedagogía de William james" (1910). — "La teoría
kantiana del juicio sintético a priori"
(1911). — "El arianismo histórico y
la economía social" (1911). — "Sobre la pedagogía de Ardigo" ( 1914 ).
— "Determinismo y responsabilidad"
(1916). — "Introducción a la axiogenia" ( 1921 ). — "El problema ético
en la filosofía de Bergson" ( 1925 ). —
"La reforma epistemológica de Eins
tein" (1925). — "Die deutsche Phi
losophie in Argentinien" (1930). —
"La metafísica de Alberdi" (1934).
— "English Influence in Culture and
Thought" (1937). — "Croce y la
metafísica de la libertad histórica"
(1955). — Véase Juan José Arévalo,
"C. A.", Boletín de la Biblioteca Na
cional, Guatemala, N° 16 (Enero,
1936). — Diego F. Pró, C. A., 1960.
ALBERTO (SAN) de Bollstädt o
de Colonia, llamado el Grande o
Magno y el doctor universalis ( 12061280) nació en Lauingen (Suabia).
Ingresó hacia 1223 en la Orden de los
Dominicos y profesó, entre otras ciudades, en Friburgo, Colonia y París
(en esta última fue magister de teología [ca. 1242-1248] en el Studium
genérale dominico de Saint-Jacques,
incorporado a la Universidad). La invasión del aristotelismo, que había ya
alcanzado gran predicamento con la
obra de San Buenaventura, culmina
en San Alberto Magno, pero tal invasión es al mismo tiempo contenida
por la necesidad de encuadrarla en
el marco de la ortodoxia. La obra
de San Alberto Magno es así al mismo tiempo una aristotelización de la
filosofía y de la teología, y una discriminación de Aristóteles y de sus
comentaristas árabes y judíos con vistas a rechazar aquello que sea incompatible con las verdades de fe. La
crítica del averroísmo y especialmente
de las tesis de la eternidad del mundo
y de la unidad del entendimiento
agente, que habían llegado envueltas
en la doctrina aristotélica, son una
de las manifestaciones de esta necesidad doble, que no significa, por
otro lado, la subordinación de la
filosofía a la teología, sino la precisa delimitación de ambos dominios.
Para San Alberto Magno, como para
Santo Tomás, a diferencia de las
direcciones platónico-agustinianas, la
razón debe comenzar por limitarse,
pero esta limitación no es negación
de la razón, sino justamente aquello
que permitirá prestar una confianza
completa en lo que la razón establezca. La limitación del poder racional es
simultáneamente una reafirmación de
su poder dentro de sus límites. Allí
donde la razón carece de poder demostrativo tiene la fe la última palabra, pero dentro de la esfera de la
filosofía estricta la razón es determinante y constituye el criterio supremo. En el curso de sus paráfrasis
a Aristóteles y a los comentaristas,
siguiendo el orden mismo de los temas aristotélicos, San Alberto Magno
establece una serie de proposiciones
que Santo Tomás desarrolló posteriormente y, sobre todo, ordenó sobre el conjunto de los materiales
preparados por su maestro. Estas tesis, que son, aparte la distinción
rigurosa entre las esferas filosófica
y teológica y la posibilidad de su
mutua armonía, la doctrina de los
universales como algo que está ante
y en las cosas, y la teoría de la
libertad de la voluntad, confirman,
al mismo tiempo, el propósito fundamental de su obra de transmitir
a los latinos y hacerles comprensibles
los saberes de la tradición griega.
Pero en la obra de San Alberto Magno no se halla tampoco ausente la
influencia platónica y neoplatónica,
sobre todo a través de los escritos
pseudo-aristotélicos de contenido neoplatónico y del Pseudo-Dionisio. Su
labor se extendió también a las ciencias de la Naturaleza en donde, siguiendo los precedentes del empirismo aristotélico, trabajó especialmente
en la esfera de la biología y consideró
la experiencia como criterio de
verdad de todo aserto concerniente a
lo contingente y particular.
Las obras de San Alberto Magno
suelen dividirse en una serie filosófica —que abarca escritos de lógica
63
63
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y de filosofía real (matemática, física, metafísica) —y una serie teológica — que comprende comentarios a
las Sentencias de Pedro Lombardo y
a los escritos del Pseudo-Dionisio,
una Summa de creaturis, una Summa
theologiae y varios escritos místicos
y ascéticos. — La edición compleja
(Opera omnia) más manejada ha sido
la de Jammy, 21 vols., Lyon, 1651.
Esta edición ha sido reimpresa por
A. Borgnet, 38 vols., París, 1890-99.
Edición crítica, llamada Editio Coloniensis, publicada por el AlbertusMagnus-Institut bajo la presidencia de
B. Geyer (y, tras la muerte de éste,
de H. Ostlender): Alberti Magni
Opera Omnia, 40 vols., 1951 y si
guientes. Publicados: XXVIII: De
bono, ed. H. Kühle, C. Fecker, B.
Geyer, W. Kübel y colaboración de
F. Heyer, 1951; XIX: Postilla super
Isaiam, ed. F. Siepmann [con frag
mentos sobre Jeremías y Ezequiel, ed.
H. Ostlender], 1952; XII: Liber de
natura et origine animae, ed. B. Ge
yer; Liber de principiis motus processivi, ed. Geyer; Quaestiones super
de animalibus, ed. F. Filthaut, O. P.,
1955; XXVI: De sacramentis, ed. A.
Ohlmeyer, O. S. B., con col. de F.
Anders y F. Heyer; De incarnatione,
ed. I. Backer; De resurrectione, ed.
W. Kübel, 1958; XVI, 1: Metaphysica, Libri quinque priores, ed. B. Ge
yer, 1960. Hay trad, esp.: del tratado
titulado: La unión con Dios (1948).
— Biografía de Alberto Magno: G.
J, Albertus Magnus. Sein Leen
und seine Wissenschaft, 1862. — P.
de Loe, "De vita et scriptis beati
Alberti Magni, Analecta Bollandiana,
XIX (1900), 257-84; XX (1901), 273316; XXI (1902), 361-71. — F. Pelster, Kritische Studien zum Leben und
su den Schriften Alberts des Grossen,
1920. — A. G. Menéndez-Reigada,
Vida de S. A. M., 1932. — A. Garreau, S. A. le Grand, 1932 (trad.
esp.: 1944). — Bibliografía. M. M.
Laurent y M.-J. Congar, O. P., "Essai
de bibliographie albertienne", Revue
Thomiste, XIV (1936), 422-68. —
Correcciones y ampliaciones a la bibliografía albertina de F. J. Catania
(The Modem Schoolman, 1959) por
Roland Houde, "A Bibliography of
Albert the Great: Some Addenda", The
Modern Schoolman, XXXIX (1961),
61-63. — Sobre la obra de San Alberto
Magno véase: Van Weddingen, A. le
Grand, le maître de St. Thomas
d"Aquin, 1881. — J. Bach, Al. Magnus,
1888.
— A.
Schneider,
Die
Phychologie A. der Grossen, I, 1903;
II, 1906. — H. Fronober, Die Lehre
von der Materie und Form nach A.
dem Grossen, 1909. — A. Grünbaum,
A. der Grosse, 1925. — G. Meersse-
ALB
ALB
man, Introductio in opera omnia B. A.
Magni, O. P., 1931. — M. Grahmann.
Der hl. A. dei G., 1932. — D. Siedler
Intettegtualismus und Voluntarismus
bei A. Magnus, 1941 [Beiträge zur
Geschichte der Philosophie und
Theologie des Mittelalters, XXXVI,
2]. — E. Gilson, "L'âme raisonable
chez Albert le Grand", en Archives
d'Histoire doctrinale et littéraire du
Moyen Âge·, t. XIV, 1945. — A. Pompei, La dottrina trinitaria di S. A.
Magno, 1953. — H. Ch. Scheeben,
Albertus Magnus, 2a ed., 1955. — H.
Ostlender, Albertus Magnus, 1956,
2a ed. de Der hl. Albert der Grosse.
ALBERTO DE SAJONIA o de Saxonia, Alberto de Helmstadt, Alberto
de Ricmestorp, Albertutius, Albertus
parvus (ca. 1316-1390), nac. en Rickmersdorf (Baja Sajonia) y profesó en
París (1351-1362) siendo desde 1353
Rector de la Universidad de París. En
1365, año de la fundación de la Universidad de Viena, fue nombrado su
primer Rector. Desde 1366 hasta su
muerte fue Obispo de Halberstadt.
Considerado como uno de los miembros de la escuela de París ( VÉASE ),
trabajó en varias disciplinas, principalmente científicas (matemáticas, física,
meteorología), así como en lógica y
ética. Siguiendo a Juan Buridan y a
Nicolás de Oresme, Alberto de Sajonia desarrolló la teoría del ímpetu
(v.) y en particular la llamada
"doctrina de los pesos", lo cual le condujo a una investigación del problema de la gravedad —distinguiendo
entre el centro de magnitud de la tierra y su centro de gravedad— que se
hallaba en el camino hacia la formación de la moderna estática en el
siglo XVII. Se ocupó asimismo del problema de la relación entre espacio
recorrido, tiempo y velocidad, estableciendo que esta última es proporcional al espacio recorrido. Especial
mención merecen sus estudios lógicos; como señala Boehner, fue uno
de los que más contribuyó a los llamados "nuevos elementos de la lógica escolástica", discutiendo con detalle y notable tendencia formalizadora problemas como los de los términos sincategoremáticos, teoría de
las suposiciones y teoría de las consecuencias. Según el citado Boehner,
el sistema de lógica de Alberto de
Sajonia (el presentado en su "muy
útil lógica") es una combinación de
los sistemas de Occam y de Gualterio
Burleigh, siendo en disposición de los
temas y formalización superior al primero.
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64
Obras: Quaestiones super artem veterem (impreso con la Expositio aurea
de Occam en 1496). — Quaestiones
subtilissimae super libros posteriorum
(impreso en 1497). — Logica Albertutii. Perutilis logica (id. en 1522
[es la obra a la cual se refiere Boehner] ). — Sophismata A. de Saxonia
nuper emendata (id. en 1480). —
Tractatus obligationum (id. en 1498).
— El mismo tratado con los Sophisnata y los Insolubilia aparecieron
juntos en 1490 y 1495. — Subtilissimae quaestiones super ocio libros
physicorum (id. en 1493, 1504, 1516).
— Quaestiones in libros de caelo et
mundo (id. en 1481, 1492, 1497,
1520). — Quaestiones in libros de
generations (id. en 1504, 1505 y
1518 [con los comentarios a la mis
ma obra aristotélica por Egidio Ro
mano y Marsilio de Inghen]. —
Quaestiones et decisiones physicales
(id. en 1516, 1518 [juntamente con
otras sobre el mismo tema de Themo
y Juan Buridan] ). — De proportionibus o Tractatus proportionum ( id. en
1496 entre otras fechas ). — Quaestio
nes super sphaeram Johannis de Sacrobosco (sin publicar). — Quaestio
nes meteororum (sin publicar). —
Expositio decem librorum Ethicorum
Aristotelis (sin publicar). — Véase
Prantl, IV, 60-48. — P. Duhem, Étu
des, I, 302; II, 379-84, 420-23, 43141; III, 1-259, 279-86, 350-60. —
Íd., íd., Le système du monde, IV,
124-42. — A. Dyroff, "Ueber Al
bertus von Sachsen", Baeumker-Festgabe, 1913, págs. 330-42. — G.
Heidingsfelder, Albert von Sachsen.
Sein Lebensgang und sein Kommen
tar zur Nikomachäischen Ethik des
Aristoteles, 1926 [Beiträge zur Ge
schichte der Philosophie des Mitte
lalters, XXII, 3-4]. — Ph. Boehner,
Medieval Logic, 1952, especialmente
Parte III y Apéndice i.
ALBINO (fl 180) fue principal
filósofo de la llamada escuela de
Gaio, a la cual perteneció también
Apuleyo. Gaio (fl 150) había desarrollado el platonismo llamado ecléctico mediante una síntesis de doctrinas platónicas y estoicas en las lecciones luego publicadas por Albino
en nueve libros con el título de
Bosquejo de las doctrinas platónicas.
Peri\ tw=n Pla/twni a)resko/ntwn, una
obra que influyó luego sobre el neoplatonismo, especialmente el de Proclo y Prisciano. Como Eudoro de
Alejandría, Gaio interpretó el platonismo (y especialmente, dentro de
ALB
ALC
ALE
a/twnoj
dogma/twn
también Para San Agustín se trata de un estado
Ei)sagwgh\ ei)j th\n filosofi/an de alma en la cual ésta se halla, por
Pla/twnoj
o
)Epitomh\
tw=n así decirlo, "colmada". Al referirse en
Pla/twnoj dogma/twn ) en ibíd., las Confesiones a su madre, Santa
152-89. Otra edición del Epítome por Mónica, cuando ésta tiene noticia de la
P. Louis (1945). — Otras edicio- definitiva conversión de su hijo,
nes del Prólogo por J. Freudenthal, indica que la alegría y goce que
"Der Platoniker Albinos und der fal- experimenta es como una exaltación y
sche Alkinos", Hellenistische Stttdien, un triunfo — gaudet — exaltât et
Helf 3 (1879), y por J. B. Sturm triumphat. La alegría no es, pues, aquí
( 1901). — Véase R. E. Witt, Albinus mera satisfacción: es lo que más se
and the History of Mddle Platonism, parece a un talante o temple ( VÉASE)
1937. — E. Pelosi, "Een platoonse de ánimo. Muchos filósofos han relaGedachte bij Gaios, Albinos en Apuleius van Madaura", Studia Catholica, cionado la alegría con la posesión de
XV (1939), 375-94 y XVI (1940), un cierto bien, o con la representación
226-42. — Hay una memoria (aún de su posesión efectiva o posible. Así,
inédita) de R. Le Corre, Le role d'Al- Descartes: "La consideración del bien
binus dans l'évolution du platonisme presente suscita en nosotros la ale(Cfr. Revue Philosophique de la Fran- gría, y la del mal la tristeza, cuando
ce et de l'Étranger, año LXXXI se trata de un bien o de un mal que
[1956] 28-38). — J. H. Loenen, "Al- nos es representado como perteneciénbinus' Metaphysics. An Attempt at donos" (Les passions de l'âme, art.
Rehabilitation", Mnemosyne, IX 61). Spinoza define la alegría (laeti(1956), 296-319; íd., X (1957), 35- tia) como "la pasión mediante la cual
56.
la mente pasa a una perfección maALCMEÓN, de Cretona (siglo VI yor" (Eth., III prop. xi, esc.), siendo
antes de J. C.), discípulo de Pitágo- la tristeza "la pasión por la cual pasa
ras, según Diógenes Laercio (VIII, a una perfección menor" (loc. cit.).
5), se dedicó a la medicina y a la El sentimiento de alegría en cuanto
ciencia natural, investigando espe- afecta a la vez al cuerpo y al espíritu
cialmente el origen y proceso fisioló- constituye el placer inmediato (titilagico de las sensaciones. Su principal tio) o jovialidad (hilaritas), y el de
contribución a la filosofía se mani- la tristeza en el mismo respecto el
festó en dos doctrinas. Una fue la
elaboración de una tabla pitagórica dolor ( dolor) o mal humor {melanchode las oposiciones, que incluía las lia). No hay que confundir la alegría
sensaciones (dulce y amargo), los con el contento (gaudium), el cual es
colores (blanco y negro) y las mag- "la alegría surgida de la imagen de
nitudes (grande y pequeño). La otra algo pasado cuyo resultado nos ha pafue una teoría del alma inmortal recido dudoso" (ibíd., III, prop. xviii,
como entidad que está en continuo esc. 2).
movimiento (en perfecto movimiento
Las opiniones anteriores, aunque
circular) y que se encuentra no expresadas en lenguaje psicológico, no
solamente en el hombre, sino tam- son propiamente psicológicas en el
bién en los astros. Alcmeón insistió sentido actual de este vocablo; son
asimismo en la idea de la armonía más bien antropológico-filosóficas. En
como ley universal de todos los fe- buena parte del pensamiento contemnómenos y de todos los seres, apli- poráneo el problema de la alegría ha
cándola al mundo natural y al mundo sido asimismo tratado antropológica-mente,
humano (por ejemplo, a las sociedades con frecuentes -conscientes
o
).
inconscientes
bases
existenciales.
Así,
Diels-Kranz, 24 (14). Ángel J.
Cappelletti, "La inmortali-dad del alma ocurre por ejemplo, cuando en Las dos
en A. de Crotona", Cua-dernos fuentes de la moral y de la religión
filosóficos (Rosario), n°1 (1960), (Cap, IV ), Bergson describe la alegría como
23, 34. ALEGRÍA. La alegría ha sido una especie de alige-ramiento total del
con-siderada por muchos filósofos como alma por medio del cual se suprime el
una de las "pasiones del alma". La alegría esfuerzo y el con-tenido total de la conciencia
se contrapone a la tristeza, pe-ro no se hace casi extraño a sí mismo. La alegría
necesariamente al dolor - del mismo modo - escribe Bergson- anuncia siempre que la
que la tristeza se con-trapone a la alegría., vida ha logrado su propósito ha ganado
ces Ei)sgogh
es)s th\n
tou pero no necesa-riamente al placer . La terreno ha alcanzado una victoria: toda
alegría tiene acento
Pla/twnoj biblon y a veces alegría ha sido
) A lbi/ n ou pro/ l ogoj en la edición concebida de muy distintas maneras.
éste, el concepto de fin) en un sentido filosófico-religioso y hasta místico. En un Prólogo (a los diálogos
platónicos) y especialmente en un
Epítome (el llamado Didascálico),
Albino elaboró y sistematizó las doctrinas de su maestro, recabando con
frecuencia el auxilio de ideas de Aristóteles, Teofrasto y los estoicos (no
obstante rechazar la concepción que
éstos se hacían de la filosofía). Característico del pensamiento de Albino es, por un lado, su tendencia a
la sistematización y, por el otro, su
elaboración de ideas que —prosiguiendo ciertas indicaciones halladas
en el Timeo de Platón y en la Metafísica de Aristóteles— le condujeron a posiciones muy próximas a las
del neoplatonismo. En lo que toca
a lo primero, mencionaremos el hecho de que, siguiendo ante todo a
Aristóteles, Albino distinguió entre
la parte teórica y la parte práctica
de la filosofía — con la dialéctica
(dividida en dierética, horística, epagógica y silogística) como "instrumentó". La parte teórica abarcaba
la teología, la física y la matemática;
la parte práctica, la ética, la economía y la política. Sin embargo, la
matemática era presentada por Albino como un saber de naturaleza
catártica, en un sentido muy semejante al de Teón de Esmirna. En lo
que toca a lo segundo, mencionaremos algunas de las ideas del filósofo.
En su teología, Albino elaboró ideas
luego muy debatidas dentro del
neoplatonismo: división de lo real
en forma pura, en ideas (según las
cuales el mundo ha sido formado) y
materia;
separación
entre
la
Inteligencia y el Alma; división de
la divinidad en tres dioses, uno principal —que mueve sin ser movido—
y otros dos subordinados —que
pueden ser considerados como hipóstasis suyas—, etc. Albino elaboró también la física —bajo la influencia del
Timeo y de la doctrina estoica de la
Providencia—, la psicología—con
mezcla
de
platonismo
y
aristotelismo y oposición a la idea
estoica de apatía - y la política con predomi-nante influencia
aristotélica.
Edición del Prólogo (llamado a ve-
de Platón por K. F. Herr mann, VI,
147-151. Edición del Epí-tome (llamada
Didaskaliko/j tw=n Pl-
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triunfal." En el apéndice titulado "De
la alegría", en su obra sobre "La mala
conciencia" ( La mauvaise conscience,
1933, págs. 184-98), Vladimir
Jankélévith considera que la alegría
surge cuando el alma desolada puede
enfrentarse de nuevo con un futuro,
es decir, cuando se le abre el horizonte (que podemos muy bien calificar de "existencial" ). La alegría no
pone límites; parecida al amor, quiere
siempre ir más allá, a diferencia del
goce o del placer [gaudium], el cual
dice: "¡Basta! Hasta aquí y no más."
Se ha debatido a veces la función
(o ausencia de función) de la alegría
en la vida moral. Una opinión tajante
al respecto es la de Max Scheler. Según este autor, ha habido en el espíritu moderno, y en particular en el
espíritu alemán del siglo XIX, una
"traición a la alegría", consecuencia
de la entrega a un "falso heroísmo"
o a una inhumana "idea del deber".
La "historia de esta traición" comenzó, indica Scheler, con Kant, el cual
traicionó "las alegrías más profundas,
espontáneas, aquellas que podemos
llamar "'brotantes'" (M. Scheler, "La
traición a la alegría" [1921], en el
tomo Amor y Conocimiento [trad.
esp., 1960], pág. 103). Esto dio origen
a un "movimiento ético-filosófico" de
índole anti-eudemonista y heroicista,
movimiento que es la expresión racional de cierto tipo humano "estricto"
— el tipo "burgués" y "prusiano". Para Scheler, la alegría es "fuente y necesario movimiento concomitante"·, no
es un fin en sí mismo, pero acompaña
necesariamente a la acción moral.
Observaremos al respecto que si
bien Kant considera que el obrar por
amor del deber y, en consecuencia,
por puro respeto a la ley prima sobre
cualquier otra consideración, incluyendo la felicidad y, con ésta, la posible
alegría, no es menester eliminar totalmente a estas últimas. La virtud y la
felicidad —y puede agregarse: la alegría— se hallan incluidas en el sumo
bien, aunque en forma de subordinación. Además, hay en Kant una cierta
vacilación al respecto, y hasta una
cierta contradicción en sus concepciones éticas. Ello ha hecho escribir a
G. E. Moore: "La opinión kantiana
de que la virtud nos hace dignos de
ser felices se halla en contradicción
flagrante con la opinión, implicada en
su teoría y asociada con su nombre,
de que una Buena Voluntad es la
única cosa que tiene mérito intrínseco. Ciertamente, no nos permite acusar a Kant, como se hace a menudo,
de que es inconsistentemente un eudemonista o un hedonista, pues no
implica que la felicidad sea el único
bien. Pero implica que la Buena Voluntad no es el único bien; que una
situación en la cual seamos a la vez
virtuosos y felices es mejor en sí misma que una en la cual no haya felicidad" (Principia Ethica, § 105). Hay
mucho que hablar, pues, acerca del
rigorismo ( VÉASE) kantiano. Verdad es
que aun si se admite que el cumplimiento del deber no es siempre necesariamente equivalente a la felicidad,
puede sostenerse que la felicidad no
es necesariamente acompañada de la
alegría. Pero es injusto acusar a Kant
sobre una cuestión en la que, sobre
no expresarse del todo con la apetecible claridad, no trató tampoco con
el suficiente detalle. En un sentido
existencial de 'alegría' cuando menos,
podría argüirse que Kant hubiese accedido a una fuerte posibilidad de
que la obediencia a la ley por un sujeto moral comporta una "plenitud"
que se parece mucho a la alegría en
alguno de los sentidos antes introducidos.
Además de las obras citadas en el
texto: Wladislaw Tatarkiewicz, O
szczessiu, 1947 (De la alegría). —
Cazaneuve, Psychologie de la joie,
1952. — Godo Lieberg, Die Lehre
von der Lust in den Ethiken des Aristóteles, 1959 [Zetemata, 19].
ALEJANDRÍA (ESCUELA DE).
En cuatro sentidos se entiende la expresión 'Escuela de Alejandría': (1)
Como el conjunto de las escuelas filosóficas y eruditas que surgieron y
se desarrollaron principalmente en la
ciudad de Alejandría y que influyeron sobre las escuelas de otras ciudades; (2) Como el conjunto de la
tendencia filosófica del neoplatonismo desde Ammonio Saccas hasta los
últimos filósofos de la Escuela de
Atenas; (3) Como una rama del neoplatonismo, formado por Hipatía,
Sinesio de Cirene, Hieracles de Alejandría, Hermeia de Alejandría, Ammonio hijo de Hermeias o Ammonio Hermeiu, Juan Filopón, Asclepio el joven, Olimpiodoro, Alejandro
de Licópolis, Esteban de Alejandría,
Asclepiodoto de Alejandría, Nemesio,
Juan Lidos; (4) Como el conjunto
de ideas filosóficas desarrolladas en
Alejandría durante los tres primeros
siglos de nuestra era por pensadores
judíos o cristianos, entre los cuales
destacan Filón, San Clemente y Orígenes; a veces se reduce la escuela
a los pensadores cristianos y al siglo III.
La opinión (1) estuvo en vigor
durante muchos años hasta comienzos del siglo XIX. Según ella, los alejandrinos comprenden tanto los griegos como los judíos y los cristianos,
con sus distintas opiniones religiosas
y sus frecuentemente comunes puntos de vista filosóficos. A estas actividades filosóficas se agregarían entonces multitud de trabajos científicos
desarrollados en escuelas alejandrinas
de gramática, crítica, medicina, astronomía, geometría, geografía. Desde
este punto de vista autores tan
diversos como Aristarco, Hiparco, Ptolomeo, Diofanto, Eratóstenes, Estrabón, Ammonio Saccas, Filón y San
Clemente de Alejandría pertenecerían
a la Escuela o, mejor dicho, a las
escuelas de Alejandría.
La opinión (2) fue defendida por
varios historiadores durante el siglo XIX (J. Simón, E. Vacherot, J.
Matter). Según estos autores, la Escuela de Alejandría representa un
movimiento filosófico que en varios
puntos se aproxima al cristianismo
(tendencia teológica, afirmación de
una Trinidad, etc.) y en otros diverge
de él (idea de la emanación contra
la de creación), que en ocasiones se
hace racionalista y en otras teúrgica,
pero que en todos los casos conserva
un espíritu a la vez ecléctico y sistemático.
La opinión (3) es la común hoy
en muchas historias de la filosofía.
De este modo se puede distinguir
entre la Escuela de Alejandría y las
otras ramas del neoplatonismo ( VÉASE ). La Escuela de Alejandría en
este sentido se caracteriza por los
contactos cada vez más frecuentes
con ,el cristianismo (no sin algunas
violentas luchas, testimoniadas por
la muerte de Hipatía a manos de la
muchedumbre), y por la tendencia
a la erudición y al sincretismo filosófico-religioso. También se caracteriza por las estrechas relaciones que
mantuvo con la Escuela de Atenas
(VÉASE) —razón por la cual los que
mantienen la opinión (2) suelen presentarlas juntas— y por el hecho de
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que de Alejandría surgieron muchas
tesis influyentes sobre otras ramas del
neoplatonismo.
La opinión (4) es la adoptada por
la mayor parte de los historiadores
de la filosofía medieval cuando incluyen en ésta sus precedentes patrísticos y cristiano-helénicos.
Aquí consideraremos como las más
plausibles las opiniones (3) y (4).
Habiendo tratado, sin embargo, de
los autores principales señalados en
(4) en los artículos a ellos dedicados,
procederemos a referirnos a varios
autores que corresponden a (3) y a
los que no hemos dedicado artículos.
La bibliografía se referirá a estos
autores.
Se sabe de Hipatía (por Suidas
y otros autores) que se ocupó de explicar las doctrinas de varios filósofos griegos, especialmente de Platón y Aristóteles, y que pereció lapidada por la muchedumbre en Alejandría, sin que pueda asegurarse
que el Obispo Cirilo fuera responsable de excitar a la multitud en tal
sentido. Sinesio de Cirene (ca. 370415), obispo de Ptolemais, mezcló
el neoplatonismo con el cristianismo
y desarrolló especulaciones filosóficoteológicas que giraron en torno a la
Unidad y a la Trinidad, así como consideraciones políticas en torno al ideal
del rey-filósofo. Hermeia de Alejandría comentó el Fedro utilizando las
ideas dialécticas de Jámblico. Ammonio Hermeiu, así llamado por ser
hijo de Hermeias, escribió sobre la
noción del destino. Asclepio el joven
comentó la Metafísica; Elias, el Isagoge de Porfirio y las Categorías;
David, el Isagoge. Esteban de Alejandría comentó el De interpretatione
y efectuó investigaciones sobre astronomía y cronología. Alejandro de
Licópoli se opuso al maniqueísmo
en defensa de las doctrinas neoplatónicas. Juan Lido siguió las huellas
de Nemesio, y combinó las concepciones cristianas con las neoplatónicas o, mejor dicho, platónico-eclécticas.
Véanse las bibliografías de NEOPLATONISMO y de los filósofos de la
Escuela a quienes se han dedicado
artículos. Obras de Sinesio en Migne, P. L., LXVI. — Hermeias de Alejandría: Hermiae Alexandrini in Platonis Phaedmm scholia, ed. P. Couvreur, 1901. — Ammonio Hermeiu:
De jato, ed. J. C. Orellius en su edición de los escritos de Alejandro de
Afrodisia y otros filósofos sobre el
concepto de destino (Zurich, 1824).
— Asclepio el joven: Asclepii in Aristotelis Metaphysicorum libros A-Z
commentaria, ed. M. Hayduck, en los
Commentaria in Aristotelem Graeca,
VI 2, citados en ARISTOTELISMO. —
Elias: Eliae in Porphyrii Isagogen
et Aristotelis Categoriae Commentaria, ed. A. Busee ( en los citados Commentaria, XVIII 1). — David: Davidis Prolegomena et in Porphyrii Isagogen Commentarium, ed. A. Busse
(citados Commentaria, XVIII 2). —
Esteban: Stephani in librum Aristotelis de interpretatione commentarium,
ed. M. Hayduck (citados Commentaria, XVIII 3). — Juan Lido: Liber
de ostentis (Peri\ diosmeiw=n), ed. C.
Wachsmuth, 1897; Liber de mensibus (Peri\ mhnw=n) ed. R. Wuensch,
1898; De magistratibus populi Romani
( Peri\ arxw=n th=j )rwmai/wn politei/aj
ed. R. Wensch, 1903.
ALEJANDRINISMO. Se da a veces
este nombre al movimiento intelectual
que tuvo lugar en varios países de
lengua griega después de la muerte
de Alejandro Magno (323 antes de
J. C.) y que se centró en Egipto y en
la ciudad de Alejandría. La llamada
"cultura alejandrina" se caracteriza
por la importancia dada a las ciencias
y a la erudición — esta última basada
en gran parte en las investigaciones
realizadas en la famosa Biblioteca del
Museo de Alejandría. Desde el punto
de vista filosófico, el alejandrinismo es
una cultura de epígonos; en vez de
grandes creaciones filosóficas hay
"sectas" y "escuelas" — epicureismo,
estoicismo, eclecticismo y luego neoplatonismo o pre-neoplatonismo. Desde el punto de vista científico, en
cambio, la contribución de los "alejandrinos" fue importante; basta citar
los nombres de Euclides, Arquímedes,
Apolonio y Galeno.
De un modo más restringido se
llama también a veces "alejandrinismo" al conjunto de trabajos y especulaciones filosóficas de la "Escuela de
Alejandría" (véase ALEJANDRÍA [ESCUELA DE ]. En este sentido, el alejandrinismo coincide con una de las
ramas o manifestaciones del neoplatonismo (v. ). El término 'alejandrino'
es usado todavía como sinónimo de
'neoplatónico'. Debe tenerse en cuenta
que en este neoplatonismo suelen
incluirse buen número de exégesis y
especulaciones teológico-fílosóficas judías y cristianas en cuanto se hallaban
relacionadas con la tradición intelec-
tual griega y en particular con la
platónica.
Como en todos los casos hubo entre
los "alejandrinos" una tendencia innegable a los comentarios, exégesis, aclaraciones y trabajos de erudición, clasificación y ordenación, y como ello es
considerado inferior y subordinado a
las grandes creaciones culturales y espirituales, se ha equiparado a veces el
alejandrinismo con el espíritu de detalle, ligado al espíritu sectario. Sin embargo, no debe confundirse el alejandrinismo, en ninguno de los sentidos
indicados, con el llamado "bizantinismo". Aunque la filosofía bizantina
(v.) no es tan desdeñable como algunos suponen, es cierto que durante
algunos de sus períodos se caracterizó
por el predominio de los comentarios
de comentarios y por las disputas interminables sobre problemas secundarios o cuestiones de detalle, por lo
cual el nombre 'bizantinismo' ha adquirido un sentido peyorativo. Pero el
alejandrinismo no es —o no es siempre necesariamente— un "bizantinismo".
Hemos distinguido entre alejandrinismo y alejandrismo ( v. ) como la
corriente filosófica que se basa en la
interpretación aristotélica dada por
Alejandro de Afrodisia (v.).
ALEJANDRISMO. Por haber usado el nombre 'alejandrinismo' (v.)
para referirnos al movimiento cultural
de los "alejandrinos", reservamos 'alejandrismo' para referirnos a la interpretación que dio de Aristóteles
Alejandro de Afrodisia ( v. ), y en particular al movimiento filosófico suscitado durante el siglo XVI por dicha
interpretación. En este sentido el alejandrismo es una de las variantes del
aristotelismo (v.).
El aspecto más importante del alejandrismo en el asunto que nos ocupa
es el que se halla en la interpretación
del intelecto ( VÉASE ). En su De anima Alejandro de Afrondisia dio una
interpretación trascendentista del intelecto activo (también llamado "entendimiento agente") — interpretación,
por lo demás, que el autor cohonestaba con una visión más bien "naturalista" del pensamiento de Aristóteles. Según Alejandro, sólo el intelecto activo es separado; el intelecto
pasivo, en cambio, es un intelecto
material que llega a convertirse en
intelecto
adquirido
(e)pikthtoj,
adep-tus) por la acción del intelecto
activo.
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De este modo las almas humanas individuales no poseen su propia forma
separada, sino que participan del intelecto activo.
. El interés por el "alejandrismo" en
los comienzos de la época moderna
se despertó con ocasión de la traducción al latín por Girolamo Donato
[Hieronimus Donatus] (nac. en Venecia: ca. 1457-1511) del Libro I del
De anima, de Alejandro de Afrodisia.
Donato se opuso a los intérpretes de
Aristóteles que, a su entender, se interesaban sólo por "aprovechar" las
enseñanzas del Estagirita con vistas a
sus propias convicciones teológicas y
filosóficas, y proclamó que había que
restablecer tales enseñanzas en su pureza (in Interpretatione Alexandri
Afrodisei praefatio, 1495), para lo
cual era adecuada justamente la interpretación de Alejandro. Esta interpretación "purificaba" a Aristóteles de
las doctrinas espurias introducidas por
escolásticos y averroístas paduanos. A
tal efecto podían usarse asimismo, según Donato, las interpretaciones de
Temistio y Simplicio. El amigo de
Donato, Ermolao Barbaro [Hermolaus
Barbarus] (nac. en Venecia: 14531493; véanse sus Epistulae, orationes
et carmina, 1943, ed. V. Branca),
grandemente influido por el bizantino
Teodoro Gaza (nac. en Salónica: ca.
1400-ca. 1475), traductor de Aristóteles, de Teofrasto y de Alejandro de
Afrodisia y adversario de Gemisto
Plethon (v.), siguió en la misma dirección que Donato, e insistió en el
valor de las interpretaciones aristotélicas de Alejandro, Temistio y Simplicio. Aunque tanto Donato como
Ermolao Barbaro se proponían, ante
todo, "purificar" el pensamiento de
Aristóteles desde el punto de vista
"filológico", sus trabajos, comentarios
y polémicas tenían un alcance filosófico por cuanto conducían a una de
las grandes interpretaciones del Estagirita.
El alejandrismo se centró en Bolonia, razón por la cual se ha hablado
de una "Escuela de Bolonia", en oposición al averroísmo, que se centró en
Padua, formando la llamada "Escuela
de Padua". Durante los dos primeros
decenios del siglo XVI arreció la polémica entre alejandristas y averroístas,
especialmente en lo que toca a la
cuestión de la naturaleza del alma
humana y de las pruebas de su inmortalidad o mortalidad. Desde el punto
de vista filosófico es importante sobre
todo la discusión entre el averroísta
Nifo (v.), el Cardenal Cayetano (v.)
[Tomás de Vío] y el más ilustre de
los alejandristas, Pierro Pomponazzi
(v.). Este último no negaba la inmortalidad del alma humana individual,
pero consideraba que era cuestión de
fe y no de prueba racional — una posición que, no obstante su previa defensa del tomismo, había adoptado en
parte el Cardenal Cayetano, razón por
la cual se supone que éste influyó
sobre Pomponazzi. Parecía entonces
que había dos posiciones claramente
definidas: la averroísta y la alejandrista (la última incluyendo, por tanto,
la interpretación tomista del Cardenal
Cayetano). Sin embargo, Francisco
Silvestre de Ferrara (v.) se opuso a
la interpretación del Cardenal Cayetano en nombre del tomismo. Lo mismo
hizo el discípulo de Pomponazzi, el
Cardenal Gaspar Contarini (nac. Venecia: 1483-1542). Por su lado, Nifo
siguió oponiéndose al alejandrismo de
Pomponazzi en defensa de un averroísmo que se iba acercando al tomismo. Pomponazzi respondió a estas
críticas con su Apología (1518) y su
Defensorium (1519), acentuando la
posición alejandrista y la interpretación llamada "naturalista" de Aristóteles. A los alejandristas se allegaron
Zabarella (v.) y Cremonini (ν.). Α
los averroístas se allegaron, entre
otros, Bernardo della Mirandola (15021565: Institutio in universam logicam..., 1545; Eversiones singularis
certaminis libri XI, 1562), Ludovico
Boccadiferro (nac. en Bolonia: 14821545: comentarios a la Fisica, a los
Meteoros, a los Parva Naturalia y al
De anima aristotélicos) y Francesco
Piccolomini (nac. Siena: 1520-1604:
Universa philosophia de moribus quinque partibus, 1583; De rerum definitionibus liber unus, 1599; Discursus
ad universam logicam attinens...,
1600. — Opera philosophica, 4 vols.,
1600).
