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Columna
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ERC centra, Alvise remata

La campaña navajera contra Ernest Maragall bien podría ser un capítulo de ‘House of Cards’, pero con Torrente de guionista

Ernest Maragall en una imagen de archivo.
Ernest Maragall en una imagen de archivo.Albert Garcia
Jordi Amat

Podría funcionar como una de las teorías de la conspiración que atrapa a los jóvenes que votan a Alvise Pérez, aunque tal vez les parecería una horterada. Si llegase a la pantalla sería como un capítulo de House of Cards, pero con el tonto de Torrente como guionista. Quizás como alguna temporada de The wire, pero Pepe Gotera como ejecutor de la chapuza. El argumento, que peca de falta de verosimilitud, cada vez está más claro.

Un aprendiz de dirigente de un partido con creciente poder institucional —ERC— entiende que la política también tiene su lado oscuro y crea una estructura paralela para hacer trabajo sucio. Tendrán un nombre en clave: la B o “los niños”. Ara lo destapó el martes. Hay un canal secreto de comunicación con alguien que puede localizar a un núcleo reducido de las juventudes para que haga trabajillos. Les entregarán un móvil de calidad. Hay pasta. Facturarán a una empresa de marketing de confianza como “técnicos de comunicación”. En principio son acciones sencillas: mandar unos mariachis para cachondearse de la oposición, colgar carteles de dos rivales besándose. ¿Qué importa activar otra campaña, navajera y de falsa bandera, para generar conmiseración con un candidato del propio partido —Ernest Maragall, la enfermedad de su hermano Pasqual— en horas bajas? Cámaras de seguridad captan imágenes colgando esos carteles. El 29 de marzo de 2023 La Vanguardia publica sus fotografías.

Les pueden pillar, el partido tenía un marrón. El Señor Lobo, viceconsejero en funciones y acostumbrado a presionar con malas formas a los medios, intentaría solucionar el pollo. Mayka Navarro el sábado daba más información. Si por colgar los carteles les pagaron 300 euritos, ahora pusieron precio a su silencio: 1.000 euracos para cada uno, 3.000 para empezar. Llegarán a 50.000, concluyen Rebeca Carranco y Bernat Coll. El 1 de abril uno de ellos está de juerga en el Port Olímpic, la cosa se desmadra, los Mossos d’Esquadra identifican a uno de los implicados en el altercado, que declara algo imprevisto el día después: él es uno de los que colgó los carteles sobre los Maragall y el Alzhéimer. Identifica a los otros dos colegas y señala a alguien de la dirección del partido. Como hay una denuncia por delito de odio, necesitan defenderse en el juzgado. Contarán para ello con una abogada que trabaja habitualmente para ERC. Desde el partido les recomiendan que no usen smartphone y que tengan un perfil bajo en redes sociales. La investigación avanza y el magistrado ordena la clonación de los terminales telefónicos. Maragall retira la denuncia, pero las pruebas de la guerra sucia existen.

Ahora que el partido sufre una profunda crisis de liderazgo y las acusaciones dejan de ser implícitas, hemos podido contemplar la serie completa. Lo escribió Bernat Coll: “la última víctima de la crisis interna de ERC descubrió antes de irse la máquina del fango del partido”. “Quizás las campañas contemporáneas no son tan bonitas como nos gustarían”, afirmó Sergi Sabrià cuando dejó su cargo ante la mirada de buena parte de la cúpula del partido que le agradecía con su presencia la función de bombero. Pero el problema no es solo la estabilidad de la organización que tiene en su mano la investidura de un president de la Generalitat y el apoyo al Gobierno para avanzar en la agenda progresista. El problema es que esta historia parece una conspiración propia del canal de Telegram de Alvise. El típico episodio que nos lleva a desconfiar de la democracia porque acabamos convencidos que los partidos políticos convencionales son estructuras que no se dedican a la política sino que sus dirigentes usan las instituciones exclusivamente para sus propios intereses. En esta ocasión ERC centra y Alvise remata.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.
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