Ibero 2015; 2015(82): 202–217
Adrián J. Saéz*
Un “pecado tan malo y feo”: variaciones
cervantinas sobre el suicidio
DOI 10.1515/ibero-2015-0024
Resumen: El suicidio (o muerte por desesperación) es un motivo frecuente en la
dramaturgia y novelística (y hasta en algún poema) de Cervantes, que acoge esta
impactante modalidad de muerte según una diversidad de formas, estrategias y
sentidos. De La Galatea a Don Quijote y de las Novelas ejemplares y el teatro hasta
Los trabajos de Persiles y Sigismunda, este trabajo explora las variaciones cervantinas sobre el suicidio, teniendo en cuenta su alcance (de la amenaza a la
consumación), sus motivaciones (amor, honor, religión) y su función, en relación
con el concepto de decoro y el género en cuestión. Con esta perspectiva panorámica se pretende avanzar hacia una mejor comprensión de la dimensión y del
sentido del suicidio en la producción de Cervantes como un todo.
Palabras clave: Miguel de Cervantes, suicidio, desesperación, muerte, decoro.
Abstract: Suicide (or death by desperation) is a frequent motif in Cervantes’
drama and prose (and even in some poems), wherein one finds this impressive
form of death in a diversity of manners, strategies and senses. From La Galatea to
Don Quijote and from the Novelas ejemplares and the theatre to Los trabajos de
Persiles y Sigismunda, this article aims to explore the Cervantine variations on
suicide according to its range (from menace to commission), its causes (love,
honour, and religion) and its function, in relation with the concept of decorum
and the literary genre. This perspective tries to advance a better understanding of
the dimension and sense of the suicide motif in Cervantes’ production as a whole.
Keywords: Miguel de Cervantes, suicide, desperation, death, decorum.
A Fernando Romo Feito,
todo “un Cicerón en la elocuencia”
(Don Quijote, II, 42).
*Corresponding author: Adrián J. Saéz, Université de Neuchâtel, Institut de langues et littératures hispaniques, Espace Louis-Agassiz 1, CH - 2000 Neuchâtel, E ˗ Mail:
[email protected]
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Variaciones cervantinas sobre el suicidio
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“Es la desesperación/pecado tan malo y feo,/que ninguno […]/le hace comparación” (vv. 2025–2028), le advierte el personaje del padre –“un tal Fulano de
Oviedo” (v. 2254)– a su hija doña Catalina cuando ella baraja el suicidio como la
salida para sus problemas en La gran sultana.1 Aunque breve, se trata de un
diálogo fundamental que pone sobre la mesa dos de los rasgos esenciales del
suicidio:2 es una amenaza frecuente que las más de las veces queda en nada, pero
que solo en bosquejo ya es causa de asombro y hasta de escándalo porque es un
pecado gravísimo que no se perdona “ni en este mundo ni en el otro”, según
explica fray Luis de Granada (1998 II: 455).
Y es que el suicidio es un motivo de gran fuerza que despierta tanto admiratio
como catarsis por ser una de las formas de muerte más extremas, a la vez que
constituye un problema porque su valoración se mueve desde antaño entre el
elogio y la condena dentro de una polémica donde se cruzan la libertad, la
religión y la sociedad, entre otras cuestiones que solo voy a tocar de pasada.3 Así,
con el paso del tiempo, el suicidio se ha examinado desde las ideas más enfrentadas, en un debate que ha hecho que parezca ser un tabú vedado apenas
presente en las letras y sobre el que todavía se tiende a pasar de puntillas. Con
todo, siempre hay que tener en cuenta que en los textos es, primordialmente, un
tema de ficción y no trasunto de experiencias vitales (Avalle-Arce 1957: 194), por
lo que cumple una función más simbólica que reflexiva (Cuevas Cervera 2006: 33
y 36). Es decir: la representación literaria de casos de Selbstmord interesa porque
abre la puerta a una tragedia en potencia que puede dar mucho juego en la
ficción, aunque también invite a pensar sobre los alrededores (conceptos, ideas,
problemas) del asunto.
1 Se cita siempre por las ediciones recogidas en la bibliografía final.
2 Recuérdese que la voz “suicidio” es un latinismo posterior (Corominas/Pascual 1986: 236),
mientras en la época se prefiere “desesperación” y derivados, en tanto supone la desconfianza en
la misericordia divina. Más en Morin 2008.
