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La Arqueología y su articulación disciplinar (apunte de cátedra)

Apunte de cátedra

Prehistoria y Etnohistoria General Arqueología General 2022 Apuntes de cátedra – N° 1 Alejandro García La Arqueología y su articulación disciplinar La Arqueología es una disciplina científica que estudia al hombre, su cultura y su historia, fundamentalmente a través de restos materiales. Analicemos esta definición. ¿Por qué es una ciencia o disciplina científica? Para comprender la inserción de la arqueología en el conjunto de las ciencias hay que empezar por definir qué es una ciencia. Una ciencia es un cuerpo sistemático de conocimientos sobre un determinado campo de estudio y el conjunto de teorías y procedimientos involucrados en su adquisición. Hay consenso general en torno a las principales características de la ciencia y del método que utiliza para elaborar información, aunque en general aquéllas se han establecido a partir de las ciencias fácticas, naturales, exactas o “duras”, y no, por ejemplo, de las ciencias humanas. Entre esas características del “método científico” se destacan: a) La ciencia es empírica u objetiva, porque trata con el mundo observable y medible. b) La ciencia es sistemática y explícita, ya que los científicos intentan recoger información relevante para solucionar un problema y especificar los procedimientos utilizados. c) La ciencia es lógica, ya que las relaciones entre los datos y las interpretaciones se apoyan en principios previamente demostrados. d) La ciencia es explicativa, porque busca explicar por qué ocurren las cosas (sus causas). Esto hace que en algunos casos sea predictiva, ya que puede anticipar que ciertos fenómenos van a ocurrir dadas determinadas circunstancias, y explicar por qué (por ejemplo, la predicción de un eclipse). e) La ciencia es autocrítica y se basa en la verificación. Se trata de un continuo proceso de descarte de ideas equivocadas y de supervivencia de las más apropiadas. En este marco de precariedad es indispensable un sentimiento de humildad en el quehacer científico y la comprensión de que toda interpretación debe ser sometida a un duro proceso de evaluación y verificación. Obviamente las Ciencias Humanas (aquellas involucradas en el estudio del hombre, su comportamiento y su cultura) no responden enteramente a estos requisitos. Por ejemplo, no puede compararse la observación directa que de su objeto de estudio pueden realizar un biólogo o un físico con la observación indirecta que del comportamiento o los hechos humanos realizan un historiador (a través de documentos) o un arqueólogo (a través de restos materiales). En el mismo sentido, las Ciencias Humanas difícilmente pueden ser predictivas, dadas la frecuente imposibilidad de realizar observaciones reiteradas y medibles, la naturaleza completamente diferente de sus objetos de estudio y la posible ausencia de normas culturales universales a las que respondería la conducta humana. Por lo tanto, el concepto de ciencia aplicado a las disciplinas humanas debe ser tan flexible como para comprender estas diferencias, pero lo suficientemente estricto para aceptar que su modo de actuar debe ser sistemático, explícito, lógico, explicativo y verificable. De otra forma, sólo estaríamos tratando con un conjunto de opiniones organizadas. Un concepto frecuentemente problemático es el de hipótesis. Para muchos autores, éste es un elemento indispensable del quehacer arqueológico. Una vez que un investigador reúne su material de estudio (datos), debe analizarlo, interpretarlo en sí mismo o en relación con problemas vinculados (los datos se convierten en información), y evaluar las implicancias de sus hallazgos. La interpretación de los datos se realiza a través de una o varias explicaciones provisorias que deberán ser posteriormente verificadas con nuevos datos u observaciones. Tales explicaciones provisorias son las hipótesis. Éstas no existen sin la previa presencia de situaciones, problemas o información específica que requieran una explicación. Para formular tales hipótesis en el marco de las Ciencias Humanas deben conocerse los datos disponibles y los problemas que con ellos se pretende solucionar, lo cual muy frecuentemente no es posible, ya que eso depende del nivel de conocimiento y desarrollo previo del problema tratado. Sin nuevos datos y sin problema en mente no puede esbozarse explicación (hipótesis) alguna. Por ejemplo, un proyecto basado en el relevamiento arqueológico de una zona desconocida difícilmente pueda proponer una hipótesis, aun cuando un formulario la exija. Alternativamente, las hipótesis pueden surgir en medio o al final del trabajo, al intentar explicar o interpretar la información resultante del análisis de los datos obtenidos. En estos casos, su constatación o refutación dependerá de la realización de otros trabajos análogos que permitan verificar la viabilidad