La Miami de Ecuador se ha llenado de cadáveres y Noboa no ha podido evitarlo
Manta, la ciudad portuaria del Pacífico a la que el Gobierno ha enviado el grueso de las fuerzas armadas, se encuentra en medio del fuego cruzado de las pandillas que se disputan el tráfico de drogas
No se ve un alma por la calle 215. Pertenece en un barrio que se llama Cuba Libre al que ahora, incluso, cuesta llamarle barrio. Básicamente, porque no hay nadie, nadie por sus aceras, como si hubiera caído una bomba atómica. Las puertas y ventanas de las casas están cerradas y cubiertas de rejas. De los pequeños comercios solo quedan los letreros. Ni un auto, ni un taxi. Algunos ojos se asoman por las persianas al escuchar ruido de pasos, pero se ocultan en cuanto se saben vistos. En la ciudad portuaria de Manta, en el Pacífico ecuatoriano, nadie quiere morir en el fuego cruzado.
Las calles de Manta se han convertido en un cementerio. En 48 horas fueron asesinadas cinco personas. ¿Por qué? Controlar su puerto, desde donde se exporta principalmente atún, supone tener la posibilidad de enviar toneladas ingentes de droga al resto del mundo. Por eso, los grupos se matan a cielo abierto con tal de tener el dominio. Cuba Libre es uno de estos lugares donde se enfrentan a fuego las pandillas de Los Choneros y los Pepes, aliados de Los Lobos, dos de las bandas más temibles. Una suave brisa baña la tarde, un respiro para este clima tropical. “Hace dos noches mataron a dos hombres más afuera de mi casa”, dice Manuel con voz baja para que las paredes no escuchen. Hay ojos vigilando en todas partes.
Hay todo un ritual del contrabando. Los juegos pirotécnicos anuncian a los vendedores, los brujos, que la droga ha llegado, y pueden ir a verla para continuar distribuyéndola. Son las 17.08 de un jueves. “Parece que hoy se les había acabado temprano”, se lamenta María, una vecina. Ha visto entrar y salir del barrio todo tipo de rostros y perfiles de compradores. Jóvenes, muy mayores, profesores universitarios y políticos. La venta de droga funciona todo el día, el negocio no se detiene nunca. Unas camionetas grandes, con ventanas oscuras y sin placas rondan las calles todo el tiempo, dejan los paquetes de droga a cualquier hora del día. Después se van. Todos guardan silencio, incluso los agentes que rotan en el puesto policial que está en la avenida principal. La calle 316 es la única que conserva la vida de un barrio activo, alegre, dedicado al comercio. Esta avenida de comerciantes es un mundo paralelo a lo que pasa alrededor. Con tan solo moverse una manzana a la derecha o a la izquierda el panorama cambia drásticamente, al vacío, el abandono, el miedo…
Solo en Cuba Libre, se han registrado 18 crímenes en lo que llevamos de año. Con la declaratoria del estado de excepción y conflicto armado interno que se firmó en enero, en algunas ciudades se logró contener la violencia por unas semanas. Pero en otras, como Manta, ocurrió lo contrario. Se han registrado 157 muertes violentas de lo que va el 2024, eso significa un 60% más que el 2023, el año más violento de la historia de Ecuador. En las calles del centro de la ciudad, donde están los modernos edificios frente al mar, centros comerciales, el puerto donde llegan los cruceros y el comercio de mariscos, la gente no tiene el mismo brillo de siempre. Algo les preocupa. “Estos tipos quieren apoderarse de la ciudad”, dice, cauteloso, Rodrigo, un comerciante de pescado que ha visto cómo se apaga la vida de conocidos más de una vez. Una de aquellas veces fue en el mercado de Playita Mía, donde cada amanecer los pescadores venden una parte de su faena del día para el comercio interno. Unos sicarios se abrieron paso como si nada en medio de la gente que compraba y comía en el lugar y le propinaron cinco disparos a un comerciante.