3 En palabras de Theodore Spencer (1960: 165), “it was admired in the heroes of antiquity; it was
resorted to by virtuous women and the chief character in a love story; it was heartily condemned
by the prevailing religion”. Las miradas sobre el suicidio se desarrollan en relación directa con las
ideas neoestoicas y la doctrina cristiana, más otros asuntos sobre los que no puedo entrar a
detallar. Un panorama histórico se puede ver en Ariès 1949, 1983 y 1985; Minois 1999; Martínez Gil
2000: 157–160; Murray 2000; Morin 2001; Brown 2002; Andrés 2003 y Zambrano Carballo 2006.
Para su reflejo desde las letras grecolatinas en adelante, ver Green 1965: 237–259; Sebold 1973;
Navarro Antolín 1997; Alonso 2001 y 2008b; Aymes 2001; Garrido 2003; Rico 2003: 190–198;
Sanmartín Bastida 2005 y Cuevas Cervera 2006. Algunas coordenadas sobre el Siglo de Oro en
Parr 1974; Dickenson/Boyden 2004; Llanes Parra 2008; Quesada Gómez 2009 y Marías Martínez
2013. Curiosamente no consta en el index de Elisabeth Frenzel (1980). El motivo del suicidio
guarda varias similitudes con el incesto (Sáez 2013).
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Adrián J. Saéz
Con este trabajo se pretende ofrecer una mirada de conjunto a los suicidios
cervantinos para apreciar cabalmente el alcance del motivo dentro del discurso
de la muerte (Sáez 2012), al tiempo que se perfila el mosaico suicida con el
examen de algunos ejemplos algo olvidados y se entresacan algunas ideas clave
del panorama trazado.4 Hay veces que los árboles no dejan ver el bosque, y en
este sentido hay tres casos especialmente conocidos (la tragedia de Numancia, la
muerte de Grisóstomo y el truco de Basilio) que han ensombrecido la verdadera
dimensión del suicidio en Cervantes.
Sin embargo, antes de examinar las diversas modalidades de esta mors
voluntaria y las funciones que adquiere en la narrativa y la dramaturgia cervantinas, conviene trazar un pequeño mapa para orientarse “en el laberinto del
suicidio” y contemplar “las nobles opciones de muerte que existen”, según
escribía Vila-Matas en el prefacio a Suicidios ejemplares (2013: 7–8).
Los suicidios ejemplares de Cervantes
Justo el primer ejemplo es especialmente fuerte porque La Numancia, tragedia
temprana (1580–1585), se caracteriza por la acumulación de elementos violentos
y lances patéticos en medio de una guerra de abolengo histórico que acaba en un
suicidio colectivo. De antemano ya se sabe el destino del pueblo numantino, de
modo que la gracia del juego está en la dramatización original de un episodio
conocido. El sitio de la ciudad por los romanos ha creado un impasse del que los
numantinos tratan de salir en medio de amenazas mutuas entre los dos bandos.
La historia se estructura en dos movimientos, cada uno de los cuales se puede
equiparar a grandes rasgos con dos jornadas: los avisos del desastre (1 y sobre
todo 2) y la dramatización del suicidio (3 y 4). Tras la llegada de Cipión y el inicio
del cerco, los numantinos tratan de llevar a cabo cuatro soluciones: una embajada que sale mal, un combate singular que rechazan los romanos, la adivinación
del destino y un sacrificio a Júpiter. Por ironía trágica, tanto la búsqueda de
signos como la ofrenda divina confirman las predicciones pronto adelantadas por
la alegoría de España y el río Duero: “El fatal, miserable y triste día/[…]/se llega
de Numancia” (vv. 445 y 447), además del diálogo entre la Guerra y el Hambre.5
4 Los acercamientos críticos tienden a centrarse en casos individuales, salvo la comparación
entre La Numancia y la muerte de Grisóstomo de Flor María Pagán Rodríguez (1999) y la revisión
de José María de Peralta y Sosa (2006) sobre la idea cervantina del más allá.
5 Este anuncio se refuerza porque el Hambre aparece con “máscara amarilla o descolorida” y
vestida de “bocací amarillo” (v. 1967 acot.), símbolos con un color que representaba la desespera-
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Así, uno de los sacerdotes y el muerto resucitado delinean a dos voces el trágico
fin entre el fuego y el suicidio:
Aunque lleven romanos la vitoria
de nuestra muerte, en humo ha de tornarse
y en llamas vivas nuestra muerte y gloria.
(vv. 822–824).
[…] Numancia […]
[…] acabará a las mismas manos
de los que son a ella más cercanos.
[…]
El amigo cuchillo el homicida
de Numancia será y será su vida.