de las hipótesis planteadas. En otros casos no habrá hipótesis, lo cual no significa un menosprecio del trabajo del investigador ni la ausencia de un elemento indispensable. Teniendo en cuenta todo lo anterior, es fácil comprender la zozobra experimentada por un alumno en sus primeros años de formación cuando se le exige la formulación obligada de una hipótesis para la realización de una monografía. Lo mismo se aplica a múltiples situaciones (solicitudes de subsidio de proyectos de investigación, presentación de planes de tesinas, etc.) en el área de las Ciencias Humanas. Para manejar este problema al que frecuentemente se ven enfrentados no sólo los alumnos sino también los profesionales, una salida frecuente (aunque equivocada) es exponer ideas, antecedentes o supuestos básicos sobre la actividad a realizar o sobre lo que se va a encontrar, o diferentes expectativas sobre los posibles resultados del trabajo. Estas salidas son enteramente válidas como recursos para cumplir con los requisitos exigidos, pero sólo tienden a crear confusión acerca de las características y alcance de las hipótesis. Por lo tanto, la solución al inconveniente es comprender a) que la formulación de hipótesis depende de varios factores (conocimiento y discusiones previos sobre el tema, nuevos aportes esperados, profundidad del manejo de esa información y de los problemas a resolver, posibilidad real de ofrecer explicaciones según las características de cada proyecto o trabajo, etc.); b) que sólo es posible hacerlo en determinadas circunstancias; c) que no por forzar tal formulación en un ámbito inadecuado un trabajo se convertirá en “científico”; d) que lo mejor en muchos casos es relativizar esta exigencia. Naturalmente, existen muchos grados de complejidad y de avance en el campo de la investigación, y es probable que un estudio histórico o arqueológico que pueda brindar explicaciones sobre su objeto de estudio o resolver problemas planteados previamente refleje un escalón o nivel superior al de una simple descripción de objetos o crónica de datos. Sin embargo, no corresponde subestimar la importancia de estos últimos estudios, ya que en muchos casos debe comenzarse por estos peldaños básicos (frecuentemente vinculados con la adquisición de datos) para luego poder acceder a los superiores. “Estudia al hombre, su cultura y su historia” Como veremos luego, en términos generales la Arqueología aporta una amplia diversidad de conocimientos relacionados con múltiples temáticas. Éstas pueden agruparse en tres grandes objetos de estudio: el hombre (a través de análisis bioarqueológicos que dan información sobre nutrición, condiciones de trabajo, enfermedades, etc. de las poblaciones pasadas), su cultura (o sea, todas las cuestiones vinculadas con las producciones materiales, las creencias y las formas de organización social, política y económica) y su historia (esto es, la identificación y análisis de las causas y consecuencias de hechos significativos para el desarrollo de un grupo humano determinado). Si bien el núcleo de los estudios arqueológicos se vincula fundamentalmente con el segundo término (la cultura), lo cierto es que los arqueólogos no desechan información oral o escrita que les permitan profundizar sus investigaciones. Ejemplos de lo anterior son los estudios de sitios del Cercano Oriente, Egipto, el área maya, etc., que involucran el análisis de escritos antiguos, o el desarrollo de estudios de arqueología histórica, o la conjunción de los enfoques arqueológico e histórico para el estudio de poblaciones indígenas de la época de contacto con las sociedades occidentales o posteriores. Esto no significa que el objetivo principal de la Arqueología sea hacer estudios históricos, sino que dadas ciertas circunstancias los trabajos arqueológicos ganan en profundidad y alcance al integrar la utilización de fuentes escritas, o pueden brindar explicaciones alternativas a las puramente históricas. De ahí la expresión “fundamentalmente a través de restos materiales”, para marcar que los documentos y textos antiguos son una fuente de uso limitado y no generalizado en la disciplina. Aunque en sentido estricto las tablas con escritura cuneiforme o los códices mayas no dejan de ser restos materiales, en general los arqueólogos trabajan con otros tipos de objetos: textiles, artefactos de piedra, cerámica, edificaciones, huesos, etc. La complejidad del objeto de estudio de la Arqueología se refleja en los objetivos que generalmente se le asignan. Es muy común en los libros introductorios a esta disciplina encontrar la identificación de tres objetivos principales, generalmente coincidentes. Por un lado, vinculado especialmente con la Antropología, aparece el estudio de los modos de vida del pasado, o sea de las formas de organización social, política y económica y sus relaciones con la tecnología, las creencias y todo otro aspecto cultural que pueda integrarse a