Tres gracias y dos equis en los Juegos
La sororidad en el gesto de las gimnastas frente a la mezquindad del de la boxeadora que se arrogó ser una mujer ‘mujer’
Tres gimnastas en el podio, por primera vez tres mujeres negras. En el centro, la brasileña Rebeca Andrade, brazos en alto, contentísima, es reverenciada por las atletas estadounidenses Simone Biles y Jordan Chiles, plata y bronce, respectivamente, en la final de suelo. La imagen reaparecerá en cada montaje sobre gimnasia artística, sobre París 2024, sobre los Juegos y sobre el espíritu olímpico así en general porque es una de esas fotos.
“Esto es todo”, tuiteó la cuenta oficial de los Juegos sin palabras para subrayar la épica del momento. “Quizás deberíamos colgarla en el Louvre”, escribió la del museo parisiense. Las tres gracias. Algunas interpretaciones del mito representan lo que ha representado siempre el cuerpo femenino: belleza, júbilo y abundancia. Pero para Aristóteles, según explica la web del Prado, donde se expone la célebre versión de Rubens, las tres mujeres blancas, blandas y perfectas son valores morales: amistad, generosidad y reciprocidad. Sororidad, vaya, igual que las tres mujeres negras, duras y perfectas de la foto. Empatizan, se ayudan, se rinden homenaje, se hacen mejores las unas a las otras.
Es maravilloso el video que revela cómo se forjó la imagen. Cinco segundos antes del clic, Chiles mira cómplice a su amiga y se lo propone apenas con un giro de cabeza y un movimiento de las manos. Es un gesto improvisado en un campo, la celebración deportiva, muy coreografiado —cada futbolista con su bailecito imitado ad infinitum en los patios de colegio—. Anda que no habría practicado delante del espejo el sueco Mondo Duplantis, que rompió el récord con la pértiga, su postura imitando al tirador turco Yusuf Dikec, el chulazo viral de los Juegos, que se llevó su medalla disparando con gafas de ver, tapones de dormir, una mano en el bolsillo. El saltador se dirigió luego a las gradas, golpeó engorilado el pecho de su hermano y le plantó un beso a su rubísima novia.
No ha sido el beso simbólicamente más cargado de los Juegos. Aunque no celebraban un récord, han pesado más, por ejemplo, los de la yudoka italiana Alice Bellandi a su novia tras ganar el oro, o el del escalador australiano Campbell Harrison, quien se consoló de su descalificación en los labios de su chico. Porque el mismo gesto no es lo mismo si solo 195 deportistas de 10.700 (menos del 2%, según datos de OutSports) visibilizan una sexualidad LGTBQ. Pasa igual con las banderas: a pesar de tanta capa rojigualda, tanto puño en alto de “toma” y tanto golpe en el logo del pecho, una de las banderas españolas más emocionantes, por empática, generosa y recíproca, ha sido la que subió al podio la china He Bing Jiao en honor a Carolina Marín, que se lesionó cuando estaba a punto de ganarla.
También ha habido en estos Juegos que acaban gestos tan feos que se podría argumentar que contravienen la norma 50.2 de la Carta Olímpica, que pide a los deportistas no hacer ningún tipo de propaganda política, religiosa o racial. El odio alimentado por la ignorancia, la ultraderecha y las redes sociales contra dos boxeadoras, la argelina Imane Khelif y la taiwanesa Lin Yu-ting, tuvo su mueca torcida en los cuartos de final de -57 kilos. Al perder ante la de Taiwán, la búlgara Svetlana Staneva se señaló e hizo una equis con los dedos repetidamente. Aquí una mujer mujer, se arrogaba sin decirlo la púgil (y por si alguien no entendía el insulto, su entrenador, un señor gordito y calvo, sujetaba absurdamente un folio que decía “Soy XX. Salvad el deporte femenino”). Un gesto que es todo lo contrario a la sororidad de las tres gracias: solo nos hace peores.
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