(vv. 1070–1072 y 1079–1080).
De hecho, ya en la búsqueda de remedios se encuentra una temprana advertencia: “Para morir jamás le falta tiempo/al que quiere morir desesperado” (vv. 641–
642). A partir de ahí, cuando el hambre asola a los numantinos, comienza el
teatro de la muerte: “sería ventura/acabar nuestros daños con la muerte” (vv.
1234–1235) porque solo resta “aceptar el fin postrero” (v. 1241). Pero si primero los
hombres pretenden morir con las armas en la mano, como quiere Teógenes, las
mujeres piden la muerte para ellas y sus hijos antes que ser abandonadas al
enemigo: “como os dieron la vida,/ansimismo os den la muerte” (vv. 1352–1353).
Siguen los preparativos con un gran fuego en el que se queman primero las
riquezas y se decreta el suicidio general: “verdugos de nosotros nuestras manos/
serán y no los pérfidos romanos” (vv. 1678–1679), una muerte que es “aunque
crüel, loable” (v. 1647) y que acaba por robar la victoria a los romanos cuando un
muchacho, el último de los numantinos, se suicida frente a Cipión.
Después viene La Galatea (1585), novela que representa muy bien la tensión
entre tradición y renovación tan propia de Cervantes. Si la novelística pastoril se
define por la creación de un mundo idílico con tintes utópicos y personajes que
viven entre amores y cantos amebeos, por sus páginas se introducen progresivamente vislumbres más cotidianos y verosímiles, que descubren una fórmula
repetida que se fragmenta poco a poco. En este contexto La Galatea cervantina
supone la entrada más fuerte de la violencia en el universo pastoril (Castillo
Martínez 2010), ya desde la persecución y muerte de Carino a manos de Lisandro
en los primeros compases de la historia (I, 179–180). Es más: se trata de una
novela que manifiesta una honda preocupación por la muerte (Damiani 1984;
Shepard/Shepard 1986) y que concede un notable espacio al suicidio, que aparece en seis ocasiones: Artidoro escribe en la corteza de un árbol que va a darse
ción y el suicidio. En la alegoría inicial de La cárcel de amor de Diego de San Pedro se lee: “El
negro de vestiduras amarillas que se trabaja por quitarme la vida, se llama Desesperar” (1995: 11).
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muerte por el desdén de Teolinda (II, 247, vv. 65–72), pero al final se conforma
con la pena del destierro temporal; guiada por un “desesperado y honroso
intento”, Rosaura intenta atravesarse el corazón con “una desnuda daga” cuando
su amado Grisaldo le informa de su compromiso con Leopersia, pero no puede
darse muerte porque le detienen el brazo (IV, 388–389); poco después Galercio
trata de suicidarse “con un cordel echado a la garganta y un cuchillo desenvainado en la derecha mano” (IV, 457–458), mientras Gelasia se aleja de él sin
compasión, y luego de nuevo trata de arrojarse al agua desesperado, pero logran
detenerlo a duras penas (VI, 613–614); en el relato de sus amores, Lauso cuenta
que por celos “había llegado a términos de desesperarse o de dar alguna muestra
que en daño de su persona y en el del crédito y honra de su pastora redundase”,
pero al cabo “todo se remedió con haberla él hablado” (V, 472); por fin, la noticia
de que Artidoro se ha casado con Leonarda, su hermana melliza, hace que
Teolinda esté “en término de acabar la vida o de perder el juicio” (VI, 532).
Todos estos intentos suicidas proceden de preocupaciones amorosas, pero no
llegan a culminarse: quedan como mucho en tentativas que paran otros personajes, si bien causan, igualmente, un fuerte efecto en la narración porque no solo
demuestran la intensidad de los amores presentados (Vila Carneiro 2006: 384),
sino que también “elevan el tono de la acción, sorprenden al lector y, en definitiva,
suscitan […] un mayor interés por el relato” (Castillo Martínez 2010: 59). Asimismo,
constituyen un curioso ejemplo de mise en abyme porque los pastores tratan de
suicidarse solo cuando tienen espectadores ante sí, para lo que se transforman en
actores de sus propias vidas y “one has to question the verisimilitude of their
performance and their intention of carrying it through” (Nelson 2013: 3).6
Las dos partes del Quijote (1605 y 1615) presentan un amplio abanico de
variaciones sobre el suicidio: un caso cumplido, un engaño milagrero, varias
tentativas, diversos parlamentos y alguna ambigüedad entre medias. El motivo
entra con brío con el único suicidio consumado de la novela, en torno al que gira
el episodio de Grisóstomo y Marcela (I, 12–14), ya prefigurado en la historia de
Galercio y Gelasia. La potencia con la que se abre el discurso de la muerte rompe
con el marco idílico de la conversación con los cabreros, pero se compensa
porque la muerte ha tenido lugar antes de que se tenga noticia de él, de modo que
queda realmente fuera de la acción. Desde ahí, a posteriori se siguen las pistas
sobre los trágicos amores de los fingidos pastores: una vez con el disfraz pastoril,
Marcela provoca una fiebre imitativa en los alrededores, se convierte en una belle
6 Añade una diferencia entre personajes masculinos y femeninos: “when a shepherd attemps
suicide (whether successfully or not), he emphasizes the shepherdess’s cruel and desenamorada
state. […] When a female herder attempts the shame, however, she is portrayed as a desperate
actress who threatens her body in an attempt to change her suitor’s heart” (10).