la investigación. De ahí que algunos consideran a la Arqueología como una “Antropología Cultural del pasado”. Por otro lado, un segundo objetivo principal sería la construcción de una historia cultural, o de una cronología del pasado, una secuencia de eventos y fechas que podrían constituir una extensión de la Historia hacia el pasado, hacia tiempos anteriores a la escritura. En este sentido, puede tanto buscar la elaboración de secuencias individuales de cambio cultural como la comparación entre historias culturales de distintas partes del mundo. Finalmente, el tercer gran objetivo varía según los diversos arqueólogos: examinar e interpretar los aspectos simbólicos, estudiar los grandes cambios de la humanidad (por ejemplo, el paso al sedentarismo y la aparición de la agricultura), comprender las causas de los cambios en la cultura a través del tiempo, etc. En realidad estos objetivos son globales, muy generales, y lo más frecuente es que los arqueólogos planteen objetivos específicos formalmente muy distintos. Así, entre innumerables alternativas, un estudio arqueológico puede estar dirigido a explicar el desarrollo de sucesos concretos (por ejemplo el hundimiento de un barco), a contribuir a la resolución de homicidios (por ejemplo en casos recientes de crímenes de lesa humanidad), a analizar el rol de determinados sectores sociales o agentes en el pasado (niños, mujeres, esclavos, etc.), a estudiar los ambientes humanos del pasado y la relación del hombre con esos ambientes o a investigar el origen y distribución de antiguas enfermedades, reconstruir dietas humanas, condiciones de salud y esfuerzo, y patrones demográficos. Esta pluralidad de objetivos específicos se debe fundamentalmente a una creciente especialización y diversificación interna que ha permitido abordar innumerables tópicos de especificidad y escala espacial o temporal muy amplias. Así, la Arqueología está formada por múltiples subdisciplinas, por numerosas Arqueologías que tienen sus propias particularidades, variantes metodológicas y objetivos específicos, aunque todas contribuyen a los objetivos generales ya mencionados. Ejemplos de estas “Arqueologías” son la A. ambiental, la A. conductual, la A. forense, la A. cognitiva, la A. subacuática o submarina, la A. bíblica, la A. experimental., la Etnoarqueología, la A. industrial, A. urbana, la A. histórica, Arqueoastronomía, Arqueobotánica, Arqueometría y Zooarqueología. La Arqueología, ¿es parte de la Antropología o de la Historia? Existe una tradicional preocupación por ordenar las disciplinas científicas para comprender mejor el lugar que ocupa la que cada uno desarrolla y cómo son las vinculaciones con las restantes. En lo que atañe a la Arqueología, una de las clasificaciones preponderantes es la que la ubica como una rama o subdisciplina de la Antropología, entendida ésta en sentido amplio como el “estudio del hombre” o “de la humanidad”. En este esquema aparecen tres subdisciplinas principales (A. Física o Biológica, A. Cultural y Arqueología), a las que a veces se suma la A. Lingüística. La Antropología Física es el estudio de la biología humana, en relación con aspectos evolutivos, genéticos, nutricionales y de adaptación al medio. La A. Cultural analiza la cultura de los grupos humanos actuales (arte, organización sociopolítica, religión, tecnología, etc.). La A. Lingüística estudia el lenguaje a través del tiempo y su relación con las ideas en cada sociedad. Finalmente, dentro de este marco la Arqueología estudia la cultura y la conducta humana en sociedades pasadas a través de restos materiales (tanto culturales -producidos por el hombre- como naturales). Así, la Arqueología sería como una Antropología Cultural del pasado. Otra posición relaciona la Arqueología estrechamente con la Historia, la disciplina encargada del estudio del pasado humano fundamentalmente a través de documentos escritos. Dentro de la Historia existen múltiples enfoques, que a veces se relacionan con fuentes diferentes, como la Microhistoria, la H. Oral, la Nueva Historia Cultural, la H. Económica, etc. El pasado humano cuyo estudio no puede abordarse desde el análisis de documentos escritos se denomina Prehistoria. El contenido histórico correspondiente a la Prehistoria proviene de los estudios arqueológicos, y en este sentido la Arqueología puede ser considerada como una disciplina histórica, la única que permite acceder a esa primera gran etapa de la Historia. Dadas las dificultades para establecer las relaciones entre la Prehistoria y la Arqueología, algunos han considerado que ésta es una ciencia auxiliar de aquella, mientras que para otros es simplemente el método utilizado por la Antropología Cultural para desarrollar los estudios prehistóricos. Ambas visiones parecen subestimar las características y alcances de la Arqueología. Considerarla simplemente como un método de la Antropología implica desconocer los grandes avances