Muchas de las obras sobre la filosofía en el Renacimiento ( VÉASE )
tratan del alejandrismo. Véase especialmente G. Saitta, Il pensiero italiano nell'Umanesimo e nel Rinascimento, Vol. III, 1951.
ALEJANDRO DE AFRODISIA
(Caria, Asia Menor) fue discípulo de
Herminio y de Aristocles de Mesina
(el primero autor de varios comentarios a las obras lógicas, y posible-
mente a la física, del Estagirita, en
los cuales revelaba también tendencias platónicas; el segundo, autor de
una obra sobre la historia de la filosofía, en donde expresaba asimismo,
junto a opiniones aristotélicas, otras
platónicas y aun estoicas). Alejandro
ocupó de 198 a 211, en la época de
Septimio Severo, la cátedra peripatética en Atenas — una de las cuatro grandes cátedras, junto a la platónica, la estoica y la epicúrea. Los
comentarios de Alejandro de Afrodisia a Aristóteles han sido tan influyentes hasta la época del Renacimiento, que han dado origen a toda una
dirección —la llamada dirección alejandrina— dentro del aristotelismo.
De los comentarios que nos han sido
transmitidos atribuidos a Alejandro
son auténticos los que poseemos sobre el libro A de los Primeros Analíticos, sobre los Tópicos, sobre la
Meteorología, sobre el tratado Acerca de la sensación, y sobre los libros A a Λ de la Metafísica. Alejandro escribió también comentarios
—hoy perdidos— sobre otros textos
del Estagirita, tales como sobre gran
parte de las demás obras lógicas, la
física y la psicología. En los comentarios conservados antes citados y en
varios otros libros (Sobre el alma,
Peri\ yuxh=j ; Sobre el destino, Peri\
ei)marme/nhj), Alejandro pretendió ordenar y sistematizar la doctrina de
Aristóteles, defendiéndola, además,
contra otras tendencias, en particular
contra el estoicismo. Entre las doctrinas características de Alejandro figuran: (1) su defensa de la libertad
de la voluntad contra el determinismo
absoluto; (2) su tesis acerca de la
existencia de los conceptos generales sólo en el entendimiento (lo cual
lo aproximó al conceptualismo y, según algunos autores, hasta al nominalismo); (3) sus tendencias naturalistas; (4) su división del nou=j en tres:
el físico o material, fu/siko/j ο u(liko/j, el
"habitual", )e)p ikthtoj , y el formador
o activo, poihtiko/j, que hace pasar el
primero al segundo. La famosa doctrina de la unidad del entendimiento,
tan influyente en varias direcciones
del pensamiento medieval (especialmente en la averroísta) se halla ya
—bien que en un sentido distinto del
de Averroes, quien consideraba tal
unidad como el aspecto que ofrece
el entendimiento a la razón— en
Alejandro de Afrodisia, para quien el
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alma individual se halla enteramente
en el estado pasivo.
Varias obras de Alejandro fueron
ya editadas desde el siglo xv (Venetiis, 1495-98, en edición de obras
de Aristóteles; ibíd., 1534, en edición de obras de Temistio). — De
fato, ed. Orellius, 1824. — Quaestiones nat. et mor. ed. L. Spengel, 1842.
— La edición de Alejandro hoy más
importante es la que figura en la
serie de los Commentaria in Aristotelem Graeca (véase bibliografía de
ARISTOTELISMO). Cfr. también P. Wilpert, "Reste verlorener AristotelesSchriften bei A. von A", Hermès,
LXXXV (1940), 369-396. — Véase
G. Volait, Die Stellung des Alexmder von Aphrodisias sur aristotelischen Schlusslehre, 1907 [Abh. zur
Phil. und ihrer Ges., XXVII]. — P.
Moraus, A. d'Afrodisie, exégète de
la poétique d'Aristote, 1942. — Entre
los numerosos trabajos —casi todos
ellos artículos— sobre Alejandro de
Afrodisia destacamos los de J.
Freudenthal (1885), Th. H. Martin
(1879), O. Apelt (1886, 1894, 1906),
I. Bruns (1889, 1890), C. Ruelle
(1892), H. von Arnim (1900), Κ.
Radermacher (1900), A. Brinkmann
(1902), E. Thouverez (1902), H.
Diels (1905), K. Praechter (1906,
1907), W. Capelle (1911). — Artículo por A. Gercke sobre Alejandro (Alexander, 94, von Aphrodisias) en Pauly-Wissowa. Sobre la influencia de Alejandro de Afrodisia:
G. Théry, O. P., Autour du Décret de
1210 (IL A. d'Aphrodise, aperçu
sur l'influence de sa noétique] ,
1926.
ALEJANDRO DE HALES (ca. 1185
-1245), llamado el doctor irrefragabilis, nació en Hales Owen (Shropshire) y enseñó durante largo tiempo
(desde 1221 hasta 1229 y desde 1231
probablemente hasta su muerte) en
la Universidad de París, donde tuvo
como discípulo a San Buenaventura.
En 1236 ingresó en la Orden de los
Franciscanos. En sus comentarios a
las Sentencias de Pedro Lombardo
incorporó Alejandro de Hales gran
cantidad de autores: San Agustín, el
Pseudo-Dionisio, Boecio, San Juan
Damasceno, San Anselmo, San Bernardo, Alano de Lille, Gilberto de
la Porree, Ricardo de San Victor y
otros. Ahora bien, sus fuentes no se
limitaron al agustinismo y al platonismo o al neoplatonismo; nuestro autor fue uno de los primeros que tuvo
a su disposición casi todos los escritos de Aristóteles. Puede decirse,
pues, que Alejandro de Hales fue uno
de los grandes compiladores y sistematizadores de la Edad Media y que
su forma de tratar los problemas teológicos constituyó un claro precedente
de la quaestio escolástica y un
esquema de las posteriores Sumas,
con el planteamiento del problema,
indicación de objeciones, respuestas
a las objeciones, solución y justificación de ésta. No se trata de una
conciliación de doctrinas aristotélicas
con platónico-agustinianas, sino de
un deseo de utilizar todas las direcciones filosóficas posibles admitidas
por la ortodoxia para la constitución
de una amplia y sólida teología. Entre
las doctrinas más destacadas aceptadas
por Alejandro de Hales que tienen
alcance a la vez teológico y filosófico
figuran la teoría de la composición
hilemórfica de todas las criaturas, la
teoría creacionista del alma y la
posición fundamentalmente realista
en la cuestión de los universales. Se
atribuye a Alejandro de Hales la
extensa Summa theologiae llamada
también Summa fratris Ale-xandri,
pero aunque esta obra contiene
doctrinas del autor, procedentes
probablemente de las enseñanzas de
sus últimos años, se trata de una
compilación que fue quizás iniciada
por el discípulo de Alejandro, Juan
de la Rochela, y continuada por
otros autores franciscanos.
La Summa [Summa universae theologiae) fue publicada por vez primera
en el siglo xv (Venetiis, 1475). Ed.
crítica por los Padres del Colegio de
San Buenaventura (Ad Claras Aquas,
Quaracchi) en la Bibliotheca Franciscana Scholasticae Medii Aevi: Alexandri de Hales, O. F. M., Summa theologica, 4 vols.: I, I, 1924; II, 1928;
III, 1930; IV, 1948. — Edición crítica de los comentarios a Pedro Lombardo en la citada Bibliotheca: Glossa
in quatuor Libros Sententiarum Petri
Lombardi: I (In librum primum),
1951; II (In librum secundum), 1952;
III (In librum tertium), 1954; IV (In
librum quartum), 1957. — Ed. en la
misma Bibliotheca: Quaestiones disputatae "antequam esset frater', 3 vols.:
I: Quaestiones, 1-33; II° Íd., 34-59;
III: Íd., 60-68, 3 vols., 1960 [Bibliotheca franciscana scholastica Medii
aevi, 19-21], — Bibliografía y problemas bibliográficos: I. Herscher, "A Bibliography of A. of Hales", Franciscan
Studies, V (1945), 435-54. — V.
Kempf, "Problemas bibliográficos en
torno das obras de A. de Hales", Revista Ecclesiastica Brasileira, VI
(1946), 93-105.
69
ALE
Véase F. Picavet, Abélard et Ά
de Hales, créateurs de la méthode
scolastique, 1896. — K. Heim, Das
Wesen der Gnade und ihr Verhältnis
zu den natürlichen Funktionen des
Menschen bei A. Haies, 1907. — J,
Fuchs, Die Proprietäten des Seins bei
A. von Hales, 1930 (Dis.). — Ph.
Boehner, O. F. M., "The System of
Metaphysics of A. of Hales", Franciscan Studies, V (1945), 366-414.
— E. Bettoni, Il problema della conoscibilità di Dio nella scuola francescana. 1950 (sobre A. de Haies, S,
Buenaventura, Duns Escoto).
ALEMBERT (JEAN LE ROND D')
(1717-1783) nac. en París. Estudió
leyes, medicina, matemáticas y física
y se consagró especialmente a estas
dos últimas, a las que contribuyó con
diversas publicaciones a partir de su
"Mémoire sur le calcul intégral" de
1739. Su más conocido trabajo científico es el Traité de dynamique, de
1743. A él siguieron, entre otros trabajos, el Traité de l'équilibre et du
mouvement des fluides (1744), el
Essai d'une nouvelle théorie sur la résistance des fluides ( 1752 ) y las Recherches sur différents points importants du système du monde ( 1754-6).
Junto a estos trabajos científicos publicó buen número de ensayos críticos, históricos y filosóficos, agrupados
en los Mélanges de littérature, d'histoire et de philosophie (1752), un
Essai sur les éléments de la philosophie (1759) y el "Discours préliminaire de l'Encyclopédie" (1751), su
más conocida obra. Escribió, además,
para la Enciclopedia ( VÉASE ) diversos artículos, y dirigió con Diderot la
publicación de dicha vasta obra.
D'Alembert reflejó en sus ideas filosóficas muchas de las corrientes a la
vez racionalistas y empiristas de la
Ilustración ( VÉASE ). El racionalismo
de d'Alembert se manifiesta en la lucha contra lo que consideraba el oscurantismo de toda creencia en mitos
y, en general, en una realidad trascendente. Su empirismo se revela en
su oposición a principios metafísicos
incomprobados e incomprobables por
medio de la experiencia. Considerando a Locke como modelo de filósofo
y a Newton como modelo de científico, d'Alembert fundamentó y divulgó
la idea de la unidad del saber a base
de la formación de una serie de principios procedentes de la observación y
que a la vez sirviesen de guías para
ulteriores observaciones. La relación
ALE
ALE
ALE
entre principios y hechos era para
d'Alembert equivalente a la relación
entre leyes y fenómenos. En esta relación subrayaba constantemente el
elemento empírico, más allá del cual
no puede ir la razón. La filosofía es
la unificadora de los saberes, pero no
al modo de la metafísica tradicional,
sino como sistema racional y demostrable de todas las relaciones entre
principios y fenómenos. En último
término, son éstos el fundamento de
todo conocimiento. Y ello también en
la propia matemática, la cual interpretó empíricamente como ciencia de las
propiedades generales de todas las cosas, hecha abstracción de sus cualidades sensibles.
La unidad del saber se manifiesta,
según d'Alembert, no sólo en la organización actual de las ciencias, sino
también en el progreso científico a
través de la historia. En su "Discurso
preliminar", d'Alembert indicó que las
"ciencias" pueden clasificarse según
las facultades: la memoria (Historia:
sagrada, civil y natural ) ; razón (filosofía y ciencia: de Dios, del hombre y
de la Naturaleza); imaginación (poesía: narrativa, dramática y parabólica). Como se ve, las "ciencias" son todas las actividades culturales humanas, las cuales evolucionan y progresan
históricamente, de tal suerte que la
historia de la cultura humana puede
ser comparada con la historia del proceso de la mente humana en su esfuerzo por conocer los fenómenos, organizarlos y explicarlos. El estudio de
la historia no es, pues, una mera curiosidad: es el único modo que tiene
el hombre de conocerse a sí mismo y
de poder orientarse en el futuro no
sólo en su saber, sino en su acción sobre la Naturaleza y la sociedad.
Nueva edición de los citados Mélanges, 5 vols., 1770, y de los Essai,
1963. — Ediciones de obras: Oeuvres
philosophiques, historiques et littéraires, 18 vols., 1805, éd. Bastien; Oeuvres, 5 vols., 1821, ed. Didot; Oeuvres
et correspondance inédites, 1887, ed.
C. Henry. — Hay varias trad. del
"Discours"; entre las últimas, citamos:
Discurso preliminar a la Enciclopedia,
a dos siglos de su publicación, 1954,
por A. A. Barbagelata. — Véase J.
Bertrand, D'A., 1889. — Maurice Muller, Essai sur la philosophie de J. d'A.
— John N. Pappas, Voltaire and d'A.,
1962. — Ronald Grimsley, Jean d'A
(1717-83), 1963. — Véase también
bibliografía de los artículos ENCICLOPEDIA e ILUSTRACIÓN.
ALETIOLOGÍA. Tomando como
base el término griego a)lh/qeia, que
usualmente se traduce por 'verdad',
J. H. Lambert forjó el vocablo 'aletiología' y llamó Aletiología o doctrina de la verdad (Alethiologie oder
Lehre von der Wahrheit) a la segunda parte de su Neues Organon (1764).
La aletiología de Lambert examina
los conceptos simples o conceptos
pensables por sí mismos; los principios de los conceptos (los cuales son
diez: la conciencia, la existencia, la
unidad, la duración, la sucesión, el
querer, la solidez, la extensión, el
movimiento y la fuerza); los conceptos compuestos (formados a base de
conceptos simples); y la diferencia
entre lo verdadero y lo falso (que
trata de todos los conceptos, proposiciones y relaciones en tanto que
sometidos a leyes, incluyendo las leyes lógicas de contradicción). Esta
última sección de la aletiología es
la más fundamental, puesto que trata
de las combinaciones de conceptos y
examina cuáles son permisibles y
cuáles no, esto es, cuáles son los
conceptos y las combinaciones de
conceptos posibles. Lambert desarrolló algo más esta concepción de la
aletiología en la primera parte de su
Anlage zur Architechtonik ( 1771)
(véase ARQUITECTÓNICA).
El término 'aletiología' ha sido
usado también por H. Gomperz para
designar una de las dos partes de la
noología (véase NOOLÓGICO): la que
se ocupa de los valores de verdad, a
diferencia de la semasiología, que se
ocupa de los contenidos del pensamiento.
ALEXANDER (SAMUEL) (18591938) nac. en Sidney (Australia),
profesor desde 1893 a 1923 en Manchester, comenzó sus investigaciones
filosóficas con el desarrollo de una
doctrina ética de tendencia evolucionista. Aunque este evolucionismo tenía al principio una fuerte tendencia
voluntarista, es patente que los juicios de valor moral no podían fundarse, según Alexander, en apreciaciones meramente subjetivo-individuales. En efecto, Alexander establecía como condición para tales juicios que fuesen no solamente composibles con otros juicios formulados
por la misma persona, sino también
composibles con juicios de alcance
social. El evolucionismo ético de Alexander era, pues, de carácter históri-
co-social: los juicios éticos no son
jamás rígidos y eternos; por el contrario, cambian de continuo. Mas este
cambio está sometido a su vez a
ciertos modelos: los modelos de la
evolución.
Ahora bien, el pensamiento más
importante e influyente de Alexander
es el que se expresa en la amplia y
detallada concepción metafísica de
su obra de 1920 sobre el espacio, el
tiempo y la divinidad. Alexander manifiesta que su obra constituye una
parte "del amplio movimiento hacia
alguna forma de realismo en filosofía que comenzó en Inglaterra con
Moore y Russell, y en América con
los autores de Él nuevo realismo"
(véase ΝΕΟ-REALISMO). Se trata, así,
de una crítica del idealismo de Bradley y Bosanquet y de una decidida
adhesión a un "método empírico"
fundado en la "experiencia". A diferencia de Moore y Russell, sin embargo, Alexander no reduce el pensamiento filosófico a un análisis, y menos todavía a una aclaración del lenguaje. Por el contrario, subraya desde
el comienzo de su obra la necesidad
de edificar un sistema filosófico
completo que es, literalmente hablando, una metafísica evolucionista
y emergentista (véase EMERGENTE ,
EVOLU CIÓN ), y que, al modo de
Bergson —de quien Alexander recibió más de una incitación importante—, contiene la teoría del conocimiento como uno de sus elementos.
Pues la teoría del conocimiento no
es un prolegómeno a la metafísica,
sino que se constituye "sobre la marcha" de esta última. Realismo (realismo del sentido común), función primaria de la experiencia, uso del método empírico, tendencia a lo sistemático y, finalmente, empleo de una
cierta dialéctica pueden ser considerados como los principales elementos
con los cuales construye Alexander
su doctrina.
Esta última se basa en la idea de
que la substancia primordial del Universo es el Espacio-Tiempo y de que
todas las demás entidades surgen de
esta substancia primordial o, mejor
dicho, emergen de ella, adquiriendo
en el curso de tal emergencia nuevas cualidades. El Espacio-Tiempo
forma una unidad indisoluble ( si bien
se advierte un cierto predominio,
cuando menos metafísico, del Tiempo
sobre el Espacio). En efecto, si
70
ALE
ALE
ALF
el Tiempo fuera puramente temporal no sería continuo; el Tiempo es,
así, un continuum de momentos que
necesita para constituirse otro elemento: el Espacio, el cual soluciona
la contradicción entre la mera sucesión y la continuidad. Por lo tanto,
el Tiempo implica el Espacio. A la
vez, si el Espacio fuera puramente
coexistente y continuo, la espacialidad equivaldría al puro vacío. El Espacio es ciertamente continuo, pero
posee al mismo tiempo distinción entre sus partes. Como esta distinción
no la proporciona el propio Espacio,
requiere otro elemento: el Tiempo,
el cual hace posible que los diferentes puntos del Espacio se hallen
ligados entre sí. Por lo tanto, el Espacio implica el Tiempo. Este Espacio-Tiempo tiene una primera cualidad: el movimiento, que es anterior a
las cosas materiales. Del movimiento
surgen las cosas materiales con propiedades físicas; de éstas las cosas
materiales con propiedades químicas;
de éstas las cosas materiales con propiedades fisiológicas. Este impulso o
nisus que lleva a la producción de
entidades cada vez más complejas
desemboca en el mundo espiritual,
el mundo de los valores, cuya cima
es Dios o, mejor dicho, la divinidad.
Se trata de una divinidad que se
hace continuamente y que no tiene
caracteres fijos, pues la divinidad es
siempre el "próximo nivel" en la evolución, el momento siempre "superior" de una continua marcha de la
realidad hacia formas cualitativamente
más ricas.
Alexander distingue entre cualidades, las cuales cambian de acuerdo
con las cosas, y categorías, las cuales
son los elementos omnipresentes y
omnipenetrantes en la realidad. En
algunos casos, empero —como ocurre con el movimiento—, parece difícil distinguir entre cualidades y categorías. En efecto, el movimiento es
una cualidad que surge del EspacioTiempo. Es también una categoría
unida a las demás admitidas por Alexander: sustancia, cantidad, número,
existencia, universalidad, relación y
orden. Este conflicto puede explicarse en parte por el hecho de que,
según dicho autor, la doctrina de las
categorías es una doctrina metafísica
y no solamente epistemológica. En
lo que toca a este último respecto,
la doctrina de Alexander es todavía
más simple que las teorías análogas
sostenidas por los neo-realistas. En
efecto, como la mente o el espíritu
es, como todo, una realidad que surge
en el proceso emergente, la relación
entre la mente y la realidad no puede
ser concebida como un contraste, ni
siquiera como un reflejo, sino como
un puro estar una al lado de otra.
Alexander expresa esta concepción
por medio de su concepto de la togertheness, la cual es una relación
puramente empírica y no una construcción metafísica.
Un aspecto de la doctrina de Alexander se adapta con cierta dificultad a sus esquemas: es el problema de
vincular entre sí la serie de niveles
de la realidad. Esta dificultad es
afrontada por Alexander mediante
una ampliación del concepto de valor a todos los niveles; así, los valores son relaciones universales tan
omnipresentes como las categorías.
Por este motivo Alexander distingue entre diversos tipos de valores:
valores atómicos, valores físico-químicos, valores humanos y valores de
la divinidad (que son, en último término, la manifestación del impulso
del universo hacia lo divino). Lo que
otros filósofos llaman valores —los valores "humanos"— es, pues, sólo una
clase de valores: los valores en tanto
que "cualidades terciarias". Esto
permite a Alexander —cuya teoría de
los valores fue influida por las investigaciones de Meinong y Ehrenfels— escapar a la concepción subjetívista de los valores y hacer de ellos
propiedades a la vez objetivas y
mentales. Son objetivas, porque son
propiedades de las realidades; son
mentales (y en el caso de las cualidades terciarias, mental-humanas),
porque "pertenecen al objeto en tanto que es poseído por la mente y no
fuera de la relación".
Obras: Moral Order and Progress;
An Analyste of Ethical Conceptions,
1889. — Locke, 1908. — Space, Time and Deity, 2 vols., 1920 ( Gifford
Lectures). La primera reimpresión
de esta obra (1927) contiene un
"Preface to New Impression" con algunas importantes aclaraciones sobre
el sistema. — Spinoza and Time,
1921. — Art and Instinct, 1927. —
Beauty and Other Forms of Value,
1933.— Philosophical and Literary
Pièces, 1939 (ed. J. Laird). — Véase
A. F. Liddell, Alexander's Space, Time and Deity, 1925. — Ph. Devaux,
Le système a Alexander. Exposé cri-
tique d'une théorie néo-réaliste du
changement, 1929. — G. van Hall,
The Theory of Knowledge of S. Alexander, 1936 (Dis.). — M. R. Konvitz, On the Nature of Value, The
Philosophy of S. Alexander, 1945. —
J. W. McCarthy, The Naturalism of S.
Alexander, 1948. — A. P. Stier-notte,
God and Space-Time: Deity in the
Philosophy of S. Alexander, 1954.
71
ALFABARI (Abu Nasr Muhammad bn Tarjan bn Uslag al-Farabi
(t 950), nac. en Bala (Turquestán),
fue maestro en Bagdad. Traductor y
comentarista de Aristóteles, así como
de obras neoplatónicas, intentó en
principio una conciliación del aristotelismo con el platonismo. Esta conciliación no debe ser entendida, empero,
en el sentido de un ecleticismo; la
combinación de los elementos aristotélicos, platónicos y, luego, neoplatónicos es, por un lado, la reunión de
todas las especulaciones que puedan
dar una fundamentación filosófica al
dogma y, por otra, la recapitulación
del pensamiento antiguo en una unidad que pretende eliminar todas
las accidentales divergencias. En este
sentido, Alfarabi es un precursor no
sólo de la posterior especulación árabe,
sino asimismo de muchos de los rasgos
que luego van a desarrollarse con
todo vigor en el pensamiento
cristiano de la Edad Media. Los problemas referentes a lo singular y a
lo universal, y a los modos peculiares
del conocimiento de ambos se hallan
asimismo implicados en los análisis
filosóficos de Alfarabi. Éste traslada,
además, a la noción de Dios los elementos especulativos del pensamiento
clásico. Dios es la causa de sí mismo,
la entidad cuya esencia implica su
existencia; es inteligencia pura y suprema unidad incausada. Este Dios
trascendente y eterno es análogo,
por lo demás, a la suprema unidad
de los neoplatónicos, hasta el punto
de que de él emana la Inteligencia,
y de ésta el Alma.
No obstante, un dato esencial,
comprensible desde el punto de vista
específicamente religioso, distingue la
especulación de Alfarabi de la neoplatónica. Mientras en ésta la suprema unidad se mantiene, por así decirlo, dentro del terreno puramente
filosófico y carece de toda predicación positiva, la unidad de Alfarabi,
que es equivalente al Dios supremo, es al mismo tiempo el conjunto
de todas las predicaciones positivas
ALF
ALG
ALG
elevadas a infinitud; en suma, es
Sabiduría, Bondad, Belleza e Inteligencia. De todos modos, la jerarquía
de seres que Alfarabi establece no se
diferencia esencialmente de la neoplatónica; la serie de las emanaciones
alcanza hasta las formas terrestres
o, mejor dicho, hasta el entendimiento paciente, convertido en activo por
su participación en el entendimiento
agente. El pensamiento de Alfarabi
se completaba con una doctrina social y religiosa que aspiraba a la
mayor perfección posible de la organización terrenal como grado preliminar de una superior y perfecta
Ciudad de Dios.
Entre las obras filosóficas más importantes de Alfarabi figuran las siguientes: Ihsa al-'Ulum (Catálogo de
las ciencias). Ed. crítica del texto árabe: al-Irfan, Saida, 1921; otra ed. crítica: El Cairo, 1931. De esta obra hay
dos traducciones latinas medievales
con el título De Scientiis; una de ellas
fue publicada junto con el tratado De
intellectu citado infra en Alpharabii
vetustissimi Aristotelis interpretis opera omnia quae latina lingua conscripta
reperiri potuerunt (París, 1638). Ed.
crítica de los dos textos latinos por
Clemens Baeumker en Alfarabi, über
den Ursprung der Wissenschaf-ten (de
ortu scientiamm), 1916 [Bei-träge zur
Geschichte der Philosophie des
Mittelalters, XIX, 3]. Ed. del texto
árabe, con las dos traducciones latinas
y una trad. española por Ángel
González Palencia, 1932. — Maqala
fi ma 'ani al-'aql (Disertación sobre
los significados del término "intelecto"). Eds. críticas del texto árabe: F.
Dieterici, en el tomo Al Farabis philosophische Abhandlungen, 1890
[trad. alemana por el mismo Dieterici,
1892]; M. Bouyges, París, 1932. Hay
trad. latina medieval por Domingo
Gundisalvo con el título De intellectu
et intellecto; ed. por É. Gilson en el
"Apéndice I" de su trabajo "Les
sources gréco-arabes de l'augustinisme
avicennisant", Archives d'histoire doctrinale et littéraire du moyen âge, IV
(1930), 115-26. Esta obra fue conocida asimismo por una traducción al
hebreo con el título: Sefer ha-sekel
u hamuskalot. — Kitab fi-1-yam 'bayn
rai al-haqimayn Aflatun al-Ilahi wa
Aristutalis (Libro de la concordancia
entre la filosofía de los dos sabios, el
divino Platón y Aristóteles). Ed. por
Dieterici, op. cit. supra [y trad. cit.
supra, 1892]. Ed. árabe, Kitab alMaymu', El Cairo 1325/1907. — Risala fi ma yanbagi an yuqaddam qabl
ta'allum al-falsafa (Compendio acerca
de lo que conviene saber antes de
aprender filosofía). Ed. y trad, por
Dieterici, op. cit. supra. Ed. árabe,
Kitab al-Maymu. — Risala fi yawabi
masa'il su'il 'anha (Respuestas a las
cuestiones que se le preguntaran). Ed.
y trad. Dieterici, op. cit. supra. Ed.
árabe, Kitab al-Maymu; otra ed. Haydarabad, 1344/1931. — 'Uyun al-Masa'il (Los problemas fundamentales).
Ed. y trad. Dieterici, op. cit. supra.
Ed. árabe, Kitdb al-Maymu. Ed. árabe, Tayrid Risalat al-Da 'awa-l-Qalbiyya, Hayderabad, 1349/1936. Hay
trad. latina por Domingo Gundisalvo
con el título Flos Alpharabi, Ed.
por Miguel Cruz Hernández, "El
'Fontes Quaestionum' ( 'Uyun-al-Masa'il) de Abu Nasr al-Farabi", Archives d'histoire doctrinale, etc., XVIII
(1951), 303-23. — Kitab al-tanbih 'ala
al-sa'ada (Libro de la advertencia
sobre la salvación). Ed. Hayderabad,
1346/1933. Hay trad. latina medieval
con el título Liber exercitatio-nes ad
viam felicitatis, ed. en Recherches de
théologie ancienne et Médiévale, XII
(1940), 33-48. — Risala fi araahl alMadinat al-fàdila (Compendio sobre
las opiniones de los miembros de la
ciudad ideal). Ed. Dieterici en Al
Farabis Abhandlung der Mus-terstadt,
1895 [trad. alemana por el mismo
Dieterici, 1900]. — Otros escritos de
Alfabari están incluidos en Dieterici, Al
Farabis philosophische Abhandlungen
[Cfr. supra] y en eds. separadas
(Hayderabad). Algunas versiones
latinas se hallan incluidas en el
Corpus Platonicum Medii Aevi (tomos
II y III). — Bibliografía en K. Djorr,
Bibliographie d'al-Farabi, 1946 (Dis.).
— Sobre Alfarabi: M. Steinsch-neider,
Al Farabi, des aranischen Phi-losophen
Leben und Schriften (Mémoires de
l'Académie impériale des Sciences,
Saint Petersbourg, Ser. 7, v. 13, 1869).
— F. Dieterici, Alfarabi, der
Musterstaat, 1900. — Íd., íd., Die
Staatsleitung, 1904 (ed. Bronnle de los
papeles postumos de Dieterici). —
Entre lo más reciente: R. Hamui,
O.F.M., Alfarabi's Philosophy and
Its Influence on Scholasticism, 1928.
— Ibrahim Makdour, La place d'Al
Farabi dans l'école philosophique musulmane, 1934. — R. Hammond, The
Philosophy of Alfarabi and Its Influence on Medieval Thought, 1947.
Bibliografía: Ν. Rescher, Al-Farabi:
An Annotated Bibliography, 1962.
ALGAZALI o ALGAZEL (Abu
Hamid Muhamad ibn Muhammad alGazali (1058-1111) nació en Gazai,
en la provincia de Tus, en el Jurasan (Persia), profesó en Bagdad, se
trasladó luego a Siria y falleció en
su ciudad natal. Adversario de los
"filósofos", por los que entendía los
que utilizaban las doctrinas de Aris-
tóteles —o de los neoplatónicos—
con el fin de racionalizar las creencias religiosas, Algazali no dejó, sin
embargo, de utilizar argumentos racionales contra los argumentos racionales. Sus tendencias religiosas
místicas, de carácter sufí, fueron, en
efecto, expresadas con frecuencia mediante los conceptos de la filosofía
griega. Ello se muestra especialmente
en sus obras Maqasid al falasifa o
Intenciones de los filósofos, Tahafut
al falasifa o Destrucción (Contradicción) de los filósofos y Ihyaa 'ulum
al-Din o Restauración de los saberes
religiosos. Según Algazali, todos los
principios últimos, tanto los que se
refieren al mundo sensible como al
mundo inteligible, no son susceptibles de demostración racional. Esto
es lo que ha sido llamado el escepticismo de Algazali, si bien hay que
tener presente que el vocablo 'escepticismo' tiene en dicho pensador una
función distinta de la que aparece
en los escépticos griegos. Con esta
restricción podemos decir que el escepticismo racional de Algazabi lo
lleva no sólo a una crítica de las nociones de la eternidad de la materia,
infinitud del mundo y del tiempo
como contrarias a la ortodoxia musulmana, sino también a una crítica
de la noción de causa y a una afirmación de la imposibilidad de hallar
una explicación racional de la relación causa-efecto que pueden considerarse como un precedente de argumentaciones análogas presentadas
en la época moderna por el ocasionalismo y por Hume. Las argumentaciones de Algazali son, pues, típicas de todo pensamiento que pretende salvar el contenido religioso
de una doctrina en peligro de desembocar en una visión puramente racional del dogma. Así, el Dios que defiende Algazali es sobre todo el Dios
del hombre religioso, opuesto en cierto
modo a un Dios que ejerce primariamente la función de primer motor de la Naturaleza. A la eternidad
de la materia Algazali opuso, en efecto, la creación del mundo a partir
de la nada; a la infinitud del mundo
y del tiempo, el comienzo temporal
de un ser creado; a la inteligibilidad
del nexo causal, la intervención constante de Dios como causa única. Es
cierto que algunos de los argumentos
de Algazali se parecen a los argumentos de los escépticos antiguos — in-
72
ALG
ALG
ALI
estabilidad de los sentidos, oposición
de los sistemas filosóficos entre sí,
etc. Pero ya hemos visto que este escepticismo no era en su pensamiento
más que uno de los principales pilares con el fin de volver a dar un
firme fundamento a la fe.
El Maqasid al-falasifa fue trad. al
latín por Domingo Gundisalvo y ed. en
Logica et philosophia Algazelis Arabi
(Venecia, 1506). Ed. por J. T.
Muckle, Algazel's Metaphysics: a
Medieval Translation, 1933. Ed. árabe:
El Cairo, 1331/1912. Trad. parcial
por M. Asín Palacios, La espiritualidad, etc. (Cfr. infra), IV,
págs. 184-92. — El Tahafut-al-falasifa fue trad. al latín por Calo Calonymus a base de una traducción hebrea
(Venecia, 1527, 1562) y del árabe al
latín por Augustinus Niphus [Agostino Nifo] (Padua, 1497). Ed. crítica
por M. Bouyges (Beirut, 1927). Trad.
esp. de las cuestiones VI, XVII y
XVIII en Asín, op. cit. infra, IV,
303072. — El Ihya 'ulum al-Din ha
sido ed. en El Cairo 1312/1894. Trad.
parcial en Asín, op. cit. infra. — Algazali escribió muchas otras obras;
citamos entre ellas las siguientes:Iqtisad fi-l-i 'tiqat (El justo medio en la
creencia). Ed. árabe: El Cairo, 1327/
1909. Trad. esp. por M. Asín Palacios, El justo medio en la creencia.
Compendio de teología dogmática,
1929 [con trad. de otros textos de
Algazali]. — Munqid min al-dalal
(Preservativo contra el error). Ed. árabe: El Cairo, 1309/1892. Trad. parcial por Asín, op. cit. infra, IV, 26472. — Mi 'yar al-'ilm fi-l-Mantiq
(Fiel contraste del conocimiento). Ed.
árabe: El Cairo, 1329/1911. Trad.
parcial por Asín, El justo medio, etc.
— Ayyuha-l-Walad (¡Oh, hijo!) Ed.
árabe y trad. alemana (Viena, 1838).
Trad. parcial Asín, op. cit. infra, IV,
25-47. Trad. esp. completa por E.
Lator, S. J. (Beirut, 1955). — Otras
obras de Algazali, mencionadas en
Miguel Cruz Hernández, Historia de
la filosofía española. Filosofía hispano-musulmana, tomo I (1957), págs.
155 y sigs.
Fundamental para el conocimiento
de la obra y pensamiento de Algazel
son el libro de Miguel Asín Palacios,
Algazel: Dogmática, Moral, Ascética,
1901, y especialmente la gran obra
del mismo autor: La espiritualidad de
Algazel y su sentido cristiano, 4 vols.
(1,1934; II, 1935; III, 1940; IV [Crestomatía], 1941). — Véase también A.
Schmolders, Essai sur les écoles philosophiques chez les Arabes et notamment sur la doctrine d'Algazzali, 1842.
Vaux, Gazzali, 1902. — H. K. Sherwani, El Ghazzali on the Theory and
Practice of Politics, 1935. — A. T.
Wensinck, La pensée de Ghazzali,
1940. — M. A. H. Abu Rida, Ghazzalis Streitschrift gegen die griechische
Philosophie, 1945 (Dis.). — H. Hachem, La critique du péripatétisme et
du néoplatonisme dans Al-G., 1946.
— Farid Jabre, La notion de certitude
selon Ghazali dans ses origines
psychologiques et historiques, 1958
[índice lexicográfico en págs. 459-70]
(Études musulmanes, 6). — Montgomery Watt, Muslim Intellectual: A
Study of Al-Ghazali, 1963 (trad. esp.:
La je y la práctica de al-Ghazali,
en prep. ).
tome en un sentido bastante amplio,
como un programa de acción total
que afecte tanto a lo práctico como
a lo teórico. Según Aliotta, sólo así
podrá darse una solución a uno de
los problemas que este filósofo ha
considerado como capitales: el problema del mal. Este problema es de
tal gravedad que la metafísica no
debe limitarse a explicarlo; debe justificarlo. De ahí una teoría del "sacrificio como significado del mundo" que constituye la culminación
del pensamiento de Aliotta, y que
estima el sacrificio no como disminución del ser, sino como su enriquecimiento. Esto hace posible el paso
de lo infinito a lo finito. Esto hace
posible, además, dar un fundamento
racional a los factores irracionales, y
considerar "la lógica del amor y del
sacrificio" como la única posibilidad
de dar forma concreta a la racionalidad.
Según Aliotta, el experimentalismo
radical permite superar una serie de
dualismos (empirismo-racionalismo;
positivismo-idealismo; realismo-idealismo) y evitar los pseudo-problemas
que ellos engendran. Permite asimismo "ensamblar (desde un punto de
vista metodológico) la filosofía con
la ciencia". Puede decirse que los elementos pragmatistas, bergsonianos,
empiriocriticistas e instrumentalistas
que se hallan en la filosofía de Aliotta
son a la vez consecuencia de un intento de superación de las respectivas
filosofías.
ALGEBRA. Véase
CLASE, LÓGICA,
LOGÍSTICA, RELACIÓN .
ALIENACIÓN. Véase
ALTERACIÓN,
MARXISMO.
ALIENATIO. Véase
PROPIEDADES
DE LOS TÉRMINOS.
