Vicente Javier Mas Torrecillas. /EPDA
La degradación moral de nuestro querido Castellón ha cogido velocidad de crucero. El gobierno que venía a salvarnos del apocalipsis ha resultado ser más nocivo aún que el Armagedón zombi. Me cuesta mucho hablar así de la ciudad donde vivo, no lo duden. Pero me dolería todavía más quedarme de brazos cruzados mientras este virus carrasquil avanza corrompiéndolo todo a su alrededor. Claro, ¿qué se podía esperar de los cachorros de Casado? Pues la misma mediocre incapacidad.
Para entender la cuesta abajo por la que se desliza nuestra ciudad les voy a contar una pequeña anécdota. Podría pasar desapercibida, como ya ha sucedido, pero no es justo que los vecinos y ciudadanos de Castellón la desconozcan. Sitúense en el día en que sus Majestades, los Reyes Magos de Oriente, llegaron a la ciudad. Por supuesto, como es tradicional, lo hicieron por el mar. Miles de vecinos se acercaron a saludarlos, junto a sus hijos, sonrientes, ilusionados, esperanzados. Algunos habían acudido temprano para estar en primera fila en el momento en que Melchor, Gaspar y Baltasar bajaran del barco en el Puerto de Castellón y saludaran a los niños. Se acercaba la hora. Cada vez había más tensión y más ilusión. Los niños estaban inquietos, expectantes, excitados.
Y llegó la corte de Begoña Carrasco. Cual cacique cutre de principios del siglo XX, mandó por delante a su séquito para preparar la entrada de su alteza real, la reina azulona, en la explanada del Puerto. Apartaron a los niños que esperaban (ciudadanos de segunda para la corte pepera), se pusieron delante, ocuparon la primera fila y bloquearon a los padres, madres y niños que estuvieron horas esperando. Como buenos caciques, la corte no era pequeña, todo lo contrario. Así que, ni cortos ni perezosos, saltándose la ley (¡por que yo lo valgo!) ocuparon también el camino despejado que supuestamente estaba preparado para un rápido desalojo (¡luego dice Mazón y el PP de la Comunidad Valenciana que la culpa es de los demás!).
Sacando cabeza en esa corte okupa, en esa impresentable tropa oligárquica y caciquil, estaba el rey consorte, ese que su mujer tuvo que enchufar como mantenedor de las fiestas del Grao nada más llegar al cargo de alcaldesa. ¿Nadie va a preguntarse públicamente por qué esta persona está siempre en todos los actos oficiales como si tuviese un cargo?
Menos mal que algunas madres comenzaron a increpar a los cortesanos de la Carrasco, a exigirles respeto y a pedir una igualdad en la que ni creen ni practican. Gracias a estas madres, los niños cortesanos, acompañados por sus papas (¡qué gran trabajo de gestión el de Rubén Ibáñez, sin parangón! Un ejemplo de dedicación, formación y carrera profesional del que ha tomado nota Trump para incluso ficharle y levantar la economía no solo estadounidense, sino también mundial. Cosas de la vida, su vástaga es reina infantil de las fiestas de este año (lo normal, vamos). Así que también se apuntó toda la familia a la llegada de los Reyes Magos), se retiraron un poquito para que los niños pobres, el populacho, pudiera ver de lejos la llegada de sus majestades.
Y entonces llegó ella. La reina de las redes sociales, acompañada de su saltarín fotógrafo, contratado para eso y premiado por nada, ocupando espacio por doquier. Los niños del populacho despreciado por la corte de la Carrasco preguntaban a sus familiares si ahora los tres reyes magos era cuatro, si uno de ellos era mujer, si también traía regalos o se los quedaba ella. En fin, que la caciquita de Castellón no se separaba de los tres Reyes Magos ni con agua hirviendo. Mucha foto, mucho postureo y, cuando se acabó el tiempo de posar, a recoger rápido y “pa” casa, que el populacho también tiene derecho a las migajas que no quiere la corte de estos aprendices de políticos.
¡Ah, sí, se me olvidaba! Lo de los badenes. Hay que tener cuidado con ellos. En Castellón alguno está desde hace mucho, pero mucho tiempo. Todos lo veíamos, pero, curiosamente, nadie lo señalaba, a pesar de lo molestos que resultan para hacer que el tráfico sea fluido. Pues ahora son más grandes, más altos, más incómodos y molestan mucho más al día a día de los automóviles. Cuestan más dinero que antes a las arcas municipales, porque todo sube, claro. En este grupo de badenes también hay semaforitos, señales de ceda el paso y lucecitas reflectantes, todas muy bien identificadas, cada una de una empresa diferente. Habrá que ir con cuidado, porque igual estos badenes acaban estropeando también el coche oficial de la Carrasco y su pequeño mandarín (a quien pertenece la competencia de los badenes de las calles de la ciudad).
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