El debate | ¿Dónde empieza el antisemitismo?
La guerra en Gaza ha generado protestas en todo el mundo y una polémica sobre dónde termina la crítica al Estado de Israel y comienzan planteamientos que pueden ser considerados antisemitas
“Palestina será libre desde el río hasta el mar” o “genocidio israelí” son expresiones que desde que el pasado 7 de octubre se desencadenó la ofensiva israelí contra la Franja de Gaza a raíz del ataque de Hamás se han escuchado, y en ocasiones han protagonizado el debate político en todo el mundo. Así mismo, se ha producido un aumento del hostigamiento contra las comunidades judías en diversos países. El debate en torno a lo que diferencia el antisemitismo de una reacción de legítima oposición a la política de un Estado, en este caso Israel, está sobre la mesa. La directora de comunicación de la Federación Española de Comunidades Judías, María Royo, y el filósofo Santiago Alba Rico exponen sus puntos de vista.
Nuevas formas de señalar a los judíos
MARÍA ROYO
El antisemitismo ha estado vivo durante 2.000 años y es probable que continúe viviendo. Elie Wiesel, superviviente del Holocausto y Premio Nobel de la Paz dijo: “Pensé que la memoria del Holocausto podría avergonzar a los que se jactan de opiniones antisemitas. Me equivoqué. Todavía existe en diferentes países y parece que la gente ya no se avergüenza de ser antisemita “. Desde el 7 de octubre cuando se produjo la mayor matanza de judíos desde el Holocausto, cuando la solidaridad con los judíos por este acto execrable debería haber sido mayor, el mundo ve que los actos antisemitas se han multiplicado no solo con palabras, también con violencia. El judío vuelve a ser el chivo expiatorio. Lo era de la extrema derecha y ahora lo es también de la extrema izquierda en forma de antisionismo.
Cuando se le pregunta a un español judío por qué hacen a los palestinos lo mismo que los nazis hicieron en Auschwitz, eso es antisemitismo. Cuando se grita ¡asesinos! a los judíos de cualquier nacionalidad, eso es antisemitismo. Cuando se pide a un estudiante judío en una universidad en España que se quite la estrella de David o se le escupe en la cara, eso es antisemitismo. Cuando se marcan viviendas de familias judías o inmuebles que pertenecen a judíos, eso es antisemitismo. Cuando se pinta Free Palestine en la puerta de una sinagoga en España, eso es antisemitismo.
Cuando se pide el boicot y se marca en un plano la localización de comercios judíos, eso es antisemitismo. Cuando desde altas instancias del Estado se justifica y promueven acciones contra el derecho de un país a defenderse del terrorismo, se colabora en el discurso de odio antisemita. Cuando algunos movimientos internacionales se ponen de perfil a la hora de condenar la matanza del 7 de octubre, eso es antisemitismo. Cuando organizaciones feministas no condenan las violaciones contra mujeres israelíes atacadas atrozmente el día 7 de octubre, la lucha feminista se vuelve antisemita. Cuando algunos medios utilizan símbolos que identifican a los judíos con las acciones de Israel, contribuyen al discurso de odio antisemita.
Cuando las redes sociales permiten insultos contra los judíos, amparados en la libertad de expresión que no es otra cosa que libertad de agresión, eso es antisemitismo. Cuando se llama “lucha armada” a una matanza eso es antisemitismo. Cuando se ataca a los amigos de los judíos, eso es antisemitismo. Y sí, cuando se grita “desde el rio hasta el mar Palestina vencerá”, también es antisemitismo. Cuando se trata a Israel (país en el que el pueblo judío ejerce su derecho inalienable de autodeterminación) de forma distinta a cualquier otro país, es también antisemitismo. Cuando se exige a una persona judía un posicionamiento sobre el conflicto árabe-israelí como condición para participar en un evento eso es antisemitismo. Cuando se despliega la bandera del antisionismo, que renueva muchos clichés antisemitas, hay antisemitismo, tal y como confirmaron el secretario general de la ONU, Antonio Guterres o el presidente de Francia, Emmanuel Macron. Cuando se culpa a los judíos de controlar las finanzas mundiales o los medios de comunicación es antisemitismo.
En caso de duda, consultar la declaración de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) cuya declaración de trabajo refrendó el Gobierno español en 23 de julio de 2020. El antisemitismo es un grave problema que está alcanzado cotas no vistas en los últimos 80 años. La historia enseña que es el termómetro que indica que una sociedad está enferma, por eso combatirlo incumbe a todas las esferas. Desde el 7 de octubre se han destacado personas que han combatido con valentía y rigor el discurso de odio antisemita y ha habido órdenes políticas para proteger las sinagogas y los lugares de reunión de las comunidades judías. Pero no debemos normalizarlo. En un país asentado en los valores de libertad y democracia, que una comunidad religiosa deba tener protección policial es una anomalía. Por eso es vital para la salud de nuestra democracia y de nuestra convivencia que asumamos la existencia del antisemitismo y nos comprometamos a combatirlo. El antisemitismo empieza por los judíos, pero nunca termina con ellos.