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dame sans merci que desdeña a sus amantes y los “conduce a términos de
desesperarse” (I, 12), según prueba el ejemplo de Grisóstomo, que “desesperó sin
ser aborrecido” (I, 14). Sin embargo, la calculada ambigüedad de Cervantes
(Avalle-Arce 1957), que se cuida mucho de no revelar la causa real de la muerte
del estudiante metido a pastor, se descubre en las condiciones del testamento y
del entierro (en el campo “como si fuera moro” y otras condiciones que “parecen
de gentiles”, I, 12), además de en la “Canción desesperada”, que anuncia tanto las
causas (el desdén descubierto) y el programa de su muerte (pese a que se señalan
“un hierro” y “un duro lazo”, en verdad se arroja desde una simbólica peña).7
Igualmente, el suicidio de Grisóstomo se configura en un debate de perspectivas
entre las acusaciones de los partidarios del pastor con Ambrosio al frente y la
defensa de soi même de Marcela que aboga por la libertad, como don Quijote.
La historia de amor de Cardenio y Luscinda –entreverada con el episodio de
don Fernando y Dorotea– está sembrada de intentos de suicidio: primero, don
Quijote conjetura que la maleta que hallan en Sierra Morena “debía de ser de
algún principal enamorado, a quien desdenes y malos tratamientos de su dama
debían de haber conducido a algún desesperado término” (I, 23), suposición muy
cierta que confirma Cardenio en su relato, donde dice que nada más ver el
desposorio entre don Fernando y Luscinda, “sin querer tomar venganza de mis
mayores enemigos […], quise tomarla de mí mismo y ejecutar en mí la pena que
ellos merecían” (I, 27), de modo que dejó todo “y víneme a estas soledades, con
intención de acabar en ellas la vida, que desde aquel punto aborrecí, como mortal
enemiga mía” (I, 29); poco después se sabe, además, que Luscinda “había tenido
intención de matarse en acabándose de desposar y daba allí las razones por que
se había quitado la vida, todo lo cual dicen que confirmó una daga que le
hallaron no sé en qué parte de sus vestidos” (I, 28). El otro conato suicida se
encuentra en el cuento del capitán cautivo, donde Agimorato trata de quitarse la
vida tras oír la declaración de fe de su hija Zoraida, pero no tiene éxito: “se arrojó
de cabeza en la mar, donde sin ninguna duda se ahogara, si el vestido largo y
embarazoso que traía no le entretuviera un poco sobre el agua” (I, 41).8
El suicidio fingido de Basilio en el segundo Quijote (21) es el contrapunto de la
muerte de Grisóstomo en la primera entrega:9 de nuevo se trata de una cuestión de
7 Para Francisco Rico (2003: 196), Cervantes cuenta la historia sesgadamente porque no simpatiza “con el mero goteo del suicidio personal, mientras razón y corazón sí se le van tras el
colectivo”.
8 Queda un tanto en el aire el renegado con el que huyen el capitán y Zoraida porque no se sabe si
escapa o muere: “Nuestro renegado tomó el cofre de las riquezas de Zoraida y dio con él en la mar,
sin que ninguno echase de ver en lo que hacía” (I, 41).
9 Se construye a partir de relatos tradicionales (Moner 2014) y se repite en La entretenida.
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amor (matrimonio) en defensa de la libertad de elección que parece conducir a la
muerte del zagal, según se avisa varias veces (el sí de Quiteria será “la sentencia de
su muerte” y las “exequias de Basilio”, II, 19; que aparece “con una corona de
funesto ciprés”; y acaba gritando “¡Muera, muera el pobre Basilio”, II, 21), pero por
el trámite de la industria –y no del milagro– el suicidio simulado es la estrategia
con la que Basilio hace bueno –y oficial– el matrimonio secreto que ya lo unía a
Quiteria, como “gran actor y autor al mismo tiempo” (Redondo 1991: 137).