ALIOTTA (ANTONIO) (18811964) nació en Palermo, profesor de
filosofía en la Universidad de Padua
(1913-1919) y en la de Ñapóles
(1919-1951), defiende un "experimentalismo radical", al cual llegó a través
de una crítica del positivismo y del
actualismo, ambos insuficientes, a su
entender, para justificar y dar valor
a la obra humana. Tampoco las tesis
contingentistas, intuicionistas y pragmatistas son suficientes, si bien ellas
señalan más claramente el camino
que debe seguirse para alcanzar la
finalidad mencionada. Pues tal finalidad no es tampoco un modo de
subordinación del mundo a las exigencias del yo, sino una manera de
justificar la máxima objetividad posible del mundo, la consideración de
lo real, sin arbitrarias mutilaciones,
como el acto mismo de la total experiencia, que une lo subjetivo y lo
objetivo. Las fases por las cuales ha
pasado el pensamiento de Aliotta son
momentos de este proceso único. Al
principio se negaba Aliotta a rechazar totalmente el concepto, en el
cual vio una posibilidad de enriquecer lo real y de sintetizar la experiencia concreta. Esto le condujo a
un idealismo crítico en sentido amplio que, sin embargo, pronto tuvo
que desembocar en un pluralismo
más radical que el de James, en un
neoevolucionismo y, finalmente, en
el experimentalismo. Este experimentalismo considera el "experimento"
— R. Gosche, Ueber Ghazalis Leben como criterio de verdad, pero siemund Werke, 1858. — B. Carra de pre que el término 'experimento' se
73
Obras principales: La conoscenza
intuitiva nell'Estetica del Croce, 1903.
— La misura nella psicologia sperimentale, 1905. — La reazione idealistica contra la scienza, 1912 (en la
trad. inglesa de esta obra, publicada
en 1914, se incluyó el trabajo "Linee
d'una concezione spiritualistica del
mondo"). — La guerra eterna e il
drama dell'esistenza, 1917. — La
teoría di Einstein e le mutevoli prospettive del mondo, 1922. — Relati
vismo e idealismo, 1922. — Il pro
blema di Dio e il nuovo pluralismo,
1924. — L'esperimento nella scien
za, nella filosofía, nella religione,
1936. — L'Estetica di Kant e degl'
idealisti romantici, 1942. — Scetticismo, misticismo e pessimisme, 1947.
— Evoluzionismo e spiritualisme,
1948 (serie de artículos). — Le origini dell'irrazionalismo contemporá
neo, 1950. — L'Estetica del Croce
e la crisi del liberalismo italiano,
1951. — Il nuovo positivismo e lo
ALI
ALK
ALM
sperimentalismo, 1954. — Hay edición de obras completas: Opere complete, Roma, 1942 y sigs. Entre los
artículos publicados por Aliotta merece destacarse el titulado: "El sacrifizio come significato del mondo",
Logos, fasc. IV, reeditado en un volumen del mismo título en 1948. —
Véase J. Grenier, "Trois penseurs italiens: Aliotta, Rensi, Manacorda",
Revue philosophique, II (1936). —
M. F. Sciacca, 'Il pensiero di A.
Aliotta", Archivio di storia della filosofía italiana, II (1936). — Carbonara, Filiasi-Carcano, Lazzarini et al.,
Lo sperimentalismo di A. A., 1951. —
Autoexposición titulada "Il mio sperimentalismo" en el volumen de M.
F. Sciacca titulado Filosofi italiani
contemporanei, 1944, págs. 27-46.
ALIQUID. Véase TRASCENDENTAL.
ALKINDI (Abu Yusuf Ya 'qub ibn
Ishaq al-Kindi) (800-873) nac. en
Kufa (Persia) y fue comisionado por
al-Ma'mun para corregir las traducciones de Aristóteles y otros autores
griegos. Junto a esta labor se distinguió por sus numerosos comentarios
al Estagirita y por la redacción de
muchos tratados en los cuales, siguiendo las inspiraciones racionalistas de la secta de los mutacilitas, a
la que pertenecía, trató de organizar
un cuerpo de doctrina filosófica coherente a la cual se incorporaron multitud de investigaciones científicas
que abarcaron prácticamente todos
los saberes de su tiempo: medicina,
psicología, meteorología, óptica, geometría, aritmética, música. Las ideas
fundamentales de Alkindi eran de origen aristotélico, y ello ha hecho que
se le considere como el primer gran
aristotélico árabe. Se destacan en particular entre ellas su doctrina, ulteriormente muy elaborada por Averroes, del entendimiento activo y único, del cual recibe su actividad. A todo ello se agrega una teoría de las categorías, de las que Alkindi enumera
cinco: materia, forma, movimiento, lugar y tiempo. Ahora bien, el aristotelismo de Alkindi no era puro: numerosos elementos neoplatónicos estaban
mezclados con él. Entre estos últimos
destaca no solamente su gran estimación por la matemática como fundamento de todas las ciencias sino también su idea de que los elementos
matemáticos son la medida de las cosas y la expresión de los elementos
últimos de que está compuesta la
realidad. Sería erróneo, sin embargo,
considerar que, en vista de la anterior
labor filosófica y científica, Alkindi
era un puro pensador y hombre de
ciencia: los motivos religiosos actuaban, al parecer, poderosamente en sus
intentos de construcción filosófica. En
particular la defensa de la doctrina
del libre albedrío contra el fatalismo
de muchos musulmanes constituía
una de las preocupaciones centrales
de su obra.
Scholasticism, XXXVII (1963), 44-58.
ALMA. Consideraremos aquí (I)
varias concepciones de la noción de
alma en los llamados "primitivos";
(II) la historia de la idea del alma
en la filosofía occidental desde Grecia; (III) el intento de distinguir entre alma y espíritu en varios autores
contemporáneos. La distinción entre
algunas de las concepciones presentadas en (I) y cuando menos ciertas
ideas a que nos referimos en (II) no
es siempre muy clara, pero en esta
última sección —que constituye la
más fundamental en el presente artículo— tratamos en particular los aspectos religiosos susceptibles de dar
origen a especulaciones y análisis filosóficos. La información proporcionada en este artículo debe completarse
con la que se halla en los artículos
ALMA DEL MUNDO , ALMA DE LOS
BRUTOS , ALMA ( ORIGEN DEL) e IN MORTALIDAD. Algunos de los aspectos
destacados aquí se hallan asimismo
en el artículo ESPÍRITU, especialmente
al comienzo del mismo. Observemos
que aunque el término 'alma' resulta
sumamente ambiguo, pues con él nos
referimos a veces a ideas muy diversas que cabría expresar mediante otros
vocablos, hay una cierta unidad de
supuestos por lo menos en la mayor
parte de las ideas filosóficas sobre la
noción de alma. El alma es concebida
con frecuencia como un tipo de realidad que engloba algunas de las operaciones psíquicas —como cuando en
ciertas concepciones tradicionales se
habla del alma como inteligencia, como voluntad, como sentimiento, etc.,
y hasta como todas estas llamadas "facultades" en conjunto—, pero como
el problema de la naturaleza de lo
psíquico suscita diversas cuestiones no
siempre necesariamente relacionadas
con las ideas más tradicionales del alma, consagramos un artículo especial
a dicho concepto (véase PSÍQUICO).
Ciertos términos agrupados en el
"Cuadro sipnótico" al final del Diccionario bajo la rúbrica "Psicología"
se refieren a veces a cuestiones relativas al alma y a veces a cuestiones
relativas a lo psíquico (o a ambas a
un tiempo); remitimos asimismo a dichos términos, dejando al lector la selección pertinente. Como ejemplos de
artículos cuando menos parcialmente
relativos a la idea del alma mencionamos ANIMISMO, CONCIENCIA, EMOCIÓN , ENTELEQUIA , ΗΑΒΓΓΟ , ΙΝTΜΙ -
Obras: Risalat al-'Aql (Sobre el intelecto). Ed. por Abu Rida, Rasa'il alKindi al-falsafiyya, 1369/1372/1950/
1953, 2 vols. Hay dos traducciones latinas ( De intellectu ), una de ellas por
Gerardo de Cremona; ed. en A. Nagy,
Die philosophische Abhandlungen des
Ya 'qub bn Ishaq al-Kindi, 1897 [Beitrage zur Geschichte der Philosophie
des Mittelalters, II, 5]. — Risala fï-lnafs (Sobre el alma). Ed. Abu Rida,
op. cit. supra, págs. 281-2. — Risala
fi hudud al-asya wa rusumi-ha (Sobre las definiciones de las cosas y sus
descripciones). Ed. Abu Rida, op. cit.
supra, págs. 165-79. — Kitab fï-l-falsafat al-ula (Libro de la filosofía primera). Ed. Ahmad Fu'ad al-Ahwani,
1367/1948 y Abu Rida, op. cit. supra,
págs. 97-162. — Risala fï kamiyua
Kutub Aristu (Sobre el número de los
libros de Aristóteles). Ed. Abu Rida,
op. cit. supra, págs. 363-84. — Trad.
anotada por M. Guidi y R. Walzer en
Studi su al-Kindi. 1. Uno scritto introduttivo allo studio di Aristotele, 1940
[Memorie R. Ace. dei Lincei, serie
7, vol. IV, fasc. 5]. — Risala fï hila lidaf al-ahzan (Sobre el modo de ale-jar
la tristeza). Ed. y trad. italiana por
Ritter y Walzer en Studi cit. supra.
Memorie, etc., 1938, serie 6, vol.
VIII, fasc. 1 [Il. Uno scritto mora-e
inedito di al-Kindi (Temistio per
lopi/as], — De quinqué essentiis
[sólo queda la trad. latina; ed. en Nagy, op. cit. supra, págs. 28-40]. —
Kitab fï 'illat al-kawn wa-l-fasad (Libro sobre la causa de la generación (y
la corrupción), ed. Abu Rida, op. cit.
supra, págs. 214-37. — Otros escritos de al-Kindi, citados en Miguel
Cruz Hernández, Historia de la filosofía española. Filosofía hispano-musulmana, tomo I (1957), págs. 67-8.
Véase G. Flügel, "Al-Kindi: Genannt 'Der Philosopher der Araber'",
Abhandlungen für die Kunde des
Morgenlandes, I (1957), 1-54. — T.
T . J. de Boer, "Zu Kindi und seiner
Schule", Archiv für Geschichte der
Philosophie, XIII (1900), 153-78. —
F. Rosenthal, "Al-Kindi als Literat",
Orientalia, II (1942). — Muñoz Sendino, "Apología de al-Kindi", Miscelánea Comillas, XI y XII (1949), 339460. — N. Rescher, "Al-Kindi's Sketch
of Aristotle's Organon", The New
74
ALM
DAD, MEMORIA, PALINGENESIA, PAM PSIQUISMO, PARALELISMO, PERSONA,
TEMPLE , VOLUNTAD , Yo.
I. Las representaciones primitivas
del "alma" son muy varias, pero se
destacan tres rasgos comunes a muchas de ellas. El alma es concebida
a veces como un soplo, aliento o hálito, equivalente a la respiración; cuando falta tal aliento, el individuo muere.
A veces es concebida como una
especie de fuego; al morir el individuo, este "fuego" —que es el "calor
vital"— se apaga. A veces, finalmente,
se concibe como una sombra, presentida o principalmente "vista" durante el sueño. En los dos primeros
casos, el alma es más bien como un
principio de vida; en el último caso,
más bien como una "sombra o un simulacro". La idea del alma como
aliento, hálito, exhalación, soplo, etc.,
es acaso la más común. E. B. Tylor
ha indicado que puede hallarse en
"las principales corrientes de la filosofía universal". Los términos usados
para designar tal "alma" en diversas
culturas muestran cuán difundida se
halla esta idea. Así, en los vocablos
nefesh (hebreo), nefs (árabe), atman
(sánscrito), pneuma (griego), animus y
anima (latín), todos los cuales significan de un modo o de otro "aliento", aun cuando luego vayan adquiriendo el significado de un cierto principio o de una cierta realidad distintos
del cuerpo. En algunos casos los
términos usados para designar el "alma" son distintos de los empleados
para referirse al "aliento". Así ocurre
con el sánscrito prana —a diferencia
de atman—, con el hebreo neshmah
—a diferencia de nefesh—, con el
árabe ruh —a diferencia de nefs—,
etc. Un origen "material" puede hallarse, sin embargo, en los citados vocablos, lo mismo que en los términos
psyche (griego), duja (ruso), Geist
(alemán) — este último, usualmente
traducido por 'espíritu', tiene la misma
raíz que el inglés ghost, comunmente
vertido por 'fantasma'. A veces se
distingue entre el "alma" como
"principio de vida" y el "alma" como
"doble" por medio de dos distintos
vocablos. Ejemplos son kra y chraman
(antiguo egipcio), zymos [thymos] y
psyché (en griego). Esta última distinción es sobremanera importante,
aunque no siempre se expresa mediante
uso de distintos términos. Así, psy-che
designa en Homero por igual "la
ALM
ALM
vida" (la vida como "aliento") y la
sombra incorpórea o imagen (a veces, sin embargo, designada mediante el vocablo eidolón). Puede decirse
que la idea del "alma" se va precisando —y, si se quiere, purificando—
a medida que los términos empleados
para referirse a ella tienden a describir menos un principio vital general
que una especie de "doble" propio de
cada uno de los hombres. Por este motivo, las primeras especulaciones filosóficas acerca del alma se conjuran
principalmente en torno a la idea del
"simulacro" o "fantasma" del viviente,
"simulacro" o "fantasma" que puede
salir o alejarse del viviente (y aparecer
en sueños) inclusive durante el curso
de la vida.
Las anteriores indicaciones son lo
suficientemente generales como para
aplicarse a la mayor parte de las llamadas "representaciones primitivas".
No son, sin embargo, ni siquiera un
bosquejo muy general de tales representaciones. Algunas de éstas no encajan fácilmente en las concepciones
reseñadas. Como ejemplo mencionamos que en el pensamiento chino arcaico no se suponía que todos los individuos tuviesen necesariamente alma, ni siquiera en tanto que un "doble". El "alma" era vista como un
dios o espíritu que, procedente del
Cielo, podía ingresar en el cuerpo de
un hombre. Si se hallaba, por así decirlo, "a gusto" en tal cuerpo, podía
decidir permanecer en él de modo
permanente.
II. No pocas de las primeras representaciones griegas del alma de que
habernos noticia son, en el sentido anterior, "primitivas". Por lo demás, hasta
el final de la cultura antigua —y en
muchas concepciones "populares"
dentro del Occidente hasta nuestros
días— dominaron representaciones del
"alma" formadas de muy diversas capas: el alma corno un muerto-sombra
que desciende al seno de la tierra; el
alma como un "aliento" o principio
de vida; el alma como "realidad aérea" que vaga alrededor de los vivos
y se manifiesta en forma de fuerzas
y acciones, etc. etc. Estas representaciones influyeron, además, sobre las
ideas que no pocos filósofos se formaron del alma. Algunos presocrátícos
concibieron como "almas" todos los
"principios de las cosas" en cuanto
"cosas vivientes". Los atomistas describieron el alma como compuesta de.
átomos, bien que de materia muy fina
y sutil (probablemente de la misma
materia con que está formado el
fuego). Sin embargo, antes de Platón
se constituyó un complejo de especulaciones sobre la idea del alma que
luego fue absorbido y, por así decirlo,
"purificado" por dicho filósofo. En
substancia consiste en sustituir la idea
del alma como semivida, como sombra
y aun como principio de vida orgánica
por una idea del alma como realidad
"desterrada". Parece que esta última
idea comenzó a surgir hacia el siglo
IX antes de J. C. y se desarrolló hasta
el siglo ν antes de J. C. Varios
motivos se conjuraron al efecto. Uno
de ellos ha sido puesto de relieve por
E. R. Dodds (Cfr. infra, bibliografía):
las
influencias
chamanís-ticas
procedentes de Tacia y Escitia y
prontamente difundidas no sólo por el
Asia Menor y Creta, sino también por
el Sur de Italia ( especialmente Sicilia).
Se comenzó a creer que hay en cada
hombre una realidad de orden divino,
la cual ha preexistido al cuerpo y
perdurará tras la muerte y corrupción
del cuerpo. Representantes filosóficos
o semifilosóficos de esta nueva
tendencia son el orfismo ( VÉASE),
Pitágoras y Empédocles. El alma
puede, pues, entrar en el cuerpo y
salir de él, sin identificarse nunca
completamente con el cuerpo. En cierto modo se trata de una nueva versión del primitivo "doble", pero con
un origen luminoso y divino. El cuerpo
puede ser concebido entonces como
una especie de cárcel, o sepulcro, del
alma. La misión del hombre es liberar
su alma por medio de la purificación y
al final, más filosóficamente, por
medio de la contemplación. El alma no
es un principio que informa el cuerpo
y le da vida; es algo de naturaleza
esencialmente no sensible y no
material.
Platón acogió estas ideas y las refino considerablemente. Al principio,
especialmente en el Fedón, defendió
un dualismo casi radical del cuerpo y
el alma; el alma era para él una realidad esencialmente inmortal (véase
INMORTALIDAD) y "separable". El alma aspira a liberarse del cuerpo para
regresar a su origen divino y vivir, por
decirlo así, entre las ideas, en el
mundo inteligible. Aun dentro del
cuerpo, el alma puede recordar (véase REMINISCENCIA) las ideas que
había contemplado puramente en su
75
ALM
ALM
ALM
vida anterior. La teoría del alma pura
es en Platón el fundamento de su
teoría del conocimiento verdadero, y
a la vez éste constituye una prueba
de la existencia del alma pura. Sin
embargo, Platón se dio cuenta pronto
de que el dualismo cuerpo-alma planteaba no pocas dificultades, no sólo
epistemológicas y metafísicas, sino
también morales. Su filosofía es en
gran parte un esfuerzo por solucionar
tales dificultades, y hasta puede hablarse de una "dialéctica del alma"
en Platón a través de la cual se afirma, para luego negarla, la separabilidad del alma con respecto al cuerpo.
Por lo pronto, debía de haber algún
"punto" o "lugar" por donde el alma
quedase insertada en el cuerpo; de lo
contrario, no se entendería cómo hay
relación entre las operaciones de una y
del otro. Las distinciones entre varios
órdenes (o tipos de actividades) del
alma es uno de los modos de
afrontar la cuestión citada. Platón
distinguió, por ejemplo, entre la parte
sensitiva (sede del apetito o deseo), la
parte irascible (sede del valor) y la
parte inteligible (sede de la razón).
Parece "obvio" que mientras esta
última "parte" es "separable" del
cuerpo, ninguna de las otras dos lo
son. Pero entonces se plantea el problema de la relación entre los diversos órdenes o tipos de actividad del
alma. Platón creyó hallar una solución al problema estableciendo que
los órdenes en cuestión son órdenes
fundamentales no sólo del alma individual, sino también de la sociedad
y hasta de la naturaleza entera. Estos
órdenes se hallan en una relación de
subordinación: las partes inferiores
deben subordinarse a la parte superior; el alma como razón debe conducir
y guiar el alma como valor y como
apetito. Así, el alma puede tener algo
así como una historia en el curso de
la cual se va purificando, es decir, va
formando y ordenando todas sus actividades de acuerdo con la razón
contemplativa. De lo que el hombre
haga en su vida dependerá que se
salve, es decir, se haga inmortal, esto
es, se haga entera y cabalmente "alma pura". Pues el hombre, escribió
Platón, puede "convertirse enteramente en algo mortal" cuando se abandona
a la concupiscencia, pero se hace
inmortal y contemplativo cuando "entre todas sus facultades ha ejercido
principalmente la capacidad de pen-
sar en las cosas inmortales y divinas"
(Tim., 89 B). En suma, el alma reside por lo pronto en lo sensible, pero puede orientarse hacia lo inteligible, encaminarse hacia su "verdadera
patria". El alma no deja de ser alma
por quedar encerrada en lo sensible,
pero sólo cuando actúa según lo inteligible puede decirse que ha sido purificada.
Los neoplatónicos, y especialmente
Plotino, desarrollaron con gran detalle esta "dialéctica" platónica del alma. Plotino usó no sólo los conceptos
elaborados por Platón, sino también
los tratados por Aristóteles; se preguntó, pues, en qué forma el alma se
halla unida al cuerpo, si siendo instrumento de él, constituyendo una
mezcla o siendo forma del cuerpo
(Enn., I i 3). Lo segundo se halla
excluido; sólo lo primero y lo tercero
son admisibles. El alma es por sí misma, en cuanto separada del cuerpo,
una realidad impasible (I ii 5), pero
puede decirse que tiene dos "partes":
la separada o separable y la que
constituye una forma del cuerpo (I i
3; II iii 15; II ν 3). Hasta puede hablarse de una "parte" media o mediadora entre las dos partes fundamentales (II ix 2). Plotino se interesa
particularmente por la parte superior
e inteligible, la cual no sufre alteración (III vi 1) y es incorruptible
(III vi 1). El alma se divide cuando
se orienta hacia lo sensible (IV i 1);
se unifica, en cambio cuando se
orienta hacia lo inteligible, hasta el
punto de adquirir un rango divino
(IV ii 1). En último término, cuando
el alma se purifica puede inclusive
transfigurar el cuerpo, es decir, hacer
que habite en este mundo como si
viviera en el universo inteligible. En
su ser propio, el alma es una, incorruptible, racional, inteligible, contemplativa e inmortal. Debe tenerse en
cuenta, para el cabal entendimiento
de las ideas de Plotino sobre el alma,
que en ocasiones se refiere al alma
en general, a veces al alma individual
y a veces al alma universal o Alma
del Mundo (VÉASE ). Pero ciertas
propiedades son comunes a todas las
especies de almas en cuanto por lo
menos son los habitantes del mundo
inteligible. De hecho, todas las almas
individuales forman una sola alma (VI
ν 9), si bien ello no significa una
fusión, sino una organización jerárquica en lo inteligible único (VI vii 6).
Las doctrinas aristotélicas sobre el
alma son muy complejas. En parte se
apoyan en ciertas ideas de Platón y,
desde luego, en la idea de que lo
inteligible tiene que predominar sobre lo sensible, y la contemplación
sobre la acción. Aristóteles, por lo
demás, habla a veces del alma como
un principio general (de vida) y a
veces como un principio individual
propio de cada uno de los hombres.
En ambos casos es característico del
Estagirita hacer con el alma lo que
hizo con las ideas: traerla, por así decirlo, del cielo a la tierra. Las teorías
más características de este autor sobre
el alma se hallan formuladas, en todo
caso, desde un punto de vista "biológico" (o, mejor dicho, "orgánico").
El alma, declara Aristóteles, es en algún sentido el "principio de la vida
animal" (De an., 1 1, 402 a 6) en
tanto que vida que se mueve a sí
misma espontáneamente. Pero ello no
significa que el alma se mueva a sí
misma; ser principio de movimiento
no significa ser movimiento. Ahora
bien, puesto que todo cuerpo natural
poseedor de vida es una substancia
(en tanto que realidad compuesta),
y posee un cuerpo, no puede decirse
que el cuerpo sea el alma. El cuerpo
es la materia; el alma es una cierta
forma. He aquí las dos célebres definiciones dadas por el Estagirita: "el
alma es la primera entelequia del
cuerpo físico orgánico", e/ntele/xeia h(
prw/th sw/matoj fusikou= o)rganikou=
(ibíd., II, 1 412 b 25 sigs.); es "la
primera entelequia del cuerpo físico
que posee la vida en potencia,
entele/xeia h( prw/th sw/matoj
fusikou= duna/mei zw/hn e(/xontoj, (II 1
412 a 27 sigs.). No tiene sentido,
pues, preguntar si el cuerpo y el alma
son una sola realidad; ello sería
como preguntar por qué la cera y la
forma de la cera son una realidad. El
sentido de la unidad del cuerpo y del
alma es la relación de una actualidad
con una potencialidad.
El alma es, pues, una substancia;
es el quid esencial del cuerpo. Como
escribe Aristóteles: "si el ojo fuera un
animal, la vista sería su alma, pues
la vista es la substancia o forma del
ojo". El alma es, pues, la forma del
cuerpo en tanto que constituye el conjunto de posibles operaciones del cuerpo. Así como lo propio del martillo
es dar martillazos, lo propio del alma
es hacer que el cuerpo tenga la forma
76
ALM
ALM
ALM
que le corresponde como cuerpo y,
por lo tanto, hacer que el cuerpo sea
realmente cuerpo. El alma es la causa
o fuente del cuerpo viviente (II 4 415
b 9). Ahora bien, si el alma es el
principio de las operaciones del
cuerpo natural orgánico, puede distinguirse entre varios tipos de operaciones. A ello corresponde la división
entre varias "partes" del alma — que,
por lo indicado, no destruye en manera alguna su unidad como forma.
El alma es el ser y principio de los
seres vivientes, por cuanto esos ser y
principio consisten en vivir. Las doctrinas aristotélicas sobre el alma no
son, pues, sólo de carácter biológico
o de carácter psicológico —aun
cuando ofrezcan asimismo, y muy
acentuadamente, estos dos caracteres—; constituyen el más importante
fragmento de una "ontología de lo viviente". Un rasgo básico de esta ontología es el análisis del concepto de
función y de las diversas funciones
posibles. Los diversos tipos de almas
—vegetativa, animal, humana— son,
pues, diversos tipos de función. Y las
"partes" del alma en cada uno de
estos tipos de función constituyen
otros tantos modos de operación. En
el caso del alma humana, el modo de
operación principal es la racional, que
distingue esta alma de otras en el
reino orgánico. Ello no significa que
no haya en dicha alma otras operaciones. Puede hablarse de la parte nutritiva, sensitiva, imaginativa y apetitiva del alma (véase APETI T O ) o
sea de otras tantas operaciones. Mediante las operaciones del alma, especialmente de la sensible y de la pensante, el alma puede reflejar todas las
cosas, ya que todas son sensibles o
pensables, y ello hace que, como dice
Aristóteles en una muy comentada
fórmula, el alma sea de algún modo
todas las cosas, h) Yuxh\ ta o)/nta
pw/j e)sti (III 8, 431 b 21).
Varios problemas se plantearon dentro del aristotelismo, especialmente en
lo que toca a la naturaleza de la parte
pensante del alma, la cual puede
llamarse πνεύμα más bien que Yuxh/.
Como pensar es reconocer racionalmente lo que hay y lo que hace que
lo haya, y sobre todo los principios
supremos de lo que hay, se puede
suponer que todas las operaciones racionales son iguales en todas las almas dotadas de la facultad de pensar.
En tal caso, no habría almas pensan-
tes individuales, sino una sola alma
(pensante). Este problema ha sido
tratado tradicionalmente bajo la cuestión de la naturaleza del entendimiento ( VÉASE ), o del intelecto. Aristóteles no se inclinó por una rigurosa
"unidad del entendimiento". Pero algunos de sus seguidores, como Alejandro de Afrodisia, mantuvieron una
opinión radical a este respecto. Lo
mismo parece haber sido el caso de
Averroes. La doctrina de la unidad
del intelecto acentúa la racionalidad
y espiritualidad del alma humana, pero
con detrimento de su individualidad.
A partir de Aristóteles —con los
estoicos, neoplatónicos y luego los
cristianos— se multiplicaron las cuestiones relativas a la existencia del alma, a su naturaleza, a sus partes y
a su relación con el cuerpo y con el
cosmos. Prácticamente todos los filósofos admitieron alguna especie de
"alma", pero la definieron de muy
diversas maneras. Algunos —como los
epicúreos y en parte los estoicos—
consideraron que el alma es una realidad de alguna manera "material",
si bien de una materia más "fina" y
"sutil" que todas las otras. Los temas
del alma como "aliento" y como "fuego" (o algo "semejante al fuego")
desempeñaron un papel importante en
estas especulaciones. Otros filósofos,
seguidores de Aristóteles, subrayaron
la realidad del alma como una forma o
un principio de lo viviente. Otros, finalmente, inclinados hacia Platón,
destacaron la naturaleza espiritual e
inteligible del alma. Estas especulaciones influyeron sobre las ideas que
se formaron del alma no pocos autores
cristianos, si bien éstos partieron de
una idea del alma que no tenía
necesariamente rasgos filosóficos. Los
autores que más influyeron a este respecto sobre los primitivos autores cristianos fueron los de confesión platónica y neoplatónica. Pero como en la
tradición cristiana desempeñaba un
papel fundamental "el hombre entero" —el cual aparece existiendo con
su cuerpo— se hicieron muy agudas
las cuestiones relativas a la unión del
alma con el cuerpo, a la naturaleza
de la inmortalidad ( VÉASE) y a las
llamadas "partes" del alma. Tanto
Windelband (en su Historia de la filosofía) como E. Schindler (Cfr. bibliografía infra) han tratado con detalle el problema de las muchas distin-
ciones entre partes del alma y modos
de unificación propuestas entre tales
partes en el pensamiento antiguo en
relación con el pensamiento cristiano.
No podemos aquí ni siquiera resumir
las numerosas doctrinas forjadas al
respecto. Nos limitaremos a indicar
que, a consecuencia sobre todo de las
influencias platónicas y neoplatónicas,
se tendió cada vez más por parte de
los autores cristianos a una "espiritualización" y, sobre todo, a una "personalización" del alma. Muchas de las
ideas debatidas sobre los citados puntos
se hallan en San Agustín. Éste rechaza
enérgicamente toda concepción del
alma como entidad material y subraya
el carácter "pensante" del alma. Pero
semejante carácter no es el de una
pura razón impersonal. El alma es un
pensamiento en tanto que vive, o,
mejor dicho, se siente vivir. El alma
es el pensar en tanto que se conoce a sí
mismo como dudando y existiendo — y
existiendo, además, como entidad
espiritual y no como una parte del
cuerpo, o siquiera como un mero
principio del cuerpo. El alma es, en
rigor, para San Agustín, una intimidad
— y una intimidad personal. Cierto que
el alma es una "parte" del hombre, el
cual se compone de cuerpo y alma, por
cuanto es un conjunc-tum. Pero como
el hombre es el modo como el alma
adhiere al cuerpo, la existencia del
alma y su modo de "adhesión" son
fundamentales para el hombre. El alma
está por entero en cada una de las
partes del cuerpo. Ello no significa
que no pueda distinguirse entre las
diversas funciones del alma, tales como
la voluntad, la memoria, etc. Pero
todas estas funciones lo son de una
función principal, de una realidad
espiritual indivisa que se manifiesta
por medio de lo que San Agustín llama
"la atención vital". En este sentido, el
alma es también un principio
animador del cuerpo. Pero como es una
substancia espiritual, no depende del
cuerpo, como si fuese un mero
epifenómeno de éste. El alma ha
surgido de la nada por la voluntad
creadora de Dios; es una esencia
inmortal.
Puede decirse que dentro del pensamiento cristiano, e independientemente de las diversas interpretaciones
y explicaciones de la naturaleza del
alma proporcionadas por los filósofos
cristianos, el alma es vista no sólo como algo de índole inmaterial, sino
77
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también, y en particular, "espiritualpersonal". El alma es una vida, pero
una vida superior a la biológica. No
sólo importa, pues, la aspiración a lo
inteligible, sino todas las experiencias
que "llenan" la vida del alma — por
ejemplo, la esperanza. Desde este ángulo hay distinciones muy marcadas
entre las concepciones neoplatónicas
y las cristianas. Para los neoplatónicos, el alma es, a lo sumo, una entidad intermedia entre lo sensible y lo
puramente inteligible. De ahí las constantes discusiones acerca del "lugar"
(metafísico) en que se halla o puede
hallarse el alma y sobre su divisibilidad o indivisibilidad de acuerdo con
el grado menor o mayor de acercamiento a lo inteligible. Para los cristianos, el alma es el aspecto espiritual de la persona. Como tal, tiene
una relación filial —y no sólo intelectual— con la Persona divina. Para
los neoplatónicos, el alma es aquello
que puede ascender al mundo de las
ideas. Para los cristianos, es lo que
puede salvarse en la contemplación de
Dios, Su creador. Añádase a ello que
para los cristianos el cuerpo puede
salvarse de su corruptibilidad para
convertirse en "cuerpo glorioso". Por
si fuese poco, mientras los neoplatónicos siguen viendo el alma desde el
"mundo" —sin que importe que tal
"mundo" sea más bien una jerarquía
de seres y de valores que un conjunto
de "cosas"—, para los cristianos el
mundo es visto desde el alma. El alma no es, pues, para los cristianos una
"cosa", ni siquiera esa "cosa" que puede llamarse "espíritu". Es una experiencia, o conjunto de experiencias,
que incluyen la subjetividad, la personalidad, la conciencia de sí (o de
sentirse vivir) y, desde luego, la trascendencia.
Se puede alegar que desde el momento en que, sobre todo con Santo
Tomás, se introdujeron sistemáticamente los temas y los términos aristotélicos dentro del pensamiento cristiano, algunas de las afirmaciones anteriores perdieron su validez. Santo Tomás se apropia no pocas de las fórmulas aristotélicas — el alma es actus
primus physici corporis organici
potentia vitam habentes; y hasta es
quodammodo omnia ( Cfr. supra ). Dicho filósofo distingue, además, entre
el alma vegetativa, la animal y la
humana (vegetabilis, vegetativa seu
civificans; sensibilis seu sensitiva seu
sensificans seu irrationalis; intellectiva
seu intellectualis seu rationalis). Distingue asimismo —siguiendo a autores antiguos— entre el concepto de
anima como principio vital y el concepto de animus en tanto que entendimiento. Debe observarse, sin embargo, que Santo Tomás no se limita a
repetir las fórmulas aristotélicas y algunas de las antiguas distinciones. De
hecho, parece preocupado sobre todo
por solucionar ciertos conflictos que
se habían abierto al seguirse las inspiraciones agustinianas sin un debido
análisis filosófico de sus implicaciones. Por ejemplo, hay en Santo Tomás un esfuerzo constante para tender un puente entre la idea del alma
como subjetividad e intimidad y la
idea del alma como entelequia. Santo
Tomás acentuó la noción de la unidad
substancial del hombre, la cual no podía afirmarse sin tenerse en cuenta
que el alma es una forma unificante.
No se trata, pues, de establecer distinciones entre el alma como principio del ser vivo y el alma como principio del ser racional; se trata más
bien de ver cómo pueden articularse
estas distintas operaciones. En la medida de lo posible Santo Tomás procura salvar y justificar varios "aspectos" del alma: la intimidad "experiencial", la individualidad, la referencia
corporal, etc. Si algunas veces parece
que se rompe la unidad —como cuando se sostiene la doctrina de las formas subsistentes o separadas—, ello
es sólo las más de las veces para restablecer un equilibrio perdido.
Algunos autores piensan que el
equilibrio establecido por Santo Tomás es inestable. Varios escolásticos
después de Santo Tomás atacaron de
nuevo el problema —o, mejor dicho,
los problemas— del alma, y lo hicieron mediante nuevas y más numerosas distinciones y subdistinciones.
Mencionemos a este respecto la teoría de la "dualidad" de materia y forma en el alma, y la concepción de la
forma corporeitas en cuanto radicalmente distinta de la forma propia de
lo anímico. La "unidad substancial"
se escindió en varios tipos de unidades, que era muy difícil armonizar.
Los modos como San Agustín había
tratado las cuestiones relativas al alma se pusieron de nuevo en circulación e influyeron decisivamente sobre
algunas concepciones modernas. Heinz
Heimsoeth (Cfr. infra) ha puesto de
relieve el estrecho enlace que hay en
este y otros muchos respectos entre
el agustinismo y el idealismo moderno, y entre este último y la llamada
"decadencia de la escolástica". Ha indicado, además, que en el pensamiento moderno se reanuda el hilo de
la meditación agustiniana. Hay, por
ejemplo, afirma dicho autor, una dirección de raigambre agustiniana, elaborada por la "última escolástica"
(presumiblemente la de los siglos XIV
y XV ), recogida por Descartes y que
culmina en Malebranche. Según ella,
el alma aprehende directamente a
Dios, y al mundo sólo a través de
Dios. Esto permite comprender la
fórmula malebranchiana: nous voyons
toutes choses en Dieu. Esta dirección
prosigue con Leibniz y su concepción
monadológica (véase MÓNADA y MONADOLOGÍA). Según todos estos autores, consciente o inconscientemente
seguidores de San Agustín, el alma
tiene sobre todo espontaneidad e intimidad, de modo que la relación entre ella y el mundo es distinta de la
que se advierte en el tomismo. Mientras la concepción antigua tradicional,
cristianizada por algunos autores escolásticos, es una especie de realismo
según el cual en última instancia el
alma está en el mundo, la concepción agustiniana y moderna es un
idealismo para el cual el mundo está
en el alma. Se puede decir que algunos escritores escolásticos (Santo Tomás) y modernos (Leibniz) no encajan dentro de ninguna de estas dos
concepciones, y representan más bien
intentos de mediación. Pero sólo subrayando hasta el extremo las implicaciones de dichas concepciones se puede
comprender, según Heimsoeth, el
supuesto último de ciertas nociones
acerca de la naturaleza del alma y de
su relación con el mundo y Dios. He
aquí cómo se expresa Heimsoeth sobre este punto: "La idea de Platón es
el 'ser que es', que se opone y ayuda
a ser, por así decirlo, a lo subjetivo
psíquico, cuya peculiar índole Platón
no conoce propiamente todavía. Este
idealismo es independiente por completo del concepto de sujeto. Pero la
Edad Moderna, a la que se ha hecho
patente el gran contraste del sujeto
que conoce y quiere y el ser objetivo,
trata, o de sumir el alma en el ser,
continuando la antigua tendencia objetivista, como el materialismo, o de
incluir el ser, el mundo exterior, en el
78
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sujeto, haciendo de él una 'idea' en el
nuevo sentido consciencialista, un fenómeno del sujeto. La preeminencia
de lo espiritual y psíquico sobre la
Naturaleza, de la persona de Dios y
del alma sobre lo objetivo, se extrema
aquí hasta la afirmación de la realidad exclusiva de lo subjetivo" (Los
seis grandes temas de la metafísica
occidental, trad. José Gaos, 2a ed.,
1946, pág. 157).
