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Natalidad, freno a la inmigración y familia: el dogma de la ultraderecha italiana

Italia es uno de los pocos países de la UE que pierde población. El fenómeno, sumado a la gran presión migratoria, sirve un cóctel perfecto a la extrema derecha para agitar el fantasma de la sustitución étnica

Italia
Escuela primaria Marconi, en Matera, el pasado 22 de abril durante las elecciones regionales de Basilicata.Donato Fasano (Getty Images)
Daniel Verdú

Italia pierde italianos. Y es una sangría: desde 2015, ha reducido su peso en más de un millón y medio de habitantes. Es el único gran socio en la UE donde ocurre este fenómeno de forma continuada desde hace una década. Cada año nacen menos niños y se marchan más ciudadanos a buscar una vida laboral mejor. Al mismo tiempo, Italia se consolida como la principal puerta de entrada de una inmigración que busca alcanzar países del norte de Europa, pero que, a menudo, queda atrapada en el laberinto burocrático y en las calles. La extrema combinación demográfica y migratoria sirve un cóctel ideológico exquisito para la ultraderecha y para partidos como Hermanos de Italia, que construyen en torno a esta ecuación un sistema de pensamiento basado en el aumento de la natalidad, las trabas al aborto, la promoción de la familia y la persecución de la inmigración.

Algunos, como Francesco Lollobrigida ―cuñado de la jefa de Gobierno, Giorgia Meloni, y ministro de Agricultura― han agitado en voz alta el fantasma de la gran teoría supremacista al respecto: la sustitución étnica. Una idea que, despojada de la violencia que entraña, cala lentamente en una sociedad que siempre amó por encima de casi todo sus tradiciones e identidad y que centra buena parte de la campaña de los ultras para las elecciones europeas de este domingo.

La tasa de natalidad en algunas regiones de Italia, como Cerdeña, ya ni siquiera llega a un hijo por mujer, pero tiene también particularidades ligadas a su condición insular. En el continente, en cambio, el problema apunta hacia el sur y, concretamente, hacia Basilicata. Si Italia fuese España, esta región sería algo así como Teruel. O como cualquiera de esos lugares que machaconamente se han llamado la España vaciada. La mayoría de los italianos nunca ha estado en esta región y probablemente morirá sin hacerlo. No es un lugar de paso, está encajonada entre Calabria y Campania, dos regiones pobres, pero con una personalidad y un relato cultural apabulladores. Basilicata tiene una joya como Matera. Pero es el único baluarte que le ha permitido atraer un cierto turismo que, a menudo, prefiere seguir su camino por las playas y la gastronomía de la región de Apulia.

Basilicata, la vieja y hermosa Lucania, ha sido en los últimos decenios una tierra de emigración y pobreza. “La tierra que no existe”, según la califican algunos italianos. Una noble y pacífica región de 550.000 habitantes. “Una tierra oscura donde el mal no es moral, sino dolor terrenal, que está siempre en las cosas”, escribía en 1943 Carlo Levi en su autobiografía del destierro en tierras lucanasCristo se paró en Eboli (Alfaguara, 1980)― tras oponerse al régimen de Mussolini. Pueblos alzados en colinas escarpadas como Matera, Grassano, Aliano, donde no llegó el tren hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX y a los que todavía es relativamente complicado llegar. Solo cuando en 1951 Alcide de Gasperi promulgó una ley para sanear y reconstruir los famosos Sassi de Matera (las cuevas de la ciudad que fue capital cultural en 2019), hubo algo de movimiento que atrajo la atención del país. Y del turismo.

Más allá de las estadísticas, algunos termómetros comerciales hablan de este asunto. “Cada año veo menos niños comprando chucherías y más adultos y viejos llenando la cestita de frutos secos. Supongo que eso debe demostrar algo”, explica Francesco, propietario de una tienda de golosinas en el centro de Potenza, capital de la región (la mayoría de población se encuentra en esta ciudad). Cada mujer en esta zona de Italia tiene 1,08 hijos y la edad media para tenerlos es de las más altas de Italia: 33,1 años. La caída demográfica es del 7,4 por 1.000, la más alta también del país. “Es normal que la gente busque oportunidades fuera”, insiste Francesco.