Lo demás son pequeñas menciones en los parlamentos de los personajes: las
tonterías de Sancho cansan a don Quijote al punto que le dice: “Tú me harás
desesperar, Sancho” (II, 9); en la aventura del barco encantado, los dos personajes se dirigen peligrosamente hacia unas aceñas y los molineros salen a detenerles, temiendo que sean suicidas: “¡Demonios de hombres!, ¿dónde vais? ¿Venís
desesperados, que queréis ahogaros y haceros pedazos en estas ruedas?” (II, 29);
ya dominado por el desengaño, don Quijote determina dejarse “morir de hambre,
muerte la más cruel de las muertes” (II, 59); y, por último, la resurrección fingida
de Altisidora despierta la curiosidad de Sancho, que le pregunta por el otro
mundo, pues “quien muere desesperado, por fuerza ha de tener aquel paradero”
(II, 70).
Ya en las Novelas ejemplares (1613) apenas se encuentran algunas menciones
al paso: así, en La española inglesa, la camarera mayor confiesa a la reina que
teme que el conde Arnesto, su hijo, si no le dan “por mujer a Isabela, o se había
de desesperar o hacer algún hecho escandaloso” (243), en un claro signo de este
mal de amor. Solamente en El casamiento engañoso tiene cierto desarrollo:
yo di principio a desesperarme. Y sin duda lo hiciera, si tantico se descuidara el ángel de mi
guarda en socorrerme, acudiendo a decirme en el corazón que mirase que era cristiano y que
el mayor pecado de los hombres era el de la desesperación, por ser pecado de demonios (531).
Al poco, Campuzano vuelve a rozar el suicidio al saber el robo de Estefanía: “Aquí
me tuvo de nuevo Dios de su mano” (532), mas poco a poco asimila el engaño
porque, al fin, los dos burladores quedan burlados.10
En el resto del teatro cervantino aparecido en las Ocho comedias y ocho
entremeses (1615) se hallan dos pequeños asomos del motivo del suicidio y otros
dos episodios más elaborados: en la comedia caballeresca La casa de los celos y
selvas de Ardenia la entrada de la Desesperación “con una soga a la garganta y
10 Esta tentativa se consuma en la reescritura de Zayas, El casamiento en la miseria (Foa 1977;
Marías 2013). La intención de Carrizales en El celoso estremeño de tomar venganza de sí mismo
“como el más culpado” (366) no refleja un deseo suicida como ve Castro (2002: 662) sino la
intención de hacer bien a Leonora a pesar de su delito.
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una daga desenvainada en la mano” (v. 1312 acot.) prefigura tanto el suicidio de
Angélica, que aparece en escena “con un cordel a la garganta” y arrastrada por
dos sátiros (v. 2037 acot.) como el posterior intento de suicidio de Reinaldos, que
trata de matarse con su propio puñal aunque se lo impide Malgesí (vv. 2092–
2131); de modo parejo, en Los baños de Argel don Fernando, preso de desesperación porque los turcos se han llevado a su esposa Costanza, intenta suicidarse
arrojándose al mar (v. 226 acot.), pero los turcos lo recogen. En cambio, en La
gran sultana se discute sobre la legitimidad del suicidio en caso de extremo
peligro: a las críticas que le hace su padre, doña Catalina pregunta si puede
matarse para resistirse a las presiones del sultán, pero este descarta la desesperación con un argumento de corte teológico que remeda algunas ideas de Santo
Tomás de Aquino (Suma teológica, II-II, q. 64, a. 5):
El matarse es cobardía
y es poner tasa a la mano
liberal del soberano
bien que nos sustenta y cría.
Esta gran verdad se ha visto
donde no puede dudarse,
que más pecó en ahorcarse
Judas que en vencer a Cristo (vv. 2029-2036).
Al final, el padre acaba por aceptar el matrimonio con un infiel como un mal
menor frente al suicidio y sus últimas palabras parecen tener eco fugaz en El
rufián dichoso:11 “En dos pecados se ha visto/que Judas quiso extremarse,/y fue el
mayor ahorcarse/que el haber vendido a Cristo” (vv. 1924–1927); y algo menor en
La entretenida: “Hace quien se desespera/un grandísimo pecado,/y es refrán muy
bien pensado/que ‘tal vendrá que tal quiera’” (vv. 3052–3055).
