El oasis de Diego Urdiales
Nueva espantada de Morante mientras que el riojano repite salida en hombros al cortar dos orejas de un toro de Alcurrucén premiado con la vuelta al ruedo
Algunos llegaron a la plaza derrotados del bajonazo sufrido el día anterior y sumaron el disgusto de la ausencia del revolucionario Roca Rey, aún lesionado. Con todo, la respuesta del público fue buena y mostraron su deseo de aplaudir al obligar a saludar a Diego Urdiales tras el paseíllo como recuerdo de su triunfo del pasado año.
Alcurrucen / Morante, Urdiales y Marín
Siete toros de Alcurrucén, el quinto fue devuelto por una lesión y sustituido por un sobrero de la misma ganadería, desiguales de presentación pero serios y de pobre juego salvo el buen segundo, que fue premiado con la vuelta al ruedo.
Morante de la Puebla: tres pinchazos y media (pitos). Pinchazo y dos pinchazos bajos (bronca).
Diego Urdiales: Estocada (dos orejas). Pinchazo feo, casi entera y cuatro descabellos (silencio).
Ginés Marín: pinchazo y estocada (silencio). Media y descabello (vuelta).
Plaza de Bilbao. 24 de agosto. Quinta de las Corridas Generales. Casi tres cuartos de plaza.
Y salió el primero, un breve capítulo de Morante, que acabó en pitada y otra decepción que sumar a la tristeza acumulada. Pero entonces surgió un oasis llamado Diego Urdiales y cambió el signo de la feria con un triunfo de dos orejas que varió el semblante de los aficionados. Puerta grande de menor peso que la del pasado año, bondadosa, pero está más bajo el listón este año y la necesidad de alegrías aprieta hasta al palco de Vista Alegre.
Atrevido se llamó el segundo de Alcurrucén. No era un toro guapo, pero sí un berrendo en colorado espectacular que tuvo alegría en casi todo lo que hizo. Acudió prestó al capote de Urdiales y entró dos veces al caballo aunque no se empleara con empeño. Y en la muleta fue un toro repetidor, con clase y humillación; solamente le faltó algo más de transmisión para redondear su nota. Al final, obtuvo el premio de la vuelta al ruedo, quizás también benévola, pero no está el listón para exquisiteces y un buen plato se convierte en manjar por menos de nada. Fue el único toro potable de un flojo encierro del hierro de los hermanos Lozano.
Diego Urdiales prolongó su idilio con Bilbao con una faena a la que le faltó rotundidad, pero tuvo ligazón, deseo y varios naturales de seda. Un cambio de mano con el que cerró la segunda tanda de derechazos hizo rugir a los tendidos y los ayudados finales subieron la categoría hasta firmar una estocada de rápido efecto que arrancó el doble premio. Algunos pitos cuestionaron el trofeo.
Morante repitió espantada en Bilbao. Igual que el año pasado. Lejos queda ya su hazaña con el Cuvillo que le hizo salir en hombros. Es norma de los toreros artistas eso de tener más tardes de broncas que de ovaciones, pero el público quiere y exige algo más digno que andar arrastrado por la plaza.
Es cierto que los matadores con duende a veces no quieren, pero Morante además no pudo. En el primero, se vio atenazado, poco dispuesto a buscar algún camino hacia el triunfo y encima mató mal; en el cuarto, ni siquiera pudo y se desinhibió claramente de la lidia en los dos primeros tercios. Con la muleta se limitó a ser desarmado en un ejercicio de incapacidad y de falta de dignidad torera antes de apuñalar al astado sin ninguna vergüenza. La bronca fue de órdago, pero del siglo XXI, lejos de aquellos artistas escoltados por escudos o esquivando almohadillas. También a los públicos les falta la raza de antaño.
La juventud la puso Ginés Marín en todas sus dimensiones. Inexperiencia para superar los problemas de su primero, en el que acabó desbordado, y valentía y decisión para jugársela en el sexto, lo que le valió una cariñosa vuelta de despedida.
Babelia
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