en el campo de la teoría arqueológica y del planteo de objetivos que a veces no tienen estrecha relación con la Antropología o con la Historia, y que sólo son abordables desde una perspectiva estrictamente arqueológica. Considerarla como una ciencia auxiliar supone la repetición de una antigua fórmula muy utilizada desde mediados del siglo XX en el campo de la Historia, enfocada en la existencia de una gran disciplina madre (la Historia) que es abastecida de información por una serie de disciplinas menores o auxiliares, como la Numismática, la Paleografía, la Arqueología, la Numismática, la Astronomía, la Economía, el Derecho, la Geografía, etc. Este enfoque estaba vinculado a su vez con determinada concepción de la ciencia, que requería que cualquier disciplina que aspirara a alcanzar un status científico tuviera obligatoriamente un objeto de estudio propio, exclusivo. El problema de esta visión es que en la actualidad se reconoce una mayor complejidad a todos los campos de estudio (como “el pasado humano”, o “el hombre”). Estos objetos de estudio son muchas veces compartidos por múltiples disciplinas; así, el hombre es estudiado desde distintas ópticas por los filósofos, los antropólogos, los médicos, los biólogos, los arqueólogos, los psicólogos, los sociólogos, etc. Y si bien cada disciplina tiene un enfoque propio, también aprovecha información, modelos o ideas de las restantes. Por ejemplo, la Arqueología es una disciplina que echa mano de una gran cantidad de recursos de otras ciencias, como la Física, la Biología, la Geología, la Economía y la propia Historia. Esto hace que todas las ciencias terminen siendo auxiliares, lo que a su vez hace que pierda sentido diferenciar entre disciplinas principales y auxiliares. Una tercera posición considera que la Arqueología es una ciencia independiente, aunque estrechamente relacionada con la Antropología y la Historia. En este sentido, se reconoce que los avances teórico-metodológicos de la disciplina la han consolidado y convertido en una vía de estudio independiente de aquellas ciencias. Esta postura está avalada por la complejidad y diversidad interna actual de la Arqueología, que en algunos casos la hacen compartir algunos objetivos y perspectivas de la Antropología y en otros de la Historia. La Arqueología actual presenta numerosas variantes, y la escogida por cada arqueólogo y el enfoque específico aplicado determinarán a qué disciplina se acerca más su estudio, sin que ello tenga incidencia en la calidad de su trabajo. Aquellas elecciones dependen fundamentalmente de la formación y pensamiento de cada arqueólogo. Así, en Argentina son distintos los enfoques de los profesionales surgidos de carreras de Antropología o de Historia, ya que han sido formados con visiones parcialmente diferentes sobre el pasado y sobre la forma de analizarlo y explicarlo. En el caso de los egresados de carreras de Arqueología (tal el caso de la Universidad Nacional de Catamarca y la Universidad Nacional de Tucumán), si bien su perspectiva se vincula estrechamente con la Antropología hay diferencias relacionadas con una mayor carga teórica o con un mayor acercamiento a las Ciencias Naturales, respectivamente. Diferencias entre la Antropología y la Historia Para comprender mejor lo anterior es indispensable conocer previamente las diferencias básicas entre la Antropología y la Historia. Si bien desde principios del siglo XX, con la Escuela de los Anales, la Historia mostró un acercamiento importante a la Antropología, su forma de actuar es en general muy distinta. Parte de esas diferencias se vincula con las mayores posibilidades de conocimiento sobre algunos temas a partir de la disponibilidad de información escrita, pero otra parte se relaciona directamente con el tipo de mirada que cada una de estas disciplinas da al pasado. La Antropología intenta establecer normas o regularidades universales e invisibles, que subyacen al comportamiento y a las sociedades humanas y que permiten explicar la conducta de los grupos humanos bajo determinadas circunstancias. La Historia, por su parte, descree de la aplicación de este tipo de reglas para sus interpretaciones del pasado, ya que a) busca explicar cada suceso o proceso histórico en función de su contexto, es decir, de toda aquella información que pueda haber estado relacionada con los mismos, y b) comprende que las similitudes formales entre sucesos o procesos de una misma clase no implican la presencia de una misma explicación (por ejemplo, todas las revoluciones pueden tener algunos elementos comunes pero también tienen otros diferentes y la explicación de cada una depende de factores únicos para cada caso). Por otro lado, gran parte de la Antropología aborda su estudio con un enfoque sincrónico, horizontal, esto es, analizando la situación de un momento dado o situaciones similares en distintos espacios prescindiendo de su temporalidad. La Historia, por