El antisemitismo israelí
SANTIAGO ALBA RICO
¿Qué quiere decir “judío” después del Holocausto? Es el nombre de un sufrimiento hasta tal punto inhumano que, desprendido de sus víctimas concretas, adquirió en 1945 una dimensión universal que no puede ser ya reclamada por ningún pueblo o nación de la tierra, ni siquiera por los judíos, al menos en exclusiva. Fueron dos judíos (Hersch Lauterpacht y Rafael Lemkin), los que, bajo la sombra siniestra de los lager, construyeron tras la segunda guerra mundial el Derecho Internacional vigente. Forjaron dos tipos penales nuevos (“crímenes contra la humanidad” y “genocidio”) no para generar un “derecho judío” ni para proteger específicamente a los judíos; y mucho menos para permitir a los judíos infligir a otros el sufrimiento por ellos recibido. El Derecho Internacional no prohíbe, en efecto, la repetición del mal “contra los judíos” sino que prohíbe a todo el mundo, incluidos los judíos, la comisión de estos crímenes, y ello con independencia de la identidad de su víctima. El sufrimiento judío, con su proyección universal, iluminó retrospectivamente el sufrimiento de los gitanos o el de los armenios y prospectivamente el de los tutsis o los bosnios; también ahora el de los palestinos, si el CPI confirma los indicios que parecen inculpar a los gobernantes de Israel.
La aceptación del Derecho Internacional entraña, pues, la idea de que los judíos no son las únicas víctimas posibles de un genocidio y la de que no toda violencia ejercida contra un judío es necesariamente genocidio; implica también que un judío puede ser imputado por delitos contra la humanidad y genocidio contra otros pueblos. Aún más, como quiera que “judío” es una categoría universal, si un israelí comete genocidio en nombre de los judíos deja inmediatamente de ser un “judío” para convertirse en un “nazi”, otra categoría universal, en este caso negativa, surgida de la experiencia extrema del Holocausto. “Judío” designa al que es perseguido y negado por su condición ontológica; “nazi” al que persigue, deshumaniza y destruye la condición ontológica del otro. Los israelíes que celebran hoy el exterminio de los palestinos son “nazis”; los niños palestinos asesinados por su condición de palestinos son “judíos”. Nuestro deber es el de proteger a los “judíos”, cualquiera que sea su identidad y cualquiera que sea su agresor. Así lo decía la pancarta de una manifestación en Alemania en la que judíos y palestinos denunciaban el genocidio de Gaza: “nunca más es nunca más para ningún otro”. Valga decir: el Holocausto es un símbolo con el que se hizo un derecho para todos; el sionismo es el tribalismo victimista mediante el cual se convierte a los israelíes en victimarios.
¿Son antisemitas los palestinos? ¿Lo somos los que denunciamos los crímenes de Israel? ¿Lo es Antonio Guterres, secretario general de la ONU? ¿Lo es Karim Khan, el fiscal de la CPI? ¿Qué es el antisemitismo? Digamos la verdad: es históricamente un fenómeno europeo y cristiano, asociado durante siglos a dos “soluciones finales”: el exterminio y la expulsión. El exterminio, materializado en sangrientos pogromos recurrentes, estuvo a punto de triunfar entre 1933 y 1945. La expulsión tuvo más éxito: se llamó finalmente sionismo. Fundado en 1893 por el húngaro Theodor Herzl, supone el triunfo y la prolongación del antisemitismo europeo. En el siglo de los nacionalismos, el sionismo cumplió el sueño antisemita de sacar a los judíos de Europa; a cambio, una vez fuera, Europa les permitió ser por fin europeos. En respuesta al antisemitismo europeo nacieron, pues, dos proyectos íntimamente contradictorios: el Derecho Internacional, inspirado en el sufrimiento del judío universal, y el Estado de Israel, un proyecto colonial, supremacista y mesiánico, típicamente europeo, que arranca con el plan Dalet de 1948 y la limpieza étnica de Palestina; y que ha acabado persiguiendo, como enemigos, a sus propios judíos universales. El hecho de que las derechas y ultraderechas europeas, históricamente antisemitas, apoyen hoy los crímenes de Israel, da bastantes pistas sobre esta fractura entre Israel y el judaísmo universal; y sobre el parentesco de dos visiones del mundo, violentas y racistas, que comparten un nuevo “enemigo interno”: el islam. La islamofobia ha sustituido al antisemitismo en Europa mientras que Israel, proyecto colonial europeo, deriva hacia el takfirismo. Con la complicidad de sus antiguos perseguidores, Israel no solo extermina a los palestinos; persigue además a aquellos judíos que, críticos con su esencialismo fanático, abrazan el Derecho Internacional que los judíos, sufriendo y luchando y pensando, contribuyeron a crear.
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