En los entremeses solo aparece el suicidio en algunas amenazas verbales de
personajes exasperados: “Vuesa merced, señor juez, me descase, si no quiere que
me ahorque”, pide Mariana en El juez de los divorcios (4) y Cristina grita “¡Desta
vez me ahorco, desta vez me desespero, desta vez me chupan brujas!” en El
vizcaíno fingido (84).
El ciclo se cierra con Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617), que presenta
la muerte desde la despedida autorial del prólogo, entre la redacción “puesto ya el
pie en el estribo” y el irónico adiós a los amigos. Entre sus muchas aventuras se
encuentran algunos episodios en los que el suicidio aparece con fuerza en la
acción: primero, dos soldados taladran y hunden la nave “con intención de gozar
11 Sobre el probabilismo en Cervantes, ver Gómez Canseco (2010).
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Adrián J. Saéz
de Auristela y de Transila recogiéndolas en el esquife”, pero al ver uno de ellos que
no sale bien su designio, mata a su compañero y se da la muerte (I, 19: 139), un lance
que prueba los efectos destructores de la lascivia (Egido 1991: 202); en otro momento uno de los marineros de Periandro se lanza desde lo alto de una gavia “suspenso
de un cordel que traía anudado a la garganta” hasta que Periandro se lo corta y
estorba “no se le acortase la vida” (II, 13: 229), y da pie a la condena del personaje:
la mayor cobardía del mundo era el matarse, porque el homicida de sí mismo, es señal que
le falta el ánimo para sufrir los males que teme. Y ¿qué mayor mal puede venir a un hombre
que la muerte? Y siendo esto así, no es locura el dilatarla: con la vida se enmiendan y
mejoran las malas suertes, con la muerte desesperada no solo no se acaban y se mejoran,
pero se empeoran y comienzan de nuevo (II, 13: 230).
Tras este suicidio fracasado, en los últimos acordes de la novela se tiene noticia
del origen de los amores de Persiles y Sigismunda en el relato de Seráfido, que
cuenta que la princesa estaba destinada inicialmente a Magsiminio, hermano de
Persiles, y que este, al enamorarse de la dama, “tenía determinado de dejarse
morir antes que ir contra el decoro que a su hermano se le debía” y su peregrinación a Roma no es más que la excusa trazada por Eustoquia, reina y madre de
ambos, para “conservar la vida” de Persiles (IV, 12: 467). Otras veces se trata
únicamente de reconvenciones contra el suicidio: en el encuentro con el portugués Manuel de Sosa Coitiño asenta Auristela que “la esperanza ha de estar más
firme en los trabajos” y “el desesperarse en ellos es acción de pechos cobardes”,
puesto que “no hay mayor pusilanimidad ni bajeza que entregarse el trabajado
–por más que lo sea– a la desesperación” (II, 9: 97);12 y mientras Auristela agoniza
por el maleficio de Julia, el duque de Nemurs olvida sus amores cuando ve que
pierde su belleza y, en un notable ejercicio de hipocresía, se excusa en su mala
ventura, decide abandonarla “antes que la desesperación me traiga a términos de
perder el alma” y, así, en todo caso podrá “morir desdichado y no desesperado”
(IV, 9: 455).13
Suicidas de ficción: modalidades y funciones
Este repaso muestra a las claras que “il n’y a pas un suicide, mais des suicides”, a
decir de Émile Durkheim (2013: 312). Es decir: no hay una forma pura de suicidio
12 Ver el comentario de Egido (2004: 20).
13 Conjuntamente, se puede añadir el cuento del rico desesperado del Quijote de Avellaneda
(II: 15–16), que se suicida luego de saber que su hijo es de otro hombre.
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Variaciones cervantinas sobre el suicidio
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sino variaciones diferenciadas por causas, efectos y funciones que conviene
deslindar de acuerdo a diversos parámetros.14
El alcance es seguramente la principal piedra de toque del motivo del suicidio, de lo que depende tanto el efecto logrado como la percepción del público en
una horquilla que va de la amenaza a la consumación.15 Si el suicidio es únicamente la clave estructural de La Numancia y dos episodios de Don Quijote, del
cotejo se desprende la primacía absoluta de las tentativas suicidas que, aunque
brillen menos que los casos ejecutados, constituyen un medio muy atinado de
mantener el equilibrio entre la moción al movere y el decoro. Así, los suicidios
frustrados no son reflejo de la realidad de la época ni necesariamente caen en la
parodia burlesca (Quesada Gómez 2009: 524): son destellos dramáticos de una
tragedia que se pone ante los ojos, pero que acaba por resolverse felizmente, sin
llegar al extremo –acaso de mal gusto– de entrar en materia peligrosa, al igual
que una espada de Damocles que pende sin llegar a caer. Para Avalle-Arce (1957:
194) sobre el suicidio gravita una condena tanto ético-religiosa (muerte del alma)
como estético-literaria (ruptura del marco idílico), mas entre la amenaza y la
consumación es justo la distancia que se abre entre La Galatea y la revolución
pastoril del episodio de Grisóstomo en el primer Quijote.