Esta "visión del mundo desde el
alma" constituye, sin embargo, sólo
uno de los motivos del pensamiento
moderno idealista. Además, es un supuesto metafísico más bien que un
problema filosófico. En tanto que
cuestión filosófica, la del alma es de
muy difícil aclaración dentro del pensamiento moderno. Cierto que muchos
autores modernos, y especialmente los
filósofos del siglo XVII, se han
ocupado
persistentemente
del
problema del alma, y de la relación
alma-cuerpo. Muchas teorías se han
propuesto al respecto. Se ha
examinado si el alma se reduce al
cuerpo, o el cuerpo al alma, o si
ambos son manifestaciones de una
substancia única, o si la correspondencia entre las operaciones
del alma y las del cuerpo pueden explicarse mediante acción causal recíproca, conjunción, armonía preestablecida, etc., etc. A estos problemas
nos hemos referido en varios artículos, algunos sobre filósofos (por ejemplo, DESCARTES, SPINOZA) y otros sobre conceptos (por ejemplo, OCASIONALISMO, PARALELISMO). Pero puede
preguntarse si al usar el concepto de
alma muchos autores modernos tenían
presentes las ideas desarrolladas por
filósofos como Platón, Aristóteles, San
Agustín, Santo Tomás y otros. Estos
filósofos solían incluir dentro del concepto del alma los conceptos de lo
psíquico, de la conciencia, del pensamiento, etc. No es seguro, en cambio,
que al hablar del alma ciertos autores
modernos se refieran a algo más que
al conjunto de las operaciones psíquicas o, como se ha dicho, al "pensamiento". En algunos casos, la idea del
alma y de lo psíquico se hallan unidas. Tal ocurre con el tratamiento del
alma en la llamada Psychologia rationalis, especialmente tal como fue desarrollada por Wolff y su escuela, y
luego por los neoescolásticos — en
parte influidos por esquemas wolffianos. Pero Hume, al someter a análisis la noción del yo, parece pensar
más bien en el alma en tanto que
"substancia psíquica". En su presentación de los paralogismos (véase
PARALOGISMO) de la Psychologia rationalis, y en otras muchas partes de
su obra, Kant distinguió entre el yo
como fenómeno y el yo como noúmeno. El primero parece designar lo psíquico en general; el segundo, el alma.
En vista de estas dificultades, sólo en
apariencia de carácter terminológico,
puede preguntarse si no sería mejor
establecer distinciones entre la noción
de alma y las nociones del yo, de la
conciencia, del pensamiento, de lo
psíquico, etc. En la medida en que
estas distinciones aclaren el pensamiento de un autor determinado, es
conveniente introducirlas. Así, por
ejemplo, es perfectamente admisible
decir que muchas de las teorías sobre
la relación e interacción entre lo psíquico y lo físico desarrolladas durante
los últimos ciento cincuenta años (teorías como las de Mach, Bergson y,
más recientemente, Gilbert Ryle y M.
Merleau-Ponty) no se refieren, sino incidentalmente, a la cuestión del alma,
cuando menos del modo como esta
cuestión fue tratada por los filósofos
"tradicionales". A la vez, puede sostenerse que las ideas de los escolásticos,
y de muchos de los llamados "espiritualistas", abarcan el problema del alma en sentido tradicional. Sin embargo, tal distinción no es siempre fácil.
En ciertos casos, la noción de "alma"
es lo suficientemente vaga para abarcar muchas nociones distintas. En
otros casos, los conceptos del yo, del
pensamiento, de la conciencia, etc.,
aluden a ciertos caracteres tradicionalmente adscritos al alma. La única recomendación razonable al respecto es,
pues, la siguiente: no hacer distinción
sin aclaración.
III. El vocablo 'alma' ha sido usado de nuevo por varios autores contemporáneos (Jaspers, Scheler, Ortega
y Gasset, F. Noltenius, etc.) en un
sentido algo distinto de cualquiera de
los tradicionales. Tales autores han
distinguido entre la vida, el alma y el
espíritu, y especialmente entre el alma y el espíritu. Mientras el alma es
concebida como la "sede" de los actos emotivos, de los afectos, sentimientos, etc., el espíritu es definido como
la "sede" de ciertos actos "racionales"
(actos por medio de los cuales se formulan juicios objetivos o pretendidamente objetivos). El alma es, según
ello, subjetividad, en tanto que el espíritu es objetividad. El alma es inmanencia, mientras que el espíritu es
trascendencia. En ciertos casos se han
adscrito al concepto de espíritu ( VÉASE) ciertos caracteres que corresponden a algunas de las propiedades tradicionalmente pertenecientes a la noción de alma. Ello ha sucedido especialmente cuando el concepto de espíritu ha sido explicado en tal forma
que ha dado origen a tesis similares a
las del entendimiento ( VÉASE ) activo
y a la unidad del entendimiento o intelecto. Algunos autores han propuesto una especie de jerarquía ontológica Vida-Alma-Espíritu, considerando
el último como "superior", aunque posiblemente originado en los otros términos. Otros autores (Klages) han estimado que el espíritu es capaz de
"matar" el alma.
Se ha afirmado asimismo que puede haber una contraposición entre la
noción de alma y la de conciencia.
Mientras esta última sería de naturaleza "histórica" y, en general, contingente, la primera sería de índole
"transhistórica" y, en general, "eterna". Esta doctrina se halla fundada
en una concepción casi exclusivamente
religiosa del concepto de alma y
deja sin solucionar la cuestión de las
posibles relaciones entre el alma y la
conciencia, y no digamos entre el alma y la vida, que tanto habían preocupado a filósofos de confesión más
"tradicional".
Sobre el concepto de alma, especialmente en sentido psicológico: Paul
Kronthal, Über den Seelenbegriff,
1905. — Joseph Geyser, Die Seele; ihr
Verhältnis zum Bewusstsein und zum
Leibe, 1914. — G. Faggin, C. Fabro,
S. Lator, S. Caramella, A. Guzzo, F.
Barone, E. Balducci, C. Casella, A.
Stocker, M. F. Sciacca, L'anima, 1954,
ed. M. F. Sciacca. — Charles
Vaudouin, Y a-t-il une science de
l'âme?, 1957. — N. Petruzze-lis, G.
Giannini, Ch. Boyer et al., L'anima
umana, 1958 (Doctor com-munis, XI,
Nos. 2-3). — Véase también
bibliografía de PSÍQUICO. — Sobre
el
origen
del
concepto:
H.
Schmalenbach, "Die Entstehung des
Seelenbegriffs", Logos, XVI, 3 (1927).
— Sobre los orígenes de la investiga
ción anímica: Dudwig Klages, Ursprünge der Seelenforschung, 1942.
— Sobre la historia del concepto de
alma en relación con la cuestión de
la llamada "localización" (véase LoCALIZACIÓN ) : B. Révesz, Geschichte
des Seelenbegriffs und der Seelenlo-
79
ALM
ALM
ALM
kalisation, 1917. — Un examen sistemático, a la vez psicológico y filosófico, del problema del alma se halla
en muchos libros mencionados en la
bibliografía del artículo Psicología;
especialmente son significativos al
respect o el de A. Pfänder, Di e
Seele des Menschen, 1933, el de
Maximilian Beck, Psychologie: We-sen
und Wirklichkeit der Seele, 1934
(trad. esp. Psicología, 1948) y el de C.
G. Jung, Wirklichkeit der Seele.
Anwendung und Fortschritte der
neueren Psychologie, 1934 (trad. esp.,
Realidad del alma, 1934). — S.
Strasser, Le problème de L'âme, 1953.
— Para la metafísica del alma, véase:
B. Rosenmüller, Metaphysik der
Seele, 1947. — L. Lavelle, L'âme
humaine, 1951. — La relación entre
alma y espíritu (a favor de la
primera) según Klages, figura sobre
todo en la obra capital de este autor:
Der Geist als Wider-sacher der
Seele, 1929. — La relación entre
alma, materia y espíritu en F.
Noltenius: Materia, Psyché, Geist,
1934. — I. Gindl, Seele und Geist.
Versuch einer Unterscheidung, 1955.
— Sobre alma y experiencia mística:
A. Gardeil, O. P., La structure de
l'âme et l'expérience mystique, 2
vols., 1927. — Examen del problema
del alma frente a las negaciones de la
psicología experimental en Juan
Zaragüeta, El problema del alma ante la
psicología experimental, 1910. — Las
obras históricas sobre el desarrollo de
la noción del alma son numerosas;
citamos: G. H. von Schubert, Die
Geschichte der Seele, 1839, 2 vols.,
reimp., 1960. — A. E. Crowley, The
Idea of the Soul, 1909. — J. Laird,
The Idea of the Soul, 1924. — W.
Ellie, The Idea of the Soul: Western
Philosophy and Science, 1940. — Para
la historia del alma en la Edad Media:
B. Echeverría, O. F. M., El problema
del alma humana en la Edad Media,
1941. — Ph. D. Bookstaber, The Idea
of Development of the Soul in Medieval
Jewish Philosophy, 1950. — Un
examen de la historia del alma en el
sentido de una biometafísica, en E.
Dacqué, Das verlorene Parodies. Zur
See-lengeschichte des Menschen,
1938. — Para la concepción griega
del alma es todavía clásica la obra
de E. Rohde, Psyche, Seelenkult und
Unsterblichkeitsglaube der Griechen,
1894 (trad. esp.: Psique. La idea del
alma y la inmortalidad entre los griegos, 1948). — La obra de E. R.
Dodds aludida en el texto es: The
Greeks and the Irrational, 1951 (trad.
esp.: Los griegos y lo irracional, 1960).
Para el concepto de alma en diversos autores: J. Burnet,, The Socratic
Doctrine of the Soul, 1916. — G.
von Hertling, Materie und Form und
die Definition der Seele bei Aristoteles, 1871. — E. Rolfes, Die substantielle Form und der Begriff der Seele
bei Aristoteles, 1896. — F. Brentano,
Aristóteles Lehre vom Ursprung des
menschlichen Geistes, 1911. — H.
Cassirer, Aristoteles' Schrift "Von der
Seele", 1932. — E. E. Spicer, Aristotle's Conception of the Soul, 1934.
— F. Nuyens, Ontwikkelingsmomenten in de zielkunde van Aristóteles,
1939 (trad. francesa: L'Évolution de
la psychologie d'Aristote, 1948). —
Ernst Topitsch, Die platonisch-aristotelischen Seelenlehren in weltanschauungskritischer Beleuchtung, 1959
[Öst. Ak. der Wiss. Phil.-Hist. Kl.
Sitzungsber. 233, Vol. 4, Abh.]. —
Ph. Merlan, Monopsychism, Metaconsciousness, Mysticism. Problems of
the Soul in the Neoaristotelian and
Neoplatonic Tradition, 1963. — E.
Schindler, Die stoische Lehre von
den Seelenteilen und Seelenvermögen, insbesondere bei Panaitios und
Poseidonios, und ihre Verwendung
bei Cicero, 1934. — E. Holler, Seneca und die Seelenteilungslehre
und die Affektenpsychologie der mittleren Stoa, 1934. — P. O. Kristeller,
Der Begriff der Seele in der Ethik
des Plotins, 1929. — P. Künzle, Das
Verhältnis der Seele zu ihren Potenzen. Problemgeschichtliche Untersuchungen von Augustin bis und mit
Thomas von Aquin, 1956 [Studia
Friburgensia, N. F., 12]. — Th.
Crowley, R. Bacon, The Problem of
the Soul in his Philosophical Commentaries, 1950. — S. Strasser, Seele
und Beseeltes, Phänomenologische
Untersuchungen über das Problem der
Seele in der metaphysischen und empirischen Psychologie, 1955.
ca; (II) la concepción cartesiana y
las discusiones sobre ella, y (III) el
problema de si Descartes recibió o
no la influencia directa de Gómez
Pereira. La importancia dada a la
cuestión en dicha época se manifiesta
no sólo en el número crecido de
escritos en torno a ella, sino también en la atención que le prestaron los repertorios enciclopédicos
que reflejaban los intereses intelectuales del tiempo: el Dictionnaire
historique et critique, de Bayle (desde
la primera edición de 1695-97), con
sus artículos sobre Gomesius Pereira
y Rorarius (en este último también
sobre la cuestión de si los brutos
usan de la razón mejor que el
hombre, un tema tratado por Anselmo
Turmeda); y la Encyclopédie (desde
la primera edición de 1751; véase
ENCICLOPEDIA), cuyo largo artículo
Âme des Bêtes comienza diciendo:
"La cuestión que concierne al Alma
de los brutos era un tema digno de
inquietar a los antiguos filósofos; sin
embargo, no parece que se hayan
atormentado por esta materia, ni
que, divididos entre sí por tan
diferentes opiniones, hayan convertido la cuestión de la naturaleza
de esta alma en pretexto de querellas." Después del siglo XVIII la cuestión no ha sido totalmente abandonada, pero se ha tratado con diferentes supuestos y propósitos. No
podemos, pues, referirnos a ella bajo
el mismo epígrafe. En la actualidad, la determinación de la diferencia entre el hombre y el animal es
—en filosofía— un problema de antropología filosófica, auxiliada no sólo
por la biología, por la psicología y
por todas las ciencias del hombre,
sino también por lo que se llama
la teoría analítica de la vida humana. Observemos, además, que en
época reciente las investigaciones cibernéticas (véase COMUNICACIÓN)
han vuelto a plantear con gran radicalismo el problema: "¿Qué significa propiamente pensar?", cuestión
que no puede desligarse de las antes
señaladas y que inclusive constituye
su mejor acceso a ellas.
ALMA DE LOS BRUTOS. El problema de la naturaleza de los animales y de la diferencia (esencial o
de grado) entre el animal y el hombre,
ha ocupado con frecuencia a los
filósofos; referencias al mismo se hallan en Alma, Antropología y Hombre
( VÉANSE ). En el presente artículo nos
ocuparemos de un aspecto de tal
problema: el conocido con el
nombre de problema del alma de los
brutos. Nos referiremos principalmente a las discusiones habidas sobre
el particular entre cartesianos y anticartesianos durante el siglo XVII y
buena parte del siglo XVIII, cuando
la cuestión pareció afectar a la to-talidad
de la filosofía. Trataremos (I) : la
concepción aristotélico-escolás-tica más
difundida en aquella épo80
I. Las concepciones aristotélicas y
escolásticas. Aristóteles parecía a la vez
afirmar (De an. 423 a 15) y negar (ibíd.,
434 b 12) que hu-biese un alma en los
animales. Sin embargo, no debemos
considerar sus ideas al respecto como
contradicto-
ALM
ALM
ALM
rias. En primer lugar, tenemos varias definiciones aristotélicas del alma, entre ellas la que figura en De
an., II 1, 412 a 27-b 5 —"el alma es
el acto primero del cuerpo físico orgánico"— y la que consta en De an.,
II 1, 414 a 12 —"el alma es aquello
por lo cual vivimos, sentimos y entendemos". Aun cuando ambas definiciones se aplican a todos los vivientes
(los escolásticos interpretan la segunda
no como algo que se refiere a "nosotros, los hombres", sino como algo
que concierne a "nosotros, cuerpos vivientes"), es obvio que en la segunda
se apunta a la clasificación que, propuesta por Aristóteles, fue elaborada
por muchos escolásticos. Hay, según
ella, tres almas correspondientes a tres
géneros de seres vivientes: el alma vegetativa, qreptikh/ , sensitiva, ai)sqhtikh/
e intelectiva, nohtikh/ . Con esto puede definirse al hombre como ente
que posee alma intelectiva (y, de
un modo formal-eminente, alma sensitiva y alma vegetativa), a diferencia de las plantas (que poseen
sólo "alma" vegetativa) y de los
animales con exclusión del hombre
(que poseen "alma" sensitiva y, de
un modo formal-eminente, "alma" vegetativa). Así, ciertas cuestiones afectan unívocamente a toda alma, mientras otras (como la llamada extensión
y divisibilidad del alma) conciernen
sólo al alma humana. La división de
los animales en racionales y en brutos coincide con la división de los
seres vivientes entre los que poseen
y los que carecen de intelecto. O,
como dicen los escolásticos, las almas
de los brutos no son subsistentes por
sí mismas. Con esto parecía afirmarse
que puede aplicarse el concepto de
alma, en tanto que concepto unívoco,
al hombre y al animal, sin que se
olvidaran las diferencias señaladas.
Análogamente, Leibniz pensaba que
hay tres conceptos del alma: uno, muy
amplio, según el cual el alma es lo
mismo que la vida o el principio
vital, es decir, el principio de acción interna existente en la mónada
y al que corresponde la acción extema; otro, más estricto, según el
cual 'alma' designa una especie noble
de vida; otro, más estricto aun, según
el cual 'alma' designa una especie de
vida más noble. En el primer
concepto el alma es atribuida a
todos los seres percipientes; en el
segundo, a los que no solamente perciben, sino también sienten; en el
último, a los que no sólo perciben
y sienten, sino también piensan, es
decir, poseen la facultad de razonar
sobre verdades universales. Sólo en
el último sentido puede hablarse de
alma humana (Carta a Wagner,
1710; Erdmann, págs. 279-84).
II. La concepción cartesiana y las
discusiones sobre ella. Contra lo anterior, Descartes afirmó el automatismo de los brutos. Tal afirmación
se halla en varios textos. El más famoso de ellos es la Parte V del Discurso del método. Aquí nos referiremos, sin embargo, a otro texto que,
aunque menos conocido, es, a nuestro entender, más explícito: una carta a Henry More (1649), en la cual
el filósofo francés indicó que el
creer que los brutos piensan es el
mayor de los prejuicios que hemos
retenido de la infancia. Es un prejuicio originado en una comparación meramente superficial de los
movimientos de los animales con
los de nuestro cuerpo. Como se supone que nuestro espíritu es el principio de nuestros movimientos, se
imagina a la vez —dice Descartes—
que los brutos deben de poseer un
espíritu similar al nuestro. Ahora
bien, como hay dos realidades irreductibles —el pensamiento y la extensión—, hay también dos distintos
principios de nuestros movimientos:
el uno, enteramente mecánico y
corpóreo, que depende sólo de la
fuerza de los "espíritus animales"
y de la configuración de las partes
corporales (espíritu que podemos
llamar alma corporal); el otro, completamente incorpóreo, que es espíritu o alma propiamente dicha y que
consiste en una substancia que piensa. Los movimientos de los animales proceden sólo del primer principio. Cierto, dice Descartes, que
no podemos demostrar que los brutos piensan. Pero tampoco se puede
demostrar que no piensan. Por lo
tanto, la tesis de que los brutos carecen de alma es sólo una tesis plausible. Ahora bien, la plausibilidad
aumenta cuando tenemos presente
no sólo la separación entre la substancia pensante y la substancia extensa, sino también el hecho de que
los animales carecen de lenguaje articulado, pues "la palabra es el único signo y la única marca verdadera
de la presencia de pensamiento en
el cuerpo". Así, los animales son autómatas, es decir, sus movimientos
pueden explicarse mediante principios mecánicos. Sin embargo, es injusto atribuir a Descartes la idea de
que los animales son insensibles; el
filósofo no negaba la sensibilidad "en
tanto que depende sólo de los órganos corporales" y, por consiguiente,
rechazaba que se le acusase de crueldad para con los animales. Su opinión —según confesión propia— no
era tanto menospreciar al animal como enaltecer al hombre. Pues se trataba de subrayar la naturaleza pensante de éste y el hecho de que
solamente tal naturaleza pensante
equivalía al alma inmortal.
Se ha hecho observar que la tesis
cartesiana puede tener dos motivos
íntimamente emparentados: (1) el
dualismo de pensamiento y extensión; (2) el extremo mecanicismo
con que es concebido cuanto no es
pensamiento. A ello se ha agregado
un propósito: el de salvar la tesis
de la inmortalidad del alma. Lo último es lo que ha sido más destacado por los autores de la época. Ahora
bien, la oposición a Descartes no
significaba, por lo común, negación
de la tesis de la inmortalidad, sino
adopción de otros argumentos, considerados mejores. Por tal motivo, el
propósito cartesiano, si bien importante históricamente, es menos decisivo sistemáticamente. Albert G. Balz
ha indicado que, de acuerdo con los
textos de la época, la adhesión a la
doctrina del automatismo de los brutos constituía una prueba de la fidelidad al cartesianismo: "se era un
cartesiano auténtico si se proclamaba que los anímales son máquinas"
y, a la vez, si se afirmaba ser discípulo de Descartes y se negaba el
automatismo, tal discipulado era una
burla (Dilly, Traité de l'âme et de
la connoissance des bêtes, Amsterdam, 1691, apud. Balz, op. cit., en
la bibliografía, pág. 107). Esto explica
por qué la negación de alma a los
brutos era en el cartesianismo una
posición metafísica, y por qué fue tan
abundantemente discutida desde 1650
a 1780 aproximadamente. El número
de tratados publicados al respecto es
muy crecido. Algunos de ellos son
mencionados en la bibliografía de
este artículo. Pero, además, debe
tenerse en cuenta que todos los au-
81
ALM
ALM
ALM
tores significados de la época se ocuparon del asunto; así, entre otros,
Leibniz, Locke, Cudworth, More,
Shaftesbury, Régis, La Forge, Cordemoy, Fontenelle y, desde luego,
Bayle. Toda clase de argumentos se
utilizaron. Algunos eran de índole
metafísica (naturaleza del alma y de
la relación alma-cuerpo, con las distintas soluciones bien conocidas: dualismo, ocasionalismo, monismo, pluralismo). Otros, de índole empírica
(existencia de movimientos naturales
involuntarios —lo que probaría el automatismo del cuerpo y la superfluidad de un "alma"—; negación de
tales movimientos, o afirmación de
que el argumento anterior ignora la
distinción tradicional entre el alma
vegetativa, el alma sensitiva y el alma
intelectual). Decenas de pruebas y
contrapruebas fueron aducidas. Aquí
nos interesa sólo, sin embargo, destacar que el sentido último de la
doctrina cartesiana dentro de su sistema era el apoyo de la metafísica
dualista, y fuera de su sistema el
deseo de hallar una nueva prueba de
la naturaleza irreductible y, por lo
tanto, inmortal del alma humana.
III. Descartes y Gómez Pereira. La
doctrina cartesiana sobre el automatismo animal se parece mucho a la
de Gómez Pereira. Si acaso, la del
último es aun más radical que la del
primero, pues deniega inclusive la
sensibilidad a los brutos. Parece, pues,
natural que se haya planteado el problema (muy discutido en el siglo
XVII y parte del XVIII) de si la
teoría del filosofo francés al respecto
había sido influida por la Antoniana
Margarita; (1a edición en Madrid,
1554; 2a edición en Frankfurt, 1610),
del filósofo español. Ahora bien,
cuando se llamó la atención de
Descartes sobre este punto, el autor
del Discurso del método (véase
Carta a Mersenne del 23 de junio de
1641; A. T., III, 386) negó haber
recibido tal influencia y hasta haber
leído a Gómez Pereira. Más aun:
indicó que no consideraba necesario
ver el libro (una indicación
ciertamente "muy cartesiana"). La
mayor parte de los autores de los
siglos citados se atuvieron a ella; en
todo caso, destacaron que la conexión
entre las dos doctrinas era muy
problemática. Y ello por dos causas:
(1), porque, de hecho, no parecía
haber habido tal influencia; (2),
porque se consi-
deraba que la teoría cartesiana era
una consecuencia de su metafísica
general, en tanto que la de Gómez
Pereira no dependía de ningún principio filosófico previo. Hasta se indicó (ejemplos: el biógrafo de Descartes, Adrien Baillet, en su Vie de
Descartes; Bayle, en los artículos
mencionados del Dictionnaire; Feijoo, en el Teatro Crítico, Disc. IX;
el historiador del cartesianismo, Francisque Bouillier, I, 1868, 3a ed.,
pág. 153) que esto mostraba claramente la superioridad de la tesis cartesiana y la incomprensión por Gómez
Pereira del alcance de su propia doctrina — una opinión harto curiosa,
pues no se ve por qué una tesis es
superior a otra cuando es una derivación directa de un principio metafísico. Entre los autores españoles
que se han ocupado del asunto, algunos (Francisco Alvarado, Eloy
Bullón, José María Guardia) afirman que ha habido influencia directa;
otros (el citado Feijoo, José del
Perojo, Narciso Alonso Cortés) la
niegan; otros (Marcial Solana) sostienen que hay una analogía. La
opinión de Menéndez y Pelayo al
respecto es ambigua. Por un lado
afirma que Descartes "glosó" la tesis
de Gómez Pereira, aunque expresándola de manera menos ingeniosa que
el filósofo español. Por otro considera incierta una influencia directa
y se inclina por otra indirecta (a
través de la Philosophia sacra, de F.
Valles). Ahora bien, la cuestión de
las relaciones entre Gómez Pereira y
Descartes es sólo una parte de la
cuestión más general acerca de los
precedentes que pudiera haber para
uno y otro en los filósofos antiguos.
Ya a fines del siglo XVII se opinaba
que había precedentes de "la
paradoja". Huet, por ejemplo,
indicaba en su Censura philosophiae
cartesianae (1689) que hay un precedente en el tratado De abstinentia, de Proclo. Lo cual es dudoso,
pues si bien hay en Proclo (In Platonis Theologiam, III, i) la afirmación de que las almas animales son
"simulacros" o "imágenes" de las almas humanas, ello debe entenderse
en el sentido de la relación entre la
copia y su original. Lo mismo cabe
decir de otros textos mencionados
por Bayle (Séneca, De ira, I, ii: De
brecitate vitae, XIV) o Baillet (San
Agustín, De quantitate animae, c. 30;
Plutarco; Macrobio); cuando se examinan los textos no se ve de qué
modo pueden relacionarse con la tesis de referencia. En cambio, hay
dos textos de Aristóteles a los que
no parece haberse prestado atención
suficiente: el que se halla en De an,
434 b 12, al decir que "un animal
es un cuerpo sin un alma en él", y
el que se encuentra en De motu animalium, 701 b 1-14, según el cual
los movimientos animales pueden ser
comparados con los de los muñecos
animados o autómatas, stre/blai. Cierto que cuando se piensa que la citada comparación es un método utilizado para comprender la naturaleza
del movimiento de los animales es
menester emplear mayores cautelas
antes de establecer una relación
demasiado directa entre la tesis del
Estagirita y las de Gómez Pereira y
Descartes. En efecto, mientras en los
autómatas no hay —dice Aristóteles— cambio de cualidad, en el animal pueden aumentar o disminuir de
tamaño o cambiar de forma los órganos de que se sirve para ejecutar los
movimientos. En suma, la conclusión
más plausible sobre el asunto es la
de que ni ha habido precedentes
claros de la doctrina en cuestión ni
han existido de hecho relaciones entre
el filósofo español y el francés. Ahora
bien, no puede ignorarse que hay un
aspecto en el cual coinciden los dos
filósofos: el aspecto extra-sistemático,
según el cual la tesis del automatismo
animal es especialmente adecuada,
como lo ha advertido B. A. G. Fuller
(Cfr. infra), para evitar ciertas
dificultades que creaba "la existencia
de los animales inferiores en los
problemas del alma y de la inmortalidad humana".
Referencias al problema en los historiadores del cartesianismo ( VÉASE),
especialmente en el libro de Francisque Bouillier. El trabajo aludido
de Balz es "Cartesian Doctrine and
the Animal Soul. An Incident in the
Formation of the Modem Philosophical Tradition", en sus Cartesian
Studies, 1951, 106-157. Entre los libros de los siglos XVII y XVIII que
trataron extensamente el problema
(además de los textos referidos en
el capítulo presente) mencionaremos
algunos de los más destacados: De
la Chambre, Traité de la connaissance des animaux, où tout ce qui a
esté dit pour, & contre le raisonnement des bestes est examiné, Paris,
82
ALM
ALM
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1664. — Padre Posson, Commentaires ou Remarques sur la Méthode de
M. Descartes, Paris, 1671 (favorable
a la tesis cartesiana). — J. Β. du
Hamel, De corpore animaio, libri
quatuor, seu promotae per experimenta philosophiae, specimen alterrum, Paris, 1673 (du Hamel es el autor, referido en Ontología [VÉASE],
que quería conciliar la filosofía tradicional con la cartesiana). — Padre
Pardies, Discours de la connaissance
des bêtes, Paris, 1696 (si Descartes
tiene razón, quizá los hombres sean
también máquinas). — Essai philosophique sur l'âme des bêtes, où l'on
traite de son existence & de sa nature
et où l'on mêle par occasion diverses
réflexions sur la nature de la liberté,
sur celle de nos sensations, sur
l'union de l'âme & du corps, sur
fimmortalité de l'âme, & et où l'on
réfute diverses objections de Monsieur Bayle, Amsterdam, 1728 (obra
atribuida por Francisque Bouillier a
un tal Boullier y en la cual se defiende el principio inmaterial en los
brutos). — M. l'abbé Macy, Traité de
l´âme des bêtes, 1737 (a favor de
Descartes). — G. Daniel, Voyage du
Monde de M. Descartes, La Haye,
1739 (contra los cartesianos). —
Amusement philosophique sur le langage des bestes, Paris, 1739 (atribuido al abbé Bougeant; reed. por
H. Hastings, Genève, 1954). — M.
Guer, Histoire critique de l'âme des
bêtes, contenant les sentiments des
philosophes anciens & ceux des modernes sur cette matière, Amsterdam,
1749 (se mantiene neutral frente a
las tesis opuestas). — Los textos de
comentaristas referidos en el apartado III y no detallados en el texto del
artículo son: Francisco Alvarado,
Cartas, 1825. — Eloy Bullón, Los
precursores españoles de Bacon y
Descartes, 1905. — José María Guardia, en Revue philosophique, XXVIII
(1889), 270-9-, 382-407, 607-34,
apud Joaquín Iriarte, S. J., Menéndez y
Pelayo y la filosofía española, 1947,
pág. 249. — José del Perojo, Ensayos
sobre el movimiento intelectual en
Alemania, apud Iriarte, op. cit., pág.
153. — Narciso Alonso Cortés,
"Gómez Pereira y Alonso de Mercado: datos para su biografía", Revue
Hispanique, XXXI (1914), 1-62, especialmente 1-29. — Marcial Solana,
Historie de la filosofía española. Época del Renacimiento. Siglo XVI, 1941,
I, 266 sigs. — M. Menéndez y Pelayo,
La Ciencia española, ed. M. Artigas,
1933, I. — Íd., íd., Heterodoxos, Libro V, cap. ii. — Informaciones complementarias sobre estas opiniones
en José Ferrater Mora, "¿Existe una
filosofía española?", Revista de fi-
losofía, II, 1 (1951), 46-64. — El
artículo aludido de Fuller es "The
Messes Animais Make in Metaphysics", Journal of Philosophy, XLVI
(1949), 829-38. — Además del libro de Balz citado al principio de
esta bibliografía, véase: H. Hastings,
Man and Beast in French Thought
of the Eighteenth Century, 1936. —
L. C. Rosenfield, From Beast-Machine to Man-Machine, 1940. — M.
Chastaing, "Le 'Traité' de l'abbé Macy et la Vieille réponse' cartésienne
du problème de la connaissance
d'autrui", Revue philosophique de
la France et de l'Etranger, Año
LXXVIII (1953), 76-86.
ALMA DEL MUNDO. La expresión 'alma del mundo' designa la totalidad del universo concebido como
organismo o, mejor dicho, la forma
de este universo. La idea de un alma
del mundo nace en el mismo momento
en que surge el pensar filosófico. La
reducción de la totalidad a la unidad, la
suposición de que todo está
entrelazado representa, en efecto, la
admisión de un alma del mundo siempre que, rechazándose el mecanicismo
ciego, se admite que el todo tiene un
sentido. La explicación platónica del
origen del alma del mundo como la
mezcla armónica por el demiurgo de
las ideas y de la materia, de la esencia
de lo Mismo y de lo Otro, puede ser
la transcripción mítica de un supuesto
metafísico que parece inextirpable en
la especulación antigua. Así el
cuerpo del mundo está envuelto por
su alma; pero, a la vez, el alma del
universo se halla en cada una de
las cosas de éste, no parcial y
fragmentariamente, sino de un modo
total y completo. En otros términos, el alma del mundo es aquella
realidad que hace que todo microcosmo sea un macrocosmo. Los debates
habidos en las escuelas filosóficas
antiguas, debates que, bajo distinta
forma, se reproducen en todos aquellos momentos de la historia del pensamiento en que —como en el Renacimiento y en el Romanticismo— lo
orgánico sustituye a lo mecánico, se
centraron particularmente en los estoicos y los neoplatónicos. Unos concebían, en efecto, esta alma del mundo
de un modo muy cercano a lo material; el corporalismo de los estoicos
no podía dejar de influir sobre su
idea del alma cósmica. En efecto,
si el mundo es un ser viviente, racional, animado e inteligente, como según Diógenes Laercio (VII, 142) lo
mantienen Crisipo en el Libro I de su
tratado De la Providencia, Apolo-doro
en su Física y Posidonio en numerosos
lugares de sus obras, es viviente, zw|=n,
"en el sentido de una substancia
animada dotada de sensación". Otros,
en cambio, identificaban esta alma
del mundo con la razón o bien
hacían
de
ella,
como
los
neoplatónicos, una de las hipóstasis de la unidad suprema. El
alma del mundo quedaba entonces
desligada de esta unidad; aunque
estrictamente subordinada a ella, no
podía tampoco confundirse con la
unidad primera. La confusión del
alma del universo con el primer
principio es, en cambio, propia de
las tendencias que podrían calificarse
de "panteísmo organológico". Desde
el momento en que se niega, consciente o inconscientemente, la trascendencia del primer principio, aparece el alma del mundo como lo que
religa la totalidad del universo, como
lo que expresa esta misma totalidad,
o como la propia totalidad en cuanto
única realidad existente. Aquí vemos
una distinción fundamental entre dos
nociones del alma cósmica: la que
la convierte en mera expresión de
un organismo que es el universo
entero, a la vez subordinado a un
primer principio, y la que la identifica con este mismo principio, es decir, la que convierte en Dios el alma
del mundo. Distinción que casi nunca
se hace, cuando menos explícitamente,
en los sistemas de la filosofía, donde
justamente
suele
abundar
la
transposición de uno de dichos conceptos al otro. Así ocurre, por ejemplo,
con la especulación sobre el alma del
mundo en los pensadores del Renacimiento (Agrippa, Paracelso, algunos místicos, sobre todo Bruno) y en
románticos como Schelling. Bruno
tiene, ciertamente, conciencia de esta
oposición y en ocasiones la declara,
pero con el fin de eludir el panteísmo funde a veces las dos nociones
en un solo concepto del alma del
mundo que es a la vez la divinidad
y el principio orgánico del universo.
Análogamente, Schelling, que procura
eludir las acusaciones de panteísmo
señalando que entiende a Dios a la
vez como persona y como indiferencia
de opuestos, indica que el alma del
mundo es lo que religa en una
unidad orgánica elementos del
universo que, vistos desde fuera
83
ALM
ALO
ALQ
y fragmentariamente, pertenecen al
reino de lo mecánico e inorgánico,
pero señala también que es última
expresión y aun realidad última de
dicho universo. El alma del mundo
se convierte entonces en un concepto
que tiende a unificar el personalismo y el impersonalismo en la
idea de lo divino, que procura tender un puente entre el teísmo religioso y el panteísmo filosófico, y por
eso el alma del mundo puede ser
simultáneamente, no obstante la frecuente distinción que se establece
entre ella y la persona divina, principio, sentido y finalidad de un universo que es concebido siempre como
un organismo.
ción de una hipóstasis ( VÉASE ).
Usualmente se sostiene que las almas
humanas son emanaciones del Alma
del Mundo (véase ALMA DEL MUNDO).
(5) La teoría de la eternidad y
preexistencia de las almas afirma que
las almas han existido siempre —po
siblemente en un "mundo inteligi
ble"— y se han "incorporado", pudiendo, pues, abandonar el cuerpo, el
cual es como su prisión o tumba. Pla
tón en el Fedón y algunos de los lla
mados "platónicos eclécticos" han si
do los más ardientes defensores de es
ta teoría.
(6) El evolucionismo emergentista sostiene que las almas —o, en ge
neral, las conciencias— surgen en vir
tud de un proceso evolutivo, como
resultado (resultado "emergente";
véase EMERGENTE ) de la complicación
y perfeccionamiento de los organis
mos biológicos.
ALONSO DE LA VERACRUZ
(FRAY) (1507-1584) nac. en Caspueñas (Toledo), estudió en la Universidad de Alcalá de Henares y en
la de Salamanca, donde tuvo como
maestro a Francisco de Vitoria. En
1536 se trasladó a México, donde
terminó su noviciado como agustino.
En 1553" fue nombrado catedrático
en la Universidad Real y Pontificia
de la Nueva España. En sus obras
filosóficas, Fray Alonso de la Veracruz se mantuvo fiel a los grandes
maestros tomistas y se opuso tanto
a la retórica como a las falsas y excesivas sutilezas. Adversario de la
interpretación nominalista, Fray Alonso no desdeñaba, empero, lo que pudiera haber de valioso en algunas
ideas que no estuvieran dentro de
la tradición por él aceptada; es característico de sus escritos, en efecto, la erudición filosófica escolástica
y el constante deseo de mantener una
línea segura dentro de la mayor diversidad de opiniones. Sus contribuciones principales se encuentran en
la lógica y en la filosofía natural, y
todo ello con la principal intención
de "guiar a los discípulos como por
la mano en el camino de la Sagrada
Teología". En la primera de sus
obras lógicas siguió el modelo de las
Summulae de Pedro Hispano; en las
demás, trató los problemas fundamentales de la Dialéctica, tales como
los predicables universales y doc-
trina silogística. En la filosofía natural se atuvo a las cuestiones de ontología del ser corpóreo, discutiendo
las principales doctrinas de los escolásticos y tomando como base la
interpretación tomista del aristotelismo.
