De profesión, disuasora de amantes
‘Mistress Dispeller’, uno de los documentales más peculiares del festival de Venecia, filma a la mujer contratada por una esposa traicionada para persuadir a la concubina del marido de que se marche
La enésima cena de un matrimonio. Como todos los días. Un rato en silencio. Hasta que ella entabla conversación.
—Me he cortado el pelo. ¿No lo notas?
—Llevabas sombrero.
La mujer se levanta y se marcha. El hombre sigue comiendo como si nada. La relación, como intuye el espectador, se tambalea. Y está a punto de desmoronarse cuando la señora Li encuentra en el móvil de su esposo fundamentos para sus sospechas. En Occidente, podría plantearse contratar a un detective que pille al marido in fraganti. Pero en China, desde hace una década, el mercado también ofrece otra opción: la disuasora de amantes. Es decir, una profesional encargada de convencer a la concubina para que renuncie a un tipo casado. ¿Cómo? Eso es lo que muestra el documental Mistress Dispeller, proyectado ayer domingo en la sección Horizontes del festival de Venecia.
La cineasta, Elizabeth Lo, cuenta que buscaba material para filmar una historia sobre el amor en el país asiático, centrada en una mujer. Se interesó por la tercera intrusa en una pareja, por considerarla la figura más menospreciada. Pero, cuando descubrió el trabajo más inesperado del sector, supo lo que quería. Entonces, sin embargo, surgió un reto aún mayor. “Extremo”, lo define Lo. Se trataba de persuadir a la persuasora, para que se pusiera ante la cámara. Finalmente, la directora y sus productoras han logrado mucho más: el documental cuenta con la esposa, el marido, la disuasora. E incluso la amante, Fei Fei.
Un mensaje, al principio de Mistress Dispeller, relata que todas las partes implicadas han aceptado participar en el largo, así como su metraje. Resultado, eso sí, de un larguísimo trabajo. Se reunieron con una docena de profesionales. Aunque solo una, Wang Zhenxi, les permitió enseguida filmarla en acción. La directora recuerda que le ayudó a despojarse de prejuicios, a empatizar también con los que a priori son los malos del cuento. Pero necesitaron años de grabaciones y cientos de clientes —algunos accedieron a ser filmados y recularon en medio del proceso—, hasta obtener lo que Lo siempre quiso: “Documentar un caso real de disuasión de amante, de principio a fin, en tiempo real”.
De ahí que la película resulte asombrosa. Por como sigue de cerca toda la evolución. Por la intimidad absoluta de ciertas conversaciones que pudo grabar. Por las estratagemas que pone en marcha la disuasora, con la colaboración de la señora Li que ha pagado sus servicios, para acercarse al marido. Y por cómo, una vez mordido el anzuelo, no solo Wang Zhenxi consigue que el hombre confiese, sino que le ayuda a su vez para que la profesional entre en contacto con su amante. El espectador se convierte en un quinto invitado en la operación de rescate de un matrimonio.
A menudo, los planos de Mistress Dispeller se mantienen fijos. Para la directora, la intención era estética, pero también funcional. Le permitía dejar el equipo colocado y que las charlas siguieran, incluso en su ausencia, y se adentraran en zonas más personales. Además, devuelve la sensación de estar asistiendo al teatro de la vida real.
También sorprende el comportamiento comedido de los protagonistas. Nada de gritos, insultos o lanzarse platos: todo discurre con una cierta civilidad. Aunque, según Lo, esa es otra consecuencia de estar ante la cámara: “Tuvo un impacto inevitable en los participantes: sacó a la superficie lo que cada uno creía que pudiera ser su mejor versión y suprimió las expresiones más oscuras de sus emociones. Sin ella, Wang nos aseguró que habrían sido mucho más intensas”.
Al principio, eso sí, solo la disuasora y la esposa conocían la verdad sobre la profesión de la primera y el filme. El marido y la amante no sabían a qué se dedicaba esa mujer que de repente había aparecido en sus vidas. Y creyeron durante un tiempo participar en una presunta película sobre el amor. La cineasta cree que el señor Li se convenció “por el deseo de ser un esposo colaborativo”, entre otras razones. Y Fei Fei porque esperaba poner en el centro “su propia historia de amor” y que el largo terminara documentando su victoria sentimental. Una vez resuelto el caso, las cuatro partes pudieron ver la película y plantear los cambios que quisieran. Todos decidieron seguir en ella.
Pese a tanto material, la directora añadió incluso algo más. No quería que el documental se volviera un retrato “superficial de un extraño fenómeno de la ‘industria del amor’ en China”. De ahí que entremezcle su narración con otros aspectos de la vida sentimental en el gigante asiático. Ahí está el hombre que, en una conferencia, suelta desde un micrófono: “El matrimonio es como un castillo bajo asedio. Quien está fuera, quiere acceder. Y los de dentro, salir”. O un peculiar sistema de búsqueda de pareja, más cerca de los viejos anuncios en los periódicos que de las aplicaciones de citas como Tinder: papeles colgados de una cuerda en un parque, para que cada uno venda sus virtudes. Como medir 1,75 metros. O no tener hipoteca.
La propia existencia de la disuasora dice algo sobre la sociedad china, según la directora: “Habla de cómo las cosas a menudo se dejan a medio decir en lugar de sacarlas a la superficie, de la importancia, en la cultura asiática, de salvar las apariencias. Aunque eso es bastante universal”. Y a ella misma Mistress Dispeller le enseñó algo. Durante la filmación, la cineasta atravesaba una fase complicada con el amor de su vida. Dice que ver a gente intentando sacar adelante sus relaciones sin tener respuestas le transmitió humildad para afrontar su situación personal. Y cita una frase de la película: “Al final, todos hacemos lo que podemos”.
Babelia
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