su parte tiene en general una mirada diacrónica, ya que en principio cualquier hecho histórico es fruto de causas previas cuya identificación y estudio permitirá comprenderlo. Otra diferencia importante radica en las clases de explicaciones utilizadas por la Historia, que frecuentemente son conceptuales o genéticas. En el primer caso, para entender un hecho se lo incluye en uno mayor que lo comprende. En el segundo, se entiende que un hecho es parte de un proceso que lo explica, por lo que la explicación del hecho está en el origen del proceso o en el proceso mismo. Otras alternativas utilizadas son las explicaciones por intenciones, disposiciones, motivos o razones. Evidentemente estas últimas muchas veces tienen un alto componente subjetivo, no verificable con los cánones de las Ciencias Naturales. De ahí que muchas veces se haya subestimado a la Historia y hasta se la haya comparado con la simple producción de novelas. En cambio, la Antropología ha tenido épocas de fuerte acercamiento a posiciones neopositivistas que la han impulsado a la adopción de las metodologías de las Ciencias Naturales y a algunos de sus principios básicos (como la necesidad de buscar explicaciones generales y de normas, y la obligación de proponer y evaluar hipótesis). Desde la década de 1960 la Arqueología norteamericana se vinculó estrechamente a la Antropología y a estos principios, y esta conexión dejó una huella indeleble en los estudios arqueológicos de las décadas posteriores. En los últimos tiempos, y como respuesta a lo anterior, ha habido un embate posmoderno en dirección contraria, que conllevó un nuevo acercamiento de la Arqueología a la Historia y al surgimiento de nuevas temáticas y enfoques. En el caso de la Antropología Cultural, el distanciamiento de postulados positivistas fue muy marcado, y dio lugar en muchos casos a la adopción de elementos evidentemente anticientíficos (como el relativismo extremo aplicado a las explicaciones científicas y la prescindencia de la necesidad de verificación de las interpretaciones) que podrían suponer un retroceso disciplinario. Obviamente, la existencia de los cambios mencionados no significa que hayan sido o sean aplicados actualmente de forma automática por todos los arqueólogos. Muy por el contrario, las diferencias en las preferencias y sentido crítico de cada uno ha llevado a la presencia de numerosas posiciones intermedias, muchas veces difíciles de encasillar en un esquema simplista. La relación con las Ciencias Naturales La relación de la Arqueología con las Ciencias Naturales está dada por diversos elementos. Por un lado, la Arqueología y algunas Ciencias Naturales (como la Biología y la Geología) comparten su interés por el estudio de la naturaleza humana en el sentido físico y del entorno natural en el que el hombre desarrolló sus actividades. Gran parte de las actividades arqueológicas están estrechamente vinculadas con las Ciencias Naturales, cuyos aportes son significativos no sólo para mejorar el relevamiento y el registro de las evidencias sino también para su análisis e interpretación. Algunos ejemplos son la aplicación de sensores e imágenes satelitales para la detección de sitios, los análisis isotópicos utilizados para estudiar el lugar de origen y la dieta de antiguos grupos humanos, y los diversos métodos de datación ampliamente conocidos. Sin embargo, no son estos aportes los que hacen científica a la Arqueología sino su desarrollo de acuerdo con las características del método científico antes mencionadas, y a pesar de que los nexos con las Ciencias Naturales sean cada vez más importantes no implican que la Arqueología sea considerada una de ellas. Por lo tanto, dentro de los esquemas de referencia actuales no queda duda de que la Arqueología es una Ciencia Humana. No obstante, teniendo en cuenta que los cambios en el mundo científico son cada vez más acelerados, que la Arqueología se ha convertido en una ciencia eminentemente multidisciplinaria, que cada vez experimenta más la incidencia de las Ciencias Naturales y que comparte parcialmente con éstas algunos objetos de estudio, no sería extraño que en algunas décadas cambiaran aquellos marcos de referencia para reconocer una posición intermedia de la Arqueología, articuladora entre los dos grandes grupos de ciencias. ¿Y entonces, qué pasa con la Arqueología? En definitiva, la Arqueología será una disciplina independiente dentro de las Ciencias Humanas, o parte de la Historia o de la Antropología según el pensamiento de cada investigador o la visión prevaleciente en los distintos ámbitos académicos en los que aquéllos se desempeñen. Sin embargo, como se ha mencionado, esta diversidad de opiniones no debería tener incidencia en la calidad de los trabajos arqueológicos, ya que ambas cosas corren por carriles separados y el nivel de las investigaciones no depende de la inserción de la disciplina en el mundo de las ciencias.