Obras filosóficas principales: Recognitio Summularum, 1554. — Dialéctica Resolutio, 1554. (Hay una
edición facsímil de esta obra: Madrid,
1945.) — Physica Speculatio, 1557.
— Hay trad. esp. de: Investigación
filosófica natural. Los libros del alma.
Libros I y II, por O. Robles, 1942. —
Véase A. Bolaño e Isla, Contribución al
estudio biobibliográfico de Fray Alonso de la Veracruz, 1947. — O. Robles,
Filósofos mexicanos del siglo XVI,
1950, Cap. I. — A. Ennis, "Fray
Alonso de la Vera Cruz, O. S.A.
(1507-1584). A Study of His Life
and His Contribution to the Religious
and Intellectual Affairs of Early Mexico", Augustiniana V (1955), 52-124.
ALQUIÉ (FERDINAND) nac.
(1906) en Carcasona (Aude), fue
profesor en la Facultad de Letras de
Montpellier y desde 1952 lo es en la
Sorbona. Según Alquié, la filosofía
no evoluciona de un modo progresivo,
pero ello no significa que las diferentes tentativas filosóficas que se despliegan en la historia sean inútiles.
Cada una de ellas es el modo como
en un conjunto de circunstancias concretas se opera el retorno al ser, por
el que el filósofo —y el hombre—
siente constante nostalgia a causa de
constituir, en el fondo, un retorno
hacia sí mismo. Esta vinculación fundamental con el ser es posible, por
lo demás, porque tal ser no es un
mero concepto ni una simple abstracción, sino la suma de todo lo concreto y viviente — la presencia y la
ausencia. Junto a la vinculación de
referencia ha investigado Alquié el
retomo a la eternidad que se manifiesta en el deseo de ella; nos hemos
extendido sobre este punto en el artículo sobre Eternidad ( VÉASE). Correspondiendo a estas fundamentales
concepciones metafísicas, Alquié ha
examinado desde el punto de vista
del retorno último al ser diversos
sistemas filosóficos, en particular el
pensamiento de Descartes, cuyo Cogito ergo sum ( VÉASE ) no es para
Alquié una evidencia o un razonamiento, sino una verdadera "experiencia ontológica".
E. Hoffmann, "Platons Lehre von
der Weltseele", Jahr. d. phil. Vereins
zu Berlin (1919), 48 y sigs. — P.
Thévenaz, L'âme du monde, le devenir et la matière chez Plutarque,
1938. — J. Moreau, L'âme du monde
de Platon aux stoïciens, 1939.
ALMA (ORIGEN DEL). Muy debatida ha sido la cuestión del origen
de las almas humanas por los teólogos, por muchos filósofos de confesión cristiana y, desde luego, por los
Padres de la Iglesia. Nos limitaremos
aquí a señalar algunas de las posiciones mantenidas al respecto. Algunas
de estas posiciones han sido examinadas con mayor detalle en otros artículos (véase CREACIONISMO, TRADUCIANISMO).
( 1 ) El creacionismo afirma que
cada una de las almas humanas ha
sido objeto de un acto especial de
creación divina. Esta doctrina puede
entenderse de dos maneras:
(la) Prescindiendo de las llamadas
"causas segundas", en cuyo caso puede hablarse de creacionismo ocasionalista.
( 1b ) Teniendo en cuenta las causas segundas y admitiendo que Dios
crea el alma cuando se dan las condiciones vitales necesarias. Esta última
posición es la de Santo Tomás.
(2) El traducianismo afirma que
hay una transmisión —no explicada y
acaso inexplicable— del alma por los
padres en el proceso de la genera
ción. Se subraya aquí, pues, "lo cor
poral" en la formación del alma.
(3) El generacionismo sostiene lo
mismo que el traducianismo, pero
subraya los motivos espirituales más
bien que los corporales.
(4) El emanatismo afirma que las
almas se producen mediante emana-
84
Obras principales: Notes sur les
principes de la philosophie de Des-
ALT
ALT
ALU
cartes, 1933. — Leçons de philosophie, 2 vols., 1939, nueva edición
revisada, 1950. — Le désir d'éternité, 1943. — La découverte métaphysique de l'homme chez Descartes,
1950. — La nostalgie de l'Être, 1950.
— Philosophie du surréalisme, 1955.
1956. — L'expérience, 1957. — La
morale de Kant, 1957.
ALTERACIÓN puede entenderse
en dos sentidos: (1) como transformación de la cualidad actual de
una cosa; (2) como transformación
de una cosa en algo diferente. Por
consiguiente, el término 'alteración'
puede aplicarse indistintamente a todas las existencias, aun cuando de
un modo propio sólo convenga a la
existencia humana. Empleando la terminología hegeliana, puede decirse
entonces que la alteración es la acción
y efecto de un alterarse (Anderswerden) por el cual un ser en sí se
transforma en su ser en otro (Anderssein). Esta particular significación de la alteración indica ya que,
aun concebida como transformación
radical de un ser, el resultado de
la alteración no anula jamás lo que
había antes de alterarse. En otros
términos, la alteración puede entenderse, como el devenir, en el sentido
de un cambio en la realidad física
y en el sentido de un cambio en
la realidad psico-espiritual. En el primer caso la alteración excluye toda
forma anterior, tal como ocurre en
la noción plotiniana de la alteridad
(e(tero/thj), la cual "no consiste —escribe Plotino— para una cosa en convertirse en otra de lo que era y después persistir en ese otro estado, sino
en ser incesantemente otra de lo que
era. Así, el tiempo es siempre otro de
lo que era, porque es producido por
el movimiento; es el movimiento al
ser medido, es decir, el movimiento
sin reposo" (Enn., VI iii, 22). En el
segundo, la alteración es, en última
instancia, la consecuencia de una historicidad. Este último sentido es el
que se da habitualmente a la alteración. Cuando se habla, como lo hace
Ortega y Gasset, de un alterarse que
es un no vivir desde sí mismo, sino
desde "lo otro", cuando se indica que
la alteración como enajenación de la
propia vida es sólo el primer momento
de la pérdida en las cosas, cuyos dos
momentos sucesivos son la retirada en
la propia intimidad o ensimismamiento y la nueva sumersión
en el mundo o acción, se alude siem-
pre, en efecto, a la alteración "histórica" y no simplemente "física".
Con todo, hay ciertos equívocos que
conviene evitar en toda dilucidación
de las nociones de alteración y de
ensimismamiento. Encerrarse puede
significar: (A) tener conciencia clara,
no estar fuera de sí o enajenado;
retirarse a lo íntimo; por lo tanto,
desatender lo externo en cuanto es lo
mostrenco y falsea el propio ser; esta
retirada es necesaria como paso previo a una espiritualización del ser
que sólo se consigue mediante la
abertura del auna al valor; (B) la acción mecánica de la obsesión, en la
cual se desatiende lo externo, mas
para volcarse en la selva interna de
los apetitos y del egoísmo. Análogamente, la alteración o salida de sí
puede significar: (a) sumisión a lo
externo como la corriente ciega que
destruye lo entrañable; (b) abandono
a lo externo considerado como lo
valioso, sumisión a lo que trasciende
del propio ser, no sólo porque constituye un reino de esencias y de
valores que deben reconocerse y
realizarse, mas también porque hay
un fundamento último que religa
este ser.
ALTERIDAD. Véase ALTERACIÓN
y OT R O ( E L ).
ALTRUISMO. El término altruisme
('altruismo') fue introducido por Auguste Comte. En su opinión, el altruismo —que implica, entre otros
efectos, la benevolencia, pero que no
se reduce a ella— se opone al egoísmo — el cual supone el amor exclusivo a sí mismo en detrimento de los
demás. Según Comte, el altruismo
"cuando es enérgico, es siempre más
apropiado que el egoísmo para dirigir
y estimular la inteligencia, inclusive
en los animales" (Système de politique positive, I [1851], pág. 693). El
altruismo no es, pues, un vago sentimiento de afecto; constituye la base
para una moral sistemática (ibíd.,
IV, pág. 289). Debe defenderse y desarrollarse, pues, un "régimen altruista" en oposición al "régimen egoísta".
El término en cuestión fue acogido y
popularizado por Spencer en sus Principios de psicología.
La moral del altruismo no está necesariamente basada en el utilitarismo
(VÉASE). En éste todo altruismo está
dirigido por la idea de que el afecto
hacia otros es, en último término, más
beneficioso para todos que cualquier
forma de malevolencia. En todo caso,
el altruismo es defendido como un
principio que puede, y suele, resultar
beneficioso para la comunidad; el utilitarismo se deriva del altruismo y no
a la inversa. Puede preguntarse entonces si la moral del altruismo es una
forma moderna o laica del amor al
prójimo cristiano. Max Scheler niega
rotundamente que tal suceda. Según
Scheler, el altruismo de Spencer (y
de Comte) representa la culminación
de la moral moderna de la filantropía. Éste se basa en el resentimiento, y opone al "simple entregarse a
otro por ser otro" el amor cristiano
dirigido a la persona espiritual, y
contrario al sacrificio de la propia
salvación, que tiene para el cristiano
un valor tan alto como el amor al
prójimo. El "amar al prójimo como
a sí mismo" se contrapone, pues,
según Scheler, al "amar al prójimo
más que a sí mismo", que a su entender representa una manifestación
del resentimiento, una forma del
odio a sí mismo. En la intención de
Comte, el altruismo significa el movimiento de proyección al yo ajeno
que detiene los impulsos naturales
del amor propio y que debe vencer forzosamente, en una sociedad
positiva, a esos impulsos, constituyendo de tal modo el fundamento
moral de la nueva sociedad. Análogamente, Simmel estima, en su Introducción a la ciencia moral, que el
altruismo representa la expresión del
egoísmo del grupo social, pero esto
ocurre solamente en el caso de que
este grupo esté, como diría Bergson,
cerrado. Cuando el grupo se abre
o se trasciende a sí propio, puede
haber ya entonces en el altruismo,
aun adoptando sociológicamente la
forma del egoísmo del grupo, la tendencia a basarse en una instancia
objetiva.
ALUCINACIÓN se llama a la percepción de algo que no existe, o bien,
aunque menos frecuentemente, a la no
percepción de algo existente. La alucinación suele distinguirse de la falsa
representación de una imagen por el
hecho de que mientras en este último
caso la percepción es imprecisa y hay
siempre alguna conciencia de la no
existencia del objeto correspondiente,
en el primero coexiste la conciencia de
la existencia con la percepción clara y
terminante. Los casos puros
85
AMA
AMA
AMO
de alucinación son raros; por lo general, las alucinaciones se presentan
mezcladas con la representación consciente de imágenes que no responden a situaciones objetivas externas.
En algunos casos, las alucinaciones
se refieren a estados internos, estáticos o cinestésicos, por los cuales
el propio yo y el mismo cuerpo del
que sufre la alucinación se ofrecen
a él de una forma totalmente alucinatoria: fenómenos de cambio de
personalidad, sensaciones de alejamiento de sí mismo, etc.
W. Specht, "Zur Phänomenologie
und Morphologie der Halluzination",
Zeitschrift für Pathopsychologie, (IV).
— P. Quercy, Les hallucinations, 2
vols., 1930 (I. Philosophes et mystiques. II. Études cliniques). — Gerhard Schorsch, Zur Theorie der Halluzinationen, 1934. — J. Paulus, Le
problème de l'hallucination et l'évolution de la Psychologie d'Esquirol à
Pierre Janet, 1941.
AMALRICO DE BÈNE, Amaury
de Bène (t 1206/07) nac. en Bène
(diócesis de Chartres), profesor en
París, mantuvo una doctrina sobre la
naturaleza de Dios que fue considerada como peligrosamente cercana al
panteísmo y condenada en el Sínodo
de París de 1210. Esta doctrina parece haber sostenido que Dios constituye la esencia de todas las cosas
y, por consiguiente, que no hay diferencia esencial entre Dios y las
criaturas, que son entonces manifestaciones visibles de Dios. Entre las
consecuencias de esta doctrina se halla
la de la inseparabilidad del mal y del
bien, por cuanto ambos proceden de
Dios, así como la supresión de toda
culpa o recompensa. Hay que advertir
que el panteísmo citado constituye una
de las interpretaciones posibles de la
tesis de que Dios es el supremo ser
causal. Algunos autores, ya en la época
de Amalrico de Bène, mantuvieron que
la
doctrina
del
filósofo
no
desembocaba en el panteísmo, sino
que constituía una elaboración de la
concepción dionisiana de Dios como
causa de todas las cosas y de la
concepción paulina de Dios como el
que es todo en todo. Las autoridades
eclesiásticas consideraron, sin embargo, que aun apoyándose en tales concepciones, Amalrico y sus partidarios,
los amalricianos (amauriciani), las entendían únicamente en un sentido
panteísta. (Véase también DAVID DE
DINANT. )
Véase Clemens Baeumker, Contra
Amaurianos. Ein anonymer, wahrsscheinlich dem Garnerius von Rochefort zugehöriger Traktat gegen die
Amalrikaner aus dem Anfang des
ΧΙΠ Jahrhunderts, 1926 [Beiträge zur
Geschichte der Philosophie des Mittelalters, XXIV, 5-6). — C. Capelle,
Autour du décret de 1210: III. Amaury
de Bène, étude sur son panthéisme
formel, 1932 [Bibliothèque thomiste,
16]. — M. Th. d'Alverny, "Un fragment du procès des Amauriciens",
Archives d'histoire doctrinale et littéraire du moyen âge, XXV-XXVI
(1950-1951), 325-36. — Mario del
Pra, Amalrico di Bène, 1951.
AMANUAL. Véase HEIDEGGER
( MARTIN).
AMBIGÜEDAD. SOFISMA , VAGUEDAD.
AMELIO tenía como verdadero
nombre, según Porfirio (Vit. Plot., 7),
el de Gentiliano. Fue uno de los más
fieles discípulos de Plotino (v.), quien
prefería llamarle Amerio, porque mejor le cuadraba que se derivara su
nombre de 'a)merei/a ', indivisibilidad,
que de 'a)melei/a', descuido. Nacido en
Etruria, Amelio estuvo con Plotino
en Roma a partir del año 246. Proclo
le atribuyó comentarios al Timeo y
a la República. También escribió un
tratado titulado Sobre la diferencia
entre las opiniones de Plotino y las de
Numenio, peri\ th=j kata\ ta\ do/gmata
tou= Plwti/nou pro\j to\n Noumh/ni/on
diafopa=j,, dedicado a Porfirio y
redactado para destruir los rumores
que corrían en Grecia según los
cuales Plotino era un plagiario de
Numenio de Apa-mea. Según
Porfirio (op. cit., 20), Amelio siguió
en general la doctrina de Plotino,
pero por su composición y estilo sus
opiniones aparecen distintas, y a veces
inclusive opuestas, a las de su
maestro. Sin embar-go según la
reseña dada por Proclo, las
diferencias no parecen ir más allá de
una elaboración del método tricotómico, aplicándolo a la inteligencia, la cual no es, a su entender, una
unidad, sino que está dividida en tres
partes: la que es, la que posee y la
que contempla.
Art. de J. Freudenthal sobre Amelio (Amelius) en Pauly-Wissowa.
AMIDISMO. Véase BUDISMO.
AMMONIO SACCAS (del sobrenombre Sakka=j, "el que lleva alforjas") (ca. 175-242) fue maestro de
Plotino y ejerció una gran influencia
no solamente sobre éste, sino tam-
bien sobre muchos otros filósofos de
la época (por ejemplo, Longino y los
abajo citados). A causa de ello es
considerado por algunos autores como
el padre del neoplatonismo (título que
otros reservan para Numenio de Apamea y que la mayor parte de los historiadores dan solamente a Plotino).
Según cuenta Porfirio (Vit. Plot., 3)
Plotino estudió once años con Ammonio, el cual fue maestro asimismo
de Orígenes y Herenio. Los tres prometieron guardar en secreto las doctrinas de su maestro, pero, según Porfirio, sólo Plotino cumplió la promesa.
La enseñanza de Ammonio —desarrollada en forma oral— parecía tender
a un sistema ecléctico en el cual se
combinaban armónicamente elementos
platónicos y aristotélicos — una muy
acusada característica de la mayor
parte de los sistemas neoplatónicos,
pero correspondiente también a las
opiniones de los llamados platónicos
eclécticos. Según Nemesio, Ammonio
se ocupó especialmente del problema
de la naturaleza del alma y de su
relación con la Inteligencia, en un
sentido muy parecido al posteriormente desarrollado por Plotino.
G. V. Lyng, "Die Lehre des Ammonios Sakkas", Abhandlungen der
Gesellschaft der Wissenschaften zu
Christiania, 1874. — F. Heinemann,
"A. Sakkas und der Ursprung des
Neuplatonismus", Hermes, LXI
(1926), 1-27. — K. H. S. Jong, Plotinus of A. Saccas, 1941 (monografía). — E. Seeberg, "A. Sakkas",
Zeitschrift für Kirchengeschichte,
LXI (1942), 136-170. — Eleuterio
Elorduy, S. I., Ammonio Sakkas. I:
La doctrina de la creación y del mal
en Proclo y el Pseudo-Àreopagita,
1959 [Estudios Onienses. Série I,
vol. 7]. — Véase también Klaus Kremer, Der Metaphysikbegriff in den
Aristoteles-Kommentaren der Ammonius-Schule, 1961 [Beiträge zur Geschichte der Philosophie und Theologie der Mittelalters, 39, Heft 1).
AMOR. Se usa el término 'amor'
para designar actividades, o el efecto
de actividades, muy diversas; el amor
es visto, según los casos, como una
inclinación, como un afecto, un apetito, una pasión, una aspiración, etc. Es
visto también como una cualidad, una
propiedad, una relación. Se habla de
muy diversas formas del amor: amor
físico, o sexual; amor maternal, amor
como amistad; amor al mundo; amor
a Dios, etc. Inclusive dentro de una
especie determinada de amor se in-
86
AMO
AMO
AMO
troducen variantes; así, Stendhal, al
referirse al amor del hombre por la
mujer, y de la mujer por el hombre,
distingue entre el amor-pasión, el
amor-gusto, el amor físico, y el amor
de vanidad ( De l'amour, I, 1 ). Abundan los intentos de clasificar, y ordenar
jerárquicamente, las diversas clases de
amor;
como
ejemplo
reciente
mencionamos la obra sobre "los cuatro amores" (The Four Loves [1960],
passim), de C. S. Lewis, en la cual el
autor describe y analiza: el amor hacia lo subhumano (ciertos animales),
considerado como un "gusto por"
(liking); el afecto; la amistad; el eros,
y la caridad. Muchas de las distinciones propuestas recomiendan el uso de
varios términos ('agrado', 'gusto', 'afecto', 'atracción', 'deseo', 'amistad', 'pasión', 'caridad', etc., etc. ), pero persisten en agrupar sus significados bajo
el concepto común de "amor". Las dificultades que ofrece la variedad del
vocabulario, junto con la supuesta
unidad significativa del concepto principal, se encuentran no sólo en las
lenguas modernas, sino también en latín y en griego. En latín hay los vocablos amor, dilectio, charitas (y también Eros, en tanto que designa el
amor personificado en una deidad).
En griego hay los vocablos e)/roj, a)ga/
ph, fili/a. En consecuencia, la tarea de
escribir un breve artículo sobre la noción de amor en general es harto compleja, inclusive limitándose a los aspectos más usualmente destacados por
los filósofos —tales como el amor en
sentido metafísico y cósmico-metafísico, y el amor como relación personal, por lo demás frecuentemente entrelazados. Intentaremos sortear estas
dificultades presentando un rápido
bosquejo histórico de la noción de
amor dentro de las especulaciones filosóficas más conocidas, con sólo ocasionales distinciones terminológicas. Al
final del artículo proporcionaremos
una idea de varias concepciones filosóficas actuales, elegidas —por desgracia, un tanto arbitariamente— entre
las muchas existentes.
Empédocles (VÉASE) fue el primer
filósofo que utilizó la idea del amor
en sentido cósmico-metafísico, al considerar el amor, filo/thj, y el conflicto o lucha, nei/koj, como principios de
unión y separación respectivamente
de los elementos que constituyen el
universo (Cfr. sobre todo Diels Β 17,
7-8). Pero la noción de amor adqui-
rió una significación a la vez central
y c omp le ja s ol amen te e n Plat ón
—quien hace decir a Sócrates (Symp.,
177 E ) que el amor, el e)/rwj, es el
único tema de que puede disertar con
conocimiento de causa. Muchas son
las referencias al amor, las descripciones del amor, y las clasificaciones del
amor, que hallamos en Platón. Nos
limitamos a algunas. El amor es comparado con una forma de caza ( Soph.,
222 E) — comparación, por lo demás,
frecuente en dicho filósofo (véase
METÁFORA) y que aplica a otras actividades; por ejemplo, al conocimiento. El amor es como una locura
(Phaed., 231 E); es un dios poderoso
(ibíd., 242 A). Pero no hay sólo
una, sino varias clases de amor, y no
todas son igualmente dignas. Puede
hablarse, por ejemplo, de un amor terrenal y de un amor celeste (Symp.,
180 A-C) — como hay una Venus
demótica y una Venus olímpica. El
amor terrenal es el amor común; el
amor celeste es el que produce el conocimiento y lleva al conocimiento.
Puede haber tres clases de amor: el
del cuerpo, el del alma, y una mezcla
de ambos (Leg., II 837 A C). En general, el amor puede ser malo o ilegítimo, y bueno o legítimo: el amor
malo no es propiamente el amor del
cuerpo por el cuerpo, sino aquel que
no está iluminado por el amor del alma y no tiene en cuenta la irradiación sobre el cuerpo que producen las
ideas. Sería precipitado, pues, hablar
en el caso de Platón de un desprecio
del cuerpo simpliciter; lo que sucede
es que el cuerpo debe amar, por así
decirlo, por amor del alma. El cuerpo
puede ser de este modo aquello en
que un alma bella y buena resplandece, transfigurándose a los ojos del
amante, que así descubre en el amado
nuevos valores por acaso invisibles a
los que no aman. Tras las numerosas
difiniciones y elogios del amor que
figuran en El Banquete —a los que
deben agregarse los contenidos en el
Fedro—, Platón se esfuerza por probar
que el amor perfecto —principio de
todos los demás amores— es el que
se manifiesta en el deseo del bien. El
amor es para Platón siempre amor a
algo. El amante no posee este algo que
ama, porque entonces no habría ya
amor. Tampoco se halla completamente desposeído de él, pues entonces ni siquiera lo amaría. El amor
es el hijo de la Pobreza y de la Ri-
queza; es una oscilación entre el poseer y el no poseer, el tener y el no
tener. En su aspiración hacia lo amado, el acto del amor por el amante
engendra; y engendra, como dice Platón, en la belleza. Aquí se inserta el
motivo metafísico dentro del motivo
humano y personal. Pues, en último
término, los amores a las cosas particulares y a los seres humanos particulares no pueden ser sino reflejos, participaciones, del amor a la belleza
absoluta (Symp., 211 C), que es la
Idea de lo Bello en sí. Bajo la influencia del verdadero y puro amor,
el alma asciende hacia la contemplación de lo ideal y eterno. Las diversas bellezas —o reflejos de lo Bello—
que se hallan en el mundo son usadas
como peldaños en una escalera que
lleva a la cumbre, la cual es el conocimiento puro y desinteresado de la
esencia de la belleza. Como el forastero de Mantinea "revela" a Sócrates
al final de El Banquete, el amor es la
contemplación pura de la belleza pura
y absoluta — de la belleza divina, no
contaminada con nada impuro y
trascendiendo todo lo particular.
En casi todos los filósofos griegos
hay referencias al tema del amor, ya
sea como principio de unión de los
elementos naturales, ya como principio de relación entre seres humanos.
Pero, después de Platón, sólo en los
pensadores platónicos y neoplatónicos
es considerado el amor como un concepto fundamental. Entre los muchos
ejemplos que pueden aducirse al respecto, mencionaremos tres.
En Plutarco (De Iside et Osiride,
cap. 53), el amor, e)/rwj, es un
impulso que orienta la materia hacia el
primer principio (inteligible). El
amor es una aspiración de lo que
carece de forma (o tiene sólo
mínimamente forma) hacia las formas
puras y, en último término, hacia la
Forma Pura del Bien. En Plotino (Cfr.
especialmente Enn., VI vii 21) el
amor es asimismo lo que hace que
una realidad vuelva su rostro, por así
decirlo, hacia la realidad de la cual ha
emanado, pero Plotino habla muy
particularmente del amor del alma a
la inteligencia, nou=j . La noción de
amor parece ocupar el más importante
lugar en el pensamiento de Porfirio. En
su Epistola ad Marcellam ( § 24, ed.
Nauck, p. 189 ), Porfirio habla de
cuatro principios de Dios: la fe,
pi/stij, la verdad, lh/qeio, la
esperanza, elpi/j , y el
87
AMO
AMO
AMO
(como en la expresión amor seu
Leibniz y Fénelon. No nos es posible
amor, e)/rwj (el amor es mencionado,
en rigor, en tercer lugar dentro de dilec- tio); a veces establece tratarla aquí; tampoco podemos exesa enumeración, pero no creemos distinciones entre ellos. San Agustín tendernos sobre el contenido de los
que el orden exprese prioridad de un considera con frecuencia la caridad numerosos "Tratados del amor de
principio; es más probable que todos como un amor personal (divino y Dios" (el título, dicho sea de paso,
esos principios sean para Porfirio humano). La cari- dad es siempre que al principio pensó dar Unamuno a
igualmente "constituyentes" de la di- buena (o "lícita"); en cambio, el su obra, Del sentimiento trágico de la
amor puede ser bueno o malo vida), con el frecuente título De divinidad).
según
sea respectivamente amor al ligendo Deo. Filosóficamente, dentro
En las especulaciones neoplatónicas el
bien o amor al mal. El amor del del pensamiento cristiano, nos importa
concepto de amor tiene un sentido
hombre a Dios y de Dios al hombre más referirnos brevemente a Santo
predominantemente metafísico o, si
es siempre un bien. En este sentido Tomás. Éste define la chantas como
se quiere, metafísico-religioso. En la
cabe entender la famosa frase agusti- una virtud sobrenatural; como tal,
concepción cristiana el motivo religioniana: Dilige et quod vis fac (que hace posible que las virtudes naturales
so se expresa con frecuencia en térmuchas veces se cita como: Ama et sean plenarias y verdaderas, ya que,
minos "personales". No sucede esto,
por supuesto, con todo amor, sino fac quod vis y que escribió precisa- como en S. theol., II - IIa 9. XXIII,
mente en su comentario a Juan a. 7 ad 3, ninguna virtud es
con ese amor llamado "caridad"
(a)ga/p h, charitas). La caridad es una [VII]). El amor del hombre por su verdadera (vera) sin la caridad. Sin
prójimo puede ser un bien
ella, además, el hombre no puede alde las tres virtudes llamadas "teóloga(cuando es por amor de Dios ) o un canzar la bienaventuranza. Pero Santo
les" (junto con la fe y la esperanza),
mal ( cuando se basa en una
Tomás no niega por ello la "autoParece tener, además, el primado sobre
inclinación (dilec-tio] puramente nomía" de las "virtudes naturales",
las otras dos. Así, en las famosas
humana, es decir, desarraigada del De hecho, éstas pueden existir sin la
palabras de San Pablo — a que nos
amor a Dios y por Dios). En tanto caridad, ya que de suponerse lo conhemos referido ya en el artículo deque amor al bien —que es una trario tendría que concluirse que nindicado al Apóstol, pero que conviene
manifestación del amor a Dios—, el guno de los hombres que han caretener aquí de nuevo presentes:
amor mueve la voluntad. Por este cido, o carecen, de la revelación cris"Cuando tenga el don de profecía, la
movimiento el alma es llevada a tiana, han podido, o pueden, ser bueciencia de todos los misterios y todo el
su bienaventuranza, la cual
nos. Como en muchos otros puntos,
conocimiento; cuando tenga inclusive
solamente puede hallarse en el seno Santo Tomás se esfuerza aquí tamtoda la fe necesaria para trasladar las
montañas, nada tendré si no tengo ca- de Dios. El amor en tanto que amor bién en delimitar esferas sin perjuicio
al bien carece de medida (ipse ibi de concluir a su subordinación
ridad" (I Cor., XIII, 2). Todo desaparece —las profecías, la ciencia—, pero modus est sine modo amare, como jerárquica. Además, Santo Tomás trata
escribió Se-verino, amigo de San del amor como una inclinación, y
la caridad permanece. "La fe, la
Agustín, al resumir su pensamiento habla del amor natural como de una
esperanza y la caridad permanecen,
al respecto). Pero ni siquiera se actividad que lleva a cada ser hacia
pero la más grande de todas es la capuede decir que amar un bien es su bien. En este sentido puede deridad" (I Cor., XIII, 13). Fundamensuficiente; el amor a un bien (por cirse, con toda generalidad, que el
tales al respecto son también esas palo tanto, a algo particular) sólo es amor mueve. El amor puede ser senlabras ( en I Juan, IV, 7 y siguientes ) :
"lícito" cuando tiene lugar por sitivo e intelectual ( VÉASE APETITO).
"el amor [la caridad, a)ga/p e] viene de
Dios y todo el que ama ha nacido de amor al Bien, esto es, a Dios. En El amor que consiste en elegir libreeste sentido se entiende la frase de mente el bien es el que constituye el
Dios y conoce Dios". El que no ama,
no ha conocido Dios, pues "Dios es San Agustín según la cual la caridad fundamento de la caridad. Por sues aquella virtud mediante la cual puesto, el fundamento último del verAmor" [o( qeo/j a)ga/ph e)sti/n ;
se ama lo que debe amarse (virtus dadero amor es también, para Santo
podría aquí emplearse asimismo el
est charitas, qua in quod diliTomás, Dios, y es Él el que mueve
término 'caridad', pero es usual en
gendum est diligitur [Ep.
por amor a las criaturas que aspiran
este caso emplear 'Amor']. Podemos
amar a Dios, porque el amor viene de CLXVII]). Y por eso el amor no es al Sumo Bien. Este es el Amor che
ciego, sino lúcido, pues abre el muove il Sol e l'altre stelle, con que
Dios: "el amor de Dios es perfecto en
alma al Bien y al Ser — o, como concluye Dante (tomista y a la vez
nosotros". Y este amor de Dios que
hace posible amar a Dios es asimismo diría Max Scheler, apoyándose en aristotélicamente) la Divina Comedia.
las ideas agustinianas, al
el fundamento del amor del hombre a
Aunque arraigado en la esfera persoreconocimiento de los valores en
su prójimo y al mundo. En sentido
nal (de la Persona divina), el contanto que objetivos.
originario y auténtico, pues, todo
cepto de amor tiene también aquí un
Insistir demasiadamente sobre el sentido cósmico-metafísico. Posibleamor se halla dentro del horizonte de
Dios: amar es, en rigor, "amar a Dios y amor puede llevar al pensamiento
mente depende del lenguaje que se
cris- tiano a ciertas dificultades.
por Dios".
emplee —el teológico o el filosófico—
el que se subraye uno u otro aspecto
Muchas son las referencias que ha- Algunas de éstas aparecen en San
del amor.
ce San Agustín a la noción de amor. Clemente (Strom., IV 22), el cual
Nos hemos referido grosso modo a
Los términos empleados por San parece reducir la vida divina y,
Agustín son charitas, amor y dilectio. en general, todo ser y perfección, a dos visiones del amor: la griega (parA veces tienen el mismo significado amor, desembocando en la "gnosis ticularmente la platónica) y la cristiadel amor".
Aquí se encuentra el origen de lo
que se ha llamado "la disputa sobre
el amor puro", en la que participaron,
entre otros, en la época moderna,
88
AMO
AMO
AMO
na. En diversas ocasiones se ha intentado establecer una distinción tajante entre ellas. La más conocida
(expresada por Scheler en El resentimiento en la moral) puede resumirse
del siguiente modo.
En la concepción griega el amor
es aspiración de lo menos perfecto a
lo más perfecto. Supone, pues, la imperfección del amante y la (supuesta
o efectiva) perfección (o mayor perfección) del amado — o de lo amado.
Cuando la perfección de lo amado
es absoluto, nada importa últimamente
sino él. Lo amado es la perfección en
sí, el sumo bien — o lo bello y
bueno en sí conjuntamente. Lo amado mueve al amante —o lo más perfecto a lo menos perfecto— ejerciendo
sobre él una atracción. Lo amado no
necesita a su vez amar; su ser consiste en ser apetecible y deseable. El
"movimiento real" parte del amante,
pero el "movimiento final" parte de
lo amado. La relación entre amante
y amado puede ejemplificarse en los
individuos humanos, pero lo que sucede en éstos es un caso particular
—bien que muy importante— de una
relación cósmico-metafísica. El amor
puede ser descrito como la marcha de
cada cosa hacia su perfección o bien
hacia el ser lo que cada cosa es en
su perfección o idea y dentro de un
orden ontológico.
En la concepción cristiana el amor
parte de lo amado también, y no sólo
como causa final (aunque puede asimismo tener este sentido), sino como
"movimiento real". En rigor, hay más
amor en lo amado que en el amante,
pues el amor auténtico —el modelo
de todo amor— es la tendencia que
tiene lo superior y perfecto de "descender", por así decirlo, hacia lo inferior e imperfecto con el fin de
atraerlo hacia él y salvarlo. El amor
no es, así, apetencia, sino superabundancia. Por eso mientras para los griegos el Sumo Bien no necesita amar,
para los cristianos puede inclusive ser
identificado con el amor. La propia
justicia queda disuelta en el amor. Lo
cual no significa que para el cristiano
el amor sea meramente compasión
( VÉASE). Lo compadecido es estimado como algo que merece justicia o
piedad; lo amado es amado por sí
mismo, en virtud de una exuberancia
de la cual Dios constituye el modelo
supremo.
Las distinciones anteriores ayudan
a comprender no pocos rasgos distintivos de las concepciones expuestas.
Sin embargo, el asunto es más complejo. Por ejemplo, se ha discutido a
veces (Nygren; op. cit. infra) si el
amor (agápe) en sentido paulino se
refiere efectivamente al amor a Dios.
Lo más seguro es que tenga tal sentido (como se ve en Rom., VIII, 28
y en I Cor., II 9, entre otros lugares).
Pero esta y otras muchas cuestiones
relativas al significado del amor como
agápe están lejos de ser resueltas. Por
otro lado, es precipitado afirmar que
la diferencia entre las concepciones
griega y cristiana se revela a través
del uso respectivo de los términos
éros y agápe (o caritas). Finalmente,
no puede olvidarse que los motivos
que hemos llamado cósmico-metafísicos ( o por lo menos metafísicos ) ejercen una impronta considerable en
ciertas ramas de la tradición cristiana,
especialmente en la teología cristiana
de inspiración griega. Este último
punto ha sido tratado por Xavier Zubiri (Naturaleza, Historia, Dios [1944],
págs. 480 y sigs.). Procederemos a citar varios pasajes significativos. Según
Zubiri, si en la teología cristiana de
inspiración griega se toma la a)ga/ph
en su primaria dimensión ontológica y
real, a lo que más se parece es al
e) / r wj del clasicismo. Por eso la indudable diferencia, y aun oposición, entre
e)/rwj y a)ga/ph se da "dentro de una
raíz común". Es "una oposición de
dirección dentro de una misma línea:
la estructura ontológica de la realidad". Aun cuando los latinos han vertido casi siempre a)gaph por charitas,
debe tenerse en cuenta que en la Patrística griega se empleó el vocablo
e)/rwj. Así sucede con Dionisio el
Areopagita ( De div. nom. ). La distinción entre e)/rwj y a)ga/ph no suprime
la posibilidad de entender el
concepto de charitas metafísicamente,
y de utilizar en consecuencia el
término clásico e)/rwj en sentido
ontológico. Zubiri apunta que por la
común dimensión por la que
envuelven un "fuera de sí", el éros y
la agápe no se excluyen entre sí,
cuando menos en los seres finitos. De
ahí que los latinos de inspiración
griega distinguieran entre ambas con
gran precisión. "El éros es el amor
natural", en tanto que la ágape es el
amor personal. En el primero hay
inclinación por naturaleza hacia los
actos para los cuales está capacitado;
en el segundo hay entrega
del propio ser por liberalidad. Así,
"en la medida en que la naturaleza y
persona son dos dimensiones metafísicas de la realidad, el amor, tantonatural como personal, es también algo ontológico y metafísico." Y así también "la caridad, como virtud moral,
nos mueve porque estamos ya previamente instalados en la situación metafísica del amor".
En cualquier trabajo relativamente
completo sobre el problema del amor
y de su historia habría que tener en
cuenta, junto a los rasgos generales
antes mencionados, importantes variantes introducidas por diversos autores. El problema del amor como amor
a Dios fue tratado, por ejemplo, extensamente por varios autores medievales.