En este contexto, debe establecerse igualmente un pequeño matiz según el
grado de conciencia, porque no en vano la mayoría de los suicidios se llevan a
cabo en un estado de enajenación –o directamente locura– que reduce la culpabilidad (Dickenson/Boyden 2004: 110). Solo los preparativos de los numantinos
–que son gentiles– y las cavilaciones de doña Catalina –que no llevan a nada– no
se realizan presos de un arrebato o una pasión descontrolada.
Otro baremo clave es la motivación que persigue el suicida, que por lo
general comprende el amor, el honor o la religión:16 los pastores de La Galatea y
Don Quijote, la pareja de Cardenio y Luscinda, el conde Arnesto de La española
inglesa y un Persiles escindido –entre el amor y el respeto fraterno– se aproximan
al suicidio por el lado oscuro del amor; el honor y el orgullo conforman la causa
14 Quesada Gómez (2009) distingue entre suicidio rural y urbano.
15 Green (1965: 239) diferencia entre suicidio “previsto, acariciado, lanzado como una amenaza,
intentado y consumado”, y añade que “esos deseos relámpago y esos intentos inconsiderados –e
inefectivos– dejan siempre margen a un pronto arrepentimiento y satisfacción” (249). A su vez,
Lida de Malkiel (1974: 38) se refiere a los “suicidios humorísticamente frustrados” y Joan Oleza
(1986: 333) explica que “paródicamente […] o en serio, el motivo aparece una y otra vez en Lope,
sin llegar nunca a una muerte efectiva, pero como tentación ineludible de todos los amantes”.
16 Fernando Navarro Antolín (1997) establece cinco tipos de suicidio: 1) duelo o sacrificial, como
testimonio de fides et amor; 2) evasión, a modo de remedia amoris acerbi; 3) expiatorio o
purificatorio, por pudor et castitas; 4) criminal o pasional, en la que precede la muerte de otro o de
la amada; y 5) por venganza, para causar remordimiento o vergüenza en el culpable.
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principal que mueve a los personajes de La Numancia para evitar una rendición
sin condiciones y de paso robar la gloria a los romanos; y la religión es la razón
principal por la que doña Catalina y su padre rechazan de plano el pecado de
desesperación, mientras que Campuzano y los lascivos soldados contemplan el
suicidio por una suma de despecho y vergüenza frente al fracaso de sus planes.
Una mirada a la función que persiguen los suicidios puede ser esclarecedora.
Durkheim (2013) deslinda entre cuatro tipos con ciertas opciones combinatorias
que pueden valer como patrón de revisión para el panorama cervantino:17 1) el
suicidio egoísta, que se comete cuando prima la satisfacción de los deseos
personales sobre otros límites relacionados con la sociedad; 2) el suicidio altruista, que es una manera activa y enérgica de quitarse la vida que procede de un
sentido del deber a la manera de Catón, o bien con el deseo de acompañar o
unirse al amado o cual sacrificio expiatorio; 3) el suicido anómico à la Werther es
el propio de los desengañados y exasperados por haber perdido unas condiciones
de vida que estimaban o por no haber logrado las que pretendían; y 4) el suicidio
fatalista –apenas esbozado–, que responde a un sentimiento de impotencia ante
el destino o la sociedad.
Desde esta ladera, Grisóstomo parece debatirse entre el suicidio anómico y
fatalista porque su amor no pasa de deseos y desprecios, pero el parlamento de
Marcela ofrece otra visión y saca a la luz que en realidad se trata de un ejemplo de
pertinacia y porfía (Cortijo Ocaña 2012), fruto de una marcada incapacidad de
aceptar el destino que le hace preferir un suicidio que pinte a su amada como la
culpable de todos sus males. En este como en los otros enamorados y pastores el
suicidio es la salida fácil frente al vencimiento de sí mismo.