En la puerta de un circo, hace pocos días, fue asesinado un asambleísta, su esposa y un joven mientras compraban las entradas en la taquilla. El miedo se instaló de nuevo en Manta. El presidente Daniel Noboa envió al grueso de las fuerzas armadas ante este incendio imprevisto que resquebraja su discurso triunfalista sobre la seguridad en Ecuador. Los locales de comida de alrededor están vacíos. “Nadie quiere salir, se encierran en las casas por miedo”, dice Mercedes. Es mediodía y no ha vendido un solo plato. “Todos estos locales estaban siempre llenos, es triste ver así a la ciudad”, añade. La cocina está apagada, esperarán dos horas más antes de levantar todo e ir a casa. En el mercado los vendedores se han quedado con casi toda la mercadería. Solo unos pocos van a insistir en vender y echan agua a los pescados que tienen sobre la mesa para que aguanten más tiempo en la exhibición.
Manta es una de las 22 ciudades de la provincia de Manabí. Unos años atrás, antes de que un terremoto afectara mucho de su infraestructura, Manta quería ser la Miami de Ecuador. Se vendió por mucho tiempo así, como la ciudad de playas bonitas, de buena fiesta, de la mejor gastronomía, de gente amable. Era el paraíso para ir de vacaciones. Por años, la ciudad acaparó a los turistas en cada feriado que la elegían a pesar de su alto costo de vida. Era un secreto a voces que Manta creció bajo la sombra del crimen organizado. De ahí nacieron las bandas criminales que se dispersaron por todo el país: Los Choneros, Los Corvicheros, Los Queseros, Las Ranas. Entre ellos se asesinaron hasta desaparecer dejando solo a uno, Los Choneros, los primeros en tener vínculos con cárteles mexicanos, en su caso el de Sinaloa del Chapo Guzmán.
Desde la extensa orilla de mar que tiene la ciudad, los mantenses han visto de todo. Como por ejemplo en la década de los noventa, cuando miles de personas de todas partes del país llegaban a la playa y esperaban la noche para embarcarse en los cuartos de máquinas de los barcos pesqueros, donde los escondían los coyoteros para traficar personas hacia Estados Unidos. Cuando las embarcaciones naufragaron y los migrantes quedaban desolados en la orilla de la playa, eran los lugareños quienes les daban de comer, les prestaban ropa y dinero para que regresen a sus ciudades. Cuando la ola migratoria disminuyó, el crimen organizado usó la misma red de coimas a las autoridades de la Marina, a armadores y capitanes de barcos, pero esta vez ya no iban a trasladar personas sino droga.
Los tentáculos del narcotráfico se extendieron por toda la provincia desde hace décadas, pero nunca antes la violencia había tocado un techo que haga tomar decisiones extremas como trasladar el bloque de seguridad Manta. Es decir, más militares, más policías y las cabezas de las Fuerzas Armadas, Policía, Ministerio del Interior y Defensa deben trabajar desde esa ciudad. Esa fue la decisión del presidente Noboa para enfrentar la creciente curva de violencia en toda la provincia. Pero la medida no es solo por seguridad. Las razones del Gobierno van más allá, son políticas. Manta y toda la provincia de Manabí es el enclave del correísmo; es decir, del partido del expresidente Rafael Correa. La provincia es la tercera con mayor peso electoral, obtener su apoyo augura un buen resultado en las elecciones de 2025.
El bloque de seguridad enviado por Noboa está en Manta, aunque no se tiene certeza de la ruta que tomará. La presencia militar y policial ha estado enfocada en controles de documentos en carretera, se ha visto poco por barrios como el de Cuba Libre. Pero el impacto del anuncio presidencial ha conseguido que no se sumen más crímenes por ahora. Cuando eso se prolongue, alguien abrirá una puerta en Cuba Libre y saldrá a caminar. Y después se le unirá otra y así hasta conformar una multitud. Entonces volverá a ser un barrio.
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