Entre ellos mencionamos a Guillermo
de Saint-Thierry (De natura et dignitate amoris), San Bernardo (De diligendo Deo), Aelredo de Rievaulx
(Speculum caritatis), Pedro Abelardo
(Introductio ad theologiam) y los llamados Victorinos: Hugo de Saint Victor y Ricardo de Saint Victor. San Bernardo y los Victorinos (especialmente
Ricardo de San Victor) se ocuparon del
problema del amor intensamente. Para
San Bernardo el amor en cuanto amor
puro (a Dios) es, en el fondo, una experiencia mística, un "éxtasis". El
amor se basta a sí mismo. Ello no
significa que San Bernardo abogue
por el quietismo ( VÉASE ). El amor
del hombre a Dios es consecuencia
del amor de Dios al hombre y a las
criaturas. Por otro lado, San Bernardo
distingue entre varias especies de
amor, tales como —para dar un solo
ejemplo— el amor carnal, el racional
y el espiritual. El predominio de la
idea del amor espiritual sobre otras
especies de amor en místicos y teólogos medievales no significa, por lo demás, que no se escribiera en la época
sobre el amor humano; no debe olvidarse que en el siglo ΧΙI, en el mismo
momento en que se desarrollan todas
las implicaciones del amor divino de
carácter místico, florece la literatura
del llamado "amor cortés". En un artículo como el presente no hay más
remedio que excluir este complejo material. Lo mismo sucede con las numerosas ideas sobre el amor y sus especies en autores renacentistas y modernos. Aun limitándose a consideraciones de naturaleza propiamente filosófica, la literatura renacentista y
moderna sobre la cuestión es abun-
89
AMO
AMO
AMO
dantísima. Piénsese sólo en Marsilio
Ficino, en León Hebreo, en Giordano
Bruno — o, más tarde, en la concepción spinoziana del "amor intelectual
a Dios" al final de la Ética, o en las
ideas contenidas en el breve tratado
supuestamente pascaliano titulado
"Discurso sobre las pasiones del
amor". Tendremos que prescindir
aquí de estas ideas en parte por razones
de espacio, en parte porque cuando son
lo suficientemente importantes se
hallan expuestas en los artículos dedicados a los filósofos que las cultivaron, y en parte también porque en
lo fundamental, y en el sentido en
que liemos tratado aquí el problema,
no pocas de las nociones desarrolladas en los citados períodos tienen raíces neoplatónicas o cristianas (o ambas
a un tiempo) y pueden entenderse a
partir de algunas de nuestras dilucidaciones. Observaremos solamente
que, además de seguirse tratando el
amor en sentidos teológico y metafísico de acuerdo con vías tradicionales,
muchos autores de la época moderna
han prestado gran atención al fenómeno del amor desde el punto de vista
psicológico y sociológico —- como una
de las "pasiones del alma", como una
emoción, como uno de los posibles
modos de relación de los seres humanos en la sociedad, etc. Tres cuestiones se han discutido con gran frecuencia: (1) Si el amor humano es
un fenómeno de índole puramente
subjetiva —si es, como pretendía
Stendhal, el resultado de un proceso
(en rigor, dos procesos) de "cristalización" en el ánimo del amante— o
si es una emoción reveladora de cualidades y valores en el ser amado; (2)
Si tal amor está fundado en una estructura psicofisiológica, o simplemente
fisiológica (sobre todo, si está fundado
en el deseo sexual exclusivamente,
apareciendo como un epifenómeno de
éste), o si tiene una autonomía con
respecto a los procesos orgánicos, esto
es, si es en principio irreductible a
ellos; (3) Si el amor humano es un
proceso o una serie de procesos
inalterables, fundados en una "naturaleza humana" permanente, o si tiene
una historia — si, como sostiene Ortega
y Gasset, es una "invención humana"
surgida en un momento de la historia, y
hasta una "creación literaria". A finales
del siglo xix y a principios de nuestro
siglo ha habido gran copia de teorías
subjetivistas, reduc-
cionistas y naturalistas; luego —especialmente con la fenomenología— se
ha tendido a tratar el amor de un
modo "objetivista", no reduccionista y
no naturalista (lo último no significa
necesariamente "espiritualista", sino
que puede significar "historicista" ).
Es primeramente en relación con estos problemas (especialmente con [1]
y [2] que terminaremos presentando
tres concepciones contemporáneas sobre la noción de amor: la de Max
Scheler —ligada a una teoría de los
valores—; la de Joaquín Xirau —que,
apoyado en Scheler, ha edificado una
metafísica a base de una fenomenología de la "conciencia amorosa"—
y la de Jean-Paul Sartre — donde el
amor aparece dentro del análisis de
la estructura del "Ser-para sí-para
otro".
La ideas de Scheler —expresadas
principalmente en su Ética, en Naturaleza y formas de la simpatía, y en
sus estudios sobre "El pudor" y "Ordo amoris" (Cfr. bibliografía en el artículo sobre el citado filósofo)— tienen raigambre agustiniana y pascaliana, pero se apoyan filosóficamente en
la axiología objetivista por él elaborada en detalle. Scheler rechaza que el
amor sea una idea innata que se derive exclusivamente de la experiencia,
o que sea un impulso elemental (acaso procedente de la libido). Se trata
como en Brentano ( VÉASE ) de un proceso intencional (véase INTENCIÓN,
INTENCIONAL, INTENCIONALIDAD ) que
trasciende hacia lo amado, lo cual es
amado porque es valorado, esto es, valorado positivamente — como el odio
trasciende hacia lo odiado en cuanto
desvalorado, o "valorado" negativamente. El amor no puede confundirse, pues, tampoco con la simpatía,
la compasión o la piedad. En cuanto
acto intencional, o conjunto de actos
intencionales, posee sus leyes propias,
las cuales no son psicológicas, sino
axiológicas. El amor (y el odio) no
son tendencias o impulsos del sujeto
psicofísico; son actos personales que
se revelan en el elegir y rechazar valorativamente. El amor (y el odio) no
se definen, sino que se intuyen —
emotivamente a priori. Por eso puede
haber para Scheler ( como para San
Agustín y Pascal) un ordo amoris,
un ordre du coeur; el amor no es, en
suma, arbitrario, sino selectivo.
Joaquín Xirau ( véase Amor y Mundo, 1940, especialmente cap. II) se
apoya en Scheler para edificar una fenomenología de la conciencia amorosa. De esta fenomenología resultan
cuatro notas esenciales: abundancia
de la vida interior; potenciación a lo
máximo del sentido y valor de personas y cosas; ilusión y transfiguración;
reciprocidad y fusión. Ellas dan origen a las manifestaciones del amor:
generosidad, espontaneidad, vitalidad,
plenitud. El amor es, así, una posibilidad creadora. Mas el amor no se limita a crear; destaca a la vez los valores superiores de lo creado, ilumina
a la par que vivifica. En esta iluminación por el amor se lleva a cabo
la transfiguración del objeto amado,
la cual es reducida por el naturalismo
a pura fantasmagoría. Al transfigurarse, el objeto revela al que lo ama valores que la indiferencia había dejado
encubiertos. Xirau establece, además,
un orden del amor que constituye el
fundamento de una nueva metafísica.
En vez de concebir el ser como substancia, como entidad estática que
es irrevocablemente en sí (ser absoluto) o en otro (ser relativo), Xirau
estima que no hay ser exclusivamente
en sí ni ser exclusivamente en otro. El
vocablo 'ser' no designa un momento
estático de lo real, sino un punto de
confluencia de proyecciones, relaciones y referencias. Ahora bien, sólo el
amor puede poner de relieve la realidad de un ser "esencialmente" dinámico — de un ser que es pura trascendencia y "agilidad". El complejo
de relaciones que constituyen la realidad forma varias capas; sobre ellas,
como una cima última, se encuentra
el amor. En la concepción metafísica
de Xirau el amor es la clave que sostiene la arquitectura del mundo. En
oposición radical al naturalismo, el autor presenta el amor como género supremo, y las demás realidades como
especies que aspiran a tal género.
Jean-Paul Sartre examina el amor
en su análisis del "Para-otro", es decir, de las relaciones concretas del
"Para-sí" con el "otro" (L'Être et le
Néant, 1943, III iii 1, págs. 431-40).
Como todas estas relaciones, el amor
es un conflicto que enfrenta y a la
vez liga a los seres humanos. Mediante el amor se establece una relación
directa con la libertad del "otro". Pero como cada ser humano existe por
la libertad del "otro", la libertad de
cada uno queda comprometida en el
amor. En el amor se quiere cautivar,
90
AMO
AMO
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esclavizar, la conciencia del "otro".
Pero no para transformar al "otro" en
un autómata, sino para apropiarse su
libertad como libertad. Ello significa
que no se pretende propiamente actuar sobre la libertad del "otro", sino
"existir a priori como límite objetivo
de esa libertad". El amante exige la
libertad del amado, esto es, exige ser
libremente amado por él. Pero como
pretende a la vez no ser amado contingentemente, sino necesariamente,
destruye esa misma libertad que había postulado. El conflicto que revela
el amor es un conflicto de la libertad.
Obras principalmente filosóficas: V.
Soloviev, "O sm'slé lúbvi", Voprosi
filosofii i psijologii (1892-4) ("El
sentido del amor"). — A. Grünnbaum,
Herrschen und Lieben als Grundmotiven der philosophischen Weltanschauung, 1925. — E. Boldt, Die
Philosophie der Liebe im Lichte der
Natur- und Geisteswissenschaften auf
entuticklungsgeschichtlicher Grundlage, I, 1928. — E. Raitz von Frentz,
"Drei Typen der Liebe. Eine psychologische Analyse", Scholastik (1931),
1-41. — Max Scheler, op. cit. supra.
— G. Madinier, Conscience et amour.
Essai sur le "Nous", 1932; 3a ed.,
1962. — J. Xirau, op. cit. supra. — J.
Ortega y Gasset, Estudios sobre el
amor, 1940. — J.-P. Sartre, op. cit. su
pra. — Roger du Teil, Amour et pu
reté. Essai sur une morale de la signi
fication, 1945. — M. Nédoncelle, Vers
une philosophie de l'amour, 1946 (Íd.,
íd., Vers une philosophie de l'amour
et de la personne, 1957). — J. Guitton, Essai sur l'amour humain, 1948
(trad. esp. : Ensayos sobre el amor hu
mano, 1957). — U. Spirito, La vita
corne amore, 1953. — R. O. Johann,
S. J., The Meaning of Love. An Essay
towards a Metaphysics of Intersubjectivity, 1955. — J. Lacroix, Personne et
amour, 1956. — M. C. D'Arcy, The
Meeting of Love and Knowledge,
1958. — André Mercier, De l'amour
et de l'être. Essai sur la connaissance,
1960 (especialmente Caps. III y V).
— C. S. Lewis, op. cit. supra. —
Karol Wojtyla, Milosc i Odpowiedzialnosc, 1960 [con resumen en fran
cés] (Amor y responsabilidad) [en par
te influido por Scheler]. — Barry Mi
ller, The Range of Intellect, 1963. —
Psicoanálisis del amor: I. Lepp, Psy
chanalyse de l'amour, 1959. — El
amor en las religiones no cristianas:
Th. Ohm, O. S. B., Die Liebe zu
Gott in den nichtchristlichen Religionen, 1952. — El amor en el budismo
y en el cristianismo: F. Weinrich, Die
Liebe im Buddhismus und Christentum, 1935. — Amor puro: Émilienne
Naert, Leibniz et la querelle du pur
amour, 1959. — A. Chérel, Fénelon
et la religion du pur amour, 1934. —
G. Joppin, Fénelon et la mistique du
pur amour, 1935. — Amor griego y
amor cristiano, en particular este último: Heinrich Scholz, Eros und Caritas, 1929. — A. Nygren, Den Kristna
Karlekstankengenom Tiderna, 1930-36
(trad. francesa de Parte I: Eros et
Ágape. La notion chrétienne de l'amour et ses transformations, 1944;
trad. inglesa: Agape and Eros. A
Study of the Christian Doctrine of
Lové, 1932). — M. Fuerth, Caritas
und Humanitas. Zur Form und Wandlung des christlichen Liebesgedankens,
1933. — M. C. D'Arcy, The Mind
and Heart of Love. Lion and Unicorn.
A Study in Eros and Agape, s/f. —
V. Warnarch, O. S. B., Agape. Die
Liebe als Grundmotiv der neutestamentlichen Theologie, 1951. — Historia de la idea del amor: J. Volkelt,
Zur Geschichte der Philosophie der
Liebe, 1873. — D. de Rougemont,
L'Amour et l'Occident, 1939, 2a ed.,
1956. — Amor platónico: L. Robin,
La théorie platonicienne de l'amour,
1908. — R. Lagerborg, Die platonische Liebe, 1926. — L. Grunhut,
Eros und Agape. Eine metaphysischreligionsphilosophische Untersuchung,
1931. — A. Correia Pacheco, Plato's
Conception of Love, 1942 (tesis). —
Amor cristiano (además de varias
obras citadas antes ) : R. Guardini,
Die christliche Liebe (I Kor. 13),
1946. — H. Petre, Caritas. Études
sur le vocabulaire latin de la charité
chrétienne, 1948. — Amor en la Edad
Media: P. Rousselot, Pour l'histoire du
problème de l'amour au moyen âge,
1908 [Beiträge zur Geschichte der
Philosophie des Mittelalters, VI, 6],
reed., 1933. — H.-D. Simonin, "Autour de la solution du problème de
l'amour", Archives d'histoire doctrinale
et littéraire du moyen âge, VI (1941),
174-276. (Véanse también obras de
Pètre, d'Arcy, Fuerth, Nygren y
Scholz supra.) — Georges Vajda,
L'amour de Dieu dans la théologie
juive du moyen âge, 1957 [Études de
philosophie médiévale, 46). — Amor
en el Renacimiento: John Ch. Nelson,
Renaissance Theory of Love, 1958
(especialmente sobre los Eroici Furori,
de Giordano Bruno). — Amor cortés:
O. H. Green, "Courtly Love in the
Spanish Cancioneros", PMLA, LXIV
(1949), 247-301. — Amor platónico en
su tradición literaria: C. S. Lewis, The
Allegory of Love. A Study in
Mediaeval Tradition, 1936. —
Amor en varios autores a partir del
siglo v: F. Cayré, Les sources de
l'amour divin. La divine présence
d'après S. A., 1933. — G. Combes,
La charité d'après S. Augustin, 1934.
G. Dumeige, R. de Saint-Victor et
l'idée chrétienne de l'amour, 1952. —
Z. Alszeghy, Grundformen der Liebe.
Die Théorie der Gottesliebe bei dem
M. Bonaventura, 1946 [Analecta Gregoriana, 38]. — R. P. Prentice, O.
F. M., The Psychology of Love according to S. Bonaventura, 1951. —
B. J. Diggs, Love and Being. An Investigation into the Metaphysics of St.
Thomas Aquinas, 1947. — L. B. Geiger, O. P., Le problème de l'amour
chez S. Thomas d'A., 1952. — R. M.
McGinnis, The Wisdom of Love, 1951
(sobre S. T. de A.). — M. J. Faraón,
O. P., The Metaphysical and Psychological Principies of Love, 1952 (sobre
S. T. de A.). — A. Malet, Personne et
amour dans la théologie tri-nitaire de
S. Th. d'A., 1956 [Bibliothèque
thomiste, 32]. — Richard Völkl, Die
Selbstliebe in der Heiligen Schrift und
bei Thomas von A., 1956 [Munchener
theologische Studien, II, 12]. —
Tomás de la Cruz, O.C.D., El amor
y su fundamento ontológico según
Santo Tomás. Estudio previo a la
teología de la caridad, 1956. — H.
Pflaum, Die Idee der Liebe: Leone
Ebreo, 1926. — G. Fontanesi, Il problema dell'amore nell´ opera di L.
Ebreo, 1934. — A.-J. Festugiere, O.
P., La philosophie de l'amour de M.
Ficin et son influence sur la littérature
française au XVIe siècle, 1941. —
John Ch. Nelson, op. cit. supra (sobre
G. Bruno especialmente). — L.
Fremgen, Metaphysik der Liebe. Eine
Auseinandersetzung mit Schopenhauer, 1936. — H. Ottensmeyer, Le
thème de l'amour dans l'oeuvre de
Simone Weil, 1958. — Joseph Arntz,
O. P., De liefde in de ontologie van
J.-P. Sartre, 1960. — En Ortega y
Gasset, X. Zubiri y P. Tillich: Frederick D. Wilhelmsen, The Metaphysics of Love, 1962.
AMOR RUIBAL (ÁNGEL) ( 18701930) nac. en San Verísimo del Barro (Pontevedra), sacerdote católico,
estudió en su obra monumental, titulada Los problemas fundamentales de
la filosofía y del dogma (10 vols.,
1900-1945) las relaciones entre las
ideas filosóficas y los dogmas de la
Iglesia católica a través de la historia,
destacando los diversos modos como
la dogmática ha moldeado la evolución del pensamiento filosófico. Amor
Ruibal estudió asimismo en dicha obra
la influencia de ciertas concepciones
de índole filosófico-religiosa —por
ejemplo, el panteísmo— sobre la formación de los sistemas de filosofía.
La influencia de las ideas filosóficas
sobre la evolución de los dogmas —
lo que no implicaba en su caso ten-
91
AMO
AMP
ANA
dencia al modernismo o al historicismo— fue asimismo estudiada por el
autor en dicha obra, como lo había sido en su trabajo latino De platonismo et aristotelismo in evolutione dogmatum.
Véase S. Casas Blanco, La existencia de Dios en A. R., 1949. — Íd.,
íd., "Don A. A. R. Su vida y su obra
filosófica", Crisis, Año I (1954),
13-32. — Íd., íd., Los problemas fundamentales de la filosofía y del dogma de A. R., 1963.
AMORAL es definido como lo que
es indiferente a la moral. Ello significa que lo amoral está tan alejado
de lo moral como de lo inmoral. Lo
moral y lo inmoral se rigen por las
mismas categorías o, si se quiere, por
las mismas tablas de valores: desde
el punto de vista de las categorías
lo moral y lo inmoral se distinguen
entre sí sólo porque el uno es la
negación del otro; desde el punto
de vista de una tabla de valores, se
distinguen entre sí porque se hallan
situados en extremos y contrapuestos polos. Lo moral y lo inmoral se
rigen asimismo por el mismo lenguaje. En cambio, lo amoral está fuera de dichas categorías, de dichas
tablas de valores o de dicho lenguaje;
para emplear el vocabulario de
Nietzsche —el cual designó a su propia filosofía como un amoralismo—
puede decirse que lo amoral está
"más allá del bien y del mal".
En muchos sistemas se designa a
la Naturaleza como amoral. Ello ocurre sobre todo cuando lo natural es
definido como lo necesario. En general, todo lo que pertenece al mundo de los puros hechos está afectado,
según dichos sistemas, por la cualidad de la amoralidad. Esto se expresa
ya, por lo demás, en el lenguaje
ordinario con frases tales como "los
hechos son los hechos", lo que implica renuncia a juzgarlos, y sobre todo
a juzgarlos moralmente. En algunas
ocasiones inclusive, como entre los
estoicos, se destaca formalmente la
indiferencia de la Naturaleza. En
otros sistemas Dios aparece como
amoral. Ello significa que hay un
abismo insalvable entre las categorías
morales, que pertenecen al hombre, y
las categorías divinas. Como sucede
en Kierkegaard, Dios puede ordenar
inclusive ciertos actos que, de acuerdo
con la concepción más tradicional, son
designados como inmorales. Mas como
el término 'inmoral' es tan poco apro-
piado entonces como el término 'moral' para calificar los designios o los
mandatos divinos, no parece haber
inconveniente en suponerlos amorales
en el sentido apuntado. En algunos
sistemas — como, según vimos, es el
caso de Nietzsche— la amoralidad es
lo que debe ser predicado del hombre o, mejor dicho, del Superhombre,
el cual no puede atenerse a las
normas convencionales de la moralidad.
ble, causal, lógica e intuitiva. Ampère
se niega de este modo a establecer
una separación radical y arbitraria
entre un supuesto conocimiento sensible y un hipotético único conocimiento racional; admitir lo contrario
equivaldría a negar la posibilidad
de una efectiva ciencia de la Naturaleza y de la efectividad de ciertos
saberes. Ahora bien, en la intuición
de relaciones sin la dependencia de
lo relacionado se halla el conocimiento
superior y a priori de los fenómenos.
De acuerdo con ello, las ciencias se
dividen en cosmológicas y nooló-gicas,
según estudien lo externo o lo interno.
Las primeras se dividen en
cosmológicas en sentido estricto (matemáticas y física) y en fisiológicas
(ciencia natural, medicina). Las segundas, en noológicas en sentido
estricto (filosóficas: psicología, ontología, ética; nootécnicas: artes, literatura) y sociales (etnológicas: etnología, arqueología, Historia; políticas).
Alfred Fouillée, La morale de Kant
et l'amoralisme contemporain, 1905
(hay trad. esp.: La moral de Kant y
el amoralismo contemporáneo).
AMPÈRE (ANDRÉ MARIE) (17751836) nac. en Poleymieux, en las cercanías de Lyon, fue profesor de física
en la Escuela Politécnica y en el
Collège de France. Influido a la vez
por Maine de Biran y por Kant, estableció una clasificación de las ciencias
fundada en un análisis psicológico en
el cual se descubren diversos modos
de conocimiento. Ampère no llega de
una vez ni establece con plena seguridad los resultados de su análisis
y los correspondientes "sistemas".
De un lado, por ejemplo, señala tres
sistemas de conocimientos primitivos:
uno intuitivo, con los materiales externos que no pueden cambiarse;
otro, el sistema de eméstesis, que
reúne en una unidad cognoscitiva el
caos de las sensaciones; otro, el sistema objetivo, que se desliga de
todo elemento "subjetivo" y pertenece
a la esfera noumenal; y tres sistemas
de conocimientos racionales: el
comparativo o de recepción de
materiales que no pueden cambiarse;
el lógico, que proporciona un centro
común para la relación, y el apodíctico, que es propiamente intuitivo.
Por otro lado, y fundado en lo anterior, Ampère señala cuatro sistemas
o modos de conocimiento: el pasivo,
el activo, el comparativo y el intuitivo. Cada uno de ellos trata con el
objeto en una relación distinta: sensibilidad en el primer caso; conciencia de la resistencia y determinación
de lo externo en el segundo; formación de relaciones en el tercero, e
intuición de esas relaciones con absoluta independencia de lo relacionado en el último. Al mismo tiempo,
cada modo de conocimiento posee
proposiciones ciertas, descubiertas con
entera y plena evidencia, y relativas
respectivamente a las esferas sensi92
Obra capital: Essai sur la philosophie des sciences ou exposition analytique d'une classification naturelle de
toutes les connaissances humaines,
1834. — Barthélémy Saint-Hilaire,
Philosophie des deux Ampère, 2 vols.,
1866. — B. Lorenz, Die Philosophie
Ampères, 1908.
AMPLIACIÓN (AMPLIATIO).
Véase PROPIEDADES DE LOS TÉRMI NOS.
AMPLIATO. Véase PROPIEDADES
DE LOS TÉRMINOS.
ANAGOGÍA, ANAGÓGICO. El
término griego a)nagwgh/ significa la
acción o efecto de "conducir algo hacia un lugar superior o más elevado";
de ahí también la acción y efecto de
"elevar" y "educar". Cuando se trata
de una idea, de un principio o de una
causa se llama "anagógico" a lo que
conduce la idea, el principio o la causa a una idea, principio o causa superiores o más elevados — lo que equivale a decir a la vez a una idea,
principio o causa más "originarios",
"primarios" o "profundos". En su escrito Τentament anagogicum (Gerhardt, VII, 270), Leibniz escribe que
"lo que conduce a la suprema causa
es llamado anagógico tanto por los
filósofos como por los teólogos".
En teología se ha llamado con frecuencia "analogía" a la elevación del
alma hacia el reino de Dios. Esta elevación puede tener lugar por medio
del éxtasis (v. ) místico.
AMP
ANA
ANA
En la lectura y, sobre todo, interpretación (exégesis o hermenéutica
[v.] ) de las Escrituras se suele distinguir entre varios sentidos de un texto:
literal, principal, sacramental, moral,
figurativo, formal, material, místico,
alegórico, anagógico. La interpretación anagógica es la que atiende al
sentido espiritual, el cual eleva el
alma. La interpretación anagógica se
distingue de la alegórica, la cual permite un conocimiento (metafórico) de
la verdad revelada, pero puede decirse que la interpretación alegórica
se convierte asimismo en anagógica
cuando produce los efectos indicados.
Si "anagógico" significa, en general, "lo que eleva", "catagógico" significa "lo que rebaja". En psicología
se ha usado a veces el término 'anagógico' para designar los estados psíquicos que producen por su sola presencia una elevación del temple vital
ajeno. El término 'catagógico' se emplea para designar los estados psíquicos que producen por su sola presencia una disminución del tono vital
ajeno, una depresión. Los estados anagógico y catagógico pueden ser circunstanciales o permanentes. En este
último caso puede hablarse de "espíritu anagógico" o "temple anagógico"
y "espíritu catagógico" o "temple
catagógico" para referirse respectivamente a aquellos sujetos que "animan" a los demás o "deprimen" a los
demás.
ANÁLISIS. En la Edad antigua y
buena parte de la moderna el término
'análisis' fue entendido casi exclusivamente en el sentido que le daban
los matemáticos. Un claro ejemplo
de ello lo encontramos en la definición de Euclides (Elementos, XIII)
— definición que suele atribuirse a
una interpolación del geómetra alejandrino Pappus (fl. ca. 300), por lo
cual se enlaza casi siempre con el
nombre de este último: "El análisis parte de lo que se busca como
algo admitido y pasa de ello mediante
varias consecuencias a algo que es
aceptado como su resultado." El análisis en este sentido es, pues, una resolución (resolutio) —se resuelve lo
complejo en lo simple— o una regresión (regressio) — se regresa mediante una secuencia lógica de proposiciones a una proposición que se
declara evidente partiendo de otra
proposición que se pretende demostrar y que se admite como verdadera.
Por este motivo el método de análisis
fue llamado por los filósofos de la
"Escuela de Padua" y por Galileo método de resolución o método resolutivo.
Tal método fue desarrollado por varios
matemáticos y filósofos modernos (Galileo, Viète, Descartes, Hobbes, entre
otros). Descartes utilizó, por ejemplo,
los procedimientos establecidos por
Pappus, cuya definición conocía a través de la versión de Commandino y a
través de los tratados geométricos del
Padre Clavius. Por este motivo es
frecuente ver el término 'análisis' usado
en Descartes como método destinado a
solucionar un problema mediante
ecuaciones, tal como ocurre en la
geometría analítica. El método
analítico se distingue entonces del
método sintético, que consiste en el
conjunto de operaciones ejecutadas
sobre las propias figuras mediante la
intuición. Así, en la Géométrie (I,
A.T. VIII), Descartes declara que "si
se quiere resolver cualquier problema
hay que considerarlo ante todo como
ya resuelto y dar nombres a todas
las líneas que parecen ser necesarias
para construirlo, tanto a las que son
desconocidas como a las demás". En
un sentido parecido habla Descartes
en el Discours (II, ed. Gilson, pág. 17,
lín. 18-9) del "análisis de los geómetras", que puede relacionarse con
el "análisis de los antiguos y el álgebra
de los modernos" (ibíd., pág. 17, lín.
27). Ahora bien, Descartes no se limitó
al uso matemático, sino que lo
generalizó. Por ejemplo, en las Regulae (X) y en otros textos el método analítico en el sentido apuntado
aparece como un método de razonamiento susceptible de convertirse en
una mathesis universalis más general
y rigurosa que el método "dialéctico"
de los lógicos partidarios de la
silogística. En efecto, Descartes rechaza el método silogístico por considerarlo un método incapaz de cumplir con los requerimientos antes
enunciados, pues si bien permite establecer una cadena de proposiciones, no permite obtener ninguna proposición que sea más verdadera que
la premisa mayor. En el silogismo:
"Todos los hombres son mortales; Los
suecos son hombres; Los suecos son
mortales" se afirma la mortalidad de
los suecos por haberse afirmado la
mortalidad de los hombres (y la hu-
manidad de los suecos). En un
método analítico o resolutivo habría
que comenzar por admitir que los
hombres son mortales y habría que
descubrir si "Los hombres son mortales" es o no una proposición verdadera.
El sentido anterior del término
'análisis' no coincide con el que se
usa a menudo hoy día en la literatura filosófica y aun en buena parte
de la científica. En efecto, suele entenderse muy frecuentemente hoy el
análisis como la descomposición de
un todo en sus partes. A veces se
quiere indicar con ello una descomposición de un todo real en sus partes reales componentes, tal como ocurre en los análisis químicos. Pero
casi siempre la descomposición en
cuestión es entendida en un sentido
o lógico o mental. Se habla en este
último caso de análisis de un concepto en tanto que investigación de
los subconceptos con los cuales el
concepto en cuestión ha sido construido, o de análisis de una proposición en tanto que investigación de
los elementos que la componen. En
todos estos casos el análisis se contrapone a la síntesis, la cual es una
composición de lo previamente descompuesto. Hay que advertir, sin
embargo, que tal contraposición no
impide usar los dos métodos: el analítico y el sintético, tanto en la ciencia como en la filosofía. En efecto,
es opinión muy común que los dos
métodos tienen que ser complementarios: una vez analizado un todo
en sus partes componentes, la recomposición sintética de estas partes tiene
que dar por resultado el todo del cual
se había partido.
Este segundo concepto del análisis
fue usado también por muchos filósofos y científicos modernos, especialmente en el siglo XVII. El análisis, por ejemplo, fue usado en el estudio de la descomposición de fuerzas. En el diagrama siguiente:
93
aparece el ejemplo de una fuerza A
que es descompuesta o resuelta en
las fuerzas a, b, c. En el diagrama
siguiente:
ANA
ANA
ANA
aparece el ejemplo de las fuerzas a,
b, c, que concurren en la producción
de la fuerza A. El primer diagrama
muestra un análisis de fuerza; el segundo, una síntesis de fuerzas. Ahora
bien, este concepto del análisis
aparece asimismo en Descartes y aun a
veces parece lograr el predominio
sobre el primer concepto. En el segundo de los preceptos del Discurso
(II, ed. Gilson, pág. 18, 24-5) se propone "dividir cada una de las dificultades que se examinan en tantas
partes como se pueda y como sea
necesario para mejor resolverlas". Este
precepto ha sido llamado por algunos
autores (por ejemplo, L. J. Beck) la
regla del análisis. En cambio, el tercer precepto: "Conducir por orden
mis pensamientos, comenzando por
los objetos más simples y más fáciles
de conocer, para remontar poco a
poco, como gradualmente, al conocimiento de los más compuestos" es
llamado la regla de la síntesis. Es
cierto que algunos autores (por ejemplo, Gilson) llaman regla del análisis
al tercer precepto, porque entienden
el término 'análisis' en el sentido descrito al principio de este artículo, es
decir, como el procedimiento que conduce a la mathesis universalis. Ello
es tanto más sorprendente en el caso
del citado comentarista, por cuanto
distingue cuidadosamente en Descartes no solamente entre "la regla de
método llamada análisis" y "el análisis en sentido geométrico", sino
también entre estos dos y "la geometría analítica". Podríamos, sin duda,
encontrar un fundamento común de
los diversos sentidos dados por Descartes al término 'análisis'. Este fundamento se hallaría en el supuesto
de que el "análisis geométrico" es
un caso particular del "análisis universal" dado en el tercer precepto,
y en el supuesto de que el método
de la geometría analítica no es sino
una aplicación del precepto del análisis al estudio de las curvas geométricas. Nosotros consideramos, sin
embargo, más plausible admitir, con
el citado Beck (The Method of
Descartes. A Study of the Regulae,
1952, 157 sigs. ) que hay en Descartes
un uso más bien impreciso del vocablo 'análisis' y que para entender qué
sentido tiene éste en cada caso hay
que examinar cuidadosamente en qué
contexto es usado. En todo caso, el
sentido que aparece en el precepto
segundo del Discours y que hemos
definido como el segundo concepto
en el presente artículo es el que ha
tenido más fecundas y abundantes
consecuencias en la posterior literatura filosófica. El mismo sentido que
tiene hoy día el "análisis lógico" y
el llamado "movimiento analítico"
puede considerarse como un refinamiento de la significación apuntada.
Desde este último punto de vista podemos inclusive clasificar las filosofías en analíticas y sintéticas. Las primeras suponen de un modo general
que la realidad de un todo (cualquiera que éste sea) está dado en
la descomposición de sus partes. Las
segundas afirman que el todo es
irreductible a sus partes; por este
motivo la concepción analítica se
contrapone con frecuencia no solamente a la concepción sintética, sino
también a la concepción sinóptica
(denominada a veces también holológica).
Por medio del término 'análisis'
—o también por medio de la expresión 'análisis lógico'— se designa hoy
un amplio movimiento filosófico de
carácter antimetafísico que abarca
muy diversas tendencias: positivismo
lógico, empirismo lógico o científico,
Escuela (analítica) de Cambridge,
Grupo de Oxford, ciertos segmentos
del neo-realismo, círculo de Wittgenstein y positivismo terapéutico,
etc. A este movimiento se incorporan
muchos de los que trabajan en temas
de lógica simbólica y de semiótica
cuando tal trabajo no es entendido
en un sentido "neutral" y pretende
ofrecer una cierta idea de la actividad filosófica. Muy común en estas
tendencias es el rechazo de los rasgos especulativos del pensamiento filosófico y la reducción de éste a un
pensar crítico y analítico, con el consiguiente "desenmascaramiento" de
los problemas tradicionales como "embrollos causados por las complejidades del lenguaje ordinario". Junto a
ello es común, pero no exclusivo, de
las tendencias analíticas, negar que
la filosofía tenga un objeto propio;
con ello la filosofía se reduce a un
examen de todas las proposiciones
con el fin de averiguar si poseen o
no significación: si son reglas lógicas
(o lingüísticas), proposiciones sobre
hechos o meras expresiones de
emociones. Las tendencias analíticas
se oponen de este modo casi siempre
a las llamadas tendencias especulativas. Ahora bien, esas bases comunes no son suficientes para caracterizar ninguna de las tendencias calificadas de analíticas; cada una de
éstas posee, además, caracteres propios, y a veces difícilmente comparables con las de otras tendencias.
Es menester, pues, proceder a una
clasificación de las corrientes de referencia. Ello puede hacerse de varios
modos. Por ejemplo, puede precederse
a una clasificación que siga un orden
más o menos cronológico. Desde este
punto de vista, se dividen las
tendencias analíticas en las siguientes: (1) Primera fase, desarrollada
por G. E. Moore y sus discípulos.
Esta fase está muy próxima al neorealismo y consiste en un examen del
lenguaje ordinario, con escasa o ninguna atención a los lenguajes formalizados. Las concepciones más destacadas de esta fase han sido expresadas
claramente por John Wisdom en su
libro sobre interpretación y análi-lisis.
Por la influencia ejercida sobre
desarrollos posteriores, nos extenderemos brevemente sobre ella. Según
John Wisdom, una definición de un
término mediante otro término o serie
de ellos (como en las definiciones
lingüísticas) o una definición de un
término mediante mostración del
objeto al cual corresponda o reproducción de un comportamiento que
permita entender de qué se trata, no
es el análisis del término: es una interpretación. Análisis es sólo una definición en la cual se aclara (no sólo
se indica) el significado de un término. Así, de las dos proposiciones:
Las palabras 'x es hermano de y'
significan lo que significan las palabras ' x e y tienen los mismos padres y x es hombre' y significado de
'x es hermano de y' puede ser analizado
en lo que es significado por 'x e y
tienen los mismos padres y x es hombre'. La primera proposición es, según
Wisdom, una interpretación, mientras
que la segunda proposición es un análisis. El análisis permite, según Wisdom, no sólo aclarar los términos
usados, sino resolver ciertos proble-
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mas filosóficos tradicionales, a veces
mostrando que carecen de significación y a veces indicando en qué sentido tienen que solucionarse. Así, G.
E. Moore indica en Principia ethica
(I, 6-13) que un análisis de la expresión 'x es bueno' muestra que la bondad no puede reducirse a preferencia
personal. En efecto, cuando una persona dice 'x no es bueno' se enuncian
dos expresiones contradictorias. Pero
esto no ocurre cuando una persona
dice 'Me gusta x' y otra dice: 'No me
gusta x'. El análisis de 'x es bueno' en
términos de 'Me gusta x' es, así, incorrecto, y la mostración de su incorrección revela a la vez la incorrección de
toda una teoría ética. (2) Segunda fase, desarrollo parcial de la anterior y
representada por los miembros de la
llamada Escuela de Cambridge (VÉASE ). A la influencia de Moore hay
que agregar pronto la de Russell y
pronto también la del positivismo lógico. Nos hemos extendido sobre ello
en el artículo últimamente referido.
(3) Tercera fase, representada especialmente por el positivismo terapéutico de Wittgenstein y sus discípulos,
de que hemos hablado en varios artículos (Positivismo, Psicoanálisis,
Wittgenstein [VÉANSE ]). (4) Cuarta
fase, representada principalmente por
el grupo de Oxford (v.) y que se
caracteriza por el examen del uso
(v.) de los términos. Hay que observar que algunas de estas fases se
entrecruzan en el tiempo y también
que una parte del movimiento analítico está representado por una cierta
cantidad de trabajos efectuados en
las esferas de la logística y de la
semiótica, de modo que la ordenación cronológica es siempre insuficiente.
Para corregir sus inconvenientes se
han propuesto clasificaciones más sistemáticas. Una es la que se halla en
el trabajo de L. S. Stebbing sobre el
análisis y el positivismo lógico ( 1933)
y que, aunque hoy día insuficiente
(en parte a causa de la fecha ya algo
lejana en que fue formulada), ayuda a comprender varias características de los movimientos analíticos.
