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tribuna
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Hamás como problema

No debemos olvidar la parte de responsabilidad de la milicia islamista en la tragedia que vive la Franja

Mohamed Deif and Yahya Sinwar
El jefe de Hamás en la Franja, Yahia Sinwar, saludaba en Ciudad de Gaza a sus seguidores en abril de 2023.Yousef Masoud (Getty)
Eva Borreguero

Siete meses de guerra, Gaza arrasada, decenas de miles de muertos civiles. La destrucción del tejido social, urbano y económico de todo el territorio. En el horizonte, la perspectiva de una ofensiva total sobre Rafah que recaiga trágicamente sobre la ya castigada población gazatí.

Ante la magnitud de la catástrofe que se viene sucediendo, día a día, semana a semana, mes a mes, es obligado un ejercicio de ponderación que, por un lado, implique la condena de la estrategia puesta en marcha por Benjamín Netanyahu, y por otro, tenga en cuenta quien desarrolló la crisis y como ha actuado desde entonces.

Todo este dolor podría haberse evitado si Hamás, al comprobar la feroz represalia de Israel, se hubiese abierto a la liberación negociada de los rehenes e incluso a la posibilidad de poner fin al conflicto armado. Una actitud en este sentido hubiera puesto límite el apoyo de Estados Unidos al primer ministro israelí y su Gabinete de nacionalistas religiosos. Podrían haberse ahorrado el hambre, la destrucción y la muerte sin por ello claudicar. Pero Hamás optó por el martirio a costa de las vidas ajenas, ofreciendo en sacrificio a la población palestina con tal de justificar su voluntad de aniquilar al país hebreo. Y Netanyahu jugó a fondo ese juego, aplicando la enseñanza del libro de Josué.

¿Por qué la comunidad internacional y la opinión pública no han ido más allá de condenar a Hamás por las atrocidades —”el atentado”— del 7 de octubre y ejercido presión para que sean liberados los rehenes y ponga fin a la guerra? Es más, Hamás está quedando fuera del escrutinio público y mediático. Para tantos analistas, que miran solo a la destrucción de Gaza, se ha vuelto invisible. Cualquiera tiene en la mente el rostro de Netanyahu, incluso sus alteraciones en el curso de la contienda —sus rasgos se han afilado, se han acentuado las bolsas y ojeras—. No ocurre lo mismo con Yahia Sinwar, el jefe de Hamás. Tan olvidado como el hecho de que quien mandó y manda en Gaza es exclusivamente Hamás. Al no hablar de la organización que puso en marcha el ataque contra el sur de Israel, al no mostrar imágenes de los milicianos caídos en combate —en contraste con las de las de niños y mujeres—, se olvida que Hamás es un protagonista fundamental de esta guerra. Como afirma Jonathan Freedland en The Guardian, parece “como si hubieran sido meramente pasivos en los horribles acontecimientos de los últimos meses”.

Condenar, incluso insistir en la exigencia de castigar los posibles crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos por Israel contra la población civil palestina, debe ir asociado a subrayar la responsabilidad de Hamás al desencadenar y mantener la tragedia. Son las dos caras de la misma moneda. Lo ha demostrado Francia. El respaldo del Gobierno de Emmanuel Macron al Tribunal Penal Internacional que investiga la guerra de Gaza no ha impedido a su ministra de Igualdad anunciar la retirada de subvenciones a las asociaciones feministas que hayan sido ambiguas sobre la violencia sexual de Hamás. “Ser feminista significa decir cosas, ser feminista significa apoyar a las mujeres que fueron mutiladas el 7 de octubre”, afirmó en una entrevista. Igual exigencia debe aplicarse a los excesos cometidos por el Tsahal.

Conviene recordar que Hamás mantiene su vocación genocida de acabar con Israel. A las dos semanas de asesinar a 1.200 israelíes, la mayoría civiles, y secuestrar a más de 200 personas, su portavoz, Ghazi Hamad, en una entrevista concedida a la televisión libanesa afirmó: “Lo haremos una y otra vez (…) Habrá una segunda, una tercera, una cuarta (…) Israel no tiene cabida en nuestra tierra. Debemos eliminar ese país (…) Hay que acabar con él”. Es un punto de partida que no puede ser borrado.

En suma, Hamás es parte de la ecuación, del problema y la solución. Sus movimientos determinan la estrategia de Israel y el futuro de Palestina. Poner en su sitio a Hamás resulta necesario para alinearse y fortalecer a la facción moderada israelí —pacifistas, intelectuales y activistas de la izquierda— que se manifiestan pidiendo elecciones en Tel Aviv y creen en una solución política, en la fórmula de los dos Estados. La ausencia de presión internacional sobre Hamás, el silencio ante la violencia sexual que sufrieron las mujeres —y qué según el informe de la relatora de Naciones Unidas, probablemente seguirán padeciendo en cautiverio— o el olvido del destino de los secuestrados les llevará a un callejón sin salida. O a la radicalización de signo patriótico. Es necesario por el bien de los palestinos, que no han sido consultados antes de comenzar esta guerra asimétrica. Finalmente, por empatía humanitaria con los rehenes israelíes y sus familias. Si bien es cierto que en términos numéricos representan una mínima parte de las víctimas palestinas, su sufrimiento también cuenta. Podríamos decir, parafraseando a Shylock en El mercader de Venecia de Shakespeare, que si los pinchan, sangran, y su sangre, también debe dolernos.


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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.
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