Miedo a la policía
Quizas la ‘ley mordaza’ no va a ser derogada porque el Gobierno de coalición ha estado demasiado ocupado pegándose tiros en el pie en peleas por medidas que ya habían acordado
Hemos sabido que la Ley de Seguridad Ciudadana, alias ley mordaza, no será derogada ni revisada en esta legislatura.
A lo largo de mi vida he tenido amigos reposteros, peluqueros, ministros, maestros, jueces, empresarios, músicos, camareros, escritores reaccionarios y hasta médicos estalinistas. Lo confieso: me gustaría tener o haber tenido un amigo policía. No lo tengo. Item más: confieso que la policía me da miedo y que este miedo, todavía hoy, me convierte invariablemente en sospechoso en controles y aduanas. Se aducirá con razón que este miedo, y la renuencia a conocer y tratar policías, refleja el atavismo izquierdista de un sexagenario que tenía 15 años cuando murió el dictador Franco y cuya cabeza sigue poblada de cargas salvajes de los grises y relatos siniestros de comisaría. Se aducirá con razón. Pero se me permitirá que diga que he visto cambiar muchas cosas en este país durante los últimos 47 años: he visto avanzar el feminismo y retroceder la homofobia y el racismo, he visto cambios enormes en la administración e incluso en la judicatura, justamente denostada en las instancias más altas pero muy renovada en las magistraturas de a pie. Tengo la impresión, sin embargo, de que la policía ha cambiado poco o mucho menos que las otras instituciones, mucho menos, desde luego, que la cabeza de la gente.
Durante estos años he conocido a dos docenas de personas (sí, de izquierdas) que han sido acusadas de agredir a la policía después de sufrir una agresión policial. Entre ellas, recientemente, dos cargos públicos (sí, de izquierdas): Alberto Rodríguez e Isa Serra, juzgados y condenados con el único testimonio de los agentes implicados, en una versión perversa del “yo sí te creo” que algunos tanto critican en el feminismo. Eso por no hablar de las llamadas “cloacas policiales” y los manejos bituminosos contra políticos y partidos (sí, de izquierdas) a los que se ha pretendido criminalizar ante el electorado. Por no hablar asimismo del diferente trato policial dispensado, por ejemplo, a los manifestantes gaditanos durante la huelga del metal en noviembre de 2021 (sí, de izquierdas), ferozmente reprimidos, y a los manifestantes negacionistas de Núñez de Balboa en mayo de 2020 (sí, de derechas), amigablemente tolerados. Que a finales de 2021 y ahora, hace pocos días, los sindicatos policiales mayoritarios hayan convocado protestas —apoyadas, sí, por la derecha institucional— en favor de la Ley de Seguridad Ciudadana, alias ley mordaza, no contribuye precisamente a aliviar mis atavismos izquierdistas de sexagenario antifranquista. Dos años después de su entrada en vigor, en junio de 2017, Amnistía Internacional registraba ya casi 200.000 sanciones, el 33% de las cuales castigaban desobediencias no delictivas, negativas a identificarse o faltas de respeto a los agentes. La Ley de Seguridad Ciudadana, alias ley mordaza, ley húngara o ley turca, no parece concebida para proteger a los ciudadanos sino para proteger a los policías de los ciudadanos; no para asegurar la libertad de los ciudadanos sino para garantizar la seguridad de la policía.
Así que, a mis 62 años, la policía me sigue dando miedo. ¿Es por intoxicación ideológica? Confieso que he mentido. Sí que tengo un amigo policía o, al menos, un conocido policía. El otro día estuve sentado a una mesa con él, compartiendo unos vinos. Parecía una persona normal y era, aún más, una persona normal y lo que me contó aumentó precisamente mis temores: incremento del voto a Vox, fratrías liberticidas en chats, nula formación en valores democráticos. Él mismo, porque parecía y, aún más, era normal, estaba muy preocupado. De ninguna manera quiero una policía de izquierdas que sustituya a una policía de derechas; hay algunas cosas —pocas— que quiero que no sean ni de derechas ni de izquierdas: las flores, el queso manchego, la línea del horizonte, la policía. Quiero que se tomen en serio su trabajo de combatir el crimen y de proteger las libertades democráticas. Quiero que se guarden su legítimo alineamiento ideológico para las urnas y no lo expresen jamás en la calle, en las comisarías, en los albañales del Estado.
Se agota la legislatura y la Ley de Seguridad Ciudadana, alias ley mordaza, no será derogada; ni siquiera reformada. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? Quizás es que el Gobierno de coalición estaba demasiado ocupado en pegarse tiros en el pie peleándose por leyes que, con sus luces y sus sombras, habían acordado los dos partidos que lo componen. Pero quizás no. Quizás soy un viejo suspicaz. Quizás no es solo cosa mía. Quizás también el PSOE tiene miedo de la policía.
La verdad es que me gustaría perderle el miedo. Me gustaría vivir en un país en el que la presencia de un agente de policía me sosegase y no me desazonase y en el que mis hijos jóvenes de izquierdas contemplasen como una opción humanitaria, junto a la sanidad o el cuerpo de bomberos, la posibilidad de ingresar en la policía. Ese puñadito de policías normales (que se lo creen contra sus propios jefes y compañeros) saben bien cuán lejos estamos de eso.
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