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Reportaje:

Historias de ballenas y morsas

L'Oceanogràfic confía en que la joven beluga haya aprendido a ser madre tras lograr crías de focas, pingüinos, leones marinos o delfines

Ferran Bono

Yulka está madurando. Esta beluga hembra es una de las estrellas de L'Oceanogràfic. Hace diez meses concibió la primera cría nacida en cautividad en Europa. No tenía el instinto maternal muy desarrollado; no sabía muy bien qué hacer y no llegó a darle de mamar. La cría macho de 90 kilos murió a las pocas semanas debido a su insuficiente sistema inmunológico, entre otras causas. Las belugas, como las ballenas, delfines u orcas (los cetáceos), transmiten las defensas a través de la leche materna de los primeros días, el llamado calastro. Otros animales como las focas, los leones marinos o los humanos, ya empiezan a recibirlas en el vientre materno mediante el cordón umbilical. A la cría de beluga tampoco se le podía atiborrar de antibióticos porque le hubieran destrozado algunos órganos vitales. Y murió.

Las morsas son tan cariñosas que puede aplastar sin querer con sus 1.300 kilos a sus cuidadores, que las alimentan en las bambalinas del acuario

Suele pasar tanto en mar abierto como en cautividad. El 58% de las recién nacidas de beluga fallece. Es lo que algunos expertos denominan "la cría del sacrificio". Se sacrifican para que las madres primerizas aprendan.

Y en L'Oceanogràfic de la Ciutat de les Arts i les Ciències esperan que Yulka haya aprendido, sobre todo ahora que ha llegado la época de celo. Al final de los 25 días de vida de la cría, la beluga ya mostró una evolución en su comportamiento. Se despertaba su instinto maternal y de protección. Empezaba a estar pendiente de su cría y defendía su prole hasta el punto de intentar impedir a los buceadores recoger el cadáver de la pequeña beluga.

Lo explica el biólogo Julio León en una de las piscinas internas de L'Oceanogràfic, allí donde dan de comer, atienden y entrenan a los animales. Mientras tanto, Yulka no para de nadar, de jugar y de reclamar la atención del especialista. Saca la cabeza del agua y abre la boca, mostrando los dientes, a la altura de la mano del biólogo a la espera de recibir su habitual saludo. Cuando lo obtiene, se zambulle y nada hacia el gran estanque de exhibición para gusto de los visitantes. Al poco, vuelve al backstage (entre bambalinas) de L'Oceanogràfic. Nada que ver con la beluga macho Kairo, que ha marcado su territorio en el acuario y apenas se mueve de su espacio. Parece un enorme y resabiado bisonte de látex de 900 kilos de peso y cuatro metros de largo.

Aún no se ha producido una nueva cópula entre estos dos espléndidos ejemplares de ballena blanca de origen ruso que solos viven en el hemisferio norte. Tampoco sus cuidadores están forzando la situación. Se podría provocar una mayor estimulación sexual. Pero de momento se ha dejado a la naturaleza que sigue su cauce. Hay, además, un interés científico por aportar nuevos datos sobre estos cetáceos apenas estudiados. El embarazo de 17 meses de Yulka (3,5 metros y 700 kilos) ha provocado que se revise el periodo de gestación de la beluga, establecido hasta ahora en un tiempo comprendido entre 14 y 16 meses.

Yulka se desliza por el agua con la elegante elasticidad de una gacela y la rotunda agilidad de un peso pesado del boxeo. Emerge de nuevo esbozando lo que se asemeja a una sonrisa y emite un intenso sonido. Está cantando algo, comprensible para su pareja Kairo y quizá para una sirena o para la cantante islandesa Bjork.

"Las belugas son muy dóciles y sociables", comenta Javier León, al tiempo que la acaricia ante cierto pasmo de los observadores. También son muy sociables los delfines, como es bien sabido, o las morsas. Son animales tan cariñosos que son peligrosos. Los cuidadores deben extremar las precauciones porque el abrazo de una morsa de 1.300 kilos puede ser mortal. Acojona sólo con verlas salir de la piscina en busca de sus veinte kilos de pescado. Y eso que las morsas son la mar de simpáticas y juguetonas, con sus andares torpes fuera del agua. Se acercan sin malas intenciones a sus entrenadores, que pasan horas y horas enseñándoles los mismos ejercicios para controlar sus movimientos. La repetición es la base del entrenamiento. Incluso para administrar un medicamento, se ha de preparar antes al animal para que no se sorprenda cuando recibe una inyección.

Los mamíferos marinos, aunque en cautividad, no dejan de ser animales salvajes y el agua es su hábitat natural. Allí son más peligrosos. Cualquier dolor o malestar puede influir en su comportamiento. Con el tamaño y peso de tres toros de lidia de una morsa, por ejemplo, los buceadores deber ir con mucho cuidado.

También los idealizados delfines tienen mucha fuerza y puede constituir un potencial peligro si no por algún motivo la ejercen en el agua. Por muy familiarizados y encariñados que estén con sus cuidadores.

Los delfines, como otros mamíferos marinos, tienen respiración voluntaria. Una parte de su cerebro nunca se llega a dormir del todo para mantener su respiración. De modo que cuando se tiene que operar a un animal de este tipo no se le puede anestesiar del todo porque fallecería, si no cuenta con respiración asistida.

Son aspectos de la condición animal presentes en el trabajo de los 74 profesionales de L'Oceanogràfic, entre biólogos, veterinarios, entrenadores o buceadores que se mueven día a día en las bambalinas de uno de los más grandes acuarios del mundo. La mayor satisfacción es la reproducción y cría de animales. En este sentido, se ha logrado el nacimiento de cuatro delfines, cuatro focas, 13 leones marinos, una beluga, cuatro pingüinos, un tiburón gris, además de numerosas aves. El biólogo Javier León recuerda que L'Oceanogràfic se abrió al público hace tan sólo cuatro años. Los ciclos vitales continúan. Las jóvenes morsas están a punto de alcanzar su madurez sexual. La pareja de belugas Yulka y Kairo están ello.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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