Consiste en afirmar la existencia de
cuatro tipos de análisis: (I) El análisis como definición analítica de expresiones simbólicas —tal como es
usado por Russell, en particular en
su teoría de las descripciones (véase
DESCRIPCIÓN )—; (II) La aclaración
analítica de los conceptos (cuyo más
ilustre ejemplo es el análisis einsteiniano de la significación de 'es simultáneo'; (III) El análisis postulativo, usado en la construcción de un
sistema logístico, y (IV) El análisis
"directivo", que desemboca en enunciados ostensivos cuyos símbolos corresponden a hechos atómicos. Otra
clasificación es la que proponemos a
continuación y que nos parece más
completa. Consiste en declarar que
dentro del movimiento analítico se
han manifestado las siguientes tendencias: (a) el analitismo antiformalista lingüístico, preocupado por el
examen de sentencias formuladas en
lenguaje ordinario, con el fin de
(1) ver si poseen o no sentido o
(2) de demostrar que todas las cues
tiones filosóficas son pseudo-problemas; (b) El analitismo antiformalista psicológico, que se adhiere a la
posición (a2), pero que resuelve los
problemas considerando el lenguaje
como uno de los modos del compor
tamiento humano y no mediante pu
ros análisis lingüísticos; (c) El ana
litismo formalista, más interesado en
los problemas lógicos, y preferente
mente ocupado en construir lengua
jes precisos dentro de los cuales que
den eliminadas las paradojas y a los
cuales puedan traducirse las partes no
contradictorias del lenguaje hablado.
Paradójicamente, los partidarios de
la posición (c), que es más técnica
que las posiciones (a) y (b) y pa
rece más alejada en la superficie de
las tareas tradicionales de filosóficas,
es la que más se acerca a ellas. En
efecto, el analitismo en el sentido (c)
pretende últimamente forjar lengua
jes en los cuales pueda describirse
con rigor la experiencia. Por lo tanto,
tales lenguajes, aun cuando son for
males, deben utilizarse con vistas a
describir la realidad, al revés de lo
que acontece con el analitismo en los
sentidos (a) y (b), que es más bien
un modo de eludir los problemas de
la descripción de lo real.
Las tres posiciones antes citadas
están implícitas en Wittgenstein, pero
han sido desarrolladas con frecuencia independientemente de él. Como
representantes destacados de las mismas podemos considerar los siguientes. Para la posición (a), los llamados
analistas de Cambridge, tales como
Moore, John Wisdom, y, en general,
antiguos discípulos de Moore; wittg-
ensteinianos de tendencia lingüística; G. Ryle y los filósofos del grupo
de Oxford. Para la posición (b), los
wittgensteinianos adheridos al positivismo terapéutico: Norman Malcolm, en parte John Wisdom, etc.
Para la posición (c), los antiguos
positivistas lógicos de tendencia formalista —Carnap— y muchos de los
que trabajan en campo de la lógica
matemática con el fin de encontrar
lenguajes en el sentido indicado.
Algunos autores han planteado el
problema de la posible relación entre el análisis y la especulación. Es
el caso de C. D. Broad, el cual, aunque inclinado en principio hacia los
postulados del movimiento analítico
en un sentido general, considera que
la filosofía analítica puede ser una
preparación para la filosofía especulativa. En tal caso el "análisis" designa uno de los momentos esenciales de todo pensar filosófico, que no
ha estado ausente en prácticamente
ninguna de las filosofías llamadas tradicionales, pues en casi todas ellas
la especulación se ha basado en una
previa aclaración de significaciones.
Y ello hasta tal punto que podría
inclusive establecerse una clasificación de las filosofías de acuerdo con
el mayor o menor predominio en
ellas del aspecto analítico o del aspecto sintético, desde aquellas en las
cuales el análisis ocupa una parte
importante del trabajo filosófico (como en Aristóteles) hasta aquellas en
las cuales representa solamente una
parte mínima de él ( como en Hegel).
Indicaremos aquí solamente algunos trabajos relativos al concepto de
análisis entendido en el sentido del
"movimiento analítico": L. S. Stebbing, "The Method of Analysis in Metaphysics", Proceedings of the Aristotelian Society, 1932-33. — Íd., íd.,
"Logical Positivism and Analysis",
Ibíd., 1933. — Max Black y J. T.
Wisdom, "Is Analysis a Useful Method in Philosophy?", Ibíd., Suppl.
XIII, 1934. — John Wisdom, Problems of Mind and Matter, 1934 (sobre todo la introducción). — Íd., íd.,
Interprétation and Analysis, 1931. —·
J. W. Reeves, Empiricism and
Ana-lysis, 1935 (tesis). — A, J.
Ayer, Language, Truth and Logic,
1936, 2a ed., 1946. — Varios autores,
Analysis and Metaphysics (Arist
Soc. Suppl XIX, 1945). — J. O.
Wisdom, The Metamorphosis of
Philosophy, 1949. — M. Weitz,
"Analysis and Real Définition",
Philosophical Stu-
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dies, I, 1 (1950). — Max Black,
Problems of Analysis. Philosophical
Essays, 1954 (aplicación del método
de análisis a varios problemas). —
R. M. Haré, P. Henle, S. Körner,
"Symposium: The Nature of Analysis", The Journal of Philosophy, LIV
(1957), 741-66. — Arthur Pap, Semantics and Necessary Truth. An
Inquiry into the Foundations of Analytic Philosophy, 1958. — Véase también la bibliografía de OXFORD. Exámenes críticos: J. K. Feibleman,
Inside the Great Mirror; a Critical
Examination of the Philosophy of
Russell, Wittgenstein, and Their Followers, 1958. — M. J. Charlesworth,
Philosophy and Linguistic Analysis,
1959 [Duquesne Studies. Philosophical
Series, 9]. — Ernest Gellner, Words
and Things. A Critical Account of
Linguistic Philosophy and a Study in
Ideology, 1959 (especialmente sobre
el llamado "grupo de Oxford" [véase
OXFOBD] ). — Alberto Gian-quinto, La
filosofía analítica: l'invo-luzione dalla
riflessione sulla scienza, 1961. — J.
Wahl, J. O. Urmson, G. Ryle, P. F.
Strawson, J. L. Austin et al., La
philosophie analytique, 1962 [Cahiers
de Royaumont. Philosophie. N°4]. —
U. Scarpelli, Filosofía analítica: norme
et valori, 1962. — Brand Blanshard,
Reason and Analysis, 1962 [Paul Carus
Lectures, série 12]. — Libros de texto
con
exposición
de
problemas
filosóficos desde el punto de vista del
"análisis": A. Pap, Elements of
Analytic Philosophy, 1953. — íd., íd.,
Analytische Erkenntnislehre, 1955 (no
es simple trad. de los Elements).
— J. Hospers, Introduction to Philoso
phical Analysis, 1953. — P. C. Chatterji, An Introduction to Philosophical
Analysis, 1957. — Detallada historia
del movimiento analítico: J. O. Urm
son, Philosophical Analysis. Its Deve
lopment Between the two World
Wars, 1956. — Antologías: H. Feigl
y W. Sellars, Readings in Philosophi
cal Analysis, 1949. — Max Black, Phi
losophical Analysis. A Collection of
Essays, 1950. M. MacDonald, Analysis
(1933-1940: 1947-1953), 1954.—Morton White, The Age of Analysis, 1955.
— R. J. Butler, ed., Analytical Philo
sophy, 1963. La primera antología
contiene varios estudios ya clásicos; la
segunda, ejemplos de "análisis filosó
fico"; la tercera, una selección de ar
tículos publicados en la revista ingle
sa Analysis en las fechas citadas; la
cuarta, selecciones de Peirce, James,
Dewey, Moore, Russell, Carnap, Wittgenstein, con introducciones y comen
tarios (se completa con textos de au
tores "no analíticos", como Croce,
Santayana, Bergson, Whitehead, Hus
serl, Sartre). Al mencionado M. White
se debe también el libro Toward
Reunión in Philosophy, 1956, un intento de integrar el movimiento analítico con otros para evitar la "compartimentación" excesiva de los saberes filosóficos.
ANALÍTICA. Como hemos visto
en el artículo ANALÍTICOS , se da el
nombre latino de Analytica, )Analutika/ a los Primeros y Segundos Analíticos de Aristóteles. Por lo demás,
el Estagirita usó el nombre de arte
analítico, a)nalutikh\ te/xnh, para designar el análisis que se remonta a
los principios (Rhet., I, 4, 1359 b 10).
Analítica es también el nombre general que se da a todo análisis (v. ).
Nosotros reservamos el vocablo para
el sentido que tiene en Kant y Heidegger.
Kant usa el término 'analítica' para
designar la primera parte de la
lógica general, "que resuelve todas
las operaciones del entendimiento y
de la razón en sus elementos y los
presenta como principios de todo
enjuiciamiento lógico de nuestro entendimiento". En la Crítica de la razón pura, la Analítica trascendental
es la parte que sigue a la Estética
trascendental y precede a la Dialéctica trascendental, teniendo por objeto
"la descomposición de todo nuestro
conocimiento a priori en los elementos
del
conocimiento
puro
del
entendimiento". La Analítica trascendental es —como parte de la
Lógica trascendental— una "lógica
de la verdad". Los conceptos a que
ella se refiere deben cumplir las
cuatro condiciones siguientes: (1)
Ser conceptos puros y no empíricos;
(2) Pertenecer al pensamiento y al
entendimiento, no a la intuición y a
la sensibilidad; (3) Ser conceptos
elementales, distintos de los conceptos
deducidos
o compuestos; (4)
Abarcar el campo completo del puro
entendimiento. Esta última condición
se cumple sólo cuando se considera el
conocimiento
a
priori
del
entendimiento como un todo. La
Analítica trascendental se divide en
una Analítica de los conceptos y una
Analítica de los principios. La primera consiste en la descomposición
de la facultad del entendimiento con
el fin de investigar la posibilidad de
los conceptos a priori en tal forma
que se hallen sólo en el entendimiento. La segunda es un canon de la
facultad de juzgar que enseña a aplicar los conceptos del entendimiento
que contienen la condición que les
permite convertirse en reglas a priori a los fenómenos.
Kant ha empleado también el término 'analítica' en la Crítica de la
razón práctica en el sentido de la
Analítica de la razón pura práctica.
A diferencia de la Analítica de la
razón pura o teórica que va de la
sensibilidad a los conceptos y pasa
luego a los principios, la Analítica
de la razón pura práctica se refiere a
una voluntad que es una causalidad.
Por eso tal Analítica debe comenzar
con la posibilidad de principios
prácticos a priori; de ellos pasa a los
conceptos de los objetos de una
razón práctica, y sólo entonces puede
analizar el papel que desempeña el
sentido moral frente a la sensibilidad.
El camino que sigue la Analítica de
la razón pura práctica es, así,
inverso al que sigue la Ana-lítica de
la razón pura teórica: no va de la
sensibilidad al entendimiento, sino
de la lógica a la estética (usados
estos términos en el sentido
kantiano). La Analítica es asimismo
introducida en la Crítica del juicio
como una Analítica de la facultad
teleológica de juzgar y como una
Analítica de la sublime.
Heidegger usa también el término 'Analítica' (Analytik) al proponer una analítica ontología de la
Existencia (VÉASE), la cual permite, a
su entender, despejar el horizonte
para interpretar el sentido del ser en
general (Sein und Zeit, §5 ) . Según
Heidegger, la analítica de la Existencia constituye el primer estadio
y la primera incitación para el desarrollo de la pregunta acerca del ser,
pregunta que determina la dirección
de semejante analítica. Se trata, por
consiguiente, de una analítica existenciaria (véase EXISTENCIARIO) previa
a toda psicología, antropología y
biología. El deslinde de la analítica
de la Existencia con respecto a las
mencionadas ciencias es, para Heidegger, absolutamente indispensable
(ibíd., § 10); solamente él permitirá iniciar el análisis de la Existencia como el estar-en-el-mundo y,
en general, captar la Existencia en
lo que puede llamarse su existenciariedad.
A. De Coninck, L'Analytique transcendentale de Kant, I, 1955. — Íd.,
íd., L'analytique transcendental de
Kant, est-elle cohérente?, 1956 (com-
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plemento al volumen anterior). —
Giorgio Tonelli, "Der historische Ursprung der kantischen Termini 'Analytik' und 'Dialektik'", Archiv für Begriffsgeschichte, VII (1962), 120-39.
— Paul Wolff, Kant's Theory of Mental Activity. A Commentary on the
Transcendental Analytic of the Critique of Pure Reason, 1963. — Véase
también bibliografía de TRASCENDENTAL y comentarios a la Crítica de la
razón pura, mencionados en la bibliografía de KANT, y obras citadas en la
bibliografía de TRASCENDENTAL.
ANALÍTICA TRASCENDENTAL.
Véase ANALÍTICA.
ANALÍTICO y SINTÉTICO. Desde Kant se llama analítico al juicio
cuyo predicado está contenido en el
sujeto. Los juicios analíticos, dice
Kant, "son aquellos en que el enlace
del sujeto con el predicado se concibe por identidad", contrariamente
a los sintéticos, en donde el predicado es ajeno al sujeto y el enlace
es, por lo tanto, sin identidad. Kant
los llama también juicios explicativos
por cuanto nada añaden al sujeto
por el atributo, sino que solamente
lo descomponen en conceptos parciales comprendidos en el mismo.
Ejemplos de juicios analíticos son:
'Todos los cuerpos son extensos'; Έ1
triángulo es una figura de tres ángulos', etc. Estos juicios son todos
a priori ( VÉASE ), es decir, válidos
con independencia de la experiencia,
a diferencia de los juicios sintéticos,
que pueden ser o exclusivamente a
posteriori o bien, como Kant admite,
también a priori. En rigor, la discusión ha versado casi siempre acerca
de la naturaleza de los juicios sintéticos. Muchos autores no reconocen
la posibilidad de hablar de juicios
sintéticos a priori y afirman —como
se hacía antes de Kant o como hacen
gran parte de las tendencias neopositivistas contemporáneas— que todo
juicio sintético es a posteriori. En este
caso no se reconoce ningún plano
trascendental, único que, al parecer,
puede servir de lazo de unión entre
lo a priori y lo sintético. En otros
términos, los juicios sintéticos serían
todos derivados de experiencias y los
analíticos podrían ser reducidos a
tautologías. El juicio analítico no diría, en rigor, nada acerca de lo real.
Esta concepción se opone, pues, resueltamente a la kantiana (que admite la posibilidad de concebir un
juicio como subsunción de una intuí-
ción en una categoría) y se opone,
de consiguiente, al supuesto último de
la filosofía trascendental, es decir, al
supuesto de que el ser es un conjunto de hechos y de que la significación "se pone" o inclusive "existe"
como noúmeno. Se opone asimismo
a la solución dada por Husserl a
la concepción de los juicios analíticos y sintéticos. Husserl admite
la posibilidad del pensar sintético
sin necesidad de reconocer un plano
trascendental, porque refiere tal
pensar al mundo de esencias distintas de las categorías, de los meros nomina y de las realidades simpliciter. Así, para Husserl hay juicios
a priori que no son puramente formales o vacíos y que tampoco necesitan ser trascendentales. En verdad,
Husserl reconoce una aprioridad eidética formal y otra aprioridad eidétíca
material, con lo cual los llamados juicios sintéticos a priori —correspondientes a la síntesis material a priori— expresarían, según dice A. Sánchez Reulet, relaciones que se fundan en la peculiaridad esencial de
los relata o elementos relacionados
por medio de la actividad sintética
del juicio.
Algunos autores, como Boutroux,
habían señalado ya que el puro juicio analítico sólo es pensable como
una absoluta identidad que ni siquiera
puede ser desplegada en sus partes,
ya que la relación de las partes con
el todo es ya de carácter sintético.
Dentro de los lógicos contemporáneos, la tendencia más fuerte ha
sido durante mucho tiempo la de
sostener la imposibilidad de los juicios sintéticos a priori. Cada vez
parece haberse acentuado más, en
efecto, el carácter exclusivamente
analítico de las proposiciones necesarias. De este modo se ha tendido
a excluir toda "referencia" de la proposición analítico-necesaria a la "realidad" y, por lo tanto, la posibilidad
de que pudiese haber ninguna proposición analítica acerca de características generales residentes en el
mundo o ni siquiera acerca de una
clase especial de objetos abstractos
que serían los universales. Poco a poco se ha considerado inclusive que lo
que se llama proposición analítica no
es sino una "regla de gramática".
Como lo han manifestado Carnap,
Ayer y Wittgenstein, lo que se llama
analítico en las proposiciones analí-
ticas no responde a una "verdad umversalmente necesaria", sino a "un
modo de uso del lenguaje". Las proposiciones analíticas serán en este
caso proposiciones "verbales". Norman Malcolm, que ha examinado este
problema procurando ver hasta qué
punto se puede decir que las proposiciones analíticas sean realmente
verbales, ha manifestado que si se
lleva tal tesis a sus últimas consecuencias, resultará de ella lo que
Broad había puesto de relieve: que
si una proposición analítica señala
que la persona que la registra intenta
usar ciertas palabras de cierto modo,
las proposiciones analíticas serán
enunciados acerca de las actuales
presencias de la persona que habla
y acerca de su conducta futura, de
modo que, en último término, se tratará de proposiciones sintéticas. Y
Ayer ha llegado a la conclusión de
que para evitar la conversión de la
proposición necesaria en su contraria —en una proposición contingente,
empírica y no necesaria—, no hay más
remedio que decir que las proposiciones analíticas y necesarias no
son propiamente proposiciones, sino
tan sólo "reglas", "usos", modos de
operación, de distribución proposicional y de cálculo.
Durante las primeras décadas de
este siglo la cuestión de si puede haber o no juicios sintéticos a priori
(VÉASE), dependiente de la cuestión
acerca de si no hay o hay una distinción rigurosa entre las proposiciones analíticas y las sintéticas, ha dado
lugar, pues, a dos opiniones al parecer inconciliables: (1) la que ha sostenido la separación y (2) la que la
ha negado. La opinión (1) está dentro de la tradición de Leibniz (en
parte), Hume, John Stuart Mill y
otros, aunque no siempre se ha referido a sus predecesores y ha preferido presentar sus argumentos como
resultado de una reflexión sobre la
índole de las expresiones lógicas. La
opinión (2) ha sido defendida por
varios grupos de pensadores, cada
uno de los cuales se ha apoyado en
varios supuestos. Son: (a) los idealistas; (b) los fenomenólogos, y
(c) los pragmatistas. Tan inconciliables llegaron a ser en un cierto momento dichas opiniones que poco a
poco desapareció inclusive toda polémica, atrincherándose cada grupo en
sus posiciones respectivas. La cues-
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tión pareció inclusive olvidada. Pero
en los últimos años ha sido reavivada
por varios de los que fueron durante
un tiempo partidarios de la opinión
(1). En efecto, autores como v. Quine, M. G. White, A. Pap, C. H.
Langdorf, I. M. Copi, F. Waismann,
J. L. Coblitz, J. Wild y otros han
observado que la diferencia entre las
proposiciones analíticas y las sintéticas no es completa, sino gradual. En
cambio, autores como R. Carnap,
R. M. Martin, B. Mates, L. W. Beck,
R. Hartmann, Β. Lake, M. Perkins,
I. Singer, H. P. Grice, P. F. Strawson y otros han seguido manteniendo
la distinción rigurosa. En general, los
que siguen manteniendo la opinión (1) presentan, bien que considerablemente refinados, argumentos
análogos a los ya familiares, pero
abandonando la tesis del carácter tautológico de las expresiones lógicas.
Los que se han acercado a la posición (2) pueden ser distribuidos, a
su vez, como ha mostrado A. Gewirth, en dos subgrupos. (I) Unos
(los menos) que usan argumentos
ontológicos; (II) otros (los más) que
usan argumentos metodológicos. Los
del subgrupo (I) arguyen que las
formas lógicas reflejan la estructura
de la realidad y que no puede negarse esta correspondencia sin destruir
la posibilidad de conocimiento. Los
del subgrupo (II) arguyen que las
formas lógicas reflejan la estructura
de la investigación científica y que
sin ello no habría posibilidad de ciencia. El citado Gewirth propone llamar
a (I) ya (II) por igual gradualistas,
en oposición a (2) que reciben el
nombre de genericistas. En cuanto a
(I) son llamados idealistas, mientras
(II) son calificados de pragmatistas,
si bien hay que tener presente que
estos nombres no coinciden exacta
mente con las posiciones filosóficas
generales así también llamadas. Hay
que advertir, con todo, que la sepa
ración entre ( I ) y (II) no es fácil,
pues algunos autores adoptan supues
tos ontológicos para apoyar sus argu
mentos metodológicos.
No expondremos con detalle los
argumentos dados por cada uno de
los grupos en cuestión con el fin de
no alargar excesivamente este artículo. Para los que sostienen la opinión
(1) pueden considerarse como modelos los argumentos lingüísticos
apuntados antes. Para los que sostie-
nan la opinión (2) pueden verse algunos ejemplos en el resumen de los
análisis de A. Pap, C. H. Langdorf
e I. M. Copi que figuran al final
del artículo Analítico y Sintético
( VÉASE ) en la precedente edición de
esta obra (pág. 52, cols., 1-3). Otros
muchos ejemplos podrían darse, entre
los cuales destaca por su amplitud y
por los debates que ha suscitado el
de Quine, cuando ha apuntado, en
defensa de la tesis gradualista, que
las usuales definiciones de la expresión 'proposición analítica' tienen
varios defectos, entre ellos la imprecisión del término 'contener'. Nos limitaremos aquí a apuntar que para
aclarar las dificultades antes señaladas nos parece necesario adoptar un
procedimiento que cada vez está más
extendido entre los lógicos y semióticos contemporáneos. Consiste en precisar en cada caso lo que se quiere
decir por 'es analítico'. Pues cuando
se indica 'S es analítico' se pueden
significar varias cosas: que la negación de S es contradictoria consigo
misma; que S es verdadero por su
significado exclusivamente y con independencia de los hechos; que S
es verdadero en todos los modos
posibles, etc. Con el fin de alcanzar
tal precisión es necesario especificar
en qué lenguaje una proposición dada
es declarada analítica. Así, no conviene decir simplemente 'S es analítico', sino 'S es analítico en L', 'S es
analítico en L1' y así sucesivamente.
Cierto que 'S es analítico en L' es
equivalente a 'S es analítico dentro
de las reglas semánticas de L' y, por
lo tanto, la solución propuesta parece
caer en las mismas dificultades que
se han planteado a todo tratamiento
lingüístico de la expresión 'es
analítico'. Sin embargo, no alcanzamos a ver mejor procedimiento para
salir del impasse a que nos arrojan
las posiciones mencionadas; por lo
demás, la posibilidad de diversos
sistemas semánticos hace más soportable el tratamiento lingüístico de 'es
analítico', pues no obliga ya a suponer que hay un solo sentido de esta
expresión.
Además de las obras a que se hace
referencia en el texto, véase: Gotlieb Söhngen, Ueber analytische und
synthetische Urteile. Eine historischkritische Untersuchung zur Logik des
Urteils, 1915 (Dis.). — Hermann
Ritzel, Ueber analytische Urteile,
1916. — Julián Besteiro, Los juicios
sintéticos a priori desde el punto de
vista lógico, 1916. — Walter Dubislav, Ueber die sogenannten analytischen und synthetischen Urteile, 1926.
— C. I. Lewis, Mind and the World
Order, 1929. — Íd., íd., An Analysis
of Knowledge and Valuation, 1946.
— El artículo de A. Sánchez Reulet
citado en el texto se encuentra en:
'Sobre juicios analíticos y sintéti
cos", Humanidades, La Plata, XXVI,
págs. 407-15. — El texto de Nor
man Malcolm es: "Are Necessary
Propositions really Verbal?" Mind, N.
S., XLIX, (1940), 189-203. — Las
observaciones de Ayer figuran en:
Language, Truth and Logic, 1936, y
en el artículo "Truth by Convention"
Analysis, IV, Nros. 2 y 3. Las de
Broad constan en el trabajo: "Are
there Synthetic A priori Truths?"
(Arist. Soc. Supp. Vol. XV). Hay que
tener en cuenta, además, que en la
mayor parte de los libros y artículos
sobre problemas lógicos publicados en
los últimos decenios hay abundantes
referencias a la cuestión. Véase asi
mismo la bibliografía del artículo A
PRIORI. Los trabajos de los autores ci
tados en la última parte del artículo
han aparecido en las siguientes pu
blicaciones: A. Pap (Mind., LV
[1946] 234-46, C. H. Langford
(The Journal of Philosophy, XLVI
[1949] 20-4, I. M. Copi [Copilowish] (The Journal of Philosophy,
XLVI [1949], 243-5), J. Wild y
J. L. Coblitz (Philosophy and Phenomenological Research, VIII [1948],
651-7), R. Rudner (Philosophy of
Science, XVI [1949], 41-8), W. v.
Quine (The Philosophical Review,
LX [1951], 20-41 y Philosophical
Studies, II [1951], 71-2), M. G.
White (John Dewey, Philosopher of
Science and Freedom, ed. S. Hook
[1950], 316-30), F. Waismann (Analysis, X-XI, 1949-50 y 1950-51), M.
Perkins e I. Singer (Journal of Phi
losophy, XLVIII [1951], 485-97), B.
Mates (The Philosophical Review,
LX [1951], 525-34), R. M. Martin
(Philosophical Studies, III [1952],
42-7), B. Lake (Analysis, XII [195152], 115-22, L. W. Beck y R. Hart
mann (Philosophy and Phenomenological Research, IX [1949] 720-40,
R. Carnap (Revue Internationale de
Philosophie, IV, [1950]), A. Gewirth
(The Journal of Philosophy, L [1952],
397-425), D. Pears (Mind, LIX
[1950], 199-208), A. R. Turquette
(The Journal of Philosophy, XLVII
[1950], 125-29), Hao Wang (Theoria, XXXI [1955], 158-78, H. P. Gri
ce y P. F. Strawson, (The Philosophi
cal Review, LXV [1956], 141-58).
— Véanse, además: Hilary Putnam,
"The Analytic and the Synthetic", en
98
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el volumen Scientific Explanation,
Space, and Time, 1962, ed. H. Feigl
y G. Maxwell [Minnesota Studies in
the Philosophy of Science, 3]. — Norwood Russell Hanson, "The Very Idea
of a Synthetic-Apriori", Mind, N. S.,
LXXI (1962), 521-24. No pretendemos ser exhaustivos en una cuestión
que ha producido ya una larga literatura filosófica; no damos tampoco
los datos anteriores con pretensión de
orden ideológico o cronológico, pues
sirven solamente a modo de ejemplos.
Además, véanse: Alan Pasch, Experience and the Analytic, 1958. — R.
M. Martin, The Notion of Analytic
Truth, 1959 (análisis semántico). —
Mario Bunge, "Análisis de la analiticidad", en Antología semántica, 1960,
ed. Mario Bunge. — Para una esclarecedora referencia al planteamiento
clásico del problema, Cfr. E. Cassirer,
Descartes, 1939, págs. 42 y 283.
Cassirer se refiere al apoyo que Kant
encontró en Leibniz, Nouveaux Essais,
Lib. II, cap. XVI, Gerhardt, V, 143.
Otro apoyo podría hallarse en Locke,
Essay, Libro II, xvi.
ANALÍTICOS. Los dos principales
escritos del Organon aristotélico son
los llamados Analíticos: los Primeros
sin embargo, que el propio Aristóteles tenía una clara idea de la a)na
litikh\ e) pisth/mh como ciencia que
conduce a las causas por medio de la
demostración. Los Segundos Analíticos fueron llamados por los comentaristas de diversas maneras: ta\ a)pod
eiktika/, a)podeiktikh\, pragmatei/a
a)podeik tikh/ , es decir, ciencia
demostrativa.
Si exceptuamos las revolucionarias
conclusiones de Joseph Zürcher sobre la autenticidad del Corpus aristotelicum (véase ARISTÓTELES ), no
hay muchas dudas hoy sobre la autenticidad de los dos escritos ni tampoco sobre el hecho de que los Primeros Analíticos (con excepción de
46 a - 47 a y 51 b - 53 a) fueron
redactados con anterioridad a los
Segundos. Los Analíticos contienen
aspectos todavía no explorados suficientemente (como la teoría del silogismo modal), y los historiadores
(Solmsen) y lógicos ( Lukasiewicz,
Bochenski) contemporáneos han reparado en varios puntos que subrayan
el extremo carácter formal de la doctrina lógica aristotélica, incluyendo el
uso de variables (véase VARIABLE).
Tanto Eudemo como Teofrasto
(según el testimonio de Galeno y
Alejandro) escribieron también "Analíticos" (Hamelin, op. cit., señala que
el comentarista Adraste de Afrodisia
[siglo II] conocía cuarenta libros de
Analíticos, de los cuales sólo los cuatro citados son considerados como
auténticos). Es probable que algunas de las correcciones introducidas
por los dos autores primeramente citados se incorporaran al texto hoy
canónico de Aristóteles.
Los comentarios antiguos sobre los
Analíticos son los de Alejandro de
Afrosidia, y de Ammonio, hijo de
Hermeia (siglo I), Temistio (siglo IV)
y Juan Filopón (siglo VI). Han sido
editados por M. Wallies en los siguientes textos. De Alejandro: In
Aristotelis Analyticorum priorum librum I commentarium, Berolini, 1883
(Coll. Acad. Berol., II, 1). De Ammonio: In Aristotelis Analyticorum
priorum librum I commentarium, Berolini, 1889 o 1899 (ibíd., IV, 6).
De Temistio: Quo fertur in Aristotelis Analyticorum priorum librum I
paraphrasis, Berolini, 1884 (ibíd.,
XXIII, 3) y Analyticorum Posteriorum paraphrasis, Berolini, 1900 (ibíd.,
V, 1). De Juan Filopón: In Aristotelis
Analytica Priora Commen-taria,
Berolini, 1905 (ibíd., XIII, 2) e In
Aristotelis Analytica Poste-
riora Commentaria cum Anonymo in
librum II, Berolini, 1919 (ibíd., XIII,
3). En la Edad Media se destaca
el comentario de Santo Tomás: In
Aristotelis Stagiritae libros nonnullos commentaria Analyticorum posteriorum (tomo I, ed. por I. B. de Rubeis [de Rossi], Romae, 1882, de la
Editio Leonina: Opera omnia iussu
Leonis XIII edita cura et studio Fratrum Praedicatorum). Entre los comentarios modernos, citamos: Julius
Pacius, Aristotelis Stagiritae... Organum, Morgiis, 1584 e In Porphyrii Isagogen et Aristotelis Organum
commentarium, Aureliae Allobrogum,
1605. — Sylvester Maurus, Aristotelis Opera quae extant omnia, brevi
paraphrasi, tomus I, continens philosophiam rationalem, hoc est logicam, rethoricam et poeticam, Romae,
1688. — Entre los comentarios del
XIX destaca el ya citado de Waitz
a su edición del Organon (2 vols.,
Lipsiae, 1884-46) y la selección, con
traducción latina y notas, de A. Trendelenburg, Elementa logices Aristotelae, Berolini, 1892. — Entre los
del XX destacamos las notas puestas
por J. Tricot a su traducción del Organon (Paris, nueva edición, 2 vols.,
1947) y, sobre todo, las puestas por
W. D. Ross a su edición de Prior and
Posterior Analytics, Oxford, 1949.
ANALOGÍA es, en términos generales, la correlación entre los términos
de dos o varios sistemas u órdenes,
es decir, la existencia de una relación entre cada uno de los términos
de un sistema y cada uno de los
términos de otro. La analogía equivale
entonces a la proporción, la cual
puede ser entendida cuantitativa o topológicamente. Se ha hablado también
de analogía como semejanza de una
cosa con otra, de la similitud de
unos caracteres o funciones con otros.
En este último caso la analogía consiste en la atribución de los mismos
predicados a diversos objetos, pero
esta atribución no debe ser entendida
como una determinación unívoca de
estos objetos, sino como la expresión
de una correspondencia, semejanza o
correlación establecida entre ellos.
Justamente en virtud de las dificultades que ofrece este último tipo
de analogía se ha tendido con frecuencia a subrayar la exclusiva referencia de la analogía a las relaciones
entre términos, es decir, a la expresión de una similaridad de relaciones.
Aun aplicada a cosas, y no a relaciones, la analogía parece referirse, por
lo demás, siempre a las proporciones
Analíticos ( )Analutika\ pro/tera,
Αna-
lytica Priora; abreviado: An. Pr.) y los
Segundos
Analíticos
()Analutika\
u(/ste-ar,
Analytica
Posteriora;
abreviado: An. Post.), y hasta algunos
autores (siguiendo a Alejandro de
Afrodisia y a Juan Filopón)
consideran que sólo tales Analíticos
constituyen propiamente el Organon.
El objeto de los dos primeros libros
de que se componen los Primeros
Analíticos es la teoría formal del
silogismo y las condiciones formales
de toda prueba. Constituyen la
introducción a los dos libros de los
Segundos Analíticos, que estudian la
demostración. Los comentaristas
dieron a los Primeros Analíticos el título
de )Analutika\ (término usado por el
Estagirita en sus referencias al
texto), pero algunos autores (F. Th.
Waitz) consideran que su nombre
propio es Sobre el silogismo, Peri\
sullogismou= (empleado por algunos
comentaristas y probablemente usado
por Aristóteles y el Liceo como
frecuente designación del texto [Cfr.
Hamelin, Le système d'Aristote, 29,
donde se menciona también como
título Peri\ a)podeicewj]). En efecto,
escribe Waitz (Organon, I, 367), este
último título es más inteligible y
menos oscuro que el primero. Con
ello se olvida,
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y jamás a las semejanzas en sentido
estricto.
Los matemáticos griegos entendieron la analogía como una proporción,
o razón de proporcionalidad en el sentido hoy todavía usual cuando hablamos de "proporciones" o "razones" en
matemática. Este tipo de analogía se
refiere a cantidades, a magnitudes y
a relaciones entre puntos en el espacio. Fundándose en la misma idea,
pero aplicándola a ciertas realidades
con el propósito de establecer comparaciones, Platón presentó la idea de
analogía en Rep., VI 508 (y también
en Tim., 31 Β - 32 A). Platón comparó el Bien con el Sol e indicó que
el primero desempeña en el mundo
inteligible el mismo papel que el segundo desempeña en el mundo sensible. Esta analogía se refuerza con
la relación establecida por Platón entre
el Bien y el Sol, la cual es, a su
entender, comparable con la existente
entre un padre y el hijo, pues el
Bien ha engendrado el Sol a semejanza
suya. Varios miembros de la Academia
media (véase ACADEMIA PLATÓNICA —
especialmente
Albino
(VÉASE)—
adoptaron y desarrollaron estas
concepciones de Platón. Lo mismo hicieron Plotino, Proclo y Dionisio el
Areopagita (VÉANSE). Este último introdujo la noción de analogía en relación con el problema del acceso inteligible a Dios o la Bondad Perfecta.
La llamada i)so/thj tou= lo/gou ο doctrina de "la igualdad de razón" fue
aplicada por Aristóteles a los problemas ontológicos por medio de lo que
se ha llamado "la analogía del ente"
(Cfr. infra). El ser (VÉASE), declaró
Aristóteles, "se dice de muchas maneras" — bien que se diga primeramente de una manera: como substancia ( VÉASE). La doctrina aristotétilica fue aceptada y elaborada por
un gran número de escolásticos bajo
la conocida rúbrica analogía entis. Nos
extenderemos acerca de las varias sentencias al respecto y las precederemos
con algunas consideraciones generales.
La analogía (analogía) puede referirse a cosas, hablándose de cosas sinónimas y de cosas unívocas (véase
UNÍVOCO). Es usual entre los escolásticos referir la analogía ante todo a
nombres o términos y discutir cuándo
se usa o no un nombre o término analógicamente a diferencia de cuándo
se usa o no un nombre o término
unívocamente. San Buenaventura distinguía entre la analogía y la univocidad (univocatio). La primera se funda en la posibilidad de establecer relaciones entre seres substancialmente
distintos — posibilidad a su vez basada
en cierta comunidad entre tales seres.
La segunda se funda en la posesión
indivisa por varios seres de un
elemento común. La analogía es un
modo de concebir la proporción
(proportio). Según É. Gilson, (La philosophie de Saint Bonaventure, 3a ed.,
1953, pág. 168 y nota 1), San Buenaventura —que deriva el significado de
proportio, de Boecio (De arithmetica, II
40; PL., LXIII, col. 1145), y trata el
problema de la analogía especialmente
en sus Comentarios a las Sentencias de
Pedro Lombardo (por ej., I Sent., 3 y
48)—, admite también una "semejanza
de
univocidad"
o
si-militudo
univocationis (I Sent., 48), en cuyo
caso puede considerarse la semejanza
como un "género del cual la
univocidad y la analogía son especias"
(Gilson, loe. cit.). Gran número de
escolásticos, siguiendo las nociones y
aclaraciones al respecto contenidas en
varios lugares del Corpus aristote-licum
(Cfr. infra y además Cat., I 1a ; Met,
1048 a 37; Θ 6, 1093 b 19), han
distinguido, al referirse a los nombres o
términos, entre un modo de hablar
unívoco ( VÉASE), un modo de hablar
equívoco y un modo de hablar
análogo. El término o nombre común,
predicado de varios seres, llamados
inferiores, es unívoco cuando se aplica
a todos ellos en un sentido totalmente
semejante o perfectamente idéntico. Es
equívoco cuando se aplica a todos y a
cada uno de los términos en sentido
completamente distinto (así, 'toro'
corno animal o constelación; 'cáncer',
como enfermedad o como signo del
Zodíaco). Es análogo cuando se aplica
a los términos comunes en sentido no
entera y perfectamente idéntico o,
mejor aun, en sentido distinto, pero
semejante desde un punto de vista
determinado o desde una determinada
y cierta proporción (como 'despierto'
aplicado a un ser que no duerme y a
un ser que tiene una inteligencia viva
y no apagada, dormida o mortecina).