A la par, se aprecia que en La Numancia hay en verdad tres suicidios o un
suicidio eslabonado en tres movimientos, que se determinan en sucesión por
causa y función: el sacrificio de Marandro, que supera el cerco para buscar algo
de comida para su amada Lira, es una suerte de suicidio altruista guiada por el
amor en la que le escolta su amigo Leonicio; tras este, se desata el suicidio
colectivo que está acompañado del asesinato de los personajes entre sí, y del que
el filicidio y uxoricidio de Teógenes es el representante par excellence, a medio
camino entre los suicidios anómico, fatalista y altruista; y, al fin, la muerte
postrera de Viriato se realiza para cumplir con el deber y con la memoria de su
pueblo. Todos son casos heroicos en los que los personajes miran más allá de sí
mismos hacia un fin colectivo de mayor alcance.
17 Ver además el panorama de López García, Hinojal Fonseca y Bobes García (1993). En este
orden de cosas, Burningham (2006) examina el suicidio y la ética del rechazo.
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Variaciones cervantinas sobre el suicidio
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Esta variedad de suicidios se presenta a través de tres mecanismos: alegoría,
discurso y representación, como ocurre con la pintura de la violencia (Gómez
Canseco 2014). Un buen botón de muestra es otra vez La Numancia: una vez
decretada la muerte general, el suicidio se presenta por medio de la alegoría de la
Guerra y el Hambre, con un parlamento en ticoscopia que luego realizan los
romanos (vv. 2217–2305) y con la representación de tres atisbos del suicidio
colectivo en forma de la persecución de un soldado a una mujer (vv. 1936–1975), el
caso particular del caudillo Teógenes y su familia que vale como sinécdoque por
toda Numancia (vv. 2068–2115 y 2140–2147) y el salto final de Viriato desde la torre
(vv. 2333–2400). De hecho, la tragedia de la muerte tiende a ocurrir fuera de la
escena: a Teógenes solo se le escucha declarar su intención de acabar con la vida
de su mujer e hijos, salir luego a escena “con dos espadas desnudas y ensangrentadas las manos” (v. 2139 acot.), pedir la muerte a manos de un numantino y
encaminarse junto a otro personaje a la hoguera “porque el que allí venciere,
pueda luego/entregar al vencido al duro fuego” (vv. 2178–2179), para después
tener noticia de que fue el último en arrojarse a las llamas (vv. 2285–2296).
Solamente el suicidio de Viriato se pone ante los ojos del público, pues anuncia su
intento (vv. 2397–2400) y se lanza (“[a]rrójase […] de la torre”, v. 2400 acot.).
La fuerza de la palabra se manifiesta asimismo en la “Canción desesperada”
(Alonso 2008a) de Grisóstomo, que funciona como la nota de un suicida: se lee
con los hechos consumados y vale para dar cuenta de las causas que empujan a
la muerte y la manera con la que va a ejecutarse, en una modalidad que ya se
había ensayado en la epístola poética de Artidoro que prometía su muerte por el
desprecio de su amada en La Galatea (II: 245–248).
En todos los casos se tiene en cuenta el decoro moral (cf. Arellano 1995: 125,
para el concepto), que marca las fronteras de lo aceptable en la ficción desde el
punto de vista ético, y veda –o limita– la representación de motivos como el
suicidio, que en último término se pueden tratar de forma más disimulada, como
las acciones detrás del tablado en el escenario y, especialmente, las repetidas
tentativas que no llegan a efecto.
Final
En suma, ni Cervantes ni los ingenios de su tiempo pasaban tan “sobre ascuas”
por el tema del suicidio, como quería Castro (2002: 558), porque el discurso de la
muerte se desarrolla realmente en una dinámica entre el ensayo y la pentitio que
en general no llega a consumarse. Es más: justamente el suicidio constituye un
lance tan atractivo como funcional, siempre y cuando amenace sin herir, según
demuestra el dominio que tienen las tentativas de suicidio que acaban en nada
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tras despertar la admirada conmoción del auditorio. Así, los numantinos, Grisóstomo y el ingenioso Basilio son únicamente la cara más trágica de la corte de los
suicidas cervantinos. El examen panorámico del motivo del suicidio desde los
valores de alcance, motivación y función revela un amplio abanico de variaciones
de la novela hasta los entremeses aunque este motivo no sea cosa de risa. Y es
que el suicidio era una muerte terrible, pero muy efectiva en la escena de la
ficción.
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Nota: Este trabajo se enmarca en el proyecto “Cervantes, comedias y tragedias. Edición crítica,
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