Peores datos en el sur

Los datos en el resto del país no son más esperanzadores. Cada mujer tiene una media de 1,20 hijos, una tendencia que prolonga un año más la caída que viene produciéndose desde 2011. Algo que también sucede con la tasa de emigración al extranjero, con un 4,6 por cada 1.000 habitantes (el más alto desde la misma fecha). Los datos empeoran a medida que uno se acerca al sur del país, donde la falta de oportunidades laborales y la renta per cápita tiene enormes variaciones respecto al norte: mientras algunas regiones septentrionales se equiparan con las más ricas de Europa (alrededor de 40.000 euros), zonas como Calabria o la propia Basilicata se acercan más a los niveles de Albania (con alrededor de 20.000 euros per cápita). Este agravio conduce inexorablemente a la emigración y a la despoblación de algunas zonas. Pero el fenómeno no solo ocurre en el sur, sino en toda Italia, donde 525.000 jóvenes se han marchado entre 2008 y 2022.

El gobernador del Banco de Italia, Fabio Panetta, apuntó una de las claves la semana pasada en su discurso de balance del año. “El éxodo debilita el capital humano de nuestro país. No estamos condenados al estancamiento, pero no debemos hacernos ilusiones: nuestra economía aún sufre de problemas graves, algunos arraigados y de difícil solución”, señaló.

El éxodo nacional contrasta con la llegada irregular de inmigrantes. En 2023, si se tienen en cuenta los desembarcos en las costas y las llegadas por tierra desde la ruta de los Balcanes occidentales, Grecia, Bosnia-Herzegovina, Bulgaria y Serbia, lo hicieron 361.839 personas. Panetta considera de vital importancia, y eso es lo más revelador de su discurso, que “el empleo provenga de un flujo de inmigrantes regulares superior al estimado por el Istat [instituto Nacional de Estadística]”. El flujo “tendrá que ser gestionado, en coordinación con los otros países europeos” y “reforzando las medidas de integración”.

Y esa es justamente la clave, o el elemento que gran parte de la derecha no comparte y que permite a algunos airear el fantasma del gran reemplazo: teoría de origen francés y según la cual los blancos católicos y la población cristiana europea está paulatinamente siendo sustituida por personas de origen no europeo, concretamente por árabes y africanos.

Un discurso “neohitleriano”

La filósofa Donatella Di Cesare acaba de ser absuelta por un juez por llamar “neohitleriano” a Lollobrigida. Fue, justamente, después de que el ministro de Agricultura alertase de la posibilidad de que en Italia se produjese una sustitución étnica a causa de la despoblación y la supuesta llegada masiva de migrantes. “Es verdad que hay zonas enteras en Italia, como Basilicata o Calabria, que se han vaciado. Y hay una percepción muy grande de que llegan los migrantes y prácticamente nos están remplazando. No se expresa abiertamente, pero es muy fuerte. No se dice tanto en Lazio o en el norte, pero sí en el sur. Todo el partido de Meloni usa ese elemento para hablar de sustitución étnica”, explica al teléfono. “No es una fantasía porque mucha gente lo piensa. Pero es absurdo, un planteamiento ideológico, no una realidad. Esos migrantes hacen los trabajos que no queremos hacer nosotros, y lo hacen muy mal pagados”, apunta Di Cesare.

Meloni ha focalizado su agenda en la idea de la natalidad, en el ensalzamiento de la madre como piedra angular de la familia reproductiva tradicional y en las trabas al aborto. Además de utilizar fondos europeos para subvencionar a las asociaciones autodenominadas provida, o torpedear la posibilidad de adopción de las parejas LGTBI, ha permitido que las regiones donde gobierna su partido entorpezcan el uso de la píldora abortiva RU-486 y solo se administre hasta la séptima semana, y no hasta la novena, como en la mayoría de Italia.

Además, Meloni ha encontrado un gran aliado en el papa Francisco ―el Pontífice suele comparar el aborto con la contratación de un sicario― para la promoción de la familia tradicional en lo que han dado en llamar Los estados generales de la natalidad. Un evento promovido ahora por el Ministerio de Familia y Natalidad, liderado por Eugenia Rocella, una antiabortista declarada, paladina de los movimientos provida y ariete contra el movimiento LGTBI.

La realidad, sin embargo, es en este caso algo menos ideológica. Y las proyecciones demográficas del Istat indican de forma más prosaica que hacia 2050 Italia verá un cambio notable en la estructura de su población. Más que a la sustitución étnica, el instituto apunta a una sustitución generacional: los ancianos superarán con creces a los jóvenes, mientras que la tasa de natalidad continuará disminuyendo. Y eso, más que una preocupación racial o identitaria, tendrá una consecuencia económica. La gran pregunta ahora es: ¿quién pagará las pensiones de las próximas generaciones?

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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