Ahora bien, dentro de esta división
se distingue a su vez entre varias
acepciones. Así, los términos unívocos
pueden prescindir de sus diferencias,
en cuyo caso son —como los géneros
y especies—
unívocos universales, o pueden no
prescindir de ellas, en cuyo caso son
llamados —como ocurre con el término 'ser' respecto a todos los seres de
una cierta especie o aun con respecto
a todas las substancias creadas—
unívocos trascendentales. En lo que
toca a los propios términos análogos
la división es algo más compleja. Lo
más corriente es distinguir entre la
analogía de atribución y la analogía
de proporcionalidad. Se llama analogía de atribución a aquella en la
cual el término se atribuye a varios
entes por su relación con otros (el
llamado primer analogado), como
ocurre cuando se llama 'sano' a un
alimento, a un rostro, etc. Se llama
analogía de proporcionalidad a aquella
en la cual el término se atribuye, desde
luego, a varios sujetos o entes en una
relación semejante. Esta relación
puede ser metafórica —cuando
expresa algo simbólico— o propia
— cuando expresa algo real. La relación análoga puede ser, por lo tanto,
como dicen los escolásticos, simpliciter diversa o bien secundum
quid eadem. En otras palabras, el
término análogo es el que significa
una forma o propiedad que se halla
intrínsecamente en uno de los términos (el analogado principal), hallándose, en cambio, en los otros términos (analogados secundarios) por
cierto orden a la forma principal.
Partiendo de esta base puede decirse
también que la analogía es extrínseca (como lo muestra el ejemplo
'sano') o intrínseca (como lo muestra
el ejemplo de 'ser', que conviene a
todos los entes, increados o creados,
substanciales o accidentales). En este
último caso la analogía es llamada
también metafísica. La analogía extrínseca, a su vez, puede ser analogía
de proporcionalidad extrínseca o
metafórica —de muchos a muchos—
o analogía extrínseca de atribución.
Y la analogía intrínseca puede ser a
la vez de atribución o de proporcionalidad. Estas distinciones fueron objeto de muy vivas discusiones dentro
de la escolástica, sobre todo en la
medida en que, bajo su aspecto
estrictamente técnico, afectaban a las
cuestiones últimas de la metafísica.
Así, aunque se coincidía casi siempre en que el ente análogo constituye el objeto más propio de la filosofía primera, comprendiendo también los entes de razón y aun toda
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privación del ente en cuanto inteligible, se formaron principalmente
tres escuelas. Mientras la escuela de
Suárez indicaba que el ente es formalmente trascendente y que la analogía ha de entenderse en el sentido
de la analogía intrínseca o metafísica
de atribución, y no en el sentido de
la analogía intrínseca de proporcionalidad, la escuela de Escoto propendía
a defender la univocidad del ente, el
cual se contrae a las nociones inferiores mediante diferencias intrínsecas,
y la escuela de Cayetano abogaba por
una analogía de proporcionalidad. En
efecto, de los tres modos de analogía
a que, según Cayetano, pueden
reducirse todos los términos análogos
—la analogía de desigualdad, la
analogía de atribución y la de
proporcionalidad, mencionados por
Aristóteles, aunque con distinta terminología en Phys., VII 4, 249 a 22;
Eth. Nic., I 6, 1096 b 26 y Top., I 17,
108 a 6, respectivamente—, solamente
el último constituye, a su entender,
la analogía, definiéndose la expresión
'cosas análogas por proporcionalidad'
mediante "aquellas cosas que tienen
un nombre común y la noción
expresada por este nombre es
proporcionalmente la misma", es decir, "aquellas cosas que tienen un
nombre común y la noción expresada
por este nombre es similar de acuerdo
con una proporción" (De Nomi-num
Analogía, cap. III). A su vez, como
ya vimos, tal analogía puede tener
lugar o de un modo metafórico o de
un modo propio. Cayetano se basaba
principalmente en la doctrina tomista,
pues se hallan en Santo Tomás
numerosos pasajes en tal sentido —
por ejemplo: 1 Eth., lect. 7, I Sent.,
19, 5 2 ad 1, de Potentia, 7,7 y de
Veritate, 21, 4 c ad 30—, pero es
obvio que
refino la
noción
considerablemente, en particular en
lo que toca a la distinción entre el
análogo y sus analogados, la predicación de los analogados al análogo y la comparación entre el análogo
y los analogados. En general,
podemos decir que el tomismo en
general se inclina fuertemente por
la analogía de proporcionalidad, de
tal suerte que, según él, compete existir a todos los entes en una relación
semejante de un modo intrínsecamente
vario, pues, sin duda, el ser no es
jamás un género que se determine
por diferencias extrínsecas, pero, a la
vez, sostiene una analogía de atribución entre el Creador y los seres creados, y entre la substancia y los accidentes, pues el ser de los últimos depende del de los primeros. En todo
caso, la noción analógica del ser aspira a resolver un problema capital
de la teología escolástica: el de la
relación entre Dios y las criaturas,
por cuanto si bien en el orden del
ser Dios excede a todo lo creado,
como causa suficiente de los entes
creados y de todo ser contiene actualmente sus perfecciones.
En la filosofía moderna el problema de la analogía no ha aparecido
en la superficie de un modo explícito, pero no ha dejado jamás de
estar latente. Sin embargo, la tendencia general de esta filosofía ha sido
casi siempre la de referirse a la analogía o bien en el sentido de una
similaridad de relaciones en los términos abstractos o bien en el sentido
de una semejanza en las cosas, dando, por lo tanto, en este último caso
a la analogía un sentido claramente
metafórico. La referencia propiamente
metafísica ha quedado de este modo
cortada, especialmente en las direcciones fenomenistas y funcionalistas que han abandonado formalmente la noción de substancia. Así,
Ernst Mach define la analogía como
relación entre sistemas de conceptos
homólogos que puede dar lugar a
una diferencia o a una coincidencia.
Y las nuevas direcciones lógicas, especialmente bajo su interpretación lógico-positivista, aplican el concepto
de analogía cuando hay correlación
entre el término que designa un hecho observable y verificable, y el
término que designa un hecho no
observable, pero deducible por medio de términos forjados dentro de
un sistema de correlaciones significativas. En cambio, en la medida en
que ha vuelto a dominar la preocupación ontológica, la analogía ha sido
empleada de nuevo en el sentido de
la filosofía primera. Es el caso de
Nicolai Hartmann, quien se aproxima
en este punto a la posición escotista
de la casi univocidad del ente, el
cual se entiende, como diría Suárez,
"prescindido" de la substancia, del
accidente, del ser por esencia, etc.
Siguiendo investigaciones de Jan
Salamucha y de J. Fr. Drewsnowski
(quienes, como lo hace también actualmente Ivo Thomas, aplicaron la
lógica formal simbólica a algunos problemas de la filosofía tomista), I. M.
Bochenski ha tratado la cuestión clásica de la analogía en sentido tomista
desde el punto de vista de la logística
contemporánea,
considerando,
primero, que la noción de analogía
es importante y susceptible de ulteriores desarrollos, y, segundo, que
para tal fin puede usarse con ventaja
la herramienta de la actual lógica
matemática. Bochenski examina, a este
efecto, la analogía desde un punto de
vista semántico (no el único posible,
pero sí el más conveniente y aun el
más tradicional, pues de lo contrario
no se comprendería cómo puede ser
tratada la equivocidad, que es una
relación del mismo tipo que la
analogía). En su artículo "On
Analogy" (The Thomist, Vol. XI,
[1948], 424-47; texto inglés de su
trabajo en polaco "Wstep do teorii
analogii", publicado en Roczniki filozoficzne, t. I [1948], págs. 64-82), Bochenski declara, en efecto, que esto
tiene antecedentes en el examen por
Santo Tomás de la analogía en relación con los nombres divinos, y en el
De Nominum Analogia, de Cayetano.
A tal fin, asume como noción fundamental la de significación, descrita
en la fórmula "la expresión α significa en el lenguaje l el contenido f
del objeto x" o, simbólicamente,
"S (a, l, f, x)" (la situación simbolizada es llamada complejo semántico). Expresión se refiere a una palabra escrita u otro símbolo escrito (objeto físico que ocupa una posición
dada en el espacio y en el tiempo).
Contenido designa la clásica ratio tomista. Objeto o cosa designan la res
en el sentido tomista clásico (un "individuo"). Se aplican a la citada
relación las operaciones elementales
de la teoría de las relaciones, y se
obtienen una serie de términos. Entre
dos complejos semánticos hay 16 y
sólo 16 relaciones en una tabla que
puede substituir la división tradicional
de los términos en unívocos, equívocos
y
sinónimos
(véase
SINÓNIMO,
UNÍVOCO). Bochenski analiza particularmente la univocidad y la equivocidad a base de las primeras cuatro
de las 16 relaciones (las más importantes desde el punto de vista clásico)
y muestra que ya en los Principia
Mathematica se examinaba el problema de la analogía al tratar la cuestión
de la "ambigüedad sistemática" (equi-
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valente a la clásica aequivocatio a
consilio). La analogía resulta ser entonces una relación heptádica entre
dos expresiones (nombres, términos),
un lenguaje, dos contenidos (sentidos, rationes) y dos cosas (objetos,
res), teniendo los nombres la misma
forma y siendo las cosas diferentes.
El autor reconoce que tiene que
afrontar una situación más compleja
que la que aparece en la lógica formal clásica, pues hay que usar símbolos que son expresiones de expresiones, es decir, símbolos de símbolos. Lo interesante aquí es mostrar
que la noción de expresión analógica
constituye un género de las expresiones equívocas. Ello confirma la tradición, pues el instrumento lógico
empleado permite examinar metalógicamente y traducir exactamente la
fórmula clásica: 'la propia analogía
es analógica'. Las dificultades que
puede hallar el teólogo en tal construcción, y el reconocimiento de que
la analogía de proporcionalidad, una
vez traducida al lenguaje formal, da
por resultado un significado muy pobre de las proposiciones acerca de
Dios o del espíritu (que se limitan a
unas escasas relaciones formales tratadas en los Principia Mathematica)
son resueltas, según Bochenski, mediante el descubrimiento de que si
no podemos dar formulaciones exactas de muchas propiedades formales
implicadas en relaciones usadas por
la metafísica y la teología, ello se
debe no a la falta de tales propiedades formales, sino al estado poco
desarrollado de la biología y de otras
ciencias, de las cuales el metafísico
y el teólogo deben extraer sus expresiones analógicas (y los contenidos
de ellas). Así, "un progreso inmenso
en las ciencias especulativas sería el
resultado de la formalización de esas
disciplinas". Y aun en su estado actual
puede advertirse, por ejemplo, la
diferencia entre Principio y Padre por
medios puramente formales: el
primero es transitivo, el segundo, intransitivo (op. cit., pág. 443).
Se llama razonamiento por analogía al que se efectúa no sólo cuantitativamente como determinación numérica de un cuarto término, conocidos los tres términos de una proporción, sino también cualitativamente como atribución de un carácter
a un objeto por la presencia de este
carácter en objetos semejantes. En el
razonamiento en cuestión se deduce
de la semejanza de unos objetos, en
determinadas notas, su semejanza en
otra nota. El esquema del razonamiento analógico cualitativo es: "S
tiene la nota p; S y S' tienen las notas a, b, c; por lo tanto, S' tiene probablemente la nota p". El razonamiento por analogía va de lo particular a lo particular, y no posee nunca,
desde el punto de vista lógico-formal,
una fuerza probatoria concluyente,
sino únicamente verosímil o probable.
Clásicamente se distinguía entre varios modos o especies de razonamiento por analogía: 1° El que va del
efecto a la causa o viceversa. 2° El
que va de los medios a los fines y a
la inversa. 3° El que procede por semejanza. Este razonamiento por analogía se clasifica asimismo según su
materia o su forma. Por la materia
se distinguen los casos arriba citados; por la forma, en cambio, se entiende el razonamiento en cuestión
según vaya de lo semejante a lo semejante, de lo menos a lo más y de
lo contrario a lo contrario.
Kant llama analogías de la experiencia a los principios puros del entendimiento correspondientes a la categoría de relación. Su fórmula general enuncia que "la experiencia es
sólo posible por la representación de
un enlace necesario de percepciones"
(2° ed. de la Crítica de la razón pura) o bien "todos los fenómenos están
sujetos, en cuanto a su existencia, a
reglas a priori que determinan sus
relaciones respectivas en un tiempo"
(1a ed.). Las analogías de la experiencia demuestran: 1° La substancia
es permanente en todos los cambios
de los fenómenos y su cantidad no
aumenta ni disminuye en la Naturaleza (principio de permanencia de la
substancia). 2° Todos los cambios
acontecen según la ley de enlace de
causa y efecto (principio de la sucesión en el tiempo según la ley de
causalidad). 3° Todas las substancias
en tanto que pueden ser percibidas
como simultáneas en el espacio, están en una acción recíproca general
(principio de la simultaneidad según
la ley de la acción y reacción o reciprocidad ).
Sobre el concepto general de analogía, especialmente el concepto de la
múltiple significación y sus grados:
Franz Brentano, Von der mannigfachen Bedeutung des Seins nach
Aristóteles, 1862, reimp., 1960. — J.
102
ANA
Hoppe, Die Analogie, 1873. — Harald H¨pffding, Eegrebet Analogi,
1923 (trad. francesa: Le concept
d'analogie, 1931; trad. alemana: Der
Begriff der Analogie, 1924). — Erich
Przywara, Analogia entis, 1932. —
(Sobre Przywara: G. Copers. De analogieleer van E. Przywara. 1952). —
Alfred Eggenspieler, Durée et instant. Essai sur le caractère analogique de l'être, 1933. — Nicolas Balthasar, L'abstraction métaphysique et
l'analogie des êtres dans l'être, 1955.
— W. J. Anders, De analogía entis
in het heding, 1937. — R. Kwant,
De gradibus entis, 1946. — Deltheil,
Dupsuy, Vandel, Calmette, B. de Solages, Dialogue sur l'analogie, 1946.
— E. L. Mascall, Existence and Ana
logy, 1949. — A. C. Gigon, Analogia,
1949 (monografía). — W. Veauthier,
"Analogie des Seins und ontologische
Differenz", Symposion IV (1955),
9-89. — Austin Farrer, Finite and In
finite. A Philosophical Essay, 2° éd.,
1959. — J. D. Garcia Bacca, "La
analogía del ser y sus relaciones con
la metafísica", Episteme [Caracas],
1959-1960, págs. 1-64. — Gottlieb
Söhngen, Analogie und Metapher.
Kleine Philosophie und Theologie der
Sprache, 1962. — Sobre analogía en
teología: M. T-L. Penido, Le rôle de
l'analogie en théologie dogmatique,
1931. Sobre el llamado estudio ex
perimental de la analogía: E. A.
Esper, "A Contribution to the Expe
rimental Study of Analogy", Psychological Review, XXV (1918). — So
bre analogía y simbolismo: S. Buchanan, Symbolic Distance in Relation to
Analogy and Fiction, 1932. — S. T.
Cargill, The Philosophy of Analogy
and Symbolism, 1947. — Sobre el
concepto de analogía en la física:
Lothar von Strauss y Torney, "Der
Analogiebegriff in der modernen Physik", Erkenntnis, VI (1936). — Sobre
el razonamiento por analogía: Mau
rice Dorolle, Le raisonnement par
analogie, 1949. — Ch. Perelman y L.
Olbrechts-Tyteca, Traité de l'argu
mentation, t. II, 1958, § 82-6, págs.
499-534. — Sobre el concepto kan
tiano de las analogías de la expe
riencia: E. Laas, Kants Analogien
der Erfahrung. Eine kritische Studie
über die Grundlagen der theoretischen Philosophie, 1876. — Sobre el
concepto de analogía en la lógica
griega: E.-W. Platzeck, La evolución
de la lógica griega en el aspecto es
pecial de la analogía, 1954. — Sobre
el concepto de analogía en Platón,
Paul Grenet, Les origines de l'analogie
philosophique dans les dialogues de
Platon, 1948. (Metáfora y analogía)
— Sobre el concepto de analogía en
el Pseudo-Dionisio: Vladimir Losski,
La notion des analogies chez le Pseu-
ANA
do-Denys l'Aréopagite (Archives d'histoire littéraire et doctrinale du moyen âge), 1939. — Sobre el concepto
de analogía en varios autores escolásticos: General: T. Barth, "Zur
Geschichte der Analogie", Franziskanische Studien, XXXVII (1955), 8198. Para el concepto escotista: S.
Belmond, O. M., "L'univocité scotiste" Revue de Philosophie XXI,
(1912); ibíd., XXII (1913). — Para
el concepto tomista y cayeta-nista:
Petazzi, S. J., "Univocita ed analogia"
(Rivista di Filosofía neo-scolastica
(1911 y 1912). — J. Ramírez, O. P.,
De analogia secun-dum doctrinan
Aristotelico-thomis-thicam, 1922. —
R. Blanche, O. P., "La notion
d'analogie dans la philosophie de Saint
Thomas" Revue des Sciences philosophiques et théologiques (1941).
— G. B. Phelan, St. Thomas and
Analogy, 1941 [The Aquinas Lecture
of Marquette Uni-versity]. — J. F.
Anderson, The Bond of Being, 1949.
— A. Goergen, Die Lehre von der
Analogie nach Kard. Cajetan und ihr
Verhältnis zu T. v. Aquin, 1938 ( Dis.
). — Hampus Lytt-kens, The Analogy
Between God and the World. An
Investigation of Its Background and
Interpretation of Its Use by Thomas of
Aquino, 1952. — O. A. Varangot,
Analogía de atribución intrínseca y
analogía del ente según Santo Tomás,
1957. — B. Kelly, The Metaphysical
Background of Analogy, 1958 (folleto;
principalmente basado en Santo
Tomás y en parte en Cayetano). —
Albert Krapiec, Teoria analogii bytu,
1959 ( Teoría de la analogía del ser)
[en
Aristóteles,
Santo
Tomás,
Brentano y otros]. — George P.
Klubertanz, Sí. Thomas Aquinas on
Analogy, 1960. — Yves Simon, "Order
in Analogical Sets", The New
Scholasticism, XXIV (1960), 1-42. —
Bruno M. Bellerate, S. D. B.,
L'analogia tomista nei grandi Commentatori di S. Tomasso, 1960. — R.
M. Mclnerny, The Logic of Analogy.
An Interpretation of St. Thomas, 1961
[comparación entre Santo Tomás y
Cayetano]. — Bernard Montagnes, O.
P., La doctrine de l'analogie de l'être
d'après Saint Thomas d'Aquin, 1963
[Philosophes médiévaux, 6]. — Para
el concepto suareziano: Limbourg, S.
J. "Analogie des Seinsbegriffess, Zeitschrift für katholische Theologie
(1893). — J. Hellin, S. J., La analogía
del ser y el conocimiento de Dios
en Suárez, 1947. — La analogía en
Kant y Hegel: E. K. Specht, Der
Analogiebegriff bei Kant und Hegel,
1952 ( Kantstudien. Ergänzungshefte
66). — E. Heintze, Hegel und die
Analogie, 1958 [Akademische Vorträge und Abhandlungen, 20] [De Des-
ANA
ANA
cartes a Hegel]. — Un estudio semántico de ciertos problemas que pueden
relacionarse con el tema clásico de la
analogía se halla en la siguiente serie
de monografías de Arne Naess: Interprétation and Preciseness (I. Survey
of Basic Concepts, 1947; IL, 1948;
III. "Το define" and to make precise, 1948; IV. Misinterpretation and
Pseudoagreement, 1948; V. Principies
of Elementary Ánalysis, 1949), que
incluyen un análisis de la sinonimia, todo ello desde un punto de vista
empírico, aunque con uso del simbolismo lógico. Naess propugna un
método experimental, a base de cuestionarios, con el fin de llegar a definiciones operativas, y sus estudios
tratan asimismo el problema de la
precisión y la vaguedad (VÉASE ).
ANALOGÍAS DE LA EXPERIENCIA. Véase ANALOGÍA, ad finem.
ANAMNESIS. Véase PLATÓN y REMINISCENCIA.
ANAPODÍCTICOS. Véase INDEMOSTRABLES.
ANARQUISMO. Véase BAKUNIN
(Μ. Α.).
ANAXÁGORAS (ca. 499-428 antes de J. C.) nació en Clazomene
(Asia Menor) y se dirigió a Atenas
en 453. Ligado por amistad y por
adhesión política a Pericles, fue acusado de impiedad por los enemigos
de éste y se vio obligado a abandonar la ciudad en 434, falleciendo en
Lámpsaco. Anaxágoras fue, según dice Diógenes Laercio, "el primero que
a la materia ( u(/lh ) añadió la inteligencia (nou=j)". La "tradición jónica"
se renueva en este pensador, para
quien nada se engendra ni se destruye, sino que hay simple mezcla y separación. La cuestión fundamental
de la filosofía presocrática, la interrogación por el ser permanente con
vistas a la explicación de lo que
acontece y cambia, es resuelta por
Anaxágoras no mediante la suposición de un principio único ni mediante la afirmación de que sólo el
ser es, al modo de Parménides, sino
por la hipótesis de un número infinito de elementos, de gérmenes o semillas, que se diferencian entre sí
cualitativamente, que poseen propiedades irreductibles y por cuya mezcla y combinación nacen las cosas visibles. Confusión, separación y mezcla son lo que determina la formación de las cosas sobre la base de
estas semillas a las cuales llamó Aristóteles homeomerías. Estas semillas
estaban en un principio confundidas
y sin orden; estaban "todas juntas"
en un primitivo caos que sólo ha podido ser ordenado por el espíritu, la
inteligencia, la mente, nou=j. La masa
originaria de las homeomerías fue
sometida a un torbellino impulsado
por el espíritu, por "la más fina y
pura de todas las cosas". El Nous es
así el principio del orden, pero también el principio de animación y
de individuación de las cosas que
constituyen el orden armónico del
universo. Mas el Nous produce el
orden no de un modo previsto desde siempre, no como un destino,
sino como una fuerza mecánica, que
se desarrolla a partir de su propio
centro, esto es, del centro de su movimiento en torbellino. El Nous es,
por lo tanto, principio del movimiento, pero de un movimiento que se
extiende casi ciegamente, porque es
animación más bien que cumplimiento
de una necesaria justicia. Por eso
afirma Aristóteles que el pensamiento
de Anaxágoras carece de claridad,
porque si bien explica el tránsito del
caos al orden como intervención en
lo confuso y mezclado de lo puro y
sin mezcla, lo explica sin justificar
a su vez la finalidad de este espíritu
puro y universal.
La percepción de las cosas tiene
lugar, según Anaxágoras, mediante la
sensación de las diferencias entre
nuestros sentidos y los objetos externos. Las cosas son percibidas por sus
contrarios; si hay una imposibilidad
de captar la realidad en sus partes
mínimas, ello es debido únicamente
a la insuficiencia de los órganos sensoriales que, por otro lado, reflejan
con toda exactitud lo que se pone
en contacto con ellos.
Continuadores de la filosofía de
Anaxágoras fueron Arquelao de Atenas o de Mileto (fl. ca. 400 antes de
J. C.) y Metrodoro de Lámpsaco (fl.
ca. 420 antes de J. C.). Se atribuye
al primero un escrito titulado Peri\
fu\sewj, Sobre la Naturaleza, en el cual
afirmaba que el caos primitivo, la
masa originaria de todas las substancias, estaba formada por el aire,
siendo el Nous su principio ordenador. La filosofía natural de Arquelao de Atenas parecía ser, pues, una
combinación de las especulaciones de
Anaxágoras y Anaxímenes. En cuanto
a Metrodoro, aplicó los conceptos de
la filosofía natural de Anaxágoras a
la interpretación de Homero, equi-
103
ANA
ANA
AND
parando, por ejemplo, Zeus al Nous,
Aquiles al Sol, Agamemnon al éter,
etc.
Una doctrina en algunos respectos
análoga a la de Anaxágoras es la de
Diógenes de Apolonia ( VÉASE ).
Suele atribuirse a Anaxágoras un
escrito Peri\ fu/sewj, Sobre la Naturaleza. Fragmentos y testimonios en
Diels-Kranz, 59 (46). Testimonios de
Arquelao de Atenas o de Mileto y de
Metrodoro de Lámpsaco en ibíd.,
69 (47) y 61 (48) respectivamente. —
Véase la bibliografía de los artículos
FILOSOFÍA GRIEGA y PHESOCRÁTICOS.
Además: F. Krohn, Der nou=j bei A.,
1907. — D. Ciurnelli, La filosofía di
Anassagora, 1947. — F. M. Cleve, The
Philosophy of A. An Attempt at Reconstruction, 1948. — J. Zafiropoulo,
Anaxagore de Clazomène (I. Le mythe grec traditionnel de Thales à PZoton. II. Théorie et fragments), 1948.
— Artículos sobre Anaxágoras de M.
Heinze (Ber. der Ges. der Wiss. philhist. Klasse [1890], 1-45), H. Diels
(Archiv für Ges. der Phil. X [1897],
228-37 y Zeitschr. für Phil. und.
phil. Kritik, CXIV 201-13), W. Capelle (Neue Jahrb. XLIII [1919],
81-102, 169-98), O. Gigon (Philologus, XCI [1936], 1-41), W. Broecker
(Kantstudien, 1942-43). — Art. de
E. Wellmann sobre Anaxágoras (Anaxágoras, 4) en Pauly-Wissowa.
ANAXIMANDRO (ca. 610-547 antes de J. C.) de Mileto, perteneciente
a los llamados "fisiólogos jónicos",
dijo, según Diógenes Laercio, que
"el infinito es el principio". Este
principio, a)rxh/, es el fundamento de
la generación de las cosas, aquello
que las abarca ( perie/xei ) y domina
(kuberna= ), pero un fundamento constituido por algo inmortal e imperecedero, por lo indeterminado, lo indiferenciado, to\ a)/peiron. Del apeiron (v.) surgen lo frío y lo cálido como separaciones de la substancia primordial, y se constituyen lo fluido, la
tierra, el aire, los astros. La disposición de los elementos del universo
en el espacio que ocupan está hecha
así de acuerdo con el mayor o menor
peso de los elementos componentes:
en el centro, la tierra; cubriéndola, el
agua, y recubriéndolo todo, el aire y
el fuego. Este orden que ha surgido
del caos ha nacido en virtud de un
principio, de una substancia única,
mas de una substancia que no es
determinada sino indeterminada. La
indeterminación del "principio" de
Anaximandro, a diferencia de la
precisa determina-
ción y trasparencia del "principio"
de Tales, el agua, puede ser tanto
debido a la indiferencia cualitativa
que corresponde a las cosas antes
de ser formadas individualmente,
como al hecho de que lo infinito, es
decir, lo indeterminado, recubra lo
determinado, el orden del mundo.
Los mundos nacen y perecen en el
seno de este infinito, de este principio y substancia universal que hace
que lo diverso sea, en el fondo, lo
mismo. El retorno de toda formación a lo informe no es así sino el
cumplimiento de una justicia contra
esa injusticia que representa el que
las cosas pretendan ser subsistentes
por sí mismas, pues la justicia es, en
última instancia, la igualdad de todo
en la substancia única, la inmersión,
sin diferencias, en el seno de una indeterminada infinitud.
Fragmentos y testimonios en
Diels-Kranz, 12 (2). Véase F. Lüt-ze,
Ueber den a) /p eiron Anaximan-ders,
ein Beitrag zur richtigen Auf-fassung
desselben als materiellen Prinzips,
1878. — J. Neuhäuser, Dis-sertatio de
A. Milesi natura infinita, 1879. —
L. Otten, A. aus Milet, 1912 (Dis.).
— Charles H. Kahn, Anaximander
and
the
Origins
of
Greek
Cosmology, 1960. — Artículos de F.
D. E. Schleiermacher (Werke, II,
171-296), P. Natorp (Phil. Monatshefte, XX [1884], 367-98), P.
Tannery (Revue philosophique [1886],
225-71, y Archiv fur Ges. der Philosophie, VIII [1895], 443-48), H.
Diels (ibíd., X [1897], 288-337),
J. Dörfler (Wien. Stud. XXXVIII
[1916], 189 y sigs.), R. Mondolfo
(Logos, XX, 1 14-30), G. B. Burch
(The Review of Metaphysics), I, 3,
1949), M. Heidegger (en Holzwege,
1950, págs. 296-343 [trad. esp.: Sendas perdidas, 1960, págs. 269-312].
— Paul Seligman, The 'Apeiron' of
Anaximander: A Study in the Origin
and Function of Metaphysical Ideas,
1962. Véase también bibliografía de
PRESOCRÁTICOS.
ANAXÍMENES (ca. 588-524 antes
de J. C.) de Mileto fue probablemente discípulo de Anaximandro, según cuenta Diógenes Laercio, y consideró, al decir de Aristóteles, el aire
como anterior al agua, prefiriéndolo
como principio entre los cuerpos simples. Pero este "aire" que responde
a la pregunta por el principio de las
cosas es también, como el "principio" de Anaximandro, algo infinito;
las cosas nacen por sus condensaciones y rarefacciones, esto es, surgen
del aire, al ser dilatado o comprimido,
el fuego, el agua, la tierra. El aire
recubre todo el orden del universo
al modo como lo ilimitado contiene
lo limitado, pero este recubrimiento
no se efectúa, según Anaxímenes, como lo estático cubre lo dinámico. Por
el contrario, el aire es el elemento
vivo y dinámico; es, como el alma
humana, un aliento o un hálito, que
se opone a la pasividad de la materia
y que, al mismo tiempo, la informa.
La indeterminación e indiferenciación
del principio o substancia primordial
del universo es así una posibilidad,
pero una posibilidad que es a la vez
la máxima realidad, pues de ella derivan las realidades individuales, las
cosas. La identidad del aire y del
hálito o el espíritu, significa así la
identidad de todo lo dinámico frente
a lo estático; como en el apeiron,
también hay en el aire el fundamento de la igualdad de todas las cosas,
de su justicia, contra la injusticia de
su individuación.
Fragmentos y testimonios en DielsKranz, 13 (3). — Véase J. Dörfler,
Zur Urstoffslehre des Anaximenes,
1912. — Artículos de P. Tannery
(Revue philosophique, VI [1883] y
Archio für Ges. der Phil. I [1888],
314-21), A. Chapelli (Archiv, etc.,
I [1888], 582-94), R. Mondolfo (Rivista Filologia Classica, [1936], 1526), A. Maddalena (Atti Reale Istituto Véneto di Scienze. Lettere ed
Arti [1937-1938], 515-45), G. B.
Kerfeld (Museion Helveticum [1954],
117-21). — Véase también bibliografía de PRESOCRÁTICOS. — Artículo
sobre Anaxímenes (Anaximenes) por
E. Wellmann en Pauly-Wissowa.
ANDRÓNICO DE RODAS (fl. 70
antes de J. C.) es conocido sobre
todo como el compilador y ordenador
de las obras de Aristóteles y de Teofrasto, las que, además, comentó extensamente. De hecho, se debe a
Andrónico la conservación del Corpus Aristotelicum (véase ARISTÓTELES ), el cual pasó, desde que fue
confiado por Teofrasto a Neleo de
Scepsis, por una serie de vicisitudes
que pusieron en peligro su conservación. Depositados durante mucho
tiempo en un sótano, los manuscritos
de Aristóteles fueron recobradas por
Apelicón, un funcionario de Mitrídates, tomados por Sila como botín de
guerra y, finalmente, recogidos por
Andrónico. A éste se debe asimismo
el título Metafísica dado a la filosofía primera del Estagirita (véase
104
ANF
METAFÍSICA).
Aunque principalmente
de índole filológica y exegética, el
trabajo filosófico de Andrónico tiene
una importancia considerable. Por
otro lado, entre sus comentarios a las
obras de Aristóteles y Teofrasto parece haber valiosos elementos lógicos, que están siendo actualmente
investigados a la luz de la nueva
lógica.
Véase F. Littig, Andronikos von
Rhodos, I, 1890, II, 1894, III, 1895.
Art. de A. Gercke sobre Andrónico
(Andronikos, 25) en Pauly-Wissowa.
ANFIBOLÍA. En el artículo Sofisma (VÉASE) nos hemos referido a la
anfibolía como uno de los razonamientos sofísticos in dictione. La anfibolía consiste en la ambigüedad en
una proposición. Esta ambigüedad
puede existir en todas las lenguas,
pero a consecuencia de su mayor libertad de ordenación sintáctica, se
acentúa sobre todo en las lenguas
clásicas. Así, la anfibolía citada por
Aristóteles: "¿No debe haber conocimiento de lo que conoce?" muestra
tal carácter mucho mejor en el original griego, a base del cual resulta
impreciso si el conocimiento se refiere al sujeto o al objeto conocido.
Ejemplo de anfibolía en español son
los versos de Lope de Vega en La
boba para los otros y discreta para sí
(Acto I, esc. 1):
amor fue el hijo primero que tuvo
naturaleza ya que puede suponerse
que el amor fue el primer hijo que la
Naturaleza tuvo, y también que el
amor fue el primer hijo (de quien
fuese) que poseyó una naturaleza. Por
lo demás, aparte de que la anfibolía
anterior puede resolverse ( como la
mayor parte de sus análogos)
mediante el buen sentido, puede
alegarse que depende menos de la
estructura lingüística que de falta de
precisión tipográfica; si escribimos
'Naturaleza' con inicial mayúscula (
significando la Naturaleza), la
anfibolía desaparece.
En suma, se habla de anfibolía
de una proposición o de un juicio
cuando posee un doble sentido, cuando revela una ambigüedad y es susceptible de equívoco. Kant llama
anfibolía de los conceptos de reflexión al hecho por el cual el uso
empírico y legítimo del entendimiento
puede ser sustituido por el uso
trascendental, esto es, al hecho de
que en vez de emplear dichos con-
ANG
ANG
ceptos en función de los datos de la
sensibilidad sean aplicados a ésta
sus predicados puros y, por consiguiente, sea forzada constructivamente la propia experiencia como resultado de tal uso.
ÁNGEL significa literalmente mensajero (a)gge/llei=n, anunciar, a)ggeli/a,
anuncio, misión, mensaje). Doctrinas
angelológicas se encuentran en varias concepciones religiosas y cosmogónicas (por ejemplo, entre los antiguos persas), pero sólo en el judaismo
y luego, sobre todo, en el cristianismo
alcanza la doctrina sobre los ángeles
precisiones teológicas que suscitan interés filosófico.
En el Antiguo Testamento los ángeles son enviados de Dios y en ocasiones —como en el caso del "Ángel
de Jehová"— parecen ser una anticipación del Verbo de Dios. En el
Nuevo Testamento se habla de la intervención de ángeles en diversas
ocasiones (Anunciación, consuelo de
Jesús por un ángel durante la pasión, etc.). En todos los casos los ángeles son considerados como seres
creados por Dios, pero muchas discusiones se han suscitado en torno a su
verdadera naturaleza y destino. Todos los Padres de la Iglesia y teólogos han admitido que se trata de
espíritus, pero mientras algunos han
insistido en su pura espiritualidad,
otros les han atribuido un cuerpo
(etéreo y luminoso). En cuanto a su
destino se admite la narración de la
rebelión de algunos de los ángeles
contra Dios (véase DEMONIO), pero
mientras varios autores ( Orígenes, De
principiis, II, 9 y III, 5-6) declaran
que todos los espíritus creados por
Dios (ángeles y demonios) se salvan
en la apocatástasis final, la mayoría
de los Padres, especialmente desde
San Agustín (Cfr. especialmente De
Civ. Dei, XI y XII; Comm. litt. en.,
I, 1-5), se inclinan en favor de admitir la condenación eterna de los ángeles malos y la eterna beatitud de
los ángeles buenos.
Las precisiones anteriores no resultaron, empero, suficientes ni desde el
ángulo teológico ni desde el filosófico. Teológicamente, sólo con Dionisio el Areopagita ( Hier. cael. passim;
Cfr. especialmente IV-X) se desarrolló
una doctrina angelológica que, basada
en la Escritura, ofrecía un aspecto
sistemático, no sólo en lo que toca
al examen de la naturaleza de los
ángeles, sino también en lo que se
refiere a su organización (en nueve
coros y tres jerarquías). Filosóficamente, la doctrina más completa al
respecto es seguramente la de Santo
Tomás (Cfr. especialmente, S. theol.
I, qq. L-LVI y Cont. Gent., II, 72 y
98), el cual ha usado para la edificación de la angelología concepciones
proporcionadas por el pensamiento
aristotélico. Especialmente importante
al respecto ha sido el interpretar los
ángeles filosóficamente como substancias separadas e intelectuales. Estas
substancias son inmutables e inmortales; aunque individuos, son a la vez
especies, de modo que cada ángel
constituye por sí mismo un universo
completo y sobremanera rico. Aunque creados por Dios y situados en
la jerarquía del ser entre Dios y los
hombres, los ángeles son espíritus puros, puras inteligencias, auxiliares de
Dios en el gobierno divino, poseedores de una ciencia superior a la humana, pero inferior a la divina, pues
los ángeles no pueden penetrar por
sus propias fuerzas ni el secreto del
corazón humano ni el del porvenir:
sus observaciones sobre los seres humanos son más completas que las ejecutadas por ningún otro ser (excepto
Dios), y sus previsiones más perfectas que las de ningún otro ser (excepto Dios), pero no hay ni conocimiento
completo de la entraña del hombre
ni previsión infalible del porvenir.
Terminemos observando que Eugenio d'Ors ha interpretado el concepto de ángel en un sentido muy especial dentro de su doctrina filosófica;
el ángel puede ser comparado, a su
entender, con una especie de "sobreconciencia", de tal suerte que la angelología se convierte en una doctrina —más metafísica que psicológica— de la personalidad.
ANGUSTIA. En su dilucidación del
concepto de la angustia, Kierkegaard
parte del abismo irreconciliable que
existe entre lo finito y lo infinito,
abismo sentido por la existencia humana como una angustia radical,
como un desamparo donde la subjetividad limitada del hombre se halla
suspendida en la nada de su angustiarse, gracias al cual puede la misma
ser enteramente concreta, huir del engaño de la razón unificadora e